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Relatos de azotes

El cliente

Autor: riot_girl

Este relato contiene algunos datos auto-biográficos aunque tengo que remarcar que el único personaje real soy yo. Todos los demás personajes, lugares y sucesos son fruto de mi imaginación. Si alguien quiere comentar algo puede hacerlo a mi correo: riot_girl_7@yahoo.es. Espero que lo disfruteis.

Quedaba un buen trecho aún para llegar a la tienda y ya llegaba tarde. No me apresuré ni pensé en otra excusa estúpida que decirle a mi jefa. Repartía comida a domicilio para sacarme un dinero extra al mes y, la verdad, no me lo tomaba nada en serio. Entré a trabajar porque dos de mis amigas también estaban allí y eso me permitía poder verlas un ratito al día. Mi jefa sabía de sobras que jamás daría el cien por cien ya que por las mañanas trabajaba en una fundación donde me ganaba bastante bien la vida. Tampoco le importaba demasiado porque en el turno en el que estaba yo no había mucha faena.
Entré por la puerta de reparto sigilosamente y me fui derecha al vestuario. Me cambié la falda y la camisa por el uniforme compuesto de pantalón de algodón azul marino y polo rojo. Cuando salía me di de bruces con mi jefa.

-¿Tu sabes qué hora es? Hace diez minutos que deberías estar aquí con la moto a punto para repartir.

-Los siento, de verdad. No he podido llegar antes. Te prometo que en el primer pedido me paro en una tienda y te traigo un cruasán de chocolate - este era un truco que nunca me fallaba, tenía a media plantilla sobornada a base de cruasanes y bollicaos que compraba entre viajes.

-...Bueno, pero que no se repita. Y haz el favor de ponerte el polo por dentro de los pantalones y de traer vaqueros como todo el mundo, que no vienes aquí a estar guapa.

Fui a por la moto mientras mi jefa me seguía con la mirada.

Esa noche había poca faena y en una hora todavía no había salido a llevar ningún pedido. Estaba de charla con mis amigas mientras íbamos cargando el lavaplatos y las cámaras cuando oí a mi jefa alzar la voz por encima de nuestras risas:

-Sale calle Escudellers, ¿a quién le toca?

Yo seguía haciendo tonterías y bromas mientras mi jefa volvía a preguntar de quién era el turno de salir. Al final, supuso que sería yo. Noté como me agarraban de un brazo haciéndome girar en redondo:

-Niña, ¿estás sorda o qué? Sale un pedido para ti. No se que te pasa hoy pero estas atontada. A ver si te voy a tener que dar unos azotes para que me prestes atención - mientras decía esto oí perfectamente como los de la cocina se reían. Eso me hizo enrojecer hasta las orejas.

-Ya voy, ya voy.

Leí el pedido a toda prisa para ver lo que me faltaba, metí la pizza en la bolsa térmica y llené otra bolsa de plástico con las ensaladas y los postres. Lo cogí todo y salí disparada. Tenía que ir a una calle situada en el barrio gótico. El número no me sonaba de nada y cabía la posibilidad de que fuera un piso de estudiantes y no me dieran nada de propina. Eso me hizo confiar en mi buena suerte y me relajé. Cuando empecé a adentrarme por las estrechas calles del casco antiguo de Barcelona me acordé que le debía un cruasán a mi jefa. Me salí de la ruta más rápida para poder llegar a alguna tienda que aún estuviera abierta. Todas las que quedaban cerca estaban ya cerradas así que calculé si me daría tiempo a llegar a la gasolinera sin que el cliente se diera cuenta del retraso. Pensé que solo serían cinco minutos y prefería perder la propina a tener a malas a mi jefa. Cuando llegué a la portería me di cuenta que llegaba casi doce minutos tarde y que desafortunadamente aquello jamás podría ser la casa de un grupo de estudiantes. Muchos edificios del barrio gótico han sido reformados completamente hasta convertirse en auténticos pisos de lujo para gente elitista. Este era uno de ellos. Subí un poco avergonzada por haberles hecho esperar tanto. Cuando llegué al rellano vi la puerta entreabierta. Piqué tímidamente con la mano y salió un hombre de unos 35 años. Todavía llevaba la ropa de calle, unos pantalones de vestir negros, camisa blanca con las mangas arremangadas y una corbata medio desanudada. Era muy alto, al menos para mí, tenía una barba incipiente y me miraba de forma directa e intimidatoria.

