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Relatos de azotes

M / f

Areana y Daniel

Autora: Rossy

Areana con un profundo suspiro metió la llave en la cerradura, sus manos temblaban al girarla, sabía que al traspasar el umbral tendría que tomar la decisión mas importante de su vida.

Lo había pensado, meditado, razonado y llegado a la conclusión  de que esa relación no la llevaba hacia ninguna parte, Sí amaba a Daniel, pero se sentía a veces a la deriva, navegando a merced de la marea sin rumbo fijo. Él era tan desesperantemente pasivo, tan enervantemente complaciente en todos los sentidos, si al principio era  maravilloso, hacía evocar a todo un caballero presto a cumplir los deseos de su dama, pero cuando estos se convertían en caprichos y aún así eran cumplidos a la mayor prontitud, dejaba de ser tan maravilloso.

Ella lo había calado varias veces, probando los límites, los cuales parecían ser  inexistentes. Esta ocasión volvía a casa después de una noche fuera, ella había planeado que fueran 3 días de ausencia, en los que esperaba que el entendiera que la relación iba cuesta abajo y que no existía ya remedio, le daría esos días para darse cuenta y que el mismo decidiera marcharse.

Pero la sorprendida fue ella, al recibir recién llegando al cuarto de hotel, en primer mensaje de texto al celular, en este mensaje, Daniel se notaba más preocupado que otra cosa, y Areana decidió simplemente no contestar, que se enterara por sí mismo que lo estaba dejando, a ese mensaje siguieron dos o tres más, y cada vez la preocupación parecía disiparse, a los mensajes sin contestar prosiguieron llamadas, primero cada hora, después se hicieron mas insistentes hasta el punto que eran realizadas no mas allá de cada 5 minutos. Esto la sacó un poco de balance, no se espera una reacción así, dudó entre contestar o simplemente apagar el celular y dejar pasar las horas en total incertidumbre, tanto para él como para ella, que no sabría si se habría resignado y marchado o aumentado su preocupación.

Apagó el celular durante unas horas durante las cuales decidió dormir un poco, para despejarse y pensar muy bien cuál sería su siguiente paso a dar. Al despertar y encender el celular lo que vió la dejó un tanto fuera de control: 10 mensajes de texto y más de 45 llamadas perdidas; al ir revisando los mensajes notó como pasaban de la preocupación a la desesperación, y de esta al enojo, pero los dos últimos la dejaron atónita, su estómago  vibró, sus sentidos se alertaron, no podía creer lo que leía y menos aun que pasara justo cuando ella daba ya todo por perdido creía que ya era demasiado tarde; los mensajes decían:

"Mi vida solo quiero que sepas que me tenías bastante preocupado pensando que algo te había pasado, llamé a tu oficina, familiares, incluso a hospitales, la llamada que me aclaró todo fue a Ana, la cual no queriendo me...."

Y ahí se cortaba, leyendo esto su decisión se transformó en enojo, furia, ¿pero quién se creía? Para estar llamando incluso a su oficina y familiares, y además tener la desfachatez de avisarle  y decirme "mi vida". No lo podía creer, ahora más que nunca corroboraba su decisión de dejarlo, y ya sin ningún tipo de contemplación, sería fría y crudamente ¡¿Pues qué se creía?!. Su enojo estaba al 100%, estaba a punto de llamarle y recordarle con toda la extensión de la palabra su árbol genealógico completo, cuando tomó el celular no pudo evitar mirar el otro mensaje, la continuación, el cual decía:

"contó tu plan, de irte de fin de semana sola, mi niña. Yo nunca he sido un impedimento para que te diviertas, pero este susto si que lo pagarás muy caro y encima la preocupación...."

 No!!! Se cortaba de nuevo, pero ahora no estaba ya tan enojada, más bien estaba consternada, este mensaje tenía aproximadamente 7 minutos de haber sido enviado, su mente daba mil revoluciones por minuto, su corazón latía a gran velocidad sus manos temblaban al sostener el teléfono, estaba sin aliento, decidiendo entre llamar o contestar... Con otro mensaje cuando el teléfono vibró de nuevo. Un mensaje... El cual decía:

"No puedo ya dejarlo impune niña mía, te he tolerado estas últimas semanas pero ya no puedo más, como te comportas como niña, como tal te trataré."

Ella no lo podía creer, ¿a que se refería? Ella no era ninguna niña, ¿Qué pasaba por su mente?, pero a la vez estaba nerviosa, ansiosa, un tanto aprensiva, ahora esperaba el siguiente mensaje con ansias contenidas, y le parecían eternos los segundos, hasta que llegó :

"Te informo NIÑA, que cada minuto que tardes en comunicarte, se estará sumando a tu ya de por sí crecida cuenta. Con amor Daniel"

 A mi larga cuenta?, fue lo primero que se preguntó Areana, crecida cuenta en respecto a qué? ¿De que hablaba ese hombre? No entendía mucho, pero le asombraba descubrir que ya no era tan grande la necesidad de alejarse, ahora sentía un hormigueo recorriendo su cuerpo, suspiró, tomó el teléfono y realizó la llamada que cambiaría su destino.

Daniel contestó, serio pero tranquilo, le dijo que se alegraba mucho de que estuviera bien, y adoptando un tono serio, le informó que estaba muy enojado y sobre todo decepcionado de ella, que se había comportado cual niña caprichosa y maleducada, Areana quiso decir algo, defenderse, pero El simplemente dijo: SILENCIO! No discutas, en un tono que no dejaba lugar a dudas de que ejercía en ese momento la autoridad necesaria, aun así Areana empezó otra frase  justificativa y recibió un "¡QUE TE CALLES!", ahí mismo ella supo que  había surgido el Daniel que ella siempre deseo junto a ella, al que siempre buscaba y parecía no encontrar, permaneció callada, Él le indicó que debía volver de manera inmediata y mientras más tardase más aumentaría su castigo .¿castigo? preguntó entre admirada y temeros, Si Niña, CASTIGO y te dije que te callaras, deja de discutir y por tu bien apresúrate a volver, que te estoy esperando. Y sin más se corto la comunicación.

Areana de manera casi mecánica tomó su pequeña maleta, suspiró y salió; en el camino le costaba tanto concentrarse en la carretera, no dejaba de imaginar y de apremiarse internamente. Deseaba ya poder ver esa transformación, quería comprobar que Daniel realmente pudiera poner las cartas sobre la mesa y actuar, despertar, dejar tanta pasividad atrás.

Y ahora ya estaba ahí, con la llave en la mano, giró la cerradura, dió un largo y sentido suspiro y entró. Daniel que había escuchado el auto la sorprendió sentado parsimoniosamente en la sala con un libro en la mano, Areana entró, lo saludó, El se acercó le dió un abrazo y un beso en la mejilla, la miró y le dijo que se alegraba que estuviera bien, después de eso dió un paso atrás y dijo: ahora sí amor, te comportaste como una niña malcriada e irresponsable y así es entonces como de hoy en adelante serás tratada. Areana lo miraba asustada ¿a que se refería? ¿Seria acaso? ¡No! Él no podía ser así...

Daniel sin vacilar la sacó de sus pensamientos al tomarla de la mano y suave pero decididamente y la hizo caminar, ella se dejó llevar, llegaron al sillón donde él la había estado esperando, Daniel tomó asiento y la dejo ahí parada a su lado, la miró fijamente y con una actitud fría le dijo: "amor créeme que esto  es por tu bien" y sin más la jaló y la tumbó sobre sus rodillas y empezó a darle duras y contundentes nalgadas mientras le echaba en cara su mal comportamiento y su falta de responsabilidad. Areana  forcejeaba le gritaba que la dejara, incluso lo llamó "bruto" ¿pero qué te crees?, palabra a la cual Daniel respondió con una nalgada más fuerte y apoyándose en su espalda y le dijo: " ¿qué me creo yo?, deberíamos empezar por ¿¡Qué te crees tú escuincla!?, pero está bien. Sólo por esta única vez te diré: Me creo la persona que te va a enseñar más respeto hacia los demás, colmaste mi paciencia y siguió repartiendo nalgadas de manera precisa y dolorosa una y otra vez mientras continuaba con su eterno regaño.

Areana se cansó de forcejar y ya sólo lloraba y le pedía que parara, pero Daniel seguía claro y contundente hasta que el color de sus nalgas fue rojo intenso y ella empezó a pedir perdón y suplicar, diciendo que no volvería a ser tan egoísta, dicho esto Daniel dió 20 nalgadas más y le permitió incorporarse.

Areana lloraba y se sobaba cuando Daniel la tomó amorosamente de la mano y la llevó a una contra esquina, si un "lindo" rincón, donde le ordenó permanecer ahí. Areana asombrada abrió la boca para protestar, pero sólo alcanzó a decir media palabra, pues él con dos sonoras nalgadas la hizo callar y quedarse ahí parada, sólo llorando y frotando sus doloridas nalgas mientras Daniel gozaba con el espectáculo que tenía enfrente.

Una vez transcurridos 5 minutos él la llamó y amorosamente la abrazó y le secó las lágrimas de la cara y le dijo que ese iba a ser el trato que tendría de ese día en adelante, si se comportaba como niña malcriada, como tal sería tratada. Tomó una crema hidrante y la acomodó de nuevo sobre sus rodillas para poder curarla. Areana sólo atinó a sonreír entre las lágrimas y besarlo. Daniel respondió al beso.

Lo que pasó después ya lo imaginará cada uno a su gusto, pero lo que sí puedo decirles es que a Areana JAMÁS se le volvió a cruzar por la mente la idea de abandonarlo y menos aun pensar que no era de decisiones tomar.

 

Rossy

LA TRAGEDIA

Autora: Ana Karen Blanco
(anitaK[SW])

La tragedia envolvió a toda la familia de forma inesperada. Sandro Barrientos y Mabel Giacomazzi habían fallecido en un accidente automovilístico dejando tras sí a sus tres hijos: Katherine de 22 años, Fabricio de 20 y Mauro de 14.
Apenas Emilia Giacomazzi supo que su hermana y su cuñado habían muerto, se desesperó, pero también se sintió segura, apoyada en todo momento por su esposo Rodrigo Sena, que la acompañó sin separarse de su lado. Una vez que regresaron del entierro, con los ojos llorosos y la voz entrecortada le dijo:
-Me preocupan esos niños Rodrigo. Tenemos que ayudarlos en todo lo que podamos porque somos su única familia. ¿Verdad que tú me ayudarás con ellos? Han quedado en la más completa soledad y eso me pone muy mal... Le dije a Kathy que se mudaran con nosotros al menos los primero tiempos, pero se negó. Dijo que ella se haría cargo de todo si nosotros la apoyábamos.
-Supongo que le habrás dicho que diera por descontado nuestro apoyo incondicional en todo momento, ¿verdad amor? –dijo Rodrigo interrumpiéndola.
-Por supuesto. Ella sabe que cuenta con nosotros siempre. Fabricio tiene todo preparado para ir a estudiar arte a Italia, y ella es una chica fuerte, voluntariosa e inteligente. No tendrá problema de cuidar a Mauro ya que casi toda la vida fue como una segunda madre para él. Tú sabes lo previsor que era Sandro y les ha quedado un buen respaldo económico, pero de todas formas deberán cuidarlo. Kathy ya se recibió como profesora de literatura y da clases en diferentes institutos, además de las particulares a varios alumnos. Económicamente están bien cubiertos, pero… la vida diaria es mucho más que eso.
-Eso lo sabemos muy bien tú y yo, y seguramente ella lo aprenderá muy pronto.

