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Relatos de azotes

Un caso sencillo

 Por: Amadeo Pellegrini 

A la memoria de: Samuel Dashiell Hammett y

Raymond Chandler artífices del policial negro  

Herbert Kuhnn aminoró la velocidad y giró el volante; el automóvil salió de la Interestadual para ingresar en una ruta secundaria. De acuerdo a las instrucciones debía marchar por ella casi seis millas hasta encontrar una gasolinera abandonada, doblar allí en el cruce de caminos vecinales hacia la derecha, continuar media milla y detenerse frente a las ruinas de una antigua destilería. 

Desde que dejara la policía para establecerse como investigador privado, era este su primer caso: una burda extorsión. La víctima el Fiscal Budgen primer candidato a Alcalde, lo había contratado para que se ocupara de ese turbio asunto que involucraba a su familia y cuyas consecuencias podían malograrle la carrera política. 

Debía hallarse satisfecho que el Fiscal lo eligiera precisamente a él para ese trabajo, sin embargo no lo estaba. Lo había condicionado demasiado, quizás por eso mismo lo había escogido, para poder manejar los resultados y evitar de ese modo que trascendieran otros aspectos de su vida privada.  

El joven ex policía no encontraba otra explicación, además de aquellas fotografías que comprometían la moral familiar debían existir otras cosas más graves en aquel hogar.  

Lo había contratado para que descubriera la persona que tomó fotografías pornográficas a su hija, quien por los negativos le exigía cinco mil dólares bajo la amenaza de darlas a la prensa en vísperas de las elecciones primarias. 

Era inevitable que la candidatura y aun el futuro político de Budgen quedaran pulverizados  si algunas de aquellas fotografías llegaban a la opinión pública.  Nadie ignoraba, -el extorsionador menos que ninguno-, hasta donde llegaba la apetencia de poder del Fiscal. 

Por esa razón Art Budgen no había recurrido a la policía y las condiciones que le impusiera fueron: recuperar los negativos, pero abstenerse de seguir la investigación más allá con instrucciones de no reunir pruebas incriminatorias contra el culpable, o los culpables. 

Resultaba entendible que su cliente no deseara llevar el asunto a la justicia. Lo extraño consistía en que tampoco quisiera conocer la identidad del extorsionador, como si tratara de protegerlo, pero más incomprensible era aun su actitud para con la hija, pues le había exigido dejar a la muchacha completamente de lado. 

Era obvio que Muriel Budgen había posado por propia voluntad, a menos que hubiera estado bajo los efectos de alguna droga. En cualquiera de ambos casos no ignoraría el uso que darían a esas fotos algo que, naturalmente,  la convertía en cómplice. 

Resultaba lógico que los padres trataran de ocultar la participación de la hija, pero no que se desentendieran de ella, porque desde unas semanas antes Muriel no se comunicaba con ellos, había abandonado la carrera y dejado la residencia universitaria de manera que a la fecha ignoraban su paradero.

El investigador, solicitó al Fiscal que cuando el extorsionador volviera a telefonear negociara un plazo de una semana con el pretexto de reunir el dinero, en ese lapso él procuraría localizar y recuperar los negativos. 

En aquella oportunidad se sintió obligado a preguntarle a los padres qué debía hacer si daba con Muriel.  

Trate que vuelva a casa. Fue la respuesta que obtuvo. 

Herbert Kuhnn empezó por la Universidad de California. Su juventud le facilitó una inmediata inserción en el ambiente estudiantil y no tardó en reunir la información que necesitaba para encaminar la búsqueda. Muriel Budgen, había comenzado militando en los grupos pacifistas anti Vietnam, lo que había provocado el primer desencuentro con su padre, después pasó a formar parte de una de las tantas comunidades hippies que en esos años brotaban como hongos entre los jóvenes.  

Supo así mismo que había consumido alcohol, marihuana y LSD y conocido a un estudiante de arte, con quien había terminado por formar pareja. 

De  Stanley Mulligham supo que era fotógrafo aficionado, una especie de lobo solitario, no se le conocían amigos apenas camaradas de universidad a los que había dejado de frecuentar el cuatrimestre anterior antes de abandonar los estudios.  

Todas las piezas encajaban, sin embargo nadie pudo informarlo del paradero actual de la pareja, porque casi simultáneamente ambos habían desaparecido de los lugares que acostumbraban a frecuentar. 

A pesar de la poca colaboración que los esposos Budgen le prestaron Kuhnn, en las breves entrevistas que tuvo con ellos, advirtió que las cosas no andaban del todo bien aunque ambos desempeñaran a la perfección los papeles del matrimonio perfecto. 

El temblor en las manos de la mujer, que al principio atribuyó a la tensión bajo la cual se encontraban, reveló al detective su adicción al alcohol. Y aunque no le permitieron interrogar al servicio doméstico, -ajeno al drama que estaba sucediendo en la casa-, supo por la mucama que la señora había comenzado a beber a toda hora cuando convocaron a filas al joven William, el único hijo varón. 

