ALEJANDRA
AUTOR: JANO
Huérfana de madre, Alejandra campaba por sus respetos sin hacer caso a nadie, rebelándose, embrollando, creando problemas por donde quiera que fuera.
En el momento que comienza ésta historia, Alejandra contaba con 16 años: bellísima, con expresivos ojos verdes y figura digna de ser inmortalizada por algún artista de renombre. Su carácter irascible y díscolo le granjeaba las antipatías de aquellos que la trataban. Su padre, diplomático en ejercicio, dejaba la educación de la adolescente en manos de criados y educadores: la pérdida de su esposa le había sumido en un estado de gran tristeza y, para colmo, su trabajo le impedía prestar la debida atención a la niña.
A sus 16 años, Alejandra había pasado por cinco colegios de los cuales, sistemáticamente, fue expulsada por una o varias razones. Faltaba a clase cuando le parecía , sembraba la discordia entre sus compañeras y no pasaba día sin que cometiera alguna fechoría. El vaso de sus diabluras se llenó de tal manera que acabó derramándose. El detonante que colmó la paciencia de sus profesores en el último colegio, fue que la encontraron en actitudes poco edificantes con el jardinero bastante ligera de ropa . En la carta que enviaron a su padre decían que, con todo el dolor de su corazón, se veían en el triste deber de expulsarla.
Al enterarse de lo sucedido, su padre quedó sumido en una gran tristeza y vergüenza. Fue consciente de que tenía que actuar drásticamente con su hija. Barajó varias posibilidades y optó por una de ellas. Había recabado información sobre instituciones especializadas en la educación de chicas que se hallaban en semejante situación a la de su hija. Se decidió por una situada cerca de la ciudad alemana de Frankfurt. Se trataba de un colegio privado y muy caro, donde las jóvenes vivían en régimen deinternado todo el año excepto un mes de vacaciones en verano.
Sin más dilación, acompañado por la niña, se presentó en el colegio tras un largo viaje. Las protestas de ella, su rebeldía, sus negativas, no hicieron vacilar su decisión.
Habló con el director, hombre de unos cincuenta años de gesto severo, de quién se desprendía un halo de gran autoridad y le puso al corriente de la situación de Alejandra. Él, después de escucharle pacientemente, le dijo que no se preocupara de nada; el colegio tenía una larga tradición atendiendo y solucionando casos como el de ella, e incluso peores, con brillantes resultados. Una única observación: debería dejar en sus manos la educación y el trato que dieran a la jovencita sin interferencia alguna del exterior; ni padres, ni familiares ni persona alguna deberían interponerse entre el colegio y la niña. Era ésta una condición indispensable: debería confiar en el colegio y sus métodos. Así lo acepto y firmó el desesperado diplomático. Allí dejó a su hija de quién se despidió brevemente escuchando toda clase de invectivas que salían de su boca.
Cuando se marchó, el director salió al pasillo donde se encontraba Alejandra y le ordenó que le siguiera. En vista de su negativa, él tomó un silbato que colgaba de su cuello y lo hizo sonar. A los pocos segundos aparecieron dos hombres con uniforme quienes, sin dar explicaciones a la joven, la tomaron de los brazos y, en volandas, siguieron al director hasta una habitación del piso alto, donde, a la fuerza, introdujeron a Alejandra cerrando después la puerta con llave. Ésta se encontró en una habitación acolchada desprovista de muebles cuya única luz provenía de una alta ventana enrejada. Pataleó, gritó, insultó con su peor vocabulario a todo y a todos y, al comprobar que de nada le servía todo eso, al cabo de un rato, se tumbó en el mullido suelo abatida, irritada y con cierto temor por lo que pudiera ocurrir en el Futuro.
Pasaron varias horas hasta que la puerta se abrió dando paso a un hombre moreno de mediana estatura que la conminó a acompañarle al comedor donde sería presentada a sus nuevas compañeras. Por toda respuesta, Alejandra le lanzó una patada que él esquivó sin gran esfuerzo. Ante esto, el hombre (su tutor según se sabría después), llamó a los dos hombres que había quedado tras de él y les ordenó algo en voz baja. Éstos, sujetaron a la niña y, en volandas como la vez anterior, la introdujeron en otra habitación en la que se encontraban extraños muebles: un caballo de gimnasia, una escalera anclada a la pared, una gran mesa de roble, varias sillas de sólido aspecto A una orden del tutor, los dos hombres ataron las manos de Alejandra a la escalera estirando sus brazos por encima de la cabeza. Ella pataleaba, insultaba, se debatía inútilmente pero asustada por la situación. No tardó mucho en saber lo que se le avecinaba: con una regla de madera en la mano, el tutor, Herr Kauffman, comenzó a azotarla sin descanso ni piedad alguna mientras la niña no dejaba de gritar y quejarse, amenazar e insultar a su verdugo quién, pese a sus protestas, seguía azotando sin hacerle caso. Al cabo de un rato, el tutor preguntó a Alejandra si estaba dispuesta a cumplir la orden de ir al comedor. La respuesta fue un aluvión de insultos y palabras soeces. De nuevo, él se aplicó en la tarea de sacudirle nuevos reglazos. Pasaron varios minutos antes de
que, dolorida como estaba, cesara en sus insultos y suplicara que terminara el castigo. A la pregunta de que si accedería a obedecer, contestó que sí con un hilo de voz.
Soltaron sus ataduras y la acompañaron hasta el comedor donde se encontraban reunidas unas cincuenta muchachas de distintas edades, ninguna mayor de 17 años. La presentaron como una nueva alumna y le indicaron una silla vacía donde se sentó a comer para saciar el apetito que la devoraba después de tan larga jornada sin probar bocado. Miraba hoscamente a su alrededor mientras daba cuenta de los alimentos que le habían puesto sobre la mesa. Las demás, parecían estar terminando de comer. El castigo sufrido había evitado que llegara a la hora de la comida como todas. Tanto el tutor como los otros dos hombres no le quitaban la vista de encima, vigilando sus menores movimientos.
Terminada la comida, la acompañaron a la habitación que le había sido asignada donde la dejaron no sin advertirle que no se toleraría ninguna actitud de rebeldía. Ella quedó sola unos pocos minutos hasta que entró una niña, quizás más joven que la misma Alejandra, quién le dijo que sería su compañera y se presentó con el nombre de Anita. Enfurecida como estaba, no le hizo el menor caso. Se paseaba por la habitación como un tigre enjaulado profiriendo amenazas contra los que consideraba sus raptores y también a su padre que la había dejado allí indefensa.
Llamaron para la cena y Anita le dijo que irían juntas. Hambrienta como estaba de nuevo, Alejandra no puso objeciones aunque sin abandonar su gesto adusto y malhumorado.
Después de la cena y todavía con el escozor que sentía en su culo, Alejandra y su compañera se dirigieron al dormitorio. Pasados unos minutos, Alejandra decidió escaparse de aquel lugar de la forma que fuera. Abrió la puerta y, ante su desesperación, se encontró apostado ante ella a uno de los hombres que la habían maniatado. Él la miró impasible y, con un gesto hizo que ella cerrara de nuevo la puerta. Preocupada, asustada, se dio cuenta de que no sería tarea fácil escaparse. Se acostó vestida y, durante el sueño, terribles pesadillas la invadieron haciendo que se despertara cada poco bañada en sudor.
A la mañana siguiente y siempre acompañada de Anita, se encontró en la primera clase de la mañana: se trataba de la que más odiaba ella: matemáticas. Se movía en su asiento, se levantaba y hacía toda clase de ruidos. La profesora, mujer de unos cuarenta años, rubia, sólida y de estatura más que regular, avisó suavemente a Alejandra que se comportara bien en dos ocasiones. A la tercera, utilizando el silbato que también ella llevaba colgado al cuello, hizo aparecer, como por arte de magia, a los dos hombres que ya conocía la niña. A una indicación de la profesora, éstos la sujetaron por ambos brazos y, siempre sin que los pies de ella tocaran el suelo, la llevaron de nuevo a la siniestra habitación donde había sido castigada. La tumbaron sobre el potro y ataron sus pies y sus manos a las patas del mismo. En esa posición la dejaron y abandonaron la estancia dejándola sola. Terribles escenas se desarrollaban en la imaginación de la niña.