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Kathy era una bellísima mujer. Alta, espigada, con un brillante pelo negro que hacía resaltar su piel blanca. Los ojos verdosos de mirada acariciante enloquecían a más de un hombre. Era hermosa y lo sabía; su inteligencia y vivacidad la hacían más atractiva aún. Sus minifaldas eran escandalosamente cortas; imposible dejar de mirarla cuando caminaba por algún lugar o hacía su entrada por cualquier puerta como en aquel momento en casa de sus tíos.
-Rodrigo, tienes que ayudarme –le espetó antes de colgarse de su cuello y plantarle un sonoro beso en la mejilla.
-Sí niña, sí. A ver ¿qué te pasa ahora?
Rodrigo se estaba acostumbrando a la presencia casi diaria de aquella joven que había visto nacer y crecer. Hoy era una mujer que lograba turbarlo con su sola presencia, pero que disimulaba haciendo grandes esfuerzos. Ella lo consultaba por asuntos que para Rodrigo eran menores como el pago de ciertas cuentas, trámites en organismos públicos, seguros y asesoramiento sobre la compra de un automóvil, rentas de propiedades y cuestiones financieras generales. También recurría a Emilia para pedirle recetas de cocina, cómo quitar una mancha o averiguar las ofertas de esa semana. Kathy se había convertido en visita permanente, no tenía reparos en llamar por teléfono a cualquier hora, pero a sus tíos no les molestaba demasiado porque era tan querible y simpática que no podían enojarse con ella. Pero a Rodrigo le era imposible mirarla como familiar, sus instintos de macho le hacían desearla como mujer. Ella lo sabía y gozaba seduciéndolo de forma inocente ante los demás, pero cuando estaban solos lo hacía descaradamente, aunque disfrazando de juego sus más perversas insinuaciones.
Dicen que no hay nada más seductor que una mujer hermosa que sabe que lo es, ni nada más erótico que la inteligencia. Ella era todo eso y tenía el conocimiento para utilizar su belleza e inteligencia como le viniera en gana. Su “tío” Rodrigo no le resultaba indiferente. Desde muy niña se había sentido atraída por ese hombre tan alto y gallardo, siempre impecablemente vestido y con aquel perfume varonil: el de su propia piel, porque no utilizaba otro aroma que el de la limpieza diaria. Siempre lo había visto de bigotes, unos bigotes negros, espesos, perfectamente recortados. De pequeña él solía hacerle cosquillas con ellos; hoy se preguntaba qué sentiría al rozarlos. A veces lo provocaba besándolo en la comisura de los labios y percibía un pequeño estremecimiento en el cuerpo de él, que se retiraba rápidamente de su lado. Buscaba excusas para llamarlo, tonteras que ella sabía cómo resolver perfectamente. Lo hacía ir a su casa para reparar cosas que ella misma descomponía o que podría resolver llamando a un fontanero o un electricista, pero sólo buscaba la forma de verlo con la mayor frecuencia posible…
Una madrugada, a las dos de la mañana sonó el teléfono en casa de la familia Sena-Giacomazzi. El cansancio había rendido a la pareja después de varios días de ajetreo preparando el viaje de Fabricio, que había partido la tarde anterior a estudiar al extranjero. Rodrigo, más dormido que despierto, levantó el teléfono.
-Sí… hable.
-¿Es el señor Rodrigo Sena? Le habla el Sargento de Policía Agente Daniel Rivera. Estamos llamando desde la residencia de la señorita Katherine Barrientos…
Rodrigo pegó un salto en la cama y se levantó de golpe.
-¿Qué pasó? ¿Qué sucedió oficial? ¿Está todo bien? –La palidez de su rostro asustó a Emilia que exigía a sus espaldas explicaciones de lo que sucedía, mientras él le señalaba con la palma extendida que esperara y lo dejara escuchar.
-Sí señor. Le ruego que se calme, está todo bajo control. La casa fue asaltada pero los ladrones no lograron llevarse nada porque en ese momento volvía la familia y al escuchar el regreso de los moradores de la finca, huyeron dejando todo. Tanto la señorita como su hermano y el amigo están bien pero muy nerviosos; me pidieron que lo llamara para que viniera lo antes posible.
-Ya mismo estoy saliendo para allá Sargento.
Tras una breve explicación a Emilia mientras se vestía velozmente, Rodrigo emprendió la marcha hacia la casa de los sobrinos de su esposa. Debía conducir uno rato para unir los poco más de treinta kilómetros que había de distancia entre ambas residencias. A esa hora de la madrugada casi no había tránsito. Prendió la radio del vehículo y se dejó envolver por la portentosa voz del tenor Plácido Domingo que le trajo a su lado a la mujer con “Aquellos ojos verdes…”; luego un “Te quiero, sabrás que te quiero…” era casi una declaración de amor para esa joven de piernas largas y torneadas como dos columnas griegas, esa niña de ojos verdes y pelo negro que lo embriagaba con su juventud, energía y vitalidad. Debía estar loco, él amaba a Emilia, sin duda que la amaba pero… Kathy era otra cosa.
Kathy, Kathy… con solo nombrarla la boca se le llenaba de miel y su virilidad daba muestras de que a sus 48 años estaba más vivo que nunca.
Apenas había descendido del auto cuando Kathy se echó sobre él prendiéndose del cuello. Rodeó aquel cuerpo tan deseado con sus brazos, aspiró el perfume de su cabello, acarició con sus manos la mil veces imaginada piel y la alzó. Por un instante que le pareció eterno la tuvo para sí, totalmente suya. Pero inmediatamente la volvió a depositar en el suelo.
-Rodrigo, por fin has llegado –casi nunca le decía tío, ni siquiera de pequeña, siempre prefirió llamarlo por su nombre de pila, y sus hermanos siguieron su ejemplo-. Estoy desesperada, nerviosa, me siento muy mal y angustiada por todo esto.
-Tranquila mi niña, ya todo está bajo control. Además, no ha pasado nada. Pero deberemos tomar esto como un aviso, una advertencia y apenas despunte el día nos dedicaremos a asegurar este lugar convenientemente. Ahora cálmate… ¿cómo está tu hermano?
-Aquí estoy Rodrigo, con mi amigo Carlos.
Un muchacho alto y prolijamente desgarbado como indicaba la moda, se acercó y lo saludó con un beso en la mejilla. Rodrigo lo abrazó cálidamente mientras el chico devolvía el abrazo.
-¿Todo bien Mauro? Menudo susto que me llevé.
-Lamento haberlo perturbado caballero, pero su sobrina así lo solicitó y además creo que era lo más correcto.
Al darse vuelta hacia el lugar de donde provenía la voz, observó un hombre joven y atractivo. No es que a él le gustaran los hombres, pero le llamó la atención la masculina belleza de aquel ejemplar de varón de unos treinta y cinco años. Era alto, de casi un metro noventa; pesaría unos noventa y cinco o cien kilos, de los cuales la mayor parte debían ser de magra musculatura. Pelo negro, lacio, brillante. En su rostro de marcada angulosidad varonil, resaltaba un bien cuidado bigote; los ojos castaños y vivaces enmarcados por unas espesas cejas que le daban a su mirada una especial expresión. Tenía aspecto recio y serio, y la placa que lucía dejaba saber su condición de miembro de la policía, ya que por su ropa de civil nadie lo imaginaría. Se acercó a Rodrigo con su mano extendida:
-Muy buenas… madrugadas –dijo mientras sonreía amigablemente- Soy el Sargento de Investigaciones Daniel Rivera. Hace un rato hablé por teléfono con usted.
-Sí, así fue –le dijo Rodrigo mientras que sentía un firme apretón de manos por parte del oficial, al que no vaciló en contestar de la misma forma- Permítame agradecerle personalmente lo que ha hecho hasta ahora Sargento Rivera.
-Nada que agradecer señor, es nuestra obligación y deber. Si lo desea, pasaré a informarle lo sucedido.
El Sargento comenzó a darle detalles de cómo había sido el intento de robo, de cómo deberían tener cerradas las entradas y qué medidas de seguridad sería conveniente que tomaran.
No le hizo falta a Rodrigo mucho rato para percatarse de las miradas y sonrisas que el Sargento le dedicaba a Kathy. Y no era el único. El resto de los policías, además del amigo de su sobrino, estaban prendados de la chica que seguía abrazada a él.
Al rato de estar por allí, decidió tomar el teléfono y llamar a Emilia para avisarle que estaba todo bien, pero que había tomado la decisión de quedarse y acompañar a los chicos esa noche, cosa que ella aprobó por completo.
Una vez que el sargento Rivera y los agentes a su cargo se hubieron retirado, pasaron a la casa. Santiago, el amigo de Mauro, no desprendía la mirada del cuerpo ondulante de la hermana de su amigo.
-Si la sigues mirando así vas a quedar bizco –le susurró Rodrigo, haciendo que los colores del muchacho subieran hasta sus mejillas y se instalaran allí.
-Santi, vamos a dormir –le gritó a su amigo Mauro –Ya estuvo bueno por hoy, mañana nos levantaremos muy tarde. Hasta mañana a los dos, gracias Rodrigo por venir.
-Hasta mañana jóvenes, y que descansen –saludó el hombre mientras los vio perderse hacia el enorme ático de la casa donde Mauro había decidido instalar su dormitorio, sala de sonido, de juegos y más. Allí ponía el equipo de audio con todos los decibeles imaginables sin molestar al resto de los mortales de la casa. Sonrió con esos pensamientos y movió suavemente la cabeza.
Cuando giró sobre sí, la mirada de Rodrigo se topó con el cuerpo y los ojos de Kathy. Estaba en el sillón grande, sentada de costado, de una forma lánguida y sexy. Las piernas cruzadas y entrelazadas hacían imaginar una planta trepadora que da mil vueltas para llegar a lo alto.
La miró sin poder disimular su excitación. Ella se paró y se encaminó hacia él sin dejar de mirarlo. Ya no era una chiquilla, era una mujer provocativa, que sabía perfectamente qué hacer para lograr enloquecer a un hombre como ahora lo hacía con él. Tenía un andar felino y una mirada arrebatadora que hipnotizaba. En ese momento, más que nunca, comprendía por qué los varones hacían cualquier cosa por estar a su lado.
Se acercó hasta él y pasó los brazos por encima de su cuello, atrayéndolo suavemente hasta que tuvo su boca casi pegada a la de ella… pero no lo besó. Entreabrió la boca y su lengua, rosada y húmeda, recorrió los labios de él sin permitir que la besara. Eso… lo excitó aún más. Pero sabía que era un territorio prohibido. Aunque no llevaban la misma sangre, era su sobrina, casi como una hija. Y también una mujer deliciosa. Tenía que hacer algo para cortar aquello.
La apartó suavemente de su lado, y sonriéndole tomó la mano izquierda de la chica con su mano derecha y la condujo al sillón, donde se sentaron sin desprenderse. Ella siguió su ejemplo sin dejar de mirarlo a los ojos. Rodrigo sacó un pañuelo del bolsillo de su americana y las gafas hicieron mil piruetas en el aire antes de caer sobre la suave alfombra, pegando antes en el zapato izquierdo del hombre y yendo a parar a escasos centímetros. Rodrigo se tiró hacia atrás en el sillón con un visible gesto de cansancio.
-Deja Rodrigo, yo te los levanto – dijo la joven.
No se paró, sino que apoyándose en las rodillas del hombre, se cruzó sobre las piernas de este para alcanzar los espejuelos. El espectáculo que tenía Rodrigo ante sus ojos era celestial. La pequeña falda de Kathy se había levantado lo suficiente como para dejar ver el comienzo de dos globos perfectos, blancos, jóvenes, turgentes. La visión de aquel culo lo extasió pero… también le dio una idea.
Kathy se estaba demorando demasiado en recoger los espejuelos, y también se movía y contorneaba más de la cuenta con la clara intención de excitar al hombre. Cuando quiso incorporarse…
-No Kathy, espera, no te levantes –le dijo mientras presionaba su mano izquierda sobre la cintura de la chica- Es necesario que te quedes así un momento, quiero decirte algo.
-¿Así? Pero ¿para qué? ¿Qué me quieres decir?
-Kathy… Basta de provocarme.
La mano cayó pesadamente sobre la base de las nalgas con un movimiento ascendente que las hizo temblar. La sorpresa se apoderó de chica que sólo logró emitir un leve quejido. Las nalgadas siguientes comenzaron a picarle más y más, lo que la hizo contorsionarse y corcovear.
-Rodrigo, para ya – le ordenó.
El hombre se detuvo de inmediato, y ella trató de incorporarse una vez más. Y una vez más se encontró impedida de hacerlo. Esta vez no era la mano, que estaba en ese momento rodeando su cintura, sino el codo de Rodrigo que se clavaba en su columna.
-Esto recién empieza. ¡No te muevas!
La sentencia estaba dada. Kathy sintió cómo se subía su falda y dos dedos se introducían por los costados de sus bragas, levantándolas mientras la fina tela se perdía entre los cachetes. Los azotes siguieron cayendo sin piedad, mientras las nalgas se tornaban cada vez más rojas y calientes.
Cuando Rodrigo pareció oír un sollozo, paró. Volvió a colocar las prendas en su lugar, ayudó a Kathy a ponerse en pie y se dirigió a la puerta en silencio. Al alcanzar el picaporte se dio vuelta y mirando a la joven que se frotaba las nalgas, le dijo con una voz ruda que ella jamás le había escuchado:
-Recuerda que soy un hombre y no uno de tus alumnos. No vuelvas a provocarme.
La joven no terminaba de comprender lo sucedido, pero lo que sí entendía perfectamente es que jamás en su vida había estado tan excitada como en ese momento. Sus pensamientos habrían hecho sonrojar a la propia Anaïs Nin. Una sonrisa casi diabólica se instaló en su rostro.