El prestigio del Fiscal Budgen estaba sólidamente reforzado por sus intachables principios morales y patrióticos. La imagen de familia modelo unida a la influencia ejercida para que su hijo integrara el contingente de soldados que combatían a los comunistas del vietcong, era una demostración irrefutable de la solidez de aquellos principios.  

Kuhnn sospechó enseguida que todo eso no era más que una hermosa fachada sostenida para consolidar las ambiciones políticas de Art Budgen. 

Sumido en tales pensamientos arribó a la gasolinera abandonada que dejó a su izquierda para tomar la ruta que conducía a las ruinas de la destilería cuya alta chimenea de ladrillos tercamente en pie, permitía divisarla desde lejos. 

Llevaba en el asiento contiguo un maletín negro con apretados fajos de papel de periódico, simulando el dinero exigido, porque al aproximarse el vencimiento sin haber localizado a los extorsionadores se resolvió poner en práctica el plan alternativo, consistente simular el pago para apoderarse de los negativos. 

Aunque las llamadas provenían seguramente de teléfonos públicos el sujeto había actuado con tan poco profesionalismo que una investigación bien llevada a partir de las fotos y del papel en que estaban impresas lo hubiera puesto al descubierto, pero las trabas impuestas, -sólo le habían permitido ver dos fotografías nada más, ni siquiera conservarlas para examinarlas en un laboratorio- y la ansiedad del político lo impulsaron a jugar la carta de arrebatar los negativos simulando la entrega del rescate. 

Su cliente había aceptado esa estratagema, pero prohibiéndole que concurriera armado. No quería que la situación se agravara con un hecho de sangre, pero hizo caso omiso de la prohibición, preparó su pistola más otro cargador completo, añadió también un par de esposas y una larga cuerda. 

Al llegar al lugar convenido, detuvo el motor y se apeó del automóvil. Imaginaba que lo estarían observando. Para darles seguridad que se encontraba solo caminó alrededor del vehículo. Después se apoyó en una de las portezuelas, de cara a las ruinas y encendió un cigarrillo. 

Transcurrieron diez largos minutos, hasta que finalmente una esmirriada figura surgió de entre la maleza encaminándose en dirección al automóvil. 

La estrafalaria vestimenta de quien venía a su encuentro no le impidió reconocer en aquel mamarracho hippie a Muriel Budgen. 

-¿Lo manda mi padre, no? -preguntó a boca de jarro. Kuhnn, asintió con la cabeza. 

-¿Trajo el dinero?  

El detective volvió a hacer un gesto afirmativo con la cabeza. 

-¿Dónde lo tiene? 

Sin pronunciar palabra, le volvió la espalda, abrió la portezuela, sacó la maleta del interior y la colocó sobre el capot. 

-¡Démela! -ordenó con voz imperiosa. Se encontraban a unos diez pasos de distancia. Por toda respuesta, el detective con estudiada lentitud encendió un cigarrillo mientras movía la cabeza en sentido negativo.  

-¡Arrójela a mis pies!... ¡Vamos!...  ¡Hágalo!... 

-Primero déme usted el rollo de película para asegurarme que se trata de las mismas fotos y luego llévese el maletín. Antes no. Ese es el trato… -contestó sin dejar de sonreírle. Visiblemente fuera de sí la muchacha, gritó: 

-¡Le ordeno que me entregue el dinero!...

-Lo lamento señorita, pero sin rollo, no hay pasta. Son las órdenes que tengo -repuso sin abandonar la sonrisa y con las manos en los bolsillos como no dando importancia a la cuestión.

Las cosas estaban saliendo como las había planeado un poco más y la chica se abalanzaría sobre el maletín. Para apremiarla miró el reloj y afirmó en tono resuelto: 

-No perdamos más tiempo, si en diez minutos no me entrega el rollo, meteré la maleta en el auto y volveré por donde he venido.   

La muchacha miraba desesperadamente a ambos lados como buscando ayuda. Luego dijo: 

-No trajimos el rollo, se lo enviaremos a mi padre por correo… 

-Lo siento, no es eso lo convenido -sostuvo volviéndose hacia el auto.

Al oírlo la muchacha reaccionó como Kuhnn esperaba: se precipitó hacia el maletín con intención de tomarlo, pero no logró llegar a él, el hombre fue más veloz, asiéndola por el brazo la atrajo hacia sí y antes que Muriel atinara a nada, con dos clics metálicos le ciñó las esposas. Ella trató de darle de puntapiés, mientras se retorcía como una serpiente gritando en demanda de ayuda. 

-¡Ayúdame Stan! ¡Vamos Stan!... 

