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Relatos de azotes

EL FANTASMA DE LOS CASTIGOS

AUTOR: JANO

El fantasma de los castigos, el dulce fantasma de los castigos habían poblado su mente desde la más tierna adolescencia. Se trataba de algo abstracto, sin rostro ni dimensión.
El simple pensamiento de estar siendo castigada alteraba su ritmo cardiaco; notaba batir su corazón a galope tendido. Buscaba con ansia novelas, libros especializados,comics, cualquier cosa que se refiriera a muchachas sometidas, azotadas, atadas y humilladas ; todo aquello que alimentara sus fantasías.

Ahora, ya mujer de 22 años, realizada profesionalmente, ejecutiva de éxito se sentía vacía. Alejada de su entorno familiar por el trabajo, la vida quedaba circunscrita a él. Su única compañía eran las docenas de publicaciones sobre castigos que atesoraba en su piso de la gran ciudad. Acudía a ellas con frecuencia liberando sus fantasías en las imágenes y palabras que encontraba.

Con demasiada frecuencia se encontraba rara, diferente al resto de la humanidad, enferma de la mente tal como había leído en algunas publicaciones; aberración, desvío de la norma, filia morbosa y cosas por el estilo vertidas por personalidades del mundo de la psiquiatría y la sociología. Pese a todo eso, su mente no cesaba de albergar imágenes de castigos ajenos y propios en los que siempre era ella, Sonia, la protagonista.

Accidentalmente, entrando en internet, se le ocurrió buscar con la palabra “azote”. Esta simple palabra , condujo a Sonia a un mundo que le descubrió que no estaba sola; que había un sinnúmero de personas que sentían como ella, que hablaban de sus deseos, de sus gustos con entera libertad, sin tapujos ni tabúes. Se suscribió a varios grupos afines a ella y leyó ávidamente todo lo que en ellos se decía; experiencias ajenas que se asemejaban a lo que ella deseaba íntimamente.

Durante un tiempo fue espectadora pasiva hasta que, en cierto momento, se armó de valor y se lanzó a la aventura de participar, de contar sus necesidades, de buscar una compañía que satisficiera sus deseos. No fue fácil, pero al fin, tras infructuosos intentos, conoció a alguien que hizo latir su corazón y la colmó de esperanzas. Despues de muchas y largas conversaciones, decidieron trasladar a la vida real lo que a través de las palabras se había ido comunicando.

La timidez, el temor a no corresponder a las expectativas de él, el salto al vacío que suponía aquella nueva situación de conocerse en la realidad, no le permitieron dormir la noche anterior a la cita, tal era la excitación que sentía.

A la hora y lugar concertados, después de esmerarse en su atuendo y su aspecto, Sonia acudió a la cita. El que encontró esperándola sobrepasaba todas sus expectativas. No era joven, pero sí muy atractivo y con un halo de seguridad en sí mismo que la atrajo inmediatamente. Temblándole las piernas por un cúmulo de sensaciones encontradas, se acercó a él. El hombre, ceremonioso, le tendió la mano que ella estrechó. La calidez de aquella mano hizo que Sonia se estremeciera de los pies a la cabeza.

Pasaron horas hablando, puntualizando, acercando posturas y opiniones sobre lo que les había hecho encontrarse. A medida que pasaba el tiempo, la conversación se hizo más distendida, más íntima. El había tenido en el pasado una relación que se rompió con el tiempo en la qué su pareja consentía en los castigos de tarde en tarde y que, aunque los disfrutaba no eran lo bastante frecuentes. Ese factor y otros fue lo que hizo fracasar la relación. Ahora intentaba recomenzar su vida y esperaba que ésta fuera con Sonia.

Pasaron algunas semanas de encuentros y cambio de pareceres, conociéndose, acercándose más y más el uno al otro.

Ella acepto verse en privado con él; probar en la realidad lo que había deseado desde largo tiempo atrás: constatar si lo que habían sido solo deseos y fantasías se plasmaba en la realidad de los hechos.

Tuvieron su encuentro en un escondido hotel de las afueras rodeado de bungaloes alejados los unos de los otros por una distancia que permitía la mayor privacidad.

Con cierto temor, Sonia se dejó llevar por su acompañante. Pese a sus temores, el amor y la confianza que en ella se habían instalado por él, hicieron que se arriesgara a tener una experiencia real.

Consciente de los temores de ella, él, con sumo cuidado fue introduciéndola en la situación. Comenzó abrazándola, besándola con mimo, hablando con un tono de voz que intentaba transmitirle confianza. Paso a paso fue acercándose al objetivo que allí les había llevado. Sus manos cercaron sus nalgas, insinuantes, acariciantes sobre la tela de la falda. Ella se estremecía en anticipación de lo que él le había dicho que sucedería.