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-Buenos días señorita Kathy –saludó sonriente al abrirse la puerta.
-Ah… es usted inspector. ¿Qué deseaba? –contestó con algo de desdén, actitud que no amilanó a Daniel.
-Pasaba por aquí y me pareció oportuno ver si estaba todo bien y he podido comprobar con agrado que han tomado las medidas que les sugerí.
-Sí, Rodrigo se encargó de todo.
-¿Su tío? –dijo con algo de sorna.
-El esposo de mi tía, sí. Le agradezco su preocupación inspector, pero ya tengo que salir.
-Bien, en ese caso le pido que me permita acompañarla y luego invitarla a almorzar.
Kathy dudó un instante antes de aceptar. Era una mujer inteligente, calculadora y quizás el inspector era quien le ayudaría a que nadie sospechara su posible relación con Rodrigo, de quién creía estar enamorada profundamente. La azotaína y las palabras del hombre solo habían logrado que lo buscara con más ahínco aún.
Los días siguientes fueron testigos de las visitas y atenciones de Daniel hacia la bella mujer. Ella aceptaba todos sus elogios pero no olvidaba a su azotador. No importaba qué hiciera, él estaba continuamente en sus pensamientos y se pasaba las horas pensando y urdiendo diferentes planes para atraer a su lado al hombre al que pertenecía su corazón.
Las continuas llamadas telefónicas, las visitas y la creciente excitación hicieron que Rodrigo aceptara verla. Se encontrarían para almorzar. El centro de la ciudad los recibió con el anonimato de las grandes urbes donde la gente pasa inadvertida. Ella lo esperó en una parada de autobús y se montó en el coche apenas este paró. La luz del día se volvió en su contra y se refugiaron en un restaurante muy íntimo. Hablaron de mil temas mientras degustaban el cóctel que habían pedido como aperitivo. A pesar de la fría brisa que salía de los huecos del aire acondicionado, Kathy manifestaba sentir calor.
-Ufffff… este calor es terrible ¿no crees? –le decía mientras se daba aire con sus manos. El vestido ajustado a su cuerpo tenía sólo dos finos breteles, dejando sus bellos hombros al aire. Él adoraba sus hombros…
La música con aires mexicanos se apoderó del ambiente. Unos siete u ocho mariachis se acercaron a la mesa. Mientras el cantante hacía gala de su envidiable garganta, los demás formaban un semicírculo en torno a la muchacha que se dejaba halagar. Cuando el hombre cantó: “…besar tus labios quisiera, malagueña salerosa, y decirte niña hermosa, que eres linda y hechicera…” Kathy, conocedora de los artilugios que puede utilizar una mujer, fingiendo más calor del que realmente sentía, recogió su cabello con las manos, desde la nuca hacia arriba, levantando sus brazos y dejando a la vista sus axilas suaves y blancas. Rodrigo creyó enloquecer de deseo y se retorció en la silla tratando de disimular su excitación.
Kathy regalaba sonrisas, caídas de ojos, movimientos exagerados del cabello, miradas cargadas de erotismo… todo dirigido al cantante y de rebote también le llegaba a alguno de los músicos. Tras una muy generosa propina los mariachis se retiraron, no sin que antes el cantante le pidiera permiso a Rodrigo para “…saludar a la señorita, y con la venia del caballero besar su mano. Buen provecho y que tengan una buena tarde”. Recién allí comenzó a retirarse sin dejar de mirarla, a la vez que ella le sonreía sumamente divertida.
El camarero se acercó a tomar la orden que Rodrigo se encargó de pedir: como primer plato antipasto, y como plato principal tallarines a la puttanesca. Para acompañar, vino tinto. Un Cabernet Savignon sería lo más apropiado. La bodega y la cosecha quedaban a consideración del somelier.
Mientras llegaba la orden el maduro comensal se deleitó contemplando a su bella acompañante, en tanto ella sonreía y coqueteaba. Cuando el camarero se acercó con el vino y le mostró la botella a Rodrigo, este asintió con la cabeza. Ante la aprobación, comenzó inmediatamente a descorchar la botella. Cuando quitó el corcho se lo presentó a Rodrigo, que luego de aspirar su aroma, por segunda vez volvió a asentir. La enorme copa de cristal recibió el líquido purpúreo y casi culminando la ceremonia, le ofreció la copa a Rodrigo con una inclinación de cabeza. Como un gran catador, movió la copa haciendo girar el líquido, volvió a aspirar el aroma, volcó la copa para apreciar el color y el cuerpo del vino. Cuando iba a dar el sorbo para saborear y catar definitivamente aquel delicioso elixir, Kathy le espetó:
-¡Espera! Así no se cata el vino. Déjame enseñarte a hacerlo…
Le quitó suavemente la copa, volcó el líquido hacia un costado mientras introducía el dedo índice en él.
-Esto se hace así… –Sacó el dedo empapado en el vino y comenzó a pasárselo por los labios entreabiertos de Rodrigo que no podía creer aquello, mientras que el camarero con los ojos desorbitados y una amplia sonrisa disfrutaba de la desfachatez de aquella joven mujer –Ahora recoge el vino con la punta de tu lengua y saboréalo. –Rodrigo obedeció mientras ella sostenía su mirada.
Volvió a introducir el dedo en la copa y se lo metió en la boca, con el gesto más lascivo que pudo, chupó el líquido entrecerrando los ojos, y mirando a los dos hombres susurro:
-Mmm… ¡grandioso y delicioso! Mis felicitaciones al somelier por tan buena elección. Sírvanos por favor…
El camarero cumplió la orden agradeciendo interiormente a Baco por haber bendecido el vino, y al resto de los dioses por haberle tocado atender aquella pareja que lo estaba poniendo a mil.
Luego del primer plato, Kathy se levantó para dirigirse al tocador. Rodrigo se paró en un gesto de caballerosidad y ella se fue moviendo las caderas un poco exageradamente. Se sabia atractiva. Los hombres y mujeres del restaurante no pudieron evitar seguirla con la mirada. Quien observaba el pasaje de esa joven por cualquier lugar, necesariamente recordaría la “ola” que se forma en los estadios de fútbol. Esto era similar: ella caminaba y las cabezas se iban dando vuela a su paso…
Durante la cena, la chica llamó al camarero más veces de las necesarias, y en cada una de las ocasiones le coqueteaba, inclinándose de más para mostrar sus senos, diciéndole al chico alguna palabra como para comprometerlo o ponerlo en evidencia. Rodrigo sonreía ante esas niñerías, sabiendo que eran para ponerlo celoso y llamar su atención. Ese era el precio que debía pagar por estar al lado de tan joven y bella mujer.
No tomaron postre. Ella quiso ir a una heladería y pidió un helado mediano. Apenas se lo entregaron comenzó a pasarle la lengua alrededor, a subir y bajar por la superficie de la cremosa preparación hasta que tomó la forma de una gruesa banana. Entonces, mirando a Rodrigo a los ojos, se engulló el helado y al sacarlo de su boca lo fue acariciando con los labios. Los hombres la miraban divertidos y las mujeres la criticaban por lo bajo. ¿Envidia quizás? Rodrigo la tomó del brazo y le indicó que se subiera al auto. Ya estaba bueno de hacer el ridículo. Tenían que conversar en un lugar privado para dejar claro los puntos, así que irían a un motel.
El motel se llamaba “La Cascada” y pidió la mejor suite que resultó ser una habitación bellísima. Estaba en penumbras. Música acariciante y romántica flotaba en el ambiente. Se acercaron a un pequeño bar donde había bebidas varias.
-Champagne, vino, whisky… ¿qué deseas tomar querida?
-Creo que la ocasión merece champagne –contestó ella con una amplia sonrisa.
-Sea.
Se acercó al frigobar y sacó una botella pequeña de champagne. Mientras la destapaba y servía sendas copas, Kathy tomó asiento entrelazando sus largas piernas y acomodándose sobre un extremo del sofá, dejando espacio suficiente para él, que con la copas en la mano se reclinó a su lado y le ofreció una.
-¿Brindamos? –preguntó la chica mientras alzaba la copa.
-Claro… ¿por qué quieres brindar?
-Por la vida, por estar aquí a tu lado, por ti, por mí… ¡por nosotros! Salud…
-Salud…
El fino cristal de las copas se quejó al choque del brindis. Ambos dieron buena cuenta del contenido y luego las apoyaron en la mesa.
-¿Sabes? Estás bellísima…
-Lo sé… -Rodrigo sonrío ante tal contestación.
-No hay nada más excitante que una mujer que se sabe bella y disfruta siéndolo.
Se acercó a ella y la atrajo hacia él. La joven sonrió pensando en su triunfo y torciendo su cabeza entreabrió sus labios cerrando sus ojos mientras se aproximaba a él. Pero no lo encontró, por lo que tuvo que abrir los ojos de golpe.
-¿Qué sucede Rodrigo? ¿Acaso no me deseas?
-Eso no importa. Tus padres no están ahora y creo que es mi deber cuidarte y protegerte. En el restaurante te comportaste como una mujer vulgar, y eso me molesta muchísimo. No basta ser una dama, tienes que demostrar que lo eres.
-Pero… ¿qué dices?
-Que tu comportamiento de hoy deja mucho que desear. Coqueteaste con todo varón que se cruzó en tu camino. No me molesta que lo hagas cuando no estés conmigo. Pero me aseguraré de que te quede claro. Ven aquí.
La copa voló por el aire y fue a dar al otro extremo del sillón, desparramando el dorado líquido por el suelo. La tomó del brazo y moviendo uno de los sillones la hizo reclinarse sobre el respaldo, quedando su rostro casi sobre los almohadones y su culo totalmente expuesto. Trató de levantarse en medio de protestas, pero Rodrigo se lo impidió.
Con la cabeza sobre el almohadón, Kathy sólo pudo oír el cinto que se deslizaba por las presillas del pantalón. Al querer reaccionar sintió un fuerte azote que le cruzó las nalgas.
-Por Dios Rodrigo ¿qué haces?
-Simple: te pongo en tu lugar.
-Pe…
-¡Silencio! ¿O quieres seguir agregando motivos a tu castigo?
-No eres quién para castigarme. ¡No eres nadie, no te permito que lo hagas!
Un silencio envolvió el lugar. La chica se incorporó sin ningún tipo de inconveniente por parte de su verdugo, que había dejado de serlo.
-Bien, si esa es tu decisión, nos vamos.
Se colocó el cinto con in disimulado fastidio. La joven no sabía qué hacer, cómo reaccionar. ¿Qué había hecho? Su intención no había sido molestar a Rodrigo, pero él se veía sumamente enojado.
-Perdóname Rodrigo. He sido una niña tonta.
-Sí, pero ya verás tú cómo cambiar si es que lo deseas.
-Lo que yo deseo es que tú me ayudes a cambiar.
-No, gracias. Ya lo intenté pero tú no apruebas mis métodos. Te espero en el auto.
-¡Espera! Lo siento… Sí acepto tu castigo. ¡Azótame por favor!
Rodrigo salía de la habitación y la tenía a sus espaldas. Ella no pudo ver la sonrisa de triunfo que se dibujó en su rostro. Sí… su método había dado resultado. Sabía que finalmente sería la chica quien le pidiera que la azotara. Retomando el gesto sombrío y adusto en su rostro, el hombre se dio vuelta y la miró a los ojos.
-¿Estás segura de lo que dices?
-Totalmente.
-Si en algún momento cambias de opinión me lo dices y dejaré de ser tu educador. ¿Estás dispuesta a obedecerme?
-Si Rodrigo.
-Ponte en la misma posición de antes. Ahora abre las piernas y apóyate firmemente en el suelo. Si en algún momento crees que no soportas el castigo, bastará con que digas “amarillo” y suspenderé de inmediato para darte un descanso. Luego retomaré. Si quieres que me detenga por completo, di “rojo” y daré el castigo por terminado. Ahora… cuando estés preparada di “verde” y comenzaré. Veremos si soportas el castigo que tengo para ti.
Kathy respiró profundamente mientras terminaba de tomar la posición que le había indicado. Cuando dijo “verde” cerró sus ojos y se puso tiesa esperando el azote, pero este demoraba en llegar. Al intentar darse vuelta para ver qué pasaba, el cinto se estrelló contra sus nalgas, y lanzó un tímido gemido de dolor.
Cuando Rodrigo creyó que eran suficientes azotes, levantó su falda y comenzó a bajar sus bragas. La mano de la joven asió fuertemente la del hombre, obligándolo a detenerse.
-Si quieres que me detenga, sólo debes decir la palabra adecuada y lo haré. De lo contrario seguiré adelante.
Luego de unos segundos, la chica soltó la mano en silencio y tomó su posición. Los ojos del disciplinador se deleitaban ante las nalgas cruzadas por gruesas líneas rojas. Pasó su mano como para refrescar aquel fuego, y luego se retiró unos pasos. Toda la intimidad de Kathy estaba expuesta. Una maraña salvaje de negra espesura era como el centinela de aquella joya rosada y húmeda. El orificio de su ano se veía delicioso y pedía atención en forma casi desesperada. La excitación de Rodrigo era evidente, pero ella no podía verlo. Así que apoyando su mano izquierda sobre la cintura de la chica, comenzó a nalguearla con la mano, teniendo extremo cuidado de no tocar sus partes íntimas, sólo rozarlas levemente. Cada vez que lo hacía, sentía estremecerse a la mujer que tenía bajo su poder, un poder que ella misma le había concedido.
Kathy estaba en peor situación. No podía negar su excitación, porque los jugos que se escondían en su vagina estaban a punto de resbalarse por sus piernas. Nunca había sentido una sensación tan maravillosa. El esposo de su tía no sabía que era la segunda vez que cumplía la fantasía que tenía desde niña: ser nalgueada por ese hombre tan viril, tan guapo, tan… ¡masculino! Sentía cada azote como una caricia dolorosa que la hacía temblar por dentro y por fuera. Sus nalgas estaban ardiendo y de su parte más íntima, ahora impúdicamente expuesta, los jugos comenzaban a correr.
Los azotes cesaron y sintió cómo le volvían a colocar las prendas en su lugar.
-Toma tus cosas, nos vamos.
No lograba entender nada. Se terminó de acomodar sus prendas y lo siguió hacia la salida.