Kuhnn abrió la portezuela y a empellones la hizo entrar en el automóvil, enseguida sacó la pistola tomó el maletín y lo arrojó  sobre el asiento trasero cerrando ambas puertas. Después pistola en mano se atrincheró detrás del vehículo. En el interior del auto la muchacha, gritando pugnaba sin éxito por salir del encierro. La espera no resultó demasiado larga. En ese lapso la prisionera no dejó por un instante de gritar y patalear.

El silencio fue quebrado de pronto por el ronco sonido de un motor…  Una motocicleta emergió detrás de los muros de la destilería para ganar la ruta tomando velozmente la dirección opuesta hasta perderse detrás de una nube de polvo… El detective guardó el arma y entró al automóvil.

Esperó  que Muriel se tranquilizara un tanto, encendió dos cigarrillos, y después de colocarle uno en los labios dijo: 

-Bueno hermana. Tenemos dos caminos por delante,  o volver juntos a casita para que mamá y papá Budgen le den su merecido, o ir hasta donde están los negativos para que yo se los lleve. Elija. 

-¿Qué hará con el dinero? ¿Me lo entregará acaso?... -preguntó. 

-Mire. yo cumpliré mi palabra, me contrataron para recuperar ese rollo, me autorizaron a entregar a cambio ese maletín. Cuando yo regrese con los negativos y se los entregue a papá Budgen, cobraré recién mis honorarios, que es lo único que me interesa, después me olvido del resto… ¿Entendido?... -Muriel escrutó detenidamente el rostro de su interlocutor, que sostenía su mirada sin dejar de sonreírle.

-¿Qué hará conmigo después? –quiso saber ella. El detective se encogió de hombros antes de responder:  

-Depende… 

-¿Depende de qué…? 

-De usted, desde luego. Si cumple su parte yo cumpliré la mía, si no lo hace,  entonces yo sabré qué hacer…¿Está claro?... 

-Está claro. ¡Ahora quíteme esto! Ordenó alzando los puños esposados. 

-Todavía no muchacha, es demasiado pronto. No me agradan las sorpresas, su amiguito anda suelto, ignora nuestro acuerdo y puede tratar de hacerse el héroe a mi costa… Además, entre nosotros, no confío demasiado en una mujercita que se deja fotografiar desnuda para sacarle plata al papá… 

-¡Usted es un puerco!... 

-Y usted una inocente criatura… Si quiere pasarse el día platicando aquí conmigo, no tengo inconvenientes, pero si desea terminar el negocio de una vez, indíqueme el camino así nos ponemos en marcha… 

Muriel comprendió que no tenía alternativas, explicó la manera de llegar hasta el sitio donde se refugiaban, después se encerró en un hosco silencio. Kuhnn puso en marcha el motor y encendió la radio. Recorrieron varias millas por un intrincado camino entre cerros bajos. Encajonada en una pequeña abra dieron con un desvencijado remolque de madera sin ruedas, montado sobre rústicos pilares de piedra. Kuhnn guió el vehículo hasta donde la senda le permitió llegar y detuvo la marcha, Muriel abrió la boca para decir: 

-Es aquí. 

Quedaron a unos treinta pasos. No habían advertido vestigios de vida en todo el trayecto, tampoco los había en los alrededores de esa miserable choza, no obstante el detective echó pie a tierra con el arma en la mano y rodeó la construcción, abrió luego de un puntapié la puerta.  

No bien hubo comprobado que no había nadie, regresó al auto; ayudó a la muchacha a descender. Luego tomándola por el brazo para impedir que resbalara mientras portaba el maletín en la otra mano, la condujo hasta el interior de la madriguera, que por todo mobiliario disponía de una especie de yacija en el suelo, una pequeña mesa y un formidable desorden de ropas colgadas y apiladas en medio de cajas de cartón. Arrojó el maletín sobre la cama. 

Aquel sitio no podía ofrecer un aspecto más sórdido. El hombre quedó asombrado ante el abismo que separaba la magnifica vivienda de los Budgen de aquella inmunda pocilga así como las enormes contradicciones que encerraba el abrupto descenso de esa jovencita desde un hogar confortable a esa suciedad.

En el rincón que oficiaba de cocina, descubrió un calentador a kerosén sobre una banqueta de madera, una palangana en el suelo, al lado un par de bidones y encima de todo una repisa repleta de latas y botellas.  Se detuvo frente a una cochambrosa sartén colgada en la pared a observar detenidamente las fotografías de distintos tamaños que, adheridas con chinchetas, se hallaban a ambos costados. Desprendió un par de ellas y las llevó hasta la puerta para mirarlas mejor, después exhibiéndoselas preguntó a Muriel si el de las fotos era Mulligham. La chica asintió con la cabeza mientras estiraba las manos para que la librara de las esposas. El detective se desentendió del gesto y guardándose las fotografías en el bolsillo, preguntó: 

-¿Dónde está el rollo? 

