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Relatos de azotes

El espíritu malo

Autores: Amadeo Pellegrini  y  Ana Karen Blanco


La reunión tuvo lugar en la antigua residencia que hasta 1973 perteneciera a mis abuelos, cuyos propietarios actuales la transformaron en hostería primero y años más tarde en un exclusivo club de campo con canchas de polo y links de golf.
 
La casa original, construída por mi bisabuelo en 1903, fue destinada a Club House, pero no obstante las sucesivas ampliaciones, refacciones, remodelaciones y adaptaciones mantenía todavía parte del decorado original y del mobiliario con los retratos de mis antepasados en las paredes.

La conservación de aquellas reliquias familiares así como la añosa arboleda del parque diseñado por un paisajista del siglo pasado, tenía el propósito de acentuar la prosapia histórica del predio para justificar la publicidad que lo promocionaba como:  "Un sitio único en la Provincia donde se conjugan la historia y las tradiciones con las bellezas naturales."

Esa vistosa propaganda acompañada por artísticas fotografías y antiguas crónicas, más o menos auténticas, formaba parte del show destinado a atraer  turistas y curiosos.

En medio de esos campos de mi infancia y juventud, me encontraba yo, esa semana de diciembre, donde la casualidad hizo que, en la barra del bar, amigos comunes me presentaran a una huésped uruguaya.

Ana Karen resultó una mujer atractiva, poseía lo que los franceses denominan: "Charme"  o sea ese encanto especial, propio de su elegancia así como de su natural simpatía. Por mi parte le caí bien de modo que congeniamos casi de inmediato y no tardamos en aislarnos del grupo de amigos para pasar el resto de la velada solos.

Mi reciente amiga, estaba fascinada con el lugar y sus leyendas, de manera que, al enterarse que yo era descendiente directo de los primeros pobladores, comenzó a acosarme con preguntas sobre cosas del pasado y de la historia familiar.

A ella la asombró descubrir que en esa zona habían acampado las tribus araucanas de Namuncurá hasta 1879 en que fueron definitivamente desalojadas por las tropas nacionales  comandadas por el General Julio Argentino Roca y más aun enterarse que todavía quedaban descendientes de aquellos aborígenes en la región
Le expliqué que en realidad las tolderías indígenas estaban a orillas de la laguna cercana a la que ellos llamaban "Nahuel-co" que en lengua araucana significaba: nahuel = tigre y co = agua, o sea Aguada del Tigre.

Ana Karen estaba interesada en saber si todavía había tigres. A riesgo de desilusionarla, le dije que nunca hubo tigres en la llanura bonaerense, sólo pumas o gatos monteses que, a la caída del sol, bajaban a la laguna a beber y a cazar nutrias, venados o vizcachas para alimentarse.

A su insaciable curiosidad respondí que cuando éramos chicos, para evitar que nos escapáramos hasta allí, nos contaban historias truculentas de ahogados, de desaparecidos, de animales salvajes que devoraban criaturas y cosas por el estilo. Pero que ya mayorcitos recorríamos los alrededores en busca de puntas de flechas, boleadoras, mazas y otras reliquias indígenas.

Quería saber también si yo había conocido algunos descendientes de los indios de Namuncurá, le dije entonces que no solamente había conocido a varios, sino que una de mis tías abuelas era india pura o casi pura.

Al principio lo tomó a broma, hasta que le aseguré que Francisco uno de los hermanos de mi abuelo se había casado con "La Puyí", que era india. 
- Al tío abuelo Pancho no lo recuerdo porque murió siendo yo muy chico -le dije-, pero a su mujer que lo sobrevivió unos veinte años, la tengo bien presente, de ella nadie sabía a ciencia cierta la edad, pero al morir calculaban que tenía más de noventa años.

Tuve que contarle la historia desde el comienzo.
 