Unos minutos más tarde, la puerta se abrió de nuevo y dio paso a su tutor quién, dirigiéndose a ella, le advirtió solemnemente que no se saldría con la suya y acabaría comportándose en debida forma. Subió sus faldas hasta la cintura dejando a la vista las braguitas de algodón blanco que formaban parte de la vestimenta reglamentaria y, provisto de la consabida regla, comenzó sin prisa pero sin pausa a descargarla sobre las infantiles nalgas. Alejandra gritaba, se retorcía, insultaba, se quejaba por los golpes. De nada le servía: el tutor seguía imperturbable estrellando la regla en ambos lados de sus nalgas coloreando su piel de un subido color granate. Él seguía el castigo sin que le importara lo más mínimo la actitud de la niña. Azotaba con precisión cada centímetro
sin variar el ritmo, la cadencia y la fuerza con que aplicaba la regla al culo de la muchacha. Después de sesenta azotes, el tutor llamo a los guardias: desataron a la niña y la condujeron de nuevo a la clase. Todas las miradas se dirigieron hacia ella, observando cada uno de sus gestos. Se sintió molesta por ser el objeto de la curiosidad de las alumnas y trató de no dejar traslucir su irritación y el dolor que sentía allí abajo. Sentóse con dificultad en su puesto, notando dolorosamente el roce de la ropa y el asiento en sus maltratadas nalgas. Se juró que aprovecharía la menor oportunidad para escaparse, aunque no sabía adonde dirigirse. Su padre no la recibiría con los brazos abiertos y, por otro lado, no tenía dinero alguno. ¿Qué hacer? Su porvenir se presentaba de lo más negro. Incierto, no: por las pruebas recibidas en tan corto espacio, el tiempo que pasara en ese lugar se le avecinaba mal para su persona y su integridad física. También contaba la humillación a que era sometida y, desgraciadamente, continuaría en adelante. Su mente se rebelaba ante la posibilidad de someterse. Recordaba las palabras de su padre; No sé que hacer contigo. Me siento incapaz de convertirte en una persona responsable y de buen carácter. Debo tomar una determinación aún en contra de mi cariño hacia ti. No te será agradable, pero necesitas adquirir una disciplina de la que careces. Lo siento.
El recuerdo de éstas palabras y la amable existencia que había perdido, hizo que a sus ojos asomaran lágrimas de tristeza.
Apenas pasaban dos jornadas sin que Alejandra fuera castigada de una u otra forma. Los días transcurrían monótonos excepto por los momentos en que era castigada. En algunas ocasiones, los castigos no eran aplicados con la regla sino con algo construido a partir de un mango de madera del que pendían varias tiras de cuero y que producían un gran escozor en sus nalgas. Muchas veces, casi todas a partir de cierto momento, el castigo lo recibía directamente sobre la piel carente de cualquier prenda. Aquello le hacía sentir infinitamente humillada sabiendo que dejaba expuestas a las miradas de sus torturadores lo más íntimo de su persona.
Pasaron algunos meses durante los cuales los castigos eran casi constantes. Su tutor había decidido ser él quién se ocupara de derrumbar las defensas de la niña. Para conseguirlo, aumentaba el número de azotes y las frases admonitorias. Mientras la castigaba, no cesaba de explicarle y advertirle que su vida sería un infierno constante si no cambiaba su actitud de rebeldía.
Alejandra, con el tiempo, se acostumbró a los castigos que ya no le parecían tan dolorosos. Incluso, en ocasiones, encontraba cierto placer en ellos. A veces, se imaginaba que quién la estaba castigando era su padre y aquello le producía unas raras sensaciones. Pensaba que, de haber recibido de su padre aquellos castigos, en la actualidad no estaría pasando por aquello. Recordaba el poco tiempo de que él disponía para atenderla y las mil y una vez que ella deseó su presencia, sus palabras, sus caricias.
Poco a poco, su actitud fue cambiando y, a medida que esto sucedía, los castigos se espaciaban. Llegó a hacerse tan responsable y dócil que durante, algún tiempo, dejó de recibir castigo alguno.
Curiosamente, cuando llevaba un mes sin recibir ningún castigo, Alejandra se sintió como abandonada, sola, sin nadie que se ocupara de ella excepto como al resto de sus compañeras. Ellas, de tiempo en tiempo, también eran llamadas a capítulo y recibían sus correspondientes zurras. Era la moneda corriente en aquél lugar. Los castigos se sucedían con frecuencia teniendo como protagonista a una u otra alumna. La misma Anita, su compañera, había recibido numerosas azotainas por su mal comportamiento.
Un acontecimiento vino a cambiar la situación de su incipiente docilidad: durante la clase de dibujo, una compañera tiró una bolita de papel al profesor. Cuando éste se volvió, sus miradas se dirigieron hacia Alejandra acusándola del hecho. Ésta se irritó y, levantando la voz más de lo necesario, se defendió de la acusación negándola. De nada le sirvió: se le ordenó presentarse en el despacho de su tutor para que él tomara la decisión que considerara conveniente. Herr Kauffman, con el gesto fruncido, escuchó las alegaciones de la muchacha y, sin creerla por su larga trayectoria de indisciplinada, súbitamente, sin mediar palabra, la sujetó de un brazo y colocó su cuerpo tendido sobre la gran mesa de roble del despacho, dejando que colgaran sus piernas. Levantó su falda y, pese a las protestas de Alejandra, de un tirón bajó sus braguitas hasta las rodillas. Con la mano desnuda, comenzó a propinar fuertes azotes sobre sus desnudas nalgas. Indignada por la injusticia, ella no cesaba de moverse tratando de zafarse del férreo brazo con que él la mantenía sobre la mesa. Uno a uno, muchos azotes se estrellaban sobre sus carnes. El dolor y la humillación hacían que las lágrimas acudieran a sus ojos.
Gritaba y se retorcía sin conseguir el objetivo de escapara a aquella lluvia de azotes. Mientras la azotaba, Herr Kauffman no dejaba de decirle lo muy contentos que se encontraba todo el claustro con ella por los cambios observados en su conducta de los últimos tiempos y lo decepcionado que se hallaba por ésta recaída. Ella negaba toda culpa en el suceso. Sin referirse a la autora ni dar su nombre, decía que fue otra la que cometió la falta. Pese a sus protestas, el castigo continuó: más de media hora estuvo recibiendo azotes tras lo cual, el tutor con voz seca y conminatoria, le ordenó que se encerrara en su dormitorio y se quedara allí sin acudir al comedor cuando sus compañeras lo hicieran. Solamente, sin comer, se presentaría a la primera clase de la tarde.
Alejandra comenzó de nuevo a cometer pequeñas faltas que, en principio, fueron toleradas. Al aumentar frecuencia, de nuevo se sucedieron los castigos. Herr Kauffman, irritado por lo que consideraba un retroceso de la niña, se aplicó a golpearla casi con saña. De cada castigo, ella salía acariciando sus nalgas de un subido color rojo. Un hecho curioso comenzó a manifestarse en ella. No se lo explicaba, pero aquellos azotes le producían un placer inexplicable. Ignoraba que lo producía; solo sabía que ocurría.
Con la confianza que le unía a Anita despues de tanto tiempo, la hizo confidencia de lo que sucedía en su cuerpo como consecuencia del castigo y se encontró con la sorpresa de que no era la única que tenía esos sentimientos, esas sensaciones: ella misma sentía lo mismo cuando era azotada y sabía por otras chicas, que otro tanto les pasaba a ellas.
Recordaba que, en cierta ocasión en que sus faltas fueron especialmente graves, el propio director, ante la presencia de todas las alumnas, en el gimnasio, azotó sus nalgas con una fusta durante varios minutos estando éstas expuestas a las miradas del resto sin ropa alguna que las cubriera. Aquello, que no se repitió nunca más, la excitó sobremanera. Saberse observada por sus compañeras le hizo sentir espasmos de placer incontrolable. Ahora que había pasado algún tiempo, todavía sentía las mismas sensaciones al recordarlo.
En la actualidad, era consciente de que cometía diabluras y tropelías con la intención de que el castigo cayera sobre ella, lo que ocurría con bastante frecuencia.