-Llegas tarde-así, sin más, se había percatado de mi poco discreto retraso.

-Buenas noches, lo siento, pero había muchos pedidos- no se me ocurrió otra cosa que decir, a esas horas no podía culpar al tráfico.

-¿Seguro? Acabo de llamar al restaurante y hace... -se miró su reloj de pulsera-exactamente 25 minutos que has salido de allí. Se que deberías haber tardado menos. Al menos, no trates de engañarme.

Jamás me había sentido tan intimidada y atraída por un cliente. Saqué lentamente la bolsa de las ensaladas y los postres y la caja con la pizza. El lo cogió sin dejar de mirarme. Dejó la pizza en el mueble de la entrada y abrió la bolsa delante mío.

-Faltan las bebidas.

-No puede ser...-cogí el pedido para comprobarlo y, efectivamente , faltaban dos refrescos- uff, verá, puedo ir a buscarlos en un momento...

-¿Y tardar otros 25 minutos?

-No, de verdad, esta vez volveré antes de que tenga tiempo de sentarse a cenar. Se lo aseguro.

-Espero que esta vez no me estés engañando – mientras decía esto posó distraídamente la mano por su cinturón de cuero y me sonrió.

Nunca había circulado tan aprisa por el centro de la ciudad, saltándome pasos de cebra y semáforos. Entré en la tienda sin resuello y con el maldito cruasán en la mano. Se lo di a mi jefa y me juré interiormente no hacer una estupidez así en la vida. Ella lo cogió sorprendida y me preguntó:

-¿Se puede saber cuánto le has hecho esperar a ese pobre hombre para que llamara preguntando por ti? ¿Y por qué me miras así?

-Me he olvidado las bebidas y ... preferiría que fuera otra persona a llevarlas...

-Jajaja, esa si que es buena, ya puedes cogerlas y llevárselas en dos segundos. En otra ocasión no me importaría pero si cometes dos errores no mandaré a otro a enmendarlos por ti.

Volví a salir de la tienda con la sensación de que esa noche me pasaría algo por haber sido tan irresponsable. De nuevo conduje como una loca olvidándome de cualquier código de circulación. Para cortar camino me metí en una calle muy corta en contra de dirección pensando que no habría peligro alguno. Nada más entrar me encontré un guardia urbano. Me hizo aparcar la moto y sacar la licencia de conducir y los papeles del seguro. Yo solo quería que acabara pronto, me daba igual la multa, pero no quería llegar tarde otra vez a casa del cliente. Después de darme un sermón sobre la mala conducción de los repartidores y sobre el peligro que son en la carretera y todo eso, me devolvió mis papeles y mi flamante multa. Cuando llegué a la portería me di cuenta de había tardado 20 minutos en llegar. Esta vez subí completamente atemorizada porque tenía la certeza de que el cliente me abroncaría un buen rato. No me hizo falta picar porque ya estaba esperándome en la puerta.

-Veamos, esta vez “solo” has tardado 20 minutos. ¿Qué te ha pasado?

Me intimidaba su manera de mirarme y su sarcasmo. Me dejaba completamente sin argumentos.

-Verá, quise venir tan rápido que me multaron... – casi en ese mismo momento me arrepentí de habérselo confesado. Por unos instantes su mandíbula se tensó.

-¿Quieres decir que además has puesto en peligro tu vida? Creo que no te tomas en serio tu trabajo. ¿Tu jefe no te dice nada al respecto? Supongo que al menos te sancionará por lo que has hecho hoy, ¿no?

