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Relatos de azotes

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NUNCA LO HABÍA HECHO

Autora: Lely Spanker

 

Ayer me habló a casa el médico de la familia para avisarme que mi hijo, ya de 24 años, había ido a verlo por un malestar estomacal, que en realidad no era nada grave pero que le había recetado una medicación que él, conociendo a mi hijo, sabía que no iba a cumplir.

 

Rápido me contó por el teléfono qué era lo que le había recetado y además como su hijo y el mío eran amigos, sabía que a la noche había salido y tomado mucho alcohol, cosa que él le había pedido que no hiciera  por unos días para ayudar. Pero él como siempre, no había hecho caso.

 

Bastante molesta pensando que era grande ya, después de dar vueltas decidí ir a su departamento para ver cómo estaba y qué había hecho con lo dicho por su médico. Llamé y después de unos minutos me contestó, bajó y me abrió; yo entré y fui a su departamento que ya tenía la puerta abierta.

-Hola mamá ¿qué haces acá?-me dijo al saludarme.

-Nada, sólo vine para ver como estabas, me llamó el médico-le contesté.

-Para qué te llamó, qué pesado que es-

-Bueno, ya que estás tan superado-le dije- ¿por qué tomaste alcohol? ¿qué te dijo él?

-Má… ¡no seas exagerada! no tomé más que 3 cervezas

-Sólo 3 cervezas… Bien, y los remedios ¿te los pusiste?

-No má… ¿cómo me va a decir que me ponga un supositorio y una enema? ¿qué se piensa, que soy un nene?

-¡Ah, qué bien! Tomaste alcohol, no te pusiste la medicación… Y ¿cómo pensás curarte?

-Má… no me molestes. Estoy con mucho sueño y me duele el estómago…

 

Yo ya me había enojado más de lo que pensaba y esa última frase fue lo que me faltaba. Entonces caminando hacia su cama donde él iba a acostarse, me senté en la cama y le dije que iba a hacer algo que nunca había hecho, pero que realmente hoy no podía dejarlo pasar por más grande que estuviera. Estaba con un pijama y el calzoncillo. Se sacó el pijama y antes que se acostara lo tomé del brazo y lo puse sobre mis rodillas boca abajo .

 

-Hijo, ya sos grande ¡es una vergüenza! Como no te cuidás, ahora vas a recibir las nalgadas que nunca recibiste.

 

Él me miró asombrado y me dijo:

 

-Má… ¿que pensás hacer, estás loca?

 

Peor me puso esa contestación entonces empecé a pegarle en la cola primero sobre el calzoncillo: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…

-Pará mamá ¿estás loca? ¿qué estás haciendo? ¿te das cuenta lo que estás haciendo? 

 

Intentó levantarse y le dije:

 

-Mirá hijo… Hoy vas a aprender a ser un poco más responsable.

 

Y en ese momento le bajé el calzoncillo.

 

-¿Qué hacés mamá?

-Ahora vas a ver qué hago…

 

Ahí comencé a pegarle en la cola desnuda. Estaba totalmente avergonzado y primero me decía: “terminá mamá, dejate de pavadas”. Pero como yo no paraba, por el contrario, le pegaba más fuerte. Le di 20 palmadas en cada cachete, ya tenía la cola totalmente roja y la protesta comenzó a transformarse en una súplica y casi llanto.

-Basta mamá. ¡Está bien, tenés razón!

 

Pero mientras le iba pegando, le decía: “Sos un grandulón irresponsable, no sabés cuidarte, y como actúas como un nene te voy a tratar como tal”. Y así seguí golpeando hasta que mis manos y sus ojos no aguantaban más. Al dejar de pegarle tenía sus cachetes totalmente rojos e hirviendo; sin dejar que se levante le dije:

 

-Te voy a tomar la temperatura como a los niños: en la cola.

-Basta mamá ya te entendí. No me avergüences más…

-¡Nada! No me importa tu vergüenza.

 

Así que saqué el termómetro de la mesa, lo unté en vaselina, le abrí las nalgas y le metí el termómetro, siempre escuchando el “no mami, basta, perdoná”. Pero yo no le dije nada y le di otra palmada en la cola. “¡Quedate quieto!”. Así que se quedó tumbado y rendido hasta que le saqué el termómetro: no tenía fiebre. Se iba a levantar y lo empujé sobre mis piernas

 -No te muevas de acá. Decime: el supositorio no te lo pusiste, ¿no?

-No má, no me lo puse…

-Bien, ahora te lo pongo yo.

 

Le abrí los cachetes de nuevo, saqué el supositorio del envoltorio y aunque escuchaba sus protestas y pedidos le puse el supositorio y lo empujé con el dedo bien adentro. Luego, vi que se salía de su cola por la fuerza que hacía para que no se lo pusiera. Inmediatamente se lo saqué y le di 10 palmadas más en la cola, y le dije: “dejá que te ponga el supositorio porque va a ser peor para vos” Saque otro supositorio de su envoltorio y le abrí los cachetes. Le quise poner el segundo: hizo la misma fuerza que antes, se le salió. Le di otras 20 palmadas más y saqué otro. Se lo puse. Esta vez entró bien porque no hizo más fuerza; al entrar le apreté los cachetes para que no se salga. Luego volví a abrirlos y ya había desaparecido el supositorio.

 

-Ahora -le dije- te levantás y te quedás con la ropa baja en ese rincón, y mejor que no te muevas.

-Sí má ¡seguro! –en ese momento sonaron dos golpes más en la cola. Él se pasó la mano por los cachetes y “¡ayyyy!”. Me miró y decidió quedarse parado en el rincón como le había dicho. Mientras, fui a preparar el agua para la enema que le había indicado el médico. A los cinco minutos regreso con el irrigador lleno de agua y la cánula.

 

-No mamá, eso sí que no. No pienso dejar que me hagas esa enema – me dijo .Yo acomodé todo sobre la mesa y le dije:

-Hoy no vas a tener derecho a nada, sólo cumplir con las órdenes del médico y mías –

-No, no mamá… Eso sí que no-

 

Lo tomé otra vez del brazo lo atraje hacia la cama, me senté en ella y lo volví a voltear sobre mis piernas.

 

-Hoy no podes decir que no a nada , así que será mejor que te calles-.

-No mamá… eso si que no.

 

Levanté un poco una pierna para que su cola quedara bien expuesta nuevamente, tomé una zapatilla que había en el piso y le di 15 zapatillazos en las nalgas golpeándolas cada vez más fuerte .

 

-¡No mama, otra vez no! ya me pegaste suficiente… aaayyyyyyy, aaayyyyyyy, aaayyyyyy… Ya mamita ¡por favor.!

-Yo te dije hoy ibas a recibir lo que nunca habías recibido. Seguís protestando y no puede ser.

 

Seguí bajando golpes: veinte, treinta más de cada cachete. Con cada golpe le repetía: “vas a obedecer al médico, vas a obedecer sus órdenes, recibirás las medicinas que te indique”. Ya en la mitad de los golpes no pudo más y empezó a lagrimear. Me decía: “está bien mamá, perdón… No voy a volver a desobedecer al médico, por favor, basta…”

 

Al llegar a las sesenta nalgadas y con la cola dolorida le dije que se pusiera de rodillas en la cama y la cara sobre el colchón. Por supuesto empezó a protestar, pero le dije que si no obedecía iba a conocer el cepillo. Finalmente accedió con mucho miedo y vergüenza. Le puse vaselina en el ano y en la cánula, así la apoye en el ano y comencé a introducirla con las protestas y quejas por lo que estaba pasando. Una vez que entró bien la cánula, abrí la canillita y comenzó a entrarle el agua. Siguieron los “¡ay mamá, me duele la cola… me duele la panza… no aguanto mami…”

 

-Tenés que aguantar el agua, no seas exagerado- Le movía la cánula y se quejaba, hasta que pasó toda el agua.

-Ahora acostate un poco de costado en la cama, hijo -le dije. Así lo hizo pero emitiendo pequeños quejidos tal como si fuera un chico, me acerqué le acaricié la cabeza y le dije que ya podía ir al baño. Así lo hizo. Se higienizó y después volvió a la habitación y se recostó en la cama.

 

-Mamá ¡cómo me diste hoy! Nunca me habías pegado así. ¡Me dolió! -y se masajeaba las nalgas.

-Pero ese todavía no era el castigo -le dije- era sólo el cumplir con las órdenes del médico.

 

Ahora iba a recibir el castigo que merecía: asi que lo volví a poner sobre mis faldas, tomé el cepillo del pelo, le di treinta cepillazos y lo mandé a bañar. Iba a cerrar la puerta pero yo no lo dejé; le dije que empezara a bañarse. Todo avergonzado comenzó a bañarse y como le dolía la cola, no se refregaba bien. Entonces me acerqué a él, lo incliné en la bañera con la cola debajo del agua, le limpié bien la cola abriéndole los cachetes y mirando que quede bien limpio. Cuando terminó empezó a secarse, y yo terminé de secarle la cola. Al rato le empezó a doler la cabeza, así que le volví a tomar la fiebre y esta vez tenía fiebre de nuevo. Llamé al médico y me dijo que le aplicara una inyección que me había indicado y que yo había llevado por las dudas.

 

Él seguía acostado porque después del baño y el termómetro lo hice acostar. Preparé una inyección y fui a su pieza. Lo hice ponerse boca abajo, le empecé a pasar el algodón con el alcohol y ahí reaccionó. Se dio vuelta y me dijo: “¡ah, no! No mamá, eso no. No me vas aplicar la inyección. Sabés el miedo que le tengo”.

 

Dejé la jeringa en la mesita de luz y sin decir palabra saqué dos supositorios de glicerina. Lo acomodé otra vez sobre mis piernas y le dije: “Esto es parte del castigo”. Le abrí los cachetes, le puse un supositorio y detrás el otro. Lo dejé quejándose en la cama; fui a buscar unos polvitos de pimienta y le volví a abrir las nalgas. Eché un poco de la pimienta en la cola,  haciendo que inmediatamente le empezara a arder. Comenzó a quejarse y a pedir que lo deje ir a lavarse al baño, pero le dije que iba a tener que esperar hasta que yo quisiera. Lo retuve un rato en la cama, no sin antes darle unas cuantas palmadas más en la cola. Después de veinte nalgadas aproximadamente, lo hice levantar, lo dejé que hiciera lo que los supositorios produjeron, se limpió la cola, pero yo nuevamente le revise la cola como a un chico. Estaba limpia pero como yo quería castigarlo le dije que no se había lavado bien y lo volví a meter debajo de la canilla y  se la lavé.

 

Así como estaba lo hice que se quedara en el rincón de la cocina con la cola al aire. Estuvo quince minutos. Lo llamé, lo hice acostar, y le apliqué la inyección a pesar de sus pataleos y sus quejas. Luego le dije que se quedara acostado…

UN EMPLEADO NEGLIGENTE

Autor: Fanes

El joven ejecutivo estaba plantado delante de la puerta del despacho de la directora de su departamento, había recibido orden de presentarse allí urgentemente. Esperaba nervioso después de haber golpeado dos veces la puerta y se preguntaba el por qué de la urgencia, llevaba poco tiempo en la empresa y sabía que estaba a prueba, por lo que le preocupaba haber hecho alguna tarea incorrectamente.

 

-          Adelante – sonó una voz femenina, después de un largo y estudiado intervalo de tiempo.

-          Permiso – dijo al entrar – Me ha mandado llamar? Señora

-          Si, señor Jiménez, pase y siéntese.

 

La mujer ojeaba unos informes y apenas levantó la vista para saludarle. Los miraba atenta y con gesto serio. El hombre se sentó frente a ella, intrigado por el motivo de su presencia allí.

 

Mientras esperaba observó a la directora con disimulo. Era una mujer de mediana edad, más bien madura. Tenía una larga y bien arreglada melena rubia y su rostro denotaba firmeza, un cutis bien cuidado y radiante ligeramente bronceado, posiblemente de las sesiones de rayos UVA que ofrecía la empresa en su gimnasio particular, donde los altos ejecutivos iban a cuidar su aspecto. Y a juzgar por el de ella, era de las que lo utilizaba frecuentemente.

 

Llevaba un traje chaqueta a rayas finas y una camisa blanca impecable, rematando su atuendo con un broche pequeño sobre la solapa. De vez en cuando levantaba sus ojos para observarle, lo que hacía que se sintiera incómodo, sin saber qué decir.

 

Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos, la mujer alzó la vista de los documentos y dejándolos sobre el escritorio le miró fijamente.

 

-          Sabe usted por qué le he mandado llamar, señor Jiménez?

-          Er..no, señora - casi balbució – su mirada lo inquiría penetrante.

-          Ha confundido los papeles de la sucursal de Ginebra y ha enviado un informe erróneo a la central. Están muy disgustados, pues necesitaban esos informes sin falta para hoy. Por su culpa posiblemente no puedan cerrar una operación muy importante que debía realizarse mañana sin falta. Qué tiene que decir al respecto?

-          Oh señora..no sé. Estuve toda la noche terminando el informe, no sé qué puede haber sucedido. Tal vez la secretaria lo ha traspapelado y..

-          Perdón, Señor Jiménez – Cortó en seco su explicación – si hay algo que no soporto es que un ejecutivo eche la culpa de su ineptitud a una secretaria. Ella no es la responsable de mandar ese informe correctamente, sino usted. Y a de supervisar el trabajo de sus empleados, entiende?

-          Si, señora. Perdón, señora, tiene razón...yo...

-          Así que ahora mismo va a ir a su despacho y enviar los documentos correctos, y ...ay de usted ¡! si se han extraviado o están incompletos, porque eso le costará muy caro. Así que no pierda el tiempo y vaya a cumplir con su trabajo.

-          Sí señora, ahora mismo lo haré

 

Salió a toda prisa y se dirigió a su despacho. Llamó a la secretaria y la obligó a revisar todos los papeles enviados, sin dejar de dar voces fuera de sí. No podía perder este trabajo, y menos por la incompetencia de sus ayudantes. Obligó a toda su sección a dar prioridad al informe y ni siquiera les permitió ir a comer hasta que lo terminaron. A media tarde el informe había partido por mensajero urgente y llegó a la Central antes de la hora de cierre.

 

Pero no respiró aliviado, pues sabía que, a pesar de haberlo enviado en tiempo, la dirección no permitía esos despistes en un ejecutivo de su categoría. Así que cuando recibió la llamada de conformidad del envío, se derrumbó sobre su sillón y quedó esperando, por si le llamaban de nuevo.

 Estaba absorto en sus pensamientos cuando Lucy, su secretaria entró al despacho y le dijo:

 

-          Ha llamado la directora, quiere verle, señor Jiménez.

-          Er..si, si, ahora voy..

-          Ha dicho que vaya inmediatamente, señor..

-          Ya la he oído – dijo de malos modos – retírese

-          Bien señor Jiménez, desea algo más? Es la hora de cerrar ya.

-          No, gracias, perdone mis modales, estoy un poco nervioso, puede retirarse.

-          Gracias señor, hasta mañana.

 

Hizo acopio de valor y se dirigió al despacho de la directora. Temía lo peor, después de todo lo que había sufrido para conseguir ese puesto, ahora estaba a punto de perderlo y eso le agobiaba.

 

Toc.toc...llamó con sus nudillos a la puerta de la directora. No había nadie en ña oficina ya, todo el mundo se había ido y eso le puso todavía mas nervioso.

 

-          Adelante.

Abrió la puerta y entró con tiento, casi con miedo. La directora estaba sentada en su silla, jugueteaba con una especie de fusta y le observaba. Fue a tomar asiento, pero la mujer le dirigió una mirada severa y optó por quedarse en pie, delante su escritorio y con las manos cruzadas atrás.

 

- La Central me ha llamado. Han recibido los informes, pero con 5 horas de retraso, entiende lo que eso significa?

- Si...señora – dijo mientras agachaba la cabeza, se sentía mareado, inquieto – lo lamento mucho. No volverá a suceder.

 

-          Claro que no. Sabe? Me han recomendado que le despida hoy mismo. Están muy disgustados. Tiene algo que objetar al respecto?

-          No, señora, sé que he sido negligente y acepto mi responsabilidad. Si lo desea presentaré mi carta de dimisión para evitar un despido que a nadie beneficiará.

-          No tan deprisa, joven, He dicho que me han recomendado despedirle, no que vaya a hacerlo..al menos por ahora. No me gusta que me digan como he de dirigir mi oficina.

-          - Oh gracias señora , yo...

-          Silencio, no me interrumpa – sentenció mientras se levantaba de la mesa y se ponía a su lado y comenzaba a pasear alrededor suyo mientras hablaba- He dicho...por ahora. No tolero gente incompetente en mi oficina.

-          Si señora, entiendo.

-          Es usted un buen ejecutivo, pero es poco responsable con las personas a su cargo. Si hubiera usted estado pendiente de las comunicaciones esto no habría sucedido. Debe esforzarse más y hacer que sus empleados cumplan con su obligación.

-          Pero señora..usted me dijo que la culpa era mía y no debía echarla a nadie

-          Así es, y por eso va a conservar el empleo, porque ha reconocido su culpa... a pesar de que evidentemente esta anomalía se ha debido a su secretaria, usted es quien debe responsabilizarse del buen funcionamiento de su departamento.

-          Si, señora

-          No obstante, esta falta no puede quedar sin sanción. Una negligencia lleva aparejado un castigo. Y ya que usted no sabe reprender a sus empleados, tendré que ser yo la que se encargue de administrar el castigo correspondiente.

