Una tarde diferente
A mí nunca me habían azotado. La verdad es que ni se me había pasado por la mente que algo así pudiera ocurrir, hasta hace dos años.
Llevaba un tiempo separada, sin saber ni querer saber nada de relaciones, pero conocí a un hombre por el que me sentía muy atraída y, aunque estaba casado, iniciamos un romance divertido y gratificante a todos los niveles. Teníamos buen sexo, nos reíamos muchísimo y, aunque sus circunstancias personales nos obligaban a vernos a escondidas, en el campo, en el coche, hoteles... en líneas generales, todo iba fenomenal.
A veces discutíamos por pequeñas cosas, (nada de importancia), pero los enfados nos duraban el tiempo justo para querer reconciliarnos. Las reconciliaciones son geniales. Sin embargo, hubo una discusión diferente, muy dura. Si os digo la verdad, ni recuerdo la razón.
Fui a su local (tenía una tienda de ropa) empezamos a hablar y de repente todo se fue torciendo hasta que terminamos tan enfadados, que le dejé con la palabra en la boca y me dirigí a la puerta. Me dijo que volviese, que no habíamos terminado de hablar, le dije que no me daba la gana y que me iba, pero no me dejó. Sentí su mano grande y fuerte en mi brazo. Después de cerrar con llave la tienda, me arrastró literalmente hasta la trastienda, se sentó en una silla y me puso sobre sus rodillas. Yo estaba aturdida... Todo iba rapidísimo. Me levantó la falda hasta la cintura, me bajó las bragas y comenzó a azotarme con su mano gigante y potente con tanta fuerza, que creía que me iba a desmayar.
¡Madre mía! Qué cosas le dije. Chillaba y pataleaba para que me soltase, pero él me sujetaba firmemente con un brazo y con la otra mano seguía golpeando mis nalgas mientras me decía que me estuviese quieta. Me ardía el trasero y estaba furiosa, pero me di cuenta de que también estaba excitada. Él también lo notó. Me tocó y al ver que estaba completamente mojada, dejó de azotarme, me incorporó y me quitó la camiseta y el sujetador.
-¿Te excita el dolor?
Yo no contesté. Me daba muchísima vergüenza aquella situación tan rara. Entonces me pellizcó con fuerza los pezones.
Nunca lo había hecho tan bruscamente. Siempre me había besado los pechos con dulzura pero realmente aquella tarde estaba llena de novedades. Volvió a hacerlo. Retorció mis pezones, los estiró, apretó mis pechos hasta hacerme llorar. Lamió mis lágrimas y siguió pellizcando hasta que empecé a sentir un placer tan extraño e intenso, que me rendí a sus maniobras.
Salimos de la trastienda, me inclinó sobre el mostrador, con el culo en pompa y comenzó a azotarme de nuevo con una mano mientras pellizcaba mis pezones con la otra. Veíamos a la gente pasar por la calle y aunque dentro estaba todo oscuro y no nos veía nadie, daba la sensación de que teníamos público para aquella sesión de sexo tan peculiar. Me dijo que me inclinara más y que me masturbara. Yo creía que iba a reventar de placer, pero aun quedaba la puntilla. En aquella posición en la que estábamos, él detrás de mí, yo completamente expuesta y sometida, se bajó los pantalones y me penetró por detrás con todas sus fuerzas.
Estábamos en otro grado de conciencia, como en un torbellino de sensaciones tremendas que no te dejan parar y que te obligan a querer más y más, hasta que te desmadejas. Así acabamos los dos... Completamente desmadejados, jadeantes y agotados.
Era tarde. Me iba a lavar y a vestir para volver a casa pero él hizo algo sorprendente. Guardó mi ropa en una bolsa. Solo me dejó las medias y las botas puestas. No me dejó ir al baño. Tomó mi abrigo, cogió unas tijeras y le cortó los bolsillos sonriendo maliciosamente.
Yo no entendía nada. Luego me lo tendió y me ayudó a ponérmelo sin nada debajo. Él se vistió, se puso su cazadora, cogió la bolsa con mi ropa y me indicó que saliésemos a la calle así. Me quería morir. En contra de lo que yo creía, no subimos a su coche para ir a casa.
Así como estaba, desnuda bajo el abrigo, me invitó a tomar algo en el café moro de la esquina, lleno de hombres hasta arriba. Me daba la sensación de que todo el mundo me miraba. Pasamos al fondo, justo a la esquina de la barra. Metió su mano en mi bolsillo cortado y empezó a tocarme. La humedad me invadía. Luego pasó su mano sobre mi nalga colorada y ardiente y la pellizcó. Yo tenía que disimular mientras me tomaba el café.
Volvió a poner su mano entre mis piernas, a acariciarme distraídamente. Yo apretaba las rodillas. "Abre". Fue un susurro, pero era una orden. Obedecí. Delante de todos aquellos hombres, sin que ellos se diesen cuenta, tuve un orgasmo brutal, silencioso y excitante, sabiéndome como me sabía completamente desnuda bajo aquel abrigo que no tenía más sujeción que un cinturón anudado. Pagamos y me llevó a casa.
-Ven así a la tienda mañana, sin ropa bajo el abrigo. Te devolveré la tuya. Cuando llegues, pasa directamente a la trastienda. Te estaré esperando en la silla. No digas nada. Solo inclínate sobre mis rodillas para recibir lo que te mereces.
Lo hice... Y desde ese día, durante los dos años siguientes, me convertí en su esclava sexual, en su spankee particular. Nada le negué. Cada cosa que me sugirió, que me pidió, que me ordenó, la cumplí con diligencia suprema. Eso no me libró de las nalgadas. Tampoco pretendía librarme de ellas. Eran parte de mi placer privado.
Hace un par de meses que la relación terminó. Extraño todo lo que hacía con él, la sumisión, la entrega, el placer del dolor... Sin duda, aquella tarde peculiar, él abrió para mí, caminos extraordinarios.
-FIN-
6 comentarios
juan gil -
juan -
Albertino Bonito -
Me encanta ser azotado con mucho romance.
Escribeme
albertinobonito@yahoo.com
cars -
Sadoteca -
Saludos
Cande
Jordi M. Novas -