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Relatos de azotes

Leila llevó a Bijou a montar a caballo al Bois.

Autora: Anaïs Nin

Editor: Fer

Leila, montando, estaba muy hermosa; esbelta, masculina y arrogante. Bijou era más exuberante, pero también más torpe. Cabalgar en el Bois era una experiencia maravillosa. Se cruzaban con personas elegantes y luego avanzaban por largas extensiones de senderos aisla­dos y arbolados. De vez en cuando, encontraban un café, donde se podía descansar y comer.

Era primavera. Bijou había tomado unas cuantas lecciones de montar y era la primera vez que salía por su cuenta. Cabalgaban despacio, conversando. De repente, Leila se lanzó al galope y Bijou la siguió. AI cabo de un rato moderaron la marcha. Sus rostros estaban arrebolados.Bijou sentía una agradable irritación entre las piernas y calor en las nalgas. Se preguntó si Leila sentiría lo mismo. Tras otra media hora de cabalgar, su excitación creció. Sus ojos estaban brillantes y sus labios húmedos. Leila la miró admirada.

–Te sienta bien montar –observó.

Su mano sostenía la fusta con seguridad regia. Sus guantes se ajustaban a la perfección a sus largos dedos. Llevaba una camisa de hombre y gemelos. Su traje de montar realzaba la elegancia de su talle, de su busto y de sus caderas. Bijou llenaba su atuendo de manera más exuberante: sus senos eran prominentes y apuntaban hacia arriba de manera provocativa. Su cabello flotaba al viento.

Pero ¡oh, qué calor recorría sus nalgas y su en­trepierna! Se sentía como si una experimentada ma­sajista le hubiera dado friegas de alcohol o de vino. Cada vez que se alzaba y volvía a caer en la silla notaba un delicioso hormigueo. A Leila le gustaba cabalgar tras ella y observar su figura moviéndose sobre el caballo. Carente de un estremecimiento pro­fundo, Bijou se inclinaba en la silla hacia adelante y mostraba las nalgas, redondas y prietas en sus pantalones de montar, así como sus elegantes pier­nas. Los caballos se acaloraron y empezaron a espumear. Un fuerte olor se desprendía de ellos y se filtraba en la ropa de ambas mujeres. El cuerpo de Leila, que sostenía nerviosamente la fusta, parecía ganar en ligereza. Volvieron a galopar, ahora una al lado de la otra, con las bocas entreabiertas y el viento contra sus rostros. Mientras sus piernas se aferraban a los flancos del caballo, Bijou rememoraba cómo había cabalgado cierta vez sobre el estómago del vasco. Luego se había puesto de pie sobre su pecho, ofreciendo los genitales a su mirada. El la había mantenido en esta postura para recrear sus ojos. En otra ocasión, él se había puesto a cuatro patas en el suelo y ella había cabalgado sobre su espalda, tratando de hacerle daño en los costados con la presión de sus rodillas. Riendo nerviosamente, el vasco le daba ánimos. Sus rodillas eran tan fuertes como las de un hombre montando un caballo, y el vasco había experimentado una excitación tal, que anduvo a gatas alrededor de la habitación, con el pene erecto.

De vez en cuando, el caballo de Leila levantaba la cola en la velocidad del galope y la sacudía vigorosamente, exponiendo al sol las lustrosas crines. Cuando llegaron a donde el bosque era más espeso, las mujeres se detuvieron y desmontaron. Condujeron sus caballos a un rincón musgoso y se sentaron a descansar. Fumaron. Leila conservaba su fusta en la mano.

–Me arden las nalgas de tanto cabalgar –se la­mentó Bijou.

–Déjame ver –le pidió Leila–. Para ser la primera vez no tendríamos que haber cabalgado tanto. A ver qué te pasa.

Bijou se desabrochó lentamente el cinturón, se abrió los pantalones y se los bajó un poco, volviéndose para que Leila pudiera ver. Leila la hizo tenderse sobre sus rodillas y repitió:

–Déjame ver.

Acabó de bajarle los pantalones y descubrió com­pletamente las nalgas.

– ¿Duelen? –preguntó al tiempo que tocaba.

–No, sólo me arden como si me las hubieran tostado.Leila las acariciaba.

– ¡Pobrecilla! –se compadeció–. ¿Te duele aquí?

Su mano penetró más hondo en los pantalones, más hondo entre las piernas.

–Me siento arder ahí.

