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Relatos de azotes

El maestro rural

Autora: Ana K. Blanco

Ser maestro rural en una escuelita perdida en la mitad de aquel campo interminable le estaba resultando difícil.  Los niños venían a estudiar desde varios kilómetros a la redonda: algunos caminando, otros a caballo, otros en algún tipo de transporte…  Todos, a su manera, hacían el esfuerzo diario de trasladarse hasta allí para estudiar.  Los tenía de todas las edades: desde 5 años hasta 12 o 13 años, y a todos les daba la misma atención y el mismo afecto.

Como en todas las escuelas había niños más inteligentes y avispados y otros más tímidos o no tan vivaces.  Y también estaban los traviesos y casi incorregibles.  Él no estaba de acuerdo con el castigo físico a los niños; su pensamiento era que si un niño no estaba bien educado, la responsabilidad era de los mayores que estaban a cargo de él, que le permitían de una forma u otra comportarse así.  Ese era el caso de Alicia, la niña de 8 años cuya mamá la consentía de forma constante, y ese detalle no le permitía a él corregirla de la forma adecuada.  Si le mandaba alguna tarea para la casa, era probable que su mamá no le obligara a hacerla o que ni siquiera se ocupara de ver si la realizaba o no.  Alicia respondía bien en la escuela, pero fuera de ella…  ¡Definitivamente, el problema era la mamá y no la niña!  Por eso la había llamado para que lo fuera a ver después de las clases, que terminaban a las 4 de la tarde.  Y eran casi las 5 y aún no aparecía…

Puso el agua hirviendo en el termo, le puso la yerba al mate sin llenarlo demasiado, un chorrito de agua tibia para hinchar la yerba sin quemarla, y la bombilla se abrió camino solita hasta llegar al fondo del porongo.  Un chorro de agua caliente sobre el costado de la bombilla y…  salió un mate perfecto con espuma y todo!!  Era todo un ritual aquello de preparar el mate.

Salió a la puerta de la vivienda que ocupaba pegada a la escuela.  Le gustaba matear sentado en el porche de la casita, en las tardes, mientras los tonos rojizos del atardecer teñían el campo. Esa gama de colores rojos, de los más suaves a los más púrpuras, le recordaban cierta parte del cuerpo femenino después de...  Mejor pensaría en otra cosa.  Esta era su hora de tranquilidad, de sosiego, de paz.  Se lo merecía después de lidiar todo el día con los niños…

A lo lejos divisó una figura a caballo.  De seguro era Laura, la mamá de Alicia.  Laura era una mujer adulta, de algo más de 30 años, estatura regular y una bella figura.  Hacía unos tres años que su esposo la había abandonado, y desde entonces ella se dedicó sólo a su trabajo y a su hija, a la que le daba todos los gustos que podía y sin darse cuenta la estaba haciendo caprichosa y malcriada.

Miró la escena como quién mira una obra de arte: una bella amazona con la larga cabellera negra al viento, vestida con la ropa apropiada para cabalgar, un corcel blanco contrastando con los colores del atardecer,…  ¡todo un espectáculo!

Le dio una vuelta a la bombilla, cebó otro mate y esperó a que ella desmontara.

-¡Hola maestro!  Buenas tardes…

-Buenas tardes Laura ¿cómo está?  Tome asiento.  ¿Un mate?

-Sí, gracias.  A esta hora nunca desprecio un buen “cimarrón”  -le dijo mientras estiraba la mano-  Leí la nota que me envió con Alicia y aquí estoy.  ¿Qué pasa ahora?  ¿Qué hizo Alicia esta vez?

-Alicia es una niña buena y solo hace lo que le permitimos hacer.  Aquí en la escuela es una maravilla: se porta bien, es responsable, presta atención en clase…  sólo alguna vez me tengo que poner un poco más rígido porque ella se encapricha y quiere hacer su voluntad, pero enseguida entra en razón. 

-Entonces no entiendo cuál es el problema.

-El problema son las tareas que tiene que hacer en el hogar: no las trae, o no las hace, o si las hace están descuidadas y sucias…  Por eso pedí que viniera hasta aquí Laura, para hablar con usted.