Los domingos eran días especiales en los cuales, reuniendo a todas las jóvenes en el gimnasio, se castigaba públicamente a aquellas que, durante la semana, habían cometido faltas dignas de ser castigadas. Una a una, las infractoras eran llamadas al centro de la instalación y, allí, en presencia de todos, sufría un largo castigo. Dependiendo de la falta, era azotada con uno u otro instrumento. Un domingo en concreto, una alta y sólida
muchacha rubia de largas trenzas llamada Sonia, fue despojada de su ropa interior y atada a un potro colocado en el centro. El director asumió la responsabilidad de azotarla. Comenzó usando una larga y ancha correa de cuero negro. Al resto de las chicas, se les ordenó que, a coro, contaran en voz alta el número de golpes. Tímidamente al principio, las niñas, casi en voz baja, hicieron lo que se les ordenaba. Se les conminó a que corearan los golpes en voz alta y así lo hicieron por el temor a ser castigadas ellas mismas.
catorce, quince, dieciséis, contaban. La cuenta de los correazos no terminó hasta llegar a los sesenta. El director, concedió a Sonia un breve descanso. Pasados unos minutos, armado de unas largas tiras de cuero adheridas a un mango de madera, se acercó a la indefensa muchacha y lo abatió sobre sus nalgas:
seis, siete, ocho corearon las alumnas. Sonia saltaba de un lado a otro tratando de esquivar el castigo. Sus nalgas mostraban los efectos de los azotes; el color era de un rojo intenso; se notaban los efectos del nuevo instrumento. Innumerables rayas se marcaban en su piel. Cuando la cuenta llegó a cincuenta, el director ordenó que fuera desatada. Ella se vistió como pudo y regresó al círculo de sus compañeras con paso inseguro.
Una tras otra, seis chicas fuero llamadas al centro del gimnasio . Más o menos azotes fueron impartidos dependiendo del tipo de la falta cometida. Así transcurrió la mañana del domingo, uno más de los habituales.
Se estaba acercando el tiempo de las vacaciones cuando Alejandra cejó en su conducta rebelde ajustándose algo más a las normas impuestas. No obstante y debido a su fama y a alguna actitud poco recomendable que aún tenía, su cuerpo, sus nalgas, recibían las caricias de algún castigo. Cuando era castigada injustificadamente, por equivocación, su espíritu se rebelaba y, pese a sus protestas, los azotes de Herr Kauffman mordían su cuerpo sin la menor consideración.
Llegaron las vacaciones y Alejandra regresó al hogar paterno. Su padre la recibió con un gran abrazo al que ella respondió apoyando la cabeza sobre su pecho y asomando unas lágrimas a sus ojos.
Durante un tiempo, ella se comportó debidamente con la evidente satisfacción de su padre. Solo fue un espejismo. Más pronto que tarde, volvió a mostrarse como la niña voluntariosa y desobediente que era en el pasado.
Puesto al corriente por el director del colegio de los métodos que allí se utilizaban con éxito, el padre de Alejandra optó por emplearlos y no paró de castigarla hasta que, al cabo de unos días, ella abdicó de su comportamiento.
Pasó otro año más en el colegio hasta cumplir los 18. Con alguna variante fue una repetición del anterior. De tiempo en tiempo, seguía siendo castigada, en privado o en público. Sus nalgas se habían acostumbrado a los azotes y los resistía con entereza e incluso, con cierto gusto.
A su salida del colegio y pasado cierto tiempo en que no recibía castigo alguno, sintió la necesidad de buscarlos. ¿Cómo conseguirlo? Esto, en todo caso, será motivo para otra narración.
FIN
Huérfana de madre, Alejandra campaba por sus respetos sin hacer caso a nadie, rebelándose, embrollando, creando problemas por donde quiera que fuera.
En el momento que comienza ésta historia, Alejandra contaba con 16 años: bellísima, con expresivos ojos verdes y figura digna de ser inmortalizada por algún artista de renombre. Su carácter irascible y díscolo le granjeaba las antipatías de aquellos que la trataban. Su padre, diplomático en ejercicio, dejaba la educación de la adolescente en manos de criados y educadores: la pérdida de su esposa le había sumido en un estado de gran tristeza y, para colmo, su trabajo le impedía prestar la debida atención a la niña.
A sus 16 años, Alejandra había pasado por cinco colegios de los cuales, sistemáticamente, fue expulsada por una o varias razones. Faltaba a clase cuando le parecía , sembraba la discordia entre sus compañeras y no pasaba día sin que cometiera alguna fechoría. El vaso de sus diabluras se llenó de tal manera que acabó derramándose. El detonante que colmó la paciencia de sus profesores en el último colegio, fue que la encontraron en actitudes poco edificantes con el jardinero bastante ligera de ropa . En la carta que enviaron a su padre decían que, con todo el dolor de su corazón, se veían en el triste deber de expulsarla.
Al enterarse de lo sucedido, su padre quedó sumido en una gran tristeza y vergüenza. Fue consciente de que tenía que actuar drásticamente con su hija. Barajó varias posibilidades y optó por una de ellas. Había recabado información sobre instituciones especializadas en la educación de chicas que se hallaban en semejante situación a la de su hija. Se decidió por una situada cerca de la ciudad alemana de Frankfurt. Se trataba de un colegio privado y muy caro, donde las jóvenes vivían en régimen deinternado todo el año excepto un mes de vacaciones en verano.
Sin más dilación, acompañado por la niña, se presentó en el colegio tras un largo viaje. Las protestas de ella, su rebeldía, sus negativas, no hicieron vacilar su decisión.
Habló con el director, hombre de unos cincuenta años de gesto severo, de quién se desprendía un halo de gran autoridad y le puso al corriente de la situación de Alejandra. Él, después de escucharle pacientemente, le dijo que no se preocupara de nada; el colegio tenía una larga tradición atendiendo y solucionando casos como el de ella, e incluso peores, con brillantes resultados. Una única observación: debería dejar en sus manos la educación y el trato que dieran a la jovencita sin interferencia alguna del exterior; ni padres, ni familiares ni persona alguna deberían interponerse entre el colegio y la niña. Era ésta una condición indispensable: debería confiar en el colegio y sus métodos. Así lo acepto y firmó el desesperado diplomático. Allí dejó a su hija de quién se despidió brevemente escuchando toda clase de invectivas que salían de su boca.
Cuando se marchó, el director salió al pasillo donde se encontraba Alejandra y le ordenó que le siguiera. En vista de su negativa, él tomó un silbato que colgaba de su cuello y lo hizo sonar. A los pocos segundos aparecieron dos hombres con uniforme quienes, sin dar explicaciones a la joven, la tomaron de los brazos y, en volandas, siguieron al director hasta una habitación del piso alto, donde, a la fuerza, introdujeron a Alejandra cerrando después la puerta con llave. Ésta se encontró en una habitación acolchada desprovista de muebles cuya única luz provenía de una alta ventana enrejada. Pataleó, gritó, insultó con su peor vocabulario a todo y a todos y, al comprobar que de nada le servía todo eso, al cabo de un rato, se tumbó en el mullido suelo abatida, irritada y con cierto temor por lo que pudiera ocurrir en el Futuro.
Pasaron varias horas hasta que la puerta se abrió dando paso a un hombre moreno de mediana estatura que la conminó a acompañarle al comedor donde sería presentada a sus nuevas compañeras. Por toda respuesta, Alejandra le lanzó una patada que él esquivó sin gran esfuerzo. Ante esto, el hombre (su tutor según se sabría después), llamó a los dos hombres que había quedado tras de él y les ordenó algo en voz baja. Éstos, sujetaron a la niña y, en volandas como la vez anterior, la introdujeron en otra habitación en la que se encontraban extraños muebles: un caballo de gimnasia, una escalera anclada a la pared, una gran mesa de roble, varias sillas de sólido aspecto A una orden del tutor, los dos hombres ataron las manos de Alejandra a la escalera estirando sus brazos por encima de la cabeza. Ella pataleaba, insultaba, se debatía inútilmente pero asustada por la situación. No tardó mucho en saber lo que se le avecinaba: con una regla de madera en la mano, el tutor, Herr Kauffman, comenzó a azotarla sin descanso ni piedad alguna mientras la niña no dejaba de gritar y quejarse, amenazar e insultar a su verdugo quién, pese a sus protestas, seguía azotando sin hacerle caso. Al cabo de un rato, el tutor preguntó a Alejandra si estaba dispuesta a cumplir la orden de ir al comedor. La respuesta fue un aluvión de insultos y palabras soeces. De nuevo, él se aplicó en la tarea de sacudirle nuevos reglazos. Pasaron varios minutos antes de
que, dolorida como estaba, cesara en sus insultos y suplicara que terminara el castigo. A la pregunta de que si accedería a obedecer, contestó que sí con un hilo de voz.