-Primero suélteme… 

-Despacio chica, voy a soltarte después que confirme que no me engañas, ya sabes que soy desconfiado por naturaleza… 

No tuvo más remedio que señalarle una lata de té, convencida  que él llevaba todas las de ganar. Kuhnn extrajo el rollo del envase y salió afuera. Después de permanecer un rato examinando las tomas una por una regresó al remolque. 

-Hermosas vistas realmente… Quizás no valgan los cinco mil que piden por ellas, pero no están nada mal -dijo con sorna mientras le quitaba las esposas.  

En tanto Muriel, avergonzada por el comentario, mantenía la cabeza gacha. No bien se sintió libre lo primero que hizo fue volverle la espalda mientras se frotaba enérgicamente las muñecas,  después se sentó sobre el camastro y colocó el maletín sobre su regazo … 

-¡Cochino hijo de puta!... ¡Me engañó hijo de puta! -gritó arrojando al suelo el contenido del maletín. Los fajos de papel de diario se desparramaron mientras ella furiosa arremetía contra Kuhnn que trató de contenerla. Antes que el hombre reaccionara Muriel alcanzó a asestarle dos fuertes puntapiés en las piernas y a escupirle el rostro. Trató de abofetearlo pero las manos del detective encerraron sus brazos como garfios. Kuhnn comenzó a sacudirla, mientras le decía: 

-Quieta muchacha no me obligue a desfigurarla a sopapos… No quiero presentarla a sus padres con los labios partidos, las mejillas hinchadas y los ojos morados… 

Por toda respuesta ella volvió a escupirlo, mientras gritaba presa de un ataque de histerismo: 

-¡Usted no me llevará a ninguna parte, grandísimo hijo de puta!... 

Con la velocidad adquirida por la práctica policial Muriel se encontró nuevamente esposada con las manos a la espalda. Sin embargo no se dio por vencida volvió a patearlo, pero esta vez no tomó por sorpresa a su oponente quien cuando ella alzó el pie le dio un empellón haciéndola caer sobre el camastro. Desde allí vociferaba torrentes de palabras soeces propias de una mujer de la calle.

La seguridad que ese hombre no la maltrataría, para no indisponerse con su padre la alentaba a continuar con los insultos.  Lo hostigaba para que perdiera el aplomo, pero Kuhnn ignorando los agravios continuaba revisando calmosamente uno por uno los objetos que tenía delante. Descolgó un bolso con forma de morral y lo vació sobre la mesa. Dos de las bolsitas de tela que cayeron contenían picadura de marihuana, la otra un poco más grande estaba llena de una pasta color marrón, fósforos, una caja de librillos de papel de fumar, dos paquetes de cigarrillos abiertos, una libreta, un cortaplumas mediano, un envoltorio de toallas higiénicas, preservativos sueltos, un sobre con apósitos, una pipa ordinaria, un lápiz y algunas monedas. Desparramó en el piso el contenido de las bolsitas, arrojó también la pipa y la quebró con el zapato,  guardó en uno de los bolsillos traseros del pantalón la libreta y el resto lo volvió a colocar dentro del bolso. La muchacha que por un momento había cerrado la boca para observar los movimientos de su captor, cuando lo vio tirar la marihuana, gritó: 

-¿Pero qué hace?... ¡Nada de esto es suyo!... ¡Usted, hijo de puta no tiene ningún derecho a tocar nada!... ¿Entiende eso policía de mierda?... ¿Me oye hijo de puta?... ¿Qué otra cosa busca acá?... ¡Contésteme!... ¡Hable vamos!... 

Sin darse por aludido continuó con su tarea. Vació una de las cajas de cartón para ir colocando en ella las prendas de la muchacha, incluido el bolso y unos libros de texto. 

-¡Le prohibo que toque mis cosas!... ¿Oye puerco?... ¡Todo eso es mío!... -chilló la joven. Kuhnn cerró la caja, después de amarrarla con un cordel la llevó hasta el automóvil y la depositó en el baúl. Silbando regresó al remolque. 

Al oírlo regresar Muriel renovó los gritos y los insultos. Como le costaba volverse pues tenía brazos y manos inmovilizados, trataba de adivinar las intenciones del detective que se movía detrás de ella. 

-¿Qué mierda quiere hacer ahora?...  

-Tenga paciencia señorita Budgen, no bien termine me ocuparé de usted… se lo prometo, como le prometí a su padre llevarla de regreso a casa. 

-¡Esta es mi casa y no pienso moverme de aquí! ¡Usted va a tener que soltarme porque si no lo voy a acusar de secuestro! ¿Oye, hijo de puta?...

De pronto advirtió que las manos del hombre hurgaban su cintura hasta dar con el cierre de sus pantalones. 

-¡Sáqueme las manos de encima o voy a acusarlo de violación!...