-¿Y qué pretende que haga yo?  Le digo que haga sus tareas, pero se pone a jugar y como yo tengo mucho que hacer…

-Laura, no es la primera vez que tenemos una charla como esta –le dijo con tono recio.

-Lo sé…  ¿porqué no le da usted unas nalgadas para que haga las cosas bien?

-¿Yooooo??  Pero… usted sabe perfectamente que yo soy contrario a ese tipo de castigos en los niños por parte de los maestros.  Eso debe hacerlo usted que es su madre.  Además…  ¿sabe qué?  A la que hay que poner en su lugar antes que a nadie ¡es a usted!  ¡Yo no responsabilizo a la niña por no hacer su tarea, sino a usted!

-¿A mí?  ¿Y a mí porqué?

-Porque los padres en general y las madres en particular, son las personas responsables de la educación de los niños.  Por mucho que yo hago aquí, todo es en balde debido al tratamiento que le da usted a la niña en su casa.

Laura se puso de pie, algo enojada.  Se cruzó de brazos y comenzó a caminar nerviosa de aquí para allá.

-Ahora bien Laura  -le dijo el maestro-   ¿para qué cree que la hice venir hasta aquí?  ¿Para repetirle una vez más lo que ya sabe usted de memoria?  ¡No Laura, esta vez NO!

-¿Entonces…? –Le contestó ella con aire desafiante y los brazos en jarra- ¿para qué me hizo venir?

El maestro, sentado como estaba, giró su cuerpo para apoyar el termo y el mate en la mesita que tenía al costado.  Con toda la parsimonia comenzó a remangar su camisa y le comenzó a hablar:

-La hice venir para enseñarle lo que debe hacer y cómo lo debe hacer.  La hice venir para hacer realidad y llevar a la acción todas las palabras que le dije hasta ahora.  La hice venir, querida Laura… ¡para esto!

La tomó del brazo y sin ningún miramiento la colocó sobre sus rodillas antes de que ella pudiera reaccionar.  Debió apoyar sus manos en el piso para sostener el equilibrio.  El maestro miró con regocijo el espectáculo que se presentaba ante sus ojos: los pantalones de montar, de tela elástica, dejaban muy bien marcadas las nalgas redondas y turgentes.  El pelo, negro y lacio, le caía hacia delante y tocaba el suelo.  Tenía los pies casi en el aire…

-Pe… pero… maestro!!  ¿Qué es lo que piensa hacer?  No se atreverá usted a… aaaayyyy!!!

-Ya me estoy atreviendo –le dijo junto a la segunda nalgada-  Para que su niña aprenda, ¡aprenderá usted primero!  Plas, plas, plasss, plas…

Laura comenzó a corcovear como esos caballos que a veces solía montar…  Movía sus piernas, levantaba sus manos  de a una: usaba una para no perder equilibrio, y la otra para interponerla entre la mano del maestro y sus doloridas nalgas.

-¡Basta señor maestro! ¡¡ Basta por favor!!  Ya entendiiiiiiiiiiiiiii…

El maestro se detuvo y la ayudó a ponerse de pie.  Laura comenzó a refregarse su colita con vigor.

-Ayyy, qué ardor!  Ya me voy…

-Noooooooo, qué va!  Usted se queda aquí señora, todavía el castigo no comenzó…

-¿Qué cosa?

-Pase al salón de clases

-Pe…

-¡SIN PEROS!  ENTRE A LA CLASE…  ¡YA!

Estaba un poco asustada.  Jamás había visto al maestro tan enojado y tampoco se hubiera imaginado jamás que le haría algo así a ella.  Pensó que más le valía obedecer…

-Tome una tiza y escriba en el pizarrón: “Es horrible la falta de educación y de obediencia, dado que son valores imprescindibles en esta vida”.

Laura obedeció y escribió:

“Es orible la falta de educasion y de hovediensia, dado que  son balores inpresindivles en esta vida”

El maestro no hizo ni una sola mueca.  Solo se quedó mirando el pizarrón…  Luego de un momento, miró a Laura y le dijo:

-Venga por aquí por favor, de este lado del escritorio, frente al pizarrón. –Laura cumplió la orden-  Ahora, dígame algo: ¿cree usted que lo que escribió, está escrito correctamente?

