Blogia

Relatos de azotes

Areana y Daniel

Autora: Rossy

Areana con un profundo suspiro metió la llave en la cerradura, sus manos temblaban al girarla, sabía que al traspasar el umbral tendría que tomar la decisión mas importante de su vida.

Lo había pensado, meditado, razonado y llegado a la conclusión  de que esa relación no la llevaba hacia ninguna parte, Sí amaba a Daniel, pero se sentía a veces a la deriva, navegando a merced de la marea sin rumbo fijo. Él era tan desesperantemente pasivo, tan enervantemente complaciente en todos los sentidos, si al principio era  maravilloso, hacía evocar a todo un caballero presto a cumplir los deseos de su dama, pero cuando estos se convertían en caprichos y aún así eran cumplidos a la mayor prontitud, dejaba de ser tan maravilloso.

Ella lo había calado varias veces, probando los límites, los cuales parecían ser  inexistentes. Esta ocasión volvía a casa después de una noche fuera, ella había planeado que fueran 3 días de ausencia, en los que esperaba que el entendiera que la relación iba cuesta abajo y que no existía ya remedio, le daría esos días para darse cuenta y que el mismo decidiera marcharse.

Pero la sorprendida fue ella, al recibir recién llegando al cuarto de hotel, en primer mensaje de texto al celular, en este mensaje, Daniel se notaba más preocupado que otra cosa, y Areana decidió simplemente no contestar, que se enterara por sí mismo que lo estaba dejando, a ese mensaje siguieron dos o tres más, y cada vez la preocupación parecía disiparse, a los mensajes sin contestar prosiguieron llamadas, primero cada hora, después se hicieron mas insistentes hasta el punto que eran realizadas no mas allá de cada 5 minutos. Esto la sacó un poco de balance, no se espera una reacción así, dudó entre contestar o simplemente apagar el celular y dejar pasar las horas en total incertidumbre, tanto para él como para ella, que no sabría si se habría resignado y marchado o aumentado su preocupación.

Apagó el celular durante unas horas durante las cuales decidió dormir un poco, para despejarse y pensar muy bien cuál sería su siguiente paso a dar. Al despertar y encender el celular lo que vió la dejó un tanto fuera de control: 10 mensajes de texto y más de 45 llamadas perdidas; al ir revisando los mensajes notó como pasaban de la preocupación a la desesperación, y de esta al enojo, pero los dos últimos la dejaron atónita, su estómago  vibró, sus sentidos se alertaron, no podía creer lo que leía y menos aun que pasara justo cuando ella daba ya todo por perdido creía que ya era demasiado tarde; los mensajes decían:

"Mi vida solo quiero que sepas que me tenías bastante preocupado pensando que algo te había pasado, llamé a tu oficina, familiares, incluso a hospitales, la llamada que me aclaró todo fue a Ana, la cual no queriendo me...."

Y ahí se cortaba, leyendo esto su decisión se transformó en enojo, furia, ¿pero quién se creía? Para estar llamando incluso a su oficina y familiares, y además tener la desfachatez de avisarle  y decirme "mi vida". No lo podía creer, ahora más que nunca corroboraba su decisión de dejarlo, y ya sin ningún tipo de contemplación, sería fría y crudamente ¡¿Pues qué se creía?!. Su enojo estaba al 100%, estaba a punto de llamarle y recordarle con toda la extensión de la palabra su árbol genealógico completo, cuando tomó el celular no pudo evitar mirar el otro mensaje, la continuación, el cual decía:

"contó tu plan, de irte de fin de semana sola, mi niña. Yo nunca he sido un impedimento para que te diviertas, pero este susto si que lo pagarás muy caro y encima la preocupación...."

 No!!! Se cortaba de nuevo, pero ahora no estaba ya tan enojada, más bien estaba consternada, este mensaje tenía aproximadamente 7 minutos de haber sido enviado, su mente daba mil revoluciones por minuto, su corazón latía a gran velocidad sus manos temblaban al sostener el teléfono, estaba sin aliento, decidiendo entre llamar o contestar... Con otro mensaje cuando el teléfono vibró de nuevo. Un mensaje... El cual decía:

"No puedo ya dejarlo impune niña mía, te he tolerado estas últimas semanas pero ya no puedo más, como te comportas como niña, como tal te trataré."

Ella no lo podía creer, ¿a que se refería? Ella no era ninguna niña, ¿Qué pasaba por su mente?, pero a la vez estaba nerviosa, ansiosa, un tanto aprensiva, ahora esperaba el siguiente mensaje con ansias contenidas, y le parecían eternos los segundos, hasta que llegó :

"Te informo NIÑA, que cada minuto que tardes en comunicarte, se estará sumando a tu ya de por sí crecida cuenta. Con amor Daniel"

 A mi larga cuenta?, fue lo primero que se preguntó Areana, crecida cuenta en respecto a qué? ¿De que hablaba ese hombre? No entendía mucho, pero le asombraba descubrir que ya no era tan grande la necesidad de alejarse, ahora sentía un hormigueo recorriendo su cuerpo, suspiró, tomó el teléfono y realizó la llamada que cambiaría su destino.

Daniel contestó, serio pero tranquilo, le dijo que se alegraba mucho de que estuviera bien, y adoptando un tono serio, le informó que estaba muy enojado y sobre todo decepcionado de ella, que se había comportado cual niña caprichosa y maleducada, Areana quiso decir algo, defenderse, pero El simplemente dijo: SILENCIO! No discutas, en un tono que no dejaba lugar a dudas de que ejercía en ese momento la autoridad necesaria, aun así Areana empezó otra frase  justificativa y recibió un "¡QUE TE CALLES!", ahí mismo ella supo que  había surgido el Daniel que ella siempre deseo junto a ella, al que siempre buscaba y parecía no encontrar, permaneció callada, Él le indicó que debía volver de manera inmediata y mientras más tardase más aumentaría su castigo .¿castigo? preguntó entre admirada y temeros, Si Niña, CASTIGO y te dije que te callaras, deja de discutir y por tu bien apresúrate a volver, que te estoy esperando. Y sin más se corto la comunicación.

Areana de manera casi mecánica tomó su pequeña maleta, suspiró y salió; en el camino le costaba tanto concentrarse en la carretera, no dejaba de imaginar y de apremiarse internamente. Deseaba ya poder ver esa transformación, quería comprobar que Daniel realmente pudiera poner las cartas sobre la mesa y actuar, despertar, dejar tanta pasividad atrás.

Y ahora ya estaba ahí, con la llave en la mano, giró la cerradura, dió un largo y sentido suspiro y entró. Daniel que había escuchado el auto la sorprendió sentado parsimoniosamente en la sala con un libro en la mano, Areana entró, lo saludó, El se acercó le dió un abrazo y un beso en la mejilla, la miró y le dijo que se alegraba que estuviera bien, después de eso dió un paso atrás y dijo: ahora sí amor, te comportaste como una niña malcriada e irresponsable y así es entonces como de hoy en adelante serás tratada. Areana lo miraba asustada ¿a que se refería? ¿Seria acaso? ¡No! Él no podía ser así...

Daniel sin vacilar la sacó de sus pensamientos al tomarla de la mano y suave pero decididamente y la hizo caminar, ella se dejó llevar, llegaron al sillón donde él la había estado esperando, Daniel tomó asiento y la dejo ahí parada a su lado, la miró fijamente y con una actitud fría le dijo: "amor créeme que esto  es por tu bien" y sin más la jaló y la tumbó sobre sus rodillas y empezó a darle duras y contundentes nalgadas mientras le echaba en cara su mal comportamiento y su falta de responsabilidad. Areana  forcejeaba le gritaba que la dejara, incluso lo llamó "bruto" ¿pero qué te crees?, palabra a la cual Daniel respondió con una nalgada más fuerte y apoyándose en su espalda y le dijo: " ¿qué me creo yo?, deberíamos empezar por ¿¡Qué te crees tú escuincla!?, pero está bien. Sólo por esta única vez te diré: Me creo la persona que te va a enseñar más respeto hacia los demás, colmaste mi paciencia y siguió repartiendo nalgadas de manera precisa y dolorosa una y otra vez mientras continuaba con su eterno regaño.

Areana se cansó de forcejar y ya sólo lloraba y le pedía que parara, pero Daniel seguía claro y contundente hasta que el color de sus nalgas fue rojo intenso y ella empezó a pedir perdón y suplicar, diciendo que no volvería a ser tan egoísta, dicho esto Daniel dió 20 nalgadas más y le permitió incorporarse.

Areana lloraba y se sobaba cuando Daniel la tomó amorosamente de la mano y la llevó a una contra esquina, si un "lindo" rincón, donde le ordenó permanecer ahí. Areana asombrada abrió la boca para protestar, pero sólo alcanzó a decir media palabra, pues él con dos sonoras nalgadas la hizo callar y quedarse ahí parada, sólo llorando y frotando sus doloridas nalgas mientras Daniel gozaba con el espectáculo que tenía enfrente.

Una vez transcurridos 5 minutos él la llamó y amorosamente la abrazó y le secó las lágrimas de la cara y le dijo que ese iba a ser el trato que tendría de ese día en adelante, si se comportaba como niña malcriada, como tal sería tratada. Tomó una crema hidrante y la acomodó de nuevo sobre sus rodillas para poder curarla. Areana sólo atinó a sonreír entre las lágrimas y besarlo. Daniel respondió al beso.

Lo que pasó después ya lo imaginará cada uno a su gusto, pero lo que sí puedo decirles es que a Areana JAMÁS se le volvió a cruzar por la mente la idea de abandonarlo y menos aun pensar que no era de decisiones tomar.

 

Rossy

Cuento de Spanking (por Santiago quispe)

Cuento de Spanking (por Santiago quispe)

Terminaba el verano, y como siempre su mismo carácter lo asimilaba como algo triste. Se acerca Mayo y con ese mes el inicio de clases, Gabriela no es de tener amigas, se sabe distinta y tiene la particularidad de distanciarse y pasar desapercibida. No tiene como saber las sorpresas que le depara ese cuarto año de secundaria.

En el Colegio Tránsito de Villa El Salvador, la historia siempre ha sido la misma, y los castigos corporales con la que ella se exaltaba siempre eran aplicados a los varones de la clase. Era como una política del colegio: a las mujeres se les castigaba de otras formas, quedándose en salón de retención o con tareas extras, en el caso de los varones con un par de reglazos en las manos o en las piernas bastaba; secretamente ella anhelaba ser la que aplicase esos castigos.

Mayo transcurrió caluroso, los profesores como es tradición se presentaron en una ceremonia de inauguración y con ellos presentaron a un nuevo profesor de ciencias sociales en reemplazo de Pacherres, que por su edad ya no estaba para aguantar todas las majaderías de la juventud. Se llamaba Santiago y era servil y esquivo y a la vez pretencioso e imponente, sabia escuchar pero exigía como una obligación el ser escuchado y en el transcurso de las horas, ya cerca de la alborada se iba volviendo más y más lento y melancólico, en esas horas se acentuaba su carácter servil, que era como un paso a su otro yo que irrumpía poco a poco y terminaba de abarcarlo por completo. Santiago en sus clases es apasionado y se emociona con temas que generaban polémica, pedía al mismo tiempo que lo exigía, participación. Su juventud respecto a la demás plana docente lo volvía más actual y próximo a sus alumnos. Transcurrió mayo sin novedad; ya Gabriela se sentía identificada con el nuevo Profesor, de repente aún sin saberlo era por la manera extraña en que a los dos los influenciaba ciertas horas y atardeceres.

Santiago en sus clases jamás pasó por alto una palomillada y dejaba a los revoltosos esperando afuera del salón para después aplicar los reglazos  respectivos en caso de varones y asignar las tareas o detenciones en caso de mujeres.

En una de las clases en que se tocó el tema del feminismo, en junio, sin un preámbulo alguno salió a discusión el caso de los castigos y sus diferencias entre hombres y mujeres, y se creó todo un debate, ya que en cierta forma es injusto para los varones, resaltó uno de los alumnos y en defensa una de las mujeres refutó que la detención y las tareas extras son peores porque toman más tiempo. Santiago que había dejado que se alimente este debate propuso que entre los mismos alumnos propongan una alternativa. El debate creció hasta ser llevado a los gritos; hombres y mujeres argumentaban que su castigo era más injusto que el del otro, y como el asunto se le iba escapando de las manos y todos aprovecharon el pánico para relajarse. Corto la tole-tole con un fuerte golpe en a pizarra y decidió por todos: una semana todos recibirían el castigo correspondiente a las mujeres y una semana todos recibirían el castigo correspondiente a los hombres.

En la primera semana sólo por probar hubieron más castigados que de costumbre. Solo se necesitaba entrar tarde al salón, pararte sin autorización o hacer mucha bulla para quedar en la lista de castigados. Todos los hombres sin quejas se quedaron junto con las mujeres en la biblioteca haciendo tareas extras, todo se llevo muy tranquilamente.

La segunda semana se acordó que los castigados hombres y mujeres se les ajusticiaría por separado según las faltas acumuladas en toda la semana. Cuando le tocó el turno a las mujeres que eran solo 3 y una de ellas era Gabriela, por un descuido que la retrasó en el ingreso al salón después del recreo. En realidad fue algo impersonal y estuvo toda la semana buscando al Profesor para explicarle sus motivos; fue en vano. El día pactado las llevó a un salón vacío y aislado, les dijo que no usaría la regla y que el castigo no sería aplicado en las piernas, en cierta forma lo hacia  para no dejar marcas visibles que pudieran notar los demás profesores. Roxana y Julia, las otras chicas castigadas se extrañaron y preguntaron casi al unísono entonces con qué y dónde las castigaría El Profesor no respondió. Jaló una silla y se la colocó en la parte delantera del salón; en el transcurso del silencio el color rojo visitó la cara de las castigadas. "Entonces -habló- será con la mano y en las nalgas, y la que tenga más faltas tendrá que ser sobre el calzón". Entonces preguntó si no había ningún reparo, a lo que Gabriela volvió con sus explicaciones; le dijo que ya había discutido ese asunto con ella y no le presto más atención. Llamó primero a Roxana y la tomó de la muñeca; una vez que estaba sentado en la silla la echó sobre sus rodillas y la meció hasta que quedó balanceada en el aire sobre sus piernas. Le murmuró algo inaudible al oído y después miró a las demás chicas y dijo: "A ella le corresponden 40 palmazos; son 20 palmazos en las nalgas por cada falta". Y empezó. Roxana se quejaba con pucheros de niña pero Santiago no disminuía la velocidad y la fuerza. Cuando llegó a los últimos 10 le levantó la falda a lo que Roxana respondió estremeciéndose, cubriéndose y balanceándose sobre sus rodillas. Santiago paró los palmazos para apreciar las torneadas nalgas de Roxana que se dibujaban bien definidas sobre su calzoncito de algodón blanco con bordeados de bobos y le dijo que si no dejaba de moverse le quitaría también el calzón. Roxana detuvo la pataleta y Santiago pudo continuar y fueron diez más de los acordados originalmente. Antes de mandarla parar le sobó las nalgas como acariciándolas y llamo a Julia que se quedó parada, atónita en su mismo lugar,

El Profesor le increpó que no lo haga levantarse de la silla porque iba a ser peor, Julia no respondió y pasó un tiempo de silencio y justo cuando se supo que no había más remedio y estaba próxima a acercarse, Santiago va en su caza, estaba impetuoso e intimidaba con sus pasos, sacó a Roxana del salón y cargó a Kulia que no opuso resistencia y se encontraba atónita y sin poder procesar muy bien lo que estaba pasando. La cargó en peso, la llevó así hasta la silla, la sentó encima suyo para luego darle vuelta, julia no atinaba a hacer nada sólo se dejaba llevar como una marioneta. Le levantó la falda y le remangó el calzoncito azul como si fuese una tanga y comenzó con el castigo.

"A ti te tocan 60 nalgadas". Luego de los primeros  impactos Julia reaccionó y trató de protegerse como pudo. Los golpes eran acompasados y caían en seco sobre sus nalguitas desnudas splat splat ... Julia se quejaba con chilliditos secos, El profesor paró los nalgazos, la sentó encima de él y le acarició el cabello y le dijo: "Lamentablemente voy a tener que duplicar el castigo por no hacerme caso cuando debiste". Gabriela miraba la puerta con recelo pero tampoco atinaba a moverse, la realidad la había sobrepasado con algo inaudito y diferente: tenia ganas de huir y de quedarse. El Profesor advirtió esto, hizo un alto, levantó de sus piernas a Julia y la dejó paradita con el calzoncito remangado al costado de la silla, se avalancha sobre la puerta y la cerró, guardándose la llave en el bolsillo de su pantalón. Volvió a la silla, se sentó y dirigiéndose a Gabriela le dijo: "Tranquila, dentro de poco todo habrá pasado". Llamó nuevamente a Julia que esta vez obedeció; le dijo que se volteara allí mismo en su sitio como estaba a su costado, y aprovechó para bajarle el calzón, opuso una mínima resistencia con las manos y su rostro estaba ardiendo. La echó y la balanceó de tal manera que su cuerpo estaba inclinado hacia delante y sus brazos y codos llegaban hasta el suelo. Esto hizo que se pronuncien más sus nalguitas desnudas y dejó expuesto su sexo temblante. Le acarició los codos como queriendo hacerla más compacta y comenzó de nuevo con el castigo. Julia además de sentir las nalgas calientes sentía mucha vergüenza, tanta que le impedía quejarse, decir algo o moverse. Ya cuando faltaba poco empezó a pedir: "Por favor Profesor, pare". Allí Santiago se humanizó y le dijo que aun faltaban como 30 nalgazos pero que como lo has pedido tan educadamente los voy a negociar y solo te quedarían 10, más pero tienes que hacer algo a cambio". Hubo un silencio... Luego Julia preguntó qué tenía que hacer. Santiago dijo que era muy sencillo: lo único que tenía que hacer era que a medida que iba aplicando las nalgadas ella tenía que ir contándolas y decir en cuál nalga iba a ser el próximo impacto. Hubo otro silencio. Santiago prosiguió; "Tú decides; lo dejamos en 10 o sigo con los 30". Entonces Julia empezó: "uno nalga derecha" y el Profesor acompañó el pedido. "dos nalga Izquierda", splat. Julia se quejaba entre conteos ya que el Profesor había incrementado la fuerza de las nalgadas; cuando hubo concluido la sentó y le acarició el cabello. Julia seguía quejándose. Santiago le dijo: "Ahora acomódate tal como estás; no te arregles nada y échate sobre el pupitre". Julia se sorprendió, el Profesor le repuso: "tranquila. Sólo hazlo". Julia obedeció y Santiago le subió el calzón y le acarició las nalgas mientras le decía: "tranquila ya pasó"; le acomodó bien el calzoncito azul que estaba medio enroscado por la primera remangada en forma de tanga, luego la acompañó a la puerta y la dejó salir.

Gabriela se encontró cara a cara con Santiago y retomó nuevamente con su torpe explicación y sin haber empezado el castigo ya estaba sollozando. En un arranque de valor y astucia argumentó que no la podía castigar por muchos motivos, El profesor complacido de la rebeldía la exhortó a que le mencione al menos tres de sus razones, a lo que Gabriela respondió : el primero es que ella nunca estuvo de acuerdo con ese cambio de castigos, el segundo que el debate nunca se terminó y que él decidió finalmente por todos y el tercero era que estaba recién recuperándose de una fiebre. Fue ganando confianza a medida que exponía sus argumentos ya casi se creía librada de todo eso, cuando el Profesor le contestó que sus argumentos son válidos, pero igual como había castigado a Julia y a Roxana sería injusto que a ella la dejara pasar por alto. Gabriela argumentó un cuarto motivo : "sí, pero yo si tengo una verdadera excusa", a lo que el profesor le refutó que las excusas no existen, Gabriela empezó a perder la esperanza, a lo que el Santiago acotó : sería imprudente de mi parte castigarte si en realidad estuvieras enferma, antes debo tomarte la temperatura,

Gabriela vislumbró una ultima esperanza, Santiago se acercó a su maletín y saco un termómetro, se sentó en la silla y llamó a Gabriela, esta se acercó y se paró frene a él casi contenta y abrió la boca. Santiago la cogió del brazo y la puso boca abajo sobre sus rodillas, Gabriela se quejó y Santiago le dijo: "tranquila, haré lo que dije. Te tomaré primero la temperatura". Le levantó la falda y le bajó el calzoncito amarillo de Lunares, Gabriela se estremecía allí boca abajo. Santiago le dijo: "sólo tienes que relajarte"- Gabriela lo llamó mentiroso, y cuando apretaba los dientes esperando la primera nalgada siente las manos de Santiago que le tratan de abrir las nalgas, Gabriela se remece en su sitio, los dedos de Santiago empiezan ha hacer espacio alrededor de su ano quedando este expuesto, Gabriela aprieta las nalgas y Santiago vuelve a separarlas con las manos, y termina de exponer el ano con dos dedos e introduce el termómetro. Gabriela tiembla al contacto de la fría cabeza del termómetro y se queda quieta. "¿Lo ves?" dice Santiago, "¡qué fácil fue! Ahora solo hay que esperar 2 minutos solamente. No te muevas". 

