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Relatos de azotes

M / f

Una tarde diferente

Autora: Su

A mí nunca me habían azotado. La verdad es que ni se me había pasado por la mente que algo así pudiera ocurrir, hasta hace dos años.

Llevaba un tiempo separada, sin saber ni querer saber nada de relaciones, pero conocí a un hombre por el que me sentía muy atraída y, aunque estaba casado, iniciamos un romance divertido y gratificante a todos los niveles. Teníamos buen sexo, nos reíamos muchísimo y, aunque sus circunstancias personales nos obligaban a vernos a escondidas, en el campo, en el coche, hoteles... en líneas generales, todo iba fenomenal.

A veces discutíamos por pequeñas cosas, (nada de importancia), pero los enfados nos duraban el tiempo justo para querer reconciliarnos. Las reconciliaciones son geniales. Sin embargo, hubo una discusión diferente, muy dura. Si os digo la verdad, ni recuerdo la razón.

Fui a su local (tenía una tienda de ropa) empezamos a hablar y de repente todo se fue torciendo hasta que terminamos tan enfadados, que le dejé con la palabra en la boca y me dirigí a la puerta. Me dijo que volviese, que no habíamos terminado de hablar, le dije que no me daba la gana y que me iba, pero no me dejó. Sentí su mano grande y fuerte en mi brazo. Después de cerrar con llave la tienda, me arrastró literalmente hasta la trastienda, se sentó en una silla y me puso sobre sus rodillas. Yo estaba aturdida... Todo iba rapidísimo. Me levantó la falda hasta la cintura, me bajó las bragas y comenzó a azotarme con su mano gigante y potente con tanta fuerza, que creía que me iba a desmayar.

¡Madre mía! Qué cosas le dije. Chillaba y pataleaba para que me soltase, pero él me sujetaba firmemente con un brazo y con la otra  mano seguía golpeando mis nalgas mientras me decía que me estuviese quieta. Me ardía el trasero y estaba furiosa, pero me di cuenta de que también estaba excitada. Él también lo notó. Me tocó y al ver que estaba completamente mojada, dejó de azotarme, me incorporó y me quitó la camiseta y el sujetador.

-¿Te excita el dolor?

 Yo no contesté. Me daba muchísima vergüenza aquella situación tan rara. Entonces me pellizcó con fuerza los pezones.

Nunca lo había hecho tan bruscamente. Siempre me había besado los pechos con dulzura pero realmente aquella tarde estaba llena de novedades. Volvió a hacerlo. Retorció mis pezones, los estiró, apretó mis pechos hasta hacerme llorar. Lamió mis lágrimas y siguió pellizcando hasta que  empecé a sentir un placer tan extraño e intenso, que me rendí a sus maniobras.

Salimos de la trastienda, me inclinó sobre el mostrador, con el culo  en pompa y comenzó a azotarme de nuevo con una mano mientras pellizcaba mis pezones con la otra. Veíamos a la gente pasar por la calle y aunque dentro estaba todo oscuro y no nos veía nadie, daba la sensación de que teníamos público para aquella sesión de sexo tan peculiar. Me dijo que me inclinara más y que me masturbara. Yo creía que iba a reventar de placer, pero aun quedaba la puntilla. En aquella posición en la que estábamos, él detrás de mí, yo completamente expuesta y sometida, se bajó los pantalones y me penetró por detrás con todas sus fuerzas.

Estábamos en otro grado de conciencia, como en un torbellino de sensaciones tremendas que no te dejan parar y que te obligan a querer más y más, hasta que te desmadejas. Así acabamos los dos... Completamente desmadejados, jadeantes y agotados.

Era tarde. Me iba a lavar y a vestir para volver a casa pero él hizo algo sorprendente. Guardó mi ropa en una bolsa. Solo me dejó las medias y las botas puestas. No me dejó ir al baño. Tomó mi abrigo, cogió unas tijeras y le cortó los bolsillos sonriendo maliciosamente.

Yo no entendía nada. Luego me lo tendió y me ayudó a ponérmelo sin nada debajo. Él se vistió, se puso su cazadora, cogió la bolsa con mi ropa y me indicó que saliésemos a la calle así. Me quería morir. En contra de lo que yo creía, no subimos a su coche para ir a casa.

Así como estaba, desnuda bajo el abrigo, me invitó a tomar algo en el café moro de la esquina, lleno de hombres hasta arriba. Me daba la  sensación de que todo el mundo me miraba. Pasamos al fondo, justo a la esquina de la barra. Metió su mano en mi  bolsillo cortado y empezó a tocarme. La humedad me invadía. Luego pasó su mano sobre mi nalga colorada y ardiente y la pellizcó. Yo  tenía que disimular mientras me tomaba el café.

Volvió a poner su mano entre mis piernas, a acariciarme distraídamente. Yo apretaba las rodillas. "Abre". Fue un susurro, pero era una orden. Obedecí. Delante de todos aquellos hombres, sin que ellos se diesen cuenta,  tuve un orgasmo brutal, silencioso y excitante, sabiéndome como me sabía completamente desnuda bajo aquel abrigo que no tenía más sujeción que un cinturón anudado. Pagamos y me llevó a casa.

-Ven así a la tienda mañana, sin ropa bajo el abrigo. Te devolveré la tuya. Cuando llegues, pasa directamente a la trastienda. Te estaré  esperando en la silla. No digas nada. Solo inclínate sobre mis rodillas para recibir lo que te mereces.

Lo hice... Y desde ese día, durante los dos años siguientes, me  convertí en su esclava sexual, en su spankee particular. Nada le negué. Cada cosa que me sugirió, que me pidió, que me ordenó, la  cumplí con diligencia suprema. Eso no me libró de las nalgadas.  Tampoco pretendía librarme de ellas. Eran parte de mi placer privado.

Hace un par de meses que la relación terminó. Extraño todo lo que hacía con él, la sumisión, la entrega, el placer del dolor... Sin duda, aquella tarde peculiar, él abrió para mí, caminos  extraordinarios.

-FIN-

Parece mentira pero todo se dió así...

Autora: Roxana

Parece mentira pero todo se dio así, jamás ni en mis más exagerados sueños lo había imaginado así, pero, para no dejar de sorprenderme a mi misma la vida, me regaló estos momentos maravillosos.

Estaba charlando con alguien como de costumbre en el Chat del grupo, cuando de pronto entro una invitación de alguien totalmente desconocido para mí y como siempre, jamás rechazo a nadie, le di entrada a mis contactos, nunca me imagine que de esa forma le estaba dando entrada a mi vida.

Era viernes en la noche, y empezamos a charlar, se presentó haciendo referencia a algo que conocía de mí por el tablón, y así se dio el primer contacto, me contó de él, le conté de mí y todo se volvió tan natural que parecíamos viejos amigos con un café de por medio.

El estaba afuera de la Ciudad, se había ido a levantar un antiguo depto, en el que había vivido con su ex pareja y un hijito de seis años, estaría allí hasta el lunes a la noche, ya que el martes muy temprano tenia que trabajar.

Charlamos el viernes, charlamos el sábado, charlamos el domingo y charlamos el lunes.

Yo vivo en las afueras de la Capital Federal y ese fin de semana me había quedado en lo de mi vieja, incluido el lunes...no sé por qué.

Fueron tres días de charlas mágicas, casi sin querer cada uno sabia todo del otro. El aparte de ser profesional es escultor, me habló de eso con tanta pasión, que cuando me mostró sus esculturas en Internet, lo representaban tal y como el se había descrito. Me fascinó, me deslumbró, me atrapó su historia, su honestidad, su cinismo, su desvergüenza, su forma desapasionada de escucharme, de reconocerme.

De entrada me propuso que nos conociéramos enseguida, y yo acepte que a su vuelta tuviéramos un encuentro, un café, una charla y lo que la piel dijera...

Sólo tenía que esperar hasta que volviera y veríamos...

Pero de golpe en la charla del lunes a la tarde, llega la primera propuesta loca, descabellada, en mi cuadro de diálogo apareció lo siguiente: "...llego a las cinco de la mañana a la estación de tren, te animás a ir a esperarme? tengo hasta las nueve de la mañana para tomar mate con vos en mi consultorio, vos traes los bizcochitos de grasa..."

Quede pasmada del otro lado de la pantalla, lo primero que pensé fue: "...este tipo esta reloco!!!!! A las cinco de la mañana en la estación del tren?????? ...pero que lindo seria no????...me gustaría?...sí, claro que me gustaría!!!!... pero como hago? ...planto todo y me voy y listo?...pero es una locura...yo estoy totalmente locaaaaaaaaaaaaaaa...

Entonces con el temor de cerrar la posiblidad de verlo le dije que me dejara ver como arreglaba y que le mandaba un mensajito de texto.

Y asi quedamos, él con la esperanza de un encuentro espontáneo y tempranero y yo con la preocupación y las ganas de hacer algo loco por primera vez en toda mi vida.

Pero la verdad era que ya antes de cerrar el cuadro de diálogo y despedirme, ya había tomado la decisión de ir, tenía que ir, me moría de ganas de ir.

En medio de ese torbellino de ideas contrapuestas sobre lo que debía hacer  y lo que quería hacer realmente, me volví a mi casa, y actué de madre normal y responsable y reservé un remis para las cuatro de la mañana, no sin antes haberle avisados a mis hijos que saldría muy temprano a hacer un trámite urgente.

Decidí no dormir, para no perderme ni por casualidad la aventura que tenía por delante, pero en la hora y media final me venció el cansancio de la espera, y casi, casi el remis se va sin mí, así que el encuentro tan esperado comenzó con mil contratiempos ya que mi pelo era un nido de caranchos, mi cara daba espanto y la ropa apenas era la que yo quería ya que en el apuro me puso lo primero que tuve a mano.

Ya en el remis y por la autopista a esa hora de la madrugada, llegue a la estación en media hora, solo me faltaban conseguir los bizcochitos con grasa, pero por suerte las panaderías de la estación están abiertas toda la noche.

Eran las cinco y el tren llegaba  a las cinco y veinte, todavía y ya con los bizcochos en mis manos tenia veinte minutos de interminable espera; entonces camine por el hall central sin rumbo fijo con la esperanza de que el tiempo pasará más rápido, me imagine una y mil veces el encuentro, él me había dicho "esperame al lado de la reja, que ahí tengo que verte seguro..." No conocía mi cara más que por la fotito miniatura del MSN

Y yo solo conocía apenas su perfil por una foto no muy clara de su blog de las esculturas en la que se lo ve trabajando casi de espaldas.

El se había descrito como un señor grande de 53 años, con algo de pancita y por su foto se notaba rubio y más bien alto y grandote. Me había avisado que viajaba con unos jeans negros y una campera igual y yo le había contado la ropa que llevaba puesta en el momento de la charla por el chat, sin contar con la posibilidad del cambio de ropa final que pude hacer al volver a casa.

En medio de la espera y mis desvaríos decidí ir al baño antes de que llegara el tren y cuando volví, pucha!!!! ya había entrado el tren al anden y había gente saliendo, me paré igual en la reja del anden doce, "el último del costado más cerca de la avenida" tal como me había dicho. Miraba desesperada a mí alrededor y solo veía un señor rubio y con anteojos parado un poco mas lejos de la entrada donde yo estaba, no podía ser él!!!!!!, era tan distinto a lo que yo buscaba!, no definitivamente no podía ser él!, Sin embargo ese señor que también miraba sorprendido y con dudas tenia puesto unos jeans, que ya no era negro, pero que lo había sido y una campera igual de gastada pero casi negra también, tenia que ser ÉL.

Yo lo había imaginado grande de edad y de aspecto, circunspecto, con un  tipo froidiano indiscutible, pero ese no era él, El que estaba allí parado era un tipo joven, buen mozo, alto, muy alto, desaliñado y tan pero tan lejos de Freud que no cabía en lo imaginado.

De golpe desde la reja donde yo seguía parada inmóvil, lo volví a mirar y me fui acercando y le pregunté ¿licenciado?, Su sonrisa y su sorpresa hablaban claramente de su sensación hacia mí, yo tampoco era lo que él se había imaginado, yo tampoco cuadraba en la persona que él estaba esperando y buscando hacia unos minutos.

Lo primero que me dijo después de darme un cálido beso en la boca fue, "...no pensé que eras tan petisa..." ja ja ja qué expresión poco feliz, pensé que me moría, sólo quería desaparecer de ahí, realmente al lado de él mi metro cincuenta y tres daba lástima, pero enseguida, y como queriendo reparar ese error dijo "...qué fuerte que estás, pareces más joven de lo que decías y tu altura esta perfecta para manipularte mejor...ja ja ja", ya eso fue un gran alivio.

Inmediatamente y como si eso fuera lo normal de todos los martes de nuestra vida a las cinco y media de la madrugada me pidió que llevara una bolsa que había traído y me indico el camino hacia la parada del "bondi" que nos iba a llevar hasta su consultorio, lugar prometido para el desayuno con mate y bizcochitos.

Como era una noche destinada a las sorpresas, al llegar al consultorio continuó mi asombro al descubrir que era el lugar más raro y más especial que había conocido en mi vida.

Primero estuvimos en su consultorio y ya allí el primer contacto fue rápido y contundente, me abarcó entre su inmenso cuerpo en un abrazo apretado, me tocó, sopesó y palpó bien el motivo de su deseo, mis nalgas, y me dió un beso cálido y profundo y ronroneo como un gato, cosa que después descubrí que hace permanentemente cuando en cada encuentro comienza el contacto de nuestra piel y nuestras bocas. De golpe paró y me dijo: "vamos a la cocina o jamás vamos a tomar mate..."

En esos pocos minutos confirme lo que ya había descubierto sobre él, era un hombre brillante, de pensar abierto y sin tapujos, un anarquista sin ley ni religión, sin límites ni fronteras, un cínico, irónico y dulcísimo varón.

Entonces me llevó hasta la cocina recorriendo todo el lugar, donde había oficinas con recovecos raros por todos lados, en el camino descubrí una valiosísima biblioteca apilada en el piso de un espacio que hay en el fondo, entonces me contó que el lugar que funcionaba como biblioteca junto agua y humedad por lo cual decidieron salvar los libros de una muerte segura y había preferido ese desorden a su desaparición paulatina por ahogo.

Ya con la pavita caliente y el mate nos encerramos en su consultorio  y tomamos dos mates cada uno con apenas un bizcocho, ya que era mucho más el apuro por tocarnos y descubrirnos que el hambre, la sed o la necesidad de justificar la excusa de ese primer encuentro.

Desde que apoyó el mate en el piso,  dijo "...basta de esto..." y se trasladó del sillón al diván, pasaron apenas unos segundos en los que no medio palabra, solo hizo un ademán, palmeando los almohadones, indicándome donde ponerme. Él ya estaba sentado cómodamente con la espalda apoyada en la pared y sus piernas estiradas, listas para recibirme. Me indico sin preámbulos que me tumbara allí boca abajo y comenzó a casi suavemente a palmear mis nalgas sobre el vestido solero, que al final había sido mi atuendo de esa madrugada.

Me sorprendió este comienzo, no hubo búsqueda de motivos, no hubo preparativos ni acuerdos previos, ni retos, ni nada, solo una tácita y muda promesa de placer mutuo y una expectante sensación de no ser ya necesarias las palabras.

No gritó, no habló, no sugirió, no preguntó, solo indicó con pequeños gestos y ademanes y eso alcanzó para quedar atrapada, subyugada y casi hipnotizada bajo su poder.

Me nalgueó durante un rato boca abajo sobre sus rodillas, me subió el vestido y siguió con las nalgadas un rato más sobre la bombacha y sobre la cola limpia, luego ya me indicó sacarme el vestido y volver a mi posición, siguió pegando cada vez más fuerte, sin pausa y sin prisa, sobre todo sin prisa.

Para mí esa era como la primera vez, el rito visto tantas veces e imaginado por siempre, se cumplía   en cada paso y mis sentimientos eran cada vez más contradictorios. Cada azote dolía y cada vez dolían mássssssssssss, no puedo decir que me gustará ese dolor, no me excitaba, casi no me producían nada de todo lo imaginado, solo dolía, pero al mismo tiempo me encantaba estar allí, tumbada y bajo el poder su poder y en cada chirlo solo sentía el contacto de su mano en mi piel, y eso si me excitaba, me gustaba, me volvía loca.

De golpe paró y se levantó a buscar algo que tenía guardado en un armario, un implemento muy raro, nunca descrito en ningún blog, en ningún artículo, en ningún lugar. Era algo de plástico alargado, más ancho en la punta y más finito atrás, era plano, raro, cuando le pregunté qué era se tomó el tiempo para mostrármelo y describirlo y por su cara de picardía me di cuenta que a le gustaba mucho usarlo, y  enseguida se dedicó a hacérmelo sentir.

Guauuuuuuuuuuuu era tan chiquito y dolía tanto, me daba golpecitos cortos y firmes, rápidos y ordenados, parecía que estaba armando una figura sobre mi piel y cuando e dije esto le hizo mucha gracia, se estaba entreteniendo mucho, jaaaaaaaaaaa.

De golpe terminó, me acarició mucho, me dejó descansar, me mimó, siempre boca abajo sobre sus piernas y con la cara sobre el diván, yo solo lo dejaba hacer.

Pasados unos minutos me hizo parar y solo me dijo, "...vení..." me llevó hasta un sillón  metálico de un cuerpo, sobre el que yo había estado sentada tomando mate, y me hizo reclinarme sobre él, yo no discutí, solo con cierto desazón le pregunte tímidamente si seguiría entonces dijo:"... si, es necesario, pero no te preocupes no te voy a lastimar..." no sé porque confié en esa media sonrisa burlona que no se le borraba de la cara desde que habíamos llegado, pero así fue.

Estando en la posición indicada y de espaldas a él solo escuche un sonido con el que había fantaseado durante años, el ruido de cuero deslizándose por entre las presillas de un pantalón, al darme vuelta asustada la imagen que me encontré se me quedo grabada para siempre, tanto que cada vez que rememoro esa mañana y al volverlo a ver acomodando el cinturón entre sus manos detrás de mí, me sigo humedeciendo.

La verdad es que tuve miedo y se lo di a entender, pero él ya no dio explicaciones, solo tiró el primer cintazo sobre mi cola, fue duro, muy duroooooooooo, dolió, doliooooooooo mucho, pero resistí sin chistar. El segundo pegó con tal intensidad que la punta se adhirió a mi costado derecho dejando un surco de fuego, ahí me quejé y me retorcí y se dio cuenta que había sido muy fuerte, espero a que se me pasara un poco y aplicó dos mas, menos intensos pero igual de dolorosos, creo que había decidido que para ser la primera vez ya era suficiente y con toda la calidez de que es capaz, luego de la fortaleza con que aplica sus golpes, me llevó hasta el diván y me hizo el amor en un millón de formas y posturas distintas, cuidando y gozando de mi cuerpo, hasta quedar agotados los dos total y plenamente.