Laura clavó los ojos en el pizarrón y le espetó:

-Por supuesto que está escrito correctamente. 

-Está usted segura, ¿verdad?

-¡Estoy totalmente segura de eso!  -contestó sin pensarlo.

-En ese caso, estará usted dispuesta a recibir 10 azotes por cada falta de ortografía.

-No hay faltas…  -dudó un segundo-  ¿o sí?

-Sí las hay.  ¡Muchas y muy graves!

Se acercó al pizarrón y mientras subrayaba las palabras incorrectas, le comenzó a decir:

-horrible: dos faltas…  ¡¡Por favor!!  ¡¡¡Realmente horrible!!!

-educación: dos faltas

-obediencia: tres faltas.  Dígame Laura, ¿realmente conoce esta palabra?

-valores: una falta

-imprescindibles: ¿¡cuatro faltas!? 

-Laura, pase y corrija esas palabras.

De muy mala gana y arrastrando los pies, hizo las correcciones.  Escribió:

-horible

-educacion

-obediencia

-valores

-inprecindivles

¡¡El maestro no lo podía creer!! 

-Laura, si bien está mucho mejor, no entiendo…  ¿cómo es posible?  ¿Fue usted a la escuela?

-Por supuesto que sí.  ¿Qué pasa?  ¿Todavía están mal?

-Por supuesto que sí…  -le dijo el maestro en tono de burla-  Necesita usted venir a la escuela…  ¡casi tanto como su hija!  ¡Y lo hará!

-¡Claro que no, no lo haré!  ¡Yo no tengo edad, ni tiempo ni ganas!

-Vea usted Laura, tiene dos opciones.  La primera será que venga usted a la escuela, y a cambio sólo le daré a usted la mitad de los azotes que se ha ganado hasta ahora, que suman 170.

-¿¿Cómo??  ¿17 faltas?

-Exacto.  Está usted mejor en matemáticas que en ortografía. 

-No me gusta la primera opción.  Dígame cuál es la segunda…

-La segunda opción es que siga escribiendo las palabras que están  mal escritas y seguir sumando azotes hasta que las escriba correctamente…  Y recibir hoy la totalidad de los azotes. ¿Qué prefiere?

Laura no sabía que contestar: miraba las palabras en el pizarrón y… ¡para ella estaban perfectas!  ¿17 faltas?  Quizás no fuera mala idea concurrir a la escuela, pero… ¡qué humillante!  Pero era preferible recibir 85 azotes que 170.   Y solo para comenzar, porque… ¡¡quién sabe qué cantidad más!!  Bueno, volver a la escuela también era una forma de ver al maestro, de ver más seguido a ese hombre que tanto le gustaba.  La azotaína que le había propinado hoy, la había dejado…  ¿excitada?  No, eso no era posible… ¿o sÍ? 

-Maestro, creo que lo mejor será volver a la escuela –le dijo con la cabeza baja.

-Sabia decisión Laura.  ¡Felicitaciones!  Para no interrumpir demasiado su trabajo, vendrá martes, jueves y sábados durante 3 horas cada día.

-Sí maestro…

-Bien, ahora baje su pantalón y ponga el vientre apoyado en el escritorio.

-¿Lo qué?

-Me oyó perfectamente.  ¡HÁGALO!  Le quedan 85 azotes…  a menos que quiera que sean más.

No lo tuvo que repetir.  Se bajó los pantalones hasta la altura de la rodilla y se puso como el maestro se lo había indicado.

Él se acercó por detrás de ella, le apoyó la mano izquierda en la cintura y comenzó a azotarla con la mano una vez más:  plas, plas, plassss…  Los golpes eran fuertes, secos, parejos y los esparcía de forma uniforme.  Laura no quería llorar, pero el ardor se le estaba haciendo insoportable!  A medida que los golpes iban cayendo, la braga se le iba metiendo entre los cachetes, que iban perdiendo su color rosáceo para tornarse del color de la flor del ceibo:  rojo!

-Por favor maestro, ya no me pegue más! 

-Querida Laura…  tú eres buena en matemáticas, y si contaste los azotes, apenas llegamos a los 30!  Pero está bien.  Dejaré de azotarte con la mano…

-¡Gracias!  -le dijo ella mientras hacía un amague para levantarse los pantalones

-Pero ¿qué vas a hacer?

