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Relatos de azotes

El don (quinta parte)

Por: Amadeo Pellegrini

El subconsciente demostró una vez más ser mi más eficiente colaborador, mientras yo dormía arropado con un par de whiskies encima, una parte de mi cerebro continuó trabajando.

Desperté con el problema resuelto. Lo único que debía hacer era contratar una investigación por medio de una agencia de detectives. De modo que me desayuné con las páginas amarillas al lado. Nunca me imaginé que existieran tantas empresas agrupadas en el rubro “Investigaciones”.

Resolví que decidiera el azar, aunque después la elección recayó en una que escogí por dos razones, porque me atrajo la expresión: “Informes Confidenciales” y por su proximidad con Tribunales, que me llevó a pensar que compartirían clientes con muchos abogados y éstos se supone que saben a quienes contratan.

Concerté la entrevista por teléfono tal como indicaba el aviso y de acuerdo a lo convenido a las 11 horas me presenté en la oficina donde me atendió una señorita peinada, arreglada y vestida con discreción, quien haciendo honor a su aspecto sin preámbulos me invitó a sentarme tendiéndome un papel para que lo leyera.

Se trataba de un instructivo claro, conciso y concluyente donde se enunciaban las tareas que cumplía la empresa, las condiciones generales y particulares de cada una, también mis obligaciones en caso de contratar alguno de los servicios. Obligaciones que iban más allá del compromiso de pago de los honorarios sino que además debía mantener la confidencialidad de la fuente y no emplear la información para perjudicar a terceros más otros ítems parecidos.

Lo leí y se lo devolví.

Sin dedicarme la menor sonrisa me preguntó si había entendido el texto que acababa de leer o, en caso contrario, que le preguntara a ella lo que no había comprendido.

Respondí que lo había entendido todo perfectamente. Entonces me pidió que le dijera qué clase de servicios iba a contratar.

–Información confidencial sobre una persona. Dije.

Me adelantó el costo de los honorarios y la forma de pago, cuando lo acepté me extendió dos formularios impresos, solicitándome que los rellenara con letra de imprenta.  El primero era un interrogatorio detallado sobre mis datos personales. Los completé bajo la impresión de ser yo el investigado.

 Ese lugar no tenía ningún parecido con las imágenes de las oficinas de  detectives que muestran el cine y la televisión, mucho menos con las que describen las novelas policiales, era un austero despacho gris de paredes desnudas amueblado con un moderno escritorio  en L que tenía una computadora de última generación equipada con todos los accesorios en uno de los lados y  en el frente  solamente una lámpara y el cartelito de prohibido fumar.

 Para terminar de completar el segundo formulario tuve que pedirle algunas aclaraciones.

-Tache la parte de los informes comerciales y bancarios ya que no le interesan. Me dijo.

Cuando se lo tendí después de leerlo detenidamente me lo devolvió diciendo:

-Fírmelo, por favor.

Así hice y volví a entregárselo, junto con la tarjeta de crédito como me había pedido.

-Se incluye un adicional por las fotografías, me advirtió. El casillero correspondiente yo lo había marcado con una cruz.  Asentí con la cabeza.

Pasó la tarjeta por la máquina, emitió los cupones que firmé. Y mientras lo hacía me dijo que el informe lo tendría en mi poder aproximadamente en una semana y me llegaría en un CD por intermedio de un correo privado.

Así terminó la entrevista. Guardé la tarjeta de crédito y la copia del contrato firmado por ella cuyo sello me permitió saber que María Esther era su nombre y que tenía el carácter de “firma autorizada”.

Bajé a la calle sin saber a quién había contratado para que se ocupara de la investigación sobre Gabriela Estévez, si a Mike Hammer, Sherlock Holmes, Hércules Poirot o  Philip Marlowe.