-No me dice nada, no le gustará lo de la multa pero la pagará la empresa. Todo el mundo se equivoca – ¿Por qué tenía que darle explicaciones a un cliente sobre si yo cumplía en el trabajo o no?

Se quedó pensativo mientras le daba la bolsa con las bebidas y le decía el importe que debía pagarme. No quería ni imaginarme lo que pasaba por su cabeza en esos momentos.

-Verás, hay un problema. La cena se ha enfriado mientras esperaba la bebida. Como voy a tener que calentarla antes de comérmela he pensado que deberías pagar por tus descuidos. ¿Qué te parece?

-...está en su derecho de no pagar el pedido...he llegado tarde y está frío...- su cara indicaba que no era eso exactamente de lo que estaba hablando.

-¿Crees que me preocupa el dinero? ¿Te parecería justo que tu empresa pagara tus errores? Yo creo que no. Me parece que eres una niña malcriada que no sabe tener responsabilidades y es hora de que alguien ponga el remedio. ¿Tu qué crees?

-Creo que tiene razón...

Me hizo pasar a su recibidor y cerró la puerta de la calle. En esos momentos estaba pasando más calor que en el día más caluroso de un verano.

-Estas en tu derecho de escoger. Si decides aceptar mi castigo lo harás hasta el final. Te advierto que soy inflexible y que no cedo a no ser que sea por fuerzas mayores. Si decides irte, te pagaré el pedido pero te iras sabiendo que has dejado a un cliente completamente decepcionado.

Le miré a los ojos. Estaba erguido con los brazos cruzados a la altura del pecho. No sabía que pasaría después pero en ese momento supe que le seguiría hasta el fin del mundo si hiciera falta.

-Acepto mi castigo.

Yo sabía que había alguien más en la casa puesto que yo había llevado cena para dos. Me preguntaba quien sería a otra persona. ¿Su mujer?¿Su amante? Me estremecía solo de pensarlo. ¿Cómo había llegado a esta situación? Me llevó hasta el salón. Había un sofá de cuero blanco. Se sentó justo en el centro y me hizo un ademán para que me acercara. Yo no sabía que tenía que hacer. Esperaba que me riñera o que me obligara a calentarle cena o alguna cosa así. Pero el me miraba ceñudo esperando algo de mi que se escapaba a mi entendimiento.

-¿Tengo que ir a por ti? Si me obligas a ello será mucho peor.

No podía ser cierto. ¡Me iba a zurrar como si fuera una niña de parvulario! No pensé que ese sería mi castigo. Me acerqué despacio. Me tumbó en sus rodillas y posó su mano sobre mi trasero. La dejó allí durante unos interminables segundos y yo hubiera dado cualquier cosa por que empezara el castigo de una vez.

-Espero que guardes este momento durante mucho tiempo y que saques algún tipo de enseñanza de él.

Levantó la mano y la dejó caer pesadamente en medio de mis nalgas. Deseaba haberme puesto los vaqueros y el polo por dentro ese día ya que mi pantaloncito de algodón me dejaba casi sin protección.

-Te daré un azote por cada minuto que has tardado en traer los pedidos. ¿Cuántos serán?

-45, señor.

Siguió azotándome pausadamente pero con una intensidad asombrosa. Calculaba el lugar exacto donde debía zurrarme de manera que acabó por cubrir todo mi trasero en pocos azotes. El hecho de que no estuviera enfadado me humillaba más todavía. Lo hacía porque creía que era justo. Yo no tardé en ponerme a llorar puesto que hacía muchísimos años que nadie me castigaba así. A mitad del castigo paró en seco.

-Llevo 25 por los primeros 25 minutos. Los siguientes 20 serán con el trasero al descubierto – nada más decir esto me incorporó lo justo para poder desabrocharme el pantalón. Después me lo bajó hasta los tobillos. Yo pensé que eso sería suficiente pero agarró el elástico de mis braguitas y me las bajó hasta las rodillas.