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Pero la situación volvería a repetirse. Esta vez Rodrigo la planeó diferente: sería una noche romántica. La pasó a buscar y se dirigieron al puerto. De allí partía todas las noches un corto crucero en un fabuloso yate que ofrecía cena y show. También había casino donde las parejas comprobaban aquel dicho de “desafortunado en el juego, afortunado en el amor”.
Las mujeres lucían como recién sacadas de una revista de modas, con vestidos finísimos, peinadas y maquilladas como artistas, y sus acompañantes estaban igual de elegantes.
La cena transcurrió entre miradas cariñosas y subyugantes. Cuando la orquesta comenzó a tocar, salieron a la pista y se fundieron en un abrazo. La música sonaba y el abrazo de la pareja se hacía más intenso. La mano de Rodrigo subía y bajaba de forma casi imperceptible por la espalda casi desnuda de Kathy. Mientras danzaban los ojos de ella se clavaron en el rostro de él.
-¿Jugamos unas fichas en el casino? –sugirió Kathy con una sonrisa cuando cesó la música.
-Está bien. Si es lo que quieres… -contestó Rodrigo mientras tomaba su cintura para dirigirla hacia la salida del salón.
Luego de perder una cantidad bastante importante en la mesa de ruleta, decidieron subir a cubierta. La noche parecía sacada de un cuento fantástico. El cielo estaba despejado, por lo que permitía observar las estrellas que parecían diamantes volcados al azar sobre un enorme paño de terciopelo azul. La luna estaba en su fase llena, y era la reina de la noche, reflejando su belleza en el mar. Una brisa fresca levantaba los cabellos negros de Kathy mientras ella se apoyaba sobre el borde del yate. Rodrigo miró su rostro, iluminado por la luz de la luna. ¡Se veía tan hermosa! La tomó de los hombros haciendo que girara hasta enfrentarlo. Levantó la barbilla con su índice, e inclinándose sobre ella la besó dulcemente, pero con pasión. Kathy alzó sus brazos y cruzó las manos sobre la nuca de Rodrigo. Los largos dedos de la joven se perdieron en la espesura del cabello del hombre. Así estuvieron largo rato, besándose y jugueteando con sus lenguas y labios, diciéndose palabras incomprensibles para el resto de los mortales. De ese modo, las pocas horas que duraba el crucero se pasaron rápidamente.
El motel “Séptimo Cielo” fue quien los recibió aquella noche. Dejaron el coche en el garaje y subieron a la habitación. Rodrigo la había tomado de la cintura, subiendo y bajando la mano suavemente… Flanqueó la puerta y le cedió el paso caballerosamente. Ella se detuvo un instante para mirar los detalles de la habitación mientras depositaba su bolso sobre una de las altas sillas situadas junto al pequeño bar. Al darse vuelta para hacer un comentario, su boca fue tapada con los labios de Rodrigo, que comenzó a besarla de forma salvaje y ardiente. Las lenguas se entrelazaban, la humedad de sus bocas se confundía, los labios recorrían y se pegaban a los otros labios. Tenían sed de pasión, una sed que parecía insaciable, pero sabiendo que el otro era el oasis en ese agobiante calor de la lujuria, más ardiente que cualquier desierto.
Las manos de Rodrigo recorrían aquel cuerpo túrgido y joven, vibrante… Por fin había decidido conocer aquella
“piel de satín y azucenas” como decía el tango. La piel de aquella joven encendía su pasión, y bajo la luz de las velas adquiría un brillo especial, con un juego de luces y sombras que la hacían más deseable aún.
Comenzó a besar su cuello continuando con sus hombros, redondos y deliciosos. Bajó los breteles del fino vestido y comenzó a deslizarlo hasta dejar a la vista los bellos senos. Eran firmes, del tamaño ideal, suaves, con una aureola rosada y un botón que a pesar de estar en su mínima expresión, se alzaba tímidamente sobre la deliciosa montaña. Terminó de bajar la vestimenta de la chica que quedó con una pequeña bikini de encaje blanco que hacía resaltar más su vientre, plano y delicadamente musculoso. El vestido cayó al suelo cuando él la tomó en sus brazos para depositarla en la cama. Ya descalza, la depositó delicadamente y la observó. Así, casi desnuda y tendida a su merced, el caballero recio y excitado dejó paso a un hombre conmovido y turbado por la belleza y entrega de su acompañante. Comenzó a desvestirse sin dejar de mirarla. Era una mujer cautivadora, abandonada a su pasión, que lo miraba con ansias, con ganas, con hambre de sexo salvaje… Desprendió el último botón de su camisa.
-Ponte boca abajo -le pidió Rodrigo con suavidad.
Al terminar de cumplir la orden, sintió como se sentaba a horcajadas encima de ella. No podía verlo, pero no se opuso cuando él la tomó de las muñecas y le colocó unas cuerdas con las que la ató diestramente a la cabecera de la cama. Un pañuelo de seda, sacado de la nada al estilo del mejor ilusionista, fue a parar a los ojos de Kathy impidiéndole por completo la visión. Comprendió que a partir de ese instante debería guiarse sólo por sus sentidos y sus instintos.
Sintió a Rodrigo caminar de un lado a otro de la habitación. Sentía sus pasos, ruidos que no lograba reconocer y sonidos que le eran familiares.
El azote que le cruzó las nalgas de forma tan inesperada que le hizo dar saltar, más por la sorpresa que por el dolor.
-No te atrevas a moverte o te irá peor.
-¿Pero qué haces?
-Shhhhhh… no hables, no te muevas, no quiero más sonidos que el del azote y… el silencio.
Un nuevo golpe cayó en las nalgas de la chica, que apenas se movió mientras clavaba las uñas y hundía su rostro en la almohada para ahogar el quejido. No sabía con que la golpeaba, pero era algo largo, fino, lacerante, flexible… y que le hacía arder la piel. Los azotes se fueron sucediendo lentamente pero sin pausa. Sentía que tenía sus nalgas marcadas con finas rayas en todas las direcciones.
-Me has hecho perder una pequeña fortuna hoy, y continúas seduciéndome sin reparos. Ese descaro lo voy a cobrar en tus nalgas.
Se acercó a la joven y le quitó las bragas. No obtuvo ninguna resistencia esta vez, y no porque estuviera atada, sino porque Kathy había decidido entregarse a aquel hombre dominante y recio.
Rodrigo pasó sus manos por cada una de las largas marcas rojas que cruzaban aquellos deliciosos globos. La unión de la curvatura de los hemisferios invitó a la mano a continuar el camino hacia la parte más íntima y escondida de la mujer. Con un simple movimiento le hizo saber que deseaba que se abriera totalmente de piernas, dejando su sexo a la vista.
Los dedos expertos de Rodrigo comenzaron a recorrer aquella cueva encantada que continuaba siendo guardada por una espesa maraña de vellos negros y ensortijados; hasta que encontraron el mágico botón que la hizo estremecer. Con el clítoris entre sus dedos comenzó un mágico baile de vaivén, una deliciosa tortura que ejercía presionando lo suficiente el manojo de nervios que se unen en esa zona mágica. A la reunión se acopló la lengua del hombre: sabia, experta, deseosa de dar placer. Una vez más se juntaron las humedades y se confundieron. Kathy no podía impedir el fluir de sus jugos vaginales, y la impúdica lengua comenzó a invadir el interior de su vagina mientras que el orgasmo comenzaba a florecer sin ningún tipo de pudor. Rodrigo sentía en su lengua cada uno de los espasmos, de las contracciones vaginales de la joven que no paraba de gozar y gemir.
Sin darle el menor respiro, la lengua de Rodrigo se concentró en su otro agujero. En pocos segundos la joven se comenzó a retorcer una vez más y la lengua encontró otra vaina donde refugiarse.
La saliva corría y se confundía con los demás jugos. Sin dejar de tocarla, el hombre se terminó de desvestir. Su pene se erguía impúdicamente, apuntando el techo de la habitación. Rodrigo se dirigió a la cabecera de la cama y desató a la joven, quitándole también la venda de los ojos para que se enfrentara cara a cara con el miembro viril de Rodrigo. Tenía la punta brillante y acercándolo a la cara de la joven se lo ofreció. La lengua de Kathy comenzó un recorrido vertiginoso de arriba abajo, mientras que las lánguidas manos de largos y hábiles dedos tomaban, una, la base del pene torciéndolo suavemente y con la otra los testículos, que eran masajeados tierna pero firmemente. Jamás había experimentado algo así y se estaba volviendo loco de placer. Pero no quería dar todo por terminado tan rápido.
-Ven mi pequeña, ponte en cuatro patas.
Lo obedeció de inmediato, imaginando cuál sería el próximo paso.
-Mi pequeña perrita…
El pene se apoyó en el dilatado ano de la mujer y comenzó a introducirse lentamente. El grito fue sofocado por la mano del hombre, que dejando caer su cuerpo sobre el de Kathy, la hizo extenderse. Podía sentir el tibio aliento del hombre en su nuca.
-¿Estás gozando pequeña?
-Mucho
-¿De quién es ese culo?
-Mío
-No, estás equivocada. A partir de hoy y hasta que yo lo decida es sólo mío ¿entendiste?
-Sí
-Si eso es verdad, quiero que me lo digas, que lo repitas. Di que es sólo mío y que no se lo darás a nadie más.
-Mi culo es tuyo, solo tuyo, y nadie más lo tocará, no se lo daré a nadie más que a ti. Te lo prometo.
-¿Segura?
-Sí, segura. Quiero ser tu puta y quiero que mi culo sea sólo tuyo, que te pertenezca.
Las palabras de la joven fueron el impulso final que él necesitaba para hacer los embates más fuertes cada vez, hasta que el jadeo de ambos se hizo más frecuente y el semen comenzó a salir a borbotones, inundando las entrañas de Kathy que, exhausta, cerró los ojos para descansar con el peso de su hombre encima y llena de sus jugos.
-Kathy… -una vez más sintió el tibio aliento del hombre en su nuca- Eres tan hermosa que por momentos dudo que esto sea verdad. No quisiera que se acabara nunca.
-No sé si alguna vez acabará pero hoy existe Rodrigo. Así que será mejor aprovechar este momento que es el que tenemos. Ven… ven a mi lado… y continúa amándome como siempre soñé que lo harías.
El resto de la noche continuó siendo una conjunción de caricias, gemidos, palabras entrecortadas y suspiros de placer.
Fue aquel uno de muchos encuentros furtivos, de mañanas de lujuria, tardes de pasión y noches de placer… Los dos estaban bien económicamente y podían darse el lujo de alquilar un taxi para pasar un día en alguna ciudad no muy lejana, alojarse en algún lujoso hotel y comer en los mejores restaurantes. O tomarse un avión en la mañana, irse a un país limítrofe y regresar por la noche.