Suavemente, sin prisa, con lentitud, él fue subiendo la falda y dejando al aire sus redondas nalgas. Unos suaves azotes cayeron sobre ella, así abrazados, en pie. Para Sonia fue una sensación desconocida pero agradable. Poco a poco, los azotes se hicieron más dolorosos, más frecuentes: comenzó a suponer que aquello no sería todo y no se equivocó. El se ocupó de quitarle la falda, de bajarle las blancas braguitas de algodón. Terminada ésta operación , la atrajo hacia un sillón y la colocó tumbada sobre sus rodillas. En ésta posición, comenzó a azotarla con la mano desnuda y regañándola según el libreto acordado, le advertía que estaría toda la tarde recibiendo azotes y más azotes, castigo tras castigo. Cuando hubo acabado de azotarla más de 40 veces paró por un momento para acariciarla. El contacto de aquella mano acariciante despues de los azotes, supusieron para ella un alivio instantáneo. La piel le ardía en toda la superficie de su culo y aquellas caricias mitigaban el dolor y el picor que sentía. Los deseos acumulados durante años se cumplían en éstos instantes; pese a lo humillante de la posición y los dolores que le producían los azotes, su espíritu contemplaba cómo el castigo suponía para ella un afrodisíaco y la inducía una paz y una satisfacción nunca antes sentida. Deseaba que aquello no acabara nunca y que tuviera la suficiente fortaleza para seguir disfrutando de las sensaciones maravillosas que estaba obteniendo. En ningún momento pidió que parara el castigo. Es más, quería que siguiera por mucho tiempo. Sus deseos serían colmados.

Después de un gran número de azotes con algunos descansos para acariciarla, él le ordenó que se tumbara sobre la cama. Obedeció. ¿Qué iría a suceder ahora? Le oyó trajinar en un maletín que había llevado. De él extrajo lo que parecía un utensilio para limpiar el polvo: se trataba de un grupo de unas 10 tiras de cuero de unos treinta cms adosados a un mango de madera negra. Acarició un largo tiempo con ellas sus enrojecidas nalgas. De repente, sin precio aviso, aquello impactó en su piel. Ella, su cuerpo, dio un salto en la cama. Una vez y otra, aquello caía sobre sus nalgas produciéndole una gran quemazón. Los azotes con aquel instrumento no dejaban de caer sobre ella y la obligaban a moverse desordenadamente de un lado a otro. Se quejó sin que él parara de azotarla y sin cesar de decirle que eso es lo que había estado buscando durante toda su vida y que lo iba a tener con creces. Pasado un tiempo, Sonia aceptó el nuevo castigo. Las imágenes de sus repetidas fantasías acudían a su mente mientras recibía el castigo que tantas veces había deseado sin obtenerlo. Aquella cosa caía inmisericorde sobre su piel que transmitía el dolor a su cerebro, mientras que en otro lugar de su cuerpo le producía un intenso placer.

Después de un largo tiempo azotándola, él le dio un descanso. La acarició con una gran ternura diciéndole palabras de consuelo. Aquellas caricias, eran un maná que la elevaban de la tierra. Sonia se acurrucaba sobre su pecho mientras él la acariciaba, rendida, entregada, enamorada, abierta a cualquier cosa que quisiera hacer con ella.

Más tarde, recibió la visita de una gruesa correa de cuero que marcaba alargadas señales rojas sobre su piel; otros instrumento utilizó él sobre sus nalgas: zapatilla, regla de madera. Sonia no comprendía cómo sus nalgas podías soportar tanto castigo. En ocasiones, tuvo sensaciones tan voluptuosas que creyó morir del gusto. Fue una tarde intensa en todos lo sentidos. A ésta le siguieron muchas otras. La relación entre ellos se convirtió en tan cercana , tan afectuosa que, pasado el tiempo, decidieron vivir juntos. Nunca se arrepintió de haber dado aquel lejano y maravilloso primer paso.

Los fantasmas de otro tiempo se convirtieron en una realidad cotidiana que colmaban todas sus expectativas. Tenía el hombre al que había aprendido a amar y que la correspondía y, por ende, todo aquello que había poblado de fantasías su mente durante tantos años. Jamás volvió a sentirse rara, extraña en el mundo. Se aceptó a sí misma, incluso con orgullo de ser distinta a otros.


FIN




F I N

4 comentarios

Juan -

Me gustaría encontrar una mujer así q lle gusten los azotes en las nalgas

RAVIETA -

creo que habemos muchas mujeres como tu, para mi satisfaccion me case con un hombre muy colerico (controlado) y me da tremendos castigos cada que lo amerito, esto me ayuda mucho a majarle a mi mal genio.

mauricio -

me gusta el articulo y me gusta castigar a una mujer

yolanda carvajal -

Me gusto mucho el articulo y me identifico con sonia me gusta que mis nalgas reciban fuertes castigos esto me exita y logro orgasmos prolongados