-Así no, por favor. Ya ha sido suficiente. Prometo hacerlo mejor la próxima vez.

-Quedamos en que aceptarías tu castigo hasta el final y así será. Esto te costará 10 azotes extra.

No podía tolerar una cosa así a mi edad. Intenté levantarme y poner pies en polvorosa antes de que empezara a azotarme de nuevo. Eso no le gustó nada y me sujetó la mano derecha a la espalda mientras pasaba su pierna por encima de las mías haciendo una pinza.

-¿Qué se supone que estas haciendo? Te recuerdo que mi cena ya está fría y no me importa perder unos minutos más azotando este culo inquieto, así que compórtate de una vez.

Estos azotes eran mucho más duros que los anteriores. Tenía el trasero dolorido aún de los anteriores y como no paraba de moverme encima suyo noté como se excitaba. Justo en ese momento escuché unos pasos en el pasillo. Giré un poco la cabeza en dirección a la puerta y vi los pies de otro hombre. Ese debía ser el que cenara con él esa noche. Se paró justo en la entrada al comedor.

-¿Interrumpo? - ¿Cómo podía preguntar eso el muy estúpido? Estaba claro que interrumpía.

-No, dime – lo dijo como si azotar a una desconocida medio desnuda fuera lo más normal del mundo.

-Los de París quieren saber si pueden contar contigo para la conferencia del viernes.

-Diles que estoy en una reunión muy importante – dijo esto mientras me acariciaba las nalgas distraídamente – y que les llamaré en cuanto acabe.

-OK. Y no seas muy duro con la chica o no querrá traer más pedidos en su vida.

En esos momentos quería que me tragara la tierra. ¿Cómo podían hablar de temas serios estando yo allí en esa postura? ¿Y por qué el otro no se escandalizaba por ver una cosa así? Antes de plantearme más cosas volví a sentir su mano en mi culo. A veces me daba de refilón haciéndome escocer toda la piel y otras veces dejaba caer la mano pesadamente dejándome casi sin respiración.

-Bien, hemos llegado a los 20. Faltan los 10 extras por haber sido insolente. ¿Preparada?

Los 10 últimos azotes fueron realmente duros y rápidos. No creo que tardara mas de ocho segundos en propinármelos. A esas alturas lloraba como una niña de 6 años. Me giró hasta sentarme en sus rodillas. Me avergonzaba estar así sentada con la ropa bajada y siendo consolada por la persona que me había castigado tan duramente. Sin darme ni cuenta noté como empezaba a acariciarme la parta baja de mi espalda mientras que con la otra mano jugueteaba con los pelos de mi pubis. Empezó a lamerme el cuello suavemente hasta acabar besándome apasionadamente. Estaba excitadísima y quería seguir su juego en igualdad de condiciones. Intenté desabrocharle el cinturón para poder acariciarle el pene. Esto hizo que su actitud cambiara radicalmente. Me cogió la cara con ambas manos y me miró seriamente.

-Aún no he terminado contigo, gatita. ¿A cuánto asciende la multa que te han puesto?

-Creo que son 96 euros.

-No voy a darte 96 azotes más. La multa asciende a 16.000 pesetas de las de antes ¿no? Me parece razonable propinarte 16 azotes. Y no me mires de esa manera. De alguna manera has de pagar la infracción que has cometido.

No quise creer que fuera a azotarme de nuevo y menos en el estado de excitación en que nos encontrábamos los dos. El seguía mirándome pero yo me negaba a obedecer. Finalmente tuve que ceder y me di la vuelta para volver a tumbarme en sus rodillas. El no me lo permitió, me cogió por la cintura y me puso de pie en frente suyo.

-No voy a zurrarte otra vez con la mano. Estos azotes son para castigar una conducta más grave. Te los daré con el cinturón – mientras decía esto, se levantó y colocó un cojín enorme en medio del sofá. – Túmbate.