Ya era hora de comenzar a trabajar, hacia rato que había amanecido y ninguno de los dos se había dado cuenta, afuera era un día espléndido, pero nunca tan maravilloso como el que había amanecido allí adentro.

La despedida fue tan natural como el encuentro, se cambió ahí conmigo mientras yo me vestía también y de golpe apareció disfrazado de licenciado, que buen mozo que estaba por Dios, me acompañó hasta el "bondi" y me despidió con un abierto y tierno beso solo diciéndome "...hasta luego..."

FIN

La primera vez de Julia

 Autor: Spanker Látigo 

Sábado de esa semana 3.05 a.m.: 

Era de noche, el viento soplaba con intensidad, las calles lucían frías y casi desiertas. Pasaban de las tres de la mañana cuando Julia entraba al garaje a su edificio en auto. A través del ventanal que permitía divisar toda la planta baja, se veía al portero pesadamente dormido sobre su silla. 

Desde su auto, con su llave, Julia abrió la puerta levadiza del  garaje. Al traspasarla observó por su espejo retrovisor como la puerta se cerraba atrás de ella. Todo era quietud y penumbra.  

Estacionó lentamente su auto entre una columna y otro auto. Con paso inseguro empezó a recorrer los varios metros que la separaban de las puertas del ascensor. El silencio era absoluto, sus pasos retumbaban sin interferencia contra las paredes de hormigón. 

Algo nerviosa por la soledad del garaje Julia apretaba y apretaba en forma insistente el botón del elevador. Mientras esperaba recorría con su vista los autos estacionados en fila y las columnas grises que se repetían cada tres autos, todo tenuemente iluminado por focos de luz muy separados entre sí. Solo percibía quietud, silencio y su respiración un tanto agitada. El ascensor no llegaba y como rompiendo a su ansiedad tomó en forma repentina su celular y marcó una de sus memorias. Una distante voz femenina contestó:  

-Julia, bebé, ¿qué pasó ?-Ivonne ¿llegaste a tu casa?-No, todavía no. Estoy llegando.

-Estoy nerviosa. ¿Estás seguro que todo va a estar bien ?

-Julia, quedate tranquila, que todo está bien. Una locura la tiene cualquiera. Además Roberto no llega hasta mañana del interior... Imposible que se entere. Bueno corazón, estoy llegando a casa. Mañana hablamos. Te llamo. Besote.

-Hola, hola... (ya había cortado). 

El ascensor abrió sus puertas iluminando escasamente más allá de su marco. Julia entró, y apretó el  8 del panel digital. Durante el trayecto Julia se miraba en el espejo de ascensor y nerviosamente se acomodaba el pelo y su ropa. 

Al llegar abrió su cartera y revolviendo encontró las llaves. El pulso le temblaba un poco, pero no lo suficiente como para demorar de forma perceptible la apertura de la puerta de su apartamento. 

Cerró la puerta y suspiró. “Estoy en casa”. No prendió ninguna luz. La oscuridad la relajaba. Conociendo de memoria la ubicación de todos los muebles dejó su cartera y tapado sobre una silla del comedor. 

Caminó hasta la heladera y la abrió para tomar una botella plástica de agua mineral. La luz de la heladera arrojaba una suave penumbra que se diluía rápidamente por la blancura de la cocina. 

La respiración de Julia se cortó. Sus latidos se aceleraron en un instante al doble. La voz no le salía de la garganta. Un contorno masculino se recortaba nítidamente en la cocina. El fuerte sobresalto era por lo inesperado, no por el desconocimiento. En una exhalación Julia pudo pronunciar su nombre: “¡Roberto!” 

*     *     *    * 

Parada descalza en medio del dormitorio estaba Julia. Además de sus prendas más íntimas pudo mantener puesto su bucito de lana de manga muy larga que solo le llegaba a la cintura. 

El amplio dormitorio de Julia y Roberto estaba en sombras, salvo por un spot de intensidad  regulable que proyectaba un foco relativamente tenue, frente al espejo de la habitación. Bajo este haz de luz amarillento, Julia permanecía tímidamente de pie, con las rodillas casi tocándose, y el dedo gordo de un pie acariciando nerviosamente al otro. 

-Por favor Roberto ¿Por qué me estás haciendo esto? 

No hubo respuesta, solo silencio... Apenas se veía la silueta de Roberto, sentado en un sofá con las piernas cruzadas.  

-Roberto, por favor... estoy asustada. ¿Por qué me tenés aquí parada? Yo te puedo contar todo.  

 Roberto se paró y empezó a recorrer la habitación hasta detenerse atrás de ella. Julia sintió en su piel cuando Roberto enganchó sus dedos en el elástico de sus bragas. Quedó paralizada. En un movimiento firme se las bajó hasta las rodillas. Julia se estremeció, quedando sorprendida e íntimamente expuesta. 

-Empezá a decirme que fue lo que pasó esta noche Julia.

-No sé por donde empezar.

-Empezá por el principio. 

Julia suspiró, mientras hacía un esfuerzo por contener el llanto. Después de una larga pausa y viendo que no le quedaban muchas alternativas empezó a hablar...  

Miércoles de esa semana, 11 a.m.

Julia estaba en el juzgado sentada revisando unos expedientes. Otra mujer de muy similar edad se le aproximó con una sonrisa que parecía no caberle en el rostro. 

-¡Julia! ¿sos vos? (emocionada)

-¡Ivonne! Julia se paró y las dos mujeres se confundieron en un largo y afectuoso abrazo, para después intercambiarse prolongados besos en sus respectivas mejillas. 

-Julia, estás igual que siempre. Cuántos años.

-Vos también Ivonne. ¡Tenés el pelo corto ahora! Te queda bárbaro.

-Te recibiste por lo que veo (Julia sonrió)

-Por lo que veo vos también. (Ivonne sonrojada le devolvió la sonrisa)

-Julia, no puede ser que haya pasado tanto tiempo y no nos hayamos seguido viendo. Tenemos que recuperar el tiempo perdido ¡ya!  Vamos a tomar un café ¿Podés?

-¡Siiiii, vamos! En 5 minutos termino acá y vamos. 

*     *     *    * 

Desde el ventanal del Café Brasilero se veía pasar a  la gente muy abrigada por la calle Ituzaingó. El mozo se acercaba a la mesa de Julia e Ivonne con dos tazas humeantes de café con leche y dos porciones de torta. 

Con espontánea sinceridad y fluidez las dos viejas amigas empezaron a ponerse al día con sus respectivas vidas.

-¡Cuántos años Julia! Desde facultad que no nos vemos. Todavía tengo fotos de aquellos años. ¿Te acordás cuando militábamos en la federación de estudiantes..? ¿Te acordás Julia cuando nos fuimos de camping a Santa Teresa con toda la barra? ¿Que pasó con Roberto?

-(Julia sonrió) Vivimos juntos desde hace años.

-¡No te puedo creer ! Qué maravilla 10 años después y siguen juntos. Me alegro mucho. (El rostro de Julia adquirió cierto tono de preocupación.)

-No te alegres tanto, desde hace casi un año que no andamos muy bien. Los dos trabajamos mucho. Estamos distantes, con problemas de comunicación. Él tiene que ir muy seguido al interior y vuelve siempre tarde y cansado... Parece que siempre su atención está en otras cosas menos en mí.

-¡Bebé! tranquila, estás cosas pasan. Son rachas. Estamos en una edad de mucha entrega a nuestras profesiones.

-Sí, lo sé, pero me gustaría que estuviera un poco más arriba mío, que me cuidara un poco más. Que me dedicara más tiempo.

-Julia, hay momentos en que hay que revelarse contra la rutina, hay  que hacer algo distinto, algo que sorprenda y que encienda nuevamente la llama de la pasión.

-(Con ironía Julia pregunta) ¿Tenés alguna idea? Porque te juro que nada me viene funcionado con Roberto. Ivonne se rió muy expresivamente, y en forma solidaria le tomó la mano a Julia sobre la mesa. 

-Algo se me va a ocurrir (y le sonrió con mucha ternura a Julia)

-Bueno Ivonne, basta de hablar de mí. Hablame de vos.

-Tantas cosas. Estoy trabajando mucho yo también. ¿Sabés por lo que me dio? En mi tiempo libre, estoy en un taller de teatro aprendiendo arte dramático y psicodrama. No sabés el efecto que eso está teniendo en mí. Aprendí a verme, a verbalizar mis emociones, a manejar mucho mejor mi entorno afectivo.

-Ivonne, no puede ser que haya pasado tanto tiempo sin que nos hayamos visto. Dame tu celular.

-... y vos el tuyo. Ambas mujeres sacaron sus celulares y mutuamente se incluyeron en las memorias de los mismos.  Entre las dos se volvió a producir esa conexión íntima y mágica de antaño. Otra hora más de conversación fluyó casi sin que ambas se dieran cuenta. 

*     *     *    * 

Sábado de esa semana, 3:45 am

Julia permanecía bajo la tenue iluminación del spot. Sin levantar el tono pero con firmeza Roberto cuestionó:

-¿Qué más  pasó?

-Nada, me llamó el jueves y hoy fuimos junta a cenar.-

Julia... tu memoria necesita un poco de ayuda... y  pienso dársela.

-Roberto fuimos a tomar un vinito con unas tapas y ¡eso fue todo! 

Desde la penumbra Roberto se paró otra vez atrás de Julia, y le susurró en el oído: “Hubo más.” La tomó del brazo, y empezó a arrastrarla hasta la cama. Julia con sus bragas a la altura de las rodillas,  ensayaba una inútil resistencia, hundiendo sus talones en la moquete del dormitorio. No demoró mucho en terminar sobre las rodillas de Roberto. “ ¡No, no, no, no, Roberto! ¡Por favor!”. 

Roberto sosteniéndola de la cintura la puso en posición para recibir. Julia, incrédula de lo que está sucediendo yacía boca abajo sometida ante él. Ensayaba algunos leves pataleos nerviosos, que no hacían más que anunciar el inevitable destino. La pesada mano de Roberto cayó en el cenit de la cola de Julia, dejando una estela de ardor. Las posaderas de Julia se sacudieron, y un envolvente y seductor sonido de piel contra piel pareció envolverlos a ambos. Su mente tardó unos instantes en reaccionar para después emitir un muy sentido: “¡Aaaayyy Roberto!”. No demoraron en llegar más. Las nalgas de Julia empezaron a estar bajo un asedio permanente de fuertes palmadas.

-¡Ay, uy, ay, mmmmfff, Roberto basta! aaay, Roberto por favor ¡aaay!  Uy... 

Roberto no paraba de nalguear a Julia y ella no paraba de suplicar. En forma rítmica y sostenida por cerca de 15 minutos el ritual continuó.  

-Roberto.... aaayyy...  Roberto ¡por favor ! uuuy.... Mi cola ya es un fuego. Uuuy.

-¿Que fue lo que pasó Julia?

-Roberto, uuuuyyy. Por favor Roberto. ¡Por favor! me arde mucho.... I

mpotente y sin poder resistirse Julia sentía como el calor que se estaba produciendo en su cola se disipaba hasta el último de sus poros. Sus caderas hacían un leve movimiento pendular que lejos de evitar las nalgadas, en algunos casos las hacía más fuertes. -Aaay, por favor, por favor pará. Voy a contarte todo no sigas, por favor.-Escucho. Con su cola mostrando un amplio abanico de matices de rojo, Julia permanecía tendida boca abajo sobre las piernas de Roberto. Necesitaba una pausa. No quería demorar mucho por temor a que las palmadas empezaran de nuevo...  

*     *     *    *

Jueves de esa semana, 4:45 p.m. 

Julia estaba en el estudio, sentada en su PC terminando de redactar un oficio. En ese momento suena su celular. Ve por el captor que es Ivonne. 

-¡Ivonne! Que alegría saber que no tuvieron que pasar otros 10 años. (risas)

-¡Hola Julia! Escuchame, desde que nos encontramos ayer no pude dejar de pensar en reunirnos otra vez. Qué te parece si este viernes de noche salimos juntas. Julia tuvo algún instante de duda, para luego decir: 

-Roberto está en el interior, así que claro que acepto.-¡Esa es mi Julia!-A  las 10 de la noche, nos encontramos. Hay para un restaurante que se llama “Rueda”, está en Mignones y Joaquín Nuñes. ¿Lo conocés?

-Si lo conozco ¡me encanta! 

-Bien, no encontramos allí. Tengo muchas ganas de que vengas. Beso, hasta mañana.

-Beso para vos también Ivonne. Ambas cortaron. Le resultaba tan extraño encontrarse otra vez después de tantos años con su compañera de estudio tan querida. En su alma se alojaba la inexplicable sensación de estar por emprender un viaje hacia lo desconocido, lo cual por un lado la hacía temer, pero por otro no podía dejar de ir a su encuentro.  

*     *     *    * 

Viernes de esa semana 10:05 p.m. 

Era una fría y ventosa noche de viernes. Gracias a que un auto salía dejando el lugar libre Julia pudo aprovechar para estacionar muy cerca de la puerta del Restaurante al que se dirigían. El lugar presentaba el perfecto equilibrio entre decoración, iluminación y buen gusto. Lo primero que Julia divisó fue la barra, donde solo había un par de hombres de traje tomando un trago y conversando. 

Desde un apartado, una inconfundible mano quería llamar su atención. A Julia se le iluminó la cara con una sonrisa. 

-¡Hola Ivonne!

-¡Julia!  Qué suerte que llegaste. 

Ivonne se paró y ambas se abrazaron y besaron afectuosamente. Julia se sacó su tapado, y lo acomodó al lado del de Ivonne. Con elocuente naturalidad ambas mujeres se sentaron frente a frente. 

La alquimia instantánea que se produjo le provocó a Julia un cierto arrepentimiento por haber dejado pasar tanto tiempo. A pesar de que tenía otras amigas muy cercanas, con Ivonne sentía que existía una conexión muy espontánea y desprejuiciada. Ninguna acaparaba del todo la conversación: Las sonrisas, los gestos de asombro y las risas se intercalaban con los vasos de buen vino y los variados bocaditos servidos en bandeja de fino aspecto. 

El tiempo pasaba más allá de la percepción de ambas mujeres. La bebida obraba como perfecto catalizador para que la conversación se pusiera cada vez más íntima. 

-¿Por qué te divorciaste Ivonne? Digo... de veras, ¿qué fue lo que falló? 

Ivonne bebió lo que le quedaba de vino en la copa. Tomó la botella y volvió a llenar ambos copas. 

-Omar es un muy buen tipo. Buen padre, buena persona. Julia, yo siempre fui muy independiente, económicamente hablando, afectivamente hablando, y de todas las formas posibles de imaginar. Esto nunca fue un problema para él

-Pero ¿y entonces?

-En algún punto tuve la necesidad incontrolable de que me pusiera algunos límites, sin sacarme libertad, pero que me marcara la cancha.

-¿Marcarte la cancha? (Ivonne se sonrojó)

-¡Sí! es difícil de explicar lo que necesitaba...

-Sé que hace mucho que no nos vemos, pero Ivonne... por algo estamos hoy aquí recuperando el tiempo perdido. La rutina y el trabajo nos llevó a alejarnos, pero siempre fuimos íntimas. Eso no lo olvido. Yo estoy sintiendo la misma confianza que tenía con vos en aquellos años. Somos mujeres y amigas... Me parece que el vino me está haciendo efecto... cuando tomo cambio de introvertida a extrovertida. 

Ambas mujeres rieron. Julia siguió hablando. 

-... Lo que vos me contás es parecido a lo que yo te conté el miércoles en el café... quizás nos podamos ayudar mutuamente. 

Como tomando coraje para hacer una confesión íntima Ivonne suspiró profundamente. 

-Te voy a contar algo que nunca le conté a nadie... 

Ivonne tomó la mano de Julia y apretándola le dijo: 

-...y te pido lo mantengas en reserva. Yo siento que puedo confiar en vos. 

En respuesta Julia le devolvió una mirada cargada de ternura y entendimiento. 

-Podés confiar en mí Ivonne.

-Cuando tenía 16 años, yo iba a clases particulares de Matemáticas con un muchacho que era mayor que yo. Vivía en el barrio, tenía 20 años. Era un estudiante de Ingeniería que le iba muy bien en su carrera. Mi madre conocía a sus padres, y como favor especial para ella me empezó a preparar para dar matemáticas. Fue la única vez que me llevé una materia a febrero. Yo iba a su casa, y en su dormitorio me daba clases a mí sola. Como sus dos padres trabajaban estábamos solos por lo general.  Para mí fue verlo y gustarme, todo uno. Era buen mozo, educado, cálido y paciente. Sabía hacerme fácil lo difícil, y con él entendí las matemáticas. Se llamaba Alfonso, yo lo llamaba “Profe”. No faltaba a una clase. Siempre hacía todos los deberes... siempre, pero no lograba llamarle la atención como mujer... Era muy exigente. Cerca la fecha del examen me mandó muchos deberes para el fin de semana. Me acuerdo que protesté, y le dije:  

-¡Profe, es mucho!...  ¿y que pasa si no hago los deberes?

-Entonces te vas a portar como una niña traviesa, y te voy a tener que castigar. Cuando me dijo “castigar” algo muy fuerte despertó dentro de mí... algo que parecía estar clamando por ser descubierto. 

-¿Castigar…? (pausa) ¿Cómo me castigarías Profe?

-Más vale que no averigües, y hagas todos los ejercicios que te mandé. El permanecía en silencio revisando lo me estaba mandando. Lo tomé del brazo, y mirándolo a los ojos le dije: 

-¡Profe, quiero saber que me harías!-No lo vas a averiguar por que tú vas a hacer todos los deberes que te mandé para el fin de semana.

-... y ¿si no los hago? 

Entre la atracción que sentía por él combinado por la enorme curiosidad que me provocaba su amenaza no podía creer lo que estaba haciendo, pero una fuerza interior no me permitía detenerme. Yo tenía que saber qué era lo que me iba a hacer. 

-Créeme, tú no vas a querer que cumpla mi palabra. Haz tus deberes. 

Sorprendida por los laberintos que me estaba conduciendo mi curiosidad no dudé en contestarle. 

-Como tú no me dices cómo me vas a castigar, yo no te voy a decir si voy a hacer los deberes. Nos vemos el lunes.   

Le dí un beso me di media vuelta y me fui. Me pasé el fin de semana entero haciendo los ejercicios, pero no pude resistir la tentación...  Dejé los deberes en casa, y el lunes me aparecí sin los deberes como si no los hubiera hecho.... A propósito fui con una falda muy cortita. Me di cuenta que él lo notó enseguida... 

-Ivonne ¡no puede creer que te dejaras estar de esta manera! El viernes es tu exámen. ¿Qué pasó?

-No pude hacerlos Profe.

-Ivonne ¡ese examen los vas a salvar!  Los ejercicios los vas a hacer ahora, aunque te lleve toda la tarde y la noche terminarlos.

-Pero...

-Nada de “peros”. ¡A trabajar!

-¡No!

-¿Cómo que “No”?

-¡No quiero! 

Como si alguien hubiera detenido mágicamente el tiempo, él permaneció mirándome, y yo mirando hacia el piso. Fue el silencio más largo de mi vida. “Dejá tus cuadernos arriba del escritorio.” dijo Alfonso con tono severo... Yo los dejé. El me tomó del brazo y me llevó hasta el borde de su cama. Se sentó cómodamente sin soltarme del brazo. Luego me puso sobre sus rodillas boca abajo. Era tanto el respeto que sentía por Alfonso que casi no ofrecí resistencia... Los latidos de mi corazón retumbaban en mi garganta. Dejó pasar un rato que para mí fue eterno. Después me levantó la falda, y bajó mis bragas hasta dejarme la cola  totalmente descubierta.  

Con la boca abierta, rostro mezcla de asombro y curiosidad, Julia escuchaba. Un inexplicable cosquilleo recorría su cuerpo. No sabía qué acotar. Sólo quería que Ivonne siguiera con su relato... 

-¿Qué pasó luego?

-Mi curiosidad se vió largamente satisfecha. Nada parecía detener la determinación de Alfonso. Nunca pensé que su mano fuera tan dura, y su brazo tuviera tanto balanceo. La lluvia de palmadas fue interminable. Al principio pataleaba un poco, luego lentamente me fui derritiendo sobre sus piernas. Al final casi lloro. Mis padres jamás me habían hecho algo así. Recibí la nalgueada de mi vida.

-¡Qué locura Ivonne! ¿Le contaste a tu Madre?

-¿Contarle a mi Madre? (pausa) Ni loca.

-¿Todo terminó allí? ¿Qué pasó después? Una expresión de nostalgia se instaló en el rostro de Ivonne. 

-Me puso en penitencia.

-¿Cómo?

-Me mandó al rincón con la falda levantada y las bragas tal como la había dejado él.

-¿..y vos fuiste?

-Sí. Me quedé hasta que el me sacó de la penitencia. Luego le pedí para ir al baño. (pausa) Me miraba las nalgas en el espejo. Me habían quedado como un tomate. Me las toqué y eso me produjo una sensación imposible de describir.

-¿Te fuiste?

-Si me fui ¡já! No Julia, me quedé. Hice todos los ejercicios. Todos los que me había mandado otra vez, y más. Al día siguiente fui otra vez e hice más ejercicios matemáticos. Él me los ponía cada vez más difíciles, y yo los resolvía. Salvé el examen con 91 sobre 100. Estaba tan feliz que a la primera persona que fui a ver a la salida del examen fue a Alfonso. Él se puso muy contento y me regaló un chocolate.

-Ivonne, pero ¿no fue traumático para vos esa experiencia? 

Ivonne miró a Julia con lágrimas en los ojos. 

-Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Sin prácticamente hablar, Alfonso me ayudó a descubrir que yo era una spankee. Nunca hicimos el amor, no porque yo no lo deseara, pero meses después se fue becado a Bélgica y nunca más lo vi. Para mí ese día fue más importante que el día que perdí mi virginidad.

-¿Spankee? ¿Así llaman a las mujeres que les gusta que las nalgueen?

-Es más que eso. Pero a grandes rasgos, sí.

-Toda esto surgió cuando te pregunté por tu divorcio. ¿Como se conecta esto? (profundo suspiro de Ivonne)

-Después que se fue Alfonso, yo me negué a mí misma que era una spankee. ¿Uruguaya reprimida yo? (ambas mujeres rieron a coro). Me llevó algunos años y psicoterapia aceptarlo. Entendí que era quien soy, y que negármelo era ir en contra de mi propia naturaleza. Todo esto me ayudó a vencer dos cosas, mi miedo y mis prejuicios. Un buen día encaré a Omar y le dije que necesitaba que me pusiera límites, y si no los respetaba que me nalgueara duro y parejo. No me contestó enseguida... Un buen día me invitó a tomar un café, y me explicó que me respetaba pero que eso no era para él.  

Ivonne extendió su mano, tomó su cartera y extrajo un pañuelito con bordados. Se lo llevó a los ojos. 

-Linda…. ¿qué te pasa? Hablemos de otra cosa si querés.

-No Julia. No sabés la necesidad de contar todo esto que tengo. ¿Te aburro?

-¿Vos estás loca? Ni el Código Da Vinci me atrapó de esta manera. Por favor, seguí hablando.

-Después dar muchísimas vueltas sobre ese y otros asuntos que tampoco funcionaban, decidimos separarnos... Yo le expliqué que no era violencia doméstica. Que iba a ser muy bueno para nuestra pareja. Que nos iba a hacer mucho bien a nuestras autoestimas. Pero no lo entendió...

-Ivonne, no sabés cuánto lo siento.  

Julia extendió sus brazos y puso sus manos sobre la cara de su amiga. Ivonne tomó las manos de Julia y las sostuvo. 

-Seguime contando Ivonne.

-Omar pasó. No fue fácil, pero pasó. Nunca dejé de pensar en Alfonso, pero sé que sigue por Europa, y está instalado allá. 

Ivonne suspiró con un profundo alivio. 

-No sabés la necesidad que tenía de decir todo esto. Ninguna amiga mía es tan buen escucha como vos. (Julia sonrió, y le apretó ambas manos)

-Cómo pudimos dejar pasar tanto tiempo, tenemos que recuperarlo urgente. (pausa) Ivonne es viernes, y la noche es joven, vamos para la Ciudad Vieja para cambiar de aire. -Ivonne sonríe ampliamente.-¡Sí, claro que sí! 

Ambas mujeres terminaron tranquilamente su entremés. Pagaron la cuenta, y luego en sus respectivos autos iniciaron la marcha hacia la Ciudad Vieja. 

Sábado de esa semana, 4:05 am 

Roberto puso a Julia de pie, para luego mediante su mano conducirla gentilmente hasta la pared. Julia frotaba con suavidad sus nalgas ardidas. Roberto la terminó de desvestir dejándola completamente desnuda, con sólo sus pulseras y collar puesto. Contrastando con la fría noche de invierno la temperatura del dormitorio era agradable. 

Julia sintió como los dedos de Roberto recorrían su espina dorsal, esto le provocó un profundo suspiro. Desde atrás Roberto acercó sus labios a la oreja de Julia. 

-¿Qué más pasó esta noche Julia?

-¡Nada Roberto! Fuimos a la Ciudad Vieja, tomamos un par de tragos más, picamos algo, bailamos un poco, y me vine para casa. 

El tono de voz de Julia sonaba como la de una niña que estaba ocultando una travesura. 

-Manejaste después de haber tomado dos tragos... ¿más todo lo anterior?

-Bueno... Sí... pero manejé con cuidado....

-¿Qué bailaste?

-Rock y Rítmica, música divertida. Por favor Roberto....  

Roberto sacó del bolsillo de su camisa una hoja A4 doblada en cuatro. Lentamente la  desdobló y la contempló con expresión neutra. Con mirada severa se dirigió a Julia. 

-No se puede negar que la calidad de las impresiones es cada vez mejor. ¿No opinás lo mismo? 

Julia voltea su cabeza tratando de mirar de reojo el papel impreso.  

-¿Querés verla?   

Roberto le acerca la hoja a Julia, quien la toma pero no logra distinguir bien su contenido.  

-Acercarte a la luz. 

Julia empieza a caminar hacia el foco de luz, haciendo que éste bañe por completo la hoja impresa. Sus ojos incrédulos la recorrían de punta a punta. Su boca en gesto de asombro se abría cada vez más, su garganta se secó, y no pudo emitir palabra. Roberto sirvió medio vaso de agua mineral y se lo ofreció a Julia, quien lo bebió con expresión de alivio y ojos cerrados.  En la impresión se podía ver a dos mujeres danzando sobre dos mesas distintas rodeadas de gente bailando. La única prenda que ambas mujeres lucían era sus diminutas bragas. Una de ellas era inconfundiblemente Julia. 

-Roberto, lo puedo explicar... fue un momento de locura... ¿Cómo te llegó esto?

-A la luz de la evidencia Julia, las preguntas las hago yo.

-Roberto ¡por favor! 

Roberto caminó hasta la cama y puso dos almohadas apiladas en el centro de la misma. Una sensación de extrañeza recorrió el cuerpo de Jullia. 

-¿Qué vas a hacerme Roberto?

-Acostate boca abajo sobre la cama.

-Papito... por favor... no lo voy a hacer más.

-Ahora Julia. 

Julia abrazó a Roberto y empezó a llorar, y él la contuvo en silencio. Después de un rato la tomó del brazo y la acompaño hasta el borde la cama. Ella se arrodilló sobre el borde la cama para luego con sus brazos hacia delante ponerse en posición. Las almohadas dejaban sus posaderas en posición saliente. Extendió sus brazos y hundió sus dedos en el acolchado que cubría la cama. Roberto desabrochó su cinturón y se lo sacó, Lo dobló en dos. Parado al costado izquierdo de Julia la observaba con detenimiento. 

-¡Papito, por favor! ¿Qué me vas a hacer?  

Una extrañísima sensación mezcla de temor, ansiedad, excitación y arrepentimiento recorría el cuerpo de Julia. Un cosquilleo nervioso y casi tangible unía su paladar con su ingle.  

-Ahora si Julia, ¡toda la verdad...!  

Sábado de esa semana, 2:15 am 

Ambas mujeres entraron a un  resto-pub bailable llamado “Luna Menguante” sobre la calle Bacacay. Era un lugar pensando para los de treinta y pico en adelante. Eligieron una mesa, ordenaron bebida y se sentaron. 

-Aquí me parece que hay más onda para divertirnos.

-Julia mirá en aquella mesa hay unas amigas, son dos boludas pero muy divertidas. Vení vamos a saludarlas. Ambas mujeres se levantaron y se dirigieron a la otra mesa, donde había otras dos mujeres. 

Después del ritual de las presentaciones, Julia no recordaba cuál era María José y cuál Magela.  Gracias a las bebidas que seguían corriendo generosamente las cuatro mujeres rápidamente entraron en confianza. Después de un rato salieron todas a bailar. Con la música Fito Paez, Peter Gabriel, Jaime Roos, Carly Simon y el Negro Rada, el ritmo y la temperatura de la cruda noche de invierno iba en aumento. El punto de inflexión llegó cuando a través de los parlantes empezó a escucharse “You can keep your hat on” de Joe Cocker (la canción que inmortalizó Kim Basinger con su escena de desnudo en Nueve Semanas y media). La pista de baile se alborotó. Una de las chicas, Magela, se acercó a Julia y le dijo al oído “Gordita, estoy seguro que no te vas a animar a seguirme”. Se alejó bailando, y con la ayuda de un par de galanes se subió a una mesa y siguió bailando pero de forma muy provocativa. A medida que la canción discurría empezó a desabrocharse la blusa. Ivonne y Julia miraban con asombro. “¡Está Loca!” dijeron a coro. María José, que presentaba ya ciertas señales de intoxicación no paraba de reírse. 

-Ivonne, esta hija de puta me llamó “gordita”.

-No le prestes atención. Te dije que son unas boludas. 

La blusa de Magela ya estaba totalmente desabrochada, con movimientos sexies que acompañaban el ritmo la sacó con lentitud. Hombre y mujeres no paraban de aplaudir. También se podía divisar algunas damas muy molestas con sus acompañantes masculinos. Magela miró a Julia a los ojos y vocalizó en forma inconfundible “Gordita”. Algo había hecho clic dentro Julia, los impulsos tomaron el control en su mente desplazando a la razón. “Gordita, pero me defiendo hija de puta” pensó Julia. 

Con la ayuda de una silla Julia se subió a otra mesa, y empezó a bailar... La multitud enloqueció. Julia abrió su blusa, y después de agitarla con delicada suavidad, la tiró. El duelo estaba instalado... 

-¡Julia estás loca!!  Por favor ¡bajá!  (Pero los gritos de Ivonne eran inútiles) 

Magela se desabrochó la falda y con movimientos de contoneo se la sacó por los pies, quedando con mirada desafiante hacia Julia. Esta no dudó, siguió bailando, y rápidamente también voló su falda.  Ivonne corría de un lado a otro recogiendo prendas. Ambas mujeres ya estaban en ropa interior, la situación no podía ser más caliente. Magela se desabrochó el brasier, y mirando de reojo lo dejó escurrir por sus brazos.  

-¡Julia, basta! (gritaba Ivonne) 

Julia la miró derecho a los ojos, también se desabrochó su brasier, se lo sacó y tiró hacia un costado. La única prenda que cubrían a las respectivas damas eran sus diminutas bragas. Magela empezó a jugar con el elástico de la suya empezando a hacer amagues de sacárselo. Julia sintiendo que sus bragas eran su último reducto también empezó a jugar con el elástico, pero no quería avanzar más, pero ¿perdería el duelo? Repentinamente Ivonne subió a la mesa con un tapado y cubrió a Julia, ambas bajaron con ayuda de la mesa. María José le gritaba a Magela para que bajara también, quien con algunos tropiezos obedeció. 

A coro los concurrentes empezaron a gritar “¡Empate! ¡Empate!”.    

*     *     *    *

En el enorme baño de mármol negro del lugar, con la ayuda de Ivonne, Julia se terminaba de vestir. Los estados de ánimos fluctuaban desde la culpa hasta las risotadas. Tanto la bebida como la excitación habían dejado sus huellas en los rostros de ambas mujeres. Julia primero se refrescó con toques de agua fría en la cara, para después quedarse mirando en el enorme espejo de pared a pared. 

-Dios mío Ivonne ¿qué hice?. Me enloquecí.

-Quedate tranquila. ¿Viste a alguien conocido?

-No que me diera cuenta. Fue un momento de locura, que quizás debas tomarlo como un momento de liberación.

-No sé qué me pasa esta noche Ivonne, quizás sea la bebida, pero me siento distinta. No he podido dejar de pensar en lo que me contaste que te hizo Alfonso cuando tenías 16. 

Ivonne quedó sorprendida, no sabiendo qué contestar. Se tomó un momento: 

-¿Que te provoca?

-(pausa) …es raro. Curiosidad, ansiedad...

-Dejalo salir.-¿Que lo deje salir? ¿Cómo?

-No lo reprimas. Sé vos misma. 

Mientras se hace algunos retoques, Julia queda sumida en la reflexión, mirándose al espejo.  

*     *     *    * 

Julia e Ivonne van caminando hacia sus autos en silencio, luego ambas se abrazan. 

-Qué lindo fue volverte a ver.-Lo mismo digo Ivonne. ¿Vamos a vernos la semana que viene?

-¡Por supuesto! Tenemos mucho de lo cual seguir hablando.

-Me divertí mucho contigo esta noche, sentí que volvimos a aquellos años en que salíamos juntas con el resto del grupo.

-Te estoy llamando el lunes Julia.

-Claro que sí. Cuidate. 

Ambas mujeres se volvieron a abrazar y besar.  

Sábado de esa semana, 4:35 am 

Julia ya había confesado. Por un lado se sentía aliviada, por otro sentía que con Roberto parado a su lado con cinto en mano, y ella desnuda en posición sobre la cama, el veredicto iba a ser culpable. 

-Julia, jamás fui un obstáculo para salieras con tus amigas, ni lo pienso ser, pero vos corriste un riesgo y yo te pesqué, no te vas a librar de un buen castigo por lo que hiciste.

-Pero por favor Roberto, ¡por favor! Fue un momento de locura. Te prometo que me voy a portar bien.

-15 azotes,  y los vas a contar uno por uno.

-¿15? ¡Por favor mi amor! Mi cola ya recibió sufrió bastante.

-20-No, no, mi amor, 15 está bien.

-20 ¿o vas a querer 25?-

No, no, no, no 20 está bien. 

Julia respiró profundo, cerró los ojos y apretó fuertemente el acolchado con sus puños... Slash!!! El primer cintazo cayó a pleno sobre sus nalgas, sacudiéndolas fuertemente y dejando una franja de ardor de lado a lado... “Aaaaaaayyyy Papito, aaaayyy”. Al rato otro azote aterrizó, pero esta vez más cerca de la unión con sus piernas... Con intensidad y pasión Julia pronunció: “Uuuuuy Roberto... te prometo, te prometo que me voy a portar bien, te lo prometo!!!”

 -No empezaste a contar.

-Dos, dos, Roberto van dos. 

Ceremoniosamente fueron cayendo los azotes uno a uno, quedando la cola de Julia con un centro muy rojo, y franjas coloradas que salían en todas las direcciones. Estoicamente Julia los contó todos. Muy caballerosamente Roberto la puso de pie y la condujo al rincón, donde ella esperó un buen rato. Luego sintió que él empezó a frotarle crema por las nalgas. La sensación le resultaba de enorme alivio y placer. En medio de una marea suspiros inclinó su cabeza hacia atrás y le dijo: “Gracias Señor”.

Fue la primera vez que lo vio sonreír esa noche. 

A Julia le resultaba casi imposible compilar todas las sensaciones y emociones que había vivido. Roberto la tomó del brazo y la llevó de vuelta a la cama donde se acostaron juntos. Hasta que los sorprendió el amanecer; las penumbras fueron cómplices de sus silencios, y los silencios de sus pasiones.   

Lunes siguiente 9:15 am 

Julia llegó a su trabajo, mostrándose relajada, muy sonriente y con un paso más cadencioso que de costumbre. En su camino se cruzó Lorenzo Santos, uno de los abogados veteranos de la firma. 

-Hola Julia. Qué bien se te ve hoy.-Muchas Gracias Lorenzo... tuve un fin de semana... entretenido. ¿Cómo fue el tuyo?

-¡Bien gracias! Tranquilo, en casa disfrutando de mis nietos que me vinieron a visitar. Parece que tenés un admirador secreto.

-¿Admirador secreto? ¿A que te referís?

-Cuando veas tu escritorio te vas a dar cuenta. 

Julia puso cara de duda y siguió avanzando Al llegar a su escritorio la sorprendió un ramo de rosas rojas en una copa con un pequeño adherido a su costado. Notó como todos sus compañeros la miraban de reojo. Con su mayor naturalidad ella se sentó. El apoyar sus posaderas en su sillón le hizo recordar que la próxima lo hiciera con más cariño. Tomó las flores y las olió. Despegó el sobre de la copa y lo abrió. Extrajo un tarjeta blanca que lucía la siguiente frase: “La próxima vez que quieras bailar desnuda, hacelo para mi. Roberto”. Con cierto histrionismo se dirigió al resto de sus compañeros: “Lo siento chicos, muy privado”. Todos rieron a coro. El evento dio lugar a muchos chistes de oficina que hicieron de ese lunes, un lunes distinto para Julia. 

En plena faena de oficina suena su celular y por el captor ve que es Ivonne, con disimulo se levanta y dirige a la sala de reuniones que estaba vacía. 

-¡Ivonne! No te imaginás todo lo que me pasó. Ahora estoy con ramo de rosas arriba del escritorio, pero no sabés las que pasé.

-¡Contame!-Roberto me estaba esperando en casa cuando llegué...  Tenía una foto mía bailando sobre las mesas de Luna Menguante. ¡No lo podía creer! Yo te dije que fue una locura, debió haber algún conocido de él allí. Alguien me sacó una foto con un celular y se la mandó.

-Pero ¿qué te pasó?

-Imaginate…

-¡Nooo! Te puso sobre sus rodillas y te...

-¡Si Ivonne! Me nalgueó. Me dejó la cola rojo fuego. Pero ¿quién pudo haber estado allí? (largo silencio)

-Fui yo Julia.

-¿Cómo? ¿Cómo que fuiste vos?

-Fui yo la que le mandé la foto desde mi celular. Primero busqué el número de Roberto en el tuyo, y luego se lo mandé.

-Pero ¿vos estás loca? ¿Por qué me hiciste eso? No lo puedo creer. ¿Vos sabés cómo me quedó la cola? Porque sabés que después de las nalgadas vino el cinto. ¿En que estabas pensando? No lo puedo creer.

-Pensalo bien Julia y decime, ¿quién es la que ahora tiene la atención de su marido? (silencio)

-¿Quién es la que tiene el ramo de rosas rojas sobre su escritorio? (silencio)

-¿Quién es la que debe haber pasado un sábado y domingo de reencuentro? (silencio)

-Pero...  yo... yo... no sé si mandarte al diablo o agradecerte...

-Julia, mientras lo pensás, agendate para el jueves de tarde “Ir a tomar el té a lo de Ivonne”. 

FIN

Un solo motivo...

Autor: Selene.

Para Xana

...Se había convertido en el centro de su universo, lo único que realmente llegaba a importarle y hacerla feliz. Cada momento a su lado era único y los recuerdos la acompañaban durante mucho tiempo después de que cada uno de ellos se marchara tras los días de placer compartido.  

Cuando llegó a él, solo era una mujer caprichosa que había perdido el norte y a quien no era posible dominar y ahora se sentía única entre miles, distinta entre iguales y apreciada como un escaso bien que tenía el justo valor que él había sabido imprimirle con su extraña relación.  

No podía explicarse a sí misma sus reacciones en los últimos meses y como desde que conoció a aquel hombre su vida estaba cambiando, se había transformado en un remolino que no podía controlar y sin embargo el movimiento la hacía sentirse plena y feliz.  

Él descansaba sobre la cama, desnudo, tranquilo, mirando a través del balcón cómo las luces del atardecer se iban apagando mientras daban paso a una hermosa y cálida noche. El ruido amortiguado de los coches que transitaban la avenida más que molestar contribuía a adormecerle mientras repasaba mentalmente lo ocurrido unos momentos antes.  

Al otro lado de la pared, el agua de la ducha llevaba corriendo unos minutos y la imaginaba desnuda enjabonando su cuerpo y dejando caer el agua tibia sobre sus nalgas mientras enjuagaba su pelo. El mismo pelo casi dorado que minutos antes él había apartado de su nuca para besarla en el cuello…  

La nitidez de los recuerdos le hizo volver a sentir una erección y sonrió mientras se daba la vuelta para disfrutar de las escenas fugaces que se estaban fijando en su mente con el mero hecho de rememorarlas en ese instante.  

Una vez más ella había comenzado a besar su boca y la sentía estremecerse entre sus brazos con cada una de sus caricias. Recorrió su cuerpo con los labios, bajando por el cuello hasta su pecho mientras la sentía gemir de placer, ahogando levemente los profundos suspiros que escapaban de sus labios entreabiertos. Los ojos cerrados, ausente en la inmensa entrega que comenzaba en ese mismo momento con una pasión no sentida por ninguno de ellos hacía mucho tiempo.  

La recorrió por completo, sintiendo como ella se excitaba cada vez más y como sus gemidos se iban haciendo cada vez más intensos. Agarró su pelo con firmeza haciéndola echar hacia atrás la cabeza para dejarle libre el acceso a su cuello, mordiéndola, deslizando su lengua hasta su pecho, llenándola de besos mientras ella se dejaba amar en el silencio interrumpido por el sonido del placer para después ser ella quien le besara con toda la pasión que sabía imprimir a cada instante juntos.  

Se recreó en cada movimiento de ambos al desnudarla despacio, con la sensación de estar desenvolviendo un regalo dentro del cual le esperaba una sorpresa, hasta poder mirarla tapada tan solo por aquel conjunto de encaje blanco bajo el cual solo quedaba su sexo, húmedo ya con total seguridad a juzgar por el placer que ella expresaba en sus movimientos y su mirada.  

Arqueaba la espalda en una tensión infinita, mientras él, con sus dedos iba recorriendo todos sus rincones acompasado por el movimiento de sus caderas justo antes de tumbarse y recibirla a ella abierta sobre su cuerpo, penetrándola, haciéndola gritar de placer en cada uno de los movimientos acompasados con los que se deshacía en un momento único que él no hubiese querido que terminase nunca. 

Una vez alcanzado el clímax, con la piel aún tibia, la respiración jadeante y los ojos con ese brillo intenso que le quedaba tras lo momentos más intensos, ella se acercó a su oído, murmurándole, provocándole, recordándole que era una chica traviesa con muchas cosas pendientes con él. Y sí que lo era, la más caprichosa y rebelde que había conocido, pero en ese momento solo quería acariciarla. Ella siguió insistiendo, haciendo sonar el timbre de su voz mucho más infantil e inocente… pero él no sentía deseos de seguir el juego, solo quería abrazarla y sentirla suya en ese instante.  

Casi parecía vencida en su empeño cuando adoptó la actitud de niña desobediente que tanto le excitaba a él y que le hacían desear ponerla en sus rodillas y sintiendo como crecía en él un fuerte anhelo de azotarla la tomó con fuerza de las muñecas atrayéndola hacia él, provocando en ella una falsa resistencia mientras él la asía con más fuerza, sabiendo que solo era una forma de alargar el momento de dar comienzo a su juego.  

Sobre sus rodillas la tenía voluntariamente indefensa, era su spankee, la mujer con la que compartía un sueño y empezó a azotarla sobre las braguitas, buscando los lugares menos cubiertos por ellas, bajando con sus azotes hasta el lugar que marcaba el final de las nalgas, donde ella más se movía al recibir los azotes expresando verdadero disgusto y así, la nalgueó durante largo rato antes de bajarlas finalmente y observar el contraste entre el blanco que él retiraba y el rojo de las nalgas.  

Mientras subía la intensidad de los azotes, alternaba con caricias sobre la piel cada vez más caliente, buscando con sus dedos la humedad del sexo que él veía con absoluta libertad en esa postura, explorando con sus dedos y haciéndola debatirse nuevamente entre gemidos. Azotándola una y otra vez subiendo más y más la intensidad para sentirla tan suya que jamás hubiera imaginado sentir eso con una mujer en sus rodillas…  

La azotó sin descanso hasta que la escuchó llorar… apenas un sollozo al principio, creciendo en intensidad según él seguía azotándola con la palma de su mano que caía rítmicamente sobre las nalgas desnudas provocándole aquella sensación de bienestar tan intensa tras lo cual la incorporó para sentarla en sus rodillas, las mismas que un momento antes habían servido para deleitarse con ella en esa ceremonia tan íntima que ambos compartían hacía tiempo. Le secó las lágrimas, besó sus ojos, sus mejillas y luego sintió que debía decirle algo que había rondado su mente unos minutos antes: Cada vez me cuesta más azotarte sin motivos, estoy empezando a quererte demasiado”. 

Ella recuperó su altivez innata, le miró a los ojos y le dijo algo que si bien él sabía que no era más que una estrategia para mantener su deseo por azotarla, se le clavó de alguna forma en el centro de su pecho al escucharla decir: “¿Quieres un motivo? voy a darte uno solo… si tu no lo haces, habrá otro que lo haga”. Suficiente estímulo para actuar como lo hizo de inmediato, depositándola sobre la cama, justo encima de los almohadones y azotándola con el cinturón hasta que ella suplicó que parase empezando a arrepentirse de las palabras que acababa de pronunciar. Y ahora, él reposaba cansado sobre la cama, después de haberla poseído con furia y ella se envolvía en una toalla frente a él, con las nalgas aún rojas en las que las bandas que había dejado el cinturón se distinguían nítidas aún y les harían recordar durante toda la noche que ambos eran lo que eran y eso, nunca podían olvidarlo. 

Historia: lavar los platos

Autor: Rex Mauro 

Ella sabía que debía lavar los platos, pero no tenía ganas de nada, simplemente era más fácil tenderse en la cama a ver televisión, hora tras hora, sin ninguna presión y sin ninguna emoción, en el más absoluto aburrimiento. Al fin, llegó su marido, la saludó con un beso, fue a dejar sus cosas y se sentó en la mesa, diciendo, "sírveme comida". Ella, un poco temerosa, le contestó: "no hice comida" y al decirlo, con sólo mirar la expresión de su marido, pudo sentir mariposas en su estómago y en medio de sus piernas, una sensación sólo comparable a sentir un brusco e inesperado descenso en un bache en un avión, o una brusca desaceleración en una montaña rusa. Entonces él, con furia, se puso de pié, fue a dónde ella estaba, y acercándose casi al punto de estrellar su cuerpo con el de ella, le gritó en forma insultante, arrojando algo de saliva a su cara: "¡qué diablos significa esto!, ¡trabajo todo el día y tu no eres capaz de hacer una simple cosa!". Ella al escuchar esto sintió que sus piernas temblaban, sus rodillas se flexionaban un poco involuntariamente, su sangre se helaba, su corazón latía a mil por hora haciéndola sentirse algo mareada, al tiempo que algo ocurría en su bajo vientre, algo que no podía evitar, por cuanto sentía que tendría que pagar su falta con dolor y humillación, una humillación que no respetaría su condición de mujer... era muy claro que iba a ser vejada, golpeada, desnudada, insultada, obligada a pedir disculpas y finalmente violada por su propio marido.


En el intertanto, su marido fue a la cocina, y con gran sorpresa encontró una enorme pila de platos, amontonados en completo desorden, llenos de grasa y aceite. "Esto ya basta!" gritó, la tomó de un brazo, la empujó a la cocina, tomó una cuchara de palo, le bajó el pantalón de buzo que ella llevaba, y comenzó a golpearla rabiosamente en sus nalgas. Ella suplicó que parara, comenzó a sentir mucho miedo, a desesperarse, trató inútilmente de detenerlo, pero él era muchísimo más fuerte. El dolor no cesaba... al final las lágrimas brotaron, entonces el castigo paró, y ella quedó de rodillas en el piso de la cocina con la cara llena de lágrimas, sus piernas y nalgas desnudas, y su buzo y sus calzones ridículamente a la altura de las rodillas. Entonces él la arrastró de un brazo al living, mientras ella ridículamente trataba de caminar sin poderlo hacer porque el buzo a la altura de sus tobillos se lo impedía. Debió resignarse a ser arrastrada por el piso, sintiendo una gran impotencia de no poder pararse y caminar, lo cual era en extremo humillante. Fue arrojada sobre una alfombra llena de finos cojines, a los pies de un sofá, boca abajo, dejando expuestas sus bellas y castigadas nalgas. Mientras sollozaba y respiraba dificultosamente sobre los almohadones, y mientras acariciaba con una mano su castigado trasero, moviéndose boca abajo sobre los almohadones, comenzó a sentir un gran alivio de que hubiese terminado el castigo, alivio reforzado por el roce de las suaves telas de los almohadones sobre su piel, sus suaves muslos, su entre piernas. Estaba así boca abajo, sollozando, moviéndose lentamente, para calmar el dolor, cuando vió que arriba su marido se estaba sacando el cinturón, con la cara llena de satisfacción sádica, y le decía "ahora vas a ver quien manda y qué te pasará si me desobedeces" .


Era demasiado, nuevamente sintió ese latir de su corazón que la dejaba mareada, ese congelársele la sangre, aunque ahora comenzó a desearlo, a desear que él la tocara, la castigara, la golpeara, la manoseara, la penetrara. Sus entrañas comenzaron a mojarse copiosamente en complicidad, esperando el castigo, para sufrir cada segundo de él, para experimentarlo, para gozarlo, para entregarse por completo a lo que fuese que él quisiese hacerle.


Él comenzó a azotarla con el cinturón, mientras ella respondía moviendo sus piernas, y meciendo sus caderas, contrayendo su pelvis sobre los almohadones, como si deseara que los almohadones la penetraran luego de cada golpe, en un movimiento que comenzaba a ser demasiado sensual para su castigador. Sensual eran también sus gemidos, como los de una mujer excitada que está en proceso de alcanzar un orgasmo. Golpe tras golpe, minuto tras minuto, dolor sobre más dolor, continuó el castigo. Súbitamente, la tomó de un brazo levantándola. Ella casi desfallecía, estaba como en trance, adolorida, humillada, avergonzada, desnuda, excitada... muy mojada. La dejó sobre el lavaplatos, y le ordenó "¡ahora floja de porquería, lava esos platos!". Ella, que no reaccionaba, cometió el error de no reaccionar lo suficientemente rápido. Error imperdonable, pues él tomó una finísima ramita de árbol, verde y muy flexible, y aplicó unos certeros golpes sobre sus nalgas. Eso la hizo despertar, al tiempo que casi la hace alcanzar un orgasmo. Comenzó a lavar los platos mientras apenas podía soportar el deseo de ser penetrada, de ser amada... en ese preciso minuto. Estaba muy angustiada, pero sabía que había un sólo camino... hacer la voluntad de él, porque no importaba lo que ella pensara o tratara de hacer, al final él haría su voluntad, y a ella le correspondía solamente obedecerlo, seguirlo, satisfacerlo, complacerlo, entregarse a él por completo. Minuto tras minuto, la angustia de desear ser penetrada continuó, mientras él manoseaba sus nalgas esparciendo crema para aliviarla, a lo que luego continuaba con nuevos y dolorosos varillazos. Finalmente, cuando los platos ya estaban todos limpies, bajó su cierre, extrajo su pene y preguntó, mientras colocaba el glande sobre las nalgas de ella: "Quién es el que manda aquí", a lo que ella respondió "Usted". Él la penetró analmente y ambos acabaron en un orgasmo mientras ella era empujada una y otra vez contra el lavaplatos.

FIN

Hechizo de amor en la noche de San Xuan

  Autora: Ana K. Blanco

INTRODUCCIÓN

De Xanas, Cuélebres, Trasgus y más...

Vivir en Asturias es una delicia para los seres que la habitan. Se trata de un "paraíso natural" como dicen las propagandas. Si vive frente al mar Cantábrico, se disfruta de sus playas, acantilados y esos paisajes marineros que conjugan en perfecta armonía la montaña y el mar. Y en las montañas interiores, el mismo cielo tiene envidia de los habitantes de este paraíso y las nubes bajan hasta las laderas de las montañas para acomodarse allí todo el tiempo que pueden antes de desaparecer.

Los bosques asturianos tienen un encanto especial y los seres mitológicos que en ellos habitan se esconden en las fuentes, las cuevas y caminan entre las brumas para que quienes los descubran no puedan tener total certeza de haberlos visto.

Esta es una historia tan real y palpable como una xana. Mi madre me la contaba de pequeña cuando hacía alguna travesura. En mi mente infantil y en mi memoria quedaron grabadas esas imágenes que ahora revivo y comparto con ustedes con algún agregado de mi parte.

Antes de comenzar con la historia, permítanme contarles quién es quién en la mitología astur.

Las Ayalgas o Atalayas: Aunque en las descripciones de los primeros estudiosos se utiliza el nombre para los tesoros, (ayalga = alhaja) mientras a las jóvenes doncellas que los custodian son conocidas como atalayas o ayalgas, semejantes a las xanas por su juventud, aunque no tan bellas. Parece que se diferencian de éstas en que las atalayas son mujeres y están siempre encantadas, mientras que las xanas no son humanas y rara vez estan encantadas. Debido a su penosa situación, presentan habitualmente una expresión de gran tristeza, cantando bellas pero melancólicas canciones, mientras el Cuélebre permanece atento a sus movimientos, excepto el día de San Juan, cuando entra en un sopor irresistible, momento en el cual es posible desencantarlas.

La xana es el nombre que reciben  las hadas en Asturias. Representan una entidad etérea de cuerpo juncal, cabellos rubios y ojos claros. Vive en las fuentes y se aparece a los caminantes reflejada en las aguas cuando estos acuden para apagar su sed. Son unas criaturas constructoras a las que se les atribuye la edificación de muchos dólmenes, que según la creencia popular no son más que los vestigios de los grandiosos palacios que erigieron.

El Trasgu: Este es el personaje equivalente al trasgo, que se conoce en el resto de España. Es una especie de duende travieso y juguetón, cojitranco y de corta estatura que por las noches se cuela en las casas para hacer las tareas pendientes y colocar las cosas en su sitio o, si está malhumorado,  romper objetos o cambiarlos de sitio con objeto de crear confusión... Viste un gorro colorado, y  un traje del mismo color. Tiene cuernos, rabo y un agujero en la mano por el cual se le escapa el grano que el aldeano le ofrece para hacerle  rabiar. Además de colarse en las casas, también lo hace en las cuadras del ganado al que molesta despertando a los dueños de los animales  por el revuelo y los ruidos.

El Cuélebre es un animal fantástico con cuerpo de serpiente y alas de murciélago,  lleno de escamas y tiene una larga cola. Se asemeja a un dragón o una serpiente alada. Emite silbidos muy molestos siendo muy temido por los hombres que viven en las proximidades de su guarida, los cuales, para darle caza, han de atravesarle  la garganta que es su único punto vulnerable, pues esas escamas que protegen su piel son excesivamente duras y resistentes. Vive en los bosques y cuevas y en la orilla de los ríos: su labor es guardar a las xanas y proteger los tesoros. Se alimenta de personas o ganado y cuando llega el fin de su vida terrenal se va a morir al mar, en cuyas profundidades custodia tesoros durante toda la eternidad.

HECHIZO DE AMOR EN LA NOCHE DE SAN XUAN

A mis padres, que me inculcaron

el amor por Asturias y sus tradiciones.

A Xana y a  todo el pueblo astur.

Claudio había conocido a Xulián en la fiesta de unos amigos comunes, y siendo un hombre que siempre se había sentido atraído por la mitología de los diferentes pueblos, escuchó con mucha atención a aquel asturiano que narraba historias fantásticas sobre hadas, duendes, brujas y demás personajes que pululaban por los bosques de Asturias. Luego de aquellas narraciones fantásticas, Claudio y Xulián se quedaron hablando durante horas. Al  retirarse,  dijo Xulián:

"Ven y pasea por los bosques de Asturias durante la noche de San Xuan. Quien sabe; quizás te hechice una Xana o una Atalaya y no puedas abandonar nuestra tierra..."

Esas palabras quedaron resonando en la cabeza de Claudio.  Estaban en plena primavera a finales de Abril, así que faltaban casi dos meses para esa mágica noche.

La segunda semana de Mayo, ya en tierras asturianas, comenzó a viajar y a "estudiar" todo lo referente a su mitología. Él sabía que estos personajes no existían, pero algo le decía que debía seguir investigando y aprendiendo lo  más que pudiera.

Así se enteró más profundamente de que las xanas eran seres encantados, parecidos a las hadas y de una belleza sin igual. Se diferenciaban de las Atalayas en que estas eran seres humanos, mujeres encantadas; casi siempre hermosísimas princesas. Ambas estaban custodiadas por el Cuélebre. Muchos más seres mitológicos fue conociendo Claudio: el Nuberu, el Busgosu, el Diaño Burlón, la Güestia, el Trasgu, las Bruxas...

En todo eso iba pensando aquella mañana mientras subía la montaña por el estrecho camino trazado por los caminantes y los carros. No hacía calor, pero aquella caminata le había dado sed y le habían indicado que un poco más adelante encontraría una "fonte" (fuente) donde podría beber. La divisó a lo lejos y a ella se acercó. Cuando tenía sus labios posados en el agua, abrió los ojos y vió el reflejo de una joven de ojos verdes, cuyo rostro de gran belleza enmarcaba su larguísimo cabello rubio. Se sobresaltó y miró por encima de su hombro, pero nadie estaba allí. Esperó unos segundos, volvió a mirar en el agua, y allí estaba la hermosa ninfa, mirándole con cierta picardía y desfachatez.

Claudio quedó inmóvil por la emoción y la sorpresa; ante sus ojos fue desapareciendo lentamente la imagen de la joven. Casi corriendo, llegó al pueblo de Villabolle donde estaba hospedado, y le contó a Jesús, su anfitrión, lo sucedido.

"Tranquilo hombre, tranquilo. Sólo has visto a Soñada, la xana que vigila el tesoro de la fonte de Francos. No te hará daño, pero puede usar sus encantos para enamorarte y eso sí es peligroso. Cuídate, no la mires si vas a beber agua allí, y sigue tu camino".

Claro que decirle que no fuera era como una clara invitación a que siguiera haciéndolo. Se fue a su sencilla habitación a dormir con el rostro de Soñada en su mente. Fue quitándose la ropa y doblándola ordenadamente, así como el resto de sus pertenencias.  A medida que las sacaba de los bolsillos iban a parar al cajón que oficiaba de mesita de noche... Se acostó en el camastro y luego de innumerables vueltas, se durmió. Entre sueños le pareció oír ruidos extraños, pero no lograron despertarlo. Al día siguiente, cuando ya asomaba el sol, se desperezó mientras el canto del gallo seguía anunciando el nuevo día.

Se sentó en la cama y, al mirar de reojo el cajón,... ¡se sobresaltó! Todos sus objetos estaban fuera de lugar y le faltaba el reloj. No entendía nada: los habitantes de aquella casa eran personas honorables y de confianza.  Negábase a pensar que alguno de ellos hubiera  entrado a su habitación para hacer aquel desastre estando él ni sin estar. ¿Qué habría ocurrido?

Pasó a la cocina para desayunar. En una pequeña mesa frente a la lumbre, estaba Jesús sentado en un banco saboreando una humeante taza de café. El pan de Grandas estaba siendo cortado por su esposa María, con una maestría que solo la costumbre de repetirla varias veces al día podía dar.

-"Buenos días", saludó Claudio.

-"Buenos días: adelante. Tome asiento. ¿Le sirvo un café?", preguntó solícita la dueña de casa.

-"Sí, por favor. Muchas gracias".

-"¿Qué le sucede Claudio? Parece que haya pasado algo... ¿está bien?", le dijo Jesús con gesto preocupado.

-"Bueno... la verdad es que...", no se animaba a contar lo sucedido y, bajando la mirada, calló.

-"Vamos, cuente, quizás le podamos ayudar".

-"Verá usted... no sé qué pasó, pero... esta mañana encontré mis pertenencias fuera de lugar, y me faltó el reloj. Soy una persona ordenada: sé cómo coloco mis cosas cuando me acuesto y estaba todo revuelto".

-"Ese fue el Trasgu", dijo María sin titubear. "En mi cocina también encontré desorden y de noche hubo estropicio de ollas y sartenes. Pero ya lo arreglaré yo"

-"Pero... pensé que el Trasgu no existía, que era una leyenda, un mito", dijo Claudio sin salir de su asombro.

-"Pues sí; existe querido amigo. Si no ¿cómo podría explicar lo que pasó?," le decía Jesús mientras revolvía el café- "Su reloj aparecerá donde menos lo imagine".

El desayuno transcurrió escuchando la explicación de María; le contaba que para que el Trasgu no molestara más, se le daban tres tareas, imposibles de cumplir para que él  que es tan orgulloso, al no poder hacer lo que se le mandaba, se marcha frustrado y deja de molestar. Las tareas encomendadas eran: llenar con agua de mar una cesta de mimbre, convertir en blanco una piel o "peleyu" negro de carnero, y por último llevar media copa de licor en su mano izquierda o bien recoger con esa mano el cereal que estaba desparramado en el suelo. El Trasgu tiene un agujero en la mano izquierda, así que, cuando intenta agarrar líquidos o cosas pequeñas, estas se le escapan por él.

Claudio no podía creer que esto le pasara a él y estuviera conviviendo con seres mitológicos. Sumido en esos pensamientos, dirigió sus pasos hacia la orilla del bosque. La naturaleza fue generosa con el suelo asturiano y le regaló una inmensa variedad de árboles. Es común encontrar abedules, avellanos, tejos, castaños, sauces, nogales, robles, encinas... y mirando su suelo se ven hierbas medicinales y también mágicas, como la ruda, la valeriana o la verbena, por solo nombrar tres de ellas.

Una densa nube estaba cubriendo el bosque, lo que no permitía distinguir claramente qué había unos metros más adelante, así que cuando vió moverse algo entre los árboles, pensó que sería un corzo. Se paró, agudizó la vista y distinguió una figura humana. Era... ¡una mujer! Vestía ropajes antiguos; un vestido de terciopelo azul que le llegaba a los tobillos, con las mangas largas y ajustadas. Su cabello dorado caía más abajo de su cintura y cantaba algo que no terminaba de comprender, pero que sonaba doloroso. Le gritó que se detuviera y ella lo hizo, mientras que se daba vuelta y le miraba de frente: tenía un rostro bellísimo, dulce y triste, muy triste. Parecía que estuviera a punto de llorar. Cuando estaba a pocos metros de ella, la chica comenzó a correr y desapareció entre la bruma y los árboles...

Una vez más debió recurrir a Jesús que le explicó con una paciencia infinita:

-"Sí; es Nadia, una princesa mora encantada que vaga por el bosque. Dicen que guarda los tesoros de Ricardín, escondidos en una cueva cerca de Escanlares. Como todas las Atalayas, está esperando que un hombre rompa su hechizo y pueda volver a ser un ser humano normal. Pero año tras año llega la fiesta de San Xuan y nadie logra desencantarla..."

Tras aquella declaración, Claudio iba día a día al bosque con la esperanza de volver a ver a aquella hermosa princesa. Pero esta no aparecía, así que, luego de varias horas de espera, se retiraba cabizbajo de camino al pueblo.

Mientras que Claudio consumía sus días entre la fonte y el bosque, varios ojos se fijaban en él. Por un lado Soñada, la xana traviesa que se había encaprichado con aquel hombre andaba siempre junto a Nadia. Juntas le perseguían sin ser vistas y  hacían alguna travesura que ponía una sonrisa en la boca de Nadia, siempre triste y melancólica.

Soñada era una xana como otras tantas; bella, sonriente, joven... pero se diferenciaba del resto por ser  traviesa. El Cuélebre que la cuidaba, debía estar siempre atento a esta ninfa que le sacaba escamas de todos los colores tratando de mantenerla a raya. Soñada había encontrado una compañera de juegos y travesuras en Nadia , siempre  tratando de animarla, aunque le resultaba muy difícil. Así que cuando vio a Claudio y estando tan cerca la esperada fiesta de la noche de San Xuan, trató de idear un plan para que él pudiera desencantarla, pero antes... se divertiría con él, aunque fuera un poquito.

La idea de entrar en la casa y revolver cada cosa haciendo pensar a todo el mundo que había sido el Trasgu, fue brillante. El asombro de aquel joven forastero al encontrar el reloj en la fonte, el ver su cara desencajada por la sorpresa, supo que sólo por eso había valido la pena tal travesura. La mejor parte era que nadie sospechaba de ella y todos culpaban al Trasgu.

Faltaban pocos días para la fiesta de San Xuan y la primavera ya se sentía cercana. Las flores y el bosque comenzaban a reverdecer mostrándose esplendorosos. Las ninfas de los bosques se dedicaban a cortar flores y fabricarse coronas para adornar sus cabezas, o prendían flores en sus largos y dorados cabellos...

Claudio había logrado  ver de nuevo a ambas ninfas otras veces, pero jamás pudo entablar contacto directo con ellas. Siempre se escabullían o desaparecían en el bosque sin dejar rastro. Desde la primera vez que vio a Nadia en el bosque entre la bruma, el triste rostro de aquella mujer había logrado enamorarlo y no podía quitarla de su mente. Sabía que era algo imposible, pero quería creer que él la podría salvar quitándole aquel hechizo. No sabía ni qué ni cómo tenía que hacer para lograrlo, pero lo averiguaría.

Lo que también tenía extrañado a este hombre, es que continuaban desapareciendo objetos de la casa donde él estaba, además de los ruidos nocturnos y el desorden que se producía un día sí y otro también.

Él siguió investigando día a día, preguntando, consultando libros y a las gentes de los pueblos. Así, reuniendo información de varios lados pudo saber que para librar del hechizo a Nadia necesitaría la ayuda de una bruxa (bruja) que practicara la magia teurgia (blanca). Las bruxas que practicaba la magia goecia (negra) hacían hechicerías y ritos satánicos, utilizando para estos fines los libros grimorios, como por ejemplo el libro de San Cipriano que era el más usado y al que todos llamaban "Ciprianillo". Contaba la tradición popular que el 30 de abril, incluso en ese año, les bruxes preparaban un ungüento que al frotárselos  en las ingles les permitía volar en sus escobas. Por supuesto que siempre se encontraba algún vecino que había visto alguna y hasta estaba dispuesto a dar su descripción.

En el pueblo de Francos vivía una bruxa llamada Celeste. Quizás ella le podría ayudar, porque  dijeron que era una bruxa "buena". Así que tomó las pertenencias con las que solía salir a dar sus vueltas y se encaminó al pueblo. Una vez allí encontró vecinos amables que le indicaron la ubicación exacta de la casa. No tuvo mayores problemas en reconocerla. Les bruxes como Celeste eran ampliamente respetadas en los pueblos y aún lo siguen siendo.

Al llegar, golpeó con sus manos la puerta de la casa y notó que las tenía húmedas. No quería admitirlo, pero estaba sumamente nervioso. La puerta se abrió con un ligero quejido de goznes y apareció una mujer de mediana edad, muy bonita, con el cabello negro  recogido en un moño y vestida como cualquier otra mujer del pueblo. Claudio quedó descolocado. Aquella señora no era lo que él esperaba encontrar...

-"Buenos días señor" le dijo con una amplia sonrisa.

-"Bu... buenos días"contestó quitándose el sombrero y sin dejar de mirarla.

-"¿Puedo hacer algo por usted?" No recibió contestación, a lo que agregó "Sí, estoy segura que puedo. Pase adelante..."

La mujer le franqueó la entrada y él no dudó en traspasar el umbral de la casa. Consistía en una habitación sencilla donde se encontraba la lumbre sobre la que colgaba una olla. Diversos olores impregnaron su nariz. Eran casi todos aromas conocidos de plantas, flores, árboles y hierbas. Allí había piedras para espantar culebras, para quitar el mal de ojo, plantas para los amores y curar diferentes enfermedades; flores para perfumar y líquidos desconocidos por él. Frascos, recipientes y  un mortero completaban aquel "laboratorio". Si la mujer no era lo que él imaginaba que sería una "bruxa", el interior de la casa era similar a la idea que él tenía de cómo podía ser el lugar donde ellas fabrican sus pociones, brebajes y demás.

"Tome asiento. No hace falta que me diga su nombre, es usted muy popular en toda la comarca por haber atraído a varios seres mágicos de los que habitan por aquí. Hay gente muy anciana que jamás se topó con un Trasgu o una Xana, pero usted... Trasgus, Xanas y hasta una Atalaya que ha logrado enamorarlo, ¿verdad? Pero quiero oírlo de sus labios. Cuénteme..."

Claudio la miraba sin articular palabra. Su asombro era demasiado grande... pero se sobrepuso y como pudo le pidió que le ayudara a desencantar a Nadia.

-"Celeste, usted es una bruxa que practica la magia teurgia. Ayúdeme por favor. La noche de San Xuan se acerca y no tenemos mucho tiempo. Sé que es la única noche en el año en que el Cuélebre queda adormilado y las ninfas pueden escapar. Pero para ello hay que desencantarlas y la única que puede hacerlo es usted."

-"No querido amigo, se equivoca. La única persona que puede desencantar a Nadia es usted mismo. Yo lo único que puedo hacer es prepararle y decirle qué hacer. El resto no depende más que de usted."

-"Perfecto. Dígame qué hacer..."

-"No se apresure. Esto no es fácil y el más pequeño error que se cometa puede hundir aún más a Nadia. Hay que ir con mucho cuidado y precaución. Son muchos los ingredientes que se necesitan para preparar el hechizo que rompa el encantamiento. Les bruxes como yo no tenemos libros por dónde guiarnos, lo que conocemos es por tradición oral, así que tendré que buscar en mi memoria. Ahora vete... déjame pensar y recordar.  Te avisaré cuando tenga todo preparado para ti..."

Claudio dejó la casa de Celeste y retomó el camino a casa sumido en sus pensamientos. Él no lo sabía, pero Soñada, la traviesa xana de la Fonte, había descubierto al guapo y joven americano y seguía cada uno de sus pasos de cerca. Escondida entre la bruma nocturna descubrió la casa donde se hospedaba y planeó en su mente una trampa para hechizar a este hombre. Ella era muy joven y no tenía mucha experiencia en estas cosas, pero lo que primero decidió hacer fue llamar su atención. No era intención de ella enamorarlo ni encantarlo, sólo quería fastidiar y hacer travesuras para pasar el tiempo.

En la casa de Celeste los calderos burbujeaban y ella escribía sin cesar cada elemento que recordaba para preparar los hechizos y brebajes para aquel hombre enamorado de una Atalaya. Muchos eran los ingredientes necesarios. Así que anotó:

Las siete plantas sagradas de la noche de San Juan:

Salvia: por sus virtudes curativas, era la planta de la longevidad

Aquilea o Milenrama: curativa, cicatrizante. Usada por las brujas asturianas para potenciar sus poderes.

Crisantemo de los Prados: Simboliza el Sol, la perfección, la inmortalidad.

Hiedra terrestre: Medicinal. También se usa triturada para invocar a algunos espíritus de la naturaleza. Sus bayas son venenosas.

Rusco: da unas bayas comestibles muy nutritivas y sirve para infusiones.

Artemisa: Medicinal. Con sus tallos se trenzaban figuras antropomorfas y se colgaban en las puertas de las casas como protección mágica. Claudio la usaría para fabricar flechas y lanzarlas a los cuatro puntos cardinales, a modo de conjuro contra los malos espíritus.

Hipérico o hierba de San Xuan: se la vincula con el Sol y debe recogerse la noche de San Xuan. Posee grandes poderes mágicos y curativos. Curan las depresiones y  ahuyentan los malos espíritus.

También le pidió los siguientes ingredientes:

Ruda: era la planta mágica por excelencia, y se debía recoger la misma noche de San Xuan. Esta planta cumpliría la función de quitar los maleficios de otras brujas, ahuyentaría al Cuélebre que custodiaba a Nadia y se encargaría de mezclarla con agua para que el amor de estos jóvenes durara para siempre. También era afrodisíaca, así les aseguraba un ardiente encuentro.

Valeriana: no podía faltar. Siempre se utilizaba en los hechizos de amor.

Verbena: esta planta se utilizaba contra las culebras y nunca estaba de más.

Beleño: imprescindible en la elaboración de cualquier poción mágica. Si se quema, el humo que produce provoca sueño y alucinaciones.

Belladona: la planta mágica más conocida.

Mandrágora: Tiene múltiples usos pero es muy misteriosa porque tiene figura humana y gime cuando la arrancan del suelo.

Avellano: este árbol se usa contra los maleficios y sus ramas ahuyentan al Cuélebre y a las culebras.

Fresno, Higuera, Roble, Encina y Laurel: utilizaría ramas de estos árboles para que no hubiera ni rayos ni tormentas esa noche de San Xuan.

Sauce: prepararía ungüentos con este árbol para aplicar en cualquier lastimadura.

Tilo: debía recordar plantar un tilo el día de la boda, para asegurar el matrimonio de la pareja.

La recolección de plantas, raíces y hojas se tenía que realizar conjurando a los cuatro puntos cardinales, además de contemplar unos ritos, en los que la pureza del cuerpo y la repetición de ensalmos eran esenciales. Celeste lo sabía y lo respetaba porque comprendía que el más pequeño error sería irreparable.

Debía recordar pedirle también piedras mágicas como la piedra de San Pedro, que debía traer de la comarca de Boal. Esta piedra, llamada también "chiastolita", era usada contra demonios y brujerías.

Asegurándose de que la lista estaba completa mandó llamar a Claudio, que fue inmediatamente a su encuentro.