La Puyí era hija de una india y posiblemente de un cristiano porque tenía rasgos mestizos, nadie supo quien fue su padre y la madre murió cuando la Puyí tendría cinco o seis años, no tenía nombre cristiano le decían puyí que era una deformación de la palabra araucana "Pichí"  que significa pequeño o pequeña.
Al quedar huérfana, el Juez de Paz y el Cura decidieron pedirle a la viuda de Tejedor, una dama muy caritativa, que la tomara a su cargo para no enviarla a un orfanato.

Aquella mujer de buenos sentimientos aceptó criarla. La hizo su ahijada de Bautismo para darle también un apellido. La bautizaron con el nombre de Benita Tejedor, de acuerdo al santoral de ese día, aunque para todo el mundo continuó siendo La Puyí, a secas.

La ahijada no tardó en darle frecuentes dolores de cabeza a su buena Madrina. Puyí era una criatura despierta, dócil y de carácter manso, en apariencia, porque de buenas a primeras tenía arranques intempestivos que provocaban verdaderos desastres domésticos.

En la escuela aprendió rápidamente a leer y escribir con soltura, pero no duró más de un par de años, doña Victoriana Tejedor tuvo que retirarla a pedido de los maestros porque revolucionaba todo el colegio.

Desconcertada por la conducta de su ahijada que pasaba temporadas enteras comportándose como niña modelo hasta que se desmandaba cometiendo mil tropelías, como encerrar gatos vivos en los armarios, hacer muecas, monerías y ruidos groseros mientras rezaban el rosario, esconder o romper cosas, fastidiar a los vecinos, la señora pidió consejo al Cura.

Consternada le confesó que no veía otro camino que usar los  castigos corporales, puesto que, ni reprimendas ni penitencias le hacían mella alguna.
El religioso estuvo completamente de acuerdo, manifestando que corregir cristianamente con azotes a quien lo mereciera era también una obra de caridad, Jesús mismo dio el ejemplo al tomar un látigo para echar a los mercaderes del templo.

En apoyo de sus consejos, el sacerdote le entregó a la afligida viuda un escapulario de la Virgen, bordado por las monjas y un latiguito trenzado por su Sacristán, que en los ratos libres hacía artesanías de cuero. El escapulario para colocárselo a Benita sobre el pecho y el rebenquito para aplicárselo repetidamente en las nalgas cuando resultara necesario.
 Doña Victoriana habló con su ahijada, le prendió el escapulario y le mostró el rebenquito advirtiéndole que la azotaría si se portaba mal. La Puyí la dejó hacer y asintió con la cabeza cuando escuchó las advertencias, pero no pronunció ni una sola palabra.

Por un tiempo la señora de Tejedor creyó que las oraciones del Cura y los dos objetos que le entregara habían obrado un milagro porque Benita se portaba a las mil maravillas. Hasta que llegó el desengaño y la afligida mujer no tuvo más remedio que echar mano al látigo.
 Cuando la madrina le anunció que iba a pegarle, la Puyí sin protestar agachó la cabeza, con extraña resignación se quitó la ropa para presentarle las nalgas desnudas. Durante la azotaina, aunque brincó, pataleó y lloró de dolor, aguantó del primero al último azote sin pedir clemencia.

A medida que desgranaba mi relato observé en los ojos de mi flamante amiga un brillo de interés, que en mi caso particular no podía pasar desapercibido, como tampoco la sonrisa con un dejo de escepticismo que dejó traslucir un par de veces.

Su curiosidad pudo más, aprovechó la pausa que hice al apurar el vaso de whisky para preguntarme -sin sorna pero con cierta reticencia-, cómo conocía tantos pormenores de la vida de la Puyí.

- Ana Karen, -le dije- tenés todo el derecho del mundo a dudar de la veracidad de mi relato, pero te aseguro que en líneas generales se ajusta a todo lo que oí de chico en casa de mis abuelos y de mis padres como también de labios de la propia Puyí, que no te olvides era una de mis tías abuelas. De paso te diré que la tía Benita como la llamábamos familiarmente trabajaba muy bien en el telar y a mi en particular me quería mucho así que me tejió un ponchito con una guarda pampa que todavía conservo de recuerdo. Ya en los últimos tiempos cuando estaba casi ciega, yo era uno de los pocos parientes que no dejaba de visitarla cada vez que venía aquí y a ella le gustaba evocar conmigo cosas del pasado. Pero todavía falta lo mejor.