Esperar una semana no resultaría fácil para mi. Creo que en el ascensor me arrepentí de haber confiado en los servicios de esa empresa, yo esperaba que mi don perceptivo me ayudara, pero no pude advertir nada en la mente de mi interlocutora que me alertara sobre la búsqueda, si resultaría sencilla o complicada, si daría o no resultados. Nada de nada. En ese momento pensé que mis facultades se habían desvanecido.

No tenía nada más que hacer esa mañana, como estaba en la zona de Tribunales decidí pasar por el estudio de un viejo compañero de colegio, de modo que doblé en Uruguay, crucé Lavalle y entré en el viejo edificio de oficinas donde los Elizondo y Asociados tenían el cuartel general fundado en los años cuarenta por el viejo Rafael y que a la fecha continuaban sus dos hijos, un yerno y un par de abogados jovencitos.

Entré a esas viejas oficinas con olor a madera, cuero y papel viejo, pedí a la recepcionista que me anunciara y, sin aguardar invitación, ocupé uno de los vetustos sillones donde depositaron los traseros y sus problemas varias generaciones de compatriotas.

Arturo no me hizo esperar demasiado. Campechano como siempre desde la puerta de su escritorio me llamó con su vozarrón, el mismo que emplea para impresionar a sus clientes.

-¡Bienvenido “¡Maestro insigne”! ¡Adelante! – Exclamó endosándome como de costumbre algún título absurdo, en otras oportunidades me había llamado: “Profesor Emérito”  “Señor Vizconde” y también “Embajador”. Mientras nos estrechábamos en un abrazo, por encima de mi hombro ordenó a la recepcionista que trajera café.

Después de los inevitables comentarios acerca de amigos e intereses comunes, de intercambiar chismes y evocar episodios más o menos decentes, le comenté, -lo que podía decirle modificando sustancialmente los pormenores-, que había contratado una agencia de investigaciones para pedir informes confidenciales sobre una dama y quería saber si él tenía referencias acerca de esa empresa y de su solvencia profesional.

Debí suponer que ese veterano rugbier iba a tomarlo un poco a la chacota.

-Así que estás por casarte y querés asegurarte que la ninfa es virgen todavía y que no habrá un horizonte de cuernos en tu futuro… ¿No es así, mala persona?

-Bueno algo así. –Respondí, siguiéndole la corriente. –Ya te va a llegar la participación de la boda… Pero ahora, Pachacho, (ese era el apodo que tenía en la escuela, lo conocíamos unos pocos y yo sabía que le fastidiaba que se lo recordáramos), contestame la pregunta. ¿Los conocés, qué referencias me podés dar?

-Mirá Aprendiz de Brujo, los conozco, son serios, trabajan bien y cobran mejor, por ese lado no tengo nada que decir. ¿Qué te hace sospechar de ellos? Porque como vos sos nigromante algún recelo tenés o los astros te mandaron algún aviso…

Entonces le respondí que no tenía nada, le describí cómo me había atendido la tal María Esther, que resultaba llamativo las pocas preguntas que me había hecho, que no me había presentado a ninguno de los investigadores y todas esas cosas que se suponen forman parte del oficio detectivesco.

La carcajada que soltó sacudió los anaqueles llenos de libros y expedientes.

-Pero, ¿en qué siglo vivís Piñuflo?  (él también recordaba mi mote colegial). Lo que pasa que vos ves muchas películas policiales, te informo que estamos en la era cibernética, de la informática, la robótica e internet…

-Si… claro, pero… Yo ni siquiera dí el número de documento ni el domicilio de la persona… porque los ignoro.

Le brotó una nueva carcajada antes de responderme, esta vez con seriedad.

-Ni falta hace que le dieras esos datos, a ellos sólo les llevará unos minutos conseguirlos, tienen todos los padrones electorales del país en CD los colocan en la computadora tipian el nombre en el buscador y en instantes aparece la información en pantalla, además cuentan con conexiones en el Registro Nacional de las Personas y una búsqueda que a cualquiera le llevaría varios días los contactos que ellos tienen ahí adentro se los pasan en media hora. ¿Entendés? Después todo es rutina, una vez que conocen el domicilio, chequean la información con la seccional o comisaría de policía del lugar, porque muchos policías hacen trabajitos extras para ellos, rascan algún dato de allí y hoy con la moda de los curriculums vitae el historial de su vida se los proporciona la misma persona investigada; el resto para ellos es pan comido una recorrida profesional, cinco o seis testimonios de vecinos chismosos, unas fotitos tomadas de sopetón con una camarita digital y ya tienen reunido todo el material para tu informe. Si hay que agregar el perfil patrimonial, financiero, crediticio o de otro tipo van a las bases de datos respectivas. En el mundo que vivimos el único secreto que perdura es que ya no existen secretos para nadie que posea el know how  para descubrirlos. Remachó.

Quedé perplejo, yo que me creía todo un detective porque en una esforzada búsqueda de tres días había conseguido reunir tres datos, la síntesis que hizo Arturo me apabulló.

Con más tranquilidad y un tanto aliviado me despedí de mi amigo, percibiendo al mismo tiempo una incómoda sensación de vértigo ante lo profundo y oscuro que resulta el vasto océano de mi ignorancia…

Mientras almorzaba  reflexioné en cuánta razón tenía Arturo. Si unos pendejos de la secundaria llamados Hawkers  o piratas informáticos, jugando con sus PC habían conseguido penetrar en las supercomputadoras del Pentágono en los Estados Unidos y funcionarios fiscales de Francia sentados cómodamente a unos kilómetros de la frontera, escudriñaban las cuentas cifradas de los Bancos de sus vecinos suizos, mientras los satélites revolotean continuamente el planeta fotografiándolo palmo a palmo y enviando imágenes que permiten distinguir una pelotita de golf en una cancha de fútbol ¿Qué secreto entonces puede permanecer resguardado por mucho tiempo?...

Antes de completar la tierra su séptima rotación desde el momento que encargué la pesquisa sobre Gabriela Estévez tenía en mis manos un sobre encerrado en una cobertura de plástico termosellado, sin membrete ni datos del remitente.

Con mano temblorosa valiéndome de un cuchillo rompí la cubierta, corté el papel y extraje el CD que venía acompañado por un papelito con el siguiente texto: Por cualquier reclamo o consulta sírvase referenciar Expediente: RB050141.

Me precipité a la computadora, inserté el disquito dorado en la ranura correspondiente, abrí el programa y en la pantalla aparecieron tres carpetas cuyos títulos eran: Datos Personales –Informes Complementarios -Fotografías Actuales.

Abrí la primera carpeta y leí: ESTÉVEZ, Gabriela Haydée nacida en La Plata el 10 de agosto de1971 Documento Nacional de Identidad Nº…   continuaban todos los demás datos filiatorios y en el renglón del estado civil figuraba Divorciada de…

Devoré más que leí toda la información contenida en la pantalla. Comprobé que su domicilio actual era calle Erézcano Nº… de Adrogué, Partido de Almirante Brown, Provincia de Buenos Aires. La última línea consignaba la dirección de correo electrónico.

Salté la segunda carpeta pues ya tendría ocasión de leerla detenidamente más adelante y abrí la de las fotografías. Contenía ocho fotografías a color tomadas en distintas oportunidades y seguramente con cámara digital con la fecha de cada toma sobreimpresa en la misma.

¡Era Ella! El mismo rostro que once días atrás había aparecido en la pantalla de mi mente y que desde entonces permanecía impreso en mi memoria.

No tengo idea cuánto tiempo pasé subyugado frente a la computadora pasándolas una a una, repasándolas, volviéndolas a pasar, acercándolas y alejándolas… 

Me faltaba dar el paso decisivo: contactar con Gabriela.

(Concluirá)

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