-"Aquí tienes la lista completa de todos los elementos necesarios y los conjuros y ensalmos que deberás pronunciar. Sólo queda una semana para la noche de San Xuan, así que apresúrate a conseguirlos siguiendo las instrucciones tal cual te las dicté. Es necesario que comprendas que si cometes el más pequeño error, todo será en vano. Pero eso no es lo peor, sino que quedarás invalidado para repetir el rompimiento del hechizo."

-"Entiendo" dijo con solemnidad. Y tomando el papel que Celeste le extendía, partió sin saber muy bien  adónde dirigirse.

Necesitaba un lugar tranquilo donde nadie lo molestara y decidió ir a la Fonte. Allí se sentó y comenzó a leer. Había cosas que le parecían imposibles de conseguir, y otras que tendría que tener presente porque debía recogerlas la noche misma de San Xuan.

Mientras tanto, muy cercano a él pero sin ser vistas, Soñada y Nadia le miraban y susurraban. Sus risas apagadas eran inaudibles para el joven, muy concentrado ahora en sus planes de recolección de elementos comunes que en pocos días se convertirían en mágicos.

-"Nadia, míralo: es guapísimo. ¿Le amas mucho?"

-"Sí, mucho."

-"Lo que no entiendo es por qué no le encantas de una vez y lo retienes aquí mientras viva."

Nadia la miró a los ojos tratando de explicarle con ellos. La tristeza volvió a su rostro y a su voz.

-"Si lo encanto nunca sabré si me ama realmente. Si va a ser él quien me arranque de este hechizo que me tiene presa, quiero que lo haga porque me ama, no por un hechizo que le impedirá pensar por sí mismo y sólo le hará actuar por impulso. Esta vez es diferente a  las otras veces; en esta ocasión quiero que me ame por mi misma, y si triunfa donde tantos otros fracasaron..."

No se animó a seguir hablando.

-"Si triunfa ¿qué? Continúa, no me dejes así."

-"Olvídalo" dijo mientras se iba cabizbaja y melancólica como siempre.

Soñada salió detrás de ella, jugando y saltando aquí y allá mientras le contaba a su amiga las nuevas travesuras que tenía planeadas para esa noche. Nadia la escuchaba pacientemente mientras caminaban hacia la cueva de Ricardín, donde cuidaban los tesoros allí escondidos.

-"Esta noche iré a la casa de Balbina y moveré sus cuencos con mucho ruido. En la casa de Lorenzo, o mejor dicho, en su hórreo, han puesto ayer la cosecha, así que esparciré un poco de grano y dejaré huellas de pies pequeños: así, todos seguirán creyendo que es el Trasgu... jajajajajaaaaa!!! Claro que no es lo único que pienso hacer. También iré a..."

Nadia la interrumpió diciendo:

-"Eso no está bien y lo sabes. Además, el Trasgu tiene un humor terrible. Cuando sepa que lo están culpando a él por cosas que tú haces... ¡no sé qué te hará!"

-"No me hará nada porque nunca se enterará."

Las amigas siguieron caminando y hablando, mientras Claudio planeaba mentalmente qué rutas hacer y cómo conseguir todo a tiempo para aquella mágica noche que tenía tan cerca. Pensó en Nadia y su corazón comenzó a latir fuertemente. ¿Estaría hechizado? Pues si lo estaba no le importaba porque sentía un profundo amor por aquella atalaya que le había impresionado desde que la oyó cantar entre la bruma. Y aquel rostro tan triste, sus ojos y su mirada...  ¡debía rescatarla! Así que se puso en pie y comenzó a caminar mirando hacia la tierra y los árboles, buscando las hierbas y hojas exigidas por Celeste para los conjuros.  Se dirigía a la comarca de Boal a buscar la piedra de San Pedro, que era básica en la noche de San Xuan, para protegerse de lo que  pudiera sucederle.

Ajeno a todo, Claudio se encaminó por los bosques junto al río Navia, pasando por varios pueblos en su periplo a Boal. Como se hallaba en el Concejo de Grandas de Salime, debía cruzar los de Pesoz e Illiano para llegar al de Boal.

Luego de un largo viaje, al llegar al Concejo, fue hasta Los Mazos y allí se presentó en la casa de Joselo, un joven de unos 25 años, quién, pese a   la diferencia de edad, era muy buen amigo de Jesús. Cuando le contó su historia y el motivo que lo había llevado hasta allí, Joselo le dijo:

-"Cuenta conmigo para buscar la piedra, y veremos si yo puedo conseguir una también."

-"Pero... ¿para qué la quieres tú? " preguntó intrigado Claudio.

-"Es que... tú veras: no sé si estoy encantado o enamorado, pero no dejo de pensar en Soñada. Vi a esa xana un día en la Fonte, y no pude quitármela de la cabeza nunca más. Descansa en mi casa esta noche y mañana saldremos juntos en busca de la chiastolita."

Al día siguiente emprendieron el regreso a Grandas de Salime. Demoraban mucho en el camino, ya que iban despacio buscando el preciado tesoro que significaba esa piedra. Llegando casi al límite con Illianos, pudieron encontrar una pequeña chiastolita. Joselo la introdujo cuidadosamente en una bolsa de terciopelo y se la colgó del cuello a Claudio.

-"Consérvala tú" le dijo, "yo sé dónde puedo conseguir otra."

En el camino, Joselo le fue dando varias sugerencias que él había aprendido por tradición oral de su familia y de los ancianos de su pueblo.

"Si conoces las plantas, querido amigo, tendrás en tus manos toda la magia del reino vegetal y los espíritus que contienen   . Por ejemplo: el árbol es el representante más perfecto del reino vegetal por lo que su magia es la más poderosa. Fíjate -le decía mientras señalaba un Texu (Tejo)- las raíces del árbol representan el mundo terrenal, mientras que la copa representa el mundo celestial; ambas partes están unidas por el tronco que es el vínculo entre ambos mundos. Esto es un Texu, el árbol sagrado de la mitología asturiana y representa el vínculo del pueblo asturiano con la tierra. Es el símbolo de la espiritualidad."

-"¿Y cómo se llama aquel árbol? Lo reconozco pero no recuerdo su nombre."

-"Por supuesto que lo conoces: es un Roble. En Asturias lo conocemos como "Carbayu" y varios apellidos han salido de él: Carballo, Carbajal, Carbajales, Carballido... y recordemos también el famoso "Carbayón", símbolo de la ciudad de Oviedo. Dicen que frente a este árbol ocurrían fenómenos como el de una mujer misteriosa vestida de negro que luego de agarrarse al árbol y convulsionarse, desaparecía sin más. La naturaleza ha sido extremadamente generosa con el suelo asturiano. ¿Quieres que te vaya señalando los diferentes árboles y contándote algo de ellos?" le preguntó amablemente Joselo a su amigo forastero.

-"Eso sería una maravilla porque además de lo que aprenderé a tu lado nos ayudará a que este viaje se nos haga más corto y entretenido. Comienza por favor, te escucho..."

Con una amplia sonrisa comenzó el lugareño a señalar y describir algunas de las características más sobresalientes de los árboles que se daban por aquellos parajes del territorio occidental de Asturias.

-"Hasta ahora hemos visto sólo dos de ellos: el Tejo o Texu, y el Roble o carbayu. También -continuó diciendo Joselo- hay Fresnos o Fresnus pero a los pobrecitos hay muchos que no los quieren porque tienen fama de ser morada de demonios. Otro es la Encina o Ancina; en los claros de los encinares las brujas asturianas hacían sus aquelarres a la luz de la luna llena."

-"¿Qué son los aquelarres?" preguntó con interés Claudio.

-"Los aquelarres son las reuniones nocturnas de brujos y brujas donde el demonio hace su aparición en forma de macho cabrío. Muchas veces, la mayoría, dicen que estos aquelarres terminaban en una gran orgía."

-"¡Vaya! qué cosas tan interesantes me cuentas -le contestó Claudio- Supongo que me habrás nombrado solo algunas especies ¿verdad?"

-"Sí, solo algunas, es que... ¿sabes? Hay muchos árboles mágicos en estas tierras. Por ejemplo el Avellano o Ablanu que se relaciona no sólo con la sabiduría, sino que es la madera utilizada por los magos, brujos y hechiceros para revolver las marmitas y obtener pócimas, además de usarlas  para confeccionar las varitas mágicas.  También hay árboles como el Nogal o Nozal que es peligroso porque aquel que duerma a su sombra enfermará. Además, al contrario del Fresno y el Laurel, éste atrae los rayos.  Y ¿qué sería de Asturias sin el Manzano o Manzanu? Se le considera un árbol sagrado y representa la inmortalidad.

He dejado para el final el árbol más importante de todos, al menos, el que creo que es más importante para ti: el Abedul o Bidul; digo que es importante no porque represente el equinoccio de primavera, ni porque la gente piense que si se escala su tronco se llega a la iluminación espiritual, y tampoco porque sus ramas sirvan para expulsar los malos espíritus y castigar a los que tienen mal comportamiento. Lo digo, querido amigo, porque las ramas pueden servirte para desencantar Atalayes como Nadia. Y a propósito de ella... ¿sabes su historia?"

-"De ella sólo sé que es una princesa mora que fue encantada hace mucho tiempo, nadie sabe cuánto, y que cuida un enorme ayalgue o tesoro que procede de las fraguas de los moros."

-"No, no es así. Nadia sí es una princesa, pero no es mora. Y te aclaro que estos moros de los que estamos hablando no son los de áfrica del norte, sino que son hombres que tuvieron que abandonar sus viviendas inesperadamente y trasladarse bajo tierra sin poder llevar con ellos ni sus pertenencias ni sus mujeres, a las que protegieron con un halo mágico hasta su vuelta. Pero nunca regresaron, y las moras llevan siglos esperando que alguien las desencante. Pero tu Nadia no es mora, sino que es una princesa que se enamoró de un campesino pobre. Su padre la encerró en una cueva, la de Ricardín, con los bienes que le corresponderían de herencia y dote, mientras los hechiceros, con sus conjuros convirtieron la soga que la mantenía atada en un Cuélebre. Mientras que Nadia lloraba desconsoladamente por la suerte que le había cabido, su padre le dijo la forma de desencantarla: "un joven forastero deberá llegar cargado de reliquias la noche de San Xuan, y  matar al cuélebre de una lanzada en la garganta."  Me temo, querido amigo, que ese joven forastero eres tú."

-"¿Ma... matar... yo al... Cuélebre? -dijo Claudio con la voz entrecortada. Trató de visualizarse con varias lanzas ante un enorme Cuélebre verde. Se estremeció y un aire frío congeló su espalda- No sé si podré..."

-"Claro que podrás, o mejor dicho: podremos. Hay muchas formas de matar a los Cuélebres: dándole a comer una piedra al rojo, o una boroña (pan) lleno de alfileres y objetos puntiagudos y cortantes, para que cuando lo trague le causen la muerte, o como lo harás tú, clavándole una lanza en la garganta que es el único lugar que no está cubierto por escamas. La otra ventaja es que en la noche de San Xuan entra en un profundo sopor, se rinde a la fatiga y es cuando debemos aprovechar para matarlo y poder  llevarnos a Nadia y a Soñada."

 -"¿Imagina Soñada que la desencantarás?"

-"Claro que no. Bueno, supongo que no... Creo que ella me encantó a mí porque no puedo dejar de pensar en ella. Es una Xana muy traviesa, y hermosa como toda Xana, pero... es también muy especial. A veces le gusta hacer bromas y hacerse pasar por el Trasgu: se mete en las casas, hace ruidos, tira las cosas, esconde objetos..."

-"¿De verdad? Pues quizás haya sido ella y no el Trasgu el que anduvo por las casas del pueblo, y la que escondió mi reloj que luego encontré en la fonte."

Joselo comenzó a reír sin parar.

-"¡Seguro que fue ella! Jajajajajaaaaaa... Esas travesuras tienen firma: Soñada. ¡Qué chiquilla más traviesa! me gustará mucho poder educarla y enseñarla a comportarse." 

-"No creo que vaya a ser una tarea fácil amigo."

 -"No, no lo será. Pero estoy seguro que aprenderá. Se ve muy inteligente además de su belleza física"

Los dos amigos continuaron su camino hablando de varios temas, sobre todo haciendo planes para la mágica noche de San Xuan donde sus amores los estarían esperando para ser desencantas.

Cuando estaban cerca de Grandas de Salime, pasaron por los bosques de los pueblos de Serán, Sanzo y Santa María marcando cuidadosamente los lugares específicos donde deberían recoger las hierbas señalando  los sitios con varas clavadas, y en otros dejaron marcas que solo tenían sentido para ellos. Ahora sólo deberían esperar el 24 de junio.

LA MADRUGADA DEL DÍA DE SAN XUAN

Ya estaba allí el día en que el astro rey alcanza el punto más alto de su carrera: era el solsticio de verano, el día de más luz y la noche más corta.

Claudio y Joselo se levantaron muy temprano y vieron que había orbayada (rocío matutino), así que  salieron presurosos para disfrutar de "la flor del agua", o sea, el rocío que estaba sobre las plantas y flores. Luego, siguiendo la tradición, se tirarían sobre la hierba para "bañarse y protegerse" de los males que  pudieran  ocurrirles.

A lo largo del día prepararon sus morrales con los elementos que creyeron necesarios, y se dirigieron a la casa de Celeste cuando el sol aún estaba alto. Allí la bruxa les proporcionó pócimas, polvos, líquidos con las respectivas instrucciones y varias recomendaciones. Luego les deseo suerte y los vio partir montados en briosos corceles. Esta vez necesitarían moverse rápido, así que cabalgando llegaron hasta  donde habían dejado señaladas las plantas que se tornarían mágicas y los ayudarían a cumplir su cometido.

Cuando llegaron al lugar, dejaron pastar a sus animales y comenzaron a preparar los elementos con los que realizar los rituales y conjuros para aquella noche.

Claudio, muy ceremonioso, comenzó a tirar las flechas hacia los cuatro puntos cardinales repitiendo las palabras que había aprendido de memoria. Estas flechas, así como varias lanzas, estaban fabricadas con Artemisa, una de las siete plantas mágicas que les había dicho Celeste, y que servían para alejar a los malos espíritus.

Una vez cumplido este ritual, se sentaron mirando el occidente y esperando la desaparición del sol tras el horizonte.

LA NUECHE DE SAN XUAN

Es la noche del año mágica por excelencia: noche de prodigios, de espíritus, donde las fuerzas sobrenaturales de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua, se juntan al filo de las doce campanadas y comienza el reino de los presagios, hechicerías, encantos y conjuros.

En los pueblos se encienden las hogueras y los muchachos saltan sobre ellas por diversas razones: ahuyentar los malos espíritus y las enfermedades, o simplemente para llamar la atención de la moza de sus desvelos. De ese mismo fuego de las hogueras, la gente enciende manojos de hierbas que acercan a sus herramientas de labranza para alejar así las plagas de las cosechas.

Les xanes aprovechan a salir de sus maravillosas casas en los manantiales y por única vez en el año se presentan a los ojos de los hombres que las ven jugar a los bolos, hilar sus hechizos, lavar y tender ropa o peinarse con sus peines de oro puro.

Les bruxes juntan las hierbas mágicas en los bosques que luego utilizarán en sus pócimas. Y los hombres como Claudio y Joselo buscan las hierbas mágicas para desencantar a sus amores, mientras que otros quieren conseguir un trébol de cuatro fueyes (hojas) para encontrar ayalgues (alhajas o tesoros) ocultos en los bosques.

Es el día en que el Cuélebre cae en un irresistible sopor y aquellos elegidos pueden derrotarlo y desencantar xanes y atalayes que estuvieron encantadas por siglos, y conseguir los fabulosos tesoros que ellas vigilan.

En el pueblo

Mientras que Manuel, un frero ermitaño que tenía a su cargo la capilla de San Antonio en Villabolle y contaba las más bellas historias y los espantos más grandes para delicia de la gente que concurría a oírlo, los demás trabajaban para disfrutar de aquella noche llena de magia y misterio.

Fogueras u hogueras hechas con leña de fresno -que no echa ni humo ni chispas y es silenciosa- aparecían en diferentes puntos. Ese año echaron también peornos y otras plantas simbolizando que quemaban las impurezas del año solar que terminaba y comenzar limpios el nuevo año.

Cristeta, la mujer más vieja del lugar comenzó a animar a los jóvenes músicos para que comenzaran a tocar las gaitas y los tambores, mientras una bella joven de ojos verdes cantaba populares versos en asturiano, propios de la noche de San Xuan:

"Amor es fuego,

quien non se atreva

a saltar la foguera,

que non me quiera"

"La flor de xabugu, madre,

ya la tengo recoyía,

del sereno de San Xuan,

que sirve de melecina"

"A los mozos forasteros,

favores y más favores,

que están lejos de sus casas,

y vienen ver sus amores"

Acompañando la música y las canciones, otra joven se animó a tocar la pandereta y Cristeta comenzó a bailar, seguida casi inmediatamente por los jóvenes que preferían esta actividad a tener que saltar la foguera, que estaba alcanzando su máximo poderío y donde otros galanes más arrojados intentaban de esa forma deslumbrar a las mozas de sus preferencias.

Cuando dieron las doce campanadas que todos esperaban agolpados a lo largo del camino, las mujeres salieron corriendo hacia la fonte del pueblo, a ver quién llegaba primera a recoger el agua para cumplir el ritual de todos los años: una vez que obtenía el agua, se dirigirían a la casa, y puesta en un vaso le vertirían dentro un huevo fresco; dejándolo al sereno en la ventana toda la noche, en la mañana se podría ver una figura que le daría alguna pista sobre su futuro: el campanario de una iglesia, un barco, una casa...

Con todo el alboroto nadie notó a dos jóvenes que pasaban por allí montados en caballos y con sus alforjas cargadas. Eran Claudio y Joselo que entre las sombras se deslizaron hasta un bellísimo helecho. Esperaron y contaron las campanadas del reloj de la iglesia: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

-"¡Ahora!" gritaron al unísono.

Ante sus ojos apareció una bellísima flor mágica. Esta flor fue recogida por Joselo y en ese mismo instante desapareció. Claudio no podía creerlo, aunque sabía que esa flor le concedía invisibilidad a quién la tomara en sus manos. Sintió la voz de Joselo que le decía:

-"¿Has visto querido amigo? Yo no tengo la piedra de San Pedro, pero conocía esto y al estar invisible estaré protegido también. Debemos darnos prisa, porque este hechizo se rompe con el primer rayo de sol..."

De la misma forma silenciosa y disimulada con que habían entrado al pueblo, salió Claudio sin que nadie lo notara, seguido por su amigo, ahora invisible. Se encaminaron al bosque en dirección a la cueva de Ricardín donde rescatarían a Nadia, e inmediatamente pasarían por la fonte para rescatar a Soñada.

La gente del pueblo quedab a la espera de la chocolatada, una bonita tradición que se hacía de la siguiente forma: se pedía por las casas el chocolate; todos colaboraban y en el momento de saborearlo cada uno iba con su chocolatera, se servían y lo tomaban haciendo un gran círculo en lo que iba quedando de la hoguera. Cuando el ambiente estaba fresco y encima caía el orbayu (rocío) de San Xuan, una taza de chocolate caliente y la tibieza de las brasas era agradecida por los concurrentes a la fiesta.

En el bosque

Mientras en el pueblo la mayoría de la gente cantaba, bailaba, recogían la flor del agua, hacían hogueras y saltaban sobre ellas, algunos hombres se introducían en el bosque para ver las xanas, si es que las podían encontrar.

La noche de San Xuan, aprovechando la somnolencia del Cuélebre, las xanas aprovechan a sacar sus objetos de oro y disfrutarlos, jugando con los bolos, peinándose, hilando en las ruecas sus ovillos de oro y divirtiéndose como ningún otro día del año. Todo eso a la vista de los hombres que quedan embelesados ante tanta belleza, brillo, alegría y  luminosidad que emiten las xanas.

Este día, Soñada, debía bajar a la fonte a bendecir las aguas y las plantas que se recogían para guardar durante el resto del año. Y así lo hizo... Más bella que nunca, con un resplandor especial en sus cabellos recién peinados, en sus ropas inmaculadamente blancas y en su corona de flores recién cortadas, bajó hasta la fonte y diciendo esas palabras secretas que ella conocía tan bien, cumplió con su deber de bendecir el agua de su fonte y toda la flora del bosque.

Cumplida esta misión, se sentó a esperar a Joselo que quizás lograra rescatarla para llevarla a su lado. Tantos mozos lo habían intentado a través de los siglos, pero ninguno lo había logrado. ¿Sería quizás Joselo el indicado, el elegido? El Cuélebre que cuidaba de ella y de Nadia comenzaba a dar signos de cansancio y somnolencia.

Ella tenía poderes como para hechizar, y más esa noche. Estaba sentada frente a una campánula, la planta donde las xanas tejían sus embrujos. Si ella... quizás... podría... sólo tenía que...

Mil ideas se le vinieron a la mente y enseguida comenzó a tejer mientras decía palabras extrañas y movía manos y labios con gran velocidad.

En ese mismo momento, en la cueva de Ricardín...

El Cuélebre yacía sobre un costado de la cueva, somnoliento y con los ojos semicerrados. Los jóvenes dejaron sus caballos alejados del lugar. Traían un plan que no sabían si les daría resultado: mientras Joselo lo distraía, Claudio sacaría a Nadia y la introduciría en el bosque.

Apretando fuertemente la piedra de San Pedro, Claudio rezó: "querido  santo ; ayúdame para liberar a mi amada". En ese momento Joselo comenzó a hacer ruido moviendo ramas hasta que logró que el Cuélebre se incorporara mirando hacia el lugar desde donde provenían los ruidos. Al verlo, Joselo corrió hacia el extremo opuesto aprovechando su invisibilidad. Al moverse del lugar, el Cuélebre dejó libre la entrada de la cueva, momento que aprovechó Claudio para introducirse en ella y salir casi inmediatamente de la mano de su amada Nadia.

Momentos de gran tensión tuvieron que vivir mientras que el Cuélebre caminaba lentamente desde un extremo al otro del claro. Ellos se escondieron hasta que, cansado de buscar algo inexistente, el enorme animal se tumbó nuevamente en la entrada de la cueva y cayó dormido por el enorme esfuerzo que le había significado aquel movimiento.

-"¡Por aquí, por aquí! Debemos darnos prisa" oyeron decir a una voz proveniente del bosque y que enseguida reconocieron como la de su amigo Joselo. 

"Esperen, tengo algo que nos servirá -dijo Claudio- Celeste me dió esta crema. Es una pócima mágica, la misma con que untan sus piernas la noche del 30 de abril, cuando salen a volar por los aires en sus escobas. Me dijo que si la untábamos en nuestros pies y zapatos, nos ayudaría a correr con mayor velocidad, aunque no estaba segura de que diera resultado. Probemos" dijo con seguridad y energía en su voz.

Miró a Nadia a los ojos y se inclinó ante ella. La bella princesa levantó la falda de su vestido dejando ver sus pies, enfundados en unos hermosos y finos zapatos de seda bordada. Con toda delicadeza, Claudio comenzó a untarle aquella crema grasienta por sus pies y luego por los zapatos que parecieron arruinarse por completo debido a lo delicado del tejido. Luego extendió el pote y dijo:

-"Joselo, creo que deberás aplicarte la crema tú mismo."

-"Sí, claro... ya veo que no tienes voluntad para hacerlo" contestó su amigo en tono de broma.

Los tres rieron al unísono mientras que la crema parecía que volaba en el aire y se detenía casi a la altura de la tierra. En unos segundos unas manchas grasientas caminaban por el aire de aquí para allá...

-"Bueno, ahora yo" dijo Claudio mientras hacía lo mismo que su amigo. Al concluir, comenzaron a caminar y sintieron como que no pesaran nada, como que sus cuerpos flotaban en el aire y a grandes zancadas por el bosque llegaron a la fonte en pocos minutos.

No quedaba mucho tiempo; en cualquier momento aparecería el lucero del alba y los primeros rayos del sol, y con ellos desaparecería la magia y el encanto de esa noche. Si eso sucedía antes de rescatar a Soñada y hacer toda la ceremonia de desencantamiento... de nada habría servido todo el esfuerzo de los jóvenes enamorados.

Vieron a Soñada a un costado de la fonte y las manchas grasientas se dirigieron hacia ella:

-"¡Soñada! -gritó. La xana se sobresaltó.- He venido a romper tu encantamiento y llevarte conmigo."

En ese momento un terrible silbido surcó los aires. Todos miraron hacia arriba: era el Cuélebre, que al notar la falta de Nadia salió en su búsqueda temiendo que la xana a su cuidado también hubiese huído. Al ver allí a aquel hombre guardando tras sí a la princesa, y al otro lado la xana, su furia aumentó.

Estos hombres pudieron observar al Cuélebre con toda su ira. Medía varios metros y era como una serpiente gigante: arrojaba fuego por la boca mientras lanzaba unos terribles silbidos. Las enormes alas de murciélago, desplegadas en su totalidad, empujaban el aire como si se tratan de vientos huracanados y movían las copas de los árboles con inusitada furia. Las garras de sus patas se abrían y cerraban de acuerdo a la potencia de sus silbidos.  Sus escamas, duras y fuertes, protegían la totalidad de su cuerpo, pero al arrojar fuego y silbar, dejaba libre su único punto débil: la garganta.

-"Nunca lo había visto tan enfurecido"dijo Nadia.

-"Tampoco nunca se había visto tan amenazado y con la presencia de la muerte tan cerca" le contestó Claudio, mientras con total tranquilidad y firmeza, sacó una de aquellas flechas confeccionadas con plantas de Artemisa, y diciendo un conjuro esparció sobre ella un polvo mágico. La flecha adquirió brillo y luminosidad mientras la colocaba en el arco.

Surcando los aires la flecha se clavó en la garganta de la bestia alada, pero no le hizo demasiado daño, aunque logró ponerlo más irascible aún.

El Cuélebre se preparó para el ataque y voló en picado, con las alas desplegadas, en dirección al grupo de humanos, cuando un dolor desgarrador le quemó la garganta. Una lanza emponzoñada con pócimas preparadas por Celeste se incrustó en la garganta del animal mitológico que, herido de muerte por el arma hechizada, emprendió vuelo al cielo mientras giraba sobre sí mismo. Lo vieron irse volando en dirección al mar, mientras que  los silbidos que emitía eran ensordecedores y desgarrantes. Los lastimeros quejidos de este guardián varias veces centenario, se sintieron por unos momentos. Luego la tierra tembló levemente y todo el bosque quedó en calma. El Cuélebre había ido a parar al fondo del mar, donde seguramente cuidaría de otros tesoros.

El hechizo de Nadia estaba roto: un gallardo joven había clavado una lanza en la garganta del Cuélebre y le había dado muerte. La doncella comenzó a transformarse perdiendo el resplandor que la rodeaba, pero el verdadero desencantamiento sucedió cuando, después de cientos de años, sonrió por primera vez. Aquella sonrisa  dio brillo y luminosidad a su cara, y la hizo aún más hermosa. Por fin se sentía viva, radiante y sobre todo: ¡libre! Miró a Claudio, se acercó a su lado y le dio un beso en la mejilla. Era la forma de agradecerle todo lo que había hecho hasta ese momento.

-"Debemos darnos prisa, el lucero del alba ya está aquí" dijo una voz que Soñada enseguida reconoció.

-"¿Eres tú mi amor? ¿Joselo? ¿dónde estás? No logro verte..."

-"Estoy a tu lado Soñada. La flor mágica del helecho me permitió ser invisible para poder rescatarte. Ven... en el morral guardo las pócimas, brebajes y hechizos que te convertirán en un ser humano. Dime mi bella xana... ¿deseas seguir con esto y convertirte en humana?"

Soñada miró hacia el lugar desde donde provenía la voz y le dijo:

-"Tú me amas Joselo, dime qué quieres que sea y eso seré."

-"Yo quiero que tú seas... lo que quieras ser."

-"Entonces seré humana para estar a tu lado mientras vivamos. Pero antes te haré una confesión: esta noche, después de bendecir las aguas, me senté frente a una campánula a tejer hechizos y pensé en ti. Estuve a punto de hechizarte para que me amaras y me rescataras pero... no lo hice. Mi hechizo fue para que si eras tú el indicado, pudieras liberarme, pero no para que me amaras. Quise dejarte en libertad de elegir... y lo hiciste. Ahora soy tuya para siempre: yo, mi casa y mis tesoros. Adelante, ¡rompe el hechizo!"

Joselo comenzó con un ritual sencillo; arrojó sobre Soñada algunas hierbas, dijo conjuros y pasó a su alrededor varias varas de diferentes árboles que había juntado formando un ramo. A medida que el desencantamiento iba llegando a su fin, la xana perdía brillo y luminosidad, pero no belleza.

-"Y ahora, el paso final" -dijo Joselo. Se acercó a ella que permaneció inmóvil y tomando su rostro le dió tres besos en cada carrillo. La soltó y retrocediendo dos pasos la miró y... la vio más hermosa que nunca. Entonces fue ella la que avanzó y arrojándose en sus brazos le dio un largo y apasionado beso de amor.

El primer rayo de sol se abrió paso entre la arboleda e iluminó a Joselo, que comenzó a hacerse visible lentamente ante los ojos de su amda y de sus amigos.

Claudio y Nadia, por otro lado, también habían cumplido con el rompimiento del hechizo y la bella princesa volvió a su estado humano después de varios siglos de vivir prisionera en la cueva de Ricardín. Hasta allí llevó a Claudio y le entregó sus tesoros.

Soñada hizo lo propio con Joselo, que finalmente pudo entrar a la casa de una xana y ver sus tesoros: calderos, ruecas, tijeras, herramientas, y hasta un juego de bolos... todo de oro. El joven no podía creer tanta felicidad: estar junto a la mujer más bella que fuese vista jamás y compartir la fortuna que ella había guardado durante siglos.

Las dos parejas, felices y enamoradas, se encaminaron hacia el pueblo junto con los primeros rayos del sol. Era un día claro y primaveral. Las flores estaban en todo su esplendor y el pasto lucía verde y brillante. Los cuatro jóvenes caminaban de la mano cuando de repente... un hombrecillo se apareció ante ellos cortándoles el paso.

No había dudas: era el Trasgo: con rabo, pequeños cuernos, algo cojo, vestido totalmente de colorado y con un agujero en su mano izquierda. Se le veía  sumamente enojado y parándose en puntas de pie señaló con su dedo índice a Soñada.

-"¡Contigo quería hablar! Era a ti a quien he estado buscando, bibronzuela. Has hecho estragos en las casas de los aldeanos con ruidos, regando cosas, esparciendo granos, molestando el ganado, escondiendo pertenencias... todas travesuras para inculparme y que ellos pensaran que había sido yo ¿verdad? Pero en el bosque todo se sabe y llegó a mis oídos la noticia que habías sido tú, pequeña bribona. Ahora ya no eres una xana, te has convertido en humana y tendrás tu casa. Pero quiero que sepas que no te dejaré en paz durante el resto de tu vida. Te haré la vida insoportable a ti y a tu familia. Y además..."

-"Disculpa que te interrumpa" le dijo Joselo en un tono sumamente respetuoso pero firme. "Sé que no soy nadie para dirigirte la palabra, pero quisiera hablar contigo por favor."

 -"Por supuesto que no eres nadie, apenas un insignificante ser humano, pero dado el respetuoso trato que me has dado te escucharé."

 -"Quisiera que fuera en privado, por favor" le susurró el joven pegado a su gorro colorado.

Titubeó unos segundos, pero casi inmediatamente con paso decidido se alejaron de los tres jóvenes que no comprendían cuál era el plan de Joselo.

En un pequeño claro se pararon ambos personajes. El gallardo caballero se puso en cuclillas para quedar a la misma altura que el hombrecillo de colorado; hablaba con susurros y ademanes pausados, mientras que el Trasgu se movía sin cesar, daba pequeños saltos y todos sus ademanes eran de enojo y fastidio. Le oían gritar, pero no lograban comprender qué decía.

Al seguir escuchando lo que le decía Joselo, de pronto pareció calmarse y una pícara sonrisa se le dibujó en el rostro. Miró a Soñada de reojo, volvió a mirar a Joselo y después de estrechar sus manos volvieron a reunirse con los demás.

El duendecillo de colorado tenía una enorme sonrisa en su rostro y miraba a Soñada de una forma que ella no podía comprender. Y parándose en puntas de pie, con sus manos tras la espalda, espetó:

-"Bien, he hablado con el enamorado de esta encantadora doncella y llegamos a un acuerdo. Adelante, díselo tú mientras yo voy a recoger lo necesario".

Joselo se acercó a Soñada, mientras que Claudio y Nadia, unos pasos detrás de ellos, miraban la escena expectantes y sin comprender lo que pasaba.

-"Amada mía, mi bella Soñada... -le dijo dulcemente Joselo-. Cuando el Trasgu nos amenazó con hacernos la vida imposible en nuestra nueva casa, me asusté porque sé que es de palabra y lo haría. Ni tú ni yo podríamos vivir así. Además... él tiene razón: te excediste en tus bromas con los aldeanos y lo peor fue que no asumiste la responsabilidad de lo que hiciste, sino que se lo quisiste adosar a otro, específicamente a el Trasgu. Comprendo su indignación y su deseo de que seas corregida. Así que para que se vaya conforme y nos deje en paz, le propuse un pacto."

-"¿Qué tipo de pacto? -preguntó extrañada la joven- Porque... después de todo, mi amor, no fue para tanto. Solo unas pequeñas travesuras... lo hice para divertirme un rato, nada más. No estarás tú enfadado conmigo también ¿verdad?"

-"¿Enfadado yo? ¿contigo? No mi amor, yo no me podría enfadar contigo jamás. Pero sí quiero que aprendas a comportarte como es debido. Tú sabías y sabes que lo que hiciste no está bien, aunque lo hayas hecho bromeando. El Trasgu desea que tú seas castigada, lo que me parece muy justo, así que yo le propuse que me permitiera ayudarlo a corregirte."

-"¿Corregirme a mí? pero... "

-"Nada mi cielo, nada. Tú déjame hacer a mí -dijo mientras la tomaba del brazo y se sentaba sobre un tronco caído- verás que todo queda aclarado; el Trasgu se irá feliz y tú y yo comenzaremos una nueva vida."

Mientras decía esto colocaba a Soñada a su derecha y ella lo miraba extrañada pero seguía sus palabras y comentarios con mucha atención. De repente le dio un suave tirón, ella trastrabilló y cayó sobre las rodillas del que había sido su salvador hacía poco rato. Con un rápido movimiento pasó el brazo por encima y la tomó de la cintura. Los azotes comenzaron a caer sobre sus nalgas mientras resonaban por todo el bosque.

El Trasgu sonreía satisfecho al ver patalear a Soñada, y acercándose a la pareja le extendió a Joselo un conjunto de ramas de abedul atadas con una cinta colorada que había extraído de entre sus ropas. La joven rubia captó inmediatamente el fin que tendrían aquellas ramas y comenzó a gritar:

-"Suéltame, no puedes hacer esto... conozco hechizos secretos y te encantaré. ¡Te convertiré en sapo o algo peor! Sueltameeeeeeee!"

Joselo paró de nalguearla, se acodó en su espalda y le dijo:

"Te recuerdo que no eres más una xana: por lo tanto, de nada te servirán tus supuestos hechizos. En cambio eres una mujer, y estas nalgadas te ayudarán a comportarte como es debido y te recordarán qué es lo que no debes hacer."

Sin más, levantó su falda y comenzó el castigo con las ramas de abedul. Claudio y Nadia que observaban atentamente la escena sentían un poco de pena por Soñada, en cambio el Trasgu, satisfecho y sonriente, dio media vuelta y se perdió entre los árboles y arbustos. La traviesa ninfa había pagado su osadía.

Al terminar, Joselo ayudó a Soñada a ponerse en pie, mientras esta refregaba sus nalgas y hacía mohines. La abrazó dulcemente, la besó, y sin decir palabra marcharon los cuatro al pueblo.

Los años pasaron y los personajes mitológicos del bosque astur se renovaron. Una y otra vez jóvenes gallardos enamorados trataron de quitar hechizos a xanas y atalayas, pero ninguno tuvo el éxito que aquella noche de San Xuan lograron Joselo y Claudio al liberar dos jóvenes prisioneras de diferentes encantamientos. Los cuatro obtuvieron aquella vez el más grande hechizo: el Hechizo de Amor en la Noche de San Xuan.

- FIN -

Spanking en estado puro

Autora: Ana K. Blanco 

Dedicado a todos los que disfrutan

del Spanking a su manera...

Cassandra estaba nerviosa y no comprendía por qué.  Ella era spankee y encontrarse con un spanker por primera vez era algo que ya había hecho con anterioridad. Claro que no era lo usual verse con un médico de la fama de Miguel para jugar spanking, y además que la cita fuese en el consultorio de él.

Esta situación no estaba recubierta de grandes emociones, sino que era algo más bien común. Ambos habían coincidido en un grupo de spanking en internet y se habían puesto en comunicación por medio de mails y tras muchas horas de chatear confesándose mutuas fantasías vieron que ambos eran algo "perversos" en sus juegos, sin que profundizaran demasiado en el bdsm, solo lo suficiente como para darle un poquito  más de sabor, la pimienta y la sal necesaria para hacerlo más sabroso.