Ella me aseguró que no dudaba de la autenticidad de la historia, aunque yo no le creí del todo. Me pidió que prosiguiera y lo hice.
La viuda de Tejedor era una mujer compasiva, de muy buenos sentimientos, así que sufría cada vez que tenía que azotar a su ahijada. Trataba por todos los medios de convencerla con buenas palabras pero no había caso, a la corta o a larga, tenía que acudir al latiguito.

- ¿Pero no te das cuenta Benita, -le decía la buena mujer-, que no me gusta pegarte? ¿Por qué no te portás bien así no tengo que castigarte o acaso te gustan las palizas?

La Puyí le contestaba que se portaba mal porque "Hualichum"  se lo pedía.

Le expliqué a Ana Karen que "Gualicho o Hualicho" en lengua araucana es el demonio, en realidad no precisamente el demonio sino un espíritu malo que invocaban  "las Peñís"-esto es las brujas de las tribus-, para hacer sus maleficios, porque "engualichar", todavía hoy, significa embrujar a alguna persona para dañarla.

Bueno pues, Puyí juraba y perjuraba que "Hualichum"  era el responsable de su mala conducta, que él la obligaba a portarse mal. La viuda no entendía nada.
- Pero Benita, -argumentaba la mujer-, si te portás mal yo tengo que pegarte, ¿por qué entonces le hacés caso a ese espíritu malo?

La respuesta de la ahijada la dejaba más confundida todavía:
- Porque a "Hualichum" le gusta que me peguen, él ve cuando me pegan y se pone contento, más me pegan más contento está. Entonces después se va muy contento y me deja tranquila.

- ¿Pero vos lo has visto alguna vez?

Puyí negaba enfáticamente. -No. No lo veo, pero lo siento Madrina, él viene de noche cuando duermo y se mete en mi cabeza para decirme lo que tengo que hacer.
- Y vos, tonta, le hacés caso.

- Tengo que hacerlo, Madrina.

- Pero Benita, yo te quiero mucho y entendeme no quisiera tener que volver a pegarte nunca más.

- Yo también la quiero mucho Madrina, pero usted tiene que pegarme, eso lo sé. Y él también lo sabe.

Mi amiga estaba sorprendida, ya no podía disimular el interés por conocer cuánto más sabía yo de esa singular criatura.
 
Por lo que sé, Ana Karen, "Hualichum" , Gualicho, Walichú. Espíritu Malo o como quieras llamarlo siguió poseyéndola hasta después de su matrimonio con el tío Pancho.

Al llegar a la pubertad la conducta de Puyí empeoró, se escapaba de la casa de doña Victoriana y vagaba sin rumbo a veces un par de días, después regresaba tan sigilosamente como se había marchado sabiendo que allí la esperaba una severa azotaina que recibía con la acostumbrada resignación.

- Pero no te confundas Ana Karen, me encuentro obligado a hacerte una salvedad, la Puyí no era sumisa ni viciosa, era corajuda como pocas. En una oportunidad puso en fuga a cuatro esquiladores que quisieron abusar de ella y lo hizo sola armada con una tijera de tusar en una mano y un palo en la otra.
Es posible que el tío Francisco la conociera de antes, pero el encuentro decisivo aconteció en "Nahuel-co" .Tío Pancho era aficionado a la caza salía en las noche propicias, o sea las de luna llena cuando esa claridad tenue alumbra la llanura; armado entonces con su "Winchester", marchaba a apostarse en la laguna a esperar que los venados bajaran a la aguada.

La noche en cuestión mientras aguaitaba desde su escondite observó una silueta que se aproximaba a la orilla. Al principio la tomó por un animal, pero no tardó en descubrir que tenía forma humana. La Puyí, -pues de ella se trataba-, se acercó al borde de la laguna, allí se despojó de toda la ropa y se metió en el agua.