Gabriela no decía nada, apenas y  respiraba, Luego de unos segundos empezó a apretar las nalgas y a contraerlas pero Santiago separaba las nalgas y con los dedos y mantenía firme el termómetro dentro de su ano. Santiago le dijo: "La visión del termómetro saliendo de tus nalgas es encantadora". Gabriela no dijo nada, se quedó extasiada como en estado de trance ni siquiera reclamó que ya hubieran pasado los 2 minutos. Por momentos sólo dilataba el ano y abría un poco mas las piernas. Toda esta dilatación y contracción producto del frío del termómetro era percibida por los dedos de Santiago que no dejaba de bordear el inicio donde el termómetro ingresa al ano. Finalmente sacó lentamente el termómetro de su ano sin retirar las yemas de los dedos que seguían bordeando y sintiendo sus contracciones; de esta forma leyó el termómetro marcaba treinta y siete y medio, aun con los dedos en el bode del ano de Gabriela le dijo efectivamente aun tienes fiebre, Gabriela pregunto temblando si cumplirá su palabra a lo que Santiago respondió: "Claro que sí, tu castigo lo dejaremos para la próxima semana cuando te recuperes..."

(continuará)

TRAZOS DE MI ALMA

Autor: Cars

El día se va abriendo camino lentamente, desplazando en su camino las silenciosas sombras de la noche. Respiro hondo y dejo que los cientos de aromas del amanecer entren en mi alma empapándola hasta lo más profundo.

En este instante medio mágico, aprovecho para recordar... para recordar el calido tacto de tu piel, para recordar el sabor de los besos de esta noche, pero sobre todo para recordar que mi alma yo no es mía, que mi ser a claudicado sin resistencia, y sobre todo, para rememorar el sublime instante en que mi mente lo decidió.

La noche había empezado bien, estuve puntual ante tu puerta, hasta me había sobrado tiempo para comprar unas flores. -Es cursi, ya lo sé.- Abriste la puerta, y pude ver tu figura esbelta, recuerdo tu sonrisa, tus ojos verdes al mirarme. Después paseamos hasta el restaurante. Cientos de veces, había pasado por delante de aquella cristalera que dejaba ver las mesas y a sus comensales, así que cuando entramos, era como si ya hubiera estado antes allí. Recuerdo la mezcla de olores que emanaban de la cocina, y la suave música que pugnaba por sobre salir de las conversaciones. Durante los postres nuestras manos se rozaron por accidente. Fue un roce fugaz. Tímido, pero cargado de cientos de sensaciones diferentes. Te había tocado otras veces pero ésta vez era distinto, y ambos lo sabíamos.

Cuando salimos de nuevo a la calle, el aire nos golpeó el rostro, mi mano buscó la tuya, y nuestros dedos se cruzaron.

                                   -Conozco un bar donde podemos tomar una copa, o podemos ir a mi casa y tomarla allí. -Me dijiste mirándome a los ojos.- ¡Yo prefiero mi casa! -aseveraste sin pestañear, antes de que yo pudiera contestar.-

                                   -Yo también. -Te susurré.-

            Habíamos dado apenas unos metros, cuando sucedió algo, un punto de inflexión que marcaría el rumbo no solo de esa noche, sino que su alcance aún esta por definir. Como digo, en ese momento, dos chicas se pararon ante nosotros, mirando la carta del restaurante expuesta en un sencillo atril. Mis ojos, dotados de vida propia, recorrieron las curvas de aquellas féminas que estaban ante nosotros.

                                   -¿Qué miras? -Me preguntaste alzando la voz lo suficiente para que ellas te oyeran.-

                                   -¡Nada! -Te respondí, mientras sentía como una oleada de calor subía hasta mi rostro.

                                   -¿Cómo que nada? Algo mirarías ¿no?

                                   -Lo siento -susurré-

                                   -¡No te he preguntado si lo sientes! Te he preguntado qué mirabas.

Tu enfado iba en aumento, por lo que no me quedo más remedio que reconocer el hecho de que había mirado a las chicas. Ellas nos miraron divertidas mientras que se alejaban de nosotros en medio de unas carcajadas. Yo me encontraba inmerso en una nube, sentía que la noche se había estropeado, y que sin duda la velada iba a llegar a su fin. Sin embargo y para mi sorpresa, no soltaste mi mano, sino que comenzaste ha caminar tirando levemente de mi, que me había parado.

                                    -¡Cuando lleguemos a casa zanjaré el tema.

                                    -¿Que quieres decir?

                                   -No creerás que esto ha acabado aquí ¿verdad?

Te paraste. Te pusiste delante de mí. Tus ojos tenían un brillo distinto, parecías sentirte satisfecha de mi metedura de pata, era como si eso te otorgara cierta ventaja sobre mí. Depositaste un beso en mis labios, y tus manos acariciaron mis mejillas. Me  besaste de nuevo. Mi corazón se aceleró. El tacto cálido de tus manos, y la suavidad de tus labios, me llenaron de excitación.

Continuamos caminando, hasta llegar al piso. No volvimos a hablar del incidente, y tras unos minutos pensé no sería más que una anécdota. Entramos en la vivienda. Ya había estado otras veces pero en esta ocasión todo se me antojaba nuevo. Llegamos al salón, y tú seguiste de largo entrando en otra habitación.

                                    -¡Prepara un par de copas y ponte cómodo, enseguida salgo!- me indicaste y después, reinó el silencio roto únicamente por el suave tintineo del hielo golpeando el cristal. Miré de nuevo a mí alrededor. Tuve el impulso de poner música pero lo consideré demasiado atrevido. Estaba terminado de servir las copas, cuando te oí entrar. Me giré con los dos vasos en las manos. Cuando te vi, casi se me resbala la bebida.

Estabas hermosa. Habías cambiado la ropa que traías por un vestido de gasa negra por encima de las rodillas. No llevabas medias, por lo que tus piernas dejaban ver el bronceado que habías adquirido este verano. Llevabas unos zapatos negros de charol. Tus hombros estaban descubiertos, y tus formas se dibujaban bajo aquel vestido, y la luz que se filtraba desde tu espalda realzaba tu figura. Ante mi anonadamiento, esbozaste una sonrisa y te acercaste a mí. Tomaste un vaso de mi mano, y le diste un sorbo sin dejar de mirarme. Yo era incapaz de reaccionar.

                                      -¡Eres preciosa!- Susurré al final.

                                       -¡Ya! Pero no parece que para ti sea suficiente, ya que tienes que mirar a otras cuando estas conmigo. -Me soltaste sacándome de mi ensimismamiento.-

                                       -¡Lo siento! Yo no....

                                       -El momento de las disculpas ya pasó, -me interrumpiste- ya solucionaremos esto, ahora brindemos por esta noche, y por lo que el futuro nos tenga preparado.

            Ambo alzamos la copa y los cristales tintinearon al chocar. Después bebimos. Te encaminaste a la cadena de música, y tras unos segundos una suave melodía comenzó a llenar los interminables silencios que había entre nosotros.

                                   -¡Sonia! -Te llamé mientras me acercaba a ti, y dejaba que tu pelo rozara mis mejillas.-

                                    -Dime, -te giraste y nuestras miradas se sostuvieron.-

                                   -Esta noche es lo mejor que me ha sucedido en mucho tiempo, no me imagino queriendo estar en ningún otro sitio. -Tú sonreíste, y respondiste al beso que dejé en tus labios.

                                   -Veremos si piensas lo mismo al final de la noche. -Me respondiste en medio de una sonrisa mientras me guiñabas un ojo.- Te recuerdo que aún me debes algo.

                                   -No te entiendo

                                   -Una compensación por tu falta de tacto en  la calle.

            Yo estaba confundido, no entendía tus palabras. Entonces un brillo distinto apareció en tu mirada, por el rabillo del ojo vi tu mano, se alzaba un poco, unos milímetros antes de llegar a mí mejilla, la detuve con mi mano. Me miraste desafiante. -¿Qué haces?- Te pregunté extrañado y algo excitado.

                                   -Si vamos a tener algo, tienes que aprender que tus actos tendrán consecuencias, y que me gusta la disciplina.

                                   -No sé si te entiendo.

                                   -He sido clara: cuando te comportes como un crío, te tratare como un crío, y cuando te comportes de una forma adulta, pues te tratare como tal. -Tú voz era serena, no mostraba enfado, pero a la vez era firme.- Hoy te has comportado como un crío malcriado y me has faltado al respeto, y por lo tanto mereces un castigo.

            Tus palabras resonaron en mi alma, y sin ser conciente de ello, solté tu mano. Un segundo después la primera bofetada restalló en el salón. Tu mano permaneció unos instantes sobre la mejilla. Pude sentir su tacto a medida que sentía el calor mi piel. Unos segundos después, otra y otra bofetada se fueron sucediendo. Tras unos minutos que parecieron eternos, cesaste. Mis mejillas me ardían, y yo adivinaba el tono rojizo que debían tener. Después me besaste en los labios, y tu mano acarició ahora con dulzura la zona castigada.

            Me encontraba como en una nube, mis pies parecían flotar. Tal vez por eso tardé en notar la enorme excitación que sentía.

                                   -Desvístete, y quédate sólo con los slips. -Me indicaste mientras que yo obedecía como un autómata.-

            Cuando terminé me quede allí, mirándote como un colegial, con mis manos intentando tapar mi excitación. Tú esbozaste una  leve sonrisa, y te acercaste a mí con pasos lentos, te recreabas en mi indefensión. No sé porque, pero no era capaz de sostenerte la mirada. Por primera vez sentí un aire frío que hizo erizar mi piel. Tu mano acarició mi torso mientras te ponías a mi espalda. La recorriste con la yema de tus dedos, y yo sentí un excitante escalofrío. Tu cálido aliento rozó mi nuca.

                                   -¿Por qué estas aquí?

                                   -¿Cómo? -intenté girarme pero no me dejaste.-

                                   -No te muevas, y dime por qué te has quedado después de que te abofeteara.

                                   -No lo sé. -Musité un poco avergonzado.-

                                   -Si no lo sabes, ya puedes vestirte y salir de mi casa.

            Aquellas palabras me traspasaron como ciento de agujas afiladas. ¿Irme? No quería irme. Era cierto que no sabía expresar lo que me sucedía, pero la sola idea de alejarme de ti me producía un inmenso desasosiego.

                                   -Yo.... -Comencé a decir, aunque realmente no tenía claro lo que hacía.- Necesito estar aquí.

                                   -Explícate. -Me exigiste. Tu tono no me daba el más mínimo respiro.- 

                                   -No puedo, solo sé que cuando pienso en alejarme de ti me duele el corazón.

                                   -Pero quedarte tiene un precio -Tu tono se había relajado, y ahora tu mano volvía a rozar mi piel.

                                   -¿Qué precio?

                                    -El que yo desee. -Fue tu respuesta.- Y hoy lo primero que vas a aprender es que yo soy la única a la que debes mirar. Sígueme.

            Pasaste a mi lado, y tiraste de mi mano. Aun puedo sentir el tacto de la tuya. Suave, cálida; cientos de mariposas se liberaron en mi estómago. Comencé a caminar tras de ti, hasta llegar al dormitorio. Miré a mí alrededor. Era una alcoba normal, aunque su decoración era exquisita.  Por un momento me había imaginado un lugar plagados de artilugios para el castigo. Sonreí al ver lo ridículo de mis pensamientos.

            Nada más entrar, me indicaste que me quedara de rodillas. Te obedecí en el acto. Bajé la vista, y te sentí caminar a mi alrededor. En esos minutos en los que solo oía tus pasos me inundó un extraño sentimiento. Jamás me había imaginado encontrarme en aquella situación, y mucho menos cuando me imaginaba mi primera cita contigo.

                                   -Hoy te has portado como un maleducado, me has faltado al respeto. -Tu voz sonaba distante, fría. Y tus palabras infundían un sentimiento de culpa.- Este es mi secreto, así soy yo.  -Hiciste una pausa y me levantaste la barbilla para que nuestras miradas se cruzarán.- Lo cierto es que no pensaba introducirte en mi mundo tan pronto, pero tu actitud esta noche sólo me dejaba dos opciones. La primera era dar por terminada la velada en la puerta del restaurante y no volver a verte más fuera del trabajo. La segunda es tenerte donde estás ahora. Hace mucho que me interesas como persona, y por eso he optado en darte esta oportunidad.

                                   -¡Gracias! -En un segundo, tu mano me cruzó la cara con dos bofetadas.-

                                   -No te he dado permiso para hablar. De ahora en adelante cuando estés ante mí como sumiso, solo hablaras si te doy permiso para hacerlo. ¿Entendido?

                                   -Sí.

                                   -Bien, y cuando te dirijas a mi hazlo con respeto. Debes tratarme como MI SEÑORA. Solo cuando yo te diga que eres mío, podrás llamarme AMA. Por el momento solo estás a prueba, y si no la pasas, jamás volveremos a hablar de esta noche. ¿Está claro?

                                   -Sí MI SEÑORA.

                                   - Pues comienza a demostrarme que no me equivoque contigo.

            Tras estas palabras, te sentaste en una silla de respaldo alto que estaba justo enfrente de la cama. Estaba tapizada en un beige suave. Te contemplé allí sentada, cruzaste la pierna y tu pie se movía rítmicamente. Observé una argolla en la pared, que quedaba como a cuarenta centímetros de tu cabeza. Sentía tu mirada taladrándome, esperabas algo, algo que yo desconocía. Los minutos se hicieron eternos y el silencio caía pesadamente. Sabía que debía actuar, porque tú no pensabas dar ninguna indicación. Empecé a buscar cualquier información, de mí alrededor y de mi mente. Sabía que me quedaba poco tiempo, y que si no hacía algo te perdería para siempre. La pregunta era precisamente esa, ¿Qué debía hacer? ¿Cómo saber que esperabas de mí? Intente buscar imágenes en mi mente. Entonces, con movimientos tímidos me acerque a ti, miré al suelo y comencé a besar tus pies. Alcé la mirada, y una leve sonrisa me indicó que por el momento había acertado, por lo que me dediqué a besar cada centímetro de piel.

            Me sentía en una nube. Te descalcé y comencé a besarlos. Los minutos pasaron y yo cada vez me fui relajando más.

-¡Levántate! -Me ordenaste. Cuando al fin estuvimos cara a cara, me regalaste una sonrisa.- Has empezado bien. Termina de desnudarte.

            Mientras que yo me quitaba los calzoncillos, tú extrajiste de un cajón de la cómoda varios objetos, unas esposas, una cadena, fusta, un látigo pequeño de varias tiras, una raqueta de pin-pon, y varias piezas de cuero con forma de paleta, de diferentes grosores y colores. Yo parecía extasiado, como hipnotizado ante la visión de aquellos artilugios. Tus dedos chasquearon ante mí y me sacaron de aquella nube para devolverme a aquella sublime realidad.

            Me colocaste las esposas y le enganchaste la cadena, después me condujiste hasta la pared pasaste la cadena por la argolla y la tensaste. Tus movimientos eran enérgicos. Contenían una gran vitalidad aunque no eran en absoluto precipitados. Después, colocaste algunos objetos que no puede ver más cerca de ti. Volviste a sentar en la silla, y tu pierna izquierda quedo entre las mías. Aflojaste la cadena y me indicaste que me sentará en tu muslo. Sentí el calor de tu piel en la mía, e instintivamente note como crecía mi excitación. Tiraste de la cadena, hasta que mis brazos quedaron totalmente estirados, y después enganchaste el extremo de la cadena a un punto en la pared. Tras unos minutos en los que tus manos recorrieron mi espalda y mis brazos, comenzaste a golpear rítmicamente mis testículos con tu muslo. Primero eran casi caricias, pero poco a poco el golpeteo fue aumentando, y con el mi dolor. No puedo precisar cuanto duró aquello, pero la primera palmada en mi trasero me hizo saltar. A eso le siguieron otras, golpeabas fuerte, tu mano izquierda me rodeaba la cintura, mientras que tu diestra me golpeaba una y otra vez. Habías apoyado tu mejilla en mi costado, -me imagino para tener una mejor visión de lo que hacías,- el dolor fue en aumento, mientras que tu mano me golpeaba desde la parte alta de las nalgas hasta los muslos. Tras casi veinte minutos, las lágrimas estaban por aflorar. Entonces sustituiste los azotes por suaves caricias.

                                   -¿Te duele?

                                   -No mucho Mi Señora, -te dije con los ojos apunto de rebosar, intentando agradarte.-

                                   -¡Vaya! Se ve que hoy no estoy haciendo bien mi trabajo.

            Tras esas palabras que me desconcertaron por completo, sentí el primer azote con la raqueta de pin-pon. La madera restalló en mi piel ya dolorida, acentuando cada vez más aquel dolor. Mi respuesta no te había gustado, y me lo estabas haciendo saber de una manera contundente. Descargabas una veintena de azotes rápidos y enérgicos en una nalga, para después hacer lo propio en la otra. Mis lágrimas brotaron con fluidez, y mi resistencia se desvaneció mientras que continuabas con el castigo. Tras un período de tiempo que no supe determinar, te detuviste. Tus labios besaron mi costado, y tu mano acarició ahora con dulzura la piel castigada. En medio de aquel dolor electrizante que sentía, la calidez de tus labios y la suavidad de tus caricias hicieron que naciera en mí una excitación como no había sentido nunca.

            Al igual que el ave fénix de la mitología resurgía una y otra vez de sus cenizas, un alma nueva estaba resurgiendo del dolor y las caricias que me infligías. Mi antigua alma había saltado en pedazos para, al reconstruirse, transformarse en una distinta. Pero esa metamorfosis no era nada en comparación con la que experimentaría unos minutos más tarde.

            Te levantaste, tus manos recorrieron mi piel, cogiste mi cara entre tus manos, y me besaste en los labios, enjugaste mis lágrimas con tus besos y nuestros ojos se miraron. Pero lo hicieron de una forma distinta, era como si nos descubriéramos de nuevo. Hasta ese instante habíamos sido sin saberlo dos desconocidos, que ahora se redescubrían a cada paso.

                                   -Ya te he castigado por lo que hiciste en la calle. -Me susurraste al oído.- Ahora te soltaré, y te marcharas a casa para meditar lo que ha pasado esta noche. Ya hablaremos algún día de estos. -Tus labios me besaron suavemente.-

                                   -¿Irme? -Aquella idea me provocó un gran vacío en mi interior. No sabía porque, pero no deseaba alejarme de ti.-

                                   -Sí,

                                   -Mi señora, ¿porque no puedo quedarme? -Mi voz iba cargada de una enorme tristeza, y un indudable tono de suplica.-

                                   -¿Quieres quedarte?

                                   -Sí -musité-

                                   -Pero si te quedas, el castigo seguirá, y tendrás que dormir en el suelo.

                                   -No me importa Mi Señora, si me permite hacerlo en la misma habitación.

            Tu sonrisa me dejó ver que no me apartarías de tu lado. Después, te apartaste de mí, y te acercaste a los utensilios que había sobre la mesa. Hiciste restallar el látigo en el aire, y después acariciaste con él mi espalda. El tacto del cuero en mi piel hizo que el vello se me erizara. Después, con suaves movimientos fuiste azotando mi espalda, aunque lo hacías sin golpear con demasiada fuerza. Pero aun así con la sucesión de azotes, el calor de la piel golpeada fue dejando paso a un dolor  creciente.

            Tras un largo periodo de tiempo, tus manos volvieron ha adueñarse de mi piel. Me hiciste girar. Aflojaste la cadena hasta que me permitía sentarme en la silla en la que habías estado sentada tú antes. Después, con un fuerte tirón tensaste de nuevo mis brazos por encima de mi cabeza. Mi erección era notable, me colocaste un condón, y  te sentaste ahorcajadas en mis muslos. Lo hiciste lentamente, dejándome sentir las inmensas sensaciones que tu piel me producían, hasta que me sentí dentro de ti.

            Mi boca buscó la tuya, y cuando la encontró estalló en mi interior una oleada de serenidad. Te movías rítmicamente mientras que yo ansiaba acariciarte, pero mis manos estaban demasiado lejos de ti. El dolor de mi trasero y mi espalda se mezclaron con el inmenso placer que sentía. Sentí cómo llegabas al clímax mientras que suspirábamos. Unos segundos después yo también exploté dentro de tí. Permanecimos abrazados, compartiendo a bocanadas el aire que nos rodeaba, respirando nuestro propio aliento.

            Cuando me soltaste eran apenas las doce y media de la noche. Sentía mis brazos entumecidos. Te metiste en la ducha, y tras secarte, me ordenaste que me duchara yo. Al regresar al cuarto, tú ya estabas metida en la cama. Toda la casa estaba en penumbra, a excepción de una pequeña lámpara en tu mesilla de noche.

                                   -¡Acércate de una vez, que tengo sueño!

Corrí hasta tu lado, observé una sabana doblada sobre la alfombra. Rápidamente me tumbé al lado de tu cama y me cubrí con ella. Tras unos segundos la oscuridad nos envolvió por completo. -Buenas noches Mi Señora- Susurré. Y cerré los ojos.