Me tumbé en contra de mi voluntad y noté como mi culo quedaba mucho más elevado que mi cuerpo. Notaba el tacto del cuero suave del sofá en mis piernas y pensé que le habría costado una fortuna. Vi como se desabrochaba el cinturón y lo hacía resbalar lentamente por las presillas del pantalón. Lo dobló en dos y lo chasqueó en el aire. El primer azote me pilló desprevenida, cayó en la parte baja de mis nalgas y no pude evitar un grito.

-Si se te vuelve a ocurrir gritar empezaré a azotarte desde el principio. Tu decides.

Volvió a azotarme de nuevo. Me daba los correazos en tandas de dos o tres muy seguidos y después dejaba un tiempo pequeño de descanso para que pudiera recuperarme. Yo estaba llorando a mares pero eso no le hizo dejar de castigarme. Cuando quedaba poco para terminar no pude resistir pedirle que parara.

-Por favor, no me castigue! No puedo resistir ni uno más...

-Parece que nunca aprendes ¿verdad? ¿En qué hemos quedado? Estás comenzando a enfadarme y voy a tener que empezar de nuevo.

Esta vez si que me zurró duro y no me dejo descanso entre uno y otro. Cuando terminó se quedó de pie mirándome mientras yo lloraba y me acariciaba el trasero que parecía tener relieve por donde había caído la correa. Se fue hacia el pasillo por donde había venido antes su compañero y oí como abría la nevera. Cuando volvió traía algo escondido en la mano y no pude averiguar lo que era. Se sentó a mi lado y me acarició el culo despacio. De pronto noté algo muy frío que se deshacía al contacto con el ardor de mi piel. ¡Había traído un cubito de hielo! Poco a poco fui recuperándome de la azotaina y gracias a sus caricias volví a estar en un estado de total excitación. Me puso boca arriba y me levantó el polo. Posó la yema de sus dedos por mi vientre, subió hasta llegar a mis pezones y acabó lamiéndomelos. Por fin pude desabrocharle el pantalón y coger su pene completamente erecto. Empecé a masturbarle lentamente. Mientras lo hacía me introdujo un dedo en la vulva y gimió al notar mi humedad. Durante unos segundos llegué a pensar que tendríamos un orgasmo de un momento a otro. Fue él quien puso fin a la situación.

-Cariño, te esperan en tu trabajo. ¿Quieres llegar tarde de nuevo? Puedes volver cuando acabes. Estas en tu derecho de escoger. Si decides volver aceptarás lo que te pida hasta el final. Te advierto que soy un amante inflexible y que no cedo a no ser que sea por fuerzas mayores. Si decides no volver esta noche será sabiendo que has dejado a un hombre completamente enamorado.

4 comentarios

Gabriela Sánchez -

Ahora que me fui con mi mamá al campus sur de la salesiana me sentí tranquila y en paz en este lugar a pesar de que está muy lejos de mi casa. Aquí no me repugna el corazón. A diferencia del girón donde solo el acercarme a este lugar me hace repugnar el corazón y sentir rechazo a pesar de que en este lugar hay Biotecnología el corazón no me aprueba y siempre me hace sentir repugnancia sean cual sean las condiciones. Ahora que me voy al curso de inducción en el girón para ingresar a Biotecnología la verdad no se como me baya. Les vengo a contar como me fue en el curso de inducción y también en la prueba de ingreso a la salesiana para entrar a Biotecnología.

Interrogante -

Me encuentro en una situación en que no sé que va pasar a donde voy a ir, si realmente voy a dar en lo correcto. Solo el tiempo me dará la respuesta. Quiero con todas mis fuerzas estar ubicada en lo correcto en lo que debo estar, en el lugar donde debo estar.

maritza -

super exitante, me fascina leer sobre correazos.... ummmmm...el ritual de sacar el cinturon y doblarlo....el sonido....el dolor que produce....las marcas que quedan..... ummmmm.. precioso

Velocilector -

¡Cojonudo!