Soltaron sus ataduras y la acompañaron hasta el comedor donde se encontraban reunidas unas cincuenta muchachas de distintas edades, ninguna mayor de 17 años. La presentaron como una nueva alumna y le indicaron una silla vacía donde se sentó a comer para saciar el apetito que la devoraba después de tan larga jornada sin probar bocado. Miraba hoscamente a su alrededor mientras daba cuenta de los alimentos que le habían puesto sobre la mesa. Las demás, parecían estar terminando de comer. El castigo sufrido había evitado que llegara a la hora de la comida como todas. Tanto el tutor como los otros dos hombres no le quitaban la vista de encima, vigilando sus menores movimientos.
Terminada la comida, la acompañaron a la habitación que le había sido asignada donde la dejaron no sin advertirle que no se toleraría ninguna actitud de rebeldía. Ella quedó sola unos pocos minutos hasta que entró una niña, quizás más joven que la misma Alejandra, quién le dijo que sería su compañera y se presentó con el nombre de Anita. Enfurecida como estaba, no le hizo el menor caso. Se paseaba por la habitación como un tigre enjaulado profiriendo amenazas contra los que consideraba sus raptores y también a su padre que la había dejado allí indefensa.
Llamaron para la cena y Anita le dijo que irían juntas. Hambrienta como estaba de nuevo, Alejandra no puso objeciones aunque sin abandonar su gesto adusto y malhumorado.
Después de la cena y todavía con el escozor que sentía en su culo, Alejandra y su compañera se dirigieron al dormitorio. Pasados unos minutos, Alejandra decidió escaparse de aquel lugar de la forma que fuera. Abrió la puerta y, ante su desesperación, se encontró apostado ante ella a uno de los hombres que la habían maniatado. Él la miró impasible y, con un gesto hizo que ella cerrara de nuevo la puerta. Preocupada, asustada, se dio cuenta de que no sería tarea fácil escaparse. Se acostó vestida y, durante el sueño, terribles pesadillas la invadieron haciendo que se despertara cada poco bañada en sudor.
A la mañana siguiente y siempre acompañada de Anita, se encontró en la primera clase de la mañana: se trataba de la que más odiaba ella: matemáticas. Se movía en su asiento, se levantaba y hacía toda clase de ruidos. La profesora, mujer de unos cuarenta años, rubia, sólida y de estatura más que regular, avisó suavemente a Alejandra que se comportara bien en dos ocasiones. A la tercera, utilizando el silbato que también ella llevaba colgado al cuello, hizo aparecer, como por arte de magia, a los dos hombres que ya conocía la niña. A una indicación de la profesora, éstos la sujetaron por ambos brazos y, siempre sin que los pies de ella tocaran el suelo, la llevaron de nuevo a la siniestra habitación donde había sido castigada. La tumbaron sobre el potro y ataron sus pies y sus manos a las patas del mismo. En esa posición la dejaron y abandonaron la estancia dejándola sola. Terribles escenas se desarrollaban en la imaginación de la niña.
Unos minutos más tarde, la puerta se abrió de nuevo y dio paso a su tutor quién, dirigiéndose a ella, le advirtió solemnemente que no se saldría con la suya y acabaría comportándose en debida forma. Subió sus faldas hasta la cintura dejando a la vista las braguitas de algodón blanco que formaban parte de la vestimenta reglamentaria y, provisto de la consabida regla, comenzó sin prisa pero sin pausa a descargarla sobre las infantiles nalgas. Alejandra gritaba, se retorcía, insultaba, se quejaba por los golpes. De nada le servía: el tutor seguía imperturbable estrellando la regla en ambos lados de sus nalgas coloreando su piel de un subido color granate. Él seguía el castigo sin que le importara lo más mínimo la actitud de la niña. Azotaba con precisión cada centímetro
sin variar el ritmo, la cadencia y la fuerza con que aplicaba la regla al culo de la muchacha. Después de sesenta azotes, el tutor llamo a los guardias: desataron a la niña y la condujeron de nuevo a la clase. Todas las miradas se dirigieron hacia ella, observando cada uno de sus gestos. Se sintió molesta por ser el objeto de la curiosidad de las alumnas y trató de no dejar traslucir su irritación y el dolor que sentía allí abajo. Sentóse con dificultad en su puesto, notando dolorosamente el roce de la ropa y el asiento en sus maltratadas nalgas. Se juró que aprovecharía la menor oportunidad para escaparse, aunque no sabía adonde dirigirse. Su padre no la recibiría con los brazos abiertos y, por otro lado, no tenía dinero alguno. ¿Qué hacer? Su porvenir se presentaba de lo más negro. Incierto, no: por las pruebas recibidas en tan corto espacio, el tiempo que pasara en ese lugar se le avecinaba mal para su persona y su integridad física. También contaba la humillación a que era sometida y, desgraciadamente, continuaría en adelante. Su mente se rebelaba ante la posibilidad de someterse. Recordaba las palabras de su padre; No sé que hacer contigo. Me siento incapaz de convertirte en una persona responsable y de buen carácter. Debo tomar una determinación aún en contra de mi cariño hacia ti. No te será agradable, pero necesitas adquirir una disciplina de la que careces. Lo siento.
El recuerdo de éstas palabras y la amable existencia que había perdido, hizo que a sus ojos asomaran lágrimas de tristeza.
Apenas pasaban dos jornadas sin que Alejandra fuera castigada de una u otra forma. Los días transcurrían monótonos excepto por los momentos en que era castigada. En algunas ocasiones, los castigos no eran aplicados con la regla sino con algo construido a partir de un mango de madera del que pendían varias tiras de cuero y que producían un gran escozor en sus nalgas. Muchas veces, casi todas a partir de cierto momento, el castigo lo recibía directamente sobre la piel carente de cualquier prenda. Aquello le hacía sentir infinitamente humillada sabiendo que dejaba expuestas a las miradas de sus torturadores lo más íntimo de su persona.
Pasaron algunos meses durante los cuales los castigos eran casi constantes. Su tutor había decidido ser él quién se ocupara de derrumbar las defensas de la niña. Para conseguirlo, aumentaba el número de azotes y las frases admonitorias. Mientras la castigaba, no cesaba de explicarle y advertirle que su vida sería un infierno constante si no cambiaba su actitud de rebeldía.
Alejandra, con el tiempo, se acostumbró a los castigos que ya no le parecían tan dolorosos. Incluso, en ocasiones, encontraba cierto placer en ellos. A veces, se imaginaba que quién la estaba castigando era su padre y aquello le producía unas raras sensaciones. Pensaba que, de haber recibido de su padre aquellos castigos, en la actualidad no estaría pasando por aquello. Recordaba el poco tiempo de que él disponía para atenderla y las mil y una vez que ella deseó su presencia, sus palabras, sus caricias.
Poco a poco, su actitud fue cambiando y, a medida que esto sucedía, los castigos se espaciaban. Llegó a hacerse tan responsable y dócil que durante, algún tiempo, dejó de recibir castigo alguno.
Curiosamente, cuando llevaba un mes sin recibir ningún castigo, Alejandra se sintió como abandonada, sola, sin nadie que se ocupara de ella excepto como al resto de sus compañeras. Ellas, de tiempo en tiempo, también eran llamadas a capítulo y recibían sus correspondientes zurras. Era la moneda corriente en aquél lugar. Los castigos se sucedían con frecuencia teniendo como protagonista a una u otra alumna. La misma Anita, su compañera, había recibido numerosas azotainas por su mal comportamiento.
Un acontecimiento vino a cambiar la situación de su incipiente docilidad: durante la clase de dibujo, una compañera tiró una bolita de papel al profesor. Cuando éste se volvió, sus miradas se dirigieron hacia Alejandra acusándola del hecho. Ésta se irritó y, levantando la voz más de lo necesario, se defendió de la acusación negándola. De nada le sirvió: se le ordenó presentarse en el despacho de su tutor para que él tomara la decisión que considerara conveniente. Herr Kauffman, con el gesto fruncido, escuchó las alegaciones de la muchacha y, sin creerla por su larga trayectoria de indisciplinada, súbitamente, sin mediar palabra, la sujetó de un brazo y colocó su cuerpo tendido sobre la gran mesa de roble del despacho, dejando que colgaran sus piernas. Levantó su falda y, pese a las protestas de Alejandra, de un tirón bajó sus braguitas hasta las rodillas. Con la mano desnuda, comenzó a propinar fuertes azotes sobre sus desnudas nalgas. Indignada por la injusticia, ella no cesaba de moverse tratando de zafarse del férreo brazo con que él la mantenía sobre la mesa. Uno a uno, muchos azotes se estrellaban sobre sus carnes. El dolor y la humillación hacían que las lágrimas acudieran a sus ojos.
Gritaba y se retorcía sin conseguir el objetivo de escapara a aquella lluvia de azotes. Mientras la azotaba, Herr Kauffman no dejaba de decirle lo muy contentos que se encontraba todo el claustro con ella por los cambios observados en su conducta de los últimos tiempos y lo decepcionado que se hallaba por ésta recaída. Ella negaba toda culpa en el suceso. Sin referirse a la autora ni dar su nombre, decía que fue otra la que cometió la falta. Pese a sus protestas, el castigo continuó: más de media hora estuvo recibiendo azotes tras lo cual, el tutor con voz seca y conminatoria, le ordenó que se encerrara en su dormitorio y se quedara allí sin acudir al comedor cuando sus compañeras lo hicieran. Solamente, sin comer, se presentaría a la primera clase de la tarde.
Alejandra comenzó de nuevo a cometer pequeñas faltas que, en principio, fueron toleradas. Al aumentar frecuencia, de nuevo se sucedieron los castigos. Herr Kauffman, irritado por lo que consideraba un retroceso de la niña, se aplicó a golpearla casi con saña. De cada castigo, ella salía acariciando sus nalgas de un subido color rojo. Un hecho curioso comenzó a manifestarse en ella. No se lo explicaba, pero aquellos azotes le producían un placer inexplicable. Ignoraba que lo producía; solo sabía que ocurría.
Con la confianza que le unía a Anita despues de tanto tiempo, la hizo confidencia de lo que sucedía en su cuerpo como consecuencia del castigo y se encontró con la sorpresa de que no era la única que tenía esos sentimientos, esas sensaciones: ella misma sentía lo mismo cuando era azotada y sabía por otras chicas, que otro tanto les pasaba a ellas.
Recordaba que, en cierta ocasión en que sus faltas fueron especialmente graves, el propio director, ante la presencia de todas las alumnas, en el gimnasio, azotó sus nalgas con una fusta durante varios minutos estando éstas expuestas a las miradas del resto sin ropa alguna que las cubriera. Aquello, que no se repitió nunca más, la excitó sobremanera. Saberse observada por sus compañeras le hizo sentir espasmos de placer incontrolable. Ahora que había pasado algún tiempo, todavía sentía las mismas sensaciones al recordarlo.
En la actualidad, era consciente de que cometía diabluras y tropelías con la intención de que el castigo cayera sobre ella, lo que ocurría con bastante frecuencia.
Los domingos eran días especiales en los cuales, reuniendo a todas las jóvenes en el gimnasio, se castigaba públicamente a aquellas que, durante la semana, habían cometido faltas dignas de ser castigadas. Una a una, las infractoras eran llamadas al centro de la instalación y, allí, en presencia de todos, sufría un largo castigo. Dependiendo de la falta, era azotada con uno u otro instrumento. Un domingo en concreto, una alta y sólida
muchacha rubia de largas trenzas llamada Sonia, fue despojada de su ropa interior y atada a un potro colocado en el centro. El director asumió la responsabilidad de azotarla. Comenzó usando una larga y ancha correa de cuero negro. Al resto de las chicas, se les ordenó que, a coro, contaran en voz alta el número de golpes. Tímidamente al principio, las niñas, casi en voz baja, hicieron lo que se les ordenaba. Se les conminó a que corearan los golpes en voz alta y así lo hicieron por el temor a ser castigadas ellas mismas.
catorce, quince, dieciséis, contaban. La cuenta de los correazos no terminó hasta llegar a los sesenta. El director, concedió a Sonia un breve descanso. Pasados unos minutos, armado de unas largas tiras de cuero adheridas a un mango de madera, se acercó a la indefensa muchacha y lo abatió sobre sus nalgas:
seis, siete, ocho corearon las alumnas. Sonia saltaba de un lado a otro tratando de esquivar el castigo. Sus nalgas mostraban los efectos de los azotes; el color era de un rojo intenso; se notaban los efectos del nuevo instrumento. Innumerables rayas se marcaban en su piel. Cuando la cuenta llegó a cincuenta, el director ordenó que fuera desatada. Ella se vistió como pudo y regresó al círculo de sus compañeras con paso inseguro.
Una tras otra, seis chicas fuero llamadas al centro del gimnasio . Más o menos azotes fueron impartidos dependiendo del tipo de la falta cometida. Así transcurrió la mañana del domingo, uno más de los habituales.
Se estaba acercando el tiempo de las vacaciones cuando Alejandra cejó en su conducta rebelde ajustándose algo más a las normas impuestas. No obstante y debido a su fama y a alguna actitud poco recomendable que aún tenía, su cuerpo, sus nalgas, recibían las caricias de algún castigo. Cuando era castigada injustificadamente, por equivocación, su espíritu se rebelaba y, pese a sus protestas, los azotes de Herr Kauffman mordían su cuerpo sin la menor consideración.
Llegaron las vacaciones y Alejandra regresó al hogar paterno. Su padre la recibió con un gran abrazo al que ella respondió apoyando la cabeza sobre su pecho y asomando unas lágrimas a sus ojos.
Durante un tiempo, ella se comportó debidamente con la evidente satisfacción de su padre. Solo fue un espejismo. Más pronto que tarde, volvió a mostrarse como la niña voluntariosa y desobediente que era en el pasado.
Puesto al corriente por el director del colegio de los métodos que allí se utilizaban con éxito, el padre de Alejandra optó por emplearlos y no paró de castigarla hasta que, al cabo de unos días, ella abdicó de su comportamiento.
Pasó otro año más en el colegio hasta cumplir los 18. Con alguna variante fue una repetición del anterior. De tiempo en tiempo, seguía siendo castigada, en privado o en público. Sus nalgas se habían acostumbrado a los azotes y los resistía con entereza e incluso, con cierto gusto.
A su salida del colegio y pasado cierto tiempo en que no recibía castigo alguno, sintió la necesidad de buscarlos. ¿Cómo conseguirlo? Esto, en todo caso, será motivo para otra narración.
FIN
37 comentarios
AHORA YA ESTOY EN EL VACÃO CON LA ESPECTATIVA DE QUÃ VA PASA DEPUÃS -
Tengo mucho miedo -
Anónimo -
Carlina -
David -
Gabriela Sánchez Barrionuevo -
Ahora estoy en una horrible espera de saber si pase o no educación física, ya que por mi condición de autismo a última hora el profesor me envió un trabajo escrito, pero antes el ya me había puesto bajas notas y me tenía mala voluntad por discapacidad. Las dos últimas clases vino un profesor de reemplazo que me mando un trabajo más y me tomó un examen escrito rebuscado. Como no saque la nota mínima de aprobación que es 70/100 sino 67/100, él me tomó dos preguntas más y llegué a 69/100, pero mi padre le rogó que me suba un punto más que me faltaba para aprobar, pero el profesor le noté indeciso de si subirme o no; el anterior profesor en la mitad del ciclo me robó tres puntos, de los cuales el último profesor me devolvió 2 pero me hace falta uno más , de los 3 que me robó el otro, será que me sube o no. En realidad sigue habiendo la deuda de un punto más, Dios sabe que si robo 3 puntos el anterior profesor y el de remplazo me pagado devolviendo me 2 todavía me debe 1 más que necesito para pasar.
Ahora amanecí soñando que tenía en una mano una heridas profundas que no todas lograban cicatrizaban y algunas por no decir la mayoría de ellas se me reabrían y me volvía a sangrar.