El frustrado cazador, molesto por esa presencia humana que alejaría a sus presas se fue acercando silenciosamente con el propósito de dar un buen susto al intruso.
 
Los cabellos sueltos de la muchacha le revelaron la identidad de la bañista, entonces él a su vez se quitó la ropa para entrar en el agua.

Después de un breve forcejeo o quizás apenas un simulacro de lucha cuerpo a cuerpo, sucedió lo inevitable. El sol los sorprendió desnudos y abrazados en medio del pajonal, sobre la manta que tío Pancho llevaba para apostarse.
Para sorpresa de la población y alivio de la viuda Tejedor, a pesar que el novio estaba debidamente advertido de las misteriosas intervenciones de "Hualichum"  se casaron como Dios manda.

Mi amiga, quiso saber si Benita, "La Puyí",  fue o no, una buena esposa. La pregunta apuntaba a determinar si a pesar de la influencia del "Espíritu Malo" que la dominaba le era fiel al marido y cómo reaccionaba éste ante las ausencias de su mujer.

- Tengo que confesarte, Ana Karen -dije con absoluta convicción-, que no puedo responderte con certeza. Sé que no tuvieron hijos y el matrimonio duró hasta la muerte del tío Pancho, eso no prueba nada también lo sé, aunque podría resultar un indicio. Lo que estoy seguro es que cada tanto, en especial al regreso de sus escapadas era recibida con una buena paliza.

 La hora avanzaba, el grupo del bar se fue deshaciendo. Me despedí de Ana Karen, no sin antes prometerle que a las 8 de la mañana pasaría a buscarla para llevarla a conocer la laguna como habíamos quedado.


A la hora convenida pasé por el hotel. Ana Karen me estaba esperando. A la luz del día la encontré tan espléndida como la víspera, enfundada en un par de vaqueros ceñidos luciendo una blusa de colores vivos y calzada con zapatillas deportivas como le había aconsejado. Nada de sandalias para andar por el campo.

Estacioné el auto y desde adentro abrí la puerta, ella se volvió para recoger el bolso y la cámara fotográfica que estaban en el piso; al agacharse me brindó una fugaz visión de sus bellas formas perfectamente modeladas bajo la tela de jean que las cubría y realzaba.

Se instaló a mi lado y partimos. Una emanación del delicado perfume, -el mismo que percibiera la noche anterior-, llenó el habitáculo.

A la laguna podíamos haber llegado caminando desde el hotel, pero eso representaba atravesar la cancha de polo y el campo de golf, para cubrir un recorrido de más de cuatro kilómetros hasta llegar a la orilla menos vistosa; en cambio, en automóvil siguiendo un camino vecinal de tierra llegaríamos al extremo opuesto desde donde podía disfrutarse un panorama inmejorable.

Al existir en ese sitio montecitos de caldén y tratarse de un espacio menos accesible resultaba el más tranquilo y propicio para acampar como teníamos previsto, para lo cual llevábamos con nosotros el equipo de mate.

Como la semana anterior habían caído copiosas lluvias, el camino de tierra presentaba un estado deplorable, cubierto de charcos, que en algunos lugares abarcaban de un alambrado a otro, obligándonos a avanzar con lentitud.
De todas maneras esa circunstancia no nos pesaba en absoluto, disponíamos de toda esa mañana que prometía regalarnos un sol radiante e íbamos conversando animadamente.

Un poco por vanidad, para hacer gala de mis conocimientos de lugareño, -lo reconozco- y otro poco para ilustrar a mi  compañera de viaje le iba dando los nombres de los campos a cuya vera pasábamos, señalándole algunas particularidades, mostrándole detalles propios de la zona, de su flora; datos que ella matizaba con algún comentario de circunstancias.

Pero, en definitiva, el tema de la conversación terminó recayendo en "La Puyí" personaje que había capturado por completo la atención de Ana Karen.
El intríngulis de mi amiga estribaba entre otros puntos en la participación del Cura. Sostenía ella, -no sin razón seguramente-, que el sacerdote, que ejercía notable influencia sobre la viuda de Tejedor, la presionaba para que cumpliera su deber de cristiana y no dejara de azotar a su ahijada.
 