 

La mujer giró sobre sus talones y se dirigió a su mesa y se sentó con calma en su silla tapizada mientras proseguía con su monólogo

 

-          Un buen ejecutivo debe saber imponerse, pero sin dar voces y amenazando a su personal, y dejándolos sin comer para terminar lo que su negligencia ha provocado.

 

Se quedó con la boca abierta. Ella sabía lo que había sucedido en su departamento.

 

-          Por qué me mira así, señor Jiménez, cree que he llegado aquí sin saber lo que sucede a mi alrededor? Le queda mucho por aprender y yo me encargaré de enseñárselo. Tiene muchas cualidades, pero el orden y la disciplina no son dos de ellas, y aquí son necesarias para poder continuar en el cargo, entiende?

-          Si señora.

-          Antes de aprender a mandar, debe aprender a obedecer y aceptar sus errores- y mientras le decía esto le dirigió una mirada seria, pero que asomaba una mueca burlona – Así que empezaremos por pulir esos defectos que le impiden ser un ejecutivo respetable. Está de acuerdo, señor...como es su nombre de pila...roberto?

-          Alberto, señora. Si, lo que usted mande. Haré lo que usted me pida

-          Ah si..Alberto, que despiste el mío. Acérquese, por favor, póngase aquí, a mi lado.

 

El hombre obedeció, desde su altura divisaba su generoso escote y se fijó , casi sin querer, en el inicio de sus pechos redondos y firmes. Retiró la mirada bruscamente cuando ella alzó los ojos y se encontraron con los suyos. Ella hizo como que no se dio cuenta y le espetó

- Soy una mujer justa, me gusta que mis empleados gocen de cierta libertad, pero no soporto las negligencias en el trabajo,  Y éstas viene dadas normalmente por falta de atención, y entonces tengo que recordarles sus obligaciones de la mejor manera que escarmienten y sean más diligentes. Usted necesita una lección que le haga recapacitar y eso es justamente lo que voy a darle. Una lección que le sirva para que aproveche su talento

- Si , señora, gracias señora. Qué desea que haga?

- Quítese la chaqueta y bájese los pantalones, Alberto, es hora de que aprenda

 

El joven ejecutivo abrió unos ojos como platos. Qué tipo de lección iba a darle? Poniendo cara de incrédulo acertó a preguntar , casi susurrar

 

-          Perdone, señora, como ha dicho?

-          No me ha oído? Quiere que se lo repita? Quítese la chaqueta, déjela en la percha y vuelva aquí inmediatamente

-          Si, señora – no se atrevió a contradecirla. Su presencia era enérgica y no invitaba a llevarla la contraria.

 

Mientras se quitaba la chaqueta y la acomodaba en la percha, su cabeza era un mar de confusión. Qué pretendía su directora? No pensaría castigarlo como lo hacía su maestra en el colegio. No, no, eso era impensable. Así que obedeció y volvió a su lado.

-          Mire, Alberto, yo estoy en este puesto porque he sabido imponerme a hombres y mujeres con mucha valía. Ejerzo mi autoridad como estimo oportuno , depende de la falta y de la persona que la comete – mientras decía esto le miraba, esperando que cumpliera su orden. Como él se quedó quieto, en pie, sin decir nada y con cara de crío asustado, acercó sus manos a la cintura del hombre y empezó a desabrocharle la correa – y usted necesita una mano femenina, firme, que le haga madurar de una vez.

-          Si, pero... esto.. no sé qué tiene que ver con mi ropa, señora.

-          Todavía no ha adivinado el castigo que le corresponde por ser negligente Alberto? Vamos, creí que lo entendería en el acto.

 

Sus manos soltaron la hebilla del cinto y comenzó a desabrocharle los pantalones y bajó su bragueta.

 

-          Yo..yo...no pensará castigarme como a un crío, señora, no es apropiado dado mi edad y...

-          Ssshhhh..... señor Alberto, eso es exactamente lo que pienso hacer. Tiene falta de madurez. Y eso es porque nunca le han sabido imponer respeto. Nunca le han dado unos azotes en el culo..Alberto?

-          Nooo....esto..bueno..si, pero mi maestra, cuando iba al colegio, hace muchos años.

-          A que cuando se los daba usted luego hacía sus tareas sin rechistar?

-          ..a veces..era un poco rebelde.

La mujer bajó sus pantalones hasta las rodillas y se quedó contemplándole un instante satisfecha. No se había equivocado, su empleado merecía, es más, necesitaba, una buena lección sobre sus rodillas.

 

- Vaya vaya..así que rebelde..eh? pobre maestra, lo que tuvo que pasar con usted..

 

- Pobre? Ella? Si me dejaba sin sentarme dos días..jooo...

 

- Pues parece que no le dio lo bastante, porque sigue siendo rebelde. Pero no se preocupe, que eso lo voy a arreglar ahora mismo –hizo además de bajarle los calzoncillos, pero él se apartó y puso las manos cubriéndose

 

-          Noo, eso no, por favor, señora, eso nooo,, compréndalo, me da vergüenza

-          Ah si? Y no le dio vergüenza no cumplir con su obligación, verdad?

 

La mujer alargó la mano y le tomó la suya, tirando de él hasta que lo tuvo más cerca. Y entonces, lo jaló la oreja y lo  tendió sobre sus rodillas mientras él protestaba e imploraba que le cambiara el castigo, que haría lo que mandara, pero que no lo castigara de ese modo.

 

Ella se limitó a tenderlo sobre sus rodillas, levantó su camisa hasta la mitad de su espalda y rodeó su cintura con su mano derecha mientras la izquierda se encaminaba a tirar de su calzoncillo para abajo. El soltó su mano como pudo y la sujetó para evitar que dejara su culo desnudo. Luego se arrepintió de este acto, pues la mujer se enfadó y comenzó a descargar rápidos azotes con su mano sobre su desprevenido trasero. ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....

-          Prefiere que le despida? conteste, porque si es así, ahora mismo le suelto y puede irse, no quiero perder el tiempo en un joven que se cree adulto y no es más que un crío perezoso.

-          Noo, no me despida, por favor. pero...

-          No hay “peros”, baje la mano. Ahora!!

-          El avergonzado alberto bajó su mano y no contestó

-          Eso está mejor, señorito , y ahora quieto si no quiere que sea más dura

 

Todavía lo acomodó mejor sobre sus piernas, agachó su cabeza y le bajó el calzoncillo hasta las rodillas, dejando su trasero completamente expuesto a su mirada. Un murmullo de aprobación salió de sus labios. Su joven ejecutivo tenía un trasero realmente lindo, como a ella le gustaba. Blanquito, suave, casi sin el vello ese que tanto afeaba los culos masculinos delatando avanzada edad. Lo palpó con unas palmaditas, estaba duro, las nalgas prietas por el ejercicio......y porque él lo apretaba en un desesperado intento de endurecerlo contra su mano.

 

-          Relaje el culete, Alberto, no querrá que me haga daño mientras le castigo..verdad?

-          No noo, señora, es que estoy muy nervioso..ya, ya lo relajo

 

Dicho y hecho, los glúteos se soltaron dejando sus carrillos dispuestos para la azotaina. Momento que aprovechó la directora para reanudar su sesión de azotes.

 

...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... esto es lo que usted necesita, Alberto ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... una buena lección sobre las rodillas de una mujer ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... que sepa darle lo que merece cuando es necesario...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... esto le enseñará respeto y diligencia, ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... y espero que entienda que es por su bien ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... unos buenos azotes en el culo obligan a recapacitar y sirven de escarmiento para las malas acciones ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....

 

El avergonzado ejecutivo iba preocupándose cada vez más de los azotes y dejando de lado el pudor, pues la directora no daba tregua a su dolorido trasero. Instantes después, observó con alivio que paró el correctivo y su jefa acariciaba su culo suavemente, pensó que había terminado su lección, pero pronto se dio cuenta de su error.

 

Giró su cabeza como pudo desde la posición indecorosa en la que se encontraba y vio como la mujer buscaba con su mano en un cajón y sacaba una especie de paleta de madera con la que restregó por sus nalgas, como acomodándola a la superficie.

 

Después, lo miró con una mirada entre maliciosa y maternal y le dijo:

 

-          Bien, Alberto, ahora que se ha calmado y aceptado su castigo, es hora de que pruebe la paleta. Relájese y no proteste si no quiere que me enfade

-          Pero señora, dijo con temor, eso debe doler..y ya tengo el culo ardiendo, no es suficiente?

-          Oh, mi pequeño ejecutivo, esto no ha sido más que el principio.

Y sin decir más, alzó  la paleta y comenzó a descargar más golpes sobre el hombre, que no pudo reprimir un gemido de dolor ..SlapS.......Auchhh.SlapS...... ...SlapS... ......Así...tome..... ...SlapS.......... esto rebajará su soberbia y le hará ser más dócil ...SlapS....... - - - Unos buenos paletazos en el trasero ...SlapS.......le vendrán como anillo al dedo ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

La cadencia de los golpes era menos intensa, pero no su impacto, que arrancaban quejidos de la boca del ejecutivo y promesas de portarse bien y de haber aprendido la lección, rogando a la directora que parara de una vez. Como no obtenía el resultado deseado, intentó zafarse y apoyando sus manos en el suelo empujó hacia arriba para librarse del abrazo de la mujer.

 

 

Ella dejó la paleta sobre su espalda y le metió la mano entre las piernas, sujetando sus testículos, lo que hizo que frenara su escapada y tiró de ellos para tenderlo de nuevo en su regazo. Notaba la opresión en sus genitales y no quería hacer esfuerzos para no merecer una presión mayor

 

-          Ntch..ntch..eso ha estado muyyy mal, señorito Alberto y por ello le daré doce azotes más de los merecidos. Así aprenderá a no rebelarse – tomó la paleta de nuevo con la mano que sujetaba su cadera y sin soltar sus bemoles prosiguió la tunda – Esto por rebelarse ...SlapS....... ...SlapS....... jovencito desobediente ...SlapS....... ...SlapS....... levante el culo..vamos ...SlapS....... no lo esconda o será peor...SlapS....... ...SlapS.......

-          Auchhh..si señora..

 

El hombre obedeció, se agazapó en el regazo de su directora y se abrazó a sus piernas con una mano y la otra rodeando el trasero de la severa mujer. Ella no dijo nada, pero siguió el castigo con renovados bríos ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

-          Ha de aprender a respetarme ...SlapS....... y no intentar poner fin a su merecido castigo  a su antojo ...SlapS....... ...SlapS....... o sufrirá las consecuencias ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

-          Si señora...Ayyy..Aauuu.. lo lamento..no volverá a suceder...Aauchhhh

-          Ve lo que sucede cuando desobedece? ...SlapS....... ...SlapS....... no crea que me tiembla el pulso cuando se trata de educar a un joven indisciplinado ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

El hombre no volvió a protestar, temiendo que prolongara su castigo y procuró sentirse confortable dentro de lo extraño de la situación, abrazándose al cuerpo de la directora

 

...SlapS....... ...SlapS.......  mientras recibía el resto de sus azotes notó que la presión sobre sus genitales iba descendiendo, lo cual era de agradecer ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... había abierto sus piernas lo suficiente para que la mano no apretara y su tacto se hizo más ligero, hasta agradable ...SlapS....... ...SlapS....... Pensó que sería en premio por no intentar zafarse de nuevo y que si aceptaba la voluntad de la señora no sería tan severa ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

Ella por su parte seguía azotando su trasero, pero con menor intensidad, mientras de vez en cuando le espetaba frases tales como... jovencito inmaduro... esto es para que aprenda.... se lo merece...ya era hora que alguien le pusiera en su sitio...

 

Después de unos instantes, paró de aplicarle paletazos y dejó el instrumento encima de la mesa, metió la mano de nuevo en el cajón. Ël ya no pudo resistirlo, cuando la vio meter la mano en el escritorio, posiblemente para tomar otra pieza para seguir castigándolo, aprovechó que ella estaba relajada y saltó de su regazo. Intentó subirse los pantalones a toda prisa y se dirigió a la puerta.

 

Ella se levantó como un resorte, lo tomó de la oreja y lo llevó a la mesa.

 

-          Donde se cree que va? Es que no ha aprendido nada?

-          Es que..ayy... no quiero que siga  ...y usted iba a tomar otro instrumento...

-          Venga aquí, eso no es su problema. Su problema es que no ha aprendido y me ha obligado a ser más severa.

De la oreja lo llevó al escritorio y le hizo ponerse de rodillas sobre su silla. Subió su camisa y bajó los pantalones y los calzoncillos de nuevo, que estaban todavía a mitad de recorrido entre sus formados muslos y sus nalgas .

Y tomando una paleta de cuero, le obsequió con una nueva tanda de azotes con saña.....SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

 

-          Es que no aprende ...SlapS....... ...SlapS....... no escarmienta ...SlapS....... ...SlapS....... tome ...SlapS....... y  a ver si se entera de una vez. ...SlapS....... NO ...SlapS....... SE ...SlapS.......  LEVANTA ...SlapS.......SIN ...SlapS.......MI ...SlapS.......PERMISO...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.........SlapS....... ENTENDIDO? ...SlapS.......

 

-          Si siiii, perdoooon, no volveré a hacerlo  Aauchhh.. perdoooon

 

-          Bien, ahora...- lo tomó del brazo y lo llevó al rincón del despacho – se va a quedar ahí, recapacitando, cara a la pared, y con los calzoncillos bajados, si no quiere que empecemos de nuevo, Está claro?

 

-          Si señora, gracias señora, no me moveré

 

La mujer se quedó observándole mientras el permanecía en pie, con las manos en la nuca y mirando a la pared. Estaba satisfecha, había conseguido domar al presuntuoso ejecutivo y contemplaba su obra.

 

Después se sentó y ojeó unos informes, dirigiendo de vez en cuando una mirada a su subordinado para comprobar que estaba quieto donde le había ordenado.

 

Después de un largo espacio de tiempo y cuando estimó que ya había recapacitado le ordenó dejar esa posición y volver a su lado.

 

El hombre fue con dificultad, con los pantalones bajados su caminar era gracioso y se esforzaba por mantener la dignidad dentro de lo posible.

 

Una vez a su lado la directora le ordenó darse la vuelta, quería ver como estaba de colorado su trasero. Dudó, pero se dio la vuelta antes de que se lo tuviera que decir de nuevo. Notó como lo observaba y luego lo acariciaba, triunfante, mirando el efecto de su mano sobre él. Hubiera jurado que había notado un suave beso en sus posaderas, pero no se atrevió a volverse para no enojar a su directora.

-    Le duele?

-    Si, señora

-          Muy bien, así lo recordará durante mucho tiempo

-          Bien, señor Alberto, ha aprendido la lección?

-    Si señora

-          Va a ser más obediente y dócil?

-    Si señora

-          No discutirá en adelante ninguna orden mía y hará lo que le mande sin poner objeciones?

-    No señora

-          Bien, ahora lo veremos, dese la vuelta – obedeció, tapándose sus atributos con las manos. Ella lo miró divertida de verle avergonzado, luego le miró a la cara, que estaba casi tan colorada como su parte posterior ruborizado.

-    Y ahora.... tiéndase en mi regazo de nuevo

 

El hombre se espantó, no podía creer que todavía no estuviera satisfecha, pero no replicó, se tumbó mansamente en sus rodillas y se acomodó esperando un nuevo recital de su jefa.

 

Observó de reojo como la mujer buscaba en el temido cajón, pero no dijo nada. No sabía que nuevo instrumento de sumisión iba a sacar, pero no protestaría, había aprendido que la directora era quien decidía como y cuando debía obedecer.

 

Para su sorpresa, vio que lo que sacaba era un tubo de crema, no una herramienta maquiavélica y suspiró aliviado.

 

La mujer esparció gran parte de su contenido en su escocido culo y comenzó a esparcirlo con su mano. El frescor inundó su piel y agradeció el tacto de la mano, que ya no era agresivo, sino dulce, primoroso, restregando sus nalgas y aplicando con dedicación el ungüento que le calmaba .

- Si no hubiera sido tan desobediente se habría ahorrado la escena de la mesa. No iba a aplicarle ningún instrumento nuevo, querido, sino a calmar su dolor con esta pomada. Soy severa, pero no cruel, y no deseo prolongar su dolor más allá de lo estrictamente necesario para que adquiera buenos hábitos. Que le sirva de lección en adelante.

- Si, señora, lo recordaré

La mano se movía por sus doloridos carrillos con calma, empapando cada centímetro de piel. La juntura de sus nalgas también recibió el agradable ungüento, y sus genitales, notando la caricia de los movimientos circulares como una bendición después del mal trago.

 

Así pasó un tiempo que a él le pareció sentirse en una nube, sobre el regazo de su directora y recibiendo sus atenciones, se encontraba plácido y feliz. Por alguna extraña sensación, entendía que este castigo lo había merecido y que le ayudaría con su comportamiento en adelante.

 

-          Levántese, Alberto – el tono de la directora ahora era amable, casi cariñoso – esto ya está listo.

 

Obedeció y se incorporó frente a ella, quedando en pie con sus partes a la vista de la mujer, pero no le importaba, ella podía mirarlo y no se sentía violento ya ante su mirada. La mujer observó su miembro, que estaba ligeramente excitado y sonrió por primera vez desde que comenzó el día.

 

Se agachó y le subió el calzoncillo mientras el observaba inmóvil. Después hizo lo mismo con su pantalón, que abrochó sin prisas. Después se incorporó y le tocó el turno al cinto. Arregló su camisa, poniéndola bien colocada en el pantalón. Se apartó un poco y le observó, como queriendo ver si faltaba algún detalle.

