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Relatos de azotes

La víctima y el verdugo

 

Historia con Moraleja

Este relato está basado en una antigua fábula francesa y con todo afecto dedicado a Selene.

Autor:  Amadeo Pellegrini

El sirviente se apresuró, gozoso, a cumplir la orden de conducir a la bella Lisette a la cava de la mansión para aplicarle allí los veinticinco azotes que, como castigo, le impusiera la señora.

Al oír la sentencia la altiva damisela no suplicó, ni aguardó a que el hombre fuera por ella, giró sobre sí misma y abandonó la cámara con la frente erguida y un sonoro repicar de tacones.

El rasgo más prominente de aquella mujercita era, no tanto su notable belleza sino la insoportable arrogancia con que rebajaba y humillaba a quienes la rodeaban, de allí la inocultable alegría con que los circunstantes recibieron la noticia del castigo y presenciaron su retirada.

En la cocina los sorprendidos sirvientes contemplaron a Lisette pasar majestuosamente por delante de ellos con su sempiterna sonrisa en los labios.

Al llegar al umbral de la escalera que conducía al subsuelo, ella rechazó desdeñosa el sostén ofrecido por su acompañante para iniciar el descenso por sus propios medios, recogiéndose las faldas con la mano izquierda, mientras apoyaba la otra en el muro.

El ocasional verdugo colocó encima de un tonel la lámpara que portaba aprestándose a desnudar a la mujer, quien, con recios ademanes y despectivas palabras, lo rechazó comenzando sin más a despojarse de las vestimentas hasta quedar apenas con el justillo, los calzones y las medias.

Como el doméstico mostrara intención de arrebatarle estas últimas prendas, Lisette con total desparpajo se desembarazó de ellas para mantenerse erguida frente a él en completo estado de desnudez.

De inmediato, sin ofrecer resistencia ni demostrar temor alguno, con los puños sólidamente amarrados quedó ella colgada de uno de los ganchos fijados a la viga maestra en espera del castigo...

La soberana entereza de su víctima fastidió al encargado que decidido a prolongarle la agonía  hasta escuchar sus súplicas, con total parsimonia desprendió el grueso látigo y sin darse prisa se ocupó de untar la gruesa lonja de cuero con un trozo de grasa de cerdo, luego probó la flexibilidad de la tralla descargando fuertes golpes en el suelo.

Lisette ni siquiera parpadeó al escuchar a sus espaldas los temibles chasquidos del látigo. Una vez más el hombre quedó burlado por la fiera altivez de la joven. Amoscado entonces tuvo una idea cruel, trocó el instrumento de flagelación por la lámpara y con ella en alto comenzó a examinar detenidamente el cuerpo desnudo de Lisette.

-¡Ah! ¡Mademoiselle qué fea verruga tenéis debajo de vuestro pecho izquierdo! -exclamó burlón, mientras le acercaba la luz al rostro para añadir:

-¡Cáspita Mademoiselle! ¡Nunca hubiera imaginado tantas arrugas en vuestra piel! ¡Con razón os empolváis hasta las cejas... que deberías depilar mejor, desde luego!

A continuación girando a su alrededor exclamó:

-¡Oh! Qué cantidad de desagradables lunares salpican vuestras espaldas, parecen cubiertas por una horda de bichos negros... y qué flácidas caen vuestras nalgas...

Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Lisette, que imposibilitada de resistir más aquel reconocimiento comenzó a sollozar y gritar.

Los cocineros y criados apretujados en la entrada del sótano a la espera de los azotes oyeron sorprendidos clamar a la víctima:

-¡Basta ya!... ¡Basta por Dios, bastardo! ¡Cierra la boca y empuña el látigo de una buena vez!...

Moraleja: Sabed que a veces la lengua provoca mayores dolores que el látigo.

1 comentario

Selene -

Finales sorprendentes, eso es lo que suele distinguir estos relatos, su forma de jugar con los temas para hacernos creer algo que luego no se cumple y sorprendernos con la situación que menos hemos llegado a imaginar. Buenísimo Amadeo.