Los dedos de Kuhnn transformados en garfios arrastraron los desflecados pantalones hasta la media pierna… 

-¡Cómo se atreve, inmundo policía! -gritó enfurecida.

El grito se transformó en un agudo chillido de sorpresa cuando la pesada mano del detective cayó de plano en medio de los glúteos apenas cubiertos por la delgada trama de nylon de la prenda interior. Más que el dolor, el bochorno de las sonoras palmadas que se sucedieron elevaron el nivel de las protestas y gritos femeninos. Al comienzo Kuhnn pensó que sólo deseaba humillarla un poco, apenas lo necesario para intimidarla y aplacarla, pero una extraña voz interior lo incitó a profundizar la tarea, entonces se decidió a embutir los dedos debajo del elástico del calzón y arrastrarlo hasta la mitad de los muslos. Gesto que le valió renovados insultos y amenazas. 

Plantado en ambos pies frente a la tendida muchacha con una agradable sensación de poder, el hombre contempló su obra mientras despasaba las trabas del pantalón para liberar el cinto.  El contacto de la mano y el incipiente enrojecimiento de la suave epidermis castigada despertaron sus sentidos, pero el acendrado sentimiento del deber se impuso a ellos.  Concentró la vista en el cinturón de cuero; lo dobló cuidadosamente encerrando la hebilla y el extremo opuesto en el puño, alzó luego el brazo imprimiéndole un rápido movimiento semicircular que la lonja acompañó hasta cruzar con un chasquido seco los dos hemisferios de delicada carne juvenil. Continuó azotándola hasta que las airadas protestas y los bajos insultos resultaron ahogados por espasmódicos sollozos. La piel había adquirido una intensa tonalidad rojiza en la que se destacaban algunos trazos más oscuros en las partes donde el cuero llegara con mayor fuerza. Abandonó el castigo y volvió a colocarse el cinturón sin dejar de regodearse con el espectáculo de aquel insolente trasero convertido por obra de los azotes en un par de temblorosos montículos escarlata… 

Encendió un cigarrillo, mientras los incontenibles sollozos decantaban paulatinamente en un compungido llanto apenas audible…  Aplastó la colilla, se acercó a la muchacha y, en silencio, la ayudó a incorporarse. La sostuvo abrazándola por la cintura mientras con la mano derecha la liberaba de las esposas. Sacó un pañuelo para limpiarle los mocos y secarle los ojos, después agachado alzó ambas prendas hasta volverlas a su sitio. 

Muriel, caminó con paso vacilante. Intentó apoyarse en una de las paredes para no caer, pero su entumecido brazo no le respondió, Kuhnn la sostuvo conduciéndola hasta la puerta, allí la ayudó a descender enlazándola nuevamente por la cintura y sin soltarla la acompañó hasta el automóvil. Dejó a la muchacha junto al vehículo para regresar a grandes zancadas al remolque.

Una vez adentro derramó el contenido del bidón de kerosén sobre el camastro y el resto de las ropas. Luego, desde la puerta arrojó al interior un bollo de papel encendido. Abandonó el lugar recién cuando las llamas alcanzaron la altura de las paredes.  Encontró a la muchacha llorando. Abrió la portezuela, la tomó por los hombros forzándola a entrar en el vehículo.

Mientras se alejaban de allí, Muriel continuó llorando silenciosamente. De pronto volviéndose hacia él, preguntó: 

-¿Por qué tenía que prender fuego al remolque?... 

-Para protegerla… -¿A mí?... ¿De qué?... ¿De quién?... 

-Algún día lo sabrá -respondió con sequedad. Encendió un cigarrillo y se lo alcanzó luego encendió el suyo. Terminaron de fumar e hicieron gran parte del camino sin dirigirse la palabra. Hasta que ella lo abordó nuevamente. 

-¿Por qué se empeña en llevarme a mi casa?... 

-Por que su padre me lo pidió. -

Ni usted ni mi padre pueden obligarme, ya tengo diecinueve años… 

-Diecinueve años, ¡Caramba!  yo creía que tenía apenas catorce y sólo ocho de edad mental… -respondió Kuhnn con sorna.

 -Por favor no se burle, le repito que usted no tiene ningún derecho a llevarme contra mi voluntad… 

-Bueno, al menos aprendió a decir “por favor”…

La mordaz indirecta hizo enrojecer a la chica. Muriel decidió cambiar de táctica. Intentando seducirlo puso la mano sobre el brazo del detective y dulcificando la voz preguntó: 

-¿Sería capaz de dejarme en libertad cuando lleguemos? 

-No jovencita, no pienso perder dinero, su padre me pagará una prima extra por llevarla hasta él. 

-¡Ah! Lo hace por dinero… Debí imaginarlo, a usted lo único que le interesa es el dinero que le va a sacar a mi padre… 

-¿Y, a usted no?... Por el jaleo que armó, creí que le importaban mucho los cinco mil de papito...