Pensaba ella, que un trato más humano, menos riguroso. más persuasivo, empleando un poco de psicología hubiera dado mejores resultados que el latiguito que puso en manos de la mujer.

- Ana Karen, -respondí- te hablé poco del Cura porque no me consta su actitud instigadora, además tenés que tener en cuenta la época, eso tiene que haber sucedido alrededor de 1909 en adelante, la Puyí murió, si mal no recuerdo en 1984, en aquellos tiempos y en estos lugares hablar de psicología era un despropósito...

Mis argumentos resultaban endebles, -es verdad-, pero mi amiga uruguaya se mantenía tan firme en sus trece que, por un momento, me cruzó la sospecha que trataba de irritarme. No alcanzaba a descubrir el motivo, pero estaba empeñada en rebatir y aun atacar mis puntos de vista que en determinada oportunidad descalificó por "machistas".

Recordé de pronto que en sus últimos tiempos la Puyí hablaba que el dios de los cristianos había terminado aquí con los dioses araucanos pero que estos no habían muerto que estaban en las montañas. Quizás los años la hacían desvariar, eso pensé entonces, aunque tal vez nunca llegó a ser cristiana del todo o nunca terminó de ser pagana, ese era otro de los misterios que la Puyí se llevó a la tumba.

Se lo comenté a Ana Karen, diciéndole que posiblemente la tozudez de la Puyí en persistir con sus dioses araucanos fuera lo que la indisponía con el Cura por eso éste trataba de hacerle entrar la religión católica a palos.

- ¡Bonita manera de imponer la religión! -Exclamó ella.

La discusión terminó en ese punto porque llegamos al esquinero norte. Allí estacioné el auto fuera de la huella, debajo de un algarrobo y nos apeamos.
La laguna estaba a unos doscientos metros del esquinero. Salté primero el alambrado y ayudé a Ana Karen a trepar, luego la tomé por la cintura para ayudarla a bajar, después marchamos en dirección a la orilla.

La vista del espejo de agua era magnífica, fuimos bordeándolo rumbo a una lomita arbolada de caldenes que elegimos para sentarnos a matear  a la sombra. Llegar hasta allí nos obligó a caminar unos quinientos metros más.

Mi amiga estaba excitadísima, quería tocar el agua, quería mojarse los pies, quería llevarse algún recuerdo, quería buscar puntas de flechas o alguna otra reliquia indígena, quería tomar fotos, quería. quería. quería. La ansiedad la dominaba, ya no deseaba sentarse a descansar, ya no le apetecía tomar mate. De repente quería internarse en el monte siguiendo el caminito de la hacienda, pero en sentido inverso o sea desde la aguada hacia en interior del campo.
 
En suma, estoy seguro que ni ella misma sabía qué quería en realidad. Parecía poseída por una fuerza extraña que la impulsaba hacia adelante. De modo que pasamos de largo el montecito y seguimos caminando otro largo trecho.

De pronto descubrió que tenía deseos de fumar. Me pidió un cigarrillo. Como de mañana nunca fumo, recién entonces caí en la cuenta que el paquete de cigarrillos y el encendedor los tenía en la campera que había quedado en el coche.

Cuando se lo dije hizo una mueca de disgusto y con un tonito de chica caprichosa me dijo que tenía ganas de fumar y no insinuó, directamente me pidió que fuera hasta el auto a traerlos.

Me reservo lo que pensé en ese instante, porque después de todo yo la había invitado, la había traído, y -caprichosa o no-, no dejaba de ser una dama de manera que me dispuse a volver sobre mis pasos en busca de los cigarrillos. No sin antes recomendarle:

- Ana Karen, por favor no te muevas de aquí y no hagas nada, especialmente no metas los pies en el agua, en este lugar que viene la hacienda a beber, meterse puede ser peligroso, está lleno de pozos que se hacen en tiempos de seca cuando la laguna se achica, después las lluvias la hacen crecer y el agua los tapa. Esperame ahí a la sombra.