Anónimo -
Ahora estoy en una horrible espera de saber si pase o no educación física, ya que por mi condición de autismo a última hora el profesor me envió un trabajo escrito, pero antes el ya me había puesto bajas notas y me tenía mala voluntad por discapacidad. Las dos últimas clases vino un profesor de reemplazo que me mando un trabajo más y me tomó un examen escrito rebuscado. Como no saque la nota mínima de aprobación que es 70/100 sino 67/100, él me tomó dos preguntas más y llegué a 69/100, pero mi padre le rogó que me suba un punto más que me faltaba para aprobar, pero el profesor le noté indeciso de si subirme o no; el anterior profesor en la mitad del ciclo me robó tres puntos, de los cuales el último profesor me devolvió 2 pero me hace falta uno más , de los 3 que me robó el otro, será que me sube o no. En realidad sigue habiendo la deuda de un punto más, Dios sabe que si robo 3 puntos el anterior profesor y el de remplazo me pagado devolviendo me 2 todavía me debe 1 más que necesito para pasar.
Gabriela Sánchez Barrionuevo -
Gabriela -
La verdad es que mi mamá querÃa este diagnóstico para ver si me aplazaban la aprobación de inglés en la universidad, pero como ya me voy a estudiar a distancia otra carrera con base matemática igual a la anterior, lo que ocurre es que me cambio no por la carrera sino por presiones del cene cid, van a cerrar el campus para irse al sur de la ciudad y a mi me que da muy lejos , además de que en el sur ya no van a poderme ayudar mi tutor académicamente, me voy cansar muchÃsimo y no voy a aguantar. Este cambio me desmotiva para las evaluaciones porque mi mamá me dijo que esto tenÃa un objetivo, al ya no ser asà dio que ya no le importaba para nada y que si querÃa volver para terminar el diagnóstico era ya solo por mi curiosidad y me advirtió que puede desilusionarme el diagnóstico, ya que puede ser lo que no espero.
Gabriela Sánchez -
La verdad es que mi mamá querÃa este diagnóstico para ver si me aplazaban la aprobación de inglés en la universidad, pero como ya me voy a estudiar a distancia otra carrera con base matemática igual a la anterior, lo que ocurre es que me cambio no por la carrera sino por presiones del cene cid, van a cerrar el campus para irse al sur de la ciudad y a mi me que da muy lejos , además de que en el sur ya no van a poderme ayudar mi tutor académicamente, me voy cansar muchÃsimo y no voy a aguantar. Este cambio me desmotiva para las evaluaciones porque mi mamá me dijo que esto tenÃa un objetivo, al ya no ser asà dio que ya no le importaba para nada y que si querÃa volver para terminar el diagnóstico era ya solo por mi curiosidad y me advirtió que puede desilusionarme el diagnóstico, ya que puede ser lo que no espero.
Si me voy al sur de la cuidad mi tutor ya no podrá ayudarme con las materias y también me va a venir un cansancio insoportable y eatr a kilómetros de mi casa, para cualquier sugerencia este es mi correo: gabysanchezvit@yahoo.com
Angela -
Quiza no les agrade este comentario ya que es un poco diferente de los anteriores o cosas que les hbiera gustado leer, pero son puntos de vista muy diferentes ya que la vida te hace ver las cosas de manera diferente.
Probablemente me meti en una página equivocada, tal vez porque sentà curiosidad sobre estos temas, que los encuentro con un enfoque morboso y rememorando los castigos de antaño, mezcla de ambas cosas es mi opinión.
PD: si no les gusta lo que leen aquà por favor no insultes ya que debes respetar los diferentes puntos de vista ya que habres un blog de comentarios debes respetar las diferentes opiniones, he dicho.
carolina -
saul omar león galvan -
Landy -
yolanda -
Anónimo -
Diana -
anto -
un dia mi madre me llevo al medico por un problema de garganta y dejo a mi hermano menor con un primo yo tenia 11 y el 6 .en el medico me examinaron y me recetaron unas inyecciones una por dia durante una semana. al ewcuchar eso yo me puse a llorar desesperadamente todo elcmaino a casa llore al bajar del auto mi mama me dijo
_basta ya ! son una inyecciones solamente y te las vas a poner! deja de llorar o vas a saber
Yo lloraba mas aun
_Basta Antonella basta!!!
entonces pare de llorar
al entrar vimos a mi hermnapo sobre las rodillas de mi primo aun con sus pantalos cortos color verde puestos mi madre lepregunto por que estaba mi hermano sobre las rodillas de mi primo y el le dijo que era por que primero_habia roto un florero 2_le habia contestado de muymala forma y 3_habia dicho malas palabras al hablar
mi madre se tapo la cara de verguenza y le dijo que le vaya dando su merecido mientras ella me inyectaba en ese momento partio mi llanto
_ANTONELLA DIJE BASTA! DEJ DE LLORAR NENA.despues de inyectarte le dare su merecido a cristhopher (mi hermano). y si sigues llorando a ti tambien.
cesaron los llamtos y pasaron a ser sollozos me llevo de la mano a su habitacion y me djo tumbate boca abajo en la cama y anda relajando el culete que voy preparando la inyeccion me pose muy nerviosa tenia miedo y lleore silenciosamente. yo escuchaba los gritos de cristo al ser azotado. entonces entro mi madre con la inyeccion y me dijo bien hija preparate se sento a la par mia ya que era una cama de dos plazasyo apretaba la cara contra la almohada y le pedia compacion
_Anto ya... es una inyeccion no es para tantoahora deja de patalear y relaja en culete.
me bajo el pantalon y las bargas hasta los tobillos lo que me hizo sentir panico y comenze a pataleas y gritar desesperadamente
_Hija basta ! me vas a obligar a azotarte y no me gusta pegarte
_mama es que no me gustan las inyecciones por favor no me inyectes!!!!!!!!!!!!
_vamos anto es un piquetito de abeja no duele casi nada relaja en culete
y me dio una nalgada
_owwwwwwwwwwwwwwwww
en ese momento me inyecto
ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh mamamamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa basttaaaaaaaaaa Y ME MOVI TANTO QUE ROMPI LA AGUGA E INMEDIATA MENT EME LA SACO
_MIRA ANTONELLA ME ROMPISTE LA AGUJA te preparo la otra inyeccion y cokmo te muevas o llores te doy!
se fue y volvio con otra inyeccion paso el alcohol por mi nalga y yo me di vuelta para evitar el pinchazo y me agarro me puso en sus rodillass y me pincho
_AAAAHHHHHHHHHHH MAAAAAAAAAMIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII BASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
_BUENO CALLATE!CALLATE!
_Snif, snif
en esemomento calleron nalgadas
_mira anto plaff plaf plaf te voy a enseñar PLAF,PLAF,PLAF a ser obediente te voa dar cuarenta azotes en cada nalga y si te frotas vas a conocer el cepill
PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PPLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAF,PLAS
_AAAAAAAAAA MAMI PERDON
DESWPUES DE CUARENTA Y CUARENTA ME DIJO PARA TE EN EL RINCON CON LAS MANOS EN LA NUCA HASTA QUE VALLA A VER ACRISTO . SE FUE Y CINCO MINUTOS DESPUES SE ESCUCHABA A CRISTO.
_MAMI BASTA ME DUELE ME DUELE MUCHO ALAN (PRIMO) YA E DIO DURO
MI MAMA LE DIO POR CUARENTA MINUTOS ,MAS O MENOS Y VOLVIO MEDIJO QUE ME DESNUDARA TODA DE LA CINTURA PARA ABAJO Y QUE BAJE POR SUERTE PARA MI ALAN A NO ESTABA Y CRISTO ESBA COMPLETAMENTE DESNUDO ALMENOS YAUN TENIA BLUSA MI MADRE NOS INCLINO EN EL SOFA A LOS DOS Y NOS DIO CON LA VARA A LOS DOS UNOS CUARENTA AZOTES Y DESPUES NOS DEJO EN ESA POSICION POR VEINTE MINUTOS Y NOS MANDO A DUCHAR
La verguenza de ese dia y el dolor aun de mueven en mi cabe ahora tengo 19 años y vivo sola pero aun lo recuerdo y me duele en el recuerdo algun dia cuento otra experiencia
yasmin -
yasmin -
-GUAUU HASTA QUE TE APARECES NIÑA, SE PUEDE SABER DONDE MICHI HAS ESTADO?
yo me quede muda y muerta de miedo, x q ese dia era el cumple de mi tio(su esposo) y nadie habia en la casa, asi q sabia q nadie me salvaria de esta ni siquiera mi prima, yo queria q me tragara la tierra, mi tia muy molesta me cargo y me puso sobre sus rodillas, me empezo primero pegandome con su mano encima de mi uniforme, y despues mi tia me alzo la falda y me bajo mi calsones y zasssss.....me empeso a pegar con el cinto, yo me movia y queria zafarme pero no pude ya q yo tenia 11 y 40, despues me dejo mirando a la pared x 20 min., y yo trataba de sobarme mis doloridas nalgas, hasta q aparecio y me hecho de nuevo en sus piernas, me dio 10 nalgadas mas y me puso un enema, a lo q yo detestaba, yo no aguantaba, con deseos de desechar lo q habia producido quize ir al baño, pero no me dejaron hasta despues de unos 15min., cuando vine me recosto de nuevo en su regazo y yo lloraba desconsoladamente como una niña de 1 año, y me dio con el cepillo 50 veces, me dejo mirando a la pared x 10min., y me dijo despues q me vuelva a tirar sobre su regazo.