Las luces verdes del reloj marcaban las cinco de la madrugada cuando sentí que te levantabas. Abrí los ojos, y vi cómo te calzabas unas zapatillas de apariencia lanosa, blancas y suela de goma amarilla con un ligero tacón. En el empeine tenían dibujado un corazón ribeteado con hilo dorado. Te encaminaste al baño, tus movimientos eran sigilosos con la intención de no despertarme, aunque yo te seguí con la mirada por la estancia. La luz del baño, te rodeó dibujando tu silueta en la noche. Al regresar, pasaste a mi lado, y me viste con los ojos abiertos.

                        -¿Te he despertado? -Aquella pregunta era sólo un susurro mientras te sentabas en la cama.

                        -Ya estaba despierto mi Señora. -Te respondí mientras me ponía de rodillas y recostaba mi cabeza en tu regazo.-

                        -¿Cómo estas?

                        -Jamás he estado mejor. -Tus dedos comenzaron a perderse en mi cabello.-

                        -Ven, quiero ver como está tu trasero.

Tiraste de mí, hasta colocarme sobre tu regazo. Tus manos acariciaron mis nalgas. El dolor casi había desaparecido, y únicamente quedaba un ligero picor. -Están bastante bien. Pero les pondré una crema para hidratar la piel.- Comentaste, al tiempo que estirabas el brazo y cogías un botecito de la mesilla. La frialdad de la crema hizo que diera un suspiro. Tus manos extendieron aquel ungüento por  la piel, un  suave  masaje, acompañado de algunos apretones en mis glúteos.

Miré a un lado de la habitación, y me vi reflejado en un cristal del armario, aquella visión, hizo que mi miembro viril  se despertara. La imagen de mi desnudez, colocado en aquella posición de entrega y sumisión, me produjo una enorme excitación. Lo notaste en el acto, -Ahora si que te has despertado del todo ¡eh!- Aquel comentario me hizo ruborizar. -Ya que estás despierto jugaremos un poco.- Me dijiste, al tiempo que tu mano comenzó a darme leves azotes en mis nalgas.

La intensidad fue en aumento, pero en esta ocasión, la azotaína estaba cargada de una gran dosis de erotismo. La cadencia de los azotes era escalonada, y alternada con caricias que llegaban hasta mis genitales. Tu mano descargaba una tanda de palmadas, que iban creciendo de ritmo y fuerza, para descender después, y volver a subir. Cada milímetro de piel fue adquiriendo un color rojo intenso, el dolor fue aumentando. Yo me encontraba en una nube de excitación y placer. Gemía y suspiraba. Mi mano se asía a tu tobillo, mientras que con la otra me sujetaba a la mesilla de noche para mantener el equilibrio, mientras que tú prolongabas aquel dulce suplicio con más y más azotes. Al fin te detuviste. Tu mano acarició mi trasero nuevamente. Entonces noté cómo levantabas tu pierna. Te miré de reojo y contemplé cómo te descalzabas. Sujetaste la zapatilla por el talón, y me sonreíste al tiempo que la alzabas en el aire. Golpeaste, pero para mi sorpresa lo hiciste con la parte de la tela. El sonido opaco que produjo al impactar en mi trasero llenó la habitación. El tacto de la tela sobre mis doloridas nalgas no produjo ningún dolor. Los azotes caían uno tras otros, acariciando más que golpeando. Ya me había acostumbrado a aquel tacto, cuando por sorpresa, cayó el primer zapatillazo de verdad. La suela mordió mi piel. El dolor subió exponencialmente y aquel primer azote hizo que se me escapara un grito. Te reíste. Y tu risa llenó la estancia al tiempo que era acallada por el sonido de los azotes. -Creí que estabas dormido.- Bromeaste al tiempo que me sujetabas con más fuerza sobre tu regazo para continuar con la aquella paliza.

            Comencé un llanto que se transformó en suspiros, y aquel dolor fue la antesala de un inmenso placer. Placer de estar a merced tuya. Placer al saber que eran tus deseos los que imperaban. Y satisfacción al ser yo al que  tú elegiste para vivir esta noche.

            Cuando diste por finalizado el castigo, tus manos volvieron a extender un poco de crema sobre mi trasero. Después dejaste que me deslizara hasta el suelo, y yo de una forma impulsiva, comencé a besar tus pies. Mis labios no dejaron ni una solo parte de ellos sin besar.

            Cuando te pareció, los retiraste suavemente y te acostaste. Yo me acurruque en el suelo, apoyando mi cabeza sobre tus zapatillas, que aun retenían una porción de tu calor. Y cerré los ojos.

            Te sentí moverte en la cama, tu mano tocó mi cabeza. Yo alcé la mirada. Tú te apartaste un poco y me hiciste señas para que ocupara el lugar que dejabas libre. Me deslicé bajo las mantas, y nuestros cuerpos se sintieron. Mis manos te buscaron y te acariciaron. Nuestros labios se besaron hasta la saciedad. Nuevamente me permitiste entrar en ti. Y sentirme dentro abrazado a ti fue el mayor éxtasis que jamás he sentido.

            Después llegó el silencio. Nuestros corazones latían juntos, y  mis manos recorrían suavemente tu piel.

                        -¿En qué piensas? -Preguntaste mientras recostabas tu cabeza en mi pecho.-

                        -Nada mi señora.

                        -¡Dímelo! -Alzaste la mirada.-

                        -En lo que me falta. -Le respondí.-

                        -¿Qué te falta? -Me preguntó al tiempo que se apoyaba en mi pecho para incorporarse un poco.-

            Te miré, el silencio se adueño de ambos. En mi mente se sucedían los pensamientos. Las ideas bullían sin orden. Sentía como mi alma se desmembraba fibra a fibra. Y en su lugar nacía un vacío enorme que amenazaba con engullirme y arrastrarme a la locura.

                        -¡Mi Señora! Me falta saber que esto no es un sueño, que ésta noche no es el final, sino el comienzo. -Respiré hondo y continué.- Me falta saber que no estoy perdido. Que mañana cuando despierte seguirá permitiéndome estar a su lado.- Nuevamente el silencio se acomodó entre ambos, y unas lágrimas bañaron débilmente mis mejillas.-

                        -Entonces, -Me dijiste mientras pasabas tus dedos por mis labios húmedos por las lágrimas que derramaba.- No te falta nada. Eres mío y no pienso renunciar a ti. -Tus labios me besaron.- Pero debes entender que esto no es un regalo, sino un privilegio que debes merecer cada día.

                        -¡Gracias Mi Señora!

                        -No, de ahora en adelante, Seré tu dueña, tu AMA.

            Mientras oía aquellas palabras, mi alma se iba recomponiendo trozo a trozo, para convertirse en una nueva, distinta, un alma que ya no me pertenecía. Ahora ella como todo mi ser era de su propiedad. Y yo me sentía orgulloso de pertenecer a mi AMA.

            Así que ahora, mientras duermes yo te contemplo y me estremezco al sentir la tibieza de tu piel, y el latir de tu pecho sobre el mío. Así abrazado a ti rememoro esta noche, y sueño con las que han de venir. Y vienen a mi mente los versos de un poeta:

 

...Sueño con las cadenas de tu piel, y el tormento de tu deseo

Sueño con los caprichos de tu ser, y con ser quien te obedezco

Sueño con tu fusta en mi piel, y con la suavidad de tus besos

Sueño con que el amanecer no me arrebate este sueño...

 

LA TRAGEDIA

Autora: Ana Karen Blanco
(anitaK[SW])

La tragedia envolvió a toda la familia de forma inesperada. Sandro Barrientos y Mabel Giacomazzi habían fallecido en un accidente automovilístico dejando tras sí a sus tres hijos: Katherine de 22 años, Fabricio de 20 y Mauro de 14.
Apenas Emilia Giacomazzi supo que su hermana y su cuñado habían muerto, se desesperó, pero también se sintió segura, apoyada en todo momento por su esposo Rodrigo Sena, que la acompañó sin separarse de su lado. Una vez que regresaron del entierro, con los ojos llorosos y la voz entrecortada le dijo:
-Me preocupan esos niños Rodrigo. Tenemos que ayudarlos en todo lo que podamos porque somos su única familia. ¿Verdad que tú me ayudarás con ellos? Han quedado en la más completa soledad y eso me pone muy mal... Le dije a Kathy que se mudaran con nosotros al menos los primero tiempos, pero se negó. Dijo que ella se haría cargo de todo si nosotros la apoyábamos.
-Supongo que le habrás dicho que diera por descontado nuestro apoyo incondicional en todo momento, ¿verdad amor? –dijo Rodrigo interrumpiéndola.
-Por supuesto. Ella sabe que cuenta con nosotros siempre. Fabricio tiene todo preparado para ir a estudiar arte a Italia, y ella es una chica fuerte, voluntariosa e inteligente. No tendrá problema de cuidar a Mauro ya que casi toda la vida fue como una segunda madre para él. Tú sabes lo previsor que era Sandro y les ha quedado un buen respaldo económico, pero de todas formas deberán cuidarlo. Kathy ya se recibió como profesora de literatura y da clases en diferentes institutos, además de las particulares a varios alumnos. Económicamente están bien cubiertos, pero… la vida diaria es mucho más que eso.
-Eso lo sabemos muy bien tú y yo, y seguramente ella lo aprenderá muy pronto.

---000---

Kathy era una bellísima mujer. Alta, espigada, con un brillante pelo negro que hacía resaltar su piel blanca. Los ojos verdosos de mirada acariciante enloquecían a más de un hombre. Era hermosa y lo sabía; su inteligencia y vivacidad la hacían más atractiva aún. Sus minifaldas eran escandalosamente cortas; imposible dejar de mirarla cuando caminaba por algún lugar o hacía su entrada por cualquier puerta como en aquel momento en casa de sus tíos.
-Rodrigo, tienes que ayudarme –le espetó antes de colgarse de su cuello y plantarle un sonoro beso en la mejilla.
-Sí niña, sí. A ver ¿qué te pasa ahora?
Rodrigo se estaba acostumbrando a la presencia casi diaria de aquella joven que había visto nacer y crecer. Hoy era una mujer que lograba turbarlo con su sola presencia, pero que disimulaba haciendo grandes esfuerzos. Ella lo consultaba por asuntos que para Rodrigo eran menores como el pago de ciertas cuentas, trámites en organismos públicos, seguros y asesoramiento sobre la compra de un automóvil, rentas de propiedades y cuestiones financieras generales. También recurría a Emilia para pedirle recetas de cocina, cómo quitar una mancha o averiguar las ofertas de esa semana. Kathy se había convertido en visita permanente, no tenía reparos en llamar por teléfono a cualquier hora, pero a sus tíos no les molestaba demasiado porque era tan querible y simpática que no podían enojarse con ella. Pero a Rodrigo le era imposible mirarla como familiar, sus instintos de macho le hacían desearla como mujer. Ella lo sabía y gozaba seduciéndolo de forma inocente ante los demás, pero cuando estaban solos lo hacía descaradamente, aunque disfrazando de juego sus más perversas insinuaciones.
Dicen que no hay nada más seductor que una mujer hermosa que sabe que lo es, ni nada más erótico que la inteligencia. Ella era todo eso y tenía el conocimiento para utilizar su belleza e inteligencia como le viniera en gana. Su “tío” Rodrigo no le resultaba indiferente. Desde muy niña se había sentido atraída por ese hombre tan alto y gallardo, siempre impecablemente vestido y con aquel perfume varonil: el de su propia piel, porque no utilizaba otro aroma que el de la limpieza diaria. Siempre lo había visto de bigotes, unos bigotes negros, espesos, perfectamente recortados. De pequeña él solía hacerle cosquillas con ellos; hoy se preguntaba qué sentiría al rozarlos. A veces lo provocaba besándolo en la comisura de los labios y percibía un pequeño estremecimiento en el cuerpo de él, que se retiraba rápidamente de su lado. Buscaba excusas para llamarlo, tonteras que ella sabía cómo resolver perfectamente. Lo hacía ir a su casa para reparar cosas que ella misma descomponía o que podría resolver llamando a un fontanero o un electricista, pero sólo buscaba la forma de verlo con la mayor frecuencia posible…
Una madrugada, a las dos de la mañana sonó el teléfono en casa de la familia Sena-Giacomazzi. El cansancio había rendido a la pareja después de varios días de ajetreo preparando el viaje de Fabricio, que había partido la tarde anterior a estudiar al extranjero. Rodrigo, más dormido que despierto, levantó el teléfono.
-Sí… hable.
-¿Es el señor Rodrigo Sena? Le habla el Sargento de Policía Agente Daniel Rivera. Estamos llamando desde la residencia de la señorita Katherine Barrientos…
Rodrigo pegó un salto en la cama y se levantó de golpe.
-¿Qué pasó? ¿Qué sucedió oficial? ¿Está todo bien? –La palidez de su rostro asustó a Emilia que exigía a sus espaldas explicaciones de lo que sucedía, mientras él le señalaba con la palma extendida que esperara y lo dejara escuchar.
-Sí señor. Le ruego que se calme, está todo bajo control. La casa fue asaltada pero los ladrones no lograron llevarse nada porque en ese momento volvía la familia y al escuchar el regreso de los moradores de la finca, huyeron dejando todo. Tanto la señorita como su hermano y el amigo están bien pero muy nerviosos; me pidieron que lo llamara para que viniera lo antes posible.
-Ya mismo estoy saliendo para allá Sargento.
Tras una breve explicación a Emilia mientras se vestía velozmente, Rodrigo emprendió la marcha hacia la casa de los sobrinos de su esposa. Debía conducir uno rato para unir los poco más de treinta kilómetros que había de distancia entre ambas residencias. A esa hora de la madrugada casi no había tránsito. Prendió la radio del vehículo y se dejó envolver por la portentosa voz del tenor Plácido Domingo que le trajo a su lado a la mujer con “Aquellos ojos verdes…”; luego un “Te quiero, sabrás que te quiero…” era casi una declaración de amor para esa joven de piernas largas y torneadas como dos columnas griegas, esa niña de ojos verdes y pelo negro que lo embriagaba con su juventud, energía y vitalidad. Debía estar loco, él amaba a Emilia, sin duda que la amaba pero… Kathy era otra cosa.
Kathy, Kathy… con solo nombrarla la boca se le llenaba de miel y su virilidad daba muestras de que a sus 48 años estaba más vivo que nunca.
Apenas había descendido del auto cuando Kathy se echó sobre él prendiéndose del cuello. Rodeó aquel cuerpo tan deseado con sus brazos, aspiró el perfume de su cabello, acarició con sus manos la mil veces imaginada piel y la alzó. Por un instante que le pareció eterno la tuvo para sí, totalmente suya. Pero inmediatamente la volvió a depositar en el suelo.
-Rodrigo, por fin has llegado –casi nunca le decía tío, ni siquiera de pequeña, siempre prefirió llamarlo por su nombre de pila, y sus hermanos siguieron su ejemplo-. Estoy desesperada, nerviosa, me siento muy mal y angustiada por todo esto.
-Tranquila mi niña, ya todo está bajo control. Además, no ha pasado nada. Pero deberemos tomar esto como un aviso, una advertencia y apenas despunte el día nos dedicaremos a asegurar este lugar convenientemente. Ahora cálmate… ¿cómo está tu hermano?
-Aquí estoy Rodrigo, con mi amigo Carlos.
Un muchacho alto y prolijamente desgarbado como indicaba la moda, se acercó y lo saludó con un beso en la mejilla. Rodrigo lo abrazó cálidamente mientras el chico devolvía el abrazo.
-¿Todo bien Mauro? Menudo susto que me llevé.
-Lamento haberlo perturbado caballero, pero su sobrina así lo solicitó y además creo que era lo más correcto.
Al darse vuelta hacia el lugar de donde provenía la voz, observó un hombre joven y atractivo. No es que a él le gustaran los hombres, pero le llamó la atención la masculina belleza de aquel ejemplar de varón de unos treinta y cinco años. Era alto, de casi un metro noventa; pesaría unos noventa y cinco o cien kilos, de los cuales la mayor parte debían ser de magra musculatura. Pelo negro, lacio, brillante. En su rostro de marcada angulosidad varonil, resaltaba un bien cuidado bigote; los ojos castaños y vivaces enmarcados por unas espesas cejas que le daban a su mirada una especial expresión. Tenía aspecto recio y serio, y la placa que lucía dejaba saber su condición de miembro de la policía, ya que por su ropa de civil nadie lo imaginaría. Se acercó a Rodrigo con su mano extendida:
-Muy buenas… madrugadas –dijo mientras sonreía amigablemente- Soy el Sargento de Investigaciones Daniel Rivera. Hace un rato hablé por teléfono con usted.
-Sí, así fue –le dijo Rodrigo mientras que sentía un firme apretón de manos por parte del oficial, al que no vaciló en contestar de la misma forma- Permítame agradecerle personalmente lo que ha hecho hasta ahora Sargento Rivera.
-Nada que agradecer señor, es nuestra obligación y deber. Si lo desea, pasaré a informarle lo sucedido.
El Sargento comenzó a darle detalles de cómo había sido el intento de robo, de cómo deberían tener cerradas las entradas y qué medidas de seguridad sería conveniente que tomaran.
No le hizo falta a Rodrigo mucho rato para percatarse de las miradas y sonrisas que el Sargento le dedicaba a Kathy. Y no era el único. El resto de los policías, además del amigo de su sobrino, estaban prendados de la chica que seguía abrazada a él.
Al rato de estar por allí, decidió tomar el teléfono y llamar a Emilia para avisarle que estaba todo bien, pero que había tomado la decisión de quedarse y acompañar a los chicos esa noche, cosa que ella aprobó por completo.
Una vez que el sargento Rivera y los agentes a su cargo se hubieron retirado, pasaron a la casa. Santiago, el amigo de Mauro, no desprendía la mirada del cuerpo ondulante de la hermana de su amigo.
-Si la sigues mirando así vas a quedar bizco –le susurró Rodrigo, haciendo que los colores del muchacho subieran hasta sus mejillas y se instalaran allí.
-Santi, vamos a dormir –le gritó a su amigo Mauro –Ya estuvo bueno por hoy, mañana nos levantaremos muy tarde. Hasta mañana a los dos, gracias Rodrigo por venir.
-Hasta mañana jóvenes, y que descansen –saludó el hombre mientras los vio perderse hacia el enorme ático de la casa donde Mauro había decidido instalar su dormitorio, sala de sonido, de juegos y más. Allí ponía el equipo de audio con todos los decibeles imaginables sin molestar al resto de los mortales de la casa. Sonrió con esos pensamientos y movió suavemente la cabeza.
Cuando giró sobre sí, la mirada de Rodrigo se topó con el cuerpo y los ojos de Kathy. Estaba en el sillón grande, sentada de costado, de una forma lánguida y sexy. Las piernas cruzadas y entrelazadas hacían imaginar una planta trepadora que da mil vueltas para llegar a lo alto.
La miró sin poder disimular su excitación. Ella se paró y se encaminó hacia él sin dejar de mirarlo. Ya no era una chiquilla, era una mujer provocativa, que sabía perfectamente qué hacer para lograr enloquecer a un hombre como ahora lo hacía con él. Tenía un andar felino y una mirada arrebatadora que hipnotizaba. En ese momento, más que nunca, comprendía por qué los varones hacían cualquier cosa por estar a su lado.
Se acercó hasta él y pasó los brazos por encima de su cuello, atrayéndolo suavemente hasta que tuvo su boca casi pegada a la de ella… pero no lo besó. Entreabrió la boca y su lengua, rosada y húmeda, recorrió los labios de él sin permitir que la besara. Eso… lo excitó aún más. Pero sabía que era un territorio prohibido. Aunque no llevaban la misma sangre, era su sobrina, casi como una hija. Y también una mujer deliciosa. Tenía que hacer algo para cortar aquello.
La apartó suavemente de su lado, y sonriéndole tomó la mano izquierda de la chica con su mano derecha y la condujo al sillón, donde se sentaron sin desprenderse. Ella siguió su ejemplo sin dejar de mirarlo a los ojos. Rodrigo sacó un pañuelo del bolsillo de su americana y las gafas hicieron mil piruetas en el aire antes de caer sobre la suave alfombra, pegando antes en el zapato izquierdo del hombre y yendo a parar a escasos centímetros. Rodrigo se tiró hacia atrás en el sillón con un visible gesto de cansancio.
-Deja Rodrigo, yo te los levanto – dijo la joven.
No se paró, sino que apoyándose en las rodillas del hombre, se cruzó sobre las piernas de este para alcanzar los espejuelos. El espectáculo que tenía Rodrigo ante sus ojos era celestial. La pequeña falda de Kathy se había levantado lo suficiente como para dejar ver el comienzo de dos globos perfectos, blancos, jóvenes, turgentes. La visión de aquel culo lo extasió pero… también le dio una idea.
Kathy se estaba demorando demasiado en recoger los espejuelos, y también se movía y contorneaba más de la cuenta con la clara intención de excitar al hombre. Cuando quiso incorporarse…
-No Kathy, espera, no te levantes –le dijo mientras presionaba su mano izquierda sobre la cintura de la chica- Es necesario que te quedes así un momento, quiero decirte algo.
-¿Así? Pero ¿para qué? ¿Qué me quieres decir?
-Kathy… Basta de provocarme.
La mano cayó pesadamente sobre la base de las nalgas con un movimiento ascendente que las hizo temblar. La sorpresa se apoderó de chica que sólo logró emitir un leve quejido. Las nalgadas siguientes comenzaron a picarle más y más, lo que la hizo contorsionarse y corcovear.
-Rodrigo, para ya – le ordenó.
El hombre se detuvo de inmediato, y ella trató de incorporarse una vez más. Y una vez más se encontró impedida de hacerlo. Esta vez no era la mano, que estaba en ese momento rodeando su cintura, sino el codo de Rodrigo que se clavaba en su columna.
-Esto recién empieza. ¡No te muevas!
La sentencia estaba dada. Kathy sintió cómo se subía su falda y dos dedos se introducían por los costados de sus bragas, levantándolas mientras la fina tela se perdía entre los cachetes. Los azotes siguieron cayendo sin piedad, mientras las nalgas se tornaban cada vez más rojas y calientes.
Cuando Rodrigo pareció oír un sollozo, paró. Volvió a colocar las prendas en su lugar, ayudó a Kathy a ponerse en pie y se dirigió a la puerta en silencio. Al alcanzar el picaporte se dio vuelta y mirando a la joven que se frotaba las nalgas, le dijo con una voz ruda que ella jamás le había escuchado:
-Recuerda que soy un hombre y no uno de tus alumnos. No vuelvas a provocarme.
La joven no terminaba de comprender lo sucedido, pero lo que sí entendía perfectamente es que jamás en su vida había estado tan excitada como en ese momento. Sus pensamientos habrían hecho sonrojar a la propia Anaïs Nin. Una sonrisa casi diabólica se instaló en su rostro.