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Aquella mañana Kathy se apareció en la oficina en la que Rodrigo trabajaba como vice-presidente. La secretaria la anunció y ella entró como la persona importante que se suponía que era: la sobrina del segundo hombre más poderoso de la empresa.
Rodrigo, caballerosamente como él solía comportarse, se puso en pie para recibirla. Una vez que la secretaria cerró la puerta, ella se abalanzó en sus brazos y se besaron con pasión:
-Cosita chiquitita…
-Hola luv… te estaba extrañando mucho y no pude dejar de venir a verte. Me tienes abandonada.
-No mi niña, no es así. Es que… tú sabes que esto no puede ser, no podemos seguir adelante con esta relación. Tú tía no se lo merece, ni tú, ni yo, ni siquiera… Daniel. Él está enamorado de ti y tú no haces nada por retribuir su amor.
-Yo no le pedí que me amara, y sabes perfectamente que a ti a quien amo –le dijo mientras pasaba sus brazos por encima de los hombros de él y acariciaba la nuca de aquel hombre maduro, mientras se ponía en puntas de pie para poder alcanzar sus labios en tanto él abrazaba su cintura.
Escenas como esta se repetían con demasiada frecuencia, cada vez más abiertamente, lo que significaba un gran riesgo para Rodrigo quien sería el más perjudicado si aquella relación se hacía pública.
-Me dijo Emilia que estábamos invitados para ir a cenar esta noche. Así que nos volveremos a ver hoy, luv.
-Espero que te comportes como es debido.
-Claro, siempre lo hago –contestó blandiendo su mejor y más picaresca sonrisa.
-Entonces… vete ahora y nos vemos a la noche.
-Ahhhhhhhh… ¡no quiero! No me eches cariño, por favor –le dijo haciendo uno de esos mohines que él tanto adoraba.
-Anda, no te pongas caprichosa y obedece. Nos vemos esta noche –y la acompañó a la puerta de la oficina, como para tener seguridad de que se retiraría.

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La mesa estaba preparada para cuatro personas. Emilia era una excelente anfitriona: fina, distinguida y sumamente sencilla. Estaba acostumbrada a recibir gente de alto nivel cultural y financiero debido a la posición de su esposo; siempre quedaba muy bien con todos y hacía que el hombre que amaba hacía tantos años, se enorgulleciera de ella. También por ese motivo quería Rodrigo terminar aquella relación con Kathy, porque en el fondo amaba profundamente a su esposa. Pero aquella niña lo volvía loco de verdad y no sabía cómo hacer para dar por terminado lo que había comenzado casi sin querer.
Sonó el timbre y Emilia se dirigió a la puerta para dar una cordial bienvenida a los invitados. Daniel estaba elegantísimo, con un traje que parecía cortado encima de su musculoso cuerpo, le caía maravillosamente bien. Prolijamente afeitado y peinado, con un perfume discreto y masculino, cruzó la sala con la mano estirada para saludar al anfitrión.
-Don Rodrigo, qué placer volver a verle.
-Igualmente muchacho. ¿Todo bien?
-Sí señor, todo muy bien. Permítame agradecerle a usted y a Emilia la gentileza de invitarnos a cenar.
-Por favor… es un placer tenerlos aquí –contestó cortésmente Emilia mientras se tomaba del brazo de su esposo
-Hola Rodrigo –dijo Kathy con una sonrisa que la hizo aún más bella. Él la beso suavemente en la mejilla mientras su corazón latía de alegría al verla.
-Daniel, usted aún no conoce la casa. Acompáñeme, se la mostraré y me ayudará a preparar unos tragos para el aperitivo. Kathy querida –le dijo a su sobrina mirándola con afecto- te robaré a tu guapísimo novio por un rato. Debo felicitarte por tan buena elección, es un hombre de trabajo, se ve refinado, culto, elegante y hacen una bellísima pareja.
-Muchas gracias señora, me halaga usted.
-No me digas señora Daniel, me llamo Emilia. Vamos… ayúdame a preparar los tragos –le decía mientras lo tomaba del brazo y se lo llevaba a la habitación contigua.
Una música tenue flotaba en el ambiente. Rodrigo adoraba la música clásica y la ópera. Andrea Boccelli acompañaba a la perfección la fina velada mientras que Rodrigo y Kathy, una vez solos, comenzaron a mirarse sin disimular su pasión.
-Kathy, que te conozco. Compórtate como la dama que eres y dime qué has hecho hoy.
-He sido una niña mala Rodrigo… Merezco que me castigues.
-Pero… ¿Qué dices?
-Quisiera que me abofetearas para redimir mis culpas.
-No digas tonterías ¡por favor!
-Anda Rodrigo, castígame…
-No, no lo haré.
-Si no lo haces, gritaré y me pondré a llorar, te miraré con odio y extrañeza. No sabrás cómo explicar la situación… Y será peor.
-Compórtate y no me amenaces.
-Quiero que me abofetees…
Rodrigo estaba totalmente desconcertado. Kathy comenzó a besarlo, mientras se oían las voces de la otra habitación. La separó de él y miró nerviosamente por encima de su hombro.
-Basta Kathy, no hagas niñerías –La tomó de los hombros y la zarandeó como para hacerla reaccionar.
-Abofetéame…
-Ya te dije que no lo haré
-¡Daniel! –gritó entonces. Rodrigo quedó de una pieza…
-Dime cariño… -contestó la voz masculina desde la otra habitación. Rodrigo contuvo la respiración.
-¿Me preparas ese cóctel que tanto me gusta? –gritó ella con una mueca divertida.
-En eso estaba. Le explicaba a Emilia lo complicado que es prepararlo…
La tensión empezó a sentirse en el ambiente mientras que la música también subía su intensidad. El “Gloria in Excelsis Deo” de Vivaldi comenzaba con esa velocidad vertiginosa que lo hace tan especial, los violines tocados por manos prodigiosas hacían correr la adrenalina por las venas de la pareja mientras se miraban a los ojos desafiándose mutuamente. La soprano alzó su voz y la bofetada resonó tapada con la música de los violines y las voces del coro. Rodrigo no había podido contener su furia y el nerviosismo lo había hecho caer bajo los influjos de esa mujer que, cuando volvió su rostro hacia él, lo hizo con una sonrisa sarcástica y de total triunfo. Los dedos de Rodrigo se percibían apenas en la blanca y delicada mejilla de Kathy.
-Cariño, aquí está tu cóctel –Daniel había entrado de improviso, tomándolos totalmente de sorpresa- Pero… ¿Qué te pasó en el rostro? Parece que…
-¡Sí! Rodrigo me abofeteó –gritó al tiempo que se cubría la mejilla con la mano y señalaba con el índice al hombre que hasta hacía pocos momentos antes había estado besando.
-Pero… Yo… -trató de explicarse Rodrigo, mientras que Daniel lo acusaba con la mirada y su esposa lo observaba con extrañeza.
-Jajajajajaaaaa… -rió Kathy estrepitosamente, mientras todos la miraban atónitos– Relájense, que era una broma. Le estaba contando algo a Rodrigo y me pegué en la mejilla con demasiada fuerza. Pero por solo ver el rostro de desconcierto de mi tío, valió la pena la broma. Y ustedes dos disculpen, perdóname tía Emilia, pero… ¡la tentación fue muy grande!
-Ay niña, ¡qué susto me has dado! Sé perfectamente que Rodrigo jamás haría algo así, pero qué momento me hiciste pasar. Daniel, deberías poner a esta niña sobre tus rodillas y darle unas nalgadas para enseñarla a comportarse… vamos, pasemos a tomar el aperitivo.
Rodrigo se acercó con disimulo al oído de quién le había hecho pasar uno de los momentos más vergonzosos de su vida, e inclinándose le susurró: “Esta me la pagas, y bien cara, niña”. Ella le sonrió y le guiñó un ojo, mientras lo tomaba del brazo para seguir a sus parejas.
La cena transcurrió plácidamente y el incidente pareció olvidado junto con la marca en el rostro.
Sí, el incidente “pareció” olvidado, pero en realidad ninguno de los cuatro lo pudo olvidar. Emilia comenzó a comportarse de forma extraña con Kathy. Muchas de las actitudes de la chica dejaron de caerle bien y algunas veces no le daba a su esposo los recados de la sobrina. Rodrigo también se dio cuenta que ya no miraba con simpatía y agradecimiento cuando le decía que iba a casa de los chicos, o que ayudaría a Kathy con tal o cual trámite. El hombre comenzó a ser mas cuidadoso y precavido con sus comentarios, pero el hostigamiento y la forma de hablar de su esposa se hacia cada día mas evidente.
Emilia comenzó a hablar cada vez menos con su sobrina y lentamente la relación se fue enfriando. Cuando la joven iba a casa de sus tios siempre era recibida correctamente, pero ya no había el cariño, los gestos de alegría y bienvenida de antes. El trato hacia ella por parte de su tia era fríamente correcto. Rodrigo tuvo que ponerse a pensar que iba a hacer con esa situación cada dia más insostenible. Debía decidirse: su esposa o Kathy. Todo un dilema que lo tuvo más de una noche sin dormir. Le costaba decidirse y necesitaba algo que torciera la balanza para un lado u otro. Él no lo sabía aun, pero ese peso que volcaría uno de los platillos estaba a punto de llegar.

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Mientras todo un desfile de pensamientos cruzaba la cabeza de Rodrigo, otro hombre tenia también la suya llena de imágenes, sentimientos, emociones encontradas y no sabía cómo salir de esa situación que le hacía imaginar un bosque infectado de animales salvajes que lo acosaban sin tener escapatoria.
¿Hablar con Kathy? No, eso ya lo había hecho varias veces y sin resultado alguno. La chica negaba los amoríos con su tío, o con “el esposo de su tía” como le gustaba decirle. ¿Poner sobre aviso a Emilia? No… esa mujer era demasiado inteligente y seguramente ya lo sabía; sería una crueldad ponerla en evidencia. Era una mujer admirable y no merecía pasar por eso. Sólo la lastimaría sin sacar ningún provecho de esa acción. “Si no beneficia a nadie… ¿para qué?”. Lo que le quedaba era hablar con Rodrigo, frente a frente y de hombre a hombre, así que concertó una cita con el empresario.
Una elegante cafetería fue el punto de encuentro de lo dos hombres. Luego de los saludos protocolares tomaron asiento. El primero en hablar fue Rodrigo:
-Daniel, gracias por la invitación porque yo también quería hablar contigo.
-¿De verdad Rodrigo? ¿Y sobre qué sería la charla? –le dijo con un rostro serio y algo molesto.
-Sobre el único tema y persona que nos une Daniel: sobre Kathy. ¿O me equivoco?
-No, no se equivoca usted. Pero ya que comenzó le pido que continúe.
-Bien… tú sabes que no es fácil. No voy a negar que he tenido una relación con Kathy, como tampoco niego mi cuota parte de responsabilidad en esa relación. Desde un principio yo sabía que era algo sin futuro, los dos lo teníamos claro, pero ella siempre tuvo la esperanza de que yo dejara a su tía para irme con ella. No niego que más de una vez estuve a punto de hacerlo, pero… en realidad amo a Emilia. Kathy fue una inyección de vitalidad, frescura, juventud, belleza y locura. Pero al continuar con esta relación sólo estoy haciendo daño. Daño a mi esposa que sospecha que algo ocurre, daño a Kathy porque sé que no me quedaré a su lado, te daño a ti Daniel, porque al estar yo en el medio no permito que ella vea al hombre que tiene a su lado y que la ama con delirio.
-Sí Rodrigo, esa es la verdad: amo a Kathy con delirio, con pasión, con locura. Pero ya no soporto más esta situación. Así que vengo a decirle que uno de los dos debe de desaparecer. Si usted se queda yo me voy. Pediré traslado a otra ciudad, en el extremo opuesto del país… y allí trataré de comenzar una nueva vida.
-No Daniel, no será necesario. Y te explicaré por qué…
Rodrigo comenzó a informarle sus planes, los que Daniel comprendió y aceptó inmediatamente con una sonrisa en su rostro.
-Sé que no soy quien para darte consejos, así que te daré una sugerencia: Kathy es una chica muy rebelde, caprichosa, extremadamente inteligente y también manipuladora. Necesita a su lado un hombre firme, dominante, seguro de las cosas sin caer en la necedad. ¿Me explico?
-Creo que sí.
-No, me parece que no, así que te lo diré claramente. ¿Recuerdas el día de la cena, cuando Kathy dijo que yo la había abofeteado y luego lo negó diciendo que se lo había auto infringido?
-Sí, nos hizo pasar un momento muy feo.
-¿Recuerdas lo que te dijo Emilia?
-Mmm… No, sinceramente no.
-Te dijo más o menos con estas palabras que Kathy merecía que la pusieras sobre tus rodillas y le dieras unas buenas nalgadas.
-Jajajajaaaaaa… Sí, es verdad. Ahora lo recuerdo. Estuvo muy graciosa esa broma.
-No era broma Daniel. Te lo decía muy en serio.
El joven no salía de su asombro.
-Verás: ni yo ni Emilia estamos de acuerdo con la violencia doméstica bajo ningún punto de vista. Pero lo que te proponía era algo consensuado: unos azotes propinados en las nalgas mantendrán a raya a esa niña traviesa. Y ella estará totalmente de acuerdo. No solamente lo aceptará sino que… hará que se enamore perdidamente de ti y se olvide de mí fácilmente. Te doy mi palabra Daniel. Haz la prueba. Sé que no tienes porqué confiar en mí, pero… Si nos haces caso no te arrepentirás.
Luego de unas breves explicaciones sobre la disciplina doméstica y las azotaínas eróticas, los hombres se despidieron con un fuerte apretón de manos. No se volverían a ver jamás…

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Camino a su casa, Rodrigo iba imaginando mentalmente lo que le diría a Emilia. ¿Y si ella no aceptaba? Si ella no aceptaba tendría que hacerlo igual, aunque fuera solo. Era muy arriesgado, pero tenía que hacerlo. Repasó en su mente la posible conversación y las probables respuestas de Emilia, y qué le contestaría ante tal o cual frase. Así fue todo el camino, conduciendo lentamente y aprovechando los semáforos para cavilar la mejor forma de enfrentar esa charla, lo que le valió más de un bocinazo de algún chofer que sí tenía prisa por regresar a su hogar.
Bajó del auto y se dirigió a la puerta de entrada de su casa con la llave en la mano. Cuando la fue a introducir, la puerta se abrió y apareció Emilia con la cara sombría, el mismo rostro de tristeza que tenía desde hace un tiempo. Ya no estaba alegre como antes, sino que un velo de congoja cubría su rostro, y le era imposible disimularlo.
-Hola Rodrigo…
-Buenas tardes amor... –respondió dándole un suave beso en la mejilla. Luego la tomó de la mano y la condujo hasta los sillones de la sala – Emilia, ven conmigo. Tengo algo que decirte.
Emilia se paró en seco y se puso lívida. Abrió sus ojos con un dejo de extrañeza y desconsuelo mientras que se le llenaban de lágrimas.
-¿Qué me quieres decir Rodrigo? –preguntó con miedo a la respuesta - ¿Acaso…?
-Emilia, mi amor –le susurró al oído mientras la abrazaba al ver la reacción de su esposa- lo que tengo para decirte puede ser muy importante para nuestro futuro: para ti y para mí. Para los dos. Ven… sentémonos. Escúchame por favor…
-Rodrigo, no…
-Por favor amor, déjame contarte y luego me dirás tu parecer, ¿sí?
-Está bien… habla.
Los nervios de esa mujer eran evidentes. Bajó su mirada y apretó sus manos en un gesto de desesperación. Rodrigo se odió por hacerle pasar momentos así…
-Emilia, la empresa me ha ofrecido el puesto de presidente en la sucursal de Miami. Eso significaría tener que mudarnos para allí por al menos dos o tres años. Les dije que tenía que hablar contigo para responderles. El sueldo será mucho mayor, nos darán una casa y auto de la empresa. Es una oportunidad muy grande para mí, pero… quiero que me acompañes. Sería imposible estar allá sin ti…
Los ojos de Emilia se iluminaron, y las lágrimas corrían por su rostro mientras abrazaba a su esposo casi con desesperación. ¡Era esa la noticia! Ella había imaginado que le diría que la iba a dejar, pero no… su esposo le estaba pidiendo que se fueran de allí, lejos de todo aquello, lejos de…
-¡Rodrigo, mi amor! Claro que me voy contigo, donde tú vayas yo iré, yo te acompañaré, estaré a tu lado en todo momento. Sí, sí… sólo dime cuándo partimos y me pondré a hacer las maletas.
-Gracias por ser la mujer que eres. Temía que no quisieras venir, pero… ¿cómo pude imaginar que no me acompañarías? Gracias amor, gracias. Sé que es todo muy apresurado, pero deberíamos estar en Miami en 8 días. Si te parece bien, comenzaremos a dejar todo en orden y necesitaré tu ayuda para eso.
-Cuenta conmigo. Esta noche comenzaré a ordenar todo lo necesario con respecto a la casa, le avisaré a…
-¡No! No, por favor no le avises a nadie, no quiero que nadie se entere. Nadie. Dentro de una semana, cuando ya estemos tomando el avión, entonces ahí avisaremos a quien sea necesario. Pero quiero disfrutar este momento contigo solamente, quiero que este sea nuestro momento, nuestro logro, nuestro triunfo…
Tomo el rostro de la mujer que había sido su compañera de ruta por más de 25 años y la encontró más bella y resplandeciente que nunca. Acercó sus labios a los de ella y la beso dulcemente mientras la llevaba en brazos a la habitación.
Aquella noche fue muda testigo del fuego y la pasión que puede haber en una pareja que se ama y se comprende sin decir una palabra. Ellos eran un matrimonio que se conocían a la perfección y en esa lujuria desenfrenada Emilia comprobó que era ella quien había ganado aquella guerra no declarada.

---000---



Los días pasaron rápidamente. Kathy trató de comunicarse con él de todas las formas imaginables, pero le era imposible ubicarlo. Daniel se estaba cansando del humor irritable de su novia y cada vez tenía más deseos de poner en práctica la sugerencia de aquella pareja veterana que seguramente sabía más de la vida y de la convivencia que él o su novia.
Finalmente, un día Kathy logró contacto con Rodrigo y se citaron en un discreto restaurante.
-Dime qué pasa Rodrigo. Por qué me rehuyes, qué es lo que está pasando.
-Mañana parto a trabajar al extranjero. Me dieron el puesto de Presidente en una sucursal fuera del país, y acepté.
-Pero… no me habías dicho nada…
-No, nadie lo sabe, no quise que nadie lo supiera hasta hoy. Pero tampoco podía partir sin decirte nada. Kathy… has sido alguien muy importante en mi vida. Contigo he pasado momentos inolvidables. En un momento en que pensaba que ya no había más nada me trajiste energía, frescura, juventud, pasión… me diste vida, me devolviste la esperanza y las ganas de seguir adelante. Eso, mi querida niña, jamás lo olvidaré y nunca viviré lo suficiente para agradecértelo. Pero…
-¿Pero…?
-No podemos seguir adelante por muchos motivos. Tú sabías desde un principio que yo no me quedaría contigo. Amo y necesito a Emilia. Lo que estabamos haciendo no era justo para nadie: ni para Emilia que confió en nosotros y la traicionamos, ni para Daniel que te ama con locura, ni para ti que no tendrías futuro a mi lado… ni siquiera para mí. Por eso decidí aceptar la Presidencia en esa sucursal lejos de aquí…
-¿Dónde te vas?
-Lejos, muy lejos… no importa dónde.
-Te odio Rodrigo. Me usaste como a un objeto y ahora que ya no me quieres más, me dejas como a una… basura.
Los ojos de Kathy despedían odio y las lágrimas le quemaban el rostro. Sentía rencor, rabia, vergüenza… y su corazón destrozado.
-No. No es así Kathy. Pero había que terminar de alguna manera, y creo que esto es lo mejor.
-¡Vete! No quiero volver a verte nunca más
-Kathy, yo no…
-¿No entendiste? Te dije que te fueras, vete con tu esposa y ojalá que les vaya bien. Solo espero que nunca más en la vida nos volvamos a ver. Este amor que te he tenido y que me está destrozando ahora, se irá aplacando con el tiempo, pero el dolor que estoy sintiendo… ese no creo que desaparezca jamás. Vete Rodrigo…
El hombre se levantó y caminó hacia la puerta sin volver la cabeza. Cuando llegó a la puerta se detuvo, titubeó pero… la empujó y salió en silencio del lugar.


---000---


La joven entró dando un tremendo golpe al cerrar la puerta. Llorando, con los ojos enrojecidos, pasó al lado de Daniel. Hacía rato que esperaba en casa de la joven. Al verla en ese estado imaginó que Rodrigo había hablado con ella y la relación habría terminado. Tendría que hacerse el tonto y ver su reacción.
-¿Qué te sucede?
-Sucede que todos los hombres son iguales, una porquería, una basura. Nos utilizan a su antojo y cuando ya no les servimos nos arrojan fuera de sus vidas.
-Pero… ¿por qué dices eso? ¿qué te pasó?
-Nada que a ti te incumba. Déjame en paz. Vete de aquí.
-Estás mal Kathy… déjame quedarme a tu lado.
-¡No! Quiero que te vayas, desaparece de mi vida, no te quiero ver…
Le cerró la puerta del dormitorio en la cara. Sí, sin duda que Rodrigo había hablado con ella y ese era el motivo de su enojo. No se fue. Se acomodó pacientemente en el sofá y allí pasó la noche.
A la mañana siguiente se despertó muy temprano recordando que no tenía que ir a trabajar. Había pedido unos días de licencia previendo que algo así podría ocurrir cuando se fuese Rodrigo. Y estuvo muy acertado. Sintió ruido en la cocina. Era Kathy que envuelta en una toalla preparaba café.
-Buenos días…
-Buenos lo serán para ti. No veo qué tienen de buenos.
-Mejor me voy a bañar…
-Sí ¡mejor!
No soportaría ese trato mucho tiempo más. En la ducha, sintió deslizarse el agua por su cuerpo. El chorro muy caliente caía en su nuca, corriendo por su columna y espalda. Cambió la temperatura del agua y sintió un frío casi congelante que lo hizo estremecer. Salió y frotó la toalla por todo su cuerpo con vigor, con fuerza, con ganas… Ya se sentía mejor. Tomó una muda de ropa de su bolso y a los pocos minutos estaba de regreso en la cocina, con una radiante sonrisa en su rostro. Kathy seguía envuelta en el toallón, revolviendo tontamente el café en su taza.
-¿Quieres hablar Kathy?
-No, no quiero. Lo único que quiero es estar sola.
-Bien, me iré… después -El tono de su voz había cambiado notablemente. Le había hablado a ella como lo hacía con sus subordinados. Eso la descolocó levemente- Estoy harto de tus desplantes. Mi paciencia ha llegado a su límite. Pensé que podía encontrar en ti a la mujer que he estado deseando hace años. Pero me equivoqué, no eres más que una mocosa engreída, mal educada y caprichosa.
-¿Pero qué dices? ¿Cómo te atreves?
-Cuidado Kathy. No te confundas. He sido benévolo, pero me equivoqué. Me iré, sin duda que me iré. Cuando salga por esa puerta seguramente no me vuelvas a ver, pero antes… haré que me conozcas un poco mejor.
La tomó de la muñeca y casi la arrastró hasta el sofá. En el camino, Kathy trastabilló, perdiendo la toalla y quedando cubierta solamente por unas exiguas bragas negras. Los túrgidos pechos se bamboleaban al caminar. Llegando al sofá, Daniel se sentó de golpe y ella fue a dar sobre sus rodillas, llevada por la inercia.
-¿Pero qué haces, pedazo de animal? Suéltame o…
Los azotes no se hicieron esperar. Kathy se retorcía con cada nalgada, movía sus piernas como si estuviera nadando en una piscina olímpica, pero Daniel la tenía fuertemente agarrada y… al ver ese cuerpo casi desnudo, ese cuerpo deseado tantas veces, sentir el calor de su piel tan directamente, ver cómo se coloreaban sus cachetes cada vez más… lo llevaron a un grado de excitación que ni él mismo podía creer.
Sintió su brazo algo cansado y paró los azotes, sosteniendo fuertemente a Kathy. Las nalgas tenían un rojo parejo y brillante. Instintivamente comenzó a acariciarlas ante los suaves jadeos de la joven.
Así estuvo unos escasos 30 segundos, antes de que Kathy…
-¿Ya? Estarás satisfecho ¿verdad? Nunca creí que un hombre como tú pudiera convertirse en un troglodita azotador. Ahora suéltame y vete.
-Mmm… No, aún no. Veo que todavía te falta mucha educación, y como estoy de vacaciones, te ayudaré a adquirirla. Y de gratis, ¿eh? Veamos Kathy… dame una de tus chancletas.
-¿Qué cosa?
-Bueno… creo que mañana te lavaré yo mismo las orejas. Dije que me des una de tus chancletas.
-Tú estás más que loco si crees que haré algo así.
-Si no me obedeces, no sólo no te liberarás del castigo, sino que será peor, ¿entendiste? Así que… dame esa chancleta.
-¡No! Ya te dije que no lo haré. Me parece que el que tiene que lavarse las orejas eres tú. Cuando digo no, es ¡NO!.
-Bien… en ese caso… recordarás que te dije que me ibas a conocer y que no voy a permitir que te burles de mí. Así que si no es con la chancleta será con lo primero que encuentre.
Como si ella no existiera, se levantó haciéndola caer contra el piso, sin ninguna consideración. Se metió en la cocina y regresó con un matamoscas de plástico duro, una paleta plana y un cable de plancha. Ella estaba tratando aún de reaccionar, de levantarse. La encontró en cuatro patas al costado del sillón. La tomó de una oreja, obligándola al levantarse de inmediato, por supuesto que bajo las mil y una protestas de ella.
La miró a los ojos, se agachó levemente, y como hubiese cargado un estibador un bulto echándoselo al hombro, así hizo Daniel con aquella chiquilla.
Daniel era muy alto y tenía los brazos largos, por lo que podía además de sostenerla, aguantar sus piernas para que no lo pateara. En el camino hacia el dormitorio, le propinó varias y sonoras palmadas con todos los implementos juntos. Trataba de darle sólo con uno, pero de alguna manera ella los sentía todos.
-Estoy harto ¿oyes? Harto de tus tonterías. Esto te lo has ganado con creces. Desde que nos conocimos no has perdido oportunidad de maltratarme, de humillarme como quisiste.
-Pues si no te gustaba, te hubieras largado. Yo…
-Tú no sabes nada. Eres una mocosa estúpida y malcriada. Pero no te apures, yo te enseñaré a comportarte con la gente. Lo harás ¡claro que lo harás! O este precioso culo –le decía mientras se lo sobaba y lo azotaba a un tiempo- sabrá lo que es estar rojo y ardiente.
Kathy tenía una montaña de sentimientos en su mente. Estaba muy enojada, pero también muy excitada. Ese no era el Daniel que ella conocía, tan amable, dulce, tranquilo, complaciente. Este era el Daniel que ella había soñado: dominante, recio, duro, varonil… un hombre de verdad.
-Me cansaron tus impertinencias, tus caprichos de niña burguesa, tu maltrato para todo aquel que crees que no está a tu altura. Tus coqueteos con los hombres… eres… eres…
La tiró en la cama sin ningún reparo. El cuerpo de Kathy rebotó en el colchón y antes de que se diera cuenta, la había puesto boca abajo y estaba esposada a la cama con un juego de esposas en cada mano agarradas a los barrotes de la cama y haciendo que tuviera los brazos bien estirados. Le colocó un par de almohadas bajo el vientre. Sus nalgas se veían estiradas, levantadas, desafiantes y excitantes.
Tomó un par de bufandas de uno de los cajones y le ató las piernas.
-Bien… ¿Preparada para recibir el castigo de tu vida?
-Por supuesto que no
-Excelente. Entonces… ¡aquí vamos!
La paleta de madera chocaba violentamente contra las nalgas de Kathy. Era un sonido seco, apagado, pero chispeante a la vez. Con cada azote ella levantaba la cabeza y gemía. No le quedó un solo espacio sin azotar. Había adquirido un color rosa fuerte en ambas nalgas. Entonces hizo su aparición el cable de la plancha. Unas líneas rojas dejaban saber los lugares exactos por donde había estado el implemento.
-¡Caramba! Qué pena me da, pero… olvidé quitarte las bragas. En fin… estoy seguro que no te importa. ¿Verdad que tienes más?
Sin darle tiempo a responder, desgarró con un tirón seco las partes más finas de las bragas de Kathy, y se las sacó haciéndolas correr entre las nalgas… Su sexo quedó expuesto totalmente. Se veía húmedo y brillante.
-Mmm… veo que a la señorita la ha excitado todo este juego. O sea que debo presumir que está gozando, ¿verdad? Lamento recordarle que esto es castigo, no placer. Así que deberé esmerarme más.
El cable zumbaba en el aire y se estrellaba sin ningún reparo en las nalgas de la joven mujer. A veces también recibía alguno en la parte alta de las piernas y entrepierna. Un azote dado en su vagina la hizo saltar y retorcerse. Comenzó a llorar sin parar. Sus nalgas se veían hermosamente decoradas por un sin fin de líneas rojas en varias direcciones.
-Hasta hoy fuiste una chiquilla malcriada, pero te vas a convertir en una mujer como debe ser.
Daniel dejó caer la cuerda al suelo y tomó el matamoscas. Cuando lo alzó para seguirla azotando, vio los ojos de la joven clavados en sus pupilas. Estaba llorosa, indefensa, como un gatito asustado. Y eso lo conmovió.
Tomó un tarro de crema que había allí, y destapándolo se lo comenzó a frotar en ambas nalgas. La crema se deslizaba con facilidad por la suave pero ahora maltratada piel de Kathy.
-Suéltame de aquí. No eres más que un… ¡sucio animal salvaje!
-¿Te parece Kathy bella? Pues fíjate que te equivocas –le dijo mientras se ponía a un costado de la cama para que ella lo observara- El sucio animal salvaje viene ahora.
Al quitarse el jean, un poderoso pene salió disparado de entre las ropas. Nunca había visto algo tan… ¿portentoso? Era simplemente grande, y al acariciarlo con sus enormes manos, parecía más grande aún.
Sintió cómo se subía a la cama y se ponía encima de ella. Sintió su enorme miembro entre las nalgas y se tensionó. Las manos de Daniel comenzaron a recorrer el costado de su cuerpo, piernas, caderas, senos, brazos…. Hasta llegar a las manos que cubrió con las suyas. Kathy cerró los ojos y se abandonó. Fue entonces que sintió cómo le quitaba las esposas…
-Date vuelta. Ya desaté los pies también.
Poniéndose en cuatro patas, quitó las almohadas de la cama, y las arrojó al piso. Luego se dio vuelta sobre sí misma y miró a Daniel a los ojos.
El hombre estaba dispuesto a todo. Si le decía que se fuera, lo haría y entonces los consejos de Rodrigo no habrían servido de nada. Y si no… no podía suponer qué pasaría. Miró hacia abajo esperando la sentencia de la mujer, que cuando estuvo casi encima de él… lo beso con una pasión loca. Sus lenguas se trenzaron en una batalla buscando espacio en la boca del otro. Cerraron los ojos y comenzaron a reconocer sus cuerpos con las manos. Kathy fue depositada sobre el colchón, esta vez con infinita ternura. Las piernas de la joven rodearon la cintura de Daniel, que después de estar un momento encima de ella, la levantó por completo. Ella no dejó de rodearlo con sus piernas, lo que le dio al joven la oportunidad de insertar su miembro en la húmeda vagina, abierta totalmente para recibirlo, mojada y cálida para convertirse en la vaina de tremendo instrumento.
Un lento compás comenzó a surgir entre la pareja. Las manos de Daniel se colocaron debajo de las nalgas de Kathy que, sujeta como un náufrago a una tabla no lo soltaba ni un segundo. Los embates se hicieron más frecuentes, pero Daniel se detuvo.
-Bájate y ponte en cuatro patas
La mujer obedeció sin vacilar.
-Quizás esto te duela, pero deberás soportarlo como parte del castigo –le decía en su oído mientras embadurnaba su armamento con abundante gel- Espero que estés preparada.
Sintió la mano del hombre recorrer sus agujeros y concentrarse en su ano. El dedo mayor comenzó la exploración mientras le untaba un líquido frío y suave. De inmediato se le unió el dedo índice y luego el medio. La joven estaba a punto de llegar al orgasmo, así que sacó los dedos y le aplicó un par de azotes… y luego otro… y otro más… más… más… cuando quiso darse cuenta ya tenía el pene metido en su ano, y a Daniel tomándola de las caderas para que acompañara su frenética carrera hacia el clímax total. Ninguno de los dos podía creer tanto goce. Sin dejar de moverse, el hombre estiró las manos y tomó los senos de Kathy, apretó sus pezones tan fuertemente como pudo, mientras la joven llegaba al máximo orgasmo. El suyo no se hizo esperar. Kathy pudo sentir cada uno de los chorros que se estrellaban en su interior, llenándola por completo.
Cayó encima de ella, y ella encima de la cama. No se movieron, así se quedaron hasta que las ansias de amarse volvieron a aparecer. Y fueron varias ese día. Y los siguientes. Algo le decía a Daniel que aquella joven que él amaba, olvidaría pronto al hombre que estaba viajando lejos de ella.

---000---

A la hora prevista el avión decoló dejando la pista y el suelo de su querido país. Una nueva vida y un futuro brillante los esperaba en otro lugar. Emilia apretó la mano de su esposo y apoyó la cabeza sobre su hombro. En los últimos tiempos había vivido varias tragedias, pero de todas salió airosa, y ahora la vida le sonreía nuevamente junto al hombre que había amado siempre.
El aeropuerto internacional de Miami los recibió y salieron de allí rumbo a su nueva casa, su nueva vida, hacia la nueva etapa que los encontraría más enamorados y unidos que nunca.

--- FIN ---

DORADO Y CALIENTE

Autora: Ana K. Blanco

Para Cars, mi amigo spankee.
Para mi amiga Mara, maestra de las técnicas sexuales.
ParaLely, mi amiga spanker

“No se da ni cuenta que cuando la miro
Por no delatarme me guardo un suspiro
Que mi amor callado se enciende con verla
Que diera la vida para poseerla.
No se da ni cuenta que brillan mis ojos

Que tiemblo a su lado y hasta me sonrrojo
Que ella es el motivo que a mi amor despierta
Que ella es mi delirio y no se da cuenta.

La voz de Chiquetete sonaba en la vieja radio de la cocina. El rostro de Andrés estaba surcado de lágrimas. No sabía si era por ira, por dolor, por impotencia… Pero la letra de la canción “Esta cobardía” había sido escrita para él y para nadie más. Quizás él mismo se había metido en la cabeza de los autores (F.M.Moncada/P.Cepero) y les había dictado la letra describiendo perfectamente sus sentimientos y emociones cada vez que veía a la señora Amada.

Se dirigió con paso decidido a la alacena y sacó de allí los ingredientes: harina, sal, levadura en grano, azúcar. Puso agua fría en una jarra y la entibió con agua hirviendo. Su sangre también hervía, su mente bullía con todos aquellos pensamientos y el cantante no le daba tregua…

Esta cobardía de mi amor por ella
Hace que la vea igual que una estrella
Tan lejos, tan lejos en la inmensidad
Que no espero nunca poderla alcanzar.

Sí, su amor era cobarde, tanto que no le permitía decirle nada. Ella estaba lejos, tan lejos en aquella inmensidad que los distanciaba, tan lejos como él mismo la había colocado.

No se da ni cuenta que le concedido
Los cálidos besos que no me ha pedido
Que en mis noches tristes desiertas de sueño
Que en loco deseo me siento su dueño.

Andrés no quería sentirse ni ser su dueño, sólo quería servirla, amarla, estar a su disposición, pero… eso no era cosa de hombres. Él era un hombre, no un pelele que pueda ser dominado por una mujer.

No se da ni cuenta que ya la he gozado
Y que ha sido mía sin haberla amado
Que es su alma fría la que me atormenta
Que ve que me muero y no se da cuenta…”

Sí, su señora Amada tenía el alma fría como el hielo y él pensaba que lo ignoraba por completo. No le hacía caso, era algo inexistente para ella.

Sumido en sus pensamientos e incertidumbres, puso la levadura en una taza, un poco de azúcar para que reaccionara más rápido y colocó un poco de agua tibia para que la mojara. La puso sobre un costado e inmediatamente volcó la harina sobre la mesa. Una nube de polvo lo inundó y lo hizo volver en el tiempo, a aquella tarde que envuelto en otra nube de polvo llegó a la pulpería “De la Esquina”, de don Eustaquio Flores…

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Andrés estaba sin trabajo. Había ido a la pulpería porque allí era el centro de información, oficina de colocaciones, lugar de reunión y el sitio al que los hombres concurrían para todo: buscar empleo u ofrecerlo, dejar sus referencias, hacer amistades, compartir una copa de ginebra o aguardiente, jugar al “truco” dentro del recinto o a “la taba” afuera; hablar de mujeres, de ganado, de cosechas, y mil temas más.

Entre copa y copa recostado en el mostrador, se enteró por su amigo Román que se había vendido la chacra del viejo Casimiro, el que sintiéndose solo decidió irse a vivir a la ciudad con su familia y dejar el lugar donde había permanecido toda su vida hasta entonces.

-…la vendió barata porque estaba muy venida a menos –le contaba Román.
-¿Y puede saberse quién la compró?
-Una mujer. Pero ¡qué mujer! Es de la ciudad, pero no le hace asco a ningún trabajo. Es una tipa grandota, fuerte, robusta… Tiene un carácter muy jodido y está decidida a sacar la chacra adelante, y con el ímpetu que tiene seguro que lo logra. Se llama Amada Nosecuánto, y anda buscando un hombre que la ayude con los quehaceres del campo, pero nadie quiere ir porque hay mucho trabajo y poca paga. Pero si estás sin nada, por lo menos vas a tener casa, comida y algún pesito. Vos no tenés familia que mantener, así que mientras se viene la época de la yerra, capaz que te sirve –y apuró el trago de ginebra como para mojar la garganta que se le había secado de tanto hablar.
-Voy a darme una vuelta por “La Tacuara” y hablar con esta señora.
-Bue… te deseo suerte hermano. Dicen que no habla, solo ordena y no tiene pelos ni miramientos para decir las cosas. Es clarita como el agua, pero más dura que el acero y tiene la lengua afilada como su facón, que carga en su espalda como cualquier hombre de campo.

Andrés agradeció la información de su amigo con una franca sonrisa y un apretón de manos.

-Don Eustaquio, -gritó antes de marchar- sírvale una copa aquí a mi amigo. Y me anota todo. Estoy seguro que le pagaré mi deuda antes de lo que imagina.
-¡Pero cómo no Andrés! Vos tenés el crédito abierto. Andá tranquilo nomás.
Desató a su caballo, un overo de paso elegante y galopar seguro. Se montó y salió al trote en dirección a “La Tacuara”.

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Salió del rancho para prender el fuego del horno de pan. Lo limpió concienzudamente y le acomodó la leña que estaba preparada debajo, resguardada de la lluvia. Le puso unas ramitas bien secas y le arrimó el fuego. Se quedó mirando el danzar de las llamas cuando recordó que había dejado la levadura en remojo. Tapó el horno para que no perdiera el calor y entró a la cocina. La levadura ya había levado, así que la volcó sobre la harina a la que ya le había puesto la sal. Sus hábiles manos comenzaron a trabajar los elementos. Un poco de grasa vacuna le ayudaba a manejar mejor aquella masa. Pero no pensaba en eso, sino en el primer encuentro con la señora Amada…

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La puerta de la tranquera estaba abierta, así que decidió entrar. Un camino hecho por el tránsito de la gente, los animales y vehículos pasando durante años por el mismo lugar, había dejado sin pastura dos sendas paralelas que terminaban en la casa. Sobre el costado derecho se veía el motivo del nombre de la chacra: un plantío agreste de cañas de tacuara. A la izquierda el corral de los animales. Algunas vacas pastaban distraídas sin darle importancia a las visitas. Un perro cimarrón salió a su encuentro ladrando desaforadamente, pero Andrés se mantuvo tranquilo y lo miró sin decir palabra. El perro cambió su ladrido y comenzó a caminar al lado del caballo.

Al apearse, el perro se acercó moviendo la cola y con la mirada le suplicó una caricia. El jinete sonrió y se la regaló, rascando su cabeza y pasando su mano por el lomo del animal. Luego, seguido por el cimarrón, caminó con mirada escudriñadora todo el lugar.

La casa necesitaba algunas reparaciones. El techo era de chapa y se veía que con un soplido de viento volaría más de una. Otras de la chapas estaban en pésimas condiciones, con agujeros que se notaban a simple vista, lo que hacia que se filtrasen humedades. Las paredes pedían pintura urgente. La empalizada tenía algunos lugares a punto de caerse. Al estar roto el alambrado del gallinero, las gallinas estaban sueltas y podrían escaparse por la tranquera. Una de ellas, con una fila de pollitos detrás, corría en busca de alimento seguida por sus crías. En tanto un gallo de riña alto, espigado y con un cogote larguísimo se paseaba entre el resto de las aves con gesto altanero.
La porqueriza estaba también en malas condiciones, aunque todos los animales se veían saludables y bien atendidos.

-¡Alto yegua, aaaaaalto! –gritó una voz femenina a sus espaldas. Al sentir el galope apenas le dio tiempo de moverse e impedir que el animal lo atropellara. Un potrillo la seguía de atrás –La tranquera está abierta, se me vaaaaaa…

Cuando la mujer llegó a la puerta de la casa vió un jinete salir al galope tras su yegua, que había huído por la tranquera y ganado carretera. Las patas herradas del overo retumbaban en el suelo seco. Por suerte para Andrés, la yegua llevaba puesta las riendas, por lo que le resultó más fácil dominarla. Una vez que la calmó, retorno con ella hacia la chacra, bajo la atenta mirada de la dueña.

“Qué tipo más buen mozo”, pensó. “Qué bien me vendría alguien así para levantar este lugar”.

Andrés tenía unos treinta y pocos años. Hombre de campo, curtido por el sol y las tareas al aire libre. Tenía la piel tostada, un físico joven y modelado por el trabajo, no por las pesas de los clubes deportivos. Su rostro a lo lejos se veía oculto por el sombrero, tenía el pelo castaño claro y montaba como un jinete experimentado. Realmente sabía lo que hacía.

Se desmontó de su pingo sin soltarle las riendas a la yegua. Se acercó a la mujer, y allí ella pudo apreciar su rostro angular, la nariz un poco achatada, los labios gruesos y sensuales, y los ojos enormes, risueños, con mirada bondadosa y acariciante color caramelo. Ella que era una mujer alta, tuvo que alzar la vista para mirarlo directamente a los ojos.

-Aquí tiene su yegua señora –la fijeza con que ella lo estaba mirando lo turbó. Se sonrojó levemente y en voz baja le dijo- Le sugiero que de aquí en más la ate cuando no la esté usando o la deje fuera del corral.

¿Por qué no podía sostener la mirada de esa mujer? Había logrado ponerlo nervioso y eso lo turbaba aún más.

-Estaba dentro del corral, pero encontró un lugar que estaba roto y saltó por allí. De todas formas gracias por atraparla. Ahora… ¿se puede saber qué desea?

-Mi nombre es Andrés Vergara. Estoy sin trabajo en este momento y me dijeron en la pulpería de Don Eustaquio que usted andaba en busca de trabajadores.

-Quítele el plural. Busco uno solo y no porque no necesite varios, sino porque no puedo pagar más que uno. Ofrezco casa, comida y mucho trabajo. No tengo dinero para pagar sueldo hasta dentro de un mes que recibiré un dinero de la capital. Y quiero que me diga ya mismo si acepta y cuánto quiere ganar.

-Acepto señora. El sueldo lo dejo a su consideración. Deme un mes y le probaré lo que rindo. Usted verá cuánto me paga en ese momento, ¿le parece?

Amanda le estiró la mano para sellar el pacto. El apretón fue fuerte y seguro por ambas partes. Cuando ella giró y le dio la espalda, Andrés la miró detenidamente. Tendría unos 40 años, aproximadamente. Realmente era una mujer corpulenta, alta, grande. Sin embargo era extremadamente femenina en sus gestos, movimientos y con un cuerpo agradable en sus redondeces. Sin duda que Rubens se hubiera enamorado de ella. Vestía una camisa un par de talles más grandes de su tamaño, un pantalón ajustado que marcaba sus generosas curvas y unas botas de media caña que habían conocido mejores épocas. Tenía el pelo oscuro y largo, tirante y atado en un coqueto moño. Bueno… al menos había sido coqueto cuando se lo hizo en la mañana. A esa hora de la tarde ya caían mechones por todos lados y el sol, moribundo, aprovechaba para resplandecer un rato más en sus cabellos.

De repente se detuvo.

-Andrés, deje sus pertenencias en la puerta de la casa. Luego lleve los caballos al corral, aliméntelos y vea si puede arreglar provisoriamente la parte rota de la cerca. Después venga a la casa. Yo en tanto voy a cerrar la tranquera, guardar los pollos y prepararé algo de comer. Dese prisa.

-Sí señora –no pudo decir otra cosa. La voz firme y enérgica de Amada le imponía respeto. No miedo, pero sí respeto.

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Todos los ingredientes estaban unidos y la masa estaba muy pegajosa aún. Comenzó a sobarla y siguió recordando. Más de una vez golpeó la masa con furia contra la mesa de madera. Es que… traer a su mente ciertas escenas lo llenaban de ira. Como aquella vez cuando…

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-¡Andrés, carajooooooo! ¿Cuántas veces quiere que le diga que tenga su cuarto ordenado? Yo no soy su sirvienta, más bien que es al revés. Lo estoy alimentando y dándole un techo en mi propia casa. Lo menos que puede hacer es mantener el orden y la limpieza dentro de ella.

Odiaba que lo rezongara, pero al mismo tiempo sentía algo que no podía explicar. La mayoría de las veces deseaba que ella lo retara, pero al mismo tiempo no le gustaba ser tratado como un niño. Él trabajaba muy duro, durísimo. En un par de semanas había convertido aquella chacra en un lugar habitable. Por supuesto que ella trabajaba a su par. Se levantaba temprano y se acostaba después que él, pero era muy exigente con la higiene y el orden, y eso era algo a lo que no se podía acostumbrar. Antes que “perder tiempo” en arreglar el lugar donde dormía, prefería salir a trabajar fuera de la casa. ¡Había tanto para hacer!

Algo que Amada le recalcó varias veces fue el techo de la casa. Había ido expresamente a la pulpería de Don Eustaquio a encargarle las chapas, y estaban allí desde hacía dos días; la señora aprovechó el viaje del cobro del dinero de la capital que estaba esperando, y compró lo necesario para el cambio de chapas del techo de la casa. El día anterior había terminado de arreglar el gallinero, que era otro trabajo que venía posponiendo. Cuando terminó era pasado el mediodía. Aquello le había tomado más trabajo del que había imaginado, así que inmediatamente se puso a trabajar en el techo y continuó al día siguiente. A la hora del almuerzo Amada le dejó saber su preocupación por el techo.

-Dicen que se viene una tormenta muy fea Andrés. Supongo que entre el día de ayer y esta mañana habrá trabajado en eso, no?

Se le atragantó el guiso en la garganta. Carraspeó y moviendo los fideos, verduras y carne en el plato, con la mirada fija en ellos, contestó:

-Bueno… la verdad es que ayer… terminé el gallinero. Pensé que me iba a llevar poco tiempo, pero se me complicó y me tomó toda la mañana.
-¿Cómo que el gallinero? Andrés, traje ayer las chapas con toda urgencia para hacer el techo… No entiendo… ¿qué criterio usó usted para decidir dejar el techo para después y terminar el gallinero?

El hombre se sintió avergonzado, con ganas de que la tierra se abriera a sus pies y lo tragara. Quería desaparecer de la mirada dura de aquella mujer, que por otra parte, tenía toda la razón… Se levantó de la mesa dejando el plato servido.

-Con su permiso señora -y se dirigió a la puerta. Amada no le respondió.

Los rayos del mediodía calentaban de manera implacable la espalda del joven. En pocas horas se vendría la noche y no podría trabajar por la falta de claridad. La tirantería estaba en buenas condiciones, pero debía trabajar con cuidado de no caerse. Ya tenía terminado más de la mitad de la casa, pero aún le faltaba mucho. ¿Cómo había sido tan torpe? ¿Cómo no se había dado cuenta de la importancia del techo comparada con el gallinero?

El sol se desangraba en el horizonte y Andrés continuaba clavando chapas sin cesar. No iba a poder terminar y la tormenta se avecinaba. Optó por tratar de clavar lo mejor posible la parte que no pudo cambiar. No le estaba saliendo bien, no podía ver casi nada, estaba trabajando más al tanteo que por vista. Las primeras gotas de lluvia mojaron su espalda…

-Andrés, baje de allí inmediatamente. Está comenzando a llover y ya no se puede hacer nada –le gritó mientras Andrés seguía trabajando- ¿Pero está sordo o qué? Le dije que bajara! Además del agua hay rayos, relámpagos… Yo ya guardé los animales, así que deje eso y baje de una vez. ¡Obedezca!

El hombre la miró desde la altura del techo. Bajó la cabeza, recogió la herramienta y bajó. Luego de guardar todo en el granero, cerró la puerta y bajo una densa lluvia caminó lentamente hacia la casa. De vez en cuando un relámpago iluminaba todo el lugar. El cimarrón lo esperaba en el porche, moviendo la cola. Andrés estaba empapado, el agua le corría por todos lados. Entró a la casa.

-Puede ir a bañarse –le dijo Amada- Aquí lo espero.

Salió del baño vestido, con olor a jabón y el cabello húmedo. Se veía tan… sexy!

-Venga a comer Andrés. Estuvo todo el día trabajando y ni siquiera almorzó. Siéntese y coma… La tormenta es más grande de lo que imaginé. Y el viento sopla fuerte. Por suerte pude guardar todos los animales. El cimarrón tiene suerte: esta noche dormirá dentro.
-No pude terminar –contestó él apesadumbrado.
-Hizo lo que pudo. Y va a pasar lo que tenga que pasar. Ahora cálmese y coma.

No era una sugerencia, era una orden. Cuando Amada quería ser firme, a nadie le cabía la menor duda, y Andrés no era la excepción. Se puso un bocado de comida en la boca pero se le hizo difícil tragarlