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Relatos de azotes

Amadeo y Ana Karen: En Paris

Autores: Amadeo Pellegrini y Ana K. Blanco

 

Cuando el avión comenzó a despegar, no lo podía creer. Yo, que había soñado toda mi vida con viajar a París, estaba convirtiendo mi sueño en realidad. Y eso se lo debía a mi “mago” personal, Amadeo,  desde que había aparecido en mi vida y me había tocado con su magia, todo cambió para mí.
 
Me moría de los nervios, estaba cansada y con sueño porque en los últimos días casi no había podido dormir o lo hacía entrecortadamente por los nervios y porque trabajé bastante los días previos, pues quería dejar mis negocios en marcha por primera vez sin mí. Tengo claro que no soy imprescindible, pero sí  importante y también muchas veces necesaria
 
Me daba cierto remordimiento alejarme, pero deseaba y necesitaba salir del engranaje de los negocios y desenchufarme un poco de todo eso, cuando apareció esta oportunidad como “por arte de magia”.
 
París debe de ser bello en cualquier época, aunque me decía Amadeo que si hubiésemos podido esperar hasta mayo la temperatura resultaría ideal. Pero no importa, al contrario, deseo que nieve para poder disfrutar de la nevada, del frío, y del amor de Amadeo.
 
Abordé el avión con ropa de verano: unos pantalones livianos, pues resultan más cómodos para viajar, una sencilla blusa y la chaqueta haciendo juego con el pantalón. No me preocupaba pasar frío durante el vuelo, porque la climatización interior es excelente.
 
Después de horas interminables para mi paciencia, aterrizamos finalmente en París. Al descender, pude observar a través de los cristales que afuera estaba ventoso y la gente andaba muy abrigada. Por ese motivo, luego de pasar por migraciones y recoger el equipaje, me dirigí al toilette para mudarme de ropa, peinarme y maquillarme, pues deseaba que Amadeo me encontrara bella luego de un viaje tan largo.
 
Traté de cambiarme lo más rápido posible, pero tuve que sacar ropa más abrigada, ponerme medias ya que había descartado aparecer con pantalones, calzarme zapatos de tacón. De manera que  cuando salí, todos los pasajeros de mi vuelo habían desaparecido. Me encontré sola y perdida. Desorientada anduve un rato dando vueltas sin encontrar a nadie a quién preguntar, hasta que vi el cartel que decía “SORTIE – EXIT”. Gracias a él abordé finalmente la escalera correcta.
 
 
Los que han aterrizado alguna vez en las Terminales 1 o 2 del “Charles De Gaulle” entenderán por qué estaba seriamente preocupado al no ver aparecer a Ana Karen al sector de arribos, donde me encontraba esperándola. De acuerdo a la pantalla del televisor que tenía enfrente, el vuelo había arribado a horario, por lo que el descenso, el retiro del equipaje y el paso por migraciones le insumiría alrededor de media hora. Pero ya llevaba una espera de casi una hora y ella sin dar señales de vida. Estaba francamente preocupado. En esos casos uno siempre piensa lo peor, porque a pesar de su enorme tamaño la circulación interior se encuentra tan bien concebida y señalizada que resulta imposible extraviarse.
 
 Me situé frente a las escaleras mecánicas por donde debía emerger, salieron por allí una verdadera multitud de viajeros con sus equipajes a cuestas, pero ni rastros de ella. Hasta que finalmente la descubrí, venía agitada cargada con el bolso y remolcando la valija. Se arrojó en mis brazos y permanecimos un rato unidos sin pronunciar palabras. A mi me volvió el alma al cuerpo, pero al mismo tiempo me vino el enojo que fue creciendo a medida que ella me explicaba los motivos de la demora, la angustia que sintió al no encontrar a nadie y no dar enseguida con la salida. Entonces la increpé por haberse demorado en los baños sin necesidad.
Ana Karen siempre tiene argumentos para explicar o justificar todos los desaguisados y los enredos que arma, adujo que no quería presentarse ante mí hecha un espantapájaros, que tenía que arreglarse, que sintió frío y necesitaba abrigo, que además el baño del avión estaba atestado de gente y bajó con deseos de hacer pis, por último, viendo que yo seguía con el ceño fruncido apeló al último recurso de su arsenal, comenzó a hacer pucheritos y a acusarme con vocecita aflautada de ser un desconsiderado con ella que en lugar de esperarla con un ramo de flores lo hacía con un montón de reproches, que si sabía que eso iba a suceder más le hubiera valido pensarlo dos veces antes de hacer el viaje, que después de una noche de insomnio, fatiga y del mal rato que había pasado, yo (cruel de mí) lo único que hacía era atormentarla…
 
 
¡Era el colmo! Este tipo es un cavernícola. Yo preocupada por cambiarme y arreglarme para aparecer presentable ante él, y no bien me saluda comienza a atormentarme con reproches. Y, enojada se lo dije, con algunos pucheritos para ablandarlo un poco.
 