---000---

-Buenos días señorita Kathy –saludó sonriente al abrirse la puerta.
-Ah… es usted inspector. ¿Qué deseaba? –contestó con algo de desdén, actitud que no amilanó a Daniel.
-Pasaba por aquí y me pareció oportuno ver si estaba todo bien y he podido comprobar con agrado que han tomado las medidas que les sugerí.
-Sí, Rodrigo se encargó de todo.
-¿Su tío? –dijo con algo de sorna.
-El esposo de mi tía, sí. Le agradezco su preocupación inspector, pero ya tengo que salir.
-Bien, en ese caso le pido que me permita acompañarla y luego invitarla a almorzar.
Kathy dudó un instante antes de aceptar. Era una mujer inteligente, calculadora y quizás el inspector era quien le ayudaría a que nadie sospechara su posible relación con Rodrigo, de quién creía estar enamorada profundamente. La azotaína y las palabras del hombre solo habían logrado que lo buscara con más ahínco aún.
Los días siguientes fueron testigos de las visitas y atenciones de Daniel hacia la bella mujer. Ella aceptaba todos sus elogios pero no olvidaba a su azotador. No importaba qué hiciera, él estaba continuamente en sus pensamientos y se pasaba las horas pensando y urdiendo diferentes planes para atraer a su lado al hombre al que pertenecía su corazón.
Las continuas llamadas telefónicas, las visitas y la creciente excitación hicieron que Rodrigo aceptara verla. Se encontrarían para almorzar. El centro de la ciudad los recibió con el anonimato de las grandes urbes donde la gente pasa inadvertida. Ella lo esperó en una parada de autobús y se montó en el coche apenas este paró. La luz del día se volvió en su contra y se refugiaron en un restaurante muy íntimo. Hablaron de mil temas mientras degustaban el cóctel que habían pedido como aperitivo. A pesar de la fría brisa que salía de los huecos del aire acondicionado, Kathy manifestaba sentir calor.
-Ufffff… este calor es terrible ¿no crees? –le decía mientras se daba aire con sus manos. El vestido ajustado a su cuerpo tenía sólo dos finos breteles, dejando sus bellos hombros al aire. Él adoraba sus hombros…
La música con aires mexicanos se apoderó del ambiente. Unos siete u ocho mariachis se acercaron a la mesa. Mientras el cantante hacía gala de su envidiable garganta, los demás formaban un semicírculo en torno a la muchacha que se dejaba halagar. Cuando el hombre cantó: “…besar tus labios quisiera, malagueña salerosa, y decirte niña hermosa, que eres linda y hechicera…” Kathy, conocedora de los artilugios que puede utilizar una mujer, fingiendo más calor del que realmente sentía, recogió su cabello con las manos, desde la nuca hacia arriba, levantando sus brazos y dejando a la vista sus axilas suaves y blancas. Rodrigo creyó enloquecer de deseo y se retorció en la silla tratando de disimular su excitación.
Kathy regalaba sonrisas, caídas de ojos, movimientos exagerados del cabello, miradas cargadas de erotismo… todo dirigido al cantante y de rebote también le llegaba a alguno de los músicos. Tras una muy generosa propina los mariachis se retiraron, no sin que antes el cantante le pidiera permiso a Rodrigo para “…saludar a la señorita, y con la venia del caballero besar su mano. Buen provecho y que tengan una buena tarde”. Recién allí comenzó a retirarse sin dejar de mirarla, a la vez que ella le sonreía sumamente divertida.
El camarero se acercó a tomar la orden que Rodrigo se encargó de pedir: como primer plato antipasto, y como plato principal tallarines a la puttanesca. Para acompañar, vino tinto. Un Cabernet Savignon sería lo más apropiado. La bodega y la cosecha quedaban a consideración del somelier.
Mientras llegaba la orden el maduro comensal se deleitó contemplando a su bella acompañante, en tanto ella sonreía y coqueteaba. Cuando el camarero se acercó con el vino y le mostró la botella a Rodrigo, este asintió con la cabeza. Ante la aprobación, comenzó inmediatamente a descorchar la botella. Cuando quitó el corcho se lo presentó a Rodrigo, que luego de aspirar su aroma, por segunda vez volvió a asentir. La enorme copa de cristal recibió el líquido purpúreo y casi culminando la ceremonia, le ofreció la copa a Rodrigo con una inclinación de cabeza. Como un gran catador, movió la copa haciendo girar el líquido, volvió a aspirar el aroma, volcó la copa para apreciar el color y el cuerpo del vino. Cuando iba a dar el sorbo para saborear y catar definitivamente aquel delicioso elixir, Kathy le espetó:
-¡Espera! Así no se cata el vino. Déjame enseñarte a hacerlo…
Le quitó suavemente la copa, volcó el líquido hacia un costado mientras introducía el dedo índice en él.
-Esto se hace así… –Sacó el dedo empapado en el vino y comenzó a pasárselo por los labios entreabiertos de Rodrigo que no podía creer aquello, mientras que el camarero con los ojos desorbitados y una amplia sonrisa disfrutaba de la desfachatez de aquella joven mujer –Ahora recoge el vino con la punta de tu lengua y saboréalo. –Rodrigo obedeció mientras ella sostenía su mirada.
Volvió a introducir el dedo en la copa y se lo metió en la boca, con el gesto más lascivo que pudo, chupó el líquido entrecerrando los ojos, y mirando a los dos hombres susurro:
-Mmm… ¡grandioso y delicioso! Mis felicitaciones al somelier por tan buena elección. Sírvanos por favor…
El camarero cumplió la orden agradeciendo interiormente a Baco por haber bendecido el vino, y al resto de los dioses por haberle tocado atender aquella pareja que lo estaba poniendo a mil.
Luego del primer plato, Kathy se levantó para dirigirse al tocador. Rodrigo se paró en un gesto de caballerosidad y ella se fue moviendo las caderas un poco exageradamente. Se sabia atractiva. Los hombres y mujeres del restaurante no pudieron evitar seguirla con la mirada. Quien observaba el pasaje de esa joven por cualquier lugar, necesariamente recordaría la “ola” que se forma en los estadios de fútbol. Esto era similar: ella caminaba y las cabezas se iban dando vuela a su paso…
Durante la cena, la chica llamó al camarero más veces de las necesarias, y en cada una de las ocasiones le coqueteaba, inclinándose de más para mostrar sus senos, diciéndole al chico alguna palabra como para comprometerlo o ponerlo en evidencia. Rodrigo sonreía ante esas niñerías, sabiendo que eran para ponerlo celoso y llamar su atención. Ese era el precio que debía pagar por estar al lado de tan joven y bella mujer.
No tomaron postre. Ella quiso ir a una heladería y pidió un helado mediano. Apenas se lo entregaron comenzó a pasarle la lengua alrededor, a subir y bajar por la superficie de la cremosa preparación hasta que tomó la forma de una gruesa banana. Entonces, mirando a Rodrigo a los ojos, se engulló el helado y al sacarlo de su boca lo fue acariciando con los labios. Los hombres la miraban divertidos y las mujeres la criticaban por lo bajo. ¿Envidia quizás? Rodrigo la tomó del brazo y le indicó que se subiera al auto. Ya estaba bueno de hacer el ridículo. Tenían que conversar en un lugar privado para dejar claro los puntos, así que irían a un motel.
El motel se llamaba “La Cascada” y pidió la mejor suite que resultó ser una habitación bellísima. Estaba en penumbras. Música acariciante y romántica flotaba en el ambiente. Se acercaron a un pequeño bar donde había bebidas varias.
-Champagne, vino, whisky… ¿qué deseas tomar querida?
-Creo que la ocasión merece champagne –contestó ella con una amplia sonrisa.
-Sea.
Se acercó al frigobar y sacó una botella pequeña de champagne. Mientras la destapaba y servía sendas copas, Kathy tomó asiento entrelazando sus largas piernas y acomodándose sobre un extremo del sofá, dejando espacio suficiente para él, que con la copas en la mano se reclinó a su lado y le ofreció una.
-¿Brindamos? –preguntó la chica mientras alzaba la copa.
-Claro… ¿por qué quieres brindar?
-Por la vida, por estar aquí a tu lado, por ti, por mí… ¡por nosotros! Salud…
-Salud…
El fino cristal de las copas se quejó al choque del brindis. Ambos dieron buena cuenta del contenido y luego las apoyaron en la mesa.
-¿Sabes? Estás bellísima…
-Lo sé… -Rodrigo sonrío ante tal contestación.
-No hay nada más excitante que una mujer que se sabe bella y disfruta siéndolo.
Se acercó a ella y la atrajo hacia él. La joven sonrió pensando en su triunfo y torciendo su cabeza entreabrió sus labios cerrando sus ojos mientras se aproximaba a él. Pero no lo encontró, por lo que tuvo que abrir los ojos de golpe.
-¿Qué sucede Rodrigo? ¿Acaso no me deseas?
-Eso no importa. Tus padres no están ahora y creo que es mi deber cuidarte y protegerte. En el restaurante te comportaste como una mujer vulgar, y eso me molesta muchísimo. No basta ser una dama, tienes que demostrar que lo eres.
-Pero… ¿qué dices?
-Que tu comportamiento de hoy deja mucho que desear. Coqueteaste con todo varón que se cruzó en tu camino. No me molesta que lo hagas cuando no estés conmigo. Pero me aseguraré de que te quede claro. Ven aquí.
La copa voló por el aire y fue a dar al otro extremo del sillón, desparramando el dorado líquido por el suelo. La tomó del brazo y moviendo uno de los sillones la hizo reclinarse sobre el respaldo, quedando su rostro casi sobre los almohadones y su culo totalmente expuesto. Trató de levantarse en medio de protestas, pero Rodrigo se lo impidió.
Con la cabeza sobre el almohadón, Kathy sólo pudo oír el cinto que se deslizaba por las presillas del pantalón. Al querer reaccionar sintió un fuerte azote que le cruzó las nalgas.
-Por Dios Rodrigo ¿qué haces?
-Simple: te pongo en tu lugar.
-Pe…
-¡Silencio! ¿O quieres seguir agregando motivos a tu castigo?
-No eres quién para castigarme. ¡No eres nadie, no te permito que lo hagas!
Un silencio envolvió el lugar. La chica se incorporó sin ningún tipo de inconveniente por parte de su verdugo, que había dejado de serlo.
-Bien, si esa es tu decisión, nos vamos.
Se colocó el cinto con in disimulado fastidio. La joven no sabía qué hacer, cómo reaccionar. ¿Qué había hecho? Su intención no había sido molestar a Rodrigo, pero él se veía sumamente enojado.
-Perdóname Rodrigo. He sido una niña tonta.
-Sí, pero ya verás tú cómo cambiar si es que lo deseas.
-Lo que yo deseo es que tú me ayudes a cambiar.
-No, gracias. Ya lo intenté pero tú no apruebas mis métodos. Te espero en el auto.
-¡Espera! Lo siento… Sí acepto tu castigo. ¡Azótame por favor!
Rodrigo salía de la habitación y la tenía a sus espaldas. Ella no pudo ver la sonrisa de triunfo que se dibujó en su rostro. Sí… su método había dado resultado. Sabía que finalmente sería la chica quien le pidiera que la azotara. Retomando el gesto sombrío y adusto en su rostro, el hombre se dio vuelta y la miró a los ojos.
-¿Estás segura de lo que dices?
-Totalmente.
-Si en algún momento cambias de opinión me lo dices y dejaré de ser tu educador. ¿Estás dispuesta a obedecerme?
-Si Rodrigo.
-Ponte en la misma posición de antes. Ahora abre las piernas y apóyate firmemente en el suelo. Si en algún momento crees que no soportas el castigo, bastará con que digas “amarillo” y suspenderé de inmediato para darte un descanso. Luego retomaré. Si quieres que me detenga por completo, di “rojo” y daré el castigo por terminado. Ahora… cuando estés preparada di “verde” y comenzaré. Veremos si soportas el castigo que tengo para ti.
Kathy respiró profundamente mientras terminaba de tomar la posición que le había indicado. Cuando dijo “verde” cerró sus ojos y se puso tiesa esperando el azote, pero este demoraba en llegar. Al intentar darse vuelta para ver qué pasaba, el cinto se estrelló contra sus nalgas, y lanzó un tímido gemido de dolor.
Cuando Rodrigo creyó que eran suficientes azotes, levantó su falda y comenzó a bajar sus bragas. La mano de la joven asió fuertemente la del hombre, obligándolo a detenerse.
-Si quieres que me detenga, sólo debes decir la palabra adecuada y lo haré. De lo contrario seguiré adelante.
Luego de unos segundos, la chica soltó la mano en silencio y tomó su posición. Los ojos del disciplinador se deleitaban ante las nalgas cruzadas por gruesas líneas rojas. Pasó su mano como para refrescar aquel fuego, y luego se retiró unos pasos. Toda la intimidad de Kathy estaba expuesta. Una maraña salvaje de negra espesura era como el centinela de aquella joya rosada y húmeda. El orificio de su ano se veía delicioso y pedía atención en forma casi desesperada. La excitación de Rodrigo era evidente, pero ella no podía verlo. Así que apoyando su mano izquierda sobre la cintura de la chica, comenzó a nalguearla con la mano, teniendo extremo cuidado de no tocar sus partes íntimas, sólo rozarlas levemente. Cada vez que lo hacía, sentía estremecerse a la mujer que tenía bajo su poder, un poder que ella misma le había concedido.
Kathy estaba en peor situación. No podía negar su excitación, porque los jugos que se escondían en su vagina estaban a punto de resbalarse por sus piernas. Nunca había sentido una sensación tan maravillosa. El esposo de su tía no sabía que era la segunda vez que cumplía la fantasía que tenía desde niña: ser nalgueada por ese hombre tan viril, tan guapo, tan… ¡masculino! Sentía cada azote como una caricia dolorosa que la hacía temblar por dentro y por fuera. Sus nalgas estaban ardiendo y de su parte más íntima, ahora impúdicamente expuesta, los jugos comenzaban a correr.
Los azotes cesaron y sintió cómo le volvían a colocar las prendas en su lugar.
-Toma tus cosas, nos vamos.
No lograba entender nada. Se terminó de acomodar sus prendas y lo siguió hacia la salida.

---000---

Pero la situación volvería a repetirse. Esta vez Rodrigo la planeó diferente: sería una noche romántica. La pasó a buscar y se dirigieron al puerto. De allí partía todas las noches un corto crucero en un fabuloso yate que ofrecía cena y show. También había casino donde las parejas comprobaban aquel dicho de “desafortunado en el juego, afortunado en el amor”.
Las mujeres lucían como recién sacadas de una revista de modas, con vestidos finísimos, peinadas y maquilladas como artistas, y sus acompañantes estaban igual de elegantes.
La cena transcurrió entre miradas cariñosas y subyugantes. Cuando la orquesta comenzó a tocar, salieron a la pista y se fundieron en un abrazo. La música sonaba y el abrazo de la pareja se hacía más intenso. La mano de Rodrigo subía y bajaba de forma casi imperceptible por la espalda casi desnuda de Kathy. Mientras danzaban los ojos de ella se clavaron en el rostro de él.
-¿Jugamos unas fichas en el casino? –sugirió Kathy con una sonrisa cuando cesó la música.
-Está bien. Si es lo que quieres… -contestó Rodrigo mientras tomaba su cintura para dirigirla hacia la salida del salón.
Luego de perder una cantidad bastante importante en la mesa de ruleta, decidieron subir a cubierta. La noche parecía sacada de un cuento fantástico. El cielo estaba despejado, por lo que permitía observar las estrellas que parecían diamantes volcados al azar sobre un enorme paño de terciopelo azul. La luna estaba en su fase llena, y era la reina de la noche, reflejando su belleza en el mar. Una brisa fresca levantaba los cabellos negros de Kathy mientras ella se apoyaba sobre el borde del yate. Rodrigo miró su rostro, iluminado por la luz de la luna. ¡Se veía tan hermosa! La tomó de los hombros haciendo que girara hasta enfrentarlo. Levantó la barbilla con su índice, e inclinándose sobre ella la besó dulcemente, pero con pasión. Kathy alzó sus brazos y cruzó las manos sobre la nuca de Rodrigo. Los largos dedos de la joven se perdieron en la espesura del cabello del hombre. Así estuvieron largo rato, besándose y jugueteando con sus lenguas y labios, diciéndose palabras incomprensibles para el resto de los mortales. De ese modo, las pocas horas que duraba el crucero se pasaron rápidamente.
El motel “Séptimo Cielo” fue quien los recibió aquella noche. Dejaron el coche en el garaje y subieron a la habitación. Rodrigo la había tomado de la cintura, subiendo y bajando la mano suavemente… Flanqueó la puerta y le cedió el paso caballerosamente. Ella se detuvo un instante para mirar los detalles de la habitación mientras depositaba su bolso sobre una de las altas sillas situadas junto al pequeño bar. Al darse vuelta para hacer un comentario, su boca fue tapada con los labios de Rodrigo, que comenzó a besarla de forma salvaje y ardiente. Las lenguas se entrelazaban, la humedad de sus bocas se confundía, los labios recorrían y se pegaban a los otros labios. Tenían sed de pasión, una sed que parecía insaciable, pero sabiendo que el otro era el oasis en ese agobiante calor de la lujuria, más ardiente que cualquier desierto.
Las manos de Rodrigo recorrían aquel cuerpo túrgido y joven, vibrante… Por fin había decidido conocer aquella
“piel de satín y azucenas” como decía el tango. La piel de aquella joven encendía su pasión, y bajo la luz de las velas adquiría un brillo especial, con un juego de luces y sombras que la hacían más deseable aún.
Comenzó a besar su cuello continuando con sus hombros, redondos y deliciosos. Bajó los breteles del fino vestido y comenzó a deslizarlo hasta dejar a la vista los bellos senos. Eran firmes, del tamaño ideal, suaves, con una aureola rosada y un botón que a pesar de estar en su mínima expresión, se alzaba tímidamente sobre la deliciosa montaña. Terminó de bajar la vestimenta de la chica que quedó con una pequeña bikini de encaje blanco que hacía resaltar más su vientre, plano y delicadamente musculoso. El vestido cayó al suelo cuando él la tomó en sus brazos para depositarla en la cama. Ya descalza, la depositó delicadamente y la observó. Así, casi desnuda y tendida a su merced, el caballero recio y excitado dejó paso a un hombre conmovido y turbado por la belleza y entrega de su acompañante. Comenzó a desvestirse sin dejar de mirarla. Era una mujer cautivadora, abandonada a su pasión, que lo miraba con ansias, con ganas, con hambre de sexo salvaje… Desprendió el último botón de su camisa.
-Ponte boca abajo -le pidió Rodrigo con suavidad.
Al terminar de cumplir la orden, sintió como se sentaba a horcajadas encima de ella. No podía verlo, pero no se opuso cuando él la tomó de las muñecas y le colocó unas cuerdas con las que la ató diestramente a la cabecera de la cama. Un pañuelo de seda, sacado de la nada al estilo del mejor ilusionista, fue a parar a los ojos de Kathy impidiéndole por completo la visión. Comprendió que a partir de ese instante debería guiarse sólo por sus sentidos y sus instintos.
Sintió a Rodrigo caminar de un lado a otro de la habitación. Sentía sus pasos, ruidos que no lograba reconocer y sonidos que le eran familiares.
El azote que le cruzó las nalgas de forma tan inesperada que le hizo dar saltar, más por la sorpresa que por el dolor.
-No te atrevas a moverte o te irá peor.
-¿Pero qué haces?
-Shhhhhh… no hables, no te muevas, no quiero más sonidos que el del azote y… el silencio.
Un nuevo golpe cayó en las nalgas de la chica, que apenas se movió mientras clavaba las uñas y hundía su rostro en la almohada para ahogar el quejido. No sabía con que la golpeaba, pero era algo largo, fino, lacerante, flexible… y que le hacía arder la piel. Los azotes se fueron sucediendo lentamente pero sin pausa. Sentía que tenía sus nalgas marcadas con finas rayas en todas las direcciones.
-Me has hecho perder una pequeña fortuna hoy, y continúas seduciéndome sin reparos. Ese descaro lo voy a cobrar en tus nalgas.
Se acercó a la joven y le quitó las bragas. No obtuvo ninguna resistencia esta vez, y no porque estuviera atada, sino porque Kathy había decidido entregarse a aquel hombre dominante y recio.
Rodrigo pasó sus manos por cada una de las largas marcas rojas que cruzaban aquellos deliciosos globos. La unión de la curvatura de los hemisferios invitó a la mano a continuar el camino hacia la parte más íntima y escondida de la mujer. Con un simple movimiento le hizo saber que deseaba que se abriera totalmente de piernas, dejando su sexo a la vista.
Los dedos expertos de Rodrigo comenzaron a recorrer aquella cueva encantada que continuaba siendo guardada por una espesa maraña de vellos negros y ensortijados; hasta que encontraron el mágico botón que la hizo estremecer. Con el clítoris entre sus dedos comenzó un mágico baile de vaivén, una deliciosa tortura que ejercía presionando lo suficiente el manojo de nervios que se unen en esa zona mágica. A la reunión se acopló la lengua del hombre: sabia, experta, deseosa de dar placer. Una vez más se juntaron las humedades y se confundieron. Kathy no podía impedir el fluir de sus jugos vaginales, y la impúdica lengua comenzó a invadir el interior de su vagina mientras que el orgasmo comenzaba a florecer sin ningún tipo de pudor. Rodrigo sentía en su lengua cada uno de los espasmos, de las contracciones vaginales de la joven que no paraba de gozar y gemir.
Sin darle el menor respiro, la lengua de Rodrigo se concentró en su otro agujero. En pocos segundos la joven se comenzó a retorcer una vez más y la lengua encontró otra vaina donde refugiarse.
La saliva corría y se confundía con los demás jugos. Sin dejar de tocarla, el hombre se terminó de desvestir. Su pene se erguía impúdicamente, apuntando el techo de la habitación. Rodrigo se dirigió a la cabecera de la cama y desató a la joven, quitándole también la venda de los ojos para que se enfrentara cara a cara con el miembro viril de Rodrigo. Tenía la punta brillante y acercándolo a la cara de la joven se lo ofreció. La lengua de Kathy comenzó un recorrido vertiginoso de arriba abajo, mientras que las lánguidas manos de largos y hábiles dedos tomaban, una, la base del pene torciéndolo suavemente y con la otra los testículos, que eran masajeados tierna pero firmemente. Jamás había experimentado algo así y se estaba volviendo loco de placer. Pero no quería dar todo por terminado tan rápido.
-Ven mi pequeña, ponte en cuatro patas.
Lo obedeció de inmediato, imaginando cuál sería el próximo paso.
-Mi pequeña perrita…
El pene se apoyó en el dilatado ano de la mujer y comenzó a introducirse lentamente. El grito fue sofocado por la mano del hombre, que dejando caer su cuerpo sobre el de Kathy, la hizo extenderse. Podía sentir el tibio aliento del hombre en su nuca.
-¿Estás gozando pequeña?
-Mucho
-¿De quién es ese culo?
-Mío
-No, estás equivocada. A partir de hoy y hasta que yo lo decida es sólo mío ¿entendiste?
-Sí
-Si eso es verdad, quiero que me lo digas, que lo repitas. Di que es sólo mío y que no se lo darás a nadie más.
-Mi culo es tuyo, solo tuyo, y nadie más lo tocará, no se lo daré a nadie más que a ti. Te lo prometo.
-¿Segura?
-Sí, segura. Quiero ser tu puta y quiero que mi culo sea sólo tuyo, que te pertenezca.
Las palabras de la joven fueron el impulso final que él necesitaba para hacer los embates más fuertes cada vez, hasta que el jadeo de ambos se hizo más frecuente y el semen comenzó a salir a borbotones, inundando las entrañas de Kathy que, exhausta, cerró los ojos para descansar con el peso de su hombre encima y llena de sus jugos.
-Kathy… -una vez más sintió el tibio aliento del hombre en su nuca- Eres tan hermosa que por momentos dudo que esto sea verdad. No quisiera que se acabara nunca.
-No sé si alguna vez acabará pero hoy existe Rodrigo. Así que será mejor aprovechar este momento que es el que tenemos. Ven… ven a mi lado… y continúa amándome como siempre soñé que lo harías.
El resto de la noche continuó siendo una conjunción de caricias, gemidos, palabras entrecortadas y suspiros de placer.
Fue aquel uno de muchos encuentros furtivos, de mañanas de lujuria, tardes de pasión y noches de placer… Los dos estaban bien económicamente y podían darse el lujo de alquilar un taxi para pasar un día en alguna ciudad no muy lejana, alojarse en algún lujoso hotel y comer en los mejores restaurantes. O tomarse un avión en la mañana, irse a un país limítrofe y regresar por la noche.