-Voy a ponerme los pantalones para irme…

-¿Los azotes te habrán dañado el oído?  Dije que ya no te azotaría “con la mano”.  Los azotes que te di hasta ahora fueron 30.  Dime Laura, ¿cuánto es 85 menos 30?

-…

-¿Laura?  ¡Contesta! –y le dio una nalgada tan fuerte que la hizo saltar.

-¡55 señor maestro!  ¡55!

-Bien… esos son los azotes que te daré… con la regla!

-Nooooooooooo!!!

-Y deja de moverte si no quieres que los aumente  -le decía mientras sus calzones iban a parar a la misma altura que tenía el pantalón-  y abre un poco tus piernas.

La vergüenza no podía ser mayor:  allí estaba ella, frente al maestro, mostrando sus partes más íntimas y totalmente expuesta ante él.  La regla fue cayendo implacable sobre su trasero:  10, 20, 40, 55 veces…  Las lágrimas de Laura habían corrido por su rostro junto con el poco maquillaje que llevaba puesto.  Tenía su culito tan colorado y maltratado que apenas se podía mover.   Sería una larga cabalgata de vuelta hasta la casa, ¿cómo haría para regresar?  Cuando estaba concentrada en sus pensamientos y en su dolor, sintió algo húmedo y tibio en sus posaderas:  era el maestro, que tiernamente le aplicaba paños tibios para calmarle el dolor y la hinchazón.

-No te preocupes por tu regreso a casa Laura.  Yo te llevaré en mi vehículo y mañana te enviaré el caballo.  Espero que esto te sirva de lección.

Mientras le hablaba le iba aplicando las compresas.  Entre estas y las palabras susurrantes  del hombre, Laura comenzó a calmarse lentamente.

Esa misma semana el maestro comenzó a darle clases; la ortografía y cultura general de Laura mejoró increíblemente en poco tiempo. 

Lo que no se terminaba de explicar el maestro, era porque a partir de que tenía a Laura como alumna vespertina, varios de sus alumnos traían las tareas que mandaba para el hogar hechas un desastre.  En fin, tendría que hablar con las otras madres también…

FIN

Ana Karen

Montevideo, 30 de octubre de 2005

9 comentarios

Armando -

Que dichoso ese maestro como quisiera azotar asi a una dama sea joven o madura pero dejarle el culo tan rojo como un tomate espero algún dia poder tener la suerte d este maestro

staycie -

estuvo del asco pero lo de los azotes buenísimo.aparte busco novio yo tengo el pelo larguísimo y el color de mi pelo dorado mis ojos azules y en el cole soy de las populares si me aceptan respondanme tengo 14

Anónimo -

que bueno seria que en el cole le darían las nalgadas a los padres y no a los niños por que esas nalgadas arden y son dolorosas, loa maestros deverian entender que eso duele y si ellos recibirian lo que nosotros recibimos creo que ya no nos pegarian

anonimo -

guauuuu!! este relato es espantoso!! tengo 12 años y mi maestro cuando no llevamos las tareas o nos portamos mal no llaman y pega nalgadas a las madres nos hace quedar 2 horas mas nos hacen escribir en el pizarron cosas! y luego nos pega las nalgadas yo aver la ultima vez que me quede con el maestro a solas fue ayer y quede media hora mas seria 2:30 horas un dolor interminable

Amilcar -

relato bastante tonto

eloy -

wow me kedo sin palabras

Pit -

Maravilloso, talentoso, sugerentísimo.Le has dado un toque especial magnifico a la trama.¿Puedo ir a clase para hacer las prácticas de maestro? je je .Sigue así , escritora woww....Gracias y enhorabuena

PD: Eso del mate parece que es como fumar una pipa, un ritual hermoso, sobre todo viendo atardecer sentado en el porche . Pequeños momentos de placer y felicidad.

PIT

Elvira -

Ana Karen... contigo voy de sorpresa en sorpresa... los temas que tratas, la forma de transmitirnos las emociones... todo, todo ¡me encanta!. Sigue dándonos más relatos. Gracias

Javi -

que bueno el relato!!! como me gustaria ser madre y tener que ir al colegio de mi hijo/a a rendir cuentas, jejeje