Muriel enmudeció; en tanto una idea maligna atravesó la mente del detective que dijo: 

-Tal vez podría ayudarla si me dice qué pensaban hacer con el dinero del rescate.

Al oírlo una luz de esperanza brilló en lo ojos de Muriel, que se apresuró a decirle: 

-Lo necesitábamos para marcharnos al este, Stan quería que fuéramos a vivir a Nueva York…  

-¿De quién fue la idea del chantaje?... ¿Suya?... 

-No. Antes yo le había pedido a mi padre que me prestara ese dinero, cuando él se negó, yo le propuse a Stan fingir un secuestro, pero a él le pareció demasiado peligroso… 

-Entonces a Stan se le ocurrió lo de las fotografías…¿No es así?...  

Ella pensó un instante antes de responder:

-Sí, la idea fue suya… 

-Y usted se prestó de buena gana… 

-En realidad sí, no me pareció mal, después de todo éramos pareja, además Stan me había hecho varios desnudos anteriormente porque yo quería prepararme para trabajar como modelo, según decía, yo tenía condiciones y la figura adecuada… Dígame ahora cómo me va a ayudar. 

-Antes respóndame esta pregunta. ¿Sabía usted que la publicación de las fotos comprometería la carrera de su padre?... 

-Claro que lo sabía, por eso estaba segura que iba a soltarnos la plata… 

-¿Acaso ni su dignidad personal, ni la carrera política de su padre  le importan?... 

-No, no me importa, porque a mi padre tampoco le importa nada de mi. Bueno respóndame de una vez: ¿Cómo piensa ayudarme? 

-Recomendándole a “papá” Budgen que no sea demasiado severo con usted, lo informaré que ya se ha llevado una buena azotaina a cuenta, de modo que si persiste en darle los azotes que merece, le pediré que al menos se los propine en una cuantas sesiones… Así su atractivo trasero tendrá tiempo para recuperarse…  

-¡Eso es estúpido! Mi padre jamás me ha pegado… ni me pegará… 

-Entonces le aconsejaré a la señora Budgen que utilice su cepillo con moderación… 

-¡Oh! ¿Se cree gracioso?...  -dijo con rabia, cruzando los brazos sobre el pecho mientras volvía la cabeza hacia la ventanilla. Continuaron en silencio. Al llegar a la Interestadual Muriel se quejó que tenía hambre, Kuhnn miró el reloj y le informó que no tardarían en llegar al sitio donde se detendrían a almorzar. No volvieron a hablar el resto del viaje. 

A medida que se aproximaban a la zona urbanizada el flujo de vehículos dificultaba el tránsito, obligando a Kuhnn a mantenerse atento al volante. Entre tanto su compañera se distraía estudiándolo.

-Es joven –pensó- Pero es duro y cínico, eso lo hace más viejo… Tal vez no tenga treinta años todavía… No usa anillo, aunque eso no significa nada, lo mismo puede tener mujer e hijos… una pareja, seguro… Resultaría agradable, si no fuera tan frío, tan bruto… Stan es hosco, pero distinto…  Diferente a pesar de haberse criado en un orfanato… Se muestra huraño porque no quiere tener trato con los demás… En realidad le cuesta darse con la gente… en medio de las personas se siente inseguro, indefenso…   

Abismada en sus pensamientos, Muriel no advirtió hasta que el automóvil se detuvo,  que se habían desviado de la ruta para internarse en un barrio de casas sencillas, frente a una de las cuales estacionaron. Kuhnn la invitó a bajar, ella preguntó:

-¿Dónde estamos? 

-En mi casa. Bajemos. 

Obedeció sin replicar. Juntos ingresaron en el living. Muriel observó que era pequeño pero bien arreglado. La limpieza y el orden que reinaban allí, así como los cortinados, los adornos y algunos otros detalles más revelaban una presencia femenina.  Mientras el detective volvía al automóvil, aprovechó para mirar las fotografías que estaban sobre la estufa. En ese examen la sorprendió cuando regresó con la caja que contenía los efectos de la muchacha. Al oírlo, se volvió para preguntarle: 

-¿Vive solo aquí?... 

-No, con mi madre. En realidad esta casa es suya… 

-¿Dónde está ella? -quiso saber. No se le escapó el tono suave de su voz ni la curiosidad infantil que ponía de manifiesto, le respondió del mismo modo: 

-En este momento en Seattle, una de mis hermanas vive allá y está por tener familia… -En tono cortés, pero firme, añadió:  -Ahora acompáñeme…  

Muriel lo siguió por el pasillo hasta la entrada al cuarto de baño.  El detective abrió la puerta de la derecha. –Este es el cuarto de mi madre. Indicó mientras depositaba la caja sobre la alfombra. Después sacó toallas limpias y se las entregó diciendo:

-Mientras preparo algo de comer, le recomiendo un buen baño y ponerse presentable… ¡Ah! No cierre las puertas, déjelas entreabiertas… 

-¿Piensa entrar para asegurarse que me baño y no trato de escapar?... 

-No, es una medida de precaución simplemente, no me agrada derribar puertas, mucho menos las de mi casa. 

-Voy a desvestirme... -dijo mientras iba colocando sobre la cama la ropa que sacaba de la caja. -¿Quiere quedarse?... Si lo desea puedo ofrecerle un buen espectáculo… 

-No lo dudo, pero no es necesario, tengo suficiente con las fotografías y lo que observé directamente del natural -fespondió. La velada alusión a la paliza, hizo sonrojar a Muriel que, arrepentida se mordió el labio.

Mientras la muchacha entraba al cuarto de baño, Kuhnn tomó el teléfono que estaba sobre la mesa de luz y marcó un número. Con las puertas entreabiertas pudo escuchar parte de la conversación del detective. 

-…Sí, Kuhnn habla…¿Teniente Murray?... Bien tome nota por favor Stanley Healey se hace llamar ahora Mulligham… No, no pude seguirlo.. se moviliza en una vieja moto “Indian”, va solo y merodea por los alrededores de las viejas canteras de “ Galoway”… Efectivamente por allí cerca… No, antes del puente...  Hará aproximadamente unas tres horas… Entendido… Bien… De acuerdo, nos mantendremos en contacto. 

Hacía mucho tiempo que Muriel no tomaba un baño como ese y aunque la llamada telefónica la intranquilizaba acerca de lo que podía sucederle a Stan, el agua que corría por su cuerpo resultaba deliciosa, tanto como el aroma a café que le llegaba desde la cocina recordándole que estaba hambrienta. Envuelta en una toalla pasó al dormitorio. Se detuvo frente al espejo del tocador y dejó caer la toalla. Complacida, observó su imagen desnuda, primero de frente sopesando sus pechos, luego el perfil derecho y el izquierdo, después destinó las últimas miradas a su espalda y al congestionado trasero que conservaba nítidas las señales que imprimiera allí el cinturón…  

-¿Cómo reaccionará si me presento así? -pensó. Y la idea de incitarlo sexualmente comenzó a rondarle la cabeza.  Últimamente es un hombre como los demás y todos en definitiva no buscan otra “cosa”… Suavemente pasó la yema de los dedos por el ensortijado matorral de vellos pubianos, mientras una sonrisa, -la primera en muchos días-  iluminaba su cara. 

-¡Termine de una vez que la comida se enfría!...

Aunque la orden le llegó desde la puerta de la cocina, al oírla no pudo evitar un estremecimiento. Sin perder un segundo se embutió el calzón, enseguida se ajustó el sostén y se deslizó dentro de un sencillo vestido de gasa un tanto descolorido.  Con el pelo todavía mojado y descalza se presentó en la cocina., donde el hombre había dispuesto la mesa en la que en una fuente crepitaban doradas salchichas envueltas en crocantes láminas de tocino, a uno de los lados un plato con tostadas, del otro un bowl con ensalada de papas, zanahorias y arvejas  condimentada con mayonesa. Kuhnn retiró la silla y con un gesto la invitó a sentarse mientras le preguntaba si los huevos fritos los prefería revueltos. Después de colocar los huevos en su plato le sirvió café. Comían en silencio.

De pronto el pie desnudo de Muriel comenzó a tentar la pierna del detective hasta dar con la bocamanga del pantalón, con delicadeza la fue subiendo para acariciarle la piel. Kuhnn fingió no advertir la maniobra de la muchacha y tampoco retiró la pierna dejó que continuara los avances cada vez más audaces… Cuando terminó de beber el café y secarse los labios con la servilleta, calmosamente dijo: 

-Le aconsejo no continuar con ese jueguito, a menos que desee volver a recibir otra buena azotaina…  

Como la muchacha no dejaba de apretar el pie contra su pierna, agregó:  

-Le aseguro señorita que me agradaría muchísimo volver a escuchar los variados registros de su voz mientras homenajeo su hermoso trasero con un nuevo recital de percusión a cinto… 

-Le creo, porque usted es un bruto que no tiene sentimientos… -exclamó retirando el pie. El detective se levantó para ordenar la mesa. 

-Vaya a arreglarse y junte sus cosas mientras yo ordeno la cocina. Estoy deseando terminar este asunto de una vez… 

-¡Yo también! -afirmó ella procurando disimular su resentimiento y humillación, mientras marchaba en dirección al dormitorio. 

Culminaron el trayecto de la misma manera como lo iniciaron, sin mirarse ni dirigirse la palabra. Cuando el detective enfiló el vehículo por el bulevar, Muriel posó la mano sobre el brazo de Kuhnn y le pidió que detuviera la marcha. Por enésima vez le rogó que la dejara marcharse, insistió en que no quería regresar a casa de sus padres y como el hombre no le respondía, soltó el llanto. 