El auto había quedado a casi dos mil metros de donde estábamos de manera que la ida y  el regreso me insumieron más de media hora de caminata. Cuando volví al lugar donde mi amiga debía esperarme. ¡No estaba allí!.

Encontré solamente el bolso, el equipo de mate y la cámara fotográfica, Ana Karen había desaparecido. La llamé a los gritos. La busqué como loco por los alrededores.

Hasta aquí llega mi relato, lo que sucedió después es mejor que lo cuente la propia Ana Karen a quien le cedo la palabra.

AP

Amadeo, tan caballeroso él, se fue en busca de los cigarros. En realidad no tenía muchas ganas de fumar, pero. era la perfecta excusa para que se fuera y me dejara sola para hacer lo que se me viniera en gana. Sentía un extraño impulso de portarme mal, de hacer cosas "prohibidas", de romper las reglas. Como que algo dentro de mí me incitaba a la travesura.

¡Linda historia la de "La Puyí"! Y qué belleza de lago era aquel. Allí se habían encontrado por primera vez ella y el que luego fuera su esposo. Allí se habían encontrado y allí se habían amado. "Amadeo me dijo que no me metiera pero. sólo los pies, un poquito, para saber lo rica que debe de estar el agua. No, mejor no. No sé nadar y no hay nadie. Mejor tomar unas fotos de este lugar y luego buscaré a ver si encuentro alguna reliquia o algún recuerdo para llevarme".

Saqué la cámara digital y tomé varias fotos. Las miré. nada que ver con la realidad! La foto no reflejaba para nada el extraño encanto que tenía ese lugar. Me puse la cámara al cuello y me interné unos pasos por el caminito de la hacienda, mirando hacia los costados a ver si veía algo interesante por allí.  Di unos pasos más y vi algo que pareció brillar, pero. no, no era nada. Quizás un poco más hacia delante... En ese momento me percaté que el camino  había desaparecido y yo estaba perdida, no sabía para dónde ir.

Sentí la voz de Amadeo llamarme, pero no podía contestarle, no me salía la voz! Hasta que con gran esfuerzo lancé un grito que me asustó hasta mí misma. ¿Qué me había pasado.?

Vino corriendo y al verme quedó como petrificado. sus ojos abiertos y enormes no dejaban de contemplarme. Me incorporé lentamente y me di cuenta que. ¡estaba totalmente desnuda y empapada! El pelo chorreaba agua y mi piel estaba mojada, como que recién hubiese salido del agua.

¡Amadeo no cabía en sí de la furia! Su rostro se tornó rojo y estaba desencajado.

Me espetó:

- ¡Esto ya es demasiado! Te dije que no entraras al agua, pero no me hiciste caso. Sos una niña malcriada y desobediente. Me hiciste pegar el susto de mi vida, y todavía con ese grito! Vení para acá, yo te voy a enseñar a obedecer aunque sólo sea mientras estés conmigo.

Yo no entendía nada, no recordaba los últimos momentos, solo. esa voz! Pero algo más fuerte que yo me obligaba a obedecer a Amadeo, que de un jalón nada suave me puso de pie y sin saber cómo me encontré boca abajo sobre sus rodillas. El primer azote me tomó desprevenida y. dolió! Me ardió y me dio un extraño picor. Es que estaba mojada, y con la piel mojada los azotes duelen mucho más.
 
Su mano cayó implacable sobre mis nalgas que se ponían cada vez más y más rojas, y el picor se hacía cada vez más insoportable. Mientras me azotaba, Amadeo me decía lo mal que me había comportado, que eso no estaba bien en una mujer de mi edad, que parecía una chiquilina y yo qué sé cuántas cosas más. Yo sólo podía oír la risa burlona que resonaba dentro de mi cabeza. Era la risa de. ¡"Hualichum"!
Podía oírla claramente. Se reía porque había conseguido que Amadeo me diera una azotaína. Quise hablar pero. no pude, no me lo permitió. Solo me había dejado dar aquel grito para que Amadeo me encontrara.