 

Después, sacó unas toallitas de papel perfumado y le restregó la cara, algo que a él no le gustaba , pero no protestó, la dejó hacer. Le colocó un poco el pelo y depositó un beso en su mejilla. Esto pilló desprevenido al joven, que agradeció el tacto de sus labios en su rostro y, sin saber por qué, la devolvió el beso y la dijo

 

-          Gracias señora

 

Ella se limitó a sonreírle y le dijo

 

-          Bien, jovencito, ahora váyase a casa, que ya es tarde. Espero que esto le haya servido de lección. Y recuerde – añadió con una mirada pícara – si vuelve a ser negligente en el trabajo tendré que volver a llamarlo a mi despacho y  darle otra reprimenda. Y si vuelve a gritar a su secretaria en público, haré que ella contemple como le aplico su castigo, entendido?

-          Si señora, no se preocupe, no volveré a hacerlo

 

Después le puso la chaqueta, le dio la vuelta y con un azotito le mandó fuera del despacho.

 

UN SÁBADO DIFERENTE

UN SÁBADO DIFERENTE

Autora: Lely

El sábado a la mañana, como mi mamá no trabajaba, aprovechaba para lavar la ropa y poner en ”orden” la casa y a sus ocupantes, es decir,  a mí.

 

Éramos  solo dos en casa: ella y yo, un adolescente en ese momento de 13 años, que estaba en la época del no bañarse demasiado.

 

Me acuerdo que ese sábado, 1 de junio creo, me levanté como todos los sábados, fui a  desayunar a la cocina y mi mamá de dijo que al terminar me vaya a bañar. Yo, como siempre, le dije que iba enseguida  y como trataba de hacer cuando podía entré al baño, abrí las canillas y me senté a leer un rato, luego me lavé la cabeza y los pies , cerré las canillas y salí envuelto en el toallón.

 

Ví que mamá entraba a buscar la ropa para lavar. Al rato me llama al baño y me pregunta dónde estaba mi calzoncillo sucio, así lo lavaba con toda la ropa que había y me di cuenta de mi error. No supe qué contestarle. así que ella se dio cuenta de mi mentira y me dijo que me sacara el toallón. No tuve más remedio que hacerlo y vio que tenía el mismo calzoncillo con que me había levantado; me tomó del brazo y me acercó hacia ella y me preguntó: “¿qué significa esto?”. Me di cuenta que estaba en graves problemas; tratando de inventar alguna excusa sólo atiné a decirle que me lo iba a cambiar a la pieza porque no lo había llevado cuando me iba a bañar.

-Bueno vamos a tu pieza así te cambias- me dijo y yo bajé la cabeza y fui con ella .Al llegar se quedó esperando adentro de mi habitación hasta que me cambiara, pero en el momento que termino de sacarme el calzoncillo me lo arrebata de la mano y lo mira, yo muerto de vergüenza, porque estaba manchado y se veía que era de varios días.

 

Busco el calzoncillo limpio y cuando me lo iba a poner, mi madre me tomó del brazo y sin decir palabra me baja la cabeza y la espalda de manera que quedó mi cola desnuda toda expuesta hacia su cara  y me ordena: “¡Ahora mejor que no te muevas!”. Muerto de vergüenza no supe qué decir y la obedecí; me quedé quieto y en ese momento siento que mi madre me separa las nalgas y mira mi cola, yo trato de levantarme y siento que algo golpea mi cola y me la deja ardiendo. “Te dije que te quedaras quieto!” Y ¡zas! otro golpe. Mi madre comenzó a retarme y me llevó de la oreja otra vez al baño. “Eres un mentiroso, me estuviste engañando. ¿No te da vergüenza tener la cola sucia como si fueras un bebé? Ahora vas a saber lo que es lavarse bien”.

 

En ese momento, me hizo entrar en la tina abrió la canilla me hizo agachar y ante mi sorpresa y vergüenza me lavó la cola ella con sus manos. Pero no terminó todo ahí: cuando terminó de lavar la cola hice amague para salir de la tina pero no me dejó. Me volvió a poner en la posición anterior ,con la cola expuesta  hacia su lado , tomó el cepillo de baño , yo cuando la ví empecé a temblar  y le dije: “no mami, por favor, perdoname. Te prometo bañarme bien todos los días y cambiarme, por favor no me pegues”. Pero ella siguió como si no me escuchara y empezó a pegarme en las nalgas con el cepillo. ¡Cómo dolían esos cepillazos en mi cola! Enseguida comenzaron mis nalgas a dolerme y arder, yo lloraba, suplicaba, pedía por favor que parara. Nunca la había visto tan enojada, ella seguía pausadamente pero sin interrupción, mientras me decía que no tendría que haberla engañado, que soy grande , que confiaba en mí y yo la decepcioné. Lo mas triste es que tenía razón.

 

Me dolían un montón las nalgas, yo empecé a llorar a toda voz  hasta que después de 15 golpes paró  y me dijo que me bañara bien. Abrió las canillas y cuando se templó el agua me puso debajo de ella. Yo la miré y le dije: “gracias mamá. Ahora podés salir del baño, ya no te voy a engañar”. Pero ella me dijo que no se iba a ir, que iba a mirar cómo me bañaba y que no quedara un solo rincón de mi cuerpo sucio, que por mucho tiempo me iba a ver cuando me bañaba. Yo no lo podía creer pero después de los azotes que había recibido, no quise protestar más y comencé a bañarme, tenía cuidado de no olvidarme de nada. Mi mama allí mirándome y yo muerto de vergüenza.

 

Al terminar me acarició la cabeza, me alcanzó el toallón, me ayudó a secarme y envuelto en él me llevó a mi pieza. Al llegar a la habitación me sacó el toallón y me dijo que me acostara en la cama boca abajo. “¿Qué pasa mamá? ¿qué me vas a hacer ahora?”, le dije bastante asustado. Ella trajo un termómetro y siento que me abre las nalgas y mete el termómetro en mi cola, yo no sabía que decir, nunca me había sentido tan avergonzado  y culpable, porque mami estaba muy seria y ella no era así, empecé a entender lo mal que se sentía con mis engaños. Pero yo, adolescente rebelde, le dije de mal modo: “¿qué haces ahora mamá?”

 

Ella dejó el termómetro unos minutos en mi cola, luego lo sacó, sin contestarme me sacó de la cama y me volteó sobre sus piernas y antes que pudiera quejarme empezó a pegarme con su mano en las nalgas, como con el cepillo. Eran en una nalga y la otra, yo desesperado por el dolor volví a suplicarle que dejara de castigarme, que había entendido lo mal que me había portado, pero ella siguió hasta darme por lo menos 25 azotes en cada nalga. Yo lloraba  y gritaba como nunca lo había hecho y ella solo me decía: “Algún día me lo vas a agradecer”.

 

Cuando me soltó me pasé la mano por las nalgas y ella me dijo que de castigo ese sábado no iba a salir a ningún lado y que por ahora me acostara en la cama , sin ropa  y que aún no había terminado conmigo. Quise empezar a protestar porque no me dejaba salir pero me miró y me dijo que no dijera nada o iba a ser peor.

 

Yo no podía creer lo que me estaba pasando, estaba lleno de furia. Pero protestando me quedé acostado un rato. Cuando pasaron unos 10 minutos pensando que ya había pasado todo y que mamá se habría tranquilizado, me vestí y fui al comedor, Prendí los videojuegos y me puse a jugar, a los 5 minutos entra mi mamá y me dice que hacía yo ahí y con la ropa. Yo le dije nada, que ya estaba mejor y que me había levantado porque estaba aburrido. Ella se acercó, se sentó en el sillón al lado mío ,me hizo soltar el jueguito y antes que dijera algo estaba otra vez sobre sus piernas y con la cola desnuda , me dio otros 30 azotes sin parar. Al terminar me sacó el pantalón y el calzoncillo , vi que tomó algo de la mesa , sentí otra vez que me abría las nalgas y me puso 2 supositorios  bien adentro de la cola. Yo llorando y pataleando hasta que me dio otro azote en las nalgas y me quedé quieto.

 

Ese sábado lo terminé desnudo en mi pieza parado en el rincón como 2 horas sin moverme y recibiendo cada tanto alguna nalgada más por moverme o quejarme, la verdad fue un sábado inolvidable, pero en algo tenía razón: aprendí mucho ese día y lo más importantes nunca más salí con la cola o el calzoncillo sucio.

 

Cuando los supositorios hicieron efecto quise salir corriendo al baño pero mi mamá me retuvo y me dijo que me parara en el rincón del comedor. Yo estaba desesperado, tenía muchas ganas de ir al baño pero me quedé quieto en el rincón por 10 minutos más, hasta que mamá me dejó ir al baño pero me espero afuera. Cuando salía, me hizo agachar y volvió a revisar mi cola. Me mandó de nuevo a acostarme sin pantalón ni calzoncillo, y volvió a decirme que no me podía levantar bajo ninguna circunstancia o recibiría mas azotes, pero… con la chinela.

 

Me quedé acostado hasta el mediodía que me dijo que me levantara, pero no me dejó ponerme la ropa. Así que con toda mi humillación y mi cola bastante dolida, me senté en la cocina y comí. Al terminar de comer me volvió a mandar al rincón de la cocina hasta que ella terminara de lavar los platos. Me dijo que me iba a dejar vestirme pero iba a recibir otra tanda de azotes en la cola. Le rogué que no lo haga pero me dijo que me calle o iba a ser peor. Así que me volví hasta donde estaba mi mamá sentada me coloqué en sus piernas y me dio cerca de 40 palmadas mas con la mano; al terminar lloraba como un bebé del dolor de mis nalgas. Me dijo que esperaba que hubiera aprendido la lección y que me podía vestir, pero que por ese día no iba a salir con mis amigos. No dije nada porque estaba tan dolorido que no quise tentarla para que me volviera a pegar.

 

Esta fue mi primera vez en recibir tantas nalgadas pero no sería la última porque “A partir de ahora –me dijo mi mamá- no voy a hablar demasiado. Ante la primera que te vuelvas a mandar, recibirás el castigo merecido”.

 

- FIN -

 

El recuerdo de una noche

Autor: CARS 

No puedo dejar de sonreír al mirar a mi alrededor, estas paredes fueron testigo de uno de los momentos más cruciales de mi vida, y al mirar hoy a mi alrededor con la perspectiva que da la luz del día, llego a la conclusión de que tal vez mi vida pueda tomar un rumbo distinto. Las últimas frases que escribí anoche en mi ordenador aun están ahí, como testigos de los sentimientos que las provocaron, desafiando a todos y a nadie al mismo tiempo.            

Las leo y cierro los ojos, intentando ver en mi interior si algo es hoy diferente a quien era hace unas horas; “Querido diario, -escribí- hoy a sido un día horrible, uno de eso días que quisiera borrar. Ahora tengo esa extraña sensación de pesar, unas ganas de llorar que como tantas y tantas veces se quedarán solo en eso: en ganas. Es en momentos como este, querido diario en los que me gustaría poder contarle a alguien mis más secretas necesidades. Tener una esposa, novia o amiga a quién decirle lo que necesito y que de su mano encontrara yo esa calma que ansío. Cada día en los chat, o en alguna revista leo de personas, que como yo necesitan una vía de escape, un bálsamo y que lo encuentran al llegar a casa. Yo por el contrario solo hallo soledad. Les envido. No me avergüenza decirlo. Envidio cuando pueden tumbarse en los regazos de una mujer a la que le importan y reciben de su mano ese bálsamo que sana su alma. Envidio cada azote que reciben seguramente porque yo necesito también ser castigado para despojarme de esta sensación que aún necesitando el desahogo de las lágrimas no encuentro las fuerzas para llorar. Si alguien pudiera leer esto, sin duda pensaría que estoy loco. Que necesito ir al loquero por desear que una mujer me azote. Pero que más da, primero porque nadie va a leerlo, y segundo porque no me importa lo que puedan pensar los que señalan con el dedo sin ponerse en el lugar del otro. ¡Estoy divagando! En resumen, desde mi adolescencia cuando descubrí la sensación de los azotes por primera vez de mano de mi segunda novia  y la aceleración del corazón provocada por la emoción, y la excitación de esa mezcla de dolor y caricias; desde ese día, entregarme de esa formar confiando plenamente en la otra persona, a supuesto una fuente de suma felicidad y estabilidad. Por eso ahora, cuando lo único que me espera en casa es la soledad, siento ese gran vacío, y en días como hoy ese vacío se torna en pesar…”           

Fue lo último que escribí, después unos asuntos llamaron mi atención y se me olvidó por completo, mientras que el pequeño cursor seguía en su continúo parpadeo junto a estas palabras.           

Poco a poco el personal se fue marchando, y yo me quedé en la oficina repasando unos documentos. No tenía prisa en marcharme. Sólo un par de personas permanecían aun allí.                        

-Permiso. –La voz Esther me hizo levantar la cabeza, ella era una de las dos jefas de ventas que tenía en mi empresa.- Jefe, ¿puedo dejarle el móvil aquí, un segundo? Voy a cambiarme por que hoy me voy a cenar con Jorge y su novia.                       

-Por supuesto. –Respondí.- ¿Esperas una llamada?                        

-Seguro que me llama mi novio, si lo hace, puede decirle que ya me ido y que me he olvidado el móvil aquí.                       

-¡Descuida! La miré mientras se alejaba en dirección a los vestuarios, el eco de sus zapatos de tacón se hicieron más y más lejanos. Apenas habían transcurrido veinte minutos cuando regreso. Llevaba una minifalda vaquera que dejaban al descubierto sus largas piernas. Normalmente se había llevaba el pelo largo, pero ahora lucía su cabello negro suelto, y su cabellera caía por las espalda. Aquella blusa dejaba ver un generoso escote, y al darse la vuelta puede comprobar que también dejaba al descubierto una gran parte de su espalda. No llevaba medias, y completaba su atuendo unas zapatillas de lona amarrilla a juego con el cinto de la minifalda y suela de esparto. Llevaba el talón al descubierto, pese a que el calzado permita que lo cubriera, por lo que al andar emitía un sonido peculiar.             -¿Ha llamado alguien?           

-Tú novio. Le dije lo que acordamos y parece que se quedo tranquilo. ¿Va todo bien?           

-Sí, no te preocupes. Solo es que necesito un poco de espacio.            

-Pasarlo bien. –Le respondí sin darle mucha importancia al comentario.-           

-Jefe. –Me dijo desde la puerta.- Porque no viene a cenar con nosotros.-            

-Venga anímese. -Son a su espalda,  Jorge asomaba la cabeza sonriendo.-           

-No chicos, -Les respondí.- Ir vosotros. Otro día.           

-¿Seguro? –Indagó ella.-           

-Si, marcharos o no vais a encontrar nada abierto.

El sonido de sus pasos se hizo más lejano. Después regreso el silencio. Un último ruido al cerrarse la puerta y después el silencio. Me recline en el asiento y miré al techo durante unos minutos. Busqué la ventana de mi diario en el ordenador, y durante unos segundos sentí el deseo de continuar escribiendo, pero aquellas palabras me parecían tan deprimentes, que opte por seguir trabajando. Tras treinta minutos de números y más números me levante, cogí mi chaqueta me dirigí hacía la puerta. Había recorrido la mitad de la distancia que me separaba de la salida, cuando las sombras se movieron a mi derecha.           

-¿Ya vas a reunirte con tu soledad? –Sonó tras de mi.-            

-¿Quién eres? Me giré, de las sombras salió una figura que se fue haciendo cada vez más visible. La luz de mi despacho le daba en la espalda, por lo que su rostro quedo en la penumbra. Lentamente me acerque.           

-¡Esther! Que haces aquí. Se te ha olvido algo.           

-No, Javi.  –Me respondió mientras se acercaba hacia mi con pasos lentos.- Yo hace horas que me fui. ¿No recuerdas?           

-Ya, muy graciosa, menudo susto me has dado. –Respondí quitándole hierro al asunto.-Esther se acercó a mí, puso un dedo en mis labios indicándome que guardara silencio y después tomó la chaqueta de mi brazo y la dejó en una mesa. Lentamente acercó su cara a la mía. Pude sentí su aliento mientras que se acercaba para susurrarme al oído. Su pelo me produjo un leve cosquilleo al roce con mi piel. Y el aroma de su perfume entraba en mis pulmones con cada respiración.           

-¡No estoy aquí! Y mañana tal vez pienses que es un sueño, pero hoy llenaré ese vacío que te aprisiona el pecho. –me susurró.-           

-Yo no sé qué decir Esther.            

-No tienes que decir nada.

Sus palabras fueron seguidas de movimientos lentos que le conducían hacia mi despacho. Levemente tiró de mí, y yo le seguí. No sabía exactamente en qué momento tomó mi mano, pero ahora podía sentir su tacto, la calidez y suavidad de su mano. En aquellos momentos nada a mi alrededor existía. El suelo se me antojaba movedizo. Al entrar la luz golpeó mis ojos y temí que al abrirlos ella se hubiera desvanecido, pero no. Seguía allí cerrando la puerta detrás de nosotros. Se giró y me sonrió. Era una sonrisa distinta, era de complicidad, de cercanía.  

Esther acercó sus labios a los míos y dejó un tenue beso, después se sentó en mi butaca, estiró la mano y yo, como si una fuerza imantada me atrajera, me acerqué a ella. Aquella mujer a la que creía conocer y que hoy se me presentaba distinta y misteriosa me sujetó la mano y empujó el asiento hacia atrás hasta que tocó el respaldo en la pared. Después abrió las piernas, y ante mi sorpresa que iba en aumento, me hizo inclinar sobre su pierna derecha. Tuve que apoyarme con las manos en el suelo para no caerme. La miré, en el momento sentí un enjambre de mariposas en mi estómago, estaba emocionado a la par que un poco confundido. Esther pasó su pierna izquierda sobre las mías, levantó un poco la pierna derecha apoyando el talón en la pata de la silla. Desde mi posición, podía ver su pie, apoyado sobre sus dedos y los dobleces que se producían en la lona de la zapatilla. Aquella visión aumentó mi excitación. Sentí sus manos sobre mi trasero.  – ¿Estas cómodo?- me preguntó. Yo asentí sin apenas mirarla.

Un mar de emociones se encontraba arremetiendo todo mi ser. Por un lado me sentía excitado por la situación, ansioso por que los acontecimientos se precipitasen, y temeroso de que todo fuera un sueño del que despertaría de un momento a otro. Además, me sentía bastante avergonzado, estaba allí, sobre el regazo de una de mis empleadas sin saber muy bien cómo había ocurrido aquello.

Los primeros azotes hicieron que abandonara cualquier pensamiento. La tela de mis pantalones hacía que el sonido fuera opaco, y el dolor no hiciera su aparición de forma brusca. Esther no imprimía una fuerza excesiva, pero lo contrarrestaba con gran constancia. Los minutos pasaban y ella no cesaba de golpear una y otra vez mis nalgas. Lo hacia en series de diez. Jugaba con el ritmo, unas veces eran rápidos y seguidos sin apenas pausa. Sistemáticamente cada centímetro de mi trasero recibió una gran cantidad de azotes. El calor de mis nalgas inflamó mi entrepierna, por no decir que el dolor se hizo persistente. Ella era concienzuda y seguía azotando mi trasero una y otra vez.

Apenas si hablamos durante el castigo; yo apreté los dientes para no emitir los quejidos que nacían provocados por la prolongada azotaina que estaba recibiendo. Tras un tiempo bastante largo que no soy capaz de precisar, se detuvo. Su mano acarició mi trasero. La excitación se apoderó por completo de mí. Hice ademán de incorporarme, pero no me lo permitió. Presionó mi espalda indicándome que permaneciera como estaba. Noté que la presión de su pierna izquierda disminuía durante unos instantes, y después el dolor de mi trasero se incrementó con aquel azote. La miré asombrado mientras levantaba nuevamente la mano armada con la zapatilla. Me sonrió y guiño un ojo. Después bajé la cabeza a la espera del nuevo azote que no tardó en llegar. Nuevamente se dedicó a conciencia, y no dejaba un solo lugar por azotar, desde la parte alta de los muslos hasta el final de mi trasero. Unas tímidas lágrimas llegaron a mis ojos justo en el momento en que los azotes cesaron, note como ponía la zapatilla sobre mi espalda y comenzaba a darme un masaje en mi dolorido trasero.            

-Levántate nene. –Me indicó con total familiaridad.- ¿Estás bien? –Sus manos acariciaron mis mejillas.- Toma aguántala hasta que te la vuelva a pedir. Esther puso la zapatilla en mi mano, y me sonrió mientras que comenzaba a desabrocharme el cinturón. Me sentía en medio de una nube, y rezando para que no desapareciera. Tímidamente intente ayudarla con lo que hacía, pero una fuerte palmada en mi mano me indicó que no deseaba mi ayuda para bajarme los pantalones.

La hebilla hizo un leve sonido metálico cuando toco el suelo, y una refrescante sensación de frescura recorrió mis piernas. Sus manos palparon mis nalgas, que desprendían un considerable calor. Ella tiró de mi slip, por primera vez sentí el tacto de su piel sobre las nalgas. Después sus manos pasaron tímidamente por el sexo, que se encontraba a punto de estallar. La miré buscando en ella una pista de lo que seguiría a continuación. El corazón me latía a mil por hora.

Esther se palmeó las piernas, yo la miré dudando y ella tiró de mí hasta que nuevamente me encontré sobre su regazo. Volvió a levantar una rodilla dejando mi trasero un poco levantado. Entonces me di cuenta. Ahora estaba sobre sus dos piernas, y mi pene se había acomodado entre sus calidos muslos. Aquella sensación casi consigue que explotase.

–Si te corres antes de que te de permiso, desapareceré para siempre.-

Su tono al advertirme de aquello estaba cargado de seriedad, por lo que hice todo lo posible por controlar mis deseos. Su mano volvió a masajear mis nalgas, hasta que los azotes se reanudaron. Esta vez el dolor fue mucho más intenso su mano impactaba una y otra vez sin que hubiera nada que amortiguara los golpes. Tras casi veinte minutos se detuvo. Su mano acarició la zona golpeada, y después estiró el brazo con la mano abierta delante de mi cara. Yo comprendí en el momento lo que quería, pero permanecí inmóvil, sus dedos se movieron nerviosamente mientras que una docena de azotes enérgicos y fuertes  cayeron sobre mis nalgas. -¿Hay que pedírtelo todo hablando nene?- Me dijo levantando la voz. Yo negué con la cabeza, y le entregue nuevamente la zapatilla.

Esther metió una mano por debajo de la camisa y subió por mi espalda hasta llegar al cuello. Cerré los ojos para acentuar aquella sensación, que pronto se mezclo con el dolor de los azotes que comenzaron a llover sobre mi trasero. Tras la primera docena las lágrimas ya no se pudieron contener, y rompí en un llano infantil. Ella golpeó con más fuerza, mientras yo me movía sobre su regazo intentando inútilmente evitar el castigo. El dolor fue aumentando así como mi llanto. Y con él, aquel extraño peso que me aprisionaba el pecho se fue desvaneciendo. Cuando Esther dejó caer la zapatilla al suelo, mi trasero estaba completamente rojo, amoratado en algunos sitios, y el dolor recorría todo mi ser como un fuego purificador.

Poco a poco me fui deslizando hasta el suelo, quedando abrazado a sus piernas. Lentamente recosté mi cabeza en su regazo y seguí llorando mientras que ella acariciaba mi cabeza. Mis lágrimas mojaron su piel, ella levantó mi barbilla.            

-¿Mejor? –Me susurró regalándome una sonrisa. Yo asentí.- ¡Llora nene!

Volví a recostar mi cabeza en su regazo, ella también se reclino en el sillón mientras sus dedos jugueteaban en mi pelo. Suavemente comencé a sentir que su pie rozaba mi sexo. La excitación estaba en su punto más álgido, entre el castigo recibido y el tacto de su pie en mi pene, estaba apunto de enloquecer. El llanto se tornó sollozo, y el sollozo suspiros, hasta que solo quedó el tacto de su piel en mi mejilla, y la oleada de sensaciones que emergían de mi sexo -¿Puedo? -Susurré tímidamente.- -Si. -Me respondió.-            

Tras unos pocos minutos más, explote mientras besaba sus muslos empapados por mis lágrimas. Ambos nos miramos y descubrimos un brillo en la mirada que nos acercaría mucho más.                       

-¿Por qué…? –le pregunté mientras me vestía.-                       

-Esta tarde, cuando entre a recoger unos papeles a tu despacho, leí lo que escribías en tu diario. –Me explicó.- Sé que es privado, pero lo tenías abierto en la pantalla y me pudo la curiosidad. Tras leerlo –continuó diciendo- sentí los deseos de llenar al menos esta noche el vacío que sentías.

Estaban dando las dos de la mañana en el reloj de la iglesia cuando llegué a casa. El sueño me asaltó en medio del recuerdo de las experiencias vividas. Hoy solo espero volver a verla. No sé si se volverá a repetir una noche como la pasada, pero pase lo que pase, el recuerdo de ella me acompañará toda la vida. Aunque espero que esto solo sea el principio de otras muchas noches en las que explorar ese maravilloso mundo de los erotismo y los azotes.                                   

CARS  

La primera noche

Autor: CARS 

Aquel sonido comenzó a llenar la pequeña habitación en penumbras, iluminada única y escasamente por la luz blanquecina de una luna que reinaba con absoluta plenitud. Primero el sonido fue intermitente, tímido en su comienzo pero que fue adquiriendo una mayor vigorosidad conforme transcurrían los minutos, hasta adquirir un ritmo constante, que cesó de una forma tan espontánea como había comenzado, dejando paso únicamente a la respiración agitada de dos seres que a su manera encontraron todo lo que la vida siempre les hizo sospechar que necesitaban, pero que nunca antes habían encontrado.          

Ella miró a su compañero, pero al hacerlo descubrió a alguien distinto, tanto como ella misma. Acarició su cuerpo sudoroso, pasó sus manos por su espalda hasta su nuca en una larga caricia. Después bajó una de ellas lentamente por la espalda, mientras que la otra se encontraba con la de él, sus dedos juguetearon hasta quedar entrelazados. Ambos permanecieron en silencio, temiendo quizás que al pronunciar una palabra aquel momento se esfumaría con ellas.           La mujer se recostó en el respaldo de la cama, y de una forma instintiva regresó con su mente a un pasado tan cercano pero que le parecía un abismo: regresó a ese instante de la noche en el que al fin se encontraría consigo misma, con esa mujer que siempre sospechó ser y que nunca se había atrevido a descubrir.          

La noche había comenzado con una cena romántica, y al decir verdad, había superado todas las expectativas, teniendo en cuenta que esa noche había visto por primera vez a su acompañante. Una leve sonrisa afloró a sus labios al rememorar los primeros pensamientos que le vinieron a la mente cuando lo vio. Él era un poco, -no mucho- más joven que ella, y eso le hizo albergar aún mayores reservas. Pero después de los postres, y cuando arropados por la suave melodía de la orquesta se decidieron a bailar, ella supo que no se había equivocado con la cita. Algo en su interior le decía que la noche iba a prolongarse mucho más.          

Después, una vez en la habitación, todo se había precipitado. Un relajante baño para dos, unas copas de champán y  un primer beso apasionado fue el preludio de unos momentos de pasión en los que ambos recorrieron sus cuerpos, y se entregaron en un abrazo tan intenso como cálido.          

Tras haberse amado, no como en las películas ni novelas rosa, sino como los mortales imperfectos que eran, con las limitaciones que da la realidad, ambos quedaron exhaustos. Sudorosos y felices. Ella se incorporó para sentarse en la cama, mientras que él permaneció tumbado entre sus piernas boca abajo y con la cara en sus muslos, que comenzó a besar de vez en cuando mientras que ella encendía un cigarrillo.          

Pasaron los minutos y ella con la última calada le sonrió; él se incorporó un poco hasta que sus labios se unieron en un beso, después recostó su cabeza en los senos de aquella mujer a la que había comenzado a amar. Ella por su parte le acarició la cabeza. Sus movimientos eran lentos, como lentos eran también sus pensamientos. Sus manos recorrieron aquel cuerpo que latía junto al suyo. Subieron y bajaron por su espalda hasta que su mano izquierda permaneció inmóvil sobre sus nalgas, mientras que sus pensamientos también se detuvieron en algún lugar escondido de su mente. Respiró hondo mientras que su mano derecha acariciaba su cabeza, y sentía la respiración de aquel hombre en su pecho.           Aun ahora es difícil para ella tomar conciencia de aquel acto, ya que parecía que su cuerpo, - o al menos parte de él – había decidido actuar por su cuenta, movido por algún mecanismo oculto de su mente. Lo que realmente importa es que durante unos segundos sintió amplificadas sus sensaciones, la piel bajo su mano, la firmeza de los glúteos que tocaba, y aquel extraño picor. ¿Fue el picor, o el sonido? Para ella fue como despertar, su mano se alzó y cayó pesada sobre las nalgas. Después el silencio, ambos permanecieron inmóviles, hasta que nuevamente aquel chasquido llenó toda la estancia. Tras unos segundos en los que ella le miró y en los que él no hizo más que besar el seno sobre el que descansaba su mejilla, llegaron más y más palmadas. Al principio eran suaves, pausadas y podría decirse que hasta cargadas de una gran timidez, pero con el transcurrir de los minutos, el flujo de azotes se hizo constante, rítmico y paulatinamente más y más enérgico.         

Durante unos minutos que ninguno de los dos eran capaces de precisar, aquel movimiento se hizo dueño de todo. El sonido de los azotes eclipsó el latir agitado de sus corazones, y después el silencio. Tan violento como el ruido. Ella dejó su mano sobre el trasero castigado, y comenzó a sentir el calor que emanaba de la piel, que pese a no distinguirla por la oscuridad la sabía enrojecida.          

Su mente voló a comienzo de todo, mientras que con su mano derecha acarició a su amante, quien comenzó a besar aquellos senos con pasión, mordisqueando los pezones, sintiendo la calidez de aquel pecho que latía junto a él, y notando cómo el calor que emanaba de sus nalgas inflamaban su sexo de una forma que nunca antes lo había hecho. En ese instante su piel se volvió mucho más sensible, y el peso y tacto de la mano de aquella mujer que le abrazaba se volvieron todo su universo.          

Alzó la vista, ella le sonrió y después se besaron. Ella mordisqueo el labio inferior de él, de una forma delicada y sensual, después con suavidad hizo que recostara su cabeza de nuevo en su pecho, alzó su mano nuevamente dejándola caer con fuerza sobre el castigado trasero. Esta vez fue distinto: ella era totalmente conciente de lo que sucedía, y fue administrando más y más severidad a su movimiento. Comenzó a cambiar el ritmo de los azotes, primero una docena en una nalga, después en la otra. Unas series eran rápidas y otras en cambio lentas y pesadas. Alternaba los azotes con las caricias. En otras ocasiones administró azotes sumamente enérgicos en cada nalga hasta completar una serie de veinte.          

Él, por el contrario, permanecía inmóvil, suspirando y arqueando la espalda, reaccionado a los cambios que ella iba imponiendo. Unas veces dejaba suaves besos, y otras cerraba los ojos y se concentraba para no emitir ningún quejido. Su cuerpo iba cambiando y su excitación fue en aumento hasta el extremo en el que estuvo apunto de eyacular debido a la fricción de su miembro contra el muslo de ella.          

Al fin los azotes se detuvieron en el momento preciso para evitarlo, y ambos permanecieron en silencio, abrazados. Las sensaciones iban cambiando y el dolor que sentía en su trasero junto con la excitación que aquella azotaina le había producido, le elevó hasta un lugar en el que siempre quiso estar, pero que nunca había querido reconocer. Ella a su vez, se llenó de una extraña euforia, la erección de aquel hombre que se entregaba a sus caprichos la llenaban de una gran satisfacción. Era como ir desenvolviendo un hermoso paquete, que siempre quisiste abrir, pero que sin embargo mantuviste perfectamente envuelto, por un extraño temor, que pese a desear su contenido, una vez abierto te desilusionará estrepitosamente. Hoy, con cada uno de sus actos se iba despojando de todo el envoltorio, y se mostraba a sí misma como deseaba.          

En ese instante aquellas dos personas estaban tan cerca en mente y alma, que por unos instantes nada a su alrededor existía. Sólo ellos en una pequeña habitación de hotel. Se volvieron a besar, se acariciaron y se sintieron. Ella le miró a los ojos. Se volvieron a besar. – ¡Quiero más!- le susurró ella al oído. Él la beso y asintió. Su entrega era total, y sabía que ella no le dañaría. Pese a no conocerla más que de esa noche, -aunque habían mantenido una larga relación por e-mail.- estaba dispuesto a depositar en aquella mujer toda su confianza.          

Ella se movió, haciendo que él abandonará aquella posición. La mujer se sentó en el borde de la cama, y condujo a su amante en la oscuridad hasta que estuvo de pie a su lado. En ese instante, le acaricio su sexo, sus piernas y su pecho, mientras que él metía sus dedos entre su cabellera. Ella besó su vientre, - Gracias por confiar en mí y por entregarte como lo haces- Le susurró entre besos. – Ven.- y con suavidad le condujo hasta que lo hizo reclinarse en su  regazo. Acarició su  espalda y espero a que se relajara; pasó sus manos por las nalgas que aun conservaban el calor de los azotes anteriores. Pasó una pierna por encima de las de él, y entonces comenzó de nuevo a golpear aquel trasero que esperaba el castigo. Su mano cayó una y otra vez con fuerza, ya que esta vez le golpeaba con gran severidad. El hombre se movía y retorcía intentando evitar aquel castigo, tan doloroso como excitante. Sus movimientos eran tan bruscos que estuvo apunto de caerse de aquel regazo en más de una ocasión.                    

-¿Estás bien? –Preguntó ella mientras acariciaba aquellas nalgas enrojecidas y calientes. El asintió.- Si quieres solo tienes que decir la palabra mágica. -No. –Susurró él mientras que llevaba una mano atrás y comenzaba a frotarse el trasero. -Entonces sé bueno y no te muevas tanto, porque sino te caerás y tendré que castigarte de veras.         

Él giro la cabeza para verla y sonrió abiertamente, ella por el contrario parecía seria, aunque le guiñó un ojo. Él le enseño la lengua en un acto jovial. -¿Qué has hecho? ¿Me has enseñado la lengua? -No. -¿No? te crees que no te he visto.  -Le regaño ella en medio de una amplia sonrisa mientras que comenzaba a hacerle cosquillas en los costados.-  Ambos estallaron en una prolongada risa, que como era de esperar acabó con él cayéndose de su regazo al suelo, y provocando que ella también acabara junto a él al intentar evitarlo. Los dos rodaron medio abrazados, y él comenzó a besarla. Estaba encima de ella, y entre risas y risas comenzaron a besarse. Tras unos minutos el rodó hasta quedar de espaldas junto a ella, sus manos se volvieron a unir, y tras mirarse las risas se reanudaron.          

-¿Te parece bonito lo que has hecho? –Le recriminó ella tras quedarse sería. Él se acercó para besarla.- Tus besos no te librarán. Te has caído y encima me has tirado a mí.          

Él intentó protestar, pero ella se lo impidió besándole en los labios.  –Levántate y enciende la luz.- Sus instrucciones no dejaban lugar para la protesta. El se incorporó y en pocos segundos la luz de una gran lámpara que pendía del techo inundó toda la estancia. Ella miro a su compañero de pie en medio de sus piernas, con los brazos en jarra y una amplia sonrisa. Ella le sonrió mientras prestaba atención la erección que pese al castigo, -o debería decir “gracia”- mostraba. Ella estiro los brazos y él le sujeto de las manos mientras tiraba de ella. En pocos segundos la estaba abrazando y besando tiernamente.          

Ella retrocedió hasta el borde de la cama, y después se dejó caer. Le dió la vuelta a su amante y por primera vez pudo contemplar su obra. El calor que había sentido al tocar las nalgas, descubrían ante unos ojos llenos de expectación, un color rojo intenso. Toda la superficie estaba colorada, y en algunos lugares tenía pequeñas manchas rojas mas intensas. Ella beso con delicadeza aquella carne dolorida, y sintió el calor en sus labios. La excitación aumento no solo en su sexo, sino en su mente. Estaba extasiada con aquella visión, con su tacto y sobre todo por saberse ella responsable. Se sintió agradecida de que él se entregará a ella.          

Ambos se miraron. Él le volvió a sugerir que usara la palabra de seguridad, pero él solo dejo ver una amplia sonrisa y nuevamente la lengua apareció en un acto tan jovial como infantil. Los ojos de la mujer adquirieron un brillo especial. Tiró de él hasta que estuvo de nuevo sobre su regazo. Pasó la pierna sobre las suyas para inmovilizarlo más. Esperó. Esperó hasta que él se relajó. La mano derecha acariciaba su espalda y sus nalgas. Entonces se inclinó hacia delante y estiró la mano hasta alcanzar un cepillo de madera que usaba para peinarse. Después mientras que le recriminaba su acción al sacarle la lengua y tirarla al suelo, comenzó a azotarlo metódicamente.          

La madera provocaba un sonido más opaco que su mano, y las sensaciones que él recibía en cada azote también eran muy distintas, y más porque ella lo hacía de forma lenta y enérgica, dejando el suficiente tiempo entre azotes para que él pudiera sentirlo. Tras lagos minutos, aquellas nalgas habían adquirido un color más intenso. Y las lágrimas pugnaban por aflorar en sus ojos. Algo en su interior le impulsó a pronunciar la palabra que detendría el juego en el acto, pero la enorme erección que tenía, y las oleadas de sensaciones encontradas que estaba recibiendo la ahogaron antes de que las pronunciaran. Ella llevaba un rato acariciándole. Le giró la cabeza para mirar a aquel hombre que  estaba apunto de doblegarse, pero que aun se resistía. –¿Ves lo que le pasa a los chicos que sacan la lengua?- Le susurró. -¿Estás arrepentido?- Le preguntó con una sonrisa. El asintió. –Si es así, ¿por qué no me has pedido perdón, y porque no veo lágrimas? No me pareces arrepentido.          

Estaban jugando, y ambos querían saber si podían ir un poco más allá. No sabían lo que el otro esperaba, pero se sentían en tan plena conexión, que ninguno quería abandonar. Quizás por eso a pesar del dolor que sentía en su trasero, sacó la lengua una vez más, a la vez que sonreía.   –Hoy llorarás mi amor.- le susurró mientras le dedicaba una amplia sonrisa. Después se inclinó palpando el suelo con la mano hasta dar con lo que buscaba. Le miró durante un instante mientras levantaba la mano armada con una zapatilla de tela con la suela de goma negra muy flexible. El primer azote le hizo saltar literalmente sobre el regazo de ella. Intentó cubrirse con la mano.          

Ella le sujetó la mano a su espalda, y le acercó la zapatilla  a la cara. -¿La ves amor? Esta hará que entres en razón.- Él la contemplo durante unos instantes. Era beige con pequeñas franjas burdeos. La suela estaba gastada, pero no por ello picaba menos. Intentó decir algo, pero ella no le dio tiempo, comenzó una azotaina severa. Las nalgas saltaban de un lado para otro con cada azote. La severidad con la que le azotaba hizo que antes de la docena de azotes, él comenzará a sollozar y a pedir clemencia. Ella se detuvo y dejando la zapatilla sobre su espalda comenzó un suave masaje en las nalgas. Cualquiera hubiera perdido la ercción, pero él estaba en una nube de excitación. Las lágrimas constituían una enorme liberación, de años de espera, de ansias ocultas tan profundamente que estuvieron a punto de desvanecerse. Estaba recibiendo un castigo muy severo, pero también una liberación mucho más elevada que el dolor. Por eso cuando los azotes se reanudaron, dejó de resistirse, su cuerpo se relajó y el lloró a gusto mientras que la zapatilla golpeaba una y otra ves su ya enrojecido trasero.          

Ella se detuvo. Dejo caer al suelo la zapatilla, y cogió un bote con crema hidratante que solía usar para las manos. Con suavidad comenzó a extenderla por las nalgas de aquel hombre que lloraba como un niño en su regazo. Pronto el llanto se volvió suspiro, y tras unos reconfortantes minutos, ambos estaban abrazados en la cama, besándose en cada centímetro de su piel.                            

-Cris.- Susurró.                          

-Dime...                           

-Te quiero muchísimo....     

Cristina se le iluminó el rostro con una amplia sonrisa. Él la besó y ambos se susurraron cientos de palabras mientras sus manos pugnaban por recorrer el cuerpo del otro. Se amaron durante largo rato, después quedaron exhaustos, sudorosos pero felices de haberse conocido primero en una sala de chat, y después en aquella inolvidable noche. El yacía boca abajo, cruzado en la cama. Ella recostó su cabeza en la espalda y posó suavemente una mano sobre aquellas nalgas sumamente doloridas.          

Así les sobrevino el sueño. Ella sintiendo el calor de aquel trasero en su mano, y él la paz que había buscado durante años, sin saber donde hallarla. Hoy ambos se habían completado, formaban un todo sabiéndose poseedores de lo que el otro anhelaba. Así, juntos, soñaban con el mundo que acababan de describir, y deseando las experiencias que le deparaba aquel descubrimiento. Ambos estaban a las puertas de sus deseos y secretos, en aquella primera noche en la que todo su mundo se volvía a reescribir. 

- FIN -

Corazón de spanker

Autor: Cars
         La tarde comenzaba a oscurecerse cuando Marta entró en la cocina de su piso de dos habitaciones que compartía con su novio. Pese a tener sólo veintiséis años se sentía feliz por las responsabilidades que había asumido. Le parecía mentira que ya hubieran pasado tres años desde que entrara por primera vez en él. Vacío, sin muebles y con aquella horrible pintura crema en las paredes. Paredes que hoy lucían unos colores más modernos, una mezcla de rojos, azules y melocotón, cada uno en una estancia diferente de aquel hogar. Sólo pensar en esa palabra le llenaba de turbación. Realmente estaba a gusto.
Sonrió mientras llenaba la  olla de agua. Miró de reojo a Fran, estaba absorto en un partido de fútbol. Con su cerveza a medias y los pies puestos en la mesita. -¡Esos pies!- dijo alzando un poco la voz, y continúo con sus preparativos, mientras el hombre retiraba los pies, y la miraba. Ambos sonrieron. Y continuaron prestando la atención a sus intereses. Todo estaba en su orden, ellos lo sabían y se reconfortaban.
Durante unos instantes, nada pareció cambiar, el edificio transmitía la tranquilidad de un domingo cualquiera. Hasta que por el patio de luces que daba a la cocina Marta comenzó a oír algo que la turbó en un principio para acabar indignándola. El sonido era sistemático. Ella se asomó a la pequeña ventana. El sonido se hizo más y más nítido. Se secó las manos con cierto enfado, y tiró el trapo encima de la encimera. Salió de la cocina quitándose el delantal.
                   -¿A dónde vas? ¿Qué ocurre Marta?
                   -Ese niñato del primero, otra vez le está pegando a su hermana. –Su voz estaba cargada de ira.-
                   -¡Espera! -Fran se levantó y le cogió de la mano.- Puede que sea su madre. No puedes irrumpir en la casa de un vecino porque le esta dando unos azotes a su hija.
                   -Fran, no son unos azotes, es una paliza, ¿no oyes los golpes?
                   -Pues llama a la policía. Pero no te metas.
                   -Sé lo que hago. Y estoy segura que es el hijo mayor.
                   -¿Por que estas tan segura?
                   -Todos los domingos los padres van al teatro, y hoy les he visto salir.
Marta no esperó más, soltó la mano de su novio y salió de la casa. Bajó por las escaleras. Su paso era rápido y el golpeteo de sus zapatillas al bajar los escalones resonaban en su mente más fuerte que los latidos de su corazón. Cuando llegó ante la puerta dudó. Se miró de arriba a abajo. Por primera vez calló en la cuenta que iba en pijama. Sus pantaloncitos cortos dejaban ver sus esbeltas piernas. Aquellas zapatillas de felpa naranja con dos ositos y suela negra de goma le hacían verse de una forma infantil. Por un segundo tuvo la intención de dar media vuelta, pero en ese instante aquel sonido volvió a enfadarla. Con decisión tocó el timbre dos veces. Los segundos parecieron horas hasta que al final se abrió la puerta.
Un chico pecoso, con el pelo negro rizado y una mirada huidiza apareció ante ella. Su respiración era agitada, y se notaba que los nervios le salían hasta por las orejas.
                   -Deja de pegarle a tu hermana, o avisaré a tus padres y a la policía. –Le dijo Marta señalándole con el dedo.-
                   -¿Cómo? Yo no le estoy pegando a nadie. –Le dijo mientras intentaba cerrar la puerta.-
                   -Mira niñato de mierda. Si te gusta maltratar a la gente, hazlo con alguien de tu edad. –Su enfado iba en aumento.- Quiero ver a tu hermana.
                   -No está.
Marta no esperó, abrió la puerta y entró en el piso, ante las protestas del joven, que la seguía por las habitaciones vacías. Mientras intentaba convencerla de que en el piso no había nadie. Marta se sintió frustrada. Efectivamente en el piso no parecía haber nadie más. Su paso le llevo de nuevo al cuarto del adolescente. Abrió el armario y miró debajo de la cama. En ese instante, allí arrodillada en un piso ajeno, con la mano en el colchón, y el pelo alborotado ante la mirada de aquel muchacho se sintió ridícula.
Entonces cuando estaba apunto de levantarse vió entre las sabanas una zapatilla de mujer. Posiblemente de la madre del chico. Era de tela roja. La suela era amarilla con un ligero tacón. Los bordes eran dorados con un escudito en forma de gato dorado en el empeine.
                   -¿Y esto? –Gritó mientras se levantaba y blandía la zapatilla ante los ojos del asustado muchacho. ¿Qué hacías con ella?
                   -Eso no es asunto suyo. –Alcanzó a decir el muchacho, mientras bajaba la vista al suelo.- Pero no le pegaba a mi hermana.
Marta estaba confundida. Miraba al muchacho que acababa de sonrojarse de una forma espectacular. -¿Entonces?- Preguntó mientras levantaba la barbilla del joven para mirarle a los ojos.
Marta abrió los ojos como platos. Miró a la entrepierna del muchacho y reparó en la considerable erección que mostraba.
                   -¿Estabas haciendo lo que pienso? Pero por qué.
                   -¡Porque me gusta! –La voz salió en forma de grito.- Y eso no es asunto suyo.
                   -¿Te excita pegarte con la zapatilla de tu madre?
                   -Yo no me meto en su vida, así que láguese de mi casa y déjeme en paz.
                   -¡Eres un guarro!
                   -Y usted una zorra entrometida.
Aquel insulto la hizo enfurecer en extremo. Por un instante le pareció ser otra persona. Agarró al muchacho de un brazo y se dejó caer en la cama. Al hacerlo el chico quedo sobre sus rodillas.  Entonces comenzó a golpear el trasero de aquel muchacho que se debatía bajo su brazo. Ella le azotaba con rabia, recriminándole no sólo el insulto sino su actitud y sus acciones.
-¿Querías sentir  la zapatilla? Pues la vas a sentir.- Le decía mientras golpeaba una y otra vez aquel trasero.
Tras casi diez minutos, se detuvo. Tiró la zapatilla al suelo y contempló al joven que había dejado de revelarse y lloraba sobre su regazo. Marta se miró en un espejo que había allí. No entendía qué era, pero el verse sentada con aquel joven sobre sus rodillas le producía una extraña sensación. Mientras azotaba al muchacho algo había cambiado en su interior. Se sentía bien. Una extraña paz llenó su alma, recorrió cada filamento de su ser y la reformó en lo más profundo de su ser. Volvió a mirar al muchacho, le acarició la cabeza, mientras él la miraba con los ojos llenos de lágrimas. Entonces movida por una fuerte curiosidad le bajó los pantalones. Ante ella apareció un trasero de adolescente totalmente enrojecido. Sus dedos tímidamente recorrieron la piel. Estaba caliente, un calor que emanaba y le llegaba al corazón. Una sonrisa afloró en sus labios. Ella había hecho aquello, y lejos de sentirse mal, aquella visión le provocaba una inmensa serenidad. El chico había dejado de llorar. Ella le miró. Sintió el pene de muchacho aprisionado contra su muslo y al sentir su excitación ella también lo hizo. Entonces colocó al muchacho mejor sobre sus rodillas y le pasó su mano derecha por el trasero. Le dolía horrores, pero era una sensación que había estado buscando siempre. Ella apartó su mano y la retuvo cogida por la suya, mientras sin decir nada comenzó a dar unas palmadas sobre aquel ya maltratado trasero.
Al principio eran casi caricias, pero después el ritmo aumento. Eran más enérgicas. Marta controló el ritmo y la fuerza de aquellos azotes. El chico por su parte no pataleo no lloró, simplemente la dejaba hacer, emitiendo un leve sollozo, mientras que su pene se frotaba una y otra vez sobre aquel cálido muslo por la acción de los azotes.
Marta parecía no dispuesta a detenerse. El trasero del joven ya mostraba un color rojo intenso. Ella aumentó el ritmo, las ultimas palmadas era fuertes, rápidas y enérgicas. El dolor volvió a ser tan intenso que el chico comenzó a llorar. Al final se detuvo. Acarició aquel trasero y tras unos minutos le ayudó a levantar. Le subió los pantalones y le beso en la frente. Mientras que le regalaba una enorme sonrisa.
Ya en la puerta ella le acaricio la mejilla. -¿Te duele?- El chico asintió y sonrió mientras se frotaba la nalgas. Ella subió las escaleras, mirando atrás.
                   -¿Te volveré a ver? –Le preguntó el chico.-
Ella se acercó de nuevo a él. Le beso tiernamente en los labios, después levantó el pie, y se descalzo mostrándole la zapatilla que llevaba al chico. –La próxima vez la probaras.- después la dejo caer al suelo y tras calzarse corrió escaleras arriba.
Cuando Marta entró en su piso, lo hizo como una mujer diferente. Distinta. Ya no se sentía igual. Algo en su interior era distinto, ahora tenía un corazón de spanker, aunque no supiera lo que eso significaba.

Una tarde en el ciber

Autor: Cars 

Era una de esas tardes en las que no tenía muchas cosas que hacer, por lo que entré en la sala de un ciber, dedicándome al  visionando unas paginas de dominación femenina. No hay mucha gente, un par de jovencitos jugando en una esquina. Yo escogí un ordenador más bien intimo, solo hay una persona detrás de mí que me da la espalda. La he visto al entrar. Es una mujer joven, unos treinta años, es bastante más alta que yo, que mido 1.65, ella pese a estar sentada calculo que debe medir 1.80 o algo así, es pelirroja, y su piel está morena por el sol. Tiene una larga cabellera de pelo ondulado que
cae por su espalda, apenas nos miramos al entrar, yo me senté y comencé mi búsqueda.

Al final me quede contemplando una foto en la que una mujer rubia tenía a un muchacho en sus rodillas, los pantalones en los tobillos, y el trasero se veía ya bastante rojo. Su mano estaba alzada, y una pícara sonrisa que denotaba un gran placer en aquella situación se dibujaba en los labios de aquella mujer. En mi mente la foto tomaba movimiento, y aquella mano se abatía una vez más sobre el indefenso trasero. Quizás por eso no oí las primeras palabras. Yo estaba en una nube, hasta que una dulce pero enérgica voz me devolvió a la realidad.

-¡Esa posición es la que todos los hombres deberían experimentar muy a menudo!

Me giré. No daba crédito a lo que veía. Una penetrante mirada se clavó en mis ojos. Aquella mujer me estaba hablando, y no parecía muy contenta.

-¿Perdón? -dije casi tartamudeando mientras que apresuradamente hacia desaparecer aquella imagen de la pantalla.

-¡No te molestes! -Me dijo ella restableciéndola y sentándose a mi lado- Si no querías que la viera nadie, deberías buscar un lugar más privado.

-¡Yo....! Bueno.... No sé que decir...

-No digas nada, apaga el ordenador y espérame en la calle, creo que necesitas que alguien te enseñe buenos modales.

Salí del local, sin saber exactamente que estaba haciendo. ¿Porque la obedecía? ¿Qué pretendía de mí?

-¡Sígueme! - Ordenó cuando salió  a la calle. Yo no sabía que hacer pero estaba tan emocionado que comencé a caminar. Tras largos minutos caminé unos pasos atrás de ella por las calles sin decir nada. Llegamos ante una casa baja, me indicó que entrará, y que me quitara "solo" los pantalones, mientras ella se ponía cómoda. Al regresar, puede ver que solo se había quitado las botas que llevaba, sustituyéndolas por unas zapatillas rojas que resaltaban con aquellas largas y hermosas piernas enfundadas en medias negras. Yo por el contrario no me había movido del centro del salón, y por supuesto no me había desnudado, -cosa que lamenté- Ella miró para mis pantalones, esbozó una sonrisa y se acercó a mí.

  La tremenda bofetada que recibí, casi me hace caer al suelo, estaba aterrorizado. Ella espero a que me repusiera. Otra vez su mano impacto en mi mejilla. Yo no era capaz de hablar. Una a una fueron cayendo media docena de bofetadas en mis mejillas.

-¡Ahora! -dijo sin levantar la voz.- Quítate solo los pantalones y la camisa.

Mis manos volaban sobre los botones, todo mi cuerpo temblaba. Unas lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, y paralelamente a esto, una gran erección comenzó a turbarme a un más. Ella mientras tanto se desabrochó la chaqueta y la coloco en una silla, después hizo lo propio con la blusa quedándose solo con un sugerente sujetador de encaje rojo que dejaba ver la hermosura de sus pechos. Una vez que  terminé de desvestirme, ella se acercó a mí, me cogió
de la mano y me condujo hasta un sofá que presidía el centro del amplio salón. Ella se sentó, mientras que yo permanecí de pie. Con tono muy severo, ella me dijo lo enfadada que estaba de mi comportamiento, que llevaba días observándome en el ciber y que estaba indignada por la forma descortés y obscena con la que usaba las fotos. Por lo que hoy me iba a castigar muy severamente por ello.

Yo intenté protestar, pero ella tiro de mí colocándome sobre sus rodillas sin darme tiempo a replicar. Un extraño escalofrío recorrió mi cuerpo a sentir el tacto de su mano en mi espalda. Levantó un poco la rodilla dejando bien expuesto mi trasero, y tras unas caricias, cayó el primer azote. Fue enérgico. Pesado, aunque la tela de mi slips amortiguo el dolor. Uno a uno fueron cayendo los azotes. Imprimía bastante fuerza, por lo que pronto el dolor se fue haciendo más patente. Las lágrimas brotaron abiertamente de mis ojos, y comencé una danza con mi trasero para salvarlo del castigo. Ella por el contrario golpeó con mucha más fuerza. Nunca creí que una mujer pudiera pegar tan duro, pero lo hacia. Tras largos minutos en los
que me golpeó a placer, una y otra vez. Se paró. Yo lloraba en su regazo. 

-¡Shiiissss! Vamos, vamos, no llores tanto. -Me decía mientras me acariciaba las doloridas y calientes nalgas.- Esto no es más que el principio.

Aquellas palabras me helaron la sangre. De un tirón, sacó mis calzoncillos, y comenzó a golpearme de nuevo. Zas, zas, zas, zas, zas, zas... una docena de azotes en una nalga, después en la otra. Esta vez lo hacía con cierta saña. Su mano caía una y otra vez sin piedad. El calor y el dolor iban en aumento. Yo me intente revelar, pero ella me sujetó con más fuerza, pasando una de sus piernas por encima de las mías. Así, inmovilizado me dedicó una treintena de palmotadas en mi trasero que casi me dejan sin aliento. Después, me dejó descansar un poco, mientras me aleccionaba en cuanto al trato
que debía de tener siempre con una mujer, y en especial con ella. Su mano acarició la zona castigada. El dolor era casi insoportable. Y no tan solo en mi trasero, ya que mi entrepierna también estaba inflamada. Su mano acarició mi miembro.

-¡Si te corres... te azotaré tan duro que no te podrás sentar en un mes! ¿Me entiendes?

-Sí. -susurré- ¡ZAS, ZAS, ZAS, ZAS ZAS! Una docena de fuertes azotes volvieron a caer en mis nalgas.

- ¡No te he oído!

-Sí -Volví a decir casi gritando.

-Bien.

Entonces, uno de sus pies se movió saliendo de su zapatilla. Puede ver lo hermoso que era. Desee besarlos, lamerlos. Por un instante olvide mi dolor.

-Dame esa zapatilla.- Me dijo al tiempo que acentuaba su orden con media docena de palmadas más. Casi temblando la cogí y se la di. Su tacto era suave, y se podía sentir el calor de su pie todavía en ella. Mi verduga, o mejor dicho mi salvadora aunque yo no lo sabía aún, cogió el calzado, y tras agarrarme las manos a la espalda, comenzó a golpearme con la zapatilla. Los primeros azotes no eran muy duros, aunque debido al dolor que ya sentía, era como un martillo. Pero poco a poco la fuerza de los zapatillazos fue aumentando, convirtiéndose en una verdadera paliza. Yo gritaba y lloraba, mientras que ella continuaba castigándome. No se cuanto tiempo paso, pero se que fue mucho. La piel de mi trasero se rasgo por algunos sitios, debido a la fuerza de los golpes. Yo ya estaba abandonado a su voluntad, y permanecía inmóvil sobre sus piernas, sin ofrecer la más mínima resistencia. Envuelto, eso sí, en un mar de lágrimas.

Ella cesó en su castigo. Y su mano ahora acariciaba mi maltrecho trasero. Poco a poco mi llanto fue solo un susurro, y su otra mano sujetó mi pene. Permanecía tumbado en su regazo, y así, con su permiso me llegue al clímax, confundiendo el dolor y el placer en un mar de sensaciones. Resbale de su regazo, y quede en el suelo a sus pies. Los besé, los besé con pasión. Tras unos minutos, ella me indicó que me pusiera de rodillas. Me miró a los ojos. Un brillo especial los alumbraba. Después, me tendió su móvil.

-Llama a tu familia. Diles que te vas lo que queda de semana con unos amigos. Mañana comenzaré tú educación.

La obedecí, ella se levantó y se fue a dar un baño, mientras a mí me ordenó preparar la cena. Aquel día iba a ser el comienzo de una nueva vida...

Memorias de un spankee VI

Autor: Cars

 

Hoy desde mi soledad, mientras me dirijo a un piso vacío, tan vacío como mi existencia, me doy cuenta que aquella noche cambió todo. Desde mi percepción de la vida que tenía en ese instante, hasta los sentimientos que siempre había tenido en lo más profundo de mí. Aquella noche los fantasmas que siempre había tenido en lo más profundo de mi ser se disponían a salir, a invadirme y a intentar derribar lo que era y en lo que creía. En aquellos momentos en los que estaba en la cocina, ajeno a lo que ocurría, a mi alrededor todo se estaba orquestando para que nada volviera a ser como antes. Y creo que a lo que llegado, los acontecimientos que me han llevado a esta devastadora soledad comenzaron a fraguarse en los mismos minutos en los que yo estaba preparando aquella cena.

Una cena que por otro lado fue del total agrado de mi Ama y de su tía. Ambas mujeres me felicitaron y yo -no me avergüenza reconocerlo- me sentí orgulloso de esos halagos, aunque en realidad de lo que me sentía sumamente dichoso era de haber echo feliz a mi ama. -Termina de recoger esto y ven para el salón.- me dijo mientras se levantaba junto a su tía. En pocos minutos estaba de rodillas junto al sofá en el que se sentaba mi ama. Tímidamente recosté mi cabeza sobre su regazo, y sentí el tibio tacto de su mano acariciando mi cabeza. Esos eran los instantes en los que yo me sentía más unido a ella. No necesitábamos las palabras, los gestos eran nuestro mayor vehículo para mostrar nuestros sentimientos. -Andy, trae el cinturón que esta en el cuarto.-  Aquella orden me sacó de mis pensamientos, la mire con cierta incredulidad.

-¡Vamos! -Me gritó al tiempo que me daba una pequeña bofetada- ¿No me has oído?

-Sí, mi AMA, -alcance a decir al tiempo que me levantaba y me dirigía al cuarto.

-¡Si quieres que esto salga bien, debes usar un poco más de mano dura!

-Vamos tía, no me calientes la cabeza.

-¿Pero que te pasa? Te aseguro que no te reconozco. De verdad crees que ese muchacho es lo que buscas.

-Sí, estoy segura. El me ama y hará lo que yo le diga, -yo iba a entrar en el salón, pero me detuve, necesitaba seguir escuchando lo que aquellas mujeres decían- Además, yo también le quiero. A su ritmo y a su manera se está entregando a mi, y no voy a rechazarlo ni a forzar su aprendizaje.

-¡Veremos que dicen las demás!

-Las demás no tienen nada que decir. Cuando él esté listo lo presentaré y  no me defraudará.

-¿Y si lo hace? -Ana alzo la voz.- ¿Y si no pasa la prueba?

-Tía te quiero mucho, has sido casi una madre para mí, pero te voy a decir una cosa, -Mi ama se puso de pie y se colocó delante de ella- Nunca me hagas escoger entre él y el grupo. Ni tú ni nadie, porque perderéis.

-Nadie te obliga a escoger, pero te recuerdo que no es un club del que te puedas dar de baja. Eres lo que eres y quien eres. Y no puedes renunciar a eso ni por él ni por nadie. Así que te recomiendo que estés totalmente segura cuando le presentes porque no te puedes permitir que fracase.

Aquella conversación me estaba llenando de gran inquietud, y dado el cariz que estaba tomando opte por entrar en el salón. Apuré el paso y me puse a su lado.

-¡Tome mi ama! -Le extendí el cinturón.

Ella me miró a los ojos, nunca antes la había visto con aquella mirada: era fría, distante y perdida en un mar de pensamientos cargados de dolor a los que no sabía como acceder. El rostro por primera vez parecía el de otra persona, apretaba los dientes intentando contener una ira que amenazaba con arrasar todo a su paso.

-Dáselo a ella.- Me indicó, al tiempo que me cogía de la muñeca y tiraba de mí hasta llegar a la mesa del salón.

-¿Adonde fuiste a por el cinto? ¿A Roma?- Me dijo durante el corto trayecto hasta la mesa. Intente excusarme, pero ella me lo impidió con un cortante -¡Cállate!

Después se sentó en la mesa y me coloco entre sus piernas. Yo estaba desnudo a excepción del delantal que solo me cubría la parte delantera. Mi ama una vez me tuvo colocado se encargo de sacármelo, dejándome totalmente desnudo.

-Creo que cuarenta azotes serán suficiente castigo por haber faltado a su palabra. ¿No crees? -Dijo Ana mientras se acercaba a nosotros y doblaba el cinto en tres vueltas.-

-¡Que sean veinte tía! Y solo dos vueltas al cinto por favor.

La tensión entre ambas mujeres iba en aumento. Yo estaba en medio de una contienda que no entendía, pero que me llenaba de gran nerviosismo.

-¿Si quieres lo dejamos para otro momento en el que estés de mejor humor?- Aquella pregunta iba cargada de una gran dosis de rabia.

-¡A mi humor no le pasa nada! -Le replicó mi AMA.- Es tu castigo, y siguieres esperar a otro día pues que así sea, pero seguirán siendo veinte y con solo dos vueltas de cinturón.

El primer azote me sobrevino por sorpresa. Mi ama pegó mi cuerpo al suyo en un abrazo que me obligaba a inclinarme hacia ella, por lo que mi trasero quedaba expuesto al cinto que caía sin piedad sobre mi piel ya enrojecida por el castigo anterior. Sentí un beso en mi cuello, era solo apenas una caricia, pero se repitió tras cada azote. Mis manos descansaban sobre los muslos de ella, sentía el calor de su piel, el tacto de sus manos en mi espalda y el tibio roce de sus labios en mi cuello. Aquel contraste de sensaciones provocó en mí una terrible excitación. Me sentía vulnerable, pero al mismo tiempo protegido por los brazos de mi ama. Los azotes se sucedían con un ritmo casi constante. Fue cuando estaban llegando a su fin cuando noté algo frío en mi hombro, pequeñas gotas de agua caían también constantes. Ese echo me llenó de turbación. Aquellas lágrimas que derramaba mi ama eran algo que no llegaba a entender. Lloraba por el castigo o por haberse enfrentado a su tía. Seguramente si los acontecimientos de aquella noche no se hubieran desarrollado de la forma en que lo hicieron se lo hubiera preguntado. Pero casi con el último azote, el timbre de la puerta nos distrajo a todos de cualquier pregunta.

-¡Yo abriré! -La voz de Ana sonó con gran determinación, y no dejo lugar a discusión. Con rapidez se dirigió a la puerta.- ¡Pasad! Os habéis adelantado

Yo no salía de mi asombro. En pocos segundos dos mujeres entraron seguida de Ana que cerró la puerta. Yo consciente de mi desnudez solo alcance a ponerme detrás de mi ama, quién se había levantado de la mesa para recibirlas.

-¡No os esperaba hoy! -La voz de mi ama parecía cargada de gran tristeza.- Pero sed bienvenida.

-¡Vanesa querida! -Comenzó a decir una de ellas.- Espero que no te moleste, le dije a tú tía que aprovechando que ella venía te haríamos una pequeña visita. Y así conoceríamos a tu nuevo amigo.

-¡Carol! Tú nunca molestas. -Ambas mujeres se dieron un beso al tiempo que se separaba de mí.

-¿Es él?

-Sí       

-¡No parece tan....! ¡No sé, no te pega nada! -Le susurró con el volumen de voz justo para que yo le oyera.

En esos momentos, me sentí muy incómodo. Las recién llegadas me miraron y observaron como si se tratase de un animal. Pero lo que más me descolocó fue la impasividad de mi ama ante tal acto. Carol era la que llevaba la voz cantante, su actitud era arrogante y un tanto despectiva. No era una mujer muy alta, el pelo muy corto y rubio le daba un aire aniñado aunque una mirada exhaustiva al rostro descubría el paso de los casi cuarenta años que tenía. Vestía un traje gris y unos zapatos negros, sin medias. La otra mujer era más alta y delgada, su nombre no consigo recordarlo, pese a que la volvería a ver en un futuro no muy lejano a aquella noche. Tenía el pelo negro que caía sobre sus hombros. Llevaba unos vaqueros y un jersey de cuello. Lo que me llamo más la atención de ella fue sus ojos. Eran azules, un azul claro como el del cielo. Casi diría que hería al mirar fijamente a ellos. Tras unos minutos más de saludos las cuatro mujeres se sentaron en el salón. Yo permanecí de pie, observándolas en silencio.

-¡Vanesa! -Le dijo Carol señalándome.- ¡Ese perrito que tienes como compañero! ¿Podría traernos un café?

-¡Andy, trae café! -Yo permanecí de pie, inmóvil la rabia que sentía apenas podía controlarla.

-¡Querida tienes que llevarlo al médico! Has recogido a un perrito sordo. -Todas las mujeres salvo Vanesa estallaron en una sonora carcajada. Yo miré a mi AMA, y entendí perfectamente que con su mirada me pedía que obedeciera. No era una orden, sino más bien una sutil insistencia, pero yo tenía demasiada ira como para atender a ese reclamo.                       

-¡Escúchame señora! -Le grité mientras que me dirigía hacía ella.- No le consiento que me hable así. No sé en que mundo vive pero si vuelve a dirigirse a mí de esa forma la sacaré de esta casa a patadas.

El silencio cayó pesadamente sobre todos como una lápida de mármol. Ana abrió los ojos hasta el punto de querer salir de sus cuencas. Carol se levantó de golpe del sofá como si le hubieran pinchado con un alfiler. Por un momento mi desnudez -que me había tenido cohibido durante un tiempo- desapareció de mí mente.

-¿Cómo te atreves? -Me gritó Carol.- ¡No me dirijas la palabra y trae el café de una puta vez!

-Si quieres café -le rebatí- tienes dos opciones, te vas al bar y te lo tomas allí o vas a la cocina y te lo preparas tú misma. Porque si esperas que yo te lo traiga....

Carol tuvo la intención de avanzar hacia mí, pero Vanesa se interpuso entre ambos en ese instante.

-¡Siéntate, yo lo arreglaré!- Le dijo a Carol. Después se giró hacia mí. Nuestras miradas se clavaron. Y nuevamente el silencio campo a sus anchas. Mi ama espero hasta que Carol se hubo sentado para dirigirme la palabra.

-¡Sé lo que piensas, sé lo que sientes! -Intenté hablar pero ella puso un dedo en mis labios y me lo impidió.- Este encuentro no tenía que haberse producido hasta que hubiéramos hablado. Hay cosas que no te he dicho, -guardó silenció, parecía estar buscando las palabras adecuadas- y que te debería a ver contado, pero ahora solo puedo pedirte que vayas y traigas café. Después hablaremos de todo, pero éste no es el momento, ni la situación. No te imaginas lo que me duele esto. Pero... ¡Andy, trae café!                      

-¿Y si no lo traigo?

-¿De veras me vas a obligar a contestarte?

Un mar de lágrimas estaba luchando por derramarse de aquellos ojos que me miraban con desesperación. Yo me encontraba envuelto en una extraña nube. En esos momentos no era más que un zombi, cuya voluntad estaba agonizando. Con un tremendo dolor, me encamine a la cocina y comencé obedecer la orden más amarga que jamás antes había recibido de mi ama.

-¡Ninguna de ustedes debería hablar con él hasta la presentación oficial! -Le dijo mi ama nada más salir yo del salón a las mujeres que la acompañaban.-

-No es inusual ni inapropiado visitas antes de la ceremonia. -Protestó Carol.- Tú misma has hecho este tipo de visitas. Ahora no te puedes oponer.

-Me opongo a las formas. Me opongo a que se haya producido a mis espaldas y sin aviso. ¡A eso me opongo! Y te aseguro que me encargaré de que esto se sepa en la asamblea.

Cuando entré con él café, todas se callaron, con el pulso tembloroso por  la humillación que me suponía la situación, comencé a servirlo.

-¡Te cuidado perrito! -Me dijo Carol.- ¡No tires el café!                      

-¡Una palabra más, solo una! -Mi mirada se endureció.- Te juró que si vuelves a dirigirme la palabra una vez más, saldrás a tanta...                      

-¡Andy! -Me gritó Vanesa.-                  

-¡Qué! Te respeto y te quiero, -Me encaré a ella, mientras que las palabras salían de mi boca casi a empujones.- He traído el puto café, pero si vuelve a insultarme, la sacaré de aquí a patadas. Cueste lo que me cueste.                      

-Vete a la cocina, y no salgas hasta que yo te llame.                       

-No pienso aguantar....

-¡A la cocina! -Me grito mi ama.

Yo nuevamente volví a obedecer. Aunque me moría por dentro permanecí en la cocina maldiciendo mi actitud. Unas veces por la sumisión que estaba mostrando, y otras por haberme enfrentado a mi AMA. Estaba inmerso en esas divagaciones, cuando sonó la alarma de mi reloj. Eran las doce de la noche. Me acerque al cuarto y me puse un chándal, después regresé al salón. Cogí el arma del cajón y me acerqué a mi AMA. Ella hizo el ademán de recriminarme no solo haber salido de la cocina sino haberme vestido sin su permiso, -tengo que hacer la ronda de vigilancia- le susurre aplacando cualquier protesta. Ella asintió y yo me encaminé a la azotea del edificio. La noche estaba tranquila. Tras echar un vistazo al barrio me tome unos minutos para disfrutar de la soledad que sentía. Miré los coches aparcados en fila. Al ver un Land Rover plateado me di cuenta que siempre quise tener uno, pero que nunca me había decidido a comprarlo. Esa noche tomé la determinación de hacerlo. Apenas sin darme cuenta habían pasado treinta minutos. Bajé a la vivienda, y cruce el salón para depositar el arma en el cajón. Vanesa se levantó en ese instante, la vi de reojo, estaba delante de la ventana. Fue como los flashes de una foto. Escenas que me asaltaron a la mente. La miré, el tiempo pareció ralentizarse. Todos mis músculos se tensaron y mi mano de forma instintiva amartilló el arma al tiempo que corrí hacía ella.

-Al suelo- Grité en el mismo instante en el que mi hombro empujaba a Vanesa. Mi mirada se dirigió hacia el Land Rover que había llamado mi atención, ahora me maldecía por no haberme dado cuenta antes, ¡la ventana de atrás no tenía cristal! De ese lugar salio -en el mismo segundo en el que mi cuerpo tocó a Vanesa- el fogonazo precedido del estallido agudo del disparo que resonó en la noche como un cañón, rasgando el silencio que la envolvía. Oí el cuerpo de mi ama chocar contra el suelo, y mientras el mío caía tras ella, mi dedo presionó cuatro veces el gatillo de mi arma. Cuando toque el suelo, me giré para cubrirla. Permanecí unos segundos inmóvil, recorrí la estancia con la vista, Ana y las otras dos mujeres estaban sollozando en el suelo. Miré a Vanesa.

-¿Estas herida?- Le susurré.

Ante su negativa, revisé mi arma y rodé hasta la puerta. La abrí y saltè a los setos de la entrada, unas sirenas se comenzaron a oír entre las calles. Con rapidez, corrí entre los coches aparcados, hasta llegar al vehículo desde el que se realizó el único disparo. Dentro un cuerpo permanecía inmóvil sobre un fusil con mira telescópica aun caliente. Le apunté, le grité que levantara las manos, pero no se movió. Con sumo cuidado y sin dejar de apuntarle, le busqué el pulso. ¡Estaba muerto! Tres de los cuatro disparos que efectué estaban en su pecho.

Un extraño frío me invadió. Nunca antes había disparado contra una persona. Y aquel cuerpo inerte me producía una extraña sensación. Era un asesino, y si yo, no le hubiera matado, seguramente él sí lo hubiera hecho, pero al margen de eso, era un ser humano al que yo le había arrebatado la vida, y eso era algo para lo que no encontraba la forma de afrontarlo. Un extraño sentimiento aprisionó mi pecho. Mis ojos se clavaron en aquel hombre que había intentado arrebatarme la vida, y sin embargo no era capaz de sentir otra cosa que no fuera pesar por haber sido yo el que se la arrebatara a él. En pocos minutos la calle se llenó de coches y de policías. Después, vinieron las declaraciones y la espera hasta que a las cinco de la madrugada, el juez ordenó el levantamiento del cuerpo.

Tras unos pocos minutos más, Vanesa y yo nos quedamos solos. Casi sin decir una palabra nos acostamos, nos besamos y nos acariciamos hasta que el amanecer nos sorprendió abrazados. Por un momento volvía a sentir paz y serenidad. Allí con mi cabeza en su pecho sintiendo el rítmico golpeteo de su corazón encontré la calma que había perdido esa noche.

Los días se sucedieron, y dieron paso a las semanas, y aquel incidente fue perdiendo protagonismo en nuestras vidas privadas, no así en mi trabajo, ya que aquello le daba otro enfoque al asunto, y además abría unas vías de investigación nuevas. Antes de poderme dar cuenta, nos encontrábamos en vísperas de la boda. Mi ama se había encargado de todos los detalles con su tía, a la que yo no había vuelto a ver desde aquella noche. La ceremonia se celebraría el domingo, y el viernes yo aun no había ido a recoger el traje con el que me iba casar. Lamentaba muchas cosas en ese momento, pero lo que más me preocupaba es no haber podido encontrar a los que intentaban acabar con la vida de mi AMA.  Estaba inmerso en esas divagaciones, cuando un claxon me sobresaltó. Miré a mi espalda y pude ver a Vanesa en su coche con una amplia sonrisa.

-Sube te llevo          

-Voy a buscar el traje, aun está en el sastre.         

-¡Qué subas! -Me repitió.- El traje ya está en el maletero.

Con gran asombro subí al vehículo, asegurándome que nos seguía el coche de escolta. Ella me beso y emprendió la marcha por las calles hasta salir de la ciudad. Intenté preguntarle por el destino, pero ella permaneció en el más absoluto silencio. Tras casi una hora de camino por carreteras secundarias, llegamos ante un pequeño hotel de montaña que se encontraba en medio de un pinar.

-¡Tenemos que hablar de algunas cosas antes de la boda! -Me dijo al fin mirándome fijamente.- Lo he estado aplazando pero debes saberlo antes de dar el sí el domingo.-

-¡Mi Ama! -Alegué.- No necesito explicaciones, no hay nada que me haga cambiar de idea.                      

-No son explicaciones Andy. -Su voz se endureció.- Son cosas que debes conocer de mi circulo de amistades. Compromisos que he adquirido y que tú debes estar dispuesto a asumir. Así que no me repliques. Saca el equipaje del maletero y ve para la recepción.                     

-¡Si mi AMA!

Los trámites me llevaron unos minutos. Después, me encaminé al ascensor, entré en la suite y acomodé el equipaje. Tras un echar un vistazo a la habitación comprobé que todo estaba en orden. Mi ama llego justo cuando estaba terminando de preparar el baño.

-Ven al baño conmigo. Hoy me frotarás la espalda.- Me susurró al oído y entró en él dejándome atrás una sonrisa y su sugestivo guiño.

El agua estaba tibia, y nuestros cuerpos se estremecieron al entrar en aquel jacuzzi. Mi ama me rodeó con sus brazos, mientras que yo me recostaba en su pecho. Sentir sus senos firmes y el bombeo de su corazón que retumbaba en mi espalda me produjo una cierta excitación, y una paz aún mayor. Cerré los ojos. Me concentré en sentirla junto a mí. Su tacto, su aliento y el roce de sus cálidos labios al besar mi cuello. Con suavidad pasó su mano por mi pecho, por mi costado. Aun me estremezco al imaginar el roce de sus manos en mi piel.

-¡Hoy quiero que hagas algo! -Intenté girarme para mirarla, pero ella suavemente me guió con sus manos en mi cara para que mirara adelante.- Tienes que redactar un documento, en el que expreses tus límites.                      

-¿Límites?                      

-¡Sí! Quiero que delimites tu entrega hacia mí. -guardó silencio, como esperando un comentario.- Expresa hasta donde quieres llegar, los castigos que soportarás y los que no quieres. Define lo más concisamente que puedas hasta donde quieres llegar, que es lo que nunca aceptarás. Escoge también algunas palabras de seguridad, para hacer notar que deseas poner fin a una situación.                      

-¡Mi ama me conoce mejor que yo mismo en esa materia! ¿Por que necesito escribirlo?                     

-Primero por que te lo ordeno, -a esta aseveración le siguió una pequeña bofetada, y un beso en el cuello.- Y en segundo lugar porque una vez que nos casemos nos relacionáremos con alguna personas, y ellas necesitan conocer esos protocolos para no excederse en el trato contigo.                  

-¡No sé si lo entiendo!

-Mira, yo pertenezco a un grupo o sociedad -llámalo como quieras- de AMAS, hablamos e intercambiamos experiencias y anécdotas. Y en ocasiones, en algunas reuniones también permitimos que nuestros sumisos reciban algún que otro castigo de otra AMA. -La miré con asombro.- ¡No te preocupes! No suele ocurrir, pero cuando esa situación se da, necesitamos conocer las limitaciones de las personas que participan. Normalmente siempre puedes negarte a asistir.              

-¿Normalmente?

-Sí, sólo en una ocasión debes ir aunque no lo desees. En los primeros doce meses después de nuestra boda, asistirás a una especie de ceremonia de presentación. Allí el resto de AMAS te conocerán, y jugarán contigo. En el futuro antes de que llegue el momento te explicaré con más detalles esa ceremonia.                     

-¿Y si no quiero ir?

-Entonces no podremos casarnos. -Su voz era determinante.- Nuestra relación finalizará en ese momento.

-¡No me parece justo!

Ella se movió hasta quedarse delante de mí. Por un instante permaneció en silencio como buscando las palabras. Yo le sostuve la mirada. Me sentía extraño, recordé a las mujeres que nos visitaron y la forma en que me trataron. Rechazaba de plano aquel trato, y ofrecerme voluntariamente para ponerme en sus manos me resultaba repugnante. Por un momento pensé que mi AMA nunca iba a romper aquel silencio.

-¡Andy! -Dijo al fin.- Entiendo tus reservas, pero te recuerdo que te avisé. Mucho antes de llegar a éste punto, te dije que para mí esto no era un juego, sino una filosofía de vida. Nunca te obligué a aceptar nada, si sigues  a mi lado es porque lo deseas, y si así lo decides puedes salir de mi vida de la misma forma. -Me miró con una extraña mezcla de firmeza y ternura. Sus manos cogieron las mías.- Quiero que entiendas algo, y que no tomes mis palabras como una coacción. Pero consideraré tu negativa como una tremenda jugarreta. Me has hecho creer que tu determinación de servirme era cierta, y me he enamorado de ti en parte por tu entrega. Nunca hubiera permitido que mis sentimientos llegaran hasta éste punto de haber imaginado que ahora ibas a dar la espalda a mis deseos.         

-¡No es eso mi AMA! Es que lo que me pides es nuevo para mí, y no me apetece ser tratado por un puñado de mujeres como un animal. Contigo es distinto, en ti confío y sé que nunca me dañarás. Que te importo y que nos dirigimos hacia un lugar juntos. Pero ahora me hablas de otras mujeres, a las que apenas conozco, y a las que sí conozco, desearía no haberlo hecho.           

-¡He dicho que te entendía! -Me interrumpió.- Pero eso no cambia nada. Lo que te pido es que confíes en mí. Y que me creas, cuando te digo que ni yo ni nadie te dañaran.           

-Tengo que pensarlo -Musité.

-Como quieras -Se volvió a recostar donde estaba antes.- Vete. Quiero terminar el baño sola. Sal y piensa todo lo que quieras.

Salí del agua y me sequé, mientras sentía la indiferencia de la mujer a la que amaba y nuevamente sentía que la había defraudado.

-Cuando salga del baño, tienes que tener una respuesta. Redacta lo que te he pedido en los términos que deseo o recoge tus cosas y márchate. No hace falta que te despidas.-Aquellas palabras me helaron la sangre. Permanecí en pie, con la mano en el pomo de la puerta y la cabeza baja. Sentí una extraña sensación de soledad. Me giré para decirle algo, pero su indiferencia era tan notable que no me atreví. Lentamente salí de la habitación. Me senté en la cama. Miles de ideas me asaltaban sin orden. Tras unos minutos comencé a sacar la ropa de los cajones donde los había colocado sólo unos minutos antes. Cuando la maleta estuvo llena, la cerré y me quede nuevamente en silencio. Mirándome las manos. No sé en que momento mis ojos se llenaron de lágrimas. Sentía deseos de vestirme y alejarme de aquella habitación.

*************

Veinte minutos después, la puerta del baño se abrió. Vanesa entró en la habitación. La sintió vacía. Miró el armario. Los cajones estaban abiertos, y faltaba alguna ropa. Caminó lentamente, pisando con miedo la moqueta. Sus ojos escudriñaron cada rincón. Una oleada de frío la hizo estremecer. Se llevó la mano a los labios, e hizo lo imposible para que un mar de lágrimas que pugnaban por salir, no inundaran sus ojos. El pelo aun mojado empapaba su espalda, y sus pies dejaban una huella humedad por la estancia. Miró hacia la puerta, estaba entreabierta. Una maleta permanecía inerte, a la espera de que la recogieran. Unos folios blancos llenaban la mesa, en la que habían sido colocados.

Por un momento se sintió desmayar. Se apoyo en uno de los postes de la cama que sostenían un techo de raso. Entonces apretó los dientes y se dijo así misma que era mejor así. Después se volvió y se dirigió a la puerta. Miro la maleta. La rodeo y abrió más la puerta. Cuando la cerró tras colocar el cartel de "no molestar" se sintió vacía. Por primera vez, toda la seguridad que siempre le había rodeado, se desvanecía bajo sus pies quebrándose igual que haría el vidrio. E igual que él, los trazos rasgaban su interior provocándole un dolor desconocido hasta entonces. Su cuerpo se fue deslizando hasta el suelo, mientras que un intenso llanto se abría paso. En esos momentos se maldijo. Se maldijo por haberse vuelto vulnerable, por haberse puesto en esa posición. Y lo que era peor. Por haber entregado su corazón para que lo rompieran en cientos de trozos. La soledad que ahora la envolvía, amenazaba con arrojarla a la locura. Por primera vez, sus deseos no se verían cumplidos. El se había ido,  y aunque lo deseaba con todo el corazón no volvería. Ella se había encargado de ponerlo en una situación en la que una vez tomada la decisión no cabía la posibilidad del retorno. Ya que si eso ocurriera implicaría que uno de los dos habría renunciado a su postura.

Ella no lo podía hacer, no lo deseaba hacer. Y esa determinación la condenaba a esa soledad que la abrazaba con su gélido manto. Reclino la cabeza sobre sus brazos. -¡No llore, mi AMA! -Oyó en medio de su llanto. Vanesa levantó la vista. Le miró. Era él, ¡no se había ido! Estaba allí con el torso desnudo y la toalla en la cintura, sentado en una silla con un papel en las manos. Con cierta lentitud, aparto las lágrimas que empañaban la visión.

Me iba a ir, -comenzó a hablar aquel hombre que la contemplaba en su dolor.- te aseguró que me iba a marchar. Pero fui incapaz de vestirme. Mi mente me empujaba, me gritaba desde lo más profundo de mí ser. -Guardó silencio mientras que sentía como un torrente de lágrimas corrían por su mejilla.- Pero no tenía donde ir. Tú eres todo para mí, te he dado hasta la más mínima porción de mi alma y de mi corazón. Y el solo pensamiento de alejarme de ti, de no volver a mirarme en tus ojos. Me sumía en la más despiadada de las torturas. Renunciar a tus caricias, a tus besos y a todo el universo de sensaciones que has abierto ante mí, me destrozaba. He llegado hasta aquí, y ya solamente puedo seguir adelante. Todo lo que había a mi espalda ha ido desapareciendo, y ahora sòlo existes tú. Mi vida, mi amor, todo lo que siento y lo que amo eres tú. Soy tuyo desde el mismo instante en el que me miraste en aquel bar. Yo soy tuyo y tú eres mi AMA. Y ya no podría vivir sin ti.

Mientras que hablaba, ella se había ido acercando a él. Cuando levantó la vista se encontró con la de ella. Una leve sonrisa afloró a sus labios. Vanesa cogió el papel de sus manos. Lo leyó. Después se acercó más aun poniéndose entre sus piernas, él la rodeo con sus brazos, y recostó su cabeza en su vientre. Ella dejó caer el papel que se meció suavemente hasta quedar inmóvil a sus pies. Después lo abrazó con ternura. Lo pegó a ella mientras que ambos sintieron como una oleada de serenidad les liberaba del peso que la idea de la separación les había echo sentir. Durante aquellos minutos todo a su alrededor despareció. Nada existía fuera de aquel abrazo que le unía y les hacía sentir en paz.

                    ******************

Aquella tarde hicimos el amor hasta caer exhaustos. A medida que iba redactando aquel documento, iba entregando lo poco que quedaba de mí. Mi voluntad, mis esperanzas, hasta mis miedos más profundos se los estaba entregando a aquella mujer que me hacia estremecer y cuyo cuerpo notaba vibrar entre mis brazos.

Perdí la noción del tiempo. El sueño nos alcanzó y nos dormimos abrazados, en el ocaso de un día en el que nos habíamos acercado tanto el uno al otro, que supe - o al menos eso creí yo en aquel momento- nadie nos iba a separar jamás. La vida se encargaría de enseñarme que nunca podemos dar algo por logrado. Ya que lo que vemos como el triunfo de un día, es el comienzo del fracaso de otro. Un fracaso que en mi caso tiene un sabor agridulce. Nunca me he podido sacar de la cabeza en estos seis meses que fui yo, con mi firma en aquel documento el causante de esta soledad que me acosa.

Sea como fuere, ya no vale a la pena revolcarse en el pasado, lo único que me queda son los recuerdos. Los momentos mágicos y sumamente excitantes que viví junto a ella. No solo en el ámbito sexual, ya que estar con ella en los acontecimientos cotidianos y vulgares podía ser una experiencia cargada de emociones. Vanesa es el tipo de persona que lo ilumina todo con su presencia. Sus reflexiones, sus opiniones, todo en ella era excelente, y yo me sentía vivo estando a su lado, contemplándola.

Si me esfuerzo, aun puedo sentir el aroma que desprendían las coníferas y los pinos que rodeaban aquel hotel. Se filtraba por cada rendija, por cada rincón, y lo bañaba todo con un frescor relajante. Frescor como el que me despertó en aquella tarde. Bueno no podría definir si ya había oscurecido o no, ya que cuando me desperté toda la habitación estaba a oscuras, a excepción de una pequeña lámpara que había en la cómoda. Lo primero que noté fue la frialdad que tenía en el pecho. Cuando puede enfocar la visión, la ví encima de mí, con un cubito de hielo en la mano, y esa mirada felina que me indicaba que tenía algo especial pensado. Alce la cabeza para besarla, ella apenas permitió que mis labios rozaran los suyos, esquivó mi boca, y dejó un mordisco relativamente fuerte en mi cuello. Después se levantó, y me indicó con el dedo que le siguiera.

Comencé a gatear por la cama hasta llegar al final del colchón. La escasa luz que había en la habitación estaba a su espalda, por lo que un aura luminosa parecía rodearla. Llevaba unos pantalones muy cortos negros, a juego con un sujetador sin tiras del mismo color. Parecía de cuero. No llevaba medias, y los zapatos negros que calzaba le realzaban las hermosas piernas. Se había maquillado, y llevaba un collar ajustado al cuello. Me sonrió, dió una palmada en su muslo, y yo salté de la cama hasta llegar junto a ella. Allí a sus pies comencé a besar aquellas piernas, subí hasta los muslos y bajé hasta sus pies. Besé con esmero cada milímetro de piel, una piel cálida y tersa cuyo perfume aun me parece poder percibir. De vez en cuando sentía su mano acariciarme la cabeza y juguetear con mi pelo. Tras unos minutos en los que el tiempo pareció detenerse, ella se dirigió hasta la cama. Tras sentarse yo continué besando y lamiendo sus piernas. Los zapatos olían a nuevo, con ese peculiar aroma del cuero que no ha sido estrenado. Los bese y lamí. Después la descalce y bese sus dedos y cada palmo de su piel. No puedo llegar a precisar cuanto tiempo transcurrió. Mi AMA agarro mi pelo y tiro de él hasta que me incorporé quedándome de rodillas ante ella.

La veía hermosa, radiante. Nos besamos apasionadamente. Después me indicó que fuera a la cómoda y cogiera una fusta que había comprado. Yo estaba muy excitado, y mi voluntad era totalmente suya, por lo que no me inmuté ante aquella orden. Tan rápido como pude regresé con la fusta en mi boca. Hice ademán de entregársela, pero ella rehusó tal gesto. Observé que se había vuelto a poner los zapatos, mientras me acomodaba cruzado en su regazo. -Andy, procura que no se te caiga la fusta de la boca hasta que yo la desee coger.- Me indicó mientras me colocaba a su gusto. Los azotes comenzaron a caer sin previo aviso. Eran fuertes y eran alternados con momentos de leves caricias. Pese a que me azotaba solo con la mano, el dolor después de la primera andanada de palmadas ya era insoportable, y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que no se me cayera la fusta de la boca. Tras aquel leve descanso los azotes volvieron a caer, una y otra vez.

Esta azotaina era muy distinta a otras que había recibido. Era más severa, aunque carente de rabia o enfado. No era un castigo, -o al menos yo lo sentía así.- más bien era una prueba de mi sometimiento y sobre todo de su dominio. Mi ama se esmeraba en que sintiera cada azote. En ocasiones golpeaba la misma zona diez o quince veces antes de pasar a otra. Tras largos minutos de castigo, su mano acarició mis nalgas, proporcionándome un leve descanso. Entonces caí en la cuenta. Había estado tan preocupado por la fusta, que había pasado por alto la enorme excitación que tenía, y para ser sincero, me sentía feliz de estar allí, junto a aquella mujer, sometiéndome dócilmente a sus caprichos. No me avergüenza decirlo, ni temo que por eso me tachen de enfermo o de trastornado, aunque soy consciente que mis palabras pueden sonar a delirio. ¡Nunca halle tanta felicidad como cuando estaba entregándome a sus deseos! El dolor que en ocasiones -muchas, debo reconocer- sentía, se mezclaba con el infinito placer que ese dolor provocaba. Pero sin duda lo que más satisfacción y lo que mejor me hacía sentir, es que si ella, si mi AMA no sintiera un profundo amor hacia mí, nunca me hubiera dado la posibilidad de estar junto a ella y de experimentar lo que estaba sintiendo. Me amaba, lo sentía y eso hacía que yo la amara más aún, y que deseara que mi entrega fuera mayor.

Tras ese leve descanso, permitió que me levantara. Se dirigió a un cajón y extrajo varios fulares, con lentitud, ató cada uno de ellos a mis muñecas y tobillos respectivamente. Lo hacía con movimientos precisos, rozando mi piel y besando de vez en cuando aquellas partes de mi cuerpo que deseaba. Después ató cada fular a los postes de la cama que sostenían el techo de la cama. Cuando estuve bien sujeto, cogió la fusta de mi boca, y me beso apasionadamente. Cerré los ojos. Sentí el calido tacto de sus labios, el roce de su cabello y desee tener las manos libres para acariciarla y abrazarla. Pero sin duda, mi ama tenía otros planes. Se colocó detrás de mí, y comenzó a usar la fusta. Los azotes tenían como objetivo mis ya ardientes nalgas. Eran golpes precisos. Así recorrió mis glúteos y mis muslos. Las lágrimas ya hacía tiempo que inundaban mis ojos. En más de una ocasión estuve tentado a gritar nuestra palabra de seguridad para que aquel dolor cesara. Pero en esos momentos, como si pudiera leer mi mente, mi AMA se detenía y acariciaba la zona castigada. En un par de ocasiones, mientras me besaba en el cuello, me preguntó si deseaba parar. Pero yo, no sé porqué extraño deseo, anhelaba conocer mis limites, y llevarlos más allá. Confiaba plenamente en ella, sabía que su amor por mí le impediría dañarme. Por lo que solamente deseaba que ella me llevará de la mano hasta donde yo podía llegar, pero que solo ella era capaz de llevarme.

Tras uno de esos descansos, mi AMA salió de la habitación. Los minutos se sucedían con lentitud. Cuando sus pasos volvieron a llenar la habitación, traía algo en las manos. Yo pese a verla, no era capaz de entender lo que iba a suceder. Por eso cuando sentí el calor de aquellas primeras gotas de cera caer en mi trasero, pensé que me estaba atravesando la piel. Lance un gritó, que ella se apresuró a ahogar con su mano. -¡Shisss! Relájate mi vida. Y no temas.- Aquellas palabras susurradas en mi oído fue como un bálsamo, como el cabo que sujeta firmemente un barco al puerto en tiempo de tormenta. Aquella extraña sensación se repitió. Poco a poco mis nalgas y parte de mi espalda quedaron casi cubiertas por la cera. Debo reconocer que aquella sensación que era absolutamente desconocida para mí era de lo más contradictorias. Y poco a poco el dolor se fue tornando en placer, el calor que inflamaba mi piel ya enrojecida, encendía también otra llama de excitación y placer.

Mi ama me dejó descansar unos minutos. Yo podía sentir la fina capa de cera fría en mi piel. Sentía como se cuarteaba con mis movimientos. En ese tiempo sentí las manos de ella acariciar mi cuerpo. La dureza de esa manos al castigarme se volvía mariposas cuando decidía acariciar mi piel. Sentí su calor y su aliento, sentí sus besos, y ella buscó con sus mansos la muestra de mi gozo. Mi sexo sintió también sus caricias. Tras varios minutos, ella se volvió a alejar de mí. Sentí el frío en mi piel. Ella volvió a coger la fusta, y con certeros azotes fue haciendo saltar la cera de mi piel. Después de aquellos nuevos azotes, mi ama me soltó. Una vez me ví libre de mis ataduras, no puede reprimirme, la abracé y la bese con desesperación. Como bebería agua de un riachuelo alguien que está al borde de la muerte, yo bebí de sus labios un agua que me revitalizaba. Y nuevamente nos volvimos a amar. Nuestros cuerpos pugnaban por unirse, por no dejar el más mínimo espacio entre nosotros. No acariciamos y nos amamos hasta que el sueño nos cubrió nuevamente. Y así, nos sorprendió el amanecer, abrazados y unidos de una forma que jamás antes había experimentado.

El sábado lo dedicamos a pasear y a charlar y a repasar el documento que había redactado. Mi AMA introdujo algunas cosas en las que yo había pensado. Durante todo el día, Vanesa se esmero en hidratar mi piel, extendiendo crema por toda la zona castigada.

Al final del día ella recogió sus cosas, y se dirigió al coche. Yo me quedé en el hotel, ya que siguiendo la tradición no debía ver a la novia la noche antes al enlace. Debo confesar que no me hacía gracia que estuviera sola en casa, pero ella insistió. Los escoltas montarían guardia fuera y dentro de la casa, por lo que al final accedí.

Las horas pasaron muy pesadamente, ya que apenas podía dormir. Una y otra vez repasaba el contenido de aquel singular contrato que había firmado el día antes. En lo más profundo de mí ser me reprochaba haberlo firmado, haber sido débil. Pero no tenía fuerzas para oponerme, el miedo a perderla definitivamente me hizo cobarde. E irónicamente esa cobardía ha sido la causante de que al final ella se hubiera alejado de mí. Claudiqué de mis deseos en pos de los suyos para no perderla, y fue esa y no otra la causa fundamental de mi soledad. Grotescamente gracioso, y tremendamente dolorosa es aceptar esa realidad. Pero ya no tengo ni ganas ni fuerzas para resistirme a ella. Ya que solo me queda el recuerdo, no puedo camuflarlo, ni enmascararlo para que no duela, ya que su ausencia es mucho más dolorosa que cualquier recuerdo.

Eso es a todo lo que se ha reducido mi existencia, a recuerdos. Recuerdos como los de aquella mañana soleada. Cuando la ví entrar en la iglesia. Yo esperaba en el altar, junto ella comenzó a caminar por un pasillo adornado con una alfombra roja y cientos de flores a ambos lados. La música ahogó el suave murmullo de los asistentes, y ella recorrió los metros que nos separaban del brazo de su padre. Llevaba un vestido blanco roto, con pedrería dibujando el discreto escote, y en las mangas. No llegaba al suelo, por lo que se podía ver los delicados zapatos blancos y sus pies enfundados en medias del mismo color. Un ramillete de rosas blancas con una roja en el medio terminaban de convertirla en la novia más hermosa que yo hubiera visto. Llevaba también unos guantes de encajes, y una pequeña diadema con piedras que brillaban con la luz, provocando en ellas delicados destellos de color. Nos sonreímos. Cuando estuvo junto a mí, nuestras manos se unieron, para no soltarse prácticamente en toda la ceremonia, que se realizó con toda normalidad.

Tras el ¡sí! Y las formalidades, nos dispusimos a salir del templo. Ya éramos  marido y mujer. La felicidad era inmensa. Fuera todos esperaban para echarnos el arroz tradicional. Cuando llegamos al umbral de la puerta, una docena de compañeros vestidos con el uniforme de gala de la policía nos hicieron un túnel con sables. Ella se emocionó, y me apretó la mano mientras que pasábamos bajo ellos.

Al llegar al final, esperamos a que llegara el coche. Algunos invitados comenzaron a sacarnos fotos.

-¡Que boda más bonita! -Alabó la esposa de mi comisario.

-¡Si! Me recuerda mucho a la de la hija de aquel general. -Le respondió su esposo.- ¿Cómo se llamaba?

-¡No lo sé cariño! -Suspiró la señora.- ¡Hace más de un año y medio!

-¡No se referirán al General Blanes! -Le dije, en medio de un gran asombro.

-Ese mismo muchacho. -Me respondió el comisario.

-¡Vanesa! -Le susurre, tirando de su brazo.- ¿Cuántas hijas tiene el General de tu gabinete?

-¿El General Blanes? ¡Una! Y es hija única. -Su respuesta iba cargada de gran sorpresa.- ¿A qué viene eso?

-¡Nada! No le des importancia.

Afortunadamente el coche llegó, y yo aproveche para cambiar el tema, aunque durante toda la cena no paré de pensar en lo que había oído. La fiesta se alargó hasta las cuatro de la madrugada. En ese tiempo, prácticamente no me separé de ella, salvo lo indispensable. Yo aproveche un momento en el que mi AMA, se ausentó de la fiesta para cambiarse de calzado y ponerse algo más cómodo, para reunirme con parte de mi equipo. La charla fue corta, pero en el acto dos de ellos salieron de la fiesta. Yo regresé con los invitados. A las tres y media conseguimos  escabullirnos y subir a la suite que habíamos reservado en el hotel en el que celebramos el banquete. En el ascensor nos besamos como dos adolescentes. Nuestras manos se buscaron y se perdieron en nuestros cuerpos. Cuando las puertas se abrieron, salimos casi corriendo de aquel habitáculo. Abrí apresuradamente la puerta de la habitación, y haciendo gala de las costumbres más tradicionales, la tome en brazos ante su sorpresa, y cruce el umbral mientras nos besábamos. En el acto, las luces se encendieron. Yo la dejé en le suelo, mientras que hicimos mil y un comentario sobre la boda y la fiesta. Nos besamos nuevamente. Nos abrazamos. Durante ese  abrazó yo me fije en el espejo del armario, que llegaba hasta el suelo. En él ví reflejado el calzado que llevaba.

-¡Mi AMA! -Le susurré.- ¡Lleva zapatillas nuevas!

-¡Sí! -Se sentó en la cama mientras levantaba el traje para que las viera.- Me ha costado mucho encontrarlas.

No sé porque fuerza invisible era movido en aquellos instantes, pero me arrodille junto a ella para verlas más de cerca. Eran blancas, parecía de raso, con unas costuras que le daban un aspecto acorchado. Tenía unas pequeñas perlas adornando el borde del empeine. Mi AMA levantó el pie derecho, yo lo sujete. Tenía un pequeño taco, pero la suela era fina.

-Son muy cómodas.- Comentó en medio de una sonrisa.

-¡Son hermosas, y te sientan muy bien! -Yo la miré, por primera vez sentí deseos de que me azotará con ellas.- ¡Mi AMA....!

-¿Estas seguro? -Me preguntó anticipándose a mis pensamientos.

Yo asentí, ella extendió su mano y yo la descalcé. Después se la entregué. Ella se alisó el traje y me cogió de la mano. Dócilmente me tumbé en su regazo. Cuando me ví  reflejado en el espejo, un agradable y excitante hormigueo recorrió mi vientre hasta la entrepierna. Mi AMA me indicó que le diera mi mano derecha. Ella me la sujeto a la espalda. Sentía su mano cogiendo la mía. Nuestros dedos se entrelazaron. El primer azote fue suave, y al hacerlo sobre mis pantalones, casi no lo sentí. Tras ese vino otro, y otro. Comenzaron siendo apenas caricias, para ir creciendo en fuerza e intensidad. El dolor fue en aumento, y el calor se extendió definitivamente a mí sexo. Ella se detuvo. Acarició mis nalgas, las masajeo y las apretó. -Andy, ¿te das cuenta que ésta es la primera zurra recibes como mi esposo?- Me dijo mientras que acariciaba mi trasero. Yo asentí y le miré de reojo dedicándole una amplia sonrisa.

Los azotes se reanudaron. Esta vez la fuerza era mayor. Me dolía de verdad. Estaba apunto de que unas lágrimas de dolor y placer bañaran mis ojos, cuando me ví reflejado en el espejo. Aquella imagen me lleno de excitación. Estaba vestido con el uniforme de gala, tendido en las rodillas de mi esposa aun con el traje de novia puesto, recibiendo una paliza como un colegial. Y ese dolor lejos de molestarme, me provocaba un infinito placer. Me sentía amado por la mujer a la que amaba, y nada en este mundo podía hacerme desear estar en otro sitio ni en otra situación. Estaba exactamente donde quería estar. Y aquellos azotes que seguían cayendo sobre mi trasero eran sencillamente... ¡Bueno, eso mejor imagínenselo ustedes!