---000---

Aquella mañana Kathy se apareció en la oficina en la que Rodrigo trabajaba como vice-presidente. La secretaria la anunció y ella entró como la persona importante que se suponía que era: la sobrina del segundo hombre más poderoso de la empresa.
Rodrigo, caballerosamente como él solía comportarse, se puso en pie para recibirla. Una vez que la secretaria cerró la puerta, ella se abalanzó en sus brazos y se besaron con pasión:
-Cosita chiquitita…
-Hola luv… te estaba extrañando mucho y no pude dejar de venir a verte. Me tienes abandonada.
-No mi niña, no es así. Es que… tú sabes que esto no puede ser, no podemos seguir adelante con esta relación. Tú tía no se lo merece, ni tú, ni yo, ni siquiera… Daniel. Él está enamorado de ti y tú no haces nada por retribuir su amor.
-Yo no le pedí que me amara, y sabes perfectamente que a ti a quien amo –le dijo mientras pasaba sus brazos por encima de los hombros de él y acariciaba la nuca de aquel hombre maduro, mientras se ponía en puntas de pie para poder alcanzar sus labios en tanto él abrazaba su cintura.
Escenas como esta se repetían con demasiada frecuencia, cada vez más abiertamente, lo que significaba un gran riesgo para Rodrigo quien sería el más perjudicado si aquella relación se hacía pública.
-Me dijo Emilia que estábamos invitados para ir a cenar esta noche. Así que nos volveremos a ver hoy, luv.
-Espero que te comportes como es debido.
-Claro, siempre lo hago –contestó blandiendo su mejor y más picaresca sonrisa.
-Entonces… vete ahora y nos vemos a la noche.
-Ahhhhhhhh… ¡no quiero! No me eches cariño, por favor –le dijo haciendo uno de esos mohines que él tanto adoraba.
-Anda, no te pongas caprichosa y obedece. Nos vemos esta noche –y la acompañó a la puerta de la oficina, como para tener seguridad de que se retiraría.

---000---

La mesa estaba preparada para cuatro personas. Emilia era una excelente anfitriona: fina, distinguida y sumamente sencilla. Estaba acostumbrada a recibir gente de alto nivel cultural y financiero debido a la posición de su esposo; siempre quedaba muy bien con todos y hacía que el hombre que amaba hacía tantos años, se enorgulleciera de ella. También por ese motivo quería Rodrigo terminar aquella relación con Kathy, porque en el fondo amaba profundamente a su esposa. Pero aquella niña lo volvía loco de verdad y no sabía cómo hacer para dar por terminado lo que había comenzado casi sin querer.
Sonó el timbre y Emilia se dirigió a la puerta para dar una cordial bienvenida a los invitados. Daniel estaba elegantísimo, con un traje que parecía cortado encima de su musculoso cuerpo, le caía maravillosamente bien. Prolijamente afeitado y peinado, con un perfume discreto y masculino, cruzó la sala con la mano estirada para saludar al anfitrión.
-Don Rodrigo, qué placer volver a verle.
-Igualmente muchacho. ¿Todo bien?
-Sí señor, todo muy bien. Permítame agradecerle a usted y a Emilia la gentileza de invitarnos a cenar.
-Por favor… es un placer tenerlos aquí –contestó cortésmente Emilia mientras se tomaba del brazo de su esposo
-Hola Rodrigo –dijo Kathy con una sonrisa que la hizo aún más bella. Él la beso suavemente en la mejilla mientras su corazón latía de alegría al verla.
-Daniel, usted aún no conoce la casa. Acompáñeme, se la mostraré y me ayudará a preparar unos tragos para el aperitivo. Kathy querida –le dijo a su sobrina mirándola con afecto- te robaré a tu guapísimo novio por un rato. Debo felicitarte por tan buena elección, es un hombre de trabajo, se ve refinado, culto, elegante y hacen una bellísima pareja.
-Muchas gracias señora, me halaga usted.
-No me digas señora Daniel, me llamo Emilia. Vamos… ayúdame a preparar los tragos –le decía mientras lo tomaba del brazo y se lo llevaba a la habitación contigua.
Una música tenue flotaba en el ambiente. Rodrigo adoraba la música clásica y la ópera. Andrea Boccelli acompañaba a la perfección la fina velada mientras que Rodrigo y Kathy, una vez solos, comenzaron a mirarse sin disimular su pasión.
-Kathy, que te conozco. Compórtate como la dama que eres y dime qué has hecho hoy.
-He sido una niña mala Rodrigo… Merezco que me castigues.
-Pero… ¿Qué dices?
-Quisiera que me abofetearas para redimir mis culpas.
-No digas tonterías ¡por favor!
-Anda Rodrigo, castígame…
-No, no lo haré.
-Si no lo haces, gritaré y me pondré a llorar, te miraré con odio y extrañeza. No sabrás cómo explicar la situación… Y será peor.
-Compórtate y no me amenaces.
-Quiero que me abofetees…
Rodrigo estaba totalmente desconcertado. Kathy comenzó a besarlo, mientras se oían las voces de la otra habitación. La separó de él y miró nerviosamente por encima de su hombro.
-Basta Kathy, no hagas niñerías –La tomó de los hombros y la zarandeó como para hacerla reaccionar.
-Abofetéame…
-Ya te dije que no lo haré
-¡Daniel! –gritó entonces. Rodrigo quedó de una pieza…
-Dime cariño… -contestó la voz masculina desde la otra habitación. Rodrigo contuvo la respiración.
-¿Me preparas ese cóctel que tanto me gusta? –gritó ella con una mueca divertida.
-En eso estaba. Le explicaba a Emilia lo complicado que es prepararlo…
La tensión empezó a sentirse en el ambiente mientras que la música también subía su intensidad. El “Gloria in Excelsis Deo” de Vivaldi comenzaba con esa velocidad vertiginosa que lo hace tan especial, los violines tocados por manos prodigiosas hacían correr la adrenalina por las venas de la pareja mientras se miraban a los ojos desafiándose mutuamente. La soprano alzó su voz y la bofetada resonó tapada con la música de los violines y las voces del coro. Rodrigo no había podido contener su furia y el nerviosismo lo había hecho caer bajo los influjos de esa mujer que, cuando volvió su rostro hacia él, lo hizo con una sonrisa sarcástica y de total triunfo. Los dedos de Rodrigo se percibían apenas en la blanca y delicada mejilla de Kathy.
-Cariño, aquí está tu cóctel –Daniel había entrado de improviso, tomándolos totalmente de sorpresa- Pero… ¿Qué te pasó en el rostro? Parece que…
-¡Sí! Rodrigo me abofeteó –gritó al tiempo que se cubría la mejilla con la mano y señalaba con el índice al hombre que hasta hacía pocos momentos antes había estado besando.
-Pero… Yo… -trató de explicarse Rodrigo, mientras que Daniel lo acusaba con la mirada y su esposa lo observaba con extrañeza.
-Jajajajajaaaaa… -rió Kathy estrepitosamente, mientras todos la miraban atónitos– Relájense, que era una broma. Le estaba contando algo a Rodrigo y me pegué en la mejilla con demasiada fuerza. Pero por solo ver el rostro de desconcierto de mi tío, valió la pena la broma. Y ustedes dos disculpen, perdóname tía Emilia, pero… ¡la tentación fue muy grande!
-Ay niña, ¡qué susto me has dado! Sé perfectamente que Rodrigo jamás haría algo así, pero qué momento me hiciste pasar. Daniel, deberías poner a esta niña sobre tus rodillas y darle unas nalgadas para enseñarla a comportarse… vamos, pasemos a tomar el aperitivo.
Rodrigo se acercó con disimulo al oído de quién le había hecho pasar uno de los momentos más vergonzosos de su vida, e inclinándose le susurró: “Esta me la pagas, y bien cara, niña”. Ella le sonrió y le guiñó un ojo, mientras lo tomaba del brazo para seguir a sus parejas.
La cena transcurrió plácidamente y el incidente pareció olvidado junto con la marca en el rostro.
Sí, el incidente “pareció” olvidado, pero en realidad ninguno de los cuatro lo pudo olvidar. Emilia comenzó a comportarse de forma extraña con Kathy. Muchas de las actitudes de la chica dejaron de caerle bien y algunas veces no le daba a su esposo los recados de la sobrina. Rodrigo también se dio cuenta que ya no miraba con simpatía y agradecimiento cuando le decía que iba a casa de los chicos, o que ayudaría a Kathy con tal o cual trámite. El hombre comenzó a ser mas cuidadoso y precavido con sus comentarios, pero el hostigamiento y la forma de hablar de su esposa se hacia cada día mas evidente.
Emilia comenzó a hablar cada vez menos con su sobrina y lentamente la relación se fue enfriando. Cuando la joven iba a casa de sus tios siempre era recibida correctamente, pero ya no había el cariño, los gestos de alegría y bienvenida de antes. El trato hacia ella por parte de su tia era fríamente correcto. Rodrigo tuvo que ponerse a pensar que iba a hacer con esa situación cada dia más insostenible. Debía decidirse: su esposa o Kathy. Todo un dilema que lo tuvo más de una noche sin dormir. Le costaba decidirse y necesitaba algo que torciera la balanza para un lado u otro. Él no lo sabía aun, pero ese peso que volcaría uno de los platillos estaba a punto de llegar.

---000---

Mientras todo un desfile de pensamientos cruzaba la cabeza de Rodrigo, otro hombre tenia también la suya llena de imágenes, sentimientos, emociones encontradas y no sabía cómo salir de esa situación que le hacía imaginar un bosque infectado de animales salvajes que lo acosaban sin tener escapatoria.
¿Hablar con Kathy? No, eso ya lo había hecho varias veces y sin resultado alguno. La chica negaba los amoríos con su tío, o con “el esposo de su tía” como le gustaba decirle. ¿Poner sobre aviso a Emilia? No… esa mujer era demasiado inteligente y seguramente ya lo sabía; sería una crueldad ponerla en evidencia. Era una mujer admirable y no merecía pasar por eso. Sólo la lastimaría sin sacar ningún provecho de esa acción. “Si no beneficia a nadie… ¿para qué?”. Lo que le quedaba era hablar con Rodrigo, frente a frente y de hombre a hombre, así que concertó una cita con el empresario.
Una elegante cafetería fue el punto de encuentro de lo dos hombres. Luego de los saludos protocolares tomaron asiento. El primero en hablar fue Rodrigo:
-Daniel, gracias por la invitación porque yo también quería hablar contigo.
-¿De verdad Rodrigo? ¿Y sobre qué sería la charla? –le dijo con un rostro serio y algo molesto.
-Sobre el único tema y persona que nos une Daniel: sobre Kathy. ¿O me equivoco?
-No, no se equivoca usted. Pero ya que comenzó le pido que continúe.
-Bien… tú sabes que no es fácil. No voy a negar que he tenido una relación con Kathy, como tampoco niego mi cuota parte de responsabilidad en esa relación. Desde un principio yo sabía que era algo sin futuro, los dos lo teníamos claro, pero ella siempre tuvo la esperanza de que yo dejara a su tía para irme con ella. No niego que más de una vez estuve a punto de hacerlo, pero… en realidad amo a Emilia. Kathy fue una inyección de vitalidad, frescura, juventud, belleza y locura. Pero al continuar con esta relación sólo estoy haciendo daño. Daño a mi esposa que sospecha que algo ocurre, daño a Kathy porque sé que no me quedaré a su lado, te daño a ti Daniel, porque al estar yo en el medio no permito que ella vea al hombre que tiene a su lado y que la ama con delirio.
-Sí Rodrigo, esa es la verdad: amo a Kathy con delirio, con pasión, con locura. Pero ya no soporto más esta situación. Así que vengo a decirle que uno de los dos debe de desaparecer. Si usted se queda yo me voy. Pediré traslado a otra ciudad, en el extremo opuesto del país… y allí trataré de comenzar una nueva vida.
-No Daniel, no será necesario. Y te explicaré por qué…
Rodrigo comenzó a informarle sus planes, los que Daniel comprendió y aceptó inmediatamente con una sonrisa en su rostro.
-Sé que no soy quien para darte consejos, así que te daré una sugerencia: Kathy es una chica muy rebelde, caprichosa, extremadamente inteligente y también manipuladora. Necesita a su lado un hombre firme, dominante, seguro de las cosas sin caer en la necedad. ¿Me explico?
-Creo que sí.
-No, me parece que no, así que te lo diré claramente. ¿Recuerdas el día de la cena, cuando Kathy dijo que yo la había abofeteado y luego lo negó diciendo que se lo había auto infringido?
-Sí, nos hizo pasar un momento muy feo.
-¿Recuerdas lo que te dijo Emilia?
-Mmm… No, sinceramente no.
-Te dijo más o menos con estas palabras que Kathy merecía que la pusieras sobre tus rodillas y le dieras unas buenas nalgadas.
-Jajajajaaaaaa… Sí, es verdad. Ahora lo recuerdo. Estuvo muy graciosa esa broma.
-No era broma Daniel. Te lo decía muy en serio.
El joven no salía de su asombro.
-Verás: ni yo ni Emilia estamos de acuerdo con la violencia doméstica bajo ningún punto de vista. Pero lo que te proponía era algo consensuado: unos azotes propinados en las nalgas mantendrán a raya a esa niña traviesa. Y ella estará totalmente de acuerdo. No solamente lo aceptará sino que… hará que se enamore perdidamente de ti y se olvide de mí fácilmente. Te doy mi palabra Daniel. Haz la prueba. Sé que no tienes porqué confiar en mí, pero… Si nos haces caso no te arrepentirás.
Luego de unas breves explicaciones sobre la disciplina doméstica y las azotaínas eróticas, los hombres se despidieron con un fuerte apretón de manos. No se volverían a ver jamás…

---000---

Camino a su casa, Rodrigo iba imaginando mentalmente lo que le diría a Emilia. ¿Y si ella no aceptaba? Si ella no aceptaba tendría que hacerlo igual, aunque fuera solo. Era muy arriesgado, pero tenía que hacerlo. Repasó en su mente la posible conversación y las probables respuestas de Emilia, y qué le contestaría ante tal o cual frase. Así fue todo el camino, conduciendo lentamente y aprovechando los semáforos para cavilar la mejor forma de enfrentar esa charla, lo que le valió más de un bocinazo de algún chofer que sí tenía prisa por regresar a su hogar.
Bajó del auto y se dirigió a la puerta de entrada de su casa con la llave en la mano. Cuando la fue a introducir, la puerta se abrió y apareció Emilia con la cara sombría, el mismo rostro de tristeza que tenía desde hace un tiempo. Ya no estaba alegre como antes, sino que un velo de congoja cubría su rostro, y le era imposible disimularlo.
-Hola Rodrigo…
-Buenas tardes amor... –respondió dándole un suave beso en la mejilla. Luego la tomó de la mano y la condujo hasta los sillones de la sala – Emilia, ven conmigo. Tengo algo que decirte.
Emilia se paró en seco y se puso lívida. Abrió sus ojos con un dejo de extrañeza y desconsuelo mientras que se le llenaban de lágrimas.
-¿Qué me quieres decir Rodrigo? –preguntó con miedo a la respuesta - ¿Acaso…?
-Emilia, mi amor –le susurró al oído mientras la abrazaba al ver la reacción de su esposa- lo que tengo para decirte puede ser muy importante para nuestro futuro: para ti y para mí. Para los dos. Ven… sentémonos. Escúchame por favor…
-Rodrigo, no…
-Por favor amor, déjame contarte y luego me dirás tu parecer, ¿sí?
-Está bien… habla.
Los nervios de esa mujer eran evidentes. Bajó su mirada y apretó sus manos en un gesto de desesperación. Rodrigo se odió por hacerle pasar momentos así…
-Emilia, la empresa me ha ofrecido el puesto de presidente en la sucursal de Miami. Eso significaría tener que mudarnos para allí por al menos dos o tres años. Les dije que tenía que hablar contigo para responderles. El sueldo será mucho mayor, nos darán una casa y auto de la empresa. Es una oportunidad muy grande para mí, pero… quiero que me acompañes. Sería imposible estar allá sin ti…
Los ojos de Emilia se iluminaron, y las lágrimas corrían por su rostro mientras abrazaba a su esposo casi con desesperación. ¡Era esa la noticia! Ella había imaginado que le diría que la iba a dejar, pero no… su esposo le estaba pidiendo que se fueran de allí, lejos de todo aquello, lejos de…
-¡Rodrigo, mi amor! Claro que me voy contigo, donde tú vayas yo iré, yo te acompañaré, estaré a tu lado en todo momento. Sí, sí… sólo dime cuándo partimos y me pondré a hacer las maletas.
-Gracias por ser la mujer que eres. Temía que no quisieras venir, pero… ¿cómo pude imaginar que no me acompañarías? Gracias amor, gracias. Sé que es todo muy apresurado, pero deberíamos estar en Miami en 8 días. Si te parece bien, comenzaremos a dejar todo en orden y necesitaré tu ayuda para eso.
-Cuenta conmigo. Esta noche comenzaré a ordenar todo lo necesario con respecto a la casa, le avisaré a…
-¡No! No, por favor no le avises a nadie, no quiero que nadie se entere. Nadie. Dentro de una semana, cuando ya estemos tomando el avión, entonces ahí avisaremos a quien sea necesario. Pero quiero disfrutar este momento contigo solamente, quiero que este sea nuestro momento, nuestro logro, nuestro triunfo…
Tomo el rostro de la mujer que había sido su compañera de ruta por más de 25 años y la encontró más bella y resplandeciente que nunca. Acercó sus labios a los de ella y la beso dulcemente mientras la llevaba en brazos a la habitación.
Aquella noche fue muda testigo del fuego y la pasión que puede haber en una pareja que se ama y se comprende sin decir una palabra. Ellos eran un matrimonio que se conocían a la perfección y en esa lujuria desenfrenada Emilia comprobó que era ella quien había ganado aquella guerra no declarada.