En sus charlas por chat habían encendido sus respectivas cámaras y se habían visto. El doctor Miguel Duarte era un hombre cincuentón, de pelo cano muy corto y de complexión más bien delgada: usaba lentes, los cuales no impedían ver unos bellos ojos oscuros de mirada pícara y penetrante, mientras que su rostro lucía una sempiterna sonrisa. Se confesó como un hombre alto y atlético, y aparentemente era así. La forma de su cabeza era perfecta, y con su sonrisa lograba iluminar la pantalla. La primera impresión de Cassandra al verlo fue "¡qué potro!". A medida que charlaban, Miguel iba mostrando su inteligencia y  sagacidad para preguntar y contestar que despertaba la admiración de ella.

Luego de muchos meses de chatear, enviarse mail e incluso hablarse por celular, estaba todo combinado para el encuentro: sería ese miércoles a las nueve de la noche en el consultorio del Dr. Duarte, luego de su jornada de trabajo.

La primavera estaba cercana pero el invierno se negaba a desaparecer. Ese miércoles amaneció gris y plomizo. La amenaza de lluvia estaba clara y comenzaría a llover en cualquier momento. Así que Cassandra, inteligentemente, decidió pasar el día en su casa y no arriesgarse a salir a pesar de algunos compromisos que tenía pendientes. Ser su propia jefa le daba ciertos privilegios y ella que trabajaba tan duro diariamente, no perdería demasiado por tomarse un día de descanso. Aprovecharía a leer algo y dormir antes de prepararse para la cita. Un libro y algo de música fueron su compañía mientras que fuera llovía copiosamente.

Tres horas antes de la cita comenzó a prepararse: una larga y renovadora sesión de baño con hidromasaje, la ducha y un poco de crema por todo el cuerpo; la ropa interior la esperaba sobre la cama. Cuando terminó de colocarse el finísimo conjunto de bragas y sostén de seda, inmaculadamente blancos y con toques de finos bordados, se miró al espejo. La imagen que este le regresó la dejó muy conforme.

Cassandra era una mujer de más de 40 años, pero no los representaba: tenía el cabello muy negro, largo, lacio y brillante. Su tez era aceitunada y sus ojos verdes resaltaban en aquel rostro moreno. Era alta y con algún kilo de más justo en los lugares adecuados. Cuando caminaba por la calle, los ojos de los hombres se dirigían sin dudas a sus pechos, grandes, turgentes, y luego a sus ojos. Cuando pasaba la seguían con la mirada que se clavaba en las nalgas: firmes, duras, redondas, apetecibles...

Se colocó un vestido muy ajustado, de tela elastizada que resaltaba más aún su cuerpo casi perfecto. Las medias de color natural subieron hasta la parte superior de sus muslos y se prendieron en el portaligas blanco que hacía juego con la ropa interior. Unas sandalias de altísimo tacón hacían que sus piernas lucieran en todo su esplendor. Buscando el toque femenino final, tomó el perfume pero... haciendo gala de su discreción obvió tal elemento que podía dejar huellas en la ropa y piel del hombre con quien iba a estar y del cual ignoraba si estaba comprometido o no. Tomó su cartera, las llaves del auto y manejó hasta la zona céntrica de la ciudad donde Miguel tenía su consultorio.

Luego de estacionar, dio un pequeño rodeo hasta llegar a la entrada del antiguo y bello edificio. Pulsó el botón y una voz masculina le contestó algo que no comprendió. Sólo atinó a decir su nombre y empujando la pesada puerta de hierro entró al hall. Se dirigió con paso firme y seguro hacia el fondo donde encontró los ascensores. El estado de nervios y ansiedad le impedían fijarse en la delicadeza del trabajo que tenían esos pequeños cubículos, tan antiguos como el edificio mismo.

El ascensor se detuvo de golpe y la trajo a la realidad. Cuando encontró la puerta del consultorio tocó el timbre, pero nadie contestó. Miguel le había dicho a las nueve y faltaban todavía diez minutos. "Quizás esté aún con algún paciente" -pensó-,  así que aguardó en silencio mientras observaba todo sin ver nada de lo que había a su alrededor. Los minutos pasaban y ella se impacientaba cada vez más. Sentía nervios, expectación y para qué negarlo: también una enorme excitación.

De repente el ruido del ascensor la apartó de sus pensamientos. Al abrirse la puerta un caballero de pelo cortísimo, casi blanco, con lentes y una amplia y franca sonrisa le dirigió una mirada afectuosa. Reconoció enseguida al hombre con el que había chateado tantas veces. Miguel era realmente alto y muy bien parecido y sus cuidadas manos no disimulaban el adecuado tamaño para el spanking: eran grandes y largas.

Se acercó a ella que se mantuvo inmóvil, y como saludo inicial le dio un suave beso en los labios que Cassandra no pudo evitar. Reaccionó a medias cuando Miguel, muy gentilmente, flanqueó la puerta indicándole que pasara. El lugar se veía acogedor, antiguo, con muebles que hacían juego con la antigua y elegante edificación. Las plantas distribuidas en forma estratégica le daban vida y color al ambiente.

Había una serie de consultorios en el lugar; todos se veían distinguidos, desde las placas en bronce que anunciaban pomposamente el nombre del profesional, hasta la alfombra, mullida y de colores sobrios. Cassandra sabía que en ese edificio no cualquiera podía alquilar un espacio, así que sin duda, él era un profesional de prestigio y fama. Cuando llegaron al final del corredor, Miguel abrió la puerta y le cedió el paso...

Los ojos de ella se posaron inmediatamente en la camilla y el hermoso diván de piel. Su imaginación le hizo visualizar las mil y una posiciones diferentes en que le gustaría colocarse para ser azotada por aquel guapísimo spanker.

Miguel se paró a su lado. Cassandra era alta, y aún montada en aquellas sandalias con taco de casi diez centímetros, quedaba un poco más baja que él.

-Puedes dejar tus cosas encima de esa silla -le indicó. Obedeció y al darse vuelta se volvió a topar con él, que de inmediato rodeó su cintura mientras la besaba de una forma deliciosa.

La lengua de Miguel exploraba su boca, y ella no dudó en devolver aquel beso, aprisionando la lengua con los labios y rodeando el cuello del hombre con sus brazos. Sentía la presión de las manos de él mientras recorrían todo su cuerpo.

Los besos continuaban... mejor dicho "el" beso, porque era uno sólo, larguísimo y apasionado. Cuando una de las manos dejó de tener contacto con ella, pensó: "ahí llega el primer azote!"; y así fué. La enorme y fuerte mano del doctor cayó sobre la nalga izquierda, produciendo en la chica una deliciosa sensación de suave picor que la hizo excitarse aún más. Siguieron besándose mientras él combinaba el recorrido por todas las curvas del sinuoso cuerpo de Cassandra con los azotes cada vez más fuertes y frecuentes sobre las nalgas. Las manos del hombre se movían mezclando delicadeza, maestría, destreza... Sabía qué puntos tocar y cómo hacerlo.

Con movimientos precisos que delataban una larga experiencia como amante, subió sus manos por la espalda de aquella mujer que había logrado ponerlo excitadísimo y desabrochó su sostén. No hizo nada más; sólo quería "preparar" el terreno para lo que vendría después.

Y la continuación de aquella escena se convirtió en un sueño. Cassandra lo vivió como si estuviera metida en una nebulosa, sin ser totalmente consciente de lo que sucedía, pero disfrutándolo a fondo.

Miguel se desprendió de los brazos de la spankee y se dirigió al escritorio del que extrajo varios instrumentos: una varilla no muy larga pero rígida, un objeto de plástico rojo que contenía un extraño diseño similar a ochos entrelazados, y otras cosas que no captaron la total atención de ella, quien, presurosa, se dio vuelta y de entre sus pertenencias sacó un cepillo de madera dura de tamaño mediano y se lo ofreció al spanker sonriendo de forma cómplice y pícara. Esta actitud produjo una grata sorpresa en él.

Sin decir más, se acomodó en el espléndido diván y le pidió a la chica que se colocara sobre sus rodillas. Cassandra no entendía aquello... ¿no habría motivos para el castigo? ¿No habría rezongos, ni amenazas, ni rincón? No, definitivamente no lo comprendía y así se lo hizo saber.

-Querida, ven aquí, siéntate a mi lado por favor y permíteme explicarte qué es para mí y como siento el spanking. Comprendo la típica idea de un juego de spanking donde la spankee es castigada por cualquier razón. Pero... he comprendido que esos juegos no terminan de satisfacerme porque tanto el spanker como la spankee sabemos que no es verdad y... soy muy mal actor.

-Para jugar a las nalgadas debo de estar de excelente humor, porque para mí es una fiesta. En la realidad no azotaría a nadie estando enojado, y aunque traté al principio de actuar... soy muy malo fingiendo. Así que decidí que viviría el spanking a mi manera.-

-A mí me gustan las nalgas de la mujer: es la zona donde más recreo mi vista cuando alguna se me cruza y es el lugar con el que sueño y fantaseo eróticamente. No creo ni me intereso en el spanking disciplinario, pero sí en el erótico. Como admirador y adorador de las nalgas femeninas, quiero azotarlas hasta el límite donde el placer comienza a tornarse en puro dolor. Allí pararé. No me erotiza el ver nalgas con moretones o marcas extremas. Me gustan las nalgas rojas, brillantes, calientes... ¿Me voy explicando?, le dijo mientras ella lo miraba en silencio con los ojos extremadamente abiertos y sin salir de su asombro.

-Mi querida Cassandra-, continuó sin dejar de mirarla a los ojos: si yo voy a ser tu spanker esta noche, tú aceptarás hacerlo a mi modo. Pruébalo y luego me dices qué te pareció esta experiencia que para mí, es la esencia del spanking: la nalgada por la nalgada misma, por el puro gusto de darla y de recibirla. Sin roles, sin motivos ficticios, sin adornos...  La nalgada dada con amor, con afecto, con el máximo respeto y cariño que la mujer me inspira.-

-Ahora, mi niña, si así lo deseas, tiéndete sobre mis rodillas- terminó diciendo Miguel, expectante por la decisión que la chica tomaría.

Si antes estaba en una nebulosa, en ese instante no sabía dónde se encontraba ni tenía muy claro qué estaba sucediendo. Sólo su instinto la impulsó a obedecer a ese hombre que le había hablado con un tono dulce pero enérgico y que le había dado razones altamente valederas como para que se entregara totalmente a él.

Tendida sobre sus rodillas con la cadera encima de ellas, con lo cual dejaba su trasero totalmente expuesto a los deseos de Miguel, bajó la cabeza, apoyó la frente en sus manos y olvidándose de todo se abandonó completamente a aquel hombre, que una vez encontrada la posición adecuada, comenzó a acariciarla con suavidad y destreza. La mano izquierda se encargaba del cuello, la nuca, la espalda y se detenía en la cintura para volver a subir. Con la mano derecha surcaba la separación de las nalgas, apretaba los dos gloriosos globos que se estremecían con el contacto de los dedos que no paraban de moverse, iban y regresaban por la entrepierna y los muslos.

Una vez que se convenció que estaba totalmente distendida, le preguntó:

-¿Preparada?

Con una levísima inclinación de cabeza le dejó saber que sí. Las palmadas comenzaron a caer de forma precisa por toda la superficie de las nalgas. Primero en esta, luego en aquella, arriba, abajo, en el medio... no quedó un solo lugar sin recibir azotes. A los pocos segundos Cassandra comenzó a gemir, pero de placer por aquel picor que sentía en las nalgas y recorría todo su cuerpo. Cada nalgada era un paso más en el interior de aquella nebulosa que no le permitía pensar y sólo la obligaba a gozar de cada instante sin importar nada más.

No supo en qué momento le quitó la ropa, pero de pronto sintió que sus bragas bajaban y dejaban expuestas sus nalgas. Aquella mano tan grande como suave acariciaba su zona más caliente y el dedo mayor bajaba con más frecuencia de la necesaria a reconocer la humedad de la entrepierna, que era una catarata emanando los líquidos resultantes del placer que vivía en esos momentos.

La situación por la que estaba pasando le hacía perder la noción del tiempo, del lugar y de todo lo que no fueran sus sensaciones. Eso le había ocurrido solo un par de veces en su vida, cuando las emociones eran tan fuertes que no se sentía capaz de vivirlas de forma más intensa porque era imposible. Aquella nube la envolvía y la transportaba a la zona de máximo placer...

Sintió a lo lejos la voz de Miguel que le pedía ponerse de pie. Estaba totalmente desnuda con excepción de sus sandalias. Hizo un gesto de quitárselas, pero él le pidió que no lo hiciera. Al mirarlo vio que él también estaba totalmente desnudo y pudo observar un cuerpo casi atlético, perteneciente al hombre que la había estado azotando. Parecía un dios griego, con su virilidad en el punto máximo.

Sin mediar palabra, en varios momentos Cassandra probó aquel plastiquito con que Miguel la azotaba, dejando en su piel el dibujo que guardaba por unos instantes. Él miraba aquella obra de arte que se desvanecía mientras los quejidos de la mujer lo animaban a seguir decorando la piel blanca que aceptaba reproducir lo que él quisiera: rayas, círculos, ondas...

El spanking se intercaló con el sexo de una manera sutíl. Los cadenciosos movimientos de cadera, los gemidos apagados con besos apasionados, el chasquido del cinturón sobre la piel de Cassandra, las firmes manos, la potencia de los azotes, la dulzura de las caricias y los mimos de Miguel cuando alguna lágrima amenazaba con aparecer en los ojos de ella, todo se combinó de forma tal que era imposible para la chica recordar los hechos en forma cronológica.

Acostada en su cama y en la intimidad de su habitación, trataba una vez más de repasar lo sucedido. Y todo aparecía envuelto en aquella bruma que le impedía recordar con claridad los hechos. En cambio, tenía muy claras las sensaciones vividas porque hacía mucho tiempo que no había gozado tanto. Un cúmulo de sensaciones maravillosas, de sentimientos encontrados y de emociones que quería tener presentes era el balance altamente positivo que sacaba de este encuentro.

Trataba de explicarse cómo era que pudiera sentir aquel cúmulo de sensaciones que le regalaba el spanking sin que existieran amenazas, rincón, espera, rezongos... Como diría una querida amiga, aquello era "spanking puro y duro". Y le había gustado, lo había gozado sin lugar a dudas.

El que Miguel hubiese mezclado ratos de spanking con ratos de sexo, había sido del total agrado de ella, porque en ningún momento él permitió que decayera ninguna de las dos cosas. Cassandra estaba expectante pensando cuál sería el siguiente paso que dar por él. Pero fuera el que fuera, sin duda, lo aceptaría.

Al final del encuentro, cuando se retiraba, le agradeció a Miguel la sesión y él le contestó:

-Querida... para mí también ha sido maravilloso. No es fácil encontrar una spankee tan bien dispuesta como tú, con actitudes dignas de ser tenidas en cuenta. Espero que pronto nos volvamos a encontrar porque hoy no hemos podido probar la camilla y todos los instrumentos que tengo a mi disposición por mi trabajo. Eso queda pendiente para la próxima vez, porque... habrá una próxima vez ¿verdad?

Los ojos verdes de Cassandra se iluminaron y él obtuvo una enorme sonrisa y un guiño por toda respuesta.

La historia de mi humilde cinturón

  Autor: Gerardo (yerar51)

Era una vez, un cinturón humilde, de la calle, de esos que se venden de las manos toscas de los comerciantes ambulantes.

Me miró, me pidió que me lo llevara, que tenía frío, que necesitaba calor de un cuerpo... Todo eso me enterneció, me lo llevé y me lo cargué al cinto casi de inmediato.

Nos hicimos muy amigos. Él sabía cuando yo por excitación salía de su posición, y se alegraba por mí. Conocía a las damas que por sus delicadas manos desactivaban la seguridad y desplazaban por las pretinas hasta que ya no cumplía su misión de sujetador.

Pero un día en que estábamos los dos solos, lo vi muy triste y supe de inmediato que estaba enfermo. Lo observé como un doctor observa a su paciente y de pronto encontré su enfermedad: él se estaba desarmando en su interior. Tomé de inmediato la decisión de operarlo y hacerle un transplante de nervio. Me dí a la tarea de encontrar un órgano adecuado y sin mucho que buscar encontré ese preciado órgano: un trozo de lona industrial de color verde sedoso, pero lo más importante, con una tela interior entre sus dos caras, lo que daba la ventaja de que jamás se rompería. Y así fue. Después de largas horas de operación quedó como nuevo, brillante. Conservó su color negro por fuera, ganó un color verde y sedoso por su interior, pero... lo más importante: ganó resistencia, peso y mucha flexibilidad manual. Mi amigo estaba feliz, feliz.

Pasó un tiempo y gozamos juntos: él mirando y sintiendo manos suaves desabrochándolo, y yo disfrutando de las pieles sedosas y hermosas que frecuentaba.

Pero mi cinturón nuevamente estaba triste, y lo volví a notar. Un día le pregunté qué le pasaba, si no estaba contento con su nueva estructura, y me dijo que sí. Lo que lo tenía triste era que él quería también tocar esas suaves pieles que yo tocaba, que quería disfrutar igual que yo, pues... "Ya está", le dije, "es hora de que lo hagas". Y así fue.

Citamos una piel suave, yo la besé con mucha ternura, le excité lentamente, abracé su cuerpo, le calenté sus glúteos con mis manitas, probé sus pechos con mis labios, la puse sobre mis rodillas, sentí su peso en mis piernas, azoté con más ganas sus glúteos hasta dejarlo de color rosas y calientitos.

De pronto le ordeno que se coloque de a cuatro patas como un perrito, que levante su colita, y sin más aviso y sin que se diera cuenta, mi amigo el cinturón probó esos glúteos con placer. Y se dejó caer de nuevo. Y otra vez.

Ella saltaba en cada visita de mi amigo. Fueron diez veces que sin parar mi amigo cinturón cortaba el aire y se estrellaba con mucha alegría contra ese hermoso cuerpo. Nos detenemos y ambos miramos esas marcas maravillosas dejadas, media lunas hermosas, recuerdos para ella que le durarán a lo menos una semana. Es una obra y me cambio de lado y las visitamos diez veces más esa noche, para que mi cinturón amigo no quedar con ganas. Y mi niña lloraba, pedía perdón, contaba, saltaba, sus piernas se batían... pero nada. Esa noche no tenía yo corazón para dejar a mi amigo cinturón con ganas a más.

Hoy lo recuerdo con pena. Hoy, lo echo de menos. Adiós amigo, ojalá estés en buenas manos... hoy.

FIN