-TIA NOOOO...NO...POR FAVOR, YA NO ME DUELE MUCHO, YA NO AGUANTO
ella sin escuchar lo q le dije me tumbo en sus piernas y me habrio mi ano y me introdujo, salsa de tabasco que era algo nadie soportaba, yo chillaba y trate de contraerme, asi que me dio 20 nalgadas mas, despues me puso un supositorio empujando adrede lo q me a habia ingerido, para provocar mas dolor despues me dejo ir al baño, y cuando regrese me tumbo de nuevo en sus piernas, yo pataleaba y me movia y me dio 30 nalgadas mas, despues me dejo mirando a la pared por 10min., y me dijo q habia terminado mi castigo, despues me abrazo y me dijo que lo habia e¿hecho x q me queria y no iba a soportar q mi malcriadez la enfronte, me hecho pomada y me dijo q me cambiara para asistir al cumple de mi tio, y cuando acabo la fiesta y regresaramos a la casa le conte todo a mi prima , que tenia 18, ella se enojo un poco y si me grito y me dio unas cuantas nalgadas por lo q ya le habia contado lo q habia pasado con mi prima x q ella tambien cree en esos castigos y me podia pegar
Edgar Antonio Valdez -
Mar♥ -
Mar♥ -
-se puede saber porque te has portado asi?
y yo le dije entrecerrando los labios y de morros
-eske....justino.. yo keria esa muñeca...
- ya, ya...tu kerias la muñeca....y x eso as montado lo k as montado??!!
-eske...
-tu crees k montar lo k has montado es de niña normal? as kerido robar encima!
- no...justino jodeer...eske uff....:( yo keria la muñeca y punto
- perdona? no puedes ir asi x la ida y menos conmigo!
-eske...:$
me puse roja agache la cabeza y me puse las manos a la espalda mientras él me hechaba la bronca
- aver mar te has portado fatal, tu ves normal k una niña de 12 años se comporte como una de 5? enserio, lo ves normal?
- SI CLARO ESKE SI TUVIERA 5 AÑOS NO ME HECHARIAS LA BRONCA
- si k t la echaria, y TU NO ME GRITAS!
se cruzo de brazos y se levanto, me miro cn sus ojazos marrones, era tan sexy *-* pero ueno...esto era serio... yo me rebote
-si anda justino eske tardabas mucho en comprarte una chaketta y me aburria y me fui
- sin pedrime permiso! me podias aver abisad, kien te dice ati k no t podrian aver secuestrado? ee?
- eske...joooooo....
me puse a dar patadas
- mar ya esta bien, tienes 12 años, comportate! eres pekeña, pero no tanto para hacer lo k estas haciendo! mar, como veo k sigues asi de tontita, olvidate de ver ahora la tele ee?
- joooo justino......nooooooooo....porfiporfiporfiiiiiiiiiii*-*
- k no mar! k conmigo no te vas a portar asi! ami las niñas malas no me gustan! lo entiendes?
me aseñalo cn el dedo
- creia k estabas madurando, pero kmo ves k aun eres pekeñita, te kedas sin tele, ala tu lo has keridoo
le sake la lengua descaradamente, me di la vuelta y dije:
- ojala fuera mas pekeña, asi no me castigarias sin tele
- aa vale, tu kieres k te trate como una niñita? pues asi te tratare!
se levanto de la silla y se acerco ami, note k mi corazon dava un salto enorme y tembalaba por dentro
-no justino... lo siento...no keria decir eso...
- nono, te tratare como una niña pekeña, tal y como te has comprtado tu en el centro comercial y aki.
me cojio de la cintura y se sento y me puso en sus rodillas, y yo le decia k lo sentia pero el hacia como si no me escuchara
- esto es lo k se les hace a las niñas pekeñas! mar las niñas muy malas no van a ninguna parte
-noooooooo:'(
me dio muchos azotes cn la mano abierta y note como cada vez me ardian muchisimo, yo lloraba mucho, cada vez mas, soltaba llorikeos y patadas y x eso justino me daba kada vez mas fuerte, me bajo los pantalones y me dio muy fuerte en mis nalgas casi desnudas, se me kedaba el culete rosa y cuando me bajo las bragas me lo fue dejando cada vez mas rojo, yo le pedia k parase y el me decia k no, me daba muy fuerte y yo
daba patadas y el me decia k no me esforzarse, k de esta no me salia, y me dio muy fuerte. me dio unos 100 azotes muy fuertes y me ayudo a levantarme:
- k ahora k? te mereces eso y mucho mas
llorikee cn las manos en las nalgas un rato y me subio la barbilla cn el dedo, y le dije k lo sentia k fui una niña muy mala... él se sentó en una silla y yo llroando me sente en sus rodillas y le dije k lo sentia, pero aunke yo driera mucha pena, el seguia enfadado y me dijo k me pusiera de cara a la paret, le ice caso y me puse de cara a la paret, él estaba realmente muy enfadado, me dijo k mirara todo el rato a la paret y k ni se me ocurriera mirar hacia atras, yo como siempre no le ice caso y uvo un momento k me gire y el me dijo:
k t e dicho mar...!
y yo volvi a mirar y aveces me giraba un poco, y entonces vi k el se lavantaba, yo mire x curiosidad y me dijo k era la ultima vez k se me ocurria mirar. no le ice caso, y volvi a mirarle. entonces él vino ami me cojio de la cintura y me doblo dejando mi culo en pompa y me dio 5 azotes muy fuertes, y otra vez empece a llorar, y asi todo el rato. hasta k uvo un momento k me dijo k ya podia moverme del sitio y me puse a su lado, él me perdono, pero me dijo k estaba muy enfadado, esa es mi historia, dolorosa pero espero k os alla gustado ;)
Mar♥ -
-jeremy te duchas tu primero y luego yo
-yo no kiero primero, mejor tu
-nono tu antes
-nooo tu
los dos eramos unos crios pekeños yo de 11 y el de 5 , yo llevava unos pantalones tejanos cortos y una camiseta rosa, y jeremy unos pantalones amarillos cortos y una camiseta roja. estuvimos mucho rato discutiendo y vino Justino a decirnos k nos decidiesemos pero no havia manera
empezamos a pelearnos, el me cojia de las coletas y yo a él lo empujaba y nos davamos patadas. Justino intentaba separarnos pero no podiamos, el no defendia a ninguno ni a su hermanito ni a su "niña consentida", todo el rato pelearnos sin parar tirandonos de los pelos, rebolcandonos x el suelo y Justino decia k parasemos ya pero no le escuchabamos, se sento en una silla cn las manos juntas esperando a k parasemos, el se sneto en una silla para esperar a k parasemos, el tenia mucha paciencia. pero llego el gran momento, de tanto pelearnos empuje a jeremy contra la paret y al estamparse muy fuerte mente contra la paret ejremy vino a mi corriendo cn lagrimas y me metio unmordisco muy grande en la mano aciendo k me slaiera sangre. Justino cojio a jeremy x los pantalones y mientras yo lloraba x mi mano , Justino le deba muy fuerte a jeremy y jeremy lloraba mucho, luego lo solto y le dijo a jeremy k se kitara ala ropa k le tocaba ducharse, pero yo no me libre. Justino me cojio de la cintura y me dio ami tambien azotes, muy pero k muy fuertes. yo le decia k havia empezado él, y él me decia k yale havia dado su merecido a su hermano, ahora me tocaba ami. despues de llorar yo mucho me solto y me dijo k me kitara la ropa, k NOS IVAMOS A DUCHAR JEREMY Y YO JUNTOS AL MISMO TIEMPO, ninguno antes k otro. Nos kitamos la ropa jeremy y yo llorando como magdalenas y al kitarnos toda la ropa pudimos experimentar k teniamos el culo super colorado. Justino nos aviso k no keria escuchar ni una keja mas, esas experiencias no me las kitare nunca de la cabeza, por k son muy dolorosas, las reucerdo como si fueran ayer.