Y Amadeo sí que estaba enojado. Mis nalgas quedaron al rojo vivo; el dolor era impresionante. Me levantó de sus rodillas y me puso de pie. Intenté nuevamente hablar, pero no pude.

- ¿Querés hablar? -me dijo Amadeo- Dale, ¡hablá! Explicate porqué hiciste esto! Más vale que lo hagas ahora o.

Estaba fuera de sí. Entonces recordé a "La Puyí" y bajé la mirada.
 
Me sentía sumamente avergonzada de verme así, desnuda y humillada delante de ese hombre que me había dado hospitalidad y estaría pensando lo mal que yo le estaba pagando.

- Bueno, estoy esperando. ¿vas a hablar o qué? ¿Porqué hiciste esto? ¿Qué te llevó a cometer semejante disparate que pudo hasta haberte costado la vida?

Levanté la mirada y clavé mis ojos en los suyos, para que me creyera lo que le iba a decir:

- ¡Fue el  "Hualichum" que me obligó!

Quedó descolocado. No supo qué contestar, pero. casi enseguida se le escapó una sonrisa seguida de una sonora carcajada que hizo eco en aquella laguna y sus alrededores.

-Jajajajajajaaaaa. ¡Esto es increíble! Le cuento una historia, ella hace una travesura y luego ¡le echa la culpa al "Hualichum"! Jajajajajaaaaa. Por lo menos podrías haber sido un poco más original para mentir. Ahora, decime la verdad.

- Esa es la verdad -le contesté muy enojada.

- Mirá Ana Karen, mi paciencia tiene un límite. Decime la verdad o. o. -miró hacia los costados- o te ataré de ese árbol y te daré con el cinto hasta que confieses! No me tomes el pelo, no me quieras agarrar de gil. Te puedo perdonar la travesura, pero no que me tomes por tonto.

- Es que. es que. ¡esa es la verdad! -le dije con mi mejor cara de inocente, mientras la risa en mi cabeza estallaba cada vez más fuerte.

No dijo más nada. Me tomó de la mano y con su propio cinto me ató a un árbol.

Estaba tan enojado que no valía la pena hablarle ni tratar de explicarle nada. Buscó mi ropa y quitó el cinto de mis jeans, que era bastante grueso. El pelo estaba aún muy mojado y el agua corría por mi espalda, mojando las nalgas continuamente.  Sentí su furia descargarse en cada uno de los varios azotes que me dio. Realmente dolieron mucho y dejaron unas marcas muy rojas cruzando mi colita.

Al percatarse de las huellas de los azotes y de mi reacción (las lágrimas corrían por mi rostro y dejaban huellas), reaccionó. Tiró el cinto al suelo, me desató y me abrazó tiernamente. Se quitó su camisa y me cubrió con ella. Yo lloraba desconsoladamente. La risa en mi cabeza había cesado.

A la hora de la cena me senté como pude en aquella hermosa y antigua silla del bellísimo comedor de la casa. Mi pobre colita aún sentía el ardor y picor de los azotes. 

Allí, mas calmados los dos, traté de explicarle a Amadeo qué había pasado, porque aún no se podía convencer: el espíritu malo que durante muchos años había perseguido y martirizado a "La Puyí", el "Hualichum" se había apoderado de mí aquella mañana y había logrado que, nuevamente, una mujer fuera azotada sólo para su goce y deleite.

AKB

3 comentarios

ana rodriguez villegas -

mi madre de pequeña tuvo algo parecido,vio a un espirito,pero tranformado en una bola de cristal

Mayte -

¡Me encantó el relato! Ese tono de cuento costumbrista en la parte de Amadeo, la magia y el misterio... y después, Ana Karen lo culmina con una deliciosa escena de spanking que combina a la perfección con el relato de Amadeo. Me gustó muchísimo, es un placer leer spanking, pero el placer es mayor cuando está bien escrito.

gavi -

Qué placer la lectura de este relato!... me gustó muchísimo y sobre todo la magia que lo envuelve.
Felicidades Ana Karen a Amadeo!!