Al darme vuelta para salir recibí un fortísimo chirlo en mi nalga izquierda. La sorpresa me hizo saltar, mientras me decía al oído:-Bueno, vamos a casa. Esto lo arreglaremos después, porque esta tarde tengo una de las últimas reuniones que creo que será definitoria, porque las cosas están un poco complicadas.
 
Tomó el equipaje y subimos a una “navette” que nos llevó hasta la estación del RER  (Tren Rápido). De vez en cuando yo, lo más disimuladamente posible… me frotaba la cola.
 
                                                     
 
Abordamos el vagón y yo le cedí la ventanilla. Estaba deliciosa, su cara resplandecía como la de una niña en un bazar. ¡Estamos en París! Repetía sin cesar ¡Me parece mentira Amadeo! Y a medida que nos acercábamos a una estación preguntaba: ¿Ya llegamos? ¿Falta mucho? ¿Qué es esto? Villepinte, respondía yo, Le Bourget, es la próxima. ¿Cuántas estaciones más faltan?... ¡Huy! entramos en un túnel…Descendimos en la Gare du Nord y allí mismo hicimos combinación con el Metro.
 
 
No lo podía creer… nosotros en París. Abrí los ojos lo máximo que pude, no quería perderme ningún detalle. Todo el trayecto lo acribillé a preguntas. Salimos a la vereda de una ancha avenida.-¿En qué parte de París estamos? –Pregunté.-Dans les Grands Boulevards, Mademoiselle -me respondió en francés y enseguida agregó: en el Barrio de la Opera. Tomamos enseguida la rue du Faubourg Montmartre, cruzamos dos o tres callecitas después doblamos por la rue Geoffroy-Marie. Y cuatro o cinco puertas más adelante teníamos nuestro nido, en el quinto piso. Antes de subir, Amadeo me señaló el fondo de la calle que terminaba a pocos metros de donde nos encontrábamos, entonces vi el cartel y la entrada del famoso “Folies Bergère”. Sí, sin duda esto era París.
 
 
            Ana Karen quedó fascinada con el departamento una buhardilla transformada en loft con tres ventanas a  la calle. Se puso a retozar y a batir palmas.  Antes que pudiera evitarlo abrió una de las ventanas de par en par y una ráfaga helada nos invadió, le pedí que cerrara. -Dejame ver París, Monstruito –Dijo- ¡Quiero ver París!
En vano intenté decirle que desde allí lo único que vería serían techos y chimeneas, que lo que conseguiría es que pilláramos un buen resfrío. No sirvió de nada, me contestó que la vista era preciosa porque los techos de París eran tan románticos y que ella no sentía frío, que sus estremecimientos eran de emoción. Tuve que sacarla de un brazo y cerrar la ventana.
 
Protestó un poco pero enseguida se puso mimosa. Yo miré el reloj, de allí a la Defense tenía no menos de media hora de viaje, así que le dije que se acostara y descansara, que si sentía hambre en la heladera de la kitchenette encontraría unos omeletes, salchichas, sopa de cebollas, gaseosas y jugos de fruta, que calentara lo que deseara en el microondas, que yo tenía que ir a la reunión y se me hacía tarde.
 
 
No cabía en mí de emoción. El departamento era pequeño pero bonito. Lo recorrí de punta a punta, mirando todo; me detuve en una de las  ventanas para observar el paisaje. Los cristales estaban empañados así que abrí la ventana para disgusto de Amadeo, que protestó por el aire frío que entraba. Tenía razón, pero a mí me pareció delicioso y ¡me revivió!
Fue apenas un segundo, porque Amadeo me tomó del brazo para alejarme de allí. Entonces me colgué de su cuello buscando sus mimos, pero dijo que tenía que irse a las oficinas, que en la kitchenette encontraría comida y bebidas, que comiera algo y  después me acostara a descansar hasta su regreso. Y se despidió con un beso que me pareció más helado que el viento que soplaba en ese momento. ¡Uffff, qué fastidio! Yo no quería descansar, no había viajado tanto para descansar, sino a estar con él, para hacernos el amor hasta caer rendidos. Pero el muy tonto y desconsiderado se contenta con un beso y marcha.
 
