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Relatos de azotes

Yo soy el que manda, ella me gobierna

Autora: Brujamestiza 

 

No sé por qué, pero me encanta castigarla, será esa sensación de ser más poderoso que ella que alimenta a mi estúpido y primigenio instinto de macho, o el sentirla totalmente entregada a mí, confiada de que todo estará bien y que nunca  le haré daño real. La veo vulnerable, asustada y suplicante y eso me enloquece… precisamente por la misma razón que me seduce verla fuera de la intimidad, con su seguridad de mujer profesionista, ejecutiva de alto nivel dando órdenes a sus subalternos, organizando el rumbo de su empresa y tomando decisiones sustanciales. Pero cuando estamos solos, se transforma en una pequeña asustada, obediente de mis órdenes y dispuesta a satisfacer mis más extravagantes caprichos.

Me encanta verla como ahora, me da la espalda porque tiene la cara clavada en el rincón de la recámara. Sus nalgas, enrojecidas por el castigo, se exhiben desnudas para mí. Y llora en silencio, adolorida y cansada por el severo castigo, mientras yo me deleito con la imagen de una mujer que solo en mis manos es dócil, con la visión de su cuerpo –para mí maravilloso- que tiembla agitado por los sollozos.

Me enloquecen sus ojos suplicantes que me piden en silencio que no la castigue, cuando sabe que lo haré. Que soy una bestia inflexible y que cada una de sus faltas, por más minúsculas que sean, deben ser castigadas. Y a veces se rebela tímidamente y me reprocha mi severidad, pero se deja hacer. Podría evitarlo. Lo sé. Podría huir de mí, pues nada la retiene a mi lado y yo no le hago falta. Pero prefiere estar conmigo. Será que ella también disfruta los castigos. Al menos eso me dicen sus gemidos que a veces dejan de ser lamentos de dolor para convertirse en aullidos de placer. Eso me hace entender cuando, después del castigo, me posee con una pasión que antes de tenerla a ella, me era desconocida. Será, quizá, que ella también me ama.

Y la adoro cuando me confiesa, en un murmullo tímido, que ha cometido una falta, sabiendo lo que le espera y suplicando que no la castigue. Y la adoro igual cuando, ante un reclamo mío, ante el regaño, su sonrisa deliciosa se retuerce en un mohín de rebeldía, y niega ser responsable de su falta. Y entonces juega a resistirse, grita y patalea mientras la llevo a la recámara y la obligo a tenderse en mis rodillas, asegura que no ha sido su culpa, que el castigo es injusto y que soy arbitrario. Pero entonces, ante el dolor de las palmadas sobre sus nalgas desnudas, confiesa ser culpable y suplica el perdón.

No. No la perdono. No hasta que el castigo haya sido administrado. Diez, veinte, cincuenta azotes. Sus nalgas enrojecen, sus ojos destilan lágrimas saladas y su cuerpo se humedece excitado por el castigo. La envío a su rincón unos minutos y continúo con el regaño, mientras ella solloza y se retuerce avergonzada de estar ahí, sosteniendo su falda sobre su cintura, con las bragas a medio muslo, exhibiendo sus preciosas nalgas recién castigadas. Después, el castigo se reinicia. La coloco sobre la cama, las nalgas en alto y sacó el cinturón de las presillas haciendo suficiente ruido, ese ruido que la estremece y la excita.

 

Con el cinturón, no, por favor. Me dice en un gemido. Siempre lo dice y sabe que es infructuoso, que cualquier ruego es infructuoso. Veinte, treinta, cuarenta azotes son suficientes. ¡Cómo me excita oírla llorar! Y asegurar que no lo volverá a hacer, que se portará bien… sé que miente. Y ella también lo sabe. Creo que prueba hasta dónde puede llegar, aunque nunca ha llegado lejos.

Otro rato en el rincón. Esta vez de rodillas, o sentada en un banco alto con las nalgas desnudas. Eso la avergüenza mucho y la excita más.

Me encanta colocarla en mis rodillas, o hacerla inclinarse sobre la mesa y levantar su falda para luego deslizar lentamente sus bragas hasta medio muslo. Es un momento mágico. La siento estremecerse y luego la observo un largo rato, mientras ella teme y desea que el castigo se inicie. La acaricio suavemente y después comienzo. La primera palmada sobre su piel tibia me enloquece, ese primer gemido de dolor, la marca carmín de mi mano en sus nalgas... me invitan a continuar apasionado lo que inicié.

 

No hay mayor intimidad que aquella que existe sin ser sospechada. La magia del secreto de lo que sucede tras la puerta, algo que nadie imaginaría. Sólo ella y yo. Y sus nalgas enrojecidas diariamente bajo la amorosa tiranía de mi mano que la adora.

 

Y confieso que aunque yo soy el que manda, ella es quien me gobierna. 

4 comentarios

Pisciciana -

Que relato mas exitante ... imposible pasar por alto ... exquisito placer debe sentir este hombre al dar unas buenas nalgadas y azotes a su mujer como castigandola por sus errores... mezcla de macho padre y castigador apasionado ... y envidiable placer el de aquella mujer que se entrega desnudando completamente sus nalgas a esta sesion de enrojesedoras y ardientes nalgadas... y buscados azotes de exquisito sonido al golperlas que prepararan un humedo camino a ese encuentro de ambos cuerpo...
Sueño con este erotico momento y con ese macho que me de toda la ternura y respeto ... pero dentro de la alcoba desate con severidad de sobre mis nalgas, dejando como marca sus fuertes msnos dibujadas con rojo ... y diera rienda suelta a sus esttrmededores azotes marcando mis nalgas mientras le pido perdon... para que terminase luego dandome de el todo lo que brotase de su cuerpo sobre las mismas ....

Jina -

no puedo creer lo que leo, malditos perros. MUERANSE!!!

marvin -

te felisito es muy exitante imajinarmela con las las nalgas rojas cuando quieras te puedo ayudar a nalgiarla

Jano -

Bravo, mi Bruhi!!
Me encantan tus confesiones de parte.
Siotuaciones como las descritas en tu magnífico relato,--fantástico como todos los tuyos--, las vivo constantemente, aunque no creo ser el único y son muy excitantes. Protagonizar semejantes escenas con la compañía inestimable de ella, castigarla por lo más nimio e, incluso, si no hay algo punible, es un placer solo compartido por los dioses del Olimpo (Si es que les gusta el spank.jajaja)
Espero que todos y todas te admiren como lo hago yo.