---000---



Los días pasaron rápidamente. Kathy trató de comunicarse con él de todas las formas imaginables, pero le era imposible ubicarlo. Daniel se estaba cansando del humor irritable de su novia y cada vez tenía más deseos de poner en práctica la sugerencia de aquella pareja veterana que seguramente sabía más de la vida y de la convivencia que él o su novia.
Finalmente, un día Kathy logró contacto con Rodrigo y se citaron en un discreto restaurante.
-Dime qué pasa Rodrigo. Por qué me rehuyes, qué es lo que está pasando.
-Mañana parto a trabajar al extranjero. Me dieron el puesto de Presidente en una sucursal fuera del país, y acepté.
-Pero… no me habías dicho nada…
-No, nadie lo sabe, no quise que nadie lo supiera hasta hoy. Pero tampoco podía partir sin decirte nada. Kathy… has sido alguien muy importante en mi vida. Contigo he pasado momentos inolvidables. En un momento en que pensaba que ya no había más nada me trajiste energía, frescura, juventud, pasión… me diste vida, me devolviste la esperanza y las ganas de seguir adelante. Eso, mi querida niña, jamás lo olvidaré y nunca viviré lo suficiente para agradecértelo. Pero…
-¿Pero…?
-No podemos seguir adelante por muchos motivos. Tú sabías desde un principio que yo no me quedaría contigo. Amo y necesito a Emilia. Lo que estabamos haciendo no era justo para nadie: ni para Emilia que confió en nosotros y la traicionamos, ni para Daniel que te ama con locura, ni para ti que no tendrías futuro a mi lado… ni siquiera para mí. Por eso decidí aceptar la Presidencia en esa sucursal lejos de aquí…
-¿Dónde te vas?
-Lejos, muy lejos… no importa dónde.
-Te odio Rodrigo. Me usaste como a un objeto y ahora que ya no me quieres más, me dejas como a una… basura.
Los ojos de Kathy despedían odio y las lágrimas le quemaban el rostro. Sentía rencor, rabia, vergüenza… y su corazón destrozado.
-No. No es así Kathy. Pero había que terminar de alguna manera, y creo que esto es lo mejor.
-¡Vete! No quiero volver a verte nunca más
-Kathy, yo no…
-¿No entendiste? Te dije que te fueras, vete con tu esposa y ojalá que les vaya bien. Solo espero que nunca más en la vida nos volvamos a ver. Este amor que te he tenido y que me está destrozando ahora, se irá aplacando con el tiempo, pero el dolor que estoy sintiendo… ese no creo que desaparezca jamás. Vete Rodrigo…
El hombre se levantó y caminó hacia la puerta sin volver la cabeza. Cuando llegó a la puerta se detuvo, titubeó pero… la empujó y salió en silencio del lugar.


---000---


La joven entró dando un tremendo golpe al cerrar la puerta. Llorando, con los ojos enrojecidos, pasó al lado de Daniel. Hacía rato que esperaba en casa de la joven. Al verla en ese estado imaginó que Rodrigo había hablado con ella y la relación habría terminado. Tendría que hacerse el tonto y ver su reacción.
-¿Qué te sucede?
-Sucede que todos los hombres son iguales, una porquería, una basura. Nos utilizan a su antojo y cuando ya no les servimos nos arrojan fuera de sus vidas.
-Pero… ¿por qué dices eso? ¿qué te pasó?
-Nada que a ti te incumba. Déjame en paz. Vete de aquí.
-Estás mal Kathy… déjame quedarme a tu lado.
-¡No! Quiero que te vayas, desaparece de mi vida, no te quiero ver…
Le cerró la puerta del dormitorio en la cara. Sí, sin duda que Rodrigo había hablado con ella y ese era el motivo de su enojo. No se fue. Se acomodó pacientemente en el sofá y allí pasó la noche.
A la mañana siguiente se despertó muy temprano recordando que no tenía que ir a trabajar. Había pedido unos días de licencia previendo que algo así podría ocurrir cuando se fuese Rodrigo. Y estuvo muy acertado. Sintió ruido en la cocina. Era Kathy que envuelta en una toalla preparaba café.
-Buenos días…
-Buenos lo serán para ti. No veo qué tienen de buenos.
-Mejor me voy a bañar…
-Sí ¡mejor!
No soportaría ese trato mucho tiempo más. En la ducha, sintió deslizarse el agua por su cuerpo. El chorro muy caliente caía en su nuca, corriendo por su columna y espalda. Cambió la temperatura del agua y sintió un frío casi congelante que lo hizo estremecer. Salió y frotó la toalla por todo su cuerpo con vigor, con fuerza, con ganas… Ya se sentía mejor. Tomó una muda de ropa de su bolso y a los pocos minutos estaba de regreso en la cocina, con una radiante sonrisa en su rostro. Kathy seguía envuelta en el toallón, revolviendo tontamente el café en su taza.
-¿Quieres hablar Kathy?
-No, no quiero. Lo único que quiero es estar sola.
-Bien, me iré… después -El tono de su voz había cambiado notablemente. Le había hablado a ella como lo hacía con sus subordinados. Eso la descolocó levemente- Estoy harto de tus desplantes. Mi paciencia ha llegado a su límite. Pensé que podía encontrar en ti a la mujer que he estado deseando hace años. Pero me equivoqué, no eres más que una mocosa engreída, mal educada y caprichosa.
-¿Pero qué dices? ¿Cómo te atreves?
-Cuidado Kathy. No te confundas. He sido benévolo, pero me equivoqué. Me iré, sin duda que me iré. Cuando salga por esa puerta seguramente no me vuelvas a ver, pero antes… haré que me conozcas un poco mejor.
La tomó de la muñeca y casi la arrastró hasta el sofá. En el camino, Kathy trastabilló, perdiendo la toalla y quedando cubierta solamente por unas exiguas bragas negras. Los túrgidos pechos se bamboleaban al caminar. Llegando al sofá, Daniel se sentó de golpe y ella fue a dar sobre sus rodillas, llevada por la inercia.
-¿Pero qué haces, pedazo de animal? Suéltame o…
Los azotes no se hicieron esperar. Kathy se retorcía con cada nalgada, movía sus piernas como si estuviera nadando en una piscina olímpica, pero Daniel la tenía fuertemente agarrada y… al ver ese cuerpo casi desnudo, ese cuerpo deseado tantas veces, sentir el calor de su piel tan directamente, ver cómo se coloreaban sus cachetes cada vez más… lo llevaron a un grado de excitación que ni él mismo podía creer.
Sintió su brazo algo cansado y paró los azotes, sosteniendo fuertemente a Kathy. Las nalgas tenían un rojo parejo y brillante. Instintivamente comenzó a acariciarlas ante los suaves jadeos de la joven.
Así estuvo unos escasos 30 segundos, antes de que Kathy…
-¿Ya? Estarás satisfecho ¿verdad? Nunca creí que un hombre como tú pudiera convertirse en un troglodita azotador. Ahora suéltame y vete.
-Mmm… No, aún no. Veo que todavía te falta mucha educación, y como estoy de vacaciones, te ayudaré a adquirirla. Y de gratis, ¿eh? Veamos Kathy… dame una de tus chancletas.
-¿Qué cosa?
-Bueno… creo que mañana te lavaré yo mismo las orejas. Dije que me des una de tus chancletas.
-Tú estás más que loco si crees que haré algo así.
-Si no me obedeces, no sólo no te liberarás del castigo, sino que será peor, ¿entendiste? Así que… dame esa chancleta.
-¡No! Ya te dije que no lo haré. Me parece que el que tiene que lavarse las orejas eres tú. Cuando digo no, es ¡NO!.
-Bien… en ese caso… recordarás que te dije que me ibas a conocer y que no voy a permitir que te burles de mí. Así que si no es con la chancleta será con lo primero que encuentre.
Como si ella no existiera, se levantó haciéndola caer contra el piso, sin ninguna consideración. Se metió en la cocina y regresó con un matamoscas de plástico duro, una paleta plana y un cable de plancha. Ella estaba tratando aún de reaccionar, de levantarse. La encontró en cuatro patas al costado del sillón. La tomó de una oreja, obligándola al levantarse de inmediato, por supuesto que bajo las mil y una protestas de ella.
La miró a los ojos, se agachó levemente, y como hubiese cargado un estibador un bulto echándoselo al hombro, así hizo Daniel con aquella chiquilla.
Daniel era muy alto y tenía los brazos largos, por lo que podía además de sostenerla, aguantar sus piernas para que no lo pateara. En el camino hacia el dormitorio, le propinó varias y sonoras palmadas con todos los implementos juntos. Trataba de darle sólo con uno, pero de alguna manera ella los sentía todos.
-Estoy harto ¿oyes? Harto de tus tonterías. Esto te lo has ganado con creces. Desde que nos conocimos no has perdido oportunidad de maltratarme, de humillarme como quisiste.
-Pues si no te gustaba, te hubieras largado. Yo…
-Tú no sabes nada. Eres una mocosa estúpida y malcriada. Pero no te apures, yo te enseñaré a comportarte con la gente. Lo harás ¡claro que lo harás! O este precioso culo –le decía mientras se lo sobaba y lo azotaba a un tiempo- sabrá lo que es estar rojo y ardiente.
Kathy tenía una montaña de sentimientos en su mente. Estaba muy enojada, pero también muy excitada. Ese no era el Daniel que ella conocía, tan amable, dulce, tranquilo, complaciente. Este era el Daniel que ella había soñado: dominante, recio, duro, varonil… un hombre de verdad.
-Me cansaron tus impertinencias, tus caprichos de niña burguesa, tu maltrato para todo aquel que crees que no está a tu altura. Tus coqueteos con los hombres… eres… eres…
La tiró en la cama sin ningún reparo. El cuerpo de Kathy rebotó en el colchón y antes de que se diera cuenta, la había puesto boca abajo y estaba esposada a la cama con un juego de esposas en cada mano agarradas a los barrotes de la cama y haciendo que tuviera los brazos bien estirados. Le colocó un par de almohadas bajo el vientre. Sus nalgas se veían estiradas, levantadas, desafiantes y excitantes.
Tomó un par de bufandas de uno de los cajones y le ató las piernas.
-Bien… ¿Preparada para recibir el castigo de tu vida?
-Por supuesto que no
-Excelente. Entonces… ¡aquí vamos!
La paleta de madera chocaba violentamente contra las nalgas de Kathy. Era un sonido seco, apagado, pero chispeante a la vez. Con cada azote ella levantaba la cabeza y gemía. No le quedó un solo espacio sin azotar. Había adquirido un color rosa fuerte en ambas nalgas. Entonces hizo su aparición el cable de la plancha. Unas líneas rojas dejaban saber los lugares exactos por donde había estado el implemento.
-¡Caramba! Qué pena me da, pero… olvidé quitarte las bragas. En fin… estoy seguro que no te importa. ¿Verdad que tienes más?
Sin darle tiempo a responder, desgarró con un tirón seco las partes más finas de las bragas de Kathy, y se las sacó haciéndolas correr entre las nalgas… Su sexo quedó expuesto totalmente. Se veía húmedo y brillante.
-Mmm… veo que a la señorita la ha excitado todo este juego. O sea que debo presumir que está gozando, ¿verdad? Lamento recordarle que esto es castigo, no placer. Así que deberé esmerarme más.
El cable zumbaba en el aire y se estrellaba sin ningún reparo en las nalgas de la joven mujer. A veces también recibía alguno en la parte alta de las piernas y entrepierna. Un azote dado en su vagina la hizo saltar y retorcerse. Comenzó a llorar sin parar. Sus nalgas se veían hermosamente decoradas por un sin fin de líneas rojas en varias direcciones.
-Hasta hoy fuiste una chiquilla malcriada, pero te vas a convertir en una mujer como debe ser.
Daniel dejó caer la cuerda al suelo y tomó el matamoscas. Cuando lo alzó para seguirla azotando, vio los ojos de la joven clavados en sus pupilas. Estaba llorosa, indefensa, como un gatito asustado. Y eso lo conmovió.
Tomó un tarro de crema que había allí, y destapándolo se lo comenzó a frotar en ambas nalgas. La crema se deslizaba con facilidad por la suave pero ahora maltratada piel de Kathy.
-Suéltame de aquí. No eres más que un… ¡sucio animal salvaje!
-¿Te parece Kathy bella? Pues fíjate que te equivocas –le dijo mientras se ponía a un costado de la cama para que ella lo observara- El sucio animal salvaje viene ahora.
Al quitarse el jean, un poderoso pene salió disparado de entre las ropas. Nunca había visto algo tan… ¿portentoso? Era simplemente grande, y al acariciarlo con sus enormes manos, parecía más grande aún.
Sintió cómo se subía a la cama y se ponía encima de ella. Sintió su enorme miembro entre las nalgas y se tensionó. Las manos de Daniel comenzaron a recorrer el costado de su cuerpo, piernas, caderas, senos, brazos…. Hasta llegar a las manos que cubrió con las suyas. Kathy cerró los ojos y se abandonó. Fue entonces que sintió cómo le quitaba las esposas…
-Date vuelta. Ya desaté los pies también.
Poniéndose en cuatro patas, quitó las almohadas de la cama, y las arrojó al piso. Luego se dio vuelta sobre sí misma y miró a Daniel a los ojos.
El hombre estaba dispuesto a todo. Si le decía que se fuera, lo haría y entonces los consejos de Rodrigo no habrían servido de nada. Y si no… no podía suponer qué pasaría. Miró hacia abajo esperando la sentencia de la mujer, que cuando estuvo casi encima de él… lo beso con una pasión loca. Sus lenguas se trenzaron en una batalla buscando espacio en la boca del otro. Cerraron los ojos y comenzaron a reconocer sus cuerpos con las manos. Kathy fue depositada sobre el colchón, esta vez con infinita ternura. Las piernas de la joven rodearon la cintura de Daniel, que después de estar un momento encima de ella, la levantó por completo. Ella no dejó de rodearlo con sus piernas, lo que le dio al joven la oportunidad de insertar su miembro en la húmeda vagina, abierta totalmente para recibirlo, mojada y cálida para convertirse en la vaina de tremendo instrumento.
Un lento compás comenzó a surgir entre la pareja. Las manos de Daniel se colocaron debajo de las nalgas de Kathy que, sujeta como un náufrago a una tabla no lo soltaba ni un segundo. Los embates se hicieron más frecuentes, pero Daniel se detuvo.
-Bájate y ponte en cuatro patas
La mujer obedeció sin vacilar.
-Quizás esto te duela, pero deberás soportarlo como parte del castigo –le decía en su oído mientras embadurnaba su armamento con abundante gel- Espero que estés preparada.
Sintió la mano del hombre recorrer sus agujeros y concentrarse en su ano. El dedo mayor comenzó la exploración mientras le untaba un líquido frío y suave. De inmediato se le unió el dedo índice y luego el medio. La joven estaba a punto de llegar al orgasmo, así que sacó los dedos y le aplicó un par de azotes… y luego otro… y otro más… más… más… cuando quiso darse cuenta ya tenía el pene metido en su ano, y a Daniel tomándola de las caderas para que acompañara su frenética carrera hacia el clímax total. Ninguno de los dos podía creer tanto goce. Sin dejar de moverse, el hombre estiró las manos y tomó los senos de Kathy, apretó sus pezones tan fuertemente como pudo, mientras la joven llegaba al máximo orgasmo. El suyo no se hizo esperar. Kathy pudo sentir cada uno de los chorros que se estrellaban en su interior, llenándola por completo.
Cayó encima de ella, y ella encima de la cama. No se movieron, así se quedaron hasta que las ansias de amarse volvieron a aparecer. Y fueron varias ese día. Y los siguientes. Algo le decía a Daniel que aquella joven que él amaba, olvidaría pronto al hombre que estaba viajando lejos de ella.

---000---

A la hora prevista el avión decoló dejando la pista y el suelo de su querido país. Una nueva vida y un futuro brillante los esperaba en otro lugar. Emilia apretó la mano de su esposo y apoyó la cabeza sobre su hombro. En los últimos tiempos había vivido varias tragedias, pero de todas salió airosa, y ahora la vida le sonreía nuevamente junto al hombre que había amado siempre.
El aeropuerto internacional de Miami los recibió y salieron de allí rumbo a su nueva casa, su nueva vida, hacia la nueva etapa que los encontraría más enamorados y unidos que nunca.

--- FIN ---

NUNCA LO HABÍA HECHO

Autora: Lely Spanker

 

Ayer me habló a casa el médico de la familia para avisarme que mi hijo, ya de 24 años, había ido a verlo por un malestar estomacal, que en realidad no era nada grave pero que le había recetado una medicación que él, conociendo a mi hijo, sabía que no iba a cumplir.

 

Rápido me contó por el teléfono qué era lo que le había recetado y además como su hijo y el mío eran amigos, sabía que a la noche había salido y tomado mucho alcohol, cosa que él le había pedido que no hiciera  por unos días para ayudar. Pero él como siempre, no había hecho caso.

 

Bastante molesta pensando que era grande ya, después de dar vueltas decidí ir a su departamento para ver cómo estaba y qué había hecho con lo dicho por su médico. Llamé y después de unos minutos me contestó, bajó y me abrió; yo entré y fui a su departamento que ya tenía la puerta abierta.

-Hola mamá ¿qué haces acá?-me dijo al saludarme.

-Nada, sólo vine para ver como estabas, me llamó el médico-le contesté.

-Para qué te llamó, qué pesado que es-

-Bueno, ya que estás tan superado-le dije- ¿por qué tomaste alcohol? ¿qué te dijo él?

-Má… ¡no seas exagerada! no tomé más que 3 cervezas

-Sólo 3 cervezas… Bien, y los remedios ¿te los pusiste?

-No má… ¿cómo me va a decir que me ponga un supositorio y una enema? ¿qué se piensa, que soy un nene?

-¡Ah, qué bien! Tomaste alcohol, no te pusiste la medicación… Y ¿cómo pensás curarte?

-Má… no me molestes. Estoy con mucho sueño y me duele el estómago…

 

Yo ya me había enojado más de lo que pensaba y esa última frase fue lo que me faltaba. Entonces caminando hacia su cama donde él iba a acostarse, me senté en la cama y le dije que iba a hacer algo que nunca había hecho, pero que realmente hoy no podía dejarlo pasar por más grande que estuviera. Estaba con un pijama y el calzoncillo. Se sacó el pijama y antes que se acostara lo tomé del brazo y lo puse sobre mis rodillas boca abajo .

 

-Hijo, ya sos grande ¡es una vergüenza! Como no te cuidás, ahora vas a recibir las nalgadas que nunca recibiste.

 

Él me miró asombrado y me dijo:

 

-Má… ¿que pensás hacer, estás loca?

 

Peor me puso esa contestación entonces empecé a pegarle en la cola primero sobre el calzoncillo: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…

-Pará mamá ¿estás loca? ¿qué estás haciendo? ¿te das cuenta lo que estás haciendo? 

 

Intentó levantarse y le dije:

 

-Mirá hijo… Hoy vas a aprender a ser un poco más responsable.

 

Y en ese momento le bajé el calzoncillo.

 

-¿Qué hacés mamá?

