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Relatos de azotes

La Tesis I parte

m/f paleta

Por Maria Elfmann


Cuando empecé a hacer la tesis tenía miedo, no miedo como al coco, pero sí respeto. Acabé la carrera de periodismo con dos años de retraso, porque durante el tiempo que hube de estar estudiando estuve en barriladas, conciertos, y fiestas varias hasta aburrirme. También me aproveché de la ambigüedad del mundo de la comunicación. Me gustan los hombres sí, pero me gustan mas las chicas, y creedme en periodismo es difícil encontrar una chica hetero.

Como decía, al empezar la tesis me inspiraba respeto, en primer lugar porque se acabo la época de despendole, ahora tenía que rendir cuentas a un tutor; y en segundo lugar y principalmente por el tutor en sí. Los profesores de periodismo parecen cualquier cosa menos profesores, sin embargo algunos adjuntos de filología, derecho o sociología y psicología (como era el caso) pertenecen a la vieja escuela, y el cambio se nota.

Yo había elegido un doctorado en métodos y técnicas de investigación social y psicología porque me apasiona, aunque muy a pesar mío lo impartía un viejo conocido, viejo por su edad y amigo en el sentido más irónico, puesto que habíamos discutido en clase alguna vez por discrepar de sus lecciones. Se podría decir que se trata del hueso más duro de la carrera. Y su asignatura fue la última que aprobé antes de acabar y en convocatoria de gracia. El profesor doctor Herrera, cuantas veces me habré acordado de sus antepasados... En fin, el susodicho provenía de la facultad de sociología y psicología, donde yo había de entrevistarme con él.

Para aquellos que conozcan la Universidad de Sevilla, coincidirán conmigo en que es el escenario ideal de una escena de spanking. Para quienes no la conozcáis, os describo: Con anterioridad el edificio fue una fábrica de tabaco, sí la famosa fábrica de tabaco donde Carmen engatusó a un oficial que perdió la cabeza y su vida por ella, y cuya historia fue llevada a oídos del pueblo por Merimet. Se trata de un edificio barroco, de artesonados labrados en madera, ventanales amplios, pasillos tristes, adornados por esculturas romanas a los lados que escoltan al visitante en silencio. Pupitres posiblemente pertenecientes al siglo anterior en el que resultaba extraño no encontrar un joven encorbatado recibiendo unos azotes con una vara. En fin, un edificio vetusto y anclado en las antiguas tradiciones.

En un recodo de la institución se encontraba, flanqueado por una vieja puerta de madera recia el despacho del doctor Herrera.

El despacho, era para deprimirse, una única lámpara de despacho color verde que desprendía una luz mortecina y triste, muebles de maderas nobles, cuidadosamente labradas, pero maderas muy oscuras y lóbregas al fin y al cabo, nada que ver con las sillas de colores de periodismo, ninguna ventana, estanterías repletas de libros muy antiguos, caretas, tribales, símbolos de la fertilidad de sabe dios qué cultura, armas, catanas, dagas hindúes, japonesas y castellanas, y oh! Que ven mis ojos, diferentes objetos de azotes, entre ellos un paddle, en el que venia expresamente escrito Corrector. Guauuuu me había metido en la boca del lobo.

Para sorpresa mía, el primer año de doctorado se pasó no sólo sin problemas, sino que finalmente nos hicimos amigos por la coincidencia del apasionamiento de ambos en la sociología.

Lo siento por vosotros, mentes spankocalenturientas que pensabais que me iba a dar unos azotes en el despacho, pero no, no fue así. Muy a pesar mío, ya que para mi hubiera sido fantástico. Y pienso que para él también, por fuerza a ese hombre habían de gustarle las azotainas.

Lo imaginaba remangándose la camisa, inclinándome sobre la mesa de color tan desosegadamente oscuro y con olor a madera antigua, subiéndome la faldita, y azotándome con el impresionante paddle que se exhibía orgulloso sobre la mesa. ZASSSSSS uno señor, ZASSSSSSSSSSSS dos señor, ZASSSSSSSSSSS tres señor, así hasta 20 azotes, fuertes, repartidos. Tras ello lo imaginaba depositándome sobre sus rodillas, la luz verde iluminando la escena, mientras me introducía lentamente los dedos por debajo de mis braguitas y las bajaba con parsimonia hasta las rodillas dejando al aire mi ahora enrojecido trasero, y de repente una buena serie de azotes, rápidos, enérgicos que enjuiciaran sabiamente mis nalgas que tantas veces se habían ausentado de los bancos de clase, para presentarse en un bar. Y en esa misma postura instruirme en lo que debe ser un alumno responsable y estudioso. Y tras ello me obligaría a sentarme en la dura y fría silla del despacho con varias enciclopedias sobre mis piernas para que hubiera de pegar el trasero al asiento, y sentir así el escozor producido mientras estudiaba.

Pero en fin, eso solo eran fantasías que calentaban mis noches. Lo que sí llevamos a cabo fue una sesión de hipnosis, de la que él tomo sus datos y no me reveló nada.

Al segundo año tenía que realizar un trabajo de campo. Y es aquí donde viene la parte mas interesante de mi doctorado, ya que nunca jamás esperé que me ocurriera nada parecido.

Continuará.

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