Mar♥ -
Justino era un chico de 15 años, con una cara preciosa, piel blankita, pelo castaño claro y lo tenia de lado, ojos marrones cn miradas preciosas...el chico mas guapo que havia visto yo en mi vida. El tuvo muchas novias pero las dejaba rapido, y sabia tocar la guitarra y el piano.
yo siempre he sido rubbbia, de ojos azules, solia llevar falda casi siempre y el pelo suelto. Tenia 11 años recien cumplidos y estaba perdidamente enamorada de Justino, ademas yo era su consentida, siempre etaba con él y me tocaba canciones, tenia una voz muy preciosa. pero jamas me imagine lo que me izo.
Resulta que mis padres se tenian que ir a un sitio, y yo no tenia hermanos asi que me iva a quedar sola bastantes dias, asi que el se ofrecio a venir a verme para que iciese los deberes y que no estuviera completamente sola. Un día me quede a dormir en casa de una amiga, y no se lo avise, él se asustó muchisimo y como yo no tenia movil no me podia llamar. Y eso que vine al dia siguiente que era sabado a las 10 de la mañana, hacia mucho sol y yo venia cn mi mochila. Abri la puerta y subi al piso de arriva que havian unos cuadros que dibujaba mi padre y un sofa cn una tele, al subir estaba justino leyendo un libro. Subi con un poco de miedo, porque se me habia olvidado decirle que no iva a dormir en casa, y yo cn 11 años. Sin soltar el libro, ni levantarse, me dijo que me pusiera de cara a la paret y yo le ice caso, pero eso que le dije:
-Justino, enfadado?
él sin apartar la vista del libro dijo:
-Tu que crees
-Pero me perdonas esque no me di cuenta porque...
no me dejo terminar y me dijo:
-Shhh, callate, no tengo ganas de escuchar tus tonterias.
Él estaba muy serio, pero a la vez sexy , movia su pelo para un lado y se lo tocaba pero no apartaba la vista del libro, aveces me miraba.
yo me estaba aburriendo mirando a la paret y un poco avergonzada, y le dije:
-Justino me aburro, puedo sentarme cntigo?
-No
-Me tocas una cacion cn la guitarra?
-No
-jooooo, puedo...
-No mar, kedate hay, y no digas nada. ( me lo decia cn voz normal, sin chillar)
-joooooo joder Justino vaya mierdaa
-Shhh, mar ya esta bien
le di una patada a su guitarra y se levanto dejando el libro en la mesa, luego coji una piedra de decoracion k tenia mi madre y la tire, rompiendo uno de los cuadros k tenia mi padre, entonces Justino vino ami , con su mirada me miro como nunca nadie me abia mirado, una una mirada amenazadora, yo me asuste mucho cuando me cojio del brazo y me dirigio al armario, y alli cojio una chancla cn mucha suela.
-k aces a donde me llevas? Justino me haces pupa en el brazo
- mira mar no keria hacerlo pero tu as kerido, ya esta bien de ser una niña mimada.
no sabia a lo k se referia cn eso, pero me lo fui imaginando.
se sento en una silla y me tiro hacia sus rodillas.
-Justino no porfavor.
me miro cn la mirada de amaneza y no me dijo nada.
cojio la chancla y empezo a darme azotes, cada vez me daba mas fuerte y se notaba, cn esa suela me picaba en las nalgas y cuando yo keria hablar me dba mas fuerte. Me dolian , pero no lloré, me kede un rato en sus rodillas y finalmente me levanté, aunke me dolian bastante, luego me tiro del brazo al sofa y me agarre a la parte de arriva, cojio su cinturon ( k era de marca, toda la ropa y todo lo k el llevava era de marca siempre) y empezó a darme, no me bajo la falda ni las bragas pero me dolia bastante. Me daba y me dolia y haveces gritaba yo un poco pork me dolia, se me escapo alguna lagrima pero no lloré del todo. Justino me miro cn sus ojazos marrones, y no me decia nada, se hacercaba ami y se ponia las manos en la cintura como en tetera. Finalmente me cojio y se volvio a sentar en la silla, esta vez me subio la falda y me bajó las bragas, me dio azotes esta vez cn la mano, no me imagine k me doliera mas cn la mano k cn el cinturon, cn el conturon no me dio muy fuerte porque sabe k me podia romper el culo, cn la chancla me daba fuerte pero no muy rapido, aunke dolia igualmente, pero cn la mano abierta me empezo a dar azotes y cn su fuerza me hacia mucho mas daño, yo esta vez llore y mucho, porque él no paraba, yo no le decia nada porque sabia muy bien k no me hablaria. me daba muy fuerte y esta vez las nalgas se me ponian super coloradas, mas k cn la chancla y el cinturon ( pero eske esta vez no tenia ni falda ni bragas) me daba muy fuerte, pero k muy ferte y empece a llorar mucho, me agarre a su pierna y mis ojos estaban llenos de lagrimas, y cada vez k me daba me temblaba todo el cuerpo, jamas me imagine k Justino tenia tantisima fuerza, me dejo la marca de su mano puesta, se veia todo mi culete rosado y una mano en cada nalga. Cuando me dio unos 200 azotes ( sin exagerar) me dejo un rato en sus rodillas y yo lloraba y me dijo entonces:
- La proxima vez te acordaras de k tienes k avisar antes de irte a ningun lado y mas a dormir a otra casa.Mar, te lo mereces.
y me dio un azotes muy fuerte el mas fuerte de todos lo k me abia dado este era exajeradamente fuerte.
empece a llorar y a decirle k lo sentia, yo estaba enamorada de él pero me daba mucha verguenza estar cn el culo muy rojo en cima de sus rodillas, me ayudo a levantarme y cuando yo me subia las bragas y me ponia bien la falda llorando, mas k nunca, me dio un abrazo muy cariñoso, y un beso en la mejilla, y me acariziaba el pelo, y me hablaba:
-No vuelvas ha ahcer estas cosas vale? venga k me tenias muy preocupado, yo te kiero chikitina no dejaria k te pasara nada, eres la unia prima k tengo. pero la proxima vez piensatelo dos veces por te dare mas fuerte si vuelva a pasar. y yo me asuste y llore xq me dolia muchisimo y me abrazo nuevamente.
Me sente en el sofa cn él y vimos un poco la tele, el me cojio en brazos en el sofa y me miraba y me sonreia, pero ami se me caian las lagrimas, y de vez en cuando volvia a llorar x me dolian muchisimo y em me abrazo y me puso su mano en mi barriguita, tenia una mano muy bonita, era blankita no mucho, cn unas uñas perfectas y muy bonitas las manos pero muy pero k muy fuertes. Me kede dormida y el una manta sobre mi.
ahora tengo 20 años y aun recuerdo akello, creo k aun tengo la amrca y me duele solo de pensarlo, desde ese dia tuve mas cuidado cn mis formas de contestas y de no abisar. Ahora se como se sentia una guitarra sobre sus rodillas. espero k os aya gustado :)
ernesto -
ernesto -
Amor -
Estáis muy mal para no ver que lo que querían en esa niña era una animal. La obediencia tiene que ser inteligente. Sois muchos de los comentaristas como animales que creéis que la disciplina es no tener corazón ni razón. Y lejos de eso. La disciplina es consecuencia del amor y las relaciones con los hijos deben ser con paciencia y cada día siendo único. No pensando que es un rollo tener un hijo si no hace lo que tu quieras. Dios nos ha creado libres. Injusto y malicioso, eso narrado es para llevar a la cárcel a todos los adultos incluido el padre
pau -
Edi -
Buen relato Jano, ojalá vuelvas a hacer luego uno F/f.
ernesto -
Ivan -
Matricula de Honor
aneley -
LANDY -
hernan -
Pit -
aneley -