-Ahora vas a ver qué hago…

 

Ahí comencé a pegarle en la cola desnuda. Estaba totalmente avergonzado y primero me decía: “terminá mamá, dejate de pavadas”. Pero como yo no paraba, por el contrario, le pegaba más fuerte. Le di 20 palmadas en cada cachete, ya tenía la cola totalmente roja y la protesta comenzó a transformarse en una súplica y casi llanto.

-Basta mamá. ¡Está bien, tenés razón!

 

Pero mientras le iba pegando, le decía: “Sos un grandulón irresponsable, no sabés cuidarte, y como actúas como un nene te voy a tratar como tal”. Y así seguí golpeando hasta que mis manos y sus ojos no aguantaban más. Al dejar de pegarle tenía sus cachetes totalmente rojos e hirviendo; sin dejar que se levante le dije:

 

-Te voy a tomar la temperatura como a los niños: en la cola.

-Basta mamá ya te entendí. No me avergüences más…

-¡Nada! No me importa tu vergüenza.

 

Así que saqué el termómetro de la mesa, lo unté en vaselina, le abrí las nalgas y le metí el termómetro, siempre escuchando el “no mami, basta, perdoná”. Pero yo no le dije nada y le di otra palmada en la cola. “¡Quedate quieto!”. Así que se quedó tumbado y rendido hasta que le saqué el termómetro: no tenía fiebre. Se iba a levantar y lo empujé sobre mis piernas

 -No te muevas de acá. Decime: el supositorio no te lo pusiste, ¿no?

-No má, no me lo puse…

-Bien, ahora te lo pongo yo.

 

Le abrí los cachetes de nuevo, saqué el supositorio del envoltorio y aunque escuchaba sus protestas y pedidos le puse el supositorio y lo empujé con el dedo bien adentro. Luego, vi que se salía de su cola por la fuerza que hacía para que no se lo pusiera. Inmediatamente se lo saqué y le di 10 palmadas más en la cola, y le dije: “dejá que te ponga el supositorio porque va a ser peor para vos” Saque otro supositorio de su envoltorio y le abrí los cachetes. Le quise poner el segundo: hizo la misma fuerza que antes, se le salió. Le di otras 20 palmadas más y saqué otro. Se lo puse. Esta vez entró bien porque no hizo más fuerza; al entrar le apreté los cachetes para que no se salga. Luego volví a abrirlos y ya había desaparecido el supositorio.

 

-Ahora -le dije- te levantás y te quedás con la ropa baja en ese rincón, y mejor que no te muevas.

-Sí má ¡seguro! –en ese momento sonaron dos golpes más en la cola. Él se pasó la mano por los cachetes y “¡ayyyy!”. Me miró y decidió quedarse parado en el rincón como le había dicho. Mientras, fui a preparar el agua para la enema que le había indicado el médico. A los cinco minutos regreso con el irrigador lleno de agua y la cánula.

 

-No mamá, eso sí que no. No pienso dejar que me hagas esa enema – me dijo .Yo acomodé todo sobre la mesa y le dije:

-Hoy no vas a tener derecho a nada, sólo cumplir con las órdenes del médico y mías –

-No, no mamá… Eso sí que no-

 

Lo tomé otra vez del brazo lo atraje hacia la cama, me senté en ella y lo volví a voltear sobre mis piernas.

 

-Hoy no podes decir que no a nada , así que será mejor que te calles-.

-No mamá… eso si que no.

 

Levanté un poco una pierna para que su cola quedara bien expuesta nuevamente, tomé una zapatilla que había en el piso y le di 15 zapatillazos en las nalgas golpeándolas cada vez más fuerte .

 

-¡No mama, otra vez no! ya me pegaste suficiente… aaayyyyyyy, aaayyyyyyy, aaayyyyyy… Ya mamita ¡por favor.!

-Yo te dije hoy ibas a recibir lo que nunca habías recibido. Seguís protestando y no puede ser.

 

Seguí bajando golpes: veinte, treinta más de cada cachete. Con cada golpe le repetía: “vas a obedecer al médico, vas a obedecer sus órdenes, recibirás las medicinas que te indique”. Ya en la mitad de los golpes no pudo más y empezó a lagrimear. Me decía: “está bien mamá, perdón… No voy a volver a desobedecer al médico, por favor, basta…”

 

Al llegar a las sesenta nalgadas y con la cola dolorida le dije que se pusiera de rodillas en la cama y la cara sobre el colchón. Por supuesto empezó a protestar, pero le dije que si no obedecía iba a conocer el cepillo. Finalmente accedió con mucho miedo y vergüenza. Le puse vaselina en el ano y en la cánula, así la apoye en el ano y comencé a introducirla con las protestas y quejas por lo que estaba pasando. Una vez que entró bien la cánula, abrí la canillita y comenzó a entrarle el agua. Siguieron los “¡ay mamá, me duele la cola… me duele la panza… no aguanto mami…”

 

-Tenés que aguantar el agua, no seas exagerado- Le movía la cánula y se quejaba, hasta que pasó toda el agua.

-Ahora acostate un poco de costado en la cama, hijo -le dije. Así lo hizo pero emitiendo pequeños quejidos tal como si fuera un chico, me acerqué le acaricié la cabeza y le dije que ya podía ir al baño. Así lo hizo. Se higienizó y después volvió a la habitación y se recostó en la cama.

 

-Mamá ¡cómo me diste hoy! Nunca me habías pegado así. ¡Me dolió! -y se masajeaba las nalgas.

-Pero ese todavía no era el castigo -le dije- era sólo el cumplir con las órdenes del médico.

 

Ahora iba a recibir el castigo que merecía: asi que lo volví a poner sobre mis faldas, tomé el cepillo del pelo, le di treinta cepillazos y lo mandé a bañar. Iba a cerrar la puerta pero yo no lo dejé; le dije que empezara a bañarse. Todo avergonzado comenzó a bañarse y como le dolía la cola, no se refregaba bien. Entonces me acerqué a él, lo incliné en la bañera con la cola debajo del agua, le limpié bien la cola abriéndole los cachetes y mirando que quede bien limpio. Cuando terminó empezó a secarse, y yo terminé de secarle la cola. Al rato le empezó a doler la cabeza, así que le volví a tomar la fiebre y esta vez tenía fiebre de nuevo. Llamé al médico y me dijo que le aplicara una inyección que me había indicado y que yo había llevado por las dudas.

 

Él seguía acostado porque después del baño y el termómetro lo hice acostar. Preparé una inyección y fui a su pieza. Lo hice ponerse boca abajo, le empecé a pasar el algodón con el alcohol y ahí reaccionó. Se dio vuelta y me dijo: “¡ah, no! No mamá, eso no. No me vas aplicar la inyección. Sabés el miedo que le tengo”.

 

Dejé la jeringa en la mesita de luz y sin decir palabra saqué dos supositorios de glicerina. Lo acomodé otra vez sobre mis piernas y le dije: “Esto es parte del castigo”. Le abrí los cachetes, le puse un supositorio y detrás el otro. Lo dejé quejándose en la cama; fui a buscar unos polvitos de pimienta y le volví a abrir las nalgas. Eché un poco de la pimienta en la cola,  haciendo que inmediatamente le empezara a arder. Comenzó a quejarse y a pedir que lo deje ir a lavarse al baño, pero le dije que iba a tener que esperar hasta que yo quisiera. Lo retuve un rato en la cama, no sin antes darle unas cuantas palmadas más en la cola. Después de veinte nalgadas aproximadamente, lo hice levantar, lo dejé que hiciera lo que los supositorios produjeron, se limpió la cola, pero yo nuevamente le revise la cola como a un chico. Estaba limpia pero como yo quería castigarlo le dije que no se había lavado bien y lo volví a meter debajo de la canilla y  se la lavé.

 

Así como estaba lo hice que se quedara en el rincón de la cocina con la cola al aire. Estuvo quince minutos. Lo llamé, lo hice acostar, y le apliqué la inyección a pesar de sus pataleos y sus quejas. Luego le dije que se quedara acostado…

Feliz 888

viernes, agosto 08, 2008

 

Día Mundial


Autor: Fer


¡Muchas felicidades! ¡Felices azotes y felices fantasías!

Vínculos recomendados:

Amadeo Pellegrini y Ana K. Blanco
Mauri

Vitabar
Cometospk
Selene
Spank Català

Etiquetas: azotar, azotes, dia mundial del spanking

UN EMPLEADO NEGLIGENTE

Autor: Fanes

El joven ejecutivo estaba plantado delante de la puerta del despacho de la directora de su departamento, había recibido orden de presentarse allí urgentemente. Esperaba nervioso después de haber golpeado dos veces la puerta y se preguntaba el por qué de la urgencia, llevaba poco tiempo en la empresa y sabía que estaba a prueba, por lo que le preocupaba haber hecho alguna tarea incorrectamente.

 

-          Adelante – sonó una voz femenina, después de un largo y estudiado intervalo de tiempo.

-          Permiso – dijo al entrar – Me ha mandado llamar? Señora

-          Si, señor Jiménez, pase y siéntese.

 

La mujer ojeaba unos informes y apenas levantó la vista para saludarle. Los miraba atenta y con gesto serio. El hombre se sentó frente a ella, intrigado por el motivo de su presencia allí.

 

Mientras esperaba observó a la directora con disimulo. Era una mujer de mediana edad, más bien madura. Tenía una larga y bien arreglada melena rubia y su rostro denotaba firmeza, un cutis bien cuidado y radiante ligeramente bronceado, posiblemente de las sesiones de rayos UVA que ofrecía la empresa en su gimnasio particular, donde los altos ejecutivos iban a cuidar su aspecto. Y a juzgar por el de ella, era de las que lo utilizaba frecuentemente.

 

Llevaba un traje chaqueta a rayas finas y una camisa blanca impecable, rematando su atuendo con un broche pequeño sobre la solapa. De vez en cuando levantaba sus ojos para observarle, lo que hacía que se sintiera incómodo, sin saber qué decir.

 

Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos, la mujer alzó la vista de los documentos y dejándolos sobre el escritorio le miró fijamente.

 

-          Sabe usted por qué le he mandado llamar, señor Jiménez?

-          Er..no, señora - casi balbució – su mirada lo inquiría penetrante.

-          Ha confundido los papeles de la sucursal de Ginebra y ha enviado un informe erróneo a la central. Están muy disgustados, pues necesitaban esos informes sin falta para hoy. Por su culpa posiblemente no puedan cerrar una operación muy importante que debía realizarse mañana sin falta. Qué tiene que decir al respecto?

-          Oh señora..no sé. Estuve toda la noche terminando el informe, no sé qué puede haber sucedido. Tal vez la secretaria lo ha traspapelado y..

-          Perdón, Señor Jiménez – Cortó en seco su explicación – si hay algo que no soporto es que un ejecutivo eche la culpa de su ineptitud a una secretaria. Ella no es la responsable de mandar ese informe correctamente, sino usted. Y a de supervisar el trabajo de sus empleados, entiende?

-          Si, señora. Perdón, señora, tiene razón...yo...

-          Así que ahora mismo va a ir a su despacho y enviar los documentos correctos, y ...ay de usted ¡! si se han extraviado o están incompletos, porque eso le costará muy caro. Así que no pierda el tiempo y vaya a cumplir con su trabajo.

-          Sí señora, ahora mismo lo haré

 

Salió a toda prisa y se dirigió a su despacho. Llamó a la secretaria y la obligó a revisar todos los papeles enviados, sin dejar de dar voces fuera de sí. No podía perder este trabajo, y menos por la incompetencia de sus ayudantes. Obligó a toda su sección a dar prioridad al informe y ni siquiera les permitió ir a comer hasta que lo terminaron. A media tarde el informe había partido por mensajero urgente y llegó a la Central antes de la hora de cierre.

 

Pero no respiró aliviado, pues sabía que, a pesar de haberlo enviado en tiempo, la dirección no permitía esos despistes en un ejecutivo de su categoría. Así que cuando recibió la llamada de conformidad del envío, se derrumbó sobre su sillón y quedó esperando, por si le llamaban de nuevo.

 Estaba absorto en sus pensamientos cuando Lucy, su secretaria entró al despacho y le dijo:

 

-          Ha llamado la directora, quiere verle, señor Jiménez.

-          Er..si, si, ahora voy..

-          Ha dicho que vaya inmediatamente, señor..

-          Ya la he oído – dijo de malos modos – retírese

-          Bien señor Jiménez, desea algo más? Es la hora de cerrar ya.

-          No, gracias, perdone mis modales, estoy un poco nervioso, puede retirarse.

-          Gracias señor, hasta mañana.

 

Hizo acopio de valor y se dirigió al despacho de la directora. Temía lo peor, después de todo lo que había sufrido para conseguir ese puesto, ahora estaba a punto de perderlo y eso le agobiaba.

 

Toc.toc...llamó con sus nudillos a la puerta de la directora. No había nadie en ña oficina ya, todo el mundo se había ido y eso le puso todavía mas nervioso.

 

-          Adelante.

Abrió la puerta y entró con tiento, casi con miedo. La directora estaba sentada en su silla, jugueteaba con una especie de fusta y le observaba. Fue a tomar asiento, pero la mujer le dirigió una mirada severa y optó por quedarse en pie, delante su escritorio y con las manos cruzadas atrás.

 

- La Central me ha llamado. Han recibido los informes, pero con 5 horas de retraso, entiende lo que eso significa?

- Si...señora – dijo mientras agachaba la cabeza, se sentía mareado, inquieto – lo lamento mucho. No volverá a suceder.

 

-          Claro que no. Sabe? Me han recomendado que le despida hoy mismo. Están muy disgustados. Tiene algo que objetar al respecto?

-          No, señora, sé que he sido negligente y acepto mi responsabilidad. Si lo desea presentaré mi carta de dimisión para evitar un despido que a nadie beneficiará.

-          No tan deprisa, joven, He dicho que me han recomendado despedirle, no que vaya a hacerlo..al menos por ahora. No me gusta que me digan como he de dirigir mi oficina.

-          - Oh gracias señora , yo...

-          Silencio, no me interrumpa – sentenció mientras se levantaba de la mesa y se ponía a su lado y comenzaba a pasear alrededor suyo mientras hablaba- He dicho...por ahora. No tolero gente incompetente en mi oficina.

-          Si señora, entiendo.

-          Es usted un buen ejecutivo, pero es poco responsable con las personas a su cargo. Si hubiera usted estado pendiente de las comunicaciones esto no habría sucedido. Debe esforzarse más y hacer que sus empleados cumplan con su obligación.

-          Pero señora..usted me dijo que la culpa era mía y no debía echarla a nadie

-          Así es, y por eso va a conservar el empleo, porque ha reconocido su culpa... a pesar de que evidentemente esta anomalía se ha debido a su secretaria, usted es quien debe responsabilizarse del buen funcionamiento de su departamento.

-          Si, señora

-          No obstante, esta falta no puede quedar sin sanción. Una negligencia lleva aparejado un castigo. Y ya que usted no sabe reprender a sus empleados, tendré que ser yo la que se encargue de administrar el castigo correspondiente.

 

La mujer giró sobre sus talones y se dirigió a su mesa y se sentó con calma en su silla tapizada mientras proseguía con su monólogo

 

-          Un buen ejecutivo debe saber imponerse, pero sin dar voces y amenazando a su personal, y dejándolos sin comer para terminar lo que su negligencia ha provocado.

 

Se quedó con la boca abierta. Ella sabía lo que había sucedido en su departamento.

 

-          Por qué me mira así, señor Jiménez, cree que he llegado aquí sin saber lo que sucede a mi alrededor? Le queda mucho por aprender y yo me encargaré de enseñárselo. Tiene muchas cualidades, pero el orden y la disciplina no son dos de ellas, y aquí son necesarias para poder continuar en el cargo, entiende?

-          Si señora.

-          Antes de aprender a mandar, debe aprender a obedecer y aceptar sus errores- y mientras le decía esto le dirigió una mirada seria, pero que asomaba una mueca burlona – Así que empezaremos por pulir esos defectos que le impiden ser un ejecutivo respetable. Está de acuerdo, señor...como es su nombre de pila...roberto?

-          Alberto, señora. Si, lo que usted mande. Haré lo que usted me pida

-          Ah si..Alberto, que despiste el mío. Acérquese, por favor, póngase aquí, a mi lado.

 

El hombre obedeció, desde su altura divisaba su generoso escote y se fijó , casi sin querer, en el inicio de sus pechos redondos y firmes. Retiró la mirada bruscamente cuando ella alzó los ojos y se encontraron con los suyos. Ella hizo como que no se dio cuenta y le espetó

- Soy una mujer justa, me gusta que mis empleados gocen de cierta libertad, pero no soporto las negligencias en el trabajo,  Y éstas viene dadas normalmente por falta de atención, y entonces tengo que recordarles sus obligaciones de la mejor manera que escarmienten y sean más diligentes. Usted necesita una lección que le haga recapacitar y eso es justamente lo que voy a darle. Una lección que le sirva para que aproveche su talento

- Si , señora, gracias señora. Qué desea que haga?

- Quítese la chaqueta y bájese los pantalones, Alberto, es hora de que aprenda

 

El joven ejecutivo abrió unos ojos como platos. Qué tipo de lección iba a darle? Poniendo cara de incrédulo acertó a preguntar , casi susurrar

 

-          Perdone, señora, como ha dicho?

-          No me ha oído? Quiere que se lo repita? Quítese la chaqueta, déjela en la percha y vuelva aquí inmediatamente

-          Si, señora – no se atrevió a contradecirla. Su presencia era enérgica y no invitaba a llevarla la contraria.

 

Mientras se quitaba la chaqueta y la acomodaba en la percha, su cabeza era un mar de confusión. Qué pretendía su directora? No pensaría castigarlo como lo hacía su maestra en el colegio. No, no, eso era impensable. Así que obedeció y volvió a su lado.

-          Mire, Alberto, yo estoy en este puesto porque he sabido imponerme a hombres y mujeres con mucha valía. Ejerzo mi autoridad como estimo oportuno , depende de la falta y de la persona que la comete – mientras decía esto le miraba, esperando que cumpliera su orden. Como él se quedó quieto, en pie, sin decir nada y con cara de crío asustado, acercó sus manos a la cintura del hombre y empezó a desabrocharle la correa – y usted necesita una mano femenina, firme, que le haga madurar de una vez.

-          Si, pero... esto.. no sé qué tiene que ver con mi ropa, señora.

-          Todavía no ha adivinado el castigo que le corresponde por ser negligente Alberto? Vamos, creí que lo entendería en el acto.

 

Sus manos soltaron la hebilla del cinto y comenzó a desabrocharle los pantalones y bajó su bragueta.

 

-          Yo..yo...no pensará castigarme como a un crío, señora, no es apropiado dado mi edad y...

-          Ssshhhh..... señor Alberto, eso es exactamente lo que pienso hacer. Tiene falta de madurez. Y eso es porque nunca le han sabido imponer respeto. Nunca le han dado unos azotes en el culo..Alberto?

-          Nooo....esto..bueno..si, pero mi maestra, cuando iba al colegio, hace muchos años.

-          A que cuando se los daba usted luego hacía sus tareas sin rechistar?

-          ..a veces..era un poco rebelde.

La mujer bajó sus pantalones hasta las rodillas y se quedó contemplándole un instante satisfecha. No se había equivocado, su empleado merecía, es más, necesitaba, una buena lección sobre sus rodillas.

 

- Vaya vaya..así que rebelde..eh? pobre maestra, lo que tuvo que pasar con usted..

 

- Pobre? Ella? Si me dejaba sin sentarme dos días..jooo...

 

- Pues parece que no le dio lo bastante, porque sigue siendo rebelde. Pero no se preocupe, que eso lo voy a arreglar ahora mismo –hizo además de bajarle los calzoncillos, pero él se apartó y puso las manos cubriéndose

 

-          Noo, eso no, por favor, señora, eso nooo,, compréndalo, me da vergüenza

-          Ah si? Y no le dio vergüenza no cumplir con su obligación, verdad?

 

La mujer alargó la mano y le tomó la suya, tirando de él hasta que lo tuvo más cerca. Y entonces, lo jaló la oreja y lo  tendió sobre sus rodillas mientras él protestaba e imploraba que le cambiara el castigo, que haría lo que mandara, pero que no lo castigara de ese modo.

 

Ella se limitó a tenderlo sobre sus rodillas, levantó su camisa hasta la mitad de su espalda y rodeó su cintura con su mano derecha mientras la izquierda se encaminaba a tirar de su calzoncillo para abajo. El soltó su mano como pudo y la sujetó para evitar que dejara su culo desnudo. Luego se arrepintió de este acto, pues la mujer se enfadó y comenzó a descargar rápidos azotes con su mano sobre su desprevenido trasero. ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....

-          Prefiere que le despida? conteste, porque si es así, ahora mismo le suelto y puede irse, no quiero perder el tiempo en un joven que se cree adulto y no es más que un crío perezoso.

-          Noo, no me despida, por favor. pero...

-          No hay “peros”, baje la mano. Ahora!!