¡No podía creerlo! ¡Después de tanto tiempo sin estar juntos después de tantos mails llenos de amor y pasión, de tantas horas de vuelo, después de tantas ilusiones que me había hecho… el tipo me deja plantada!
Comencé entonces a caminar por el departamento, a protestar en voz alta golpeando el suelo con el pie y los puños apretados. Estaba furiosa, no podía hacer nada mucho menos dormir con esa bronca.
 
 
Al regreso encontré a Ana Karen con trompa. Al principio se hizo la dormida, cuando me incliné para besarla, me dijo que no la molestara que estaba muy cansada, que ahora no tenía ganas de mimos, que quería dormir, que si yo quería hacerle el amor que lo hubiera hecho cuando llegó, que ella venía ilusionada con el recibimiento que le daría y que yo en lugar de mostrarme apasionado con ella la había tratado como a una mocosa irresponsable…
Traté de suavizar las cosas, pero sin éxito. Ella sabe muy bien cómo explotar las ventajas, conoce mis debilidades mejor que yo mismo. Siguió con la cantinela de reproches y en un momento dado se tapó la cabeza con las mantas.
 
Quedó así formando un ovillo y pude observar que estaba sacudida por espasmos, pensé que estaba llorando, compadecido tiré del cobertor. La muy sinvergüenza estaba muerta de risa, feliz de verme la cara de imbécil que tenía yo. ¡Se estaba burlando de mi! Y el tonto siguiéndole el tren. Pero si quería que reaccionara lo había conseguido.
 
-¡Te ganaste una buena paliza Nena! Dije mientras la tomaba por los brazos y la sacaba de la cama. Me dedicó una retahíla de adjetivos: ¡Suéltame bruto que me haces daño! ¡Abusador! ¡Depravado! ¡Puerco! ¡Tengo frío torturador! ¡Déjame cochino!...Logró soltarse y encerrarse en el baño.
 
 
A pesar del cansancio y el enojo, tenía hambre, así que en la kitchenette calenté algo de lo que había en la heladera, después con la panza llenita me zambullí en la cama y quedé profundamente dormida. Al despertar no tenía conciencia del lugar ni de la hora, hasta que recordé que ¡estaba en París!
 
Escuché el ruido de la cerradura. Amadeo estaba de regreso; entonces decidí tomar venganza haciéndome la dormida. Con los ojos entreabiertos observé su enorme sonrisa al inclinarse para besarme. En ese momento le di la espalda diciéndole con cara de enojo:
-¡Ni se te ocurra molestarme ahora! No tengo ganas de mimos, está? Ahora quiero dormir. Si tienes ganas de hacerme el amor, lo hubieras hecho cuando llegamos, en vez de dejarme abandonada acá. Y yo con las ilusiones que venía pensando en el recibimiento que me ibas a dar. ¿Y vos? No solo no fuiste cariñoso, sino que además me trataste como a una nena malcriada.
 
Para simular más enojo todavía me arrollé en la cama tapándome hasta la cabeza para que Amadeo no pudiera descubrir que me estaba riendo. Pero no podía contener las sacudidas de mi cuerpo al ahogar las carcajadas.
Eso me delató.
Amadeo me destapó y descubrió mi juego enseguida.  También fingía estar enojado, y me amenazó con una paliza mientras me sacaba de la cama, en tanto yo lo “insultaba” con el repertorio de: bruto, abusador, depravado, torturador, puerco…y todo lo demás…
Tengo la suerte que, como Amadeo es grande y forzudo, teme lastimarme, por eso no me tenía agarrada con demasiada fuerza así que, conseguí zafarme para encerrarme en el baño antes que me atrapara de nuevo.
 
 
Finalmente abrió la puerta y salió envuelta en mi bata enarbolando el cepillo de baño mientras me ordenaba que me alejara porque tenía que vestirse advirtiéndome que no me atreviera a tocarla porque estaba dispuesta a defenderse… Con un gesto majestuoso me volvió la espalda.
 
No perdí un minuto la tomé por la cintura y sin soltarla me senté en la cama. Estaba esperando esa reacción mía porque no ofreció resistencia, blandamente se dejó extender sobre mi regazo, mientras soltaba quejiditos de nena, más parecidos a arrullos de paloma que a protestas
-¡No me pegues Amadeo querido!... ¡Te prometo que…. Ayyy!
No le di tiempo a nada, el tono de su voz expresaba lo contrario, estaba esperando mis azotes, protestaba sólo por forma, para excitarme más. Elevó el tono de las quejas cuando le descubrí el bello trasero que estaba adquiriendo tonalidades subidas, con enorme gozo, anticipo del deseo que me inflamaba, redoblé las palmadas hasta enrojecer toda la superficie de los montículos que tenía delante.
 
 
Aproveché a darme una ducha y arreglarme un poco pero como no tenía ropa, me puse su “robe du chambre”, tomé el cepillo de baño y salí. Su cara era un poema sentí ganas de tirar el cepillo y arrojarme a sus brazos, pero no se la haría tan fácil. ¡No señor!
 
-¡No te me acerques! No te atrevas a tocarme porque estoy dispuesta a todo –le decía mientras lo miraba a los ojos, lo amenazaba el cepillo y caminaba hacia atrás, pero  cometí el error de girar de golpe y ofrecerle la espalda. Ahí se abalanzó y me tomó de la cintura. Sin soltarme se sentó en la cama, me cruzó sobre sus rodillas. ¡Vaya momento más hermoso! Por fin se hacía realidad lo que esperé tanto tiempo. Sí, ya sé que se supone que en esa circunstancia no debemos admitir que nos gusta ser nalgueadas, fiel a mis principios no lo hice. ¡Protesté! Conste que protesté, claro que… no demasiado, ¡pero protesté!
 
El primer azote cayó sobre la bata, resultó delicioso porque sentí el golpe pero no picazón ni dolor. Cinco o seis más lo siguieron antes de levantar mi bata.
Mis tibias protestas y pataleos se hicieron más enérgicos cuando percibí que mi trasero quedaba totalmente expuesto ante él. Entonces sí comencé a sentir los azotes aplicados con fuerza, con entusiasmo, pero sin enojo. Sabía que él disfrutaba de la vista de mi culo que por el ardor y el calor de las palmadas, lo suponía más y más rojo cada vez. Sentía un intenso escozor como la picadura de veinte escorpiones a la vez.
De repente la mano se detuvo, me ayudó a incorporarme, cosa que me extrañó. Amadeo también se puso de pie y… tomando mi rostro entre sus manos me besó con toda la pasión a lo que yo correspondí con los ojos cerrados, porque quería concentrarme en aquel beso tan especial.
 
Desanudó la bata, la abrió haciéndola deslizarse por mi cuerpo hasta caer al piso para dejarme completamente desnuda. Abandonó mi boca por un instante mientras yo permanecía con los ojos cerrados, esperando nuevamente sus besos. ¡Ja! Ilusa de mí. No sé cómo lo logró, pero antes de que me diera cuenta estaba otra vez sobre sus rodillas y sentí de forma inesperada el inconfundible golpe del cepillo.
 
-Estos azotes son… ¡plas! por tu demora en el aeropuerto… ¡plas, plas, plasss! por haberme hecho esperar… ¡plass! más de una hora…. ¡plass, plas! por protestar y por ¡plass, plas, plas!... haberme hecho llegar tarde a la reunión –y con cada frase me asestaba una cantidad de cepillazos que me hacían corcovear y patalear con ganas.
 
No sé cuántos cepillazos recibí, pero una vez de pie al llevar enseguida las manos a mis nalgas sentí que ¡hervían de calientes! Las acaricié, masajeándolas, frotándolas, en vano continuaban rojas, picaban y escocían de lo lindo.
 
Amadeo me miraba con el cepillo en la mano sonriendo divertido, sentado en el borde de la cama. Lo miré con bronca mientras saltaba tomando mis nalgas con las dos manos.
 
En ese momento por la ventana ví caer copos de nieve. Nevaba en París y yo estaba ahí, desnuda, recién nalgueada por el hombre que amaba, mientras las luces afuera titilaban, haciéndome guiños cómplices. Vino de golpe a mi memoria ese tango tan bonito, “Anclao en París”. Me puse a tararear:
 
“…Contemplo la nieve que cae blandamente
desde mi ventana que da al bulevar.
Las luces rojizas con tonos murientes,
parecen pupilas de extraño mirar…”
 
Amadeo se levantó, tomó mis manos, las colocó alrededor de su cuello. Se inclinó levemente y comenzó a besarme de forma muy suave y dulce, mientras me conducía a la cama. Las luces de la habitación estaban encendidas.
 
-¿Dejarás las luces así? –le pregunté tímidamente.
 
-¡Por supuesto! ¿O es que querés hacer el amor a oscuras precisamente en La Ciudad Luz? –respondió con una sonrisa, volviéndome a besar mientras sus manos comenzaban a recorrer mi cuerpo...

 

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