–Quítate los pantalones y así estarás más fresca –dijo Leila, bajándoselos un poco más y manteniendo a Bijou sobre sus rodillas, expuesta al aire.- Qué hermoso cutis tienes, Bijou. Refleja la luz y brilla. Deja que el aire te refresque.

Continuó acariciando la piel de la entrepierna de Bijou como si fuera un gatito. Siempre que los pantalones amenazaban con volver a cubrir todo aquello, los apartaba de su camino.

–Continúa ardiendo –dijo Bijou sin moverse.

–Si no se te pasa habrá que probar algo más.

–Hazme lo que quieras.Leila levantó la fusta y la dejó caer, al principio sin demasiada fuerza.

–Eso aún me irrita más.

–Quiero que te calientes aún más, Bijou; te quiero caliente ahí abajo, todo lo caliente que puedas aguantar.

Bijou no se movió. Leila utilizó de nuevo la fusta, dejando esta vez una marca roja.

–Demasiado caliente, Leila.

–Quiero que ardas ahí abajo, hasta que ya no sea posible más calor, hasta que no puedas aguantar más. Entonces, te besaré.

Golpeó de nuevo y Bijou continuó inmóvil. Golpeó un poco más fuerte.

–Ya está lo bastante caliente, Leila –dijo Bijou; bésalo.

Leila se inclinó sobre ella y estampó un prolongado beso donde las nalgas forman el valle que se abre hacia las partes sexuales. Luego volvió a golpearla una y otra vez. Bijou contraía las nalgas como si le dolieran, pero en realidad experimentaba un ardiente placer.

–Pega fuerte –pidió a Leila.Leila obedeció y luego dijo:–¿Quieres hacérmelo tú a mí?

–Sí –accedió Bijou, poniéndose en pie, pero sin subirse los pantalones.Se sentó en el frío musgo, tumbó a Leila sobre sus rodillas, le desabrochó los pantalones y empezó a fustigarla, suavemente al principio, y luego más fuerte, hasta que Leila empezó a contraerse y expandirse a cada golpe. Sus nalgas estaban ahora enrojecidas y ardiendo.

–Quitémonos la ropa y cabalguemos juntas –propuso Leila.

Se despojaron, pues, de sus vestidos y montaron ambas en un solo caballo. La silla estaba caliente. Se apretaron una contra otra. Leila, detrás, puso sus manos en los senos de Bijou y la besó en un hombro. Cabalgaron un breve trecho en esta postura, y cada movimiento del caballo hacía que la silla se restregara contra los genitales. Leila mordía el hombro de Bijou y ésta se volvía de vez en cuando y mordía a su vez un pezón de Leila. Regresaron a su lecho de musgo y se vistieron.

Antes de que Bijou se abrochara los pantalones, Leila le besó el clítoris; pero lo que Bijou sentía eran sus nalgas ardientes y rogó a Leila que pusiera fin a su irritación. Leila se las acarició y volvió a utilizar la fusta, con más y más fuerza, mientras Bijou se contraía bajo los golpes. Leila separó las nalgas con una mano para que la fusta cayera entre ellas, en la abertura más sensible, y Bijou gritó. Leila la golpeó una y otra vez, hasta que Bijou se convulsionó.

Luego Bijou se volvió y golpeó con fuerza a Leila, furiosa como estaba porque su excitación no había sido aún satisfecha, porque seguía ardorosa e incapaz de poner fin a esa sensación. Cada vez que golpeaba sentía una palpitación entre las piernas, como si estuviera tomando a Leila, penetrándola. Una vez se hubieron fustigado ambas hasta quedar enrojecidas y furiosas, cayeron la una sobre la otra con manos y lenguas hasta que alcanzaron, radiantes, el placer.

Comentarios del Editor: Este es un maravilloso pasaje del Delta de Venus, escrito por la polifacética Anaïs Nin posiblemente por encargo, en donde se produce una de las mejores escenas de spanking entre mujeres jamás narrada. Espero que disfrutes de este pasaje tanto o más de lo que gozo yo mismo, cada vez que vuelvo a releerlo.

 

2 comentarios

rila789 -

una exelente histria. cuentame mas aunque me gustan mas prendidas

Eduardo -

Muy, muy bueno delicioso en verdad,felicidades Anais, los relatos f/f o F/f son los mejores sin ninguna duda, t animo a seguir con este dulce arte, y si siguen los juegos florales en ese traseo azotado y desnudo, mucho mejor. Besos, muchos besos para ti.