-          El avergonzado alberto bajó su mano y no contestó

-          Eso está mejor, señorito , y ahora quieto si no quiere que sea más dura

 

Todavía lo acomodó mejor sobre sus piernas, agachó su cabeza y le bajó el calzoncillo hasta las rodillas, dejando su trasero completamente expuesto a su mirada. Un murmullo de aprobación salió de sus labios. Su joven ejecutivo tenía un trasero realmente lindo, como a ella le gustaba. Blanquito, suave, casi sin el vello ese que tanto afeaba los culos masculinos delatando avanzada edad. Lo palpó con unas palmaditas, estaba duro, las nalgas prietas por el ejercicio......y porque él lo apretaba en un desesperado intento de endurecerlo contra su mano.

 

-          Relaje el culete, Alberto, no querrá que me haga daño mientras le castigo..verdad?

-          No noo, señora, es que estoy muy nervioso..ya, ya lo relajo

 

Dicho y hecho, los glúteos se soltaron dejando sus carrillos dispuestos para la azotaina. Momento que aprovechó la directora para reanudar su sesión de azotes.

 

...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... esto es lo que usted necesita, Alberto ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... una buena lección sobre las rodillas de una mujer ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... que sepa darle lo que merece cuando es necesario...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... esto le enseñará respeto y diligencia, ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... y espero que entienda que es por su bien ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... unos buenos azotes en el culo obligan a recapacitar y sirven de escarmiento para las malas acciones ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....

 

El avergonzado ejecutivo iba preocupándose cada vez más de los azotes y dejando de lado el pudor, pues la directora no daba tregua a su dolorido trasero. Instantes después, observó con alivio que paró el correctivo y su jefa acariciaba su culo suavemente, pensó que había terminado su lección, pero pronto se dio cuenta de su error.

 

Giró su cabeza como pudo desde la posición indecorosa en la que se encontraba y vio como la mujer buscaba con su mano en un cajón y sacaba una especie de paleta de madera con la que restregó por sus nalgas, como acomodándola a la superficie.

 

Después, lo miró con una mirada entre maliciosa y maternal y le dijo:

 

-          Bien, Alberto, ahora que se ha calmado y aceptado su castigo, es hora de que pruebe la paleta. Relájese y no proteste si no quiere que me enfade

-          Pero señora, dijo con temor, eso debe doler..y ya tengo el culo ardiendo, no es suficiente?

-          Oh, mi pequeño ejecutivo, esto no ha sido más que el principio.

Y sin decir más, alzó  la paleta y comenzó a descargar más golpes sobre el hombre, que no pudo reprimir un gemido de dolor ..SlapS.......Auchhh.SlapS...... ...SlapS... ......Así...tome..... ...SlapS.......... esto rebajará su soberbia y le hará ser más dócil ...SlapS....... - - - Unos buenos paletazos en el trasero ...SlapS.......le vendrán como anillo al dedo ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

La cadencia de los golpes era menos intensa, pero no su impacto, que arrancaban quejidos de la boca del ejecutivo y promesas de portarse bien y de haber aprendido la lección, rogando a la directora que parara de una vez. Como no obtenía el resultado deseado, intentó zafarse y apoyando sus manos en el suelo empujó hacia arriba para librarse del abrazo de la mujer.

 

 

Ella dejó la paleta sobre su espalda y le metió la mano entre las piernas, sujetando sus testículos, lo que hizo que frenara su escapada y tiró de ellos para tenderlo de nuevo en su regazo. Notaba la opresión en sus genitales y no quería hacer esfuerzos para no merecer una presión mayor

 

-          Ntch..ntch..eso ha estado muyyy mal, señorito Alberto y por ello le daré doce azotes más de los merecidos. Así aprenderá a no rebelarse – tomó la paleta de nuevo con la mano que sujetaba su cadera y sin soltar sus bemoles prosiguió la tunda – Esto por rebelarse ...SlapS....... ...SlapS....... jovencito desobediente ...SlapS....... ...SlapS....... levante el culo..vamos ...SlapS....... no lo esconda o será peor...SlapS....... ...SlapS.......

-          Auchhh..si señora..

 

El hombre obedeció, se agazapó en el regazo de su directora y se abrazó a sus piernas con una mano y la otra rodeando el trasero de la severa mujer. Ella no dijo nada, pero siguió el castigo con renovados bríos ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

-          Ha de aprender a respetarme ...SlapS....... y no intentar poner fin a su merecido castigo  a su antojo ...SlapS....... ...SlapS....... o sufrirá las consecuencias ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

-          Si señora...Ayyy..Aauuu.. lo lamento..no volverá a suceder...Aauchhhh

-          Ve lo que sucede cuando desobedece? ...SlapS....... ...SlapS....... no crea que me tiembla el pulso cuando se trata de educar a un joven indisciplinado ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

El hombre no volvió a protestar, temiendo que prolongara su castigo y procuró sentirse confortable dentro de lo extraño de la situación, abrazándose al cuerpo de la directora

 

...SlapS....... ...SlapS.......  mientras recibía el resto de sus azotes notó que la presión sobre sus genitales iba descendiendo, lo cual era de agradecer ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... había abierto sus piernas lo suficiente para que la mano no apretara y su tacto se hizo más ligero, hasta agradable ...SlapS....... ...SlapS....... Pensó que sería en premio por no intentar zafarse de nuevo y que si aceptaba la voluntad de la señora no sería tan severa ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

Ella por su parte seguía azotando su trasero, pero con menor intensidad, mientras de vez en cuando le espetaba frases tales como... jovencito inmaduro... esto es para que aprenda.... se lo merece...ya era hora que alguien le pusiera en su sitio...

 

Después de unos instantes, paró de aplicarle paletazos y dejó el instrumento encima de la mesa, metió la mano de nuevo en el cajón. Ël ya no pudo resistirlo, cuando la vio meter la mano en el escritorio, posiblemente para tomar otra pieza para seguir castigándolo, aprovechó que ella estaba relajada y saltó de su regazo. Intentó subirse los pantalones a toda prisa y se dirigió a la puerta.

 

Ella se levantó como un resorte, lo tomó de la oreja y lo llevó a la mesa.

 

-          Donde se cree que va? Es que no ha aprendido nada?

-          Es que..ayy... no quiero que siga  ...y usted iba a tomar otro instrumento...

-          Venga aquí, eso no es su problema. Su problema es que no ha aprendido y me ha obligado a ser más severa.

De la oreja lo llevó al escritorio y le hizo ponerse de rodillas sobre su silla. Subió su camisa y bajó los pantalones y los calzoncillos de nuevo, que estaban todavía a mitad de recorrido entre sus formados muslos y sus nalgas .

Y tomando una paleta de cuero, le obsequió con una nueva tanda de azotes con saña.....SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

-          Es que no aprende ...SlapS....... ...SlapS....... no escarmienta ...SlapS....... ...SlapS....... tome ...SlapS....... y  a ver si se entera de una vez. ...SlapS....... NO ...SlapS....... SE ...SlapS.......  LEVANTA ...SlapS.......SIN ...SlapS.......MI ...SlapS.......PERMISO...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.........SlapS....... ENTENDIDO? ...SlapS.......

 

-          Si siiii, perdoooon, no volveré a hacerlo  Aauchhh.. perdoooon

 

-          Bien, ahora...- lo tomó del brazo y lo llevó al rincón del despacho – se va a quedar ahí, recapacitando, cara a la pared, y con los calzoncillos bajados, si no quiere que empecemos de nuevo, Está claro?

 

-          Si señora, gracias señora, no me moveré

 

La mujer se quedó observándole mientras el permanecía en pie, con las manos en la nuca y mirando a la pared. Estaba satisfecha, había conseguido domar al presuntuoso ejecutivo y contemplaba su obra.

 

Después se sentó y ojeó unos informes, dirigiendo de vez en cuando una mirada a su subordinado para comprobar que estaba quieto donde le había ordenado.

 

Después de un largo espacio de tiempo y cuando estimó que ya había recapacitado le ordenó dejar esa posición y volver a su lado.

 

El hombre fue con dificultad, con los pantalones bajados su caminar era gracioso y se esforzaba por mantener la dignidad dentro de lo posible.

 

Una vez a su lado la directora le ordenó darse la vuelta, quería ver como estaba de colorado su trasero. Dudó, pero se dio la vuelta antes de que se lo tuviera que decir de nuevo. Notó como lo observaba y luego lo acariciaba, triunfante, mirando el efecto de su mano sobre él. Hubiera jurado que había notado un suave beso en sus posaderas, pero no se atrevió a volverse para no enojar a su directora.

-    Le duele?

-    Si, señora

-          Muy bien, así lo recordará durante mucho tiempo

-          Bien, señor Alberto, ha aprendido la lección?

-    Si señora

-          Va a ser más obediente y dócil?

-    Si señora

-          No discutirá en adelante ninguna orden mía y hará lo que le mande sin poner objeciones?

-    No señora

-          Bien, ahora lo veremos, dese la vuelta – obedeció, tapándose sus atributos con las manos. Ella lo miró divertida de verle avergonzado, luego le miró a la cara, que estaba casi tan colorada como su parte posterior ruborizado.

-    Y ahora.... tiéndase en mi regazo de nuevo

 

El hombre se espantó, no podía creer que todavía no estuviera satisfecha, pero no replicó, se tumbó mansamente en sus rodillas y se acomodó esperando un nuevo recital de su jefa.

 

Observó de reojo como la mujer buscaba en el temido cajón, pero no dijo nada. No sabía que nuevo instrumento de sumisión iba a sacar, pero no protestaría, había aprendido que la directora era quien decidía como y cuando debía obedecer.

 

Para su sorpresa, vio que lo que sacaba era un tubo de crema, no una herramienta maquiavélica y suspiró aliviado.

 

La mujer esparció gran parte de su contenido en su escocido culo y comenzó a esparcirlo con su mano. El frescor inundó su piel y agradeció el tacto de la mano, que ya no era agresivo, sino dulce, primoroso, restregando sus nalgas y aplicando con dedicación el ungüento que le calmaba .

- Si no hubiera sido tan desobediente se habría ahorrado la escena de la mesa. No iba a aplicarle ningún instrumento nuevo, querido, sino a calmar su dolor con esta pomada. Soy severa, pero no cruel, y no deseo prolongar su dolor más allá de lo estrictamente necesario para que adquiera buenos hábitos. Que le sirva de lección en adelante.

- Si, señora, lo recordaré

La mano se movía por sus doloridos carrillos con calma, empapando cada centímetro de piel. La juntura de sus nalgas también recibió el agradable ungüento, y sus genitales, notando la caricia de los movimientos circulares como una bendición después del mal trago.

 

Así pasó un tiempo que a él le pareció sentirse en una nube, sobre el regazo de su directora y recibiendo sus atenciones, se encontraba plácido y feliz. Por alguna extraña sensación, entendía que este castigo lo había merecido y que le ayudaría con su comportamiento en adelante.

 

-          Levántese, Alberto – el tono de la directora ahora era amable, casi cariñoso – esto ya está listo.

 

Obedeció y se incorporó frente a ella, quedando en pie con sus partes a la vista de la mujer, pero no le importaba, ella podía mirarlo y no se sentía violento ya ante su mirada. La mujer observó su miembro, que estaba ligeramente excitado y sonrió por primera vez desde que comenzó el día.

 

Se agachó y le subió el calzoncillo mientras el observaba inmóvil. Después hizo lo mismo con su pantalón, que abrochó sin prisas. Después se incorporó y le tocó el turno al cinto. Arregló su camisa, poniéndola bien colocada en el pantalón. Se apartó un poco y le observó, como queriendo ver si faltaba algún detalle.

 

Después, sacó unas toallitas de papel perfumado y le restregó la cara, algo que a él no le gustaba , pero no protestó, la dejó hacer. Le colocó un poco el pelo y depositó un beso en su mejilla. Esto pilló desprevenido al joven, que agradeció el tacto de sus labios en su rostro y, sin saber por qué, la devolvió el beso y la dijo

 

-          Gracias señora

 

Ella se limitó a sonreírle y le dijo

 

-          Bien, jovencito, ahora váyase a casa, que ya es tarde. Espero que esto le haya servido de lección. Y recuerde – añadió con una mirada pícara – si vuelve a ser negligente en el trabajo tendré que volver a llamarlo a mi despacho y  darle otra reprimenda. Y si vuelve a gritar a su secretaria en público, haré que ella contemple como le aplico su castigo, entendido?

-          Si señora, no se preocupe, no volveré a hacerlo

 

Después le puso la chaqueta, le dio la vuelta y con un azotito le mandó fuera del despacho.

 

UN SÁBADO DIFERENTE

UN SÁBADO DIFERENTE

Autora: Lely

El sábado a la mañana, como mi mamá no trabajaba, aprovechaba para lavar la ropa y poner en ”orden” la casa y a sus ocupantes, es decir,  a mí.

 

Éramos  solo dos en casa: ella y yo, un adolescente en ese momento de 13 años, que estaba en la época del no bañarse demasiado.

 

Me acuerdo que ese sábado, 1 de junio creo, me levanté como todos los sábados, fui a  desayunar a la cocina y mi mamá de dijo que al terminar me vaya a bañar. Yo, como siempre, le dije que iba enseguida  y como trataba de hacer cuando podía entré al baño, abrí las canillas y me senté a leer un rato, luego me lavé la cabeza y los pies , cerré las canillas y salí envuelto en el toallón.

 

Ví que mamá entraba a buscar la ropa para lavar. Al rato me llama al baño y me pregunta dónde estaba mi calzoncillo sucio, así lo lavaba con toda la ropa que había y me di cuenta de mi error. No supe qué contestarle. así que ella se dio cuenta de mi mentira y me dijo que me sacara el toallón. No tuve más remedio que hacerlo y vio que tenía el mismo calzoncillo con que me había levantado; me tomó del brazo y me acercó hacia ella y me preguntó: “¿qué significa esto?”. Me di cuenta que estaba en graves problemas; tratando de inventar alguna excusa sólo atiné a decirle que me lo iba a cambiar a la pieza porque no lo había llevado cuando me iba a bañar.

-Bueno vamos a tu pieza así te cambias- me dijo y yo bajé la cabeza y fui con ella .Al llegar se quedó esperando adentro de mi habitación hasta que me cambiara, pero en el momento que termino de sacarme el calzoncillo me lo arrebata de la mano y lo mira, yo muerto de vergüenza, porque estaba manchado y se veía que era de varios días.

 

Busco el calzoncillo limpio y cuando me lo iba a poner, mi madre me tomó del brazo y sin decir palabra me baja la cabeza y la espalda de manera que quedó mi cola desnuda toda expuesta hacia su cara  y me ordena: “¡Ahora mejor que no te muevas!”. Muerto de vergüenza no supe qué decir y la obedecí; me quedé quieto y en ese momento siento que mi madre me separa las nalgas y mira mi cola, yo trato de levantarme y siento que algo golpea mi cola y me la deja ardiendo. “Te dije que te quedaras quieto!” Y ¡zas! otro golpe. Mi madre comenzó a retarme y me llevó de la oreja otra vez al baño. “Eres un mentiroso, me estuviste engañando. ¿No te da vergüenza tener la cola sucia como si fueras un bebé? Ahora vas a saber lo que es lavarse bien”.

 

En ese momento, me hizo entrar en la tina abrió la canilla me hizo agachar y ante mi sorpresa y vergüenza me lavó la cola ella con sus manos. Pero no terminó todo ahí: cuando terminó de lavar la cola hice amague para salir de la tina pero no me dejó. Me volvió a poner en la posición anterior ,con la cola expuesta  hacia su lado , tomó el cepillo de baño , yo cuando la ví empecé a temblar  y le dije: “no mami, por favor, perdoname. Te prometo bañarme bien todos los días y cambiarme, por favor no me pegues”. Pero ella siguió como si no me escuchara y empezó a pegarme en las nalgas con el cepillo. ¡Cómo dolían esos cepillazos en mi cola! Enseguida comenzaron mis nalgas a dolerme y arder, yo lloraba, suplicaba, pedía por favor que parara. Nunca la había visto tan enojada, ella seguía pausadamente pero sin interrupción, mientras me decía que no tendría que haberla engañado, que soy grande , que confiaba en mí y yo la decepcioné. Lo mas triste es que tenía razón.

 

Me dolían un montón las nalgas, yo empecé a llorar a toda voz  hasta que después de 15 golpes paró  y me dijo que me bañara bien. Abrió las canillas y cuando se templó el agua me puso debajo de ella. Yo la miré y le dije: “gracias mamá. Ahora podés salir del baño, ya no te voy a engañar”. Pero ella me dijo que no se iba a ir, que iba a mirar cómo me bañaba y que no quedara un solo rincón de mi cuerpo sucio, que por mucho tiempo me iba a ver cuando me bañaba. Yo no lo podía creer pero después de los azotes que había recibido, no quise protestar más y comencé a bañarme, tenía cuidado de no olvidarme de nada. Mi mama allí mirándome y yo muerto de vergüenza.

 

Al terminar me acarició la cabeza, me alcanzó el toallón, me ayudó a secarme y envuelto en él me llevó a mi pieza. Al llegar a la habitación me sacó el toallón y me dijo que me acostara en la cama boca abajo. “¿Qué pasa mamá? ¿qué me vas a hacer ahora?”, le dije bastante asustado. Ella trajo un termómetro y siento que me abre las nalgas y mete el termómetro en mi cola, yo no sabía que decir, nunca me había sentido tan avergonzado  y culpable, porque mami estaba muy seria y ella no era así, empecé a entender lo mal que se sentía con mis engaños. Pero yo, adolescente rebelde, le dije de mal modo: “¿qué haces ahora mamá?”

 

Ella dejó el termómetro unos minutos en mi cola, luego lo sacó, sin contestarme me sacó de la cama y me volteó sobre sus piernas y antes que pudiera quejarme empezó a pegarme con su mano en las nalgas, como con el cepillo. Eran en una nalga y la otra, yo desesperado por el dolor volví a suplicarle que dejara de castigarme, que había entendido lo mal que me había portado, pero ella siguió hasta darme por lo menos 25 azotes en cada nalga. Yo lloraba  y gritaba como nunca lo había hecho y ella solo me decía: “Algún día me lo vas a agradecer”.

 

Cuando me soltó me pasé la mano por las nalgas y ella me dijo que de castigo ese sábado no iba a salir a ningún lado y que por ahora me acostara en la cama , sin ropa  y que aún no había terminado conmigo. Quise empezar a protestar porque no me dejaba salir pero me miró y me dijo que no dijera nada o iba a ser peor.

 

Yo no podía creer lo que me estaba pasando, estaba lleno de furia. Pero protestando me quedé acostado un rato. Cuando pasaron unos 10 minutos pensando que ya había pasado todo y que mamá se habría tranquilizado, me vestí y fui al comedor, Prendí los videojuegos y me puse a jugar, a los 5 minutos entra mi mamá y me dice que hacía yo ahí y con la ropa. Yo le dije nada, que ya estaba mejor y que me había levantado porque estaba aburrido. Ella se acercó, se sentó en el sillón al lado mío ,me hizo soltar el jueguito y antes que dijera algo estaba otra vez sobre sus piernas y con la cola desnuda , me dio otros 30 azotes sin parar. Al terminar me sacó el pantalón y el calzoncillo , vi que tomó algo de la mesa , sentí otra vez que me abría las nalgas y me puso 2 supositorios  bien adentro de la cola. Yo llorando y pataleando hasta que me dio otro azote en las nalgas y me quedé quieto.

 

Ese sábado lo terminé desnudo en mi pieza parado en el rincón como 2 horas sin moverme y recibiendo cada tanto alguna nalgada más por moverme o quejarme, la verdad fue un sábado inolvidable, pero en algo tenía razón: aprendí mucho ese día y lo más importantes nunca más salí con la cola o el calzoncillo sucio.

 

Cuando los supositorios hicieron efecto quise salir corriendo al baño pero mi mamá me retuvo y me dijo que me parara en el rincón del comedor. Yo estaba desesperado, tenía muchas ganas de ir al baño pero me quedé quieto en el rincón por 10 minutos más, hasta que mamá me dejó ir al baño pero me espero afuera. Cuando salía, me hizo agachar y volvió a revisar mi cola. Me mandó de nuevo a acostarme sin pantalón ni calzoncillo, y volvió a decirme que no me podía levantar bajo ninguna circunstancia o recibiría mas azotes, pero… con la chinela.

 

Me quedé acostado hasta el mediodía que me dijo que me levantara, pero no me dejó ponerme la ropa. Así que con toda mi humillación y mi cola bastante dolida, me senté en la cocina y comí. Al terminar de comer me volvió a mandar al rincón de la cocina hasta que ella terminara de lavar los platos. Me dijo que me iba a dejar vestirme pero iba a recibir otra tanda de azotes en la cola. Le rogué que no lo haga pero me dijo que me calle o iba a ser peor. Así que me volví hasta donde estaba mi mamá sentada me coloqué en sus piernas y me dio cerca de 40 palmadas mas con la mano; al terminar lloraba como un bebé del dolor de mis nalgas. Me dijo que esperaba que hubiera aprendido la lección y que me podía vestir, pero que por ese día no iba a salir con mis amigos. No dije nada porque estaba tan dolorido que no quise tentarla para que me volviera a pegar.

 

Esta fue mi primera vez en recibir tantas nalgadas pero no sería la última porque “A partir de ahora –me dijo mi mamá- no voy a hablar demasiado. Ante la primera que te vuelvas a mandar, recibirás el castigo merecido”.

 

- FIN -