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Relatos de azotes

Memorias de un spankee

Autor: Cars

Hoy,  la noche parece más solitaria que de costumbre. Estas calles antaño recorridas con avidez por encontrarme con su mirada, se me antojan tan desiertas y desoladas como mi propia alma. Miro adelante, a un punto inconcreto entre las sombras de una ciudad ya callada y en calma, como si al hacerlo, en medio de esas sombras pudiera verla de nuevo. ¡Pero no! no es posible ya que está lejos. A una distancia insalvable  para mí, ya que es la que marca el tiempo y no el espacio. Es una distancia emocional más que carnal. Atrás queda lo vivido, el mundo de sensaciones que abrió ante mí. Ese sabor agridulce que tiene la entrega.  

Aun me parece que puedo oler su perfume. Sentir la suavidad de su piel, y sentir los latidos de su corazón. Aquel otoño… ¡Cómo recuerdo aquel aroma a humedad y frescor! Estaba radiante, en medio de una multitud que no podía eclipsar su donaire y su alegría. Nos miramos un instante pero fue como si el tiempo se detuviera para reiniciarse en un mundo distinto. Desde el comienzo marcó con firmeza la senda, y yo una vez me hube perdido en su mirada no pude por más que seguir por ella sin saber que al final ansiaría lo que me imponía como ansiamos el aire para respirar.  

Desde que entré en el local no pude separar los ojos de ella. Una cascada rojiza de pelo ondulante caía por una espalda tersa y morena, se movía al son de una música que no cesaba. Yo me ruboricé cuando nuestras miradas se cruzaron. Ella sonrió y yo baje la vista como haría un colegial sorprendido en alguna travesura. Cuando la miré de nuevo, ella me dedicó una sonrisa. Tras varios minutos de miradas,  se acercó a mí.  

-¿Cómo te llamas? -me preguntó acercándose a mi oído para que la música no ahogara sus palabras. 

No daba crédito a lo que pasaba, por lo que tardé unos segundos en contestar. Ella me miraba a la espera de esa respuesta que yo no era capaz de articular. 

-¿No me has oído, o es que te gusta que te repitan las cosas? 

-¡No, no lo siento! –me apresuré a decir saliendo de ni embobamiento- ¡Discúlpame por favor! Me llamó Andy.

 -Y dime Andy. –hizo una leve pausa para mirarme- ¿Porqué no has parado de mirarme? 

-¡Yo…! –no podía creer lo directa que era aquella desconocida que conseguía turbarme de aquella manera. El suelo pareció temblar a mis pies- No quería molestarte, solo que me pareces muy guapa y…  

-¿Y? 

-¡Lo siento tengo que irme! –me levanté. Mi cuerpo temblaba por el nerviosismo. Y ella parecía disfrutar con ello. .

-¡A mi también me pareces muy interesante! –me dijo reteniéndome levemente del brazo y hablándome al oído- Es una pena que te vayas, pensaba pedirte que me acompañaras al coche, y así podíamos charlar sin tanto ruido.  

No entiendo muy bien lo que sucedió, lo cierto es que en pocos minutos me ví andando por estas calles hoy grises y solitarias con ella. Durante el camino me estuvo recriminando medio en broma medio enserio mi actitud al mirarla tanto y no contestarle al momento. No le di mucha importancia al menos hasta llegar junto al coche. 

-¡Gracias! –me dijo tendiéndome la mano- Ha sido un paseo muy agradable, pero todo llega a su fin. 

-Para mí también lo ha sido.   Le respondí al tiempo que apretaba levemente su mano, y sentía su tacto y su calor. Alcé la mirada reteniendo su mano, y me perdí en aquella mirada coralina. Fue ahí, en ese instante, cuando supe que estaba prisionero de su voluntad.  

-¡Andy! Me gustaría invitarte a mi casa a tomar una copa. –me dijo con seguridad- ¿Te apetece? 

-¡Mucho! 

-No sé, creo que no es buena idea. –eijo separándose bruscamente y abriendo la puerta del coche. 

-¿Por qué no es buena idea? 

-Eres un buen chico. Pero… 

-Te prometo que seré un caballero. 

Ella sonrío, su rostro irradiaba seguridad y alegría. Tras unos segundos, aquella sonrisa se borró y su tono cambio radicalmente. 

-¡Está bien, sube al coche! ¡Ya veremos! 

Durante el camino nos enfrascamos en una conversación de lo más intrascendente. Tras unos minutos llegamos a un chalecito con setos y un portón de hierro, que se abrió al aproximarnos.  El salón estaba decorado con un gusto exquisito. Ella se acercó a una mini cadena y puso un CD de música romántica. 

-Voy a cambiarme –dijo mientras salía del salón- Prepara unas copas. Para mí, un martini con tres hilos y una aceituna.  

Yo me apresuré a servirlas. Cuando regreso yo ya la esperaba con las copas en la mano. Ella se había quitado la ropa y vestía una camiseta que le llegaba a los muslos, y unas zapatillas. No sé porque me fije en ellas, pero lo hice. Ella se acercó y cogió el martini.  

-Ponte cómodo, sácate la chaqueta, o… es que ya te vas. 

-¡Claro! –cuando colgué la chaqueta en el perchero, note que algo pasaba, me giré ella estaba casi sentada en la mesa del comedor mirando su copa. 

-¡Andy! Te dije en el bar que no me gusta repetir las cosas.

-¿Qué? -¡Tres hielos! sonó en mi mente, y yo solo le puse uno. La verdad es que no me pareció tan importante como me lo parecía ahora- ¡Ah! Disculpa, déjame la copa ahora te pongo dos más. 

-¡No importa! Ven. -me dijo mientras se sentaba en la mesa y me extendía los brazos.  

Yo me acerqué y me puse entre sus piernas. Ella me besó ligeramente en los labios.  -¿Qué vamos ha hacer para que me entiendas a la primera? -Nos volvimos a besar 

-Dame tiempo… -le susurré mientras le besaba el cuello.

Sentí su mano en mi espalda, y un segundo después, aquel primer azote sobre los pantalones. Fue lo bastante fuerte como para que llamara mi atención. La miré con una sonrisa en los labios. Ella me besó. Y nuevamente su mano golpeó mi trasero.  

-¡Creo que necesitas un incentivo para que prestes más atención!- Su mano me golpeo varias veces seguidas. Ya comenzaba a sentir un picor que me hizo alejar  de ella. 

-¿Qué haces? –le pregunté frotándome la zona golpeada. 

-Creo que esta bastante claro… –me dijo sin apenas inmutarse.- Necesitas un poco de disciplina. ¿Quieres venir aquí antes de que me enfade?  

-¡Quiero aclarar algo antes de….!             

-¡No hay nada que aclarar! Ven aquí o vete. ¡Ahora! 

Su tono era implacable y no daba lugar a replica. Movido por un extraño impulso, me acerqué. Ella dejó ver una sonrisa, me rodeó con sus brazos, y me habló al oído. 

-¡Me has hecho enfadar!, y ahora tengo que castigarte. Espero que no me enfades más de lo que estoy. 

La miré. Ella me beso fugazmente en los labios, antes de hacer que me inclinara un poco. Su mano acarició mi trasero unos instantes, para comenzar luego a azotarlo con dureza. Su mano caía una y otra vez sobre mis nalgas. Eran azotes enérgicos. Tras unos cinco o diez minutos, permitió que me incorporara un poco, después sus manos hábilmente me desabrocharon los pantalones y me bajaron los slips. Fue en ese momento cuando reparé en lo excitado que estaba pese al dolor que sentía. Ella contempló por unos instantes el color rojizo que comenzaba a tener mi trasero, antes de continuar con la azotaina, pero esta vez sin ropa que se interpusiera entre su mano y mi piel.  

Los azotes se sucedían, mientras ella se dedicaba a aleccionarme sobre mi comportamiento. Una y otra vez su mano golpeaba mis nalgas, y el dolor era tan intenso que por momentos consiguió que las lágrimas afloraran a mis ojos. Tras un tiempo que no soy capaz de precisar se detuvo. Acaricio la zona golpeada, y me abrazó con cierta ternura. Yo la besé. Ella se levantó y tiró de mí conduciéndome hasta el dormitorio. Por el camino dejé los pantalones, manteniendo sólo la camisa. Durante esos minutos ninguno articuló ni una palabra. Nuestros cuerpos latían y se comunicaban sin necesidad de hablar. Ella se sentó en la cama. Y tiró de mí hasta que quedé de rodillas entre sus piernas. Busqué su boca pero rehusó. Yo besé sus manos, sus brazos, sus muslos, ella levantó mi cabeza, y me miró a los ojos. 

-¿Me has pedido permiso para besarme? –me preguntó en un susurro. 

-¡No! 

 -¡Ya! Tendré que explicártelo de una forma que lo entiendas.  

Ella bajó la mano y se descalzo cogiendo una zapatilla, después me indicó que me tumbara sobre su regazo. Pese a mis protestas, me acomodó a su gusto, y comenzó una azotaina larga y pausada. Sin prisas pero sin escatimar fuerzas. La zapatilla golpeaba una y otra vez mis nalgas en medios de sus reproches y sus regaños. Bastaron unos pocos azotes con la zapatilla, para que rompiera a llorar como un colegial. Yo, pese al dolor me entregué a su voluntad, y sentí como aquella paliza pese a doler como dolía también me excitaba sobremanera. Tras una veintena de zapatillazos especialmente fuertes, dio por terminado el castigo. Mi trasero para entonces ardía y dolía horrores. Ella se levantó, y con delicadeza extendió una crema por él. Sus manos recorrieron mi cuerpo y nos amamos como nunca antes lo había hecho. Al terminar nos abrazamos. 

-¿Cómo te llamas? 

-¡Para ti! MI AMA….

 

4 comentarios

fer439 -

JEJEJE ME GUSTARIA TENER LAS NALGAS DE MI CUÑADO
PICARA TE GUSTA NALGUEAR A LOS HOMBRES HASTA HACERLOS LLORAR

Amiga -

Me encanto tu relato, así me gustaría tener las nalgas de mi cuñado,

Laurent -

Me podran pasar los enlaces de las 6 partes de este relato

javi -

me encanta tu relato,yo tambien tengo pasion la zapatilla de mujer,mas que pasion diria fijacion,me encantaria hablar del tema con gente,me podeies escribir a wero23@ozu.es