-Si me obliga a bajar, lo odiaré por el resto de mi vida -dijo entre sollozos.

Kuhnn estacionó el automóvil frente a la entrada principal de la magnífica residencia de los Budgen. Estiró el brazo para rodear los hombros de Muriel y atraerla hacia él mientras le decía en tono paternal: 

-Vamos querida, es el momento de actuar como una persona adulta y afrontar de una vez las responsabilidades… 

-Es que… es que siento mucha vergüenza… 

El detective sonrió al comprobar el cambio experimentado por la muchacha y para animarla dijo: 

-Ese es un buen principio, tus padres serán los primeros en advertirlo, ya lo verás… ¡Valor, vamos! -añadió pasándole suavemente la mano por el cabello. Ella apoyó la cabeza en su hombro y murmuró: 

-Quiero que bajes conmigo y me acompañes… 

-Claro. ¡Vamos!... 

El recibimiento no fue tan penoso como la muchacha temía, ni tan cariñoso como Herbert Kuhnn hubiera deseado. El Fiscal ahorró las palabras de bienvenida, pero al mismo tiempo eludió las de reproche, se limitó a saludarla como si regresara de una colonia de vacaciones.  Como toda persona autoritaria la situación le resultaba visiblemente molesta, el papel de padre afectuoso no estaba hecho a su medida, de manera que llamó a su esposa quien aun en medio del estupor alcohólico tuvo el tino de besar a la hija. 

-Será mejor que la lleves a su cuarto –le ordenó-. Seguramente necesita descansar. Yo tengo que arreglar un asunto con el señor Kuhnn. 

No bien ambas mujeres se hubieron retirado, el detective sacó del bolsillo el rollo de película y se lo entregó. Por toda respuesta el Fiscal prometió enviarle el cheque por correo y con un seco: “Buenas tardes” dio por terminada la reunión. 

Una vez en la calle, Herbert Kuhnn se preguntó si debía sentirse satisfecho, pero ninguna de las respuestas que ensayó terminó por conformarlo. Mantenía el mismo sabor amargo con que había dado comienzo a ese caso. Solamente el recuerdo de las nalgas enrojecidas de Muriel, mientras encendía un cigarrillo, lo hizo sonreír. 

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Dos días más tarde le llegó el cheque prometido.

Esa misma mañana había leído en la sección policiales del “Chronicle”  que Stanley Healey alias Stanley Mulligham evadido de la prisión estatal a fines del año anterior había sido recapturado y debería afrontar varios cargos menores, entre ellos el de hurto de una motocicleta y el de asalto a una farmacia. 

Un par de semanas después el mismo periódico informaba en primera plana y con grandes titulares que Arnold J. Barnes resultaba nominado para Alcalde aventajando a su rival, el Fiscal A.  Budgen por una crecida cantidad de electores.  Kuhnn abandonó la lectura sin lograr establecer si la noticia del revés político experimentado por su antiguo cliente lo alegraba o entristecía. 

Hubieron de pasar sin embargo más de tres largos meses antes que volviera a tener noticias de Muriel Budgen.  Se las trajo ella en persona, que comenzó pidiéndole perdón por haberlo tratado de una manera tan desconsiderada, había comprendido muchas cosas la principal que el detective había trabajado sólo para su bien, que quemó el remolque a fin que no quedaran pruebas de su presencia allí para que nadie pudiera vincularla con el convicto Stanley Healey, que supo que no había recibido ningún pago extra de honorarios por devolverla a sus padres, entendiendo recién entonces que lo había hecho para salvarla de caer nuevamente en manos de algún tenebroso y sobre todo arrancarla de la droga. Por ella supo además que los esposos Budgen se habían divorciado y que habían acordado pasarle a ella una pensión hasta que cumpliera los veinticinco años.  

Por último le confesó que lo amaba…  

-Desde el momento que me diste aquellos azotes ¿Recuerdas? -dijo ofreciéndole los labios.

   FIN

3 comentarios

GABY -

ME PARECIO UN HISTORIA MUY EXITANTE Y CREO QUE DEMASIADO EROTICA Y DE MUCHO SUSPENSO. SE AGRADECE POR EL RELATO

Selene -

Ya lo comenté en su momento con el autor, pero para mi ha sido uno de los grandes descubrimientos en relatos erotico-spank, el suspense, la intriga y el erotismo ... además de una azotaina con una descripción que la hace muy excitante. Además del "El Don", creo que es uno de los que más me ha gustado.

Rosario RAMS -

excelentemente logrado el suspenso, el jueguito de caracteres ¡ el detective y el político ! un clásico de la chica malcriada convertida en hippie ... se agradece mil veces cada imagen con olor a edad dorada del cine.
Yo con gusto escaparía de casa y enviaria fotos con chantaje si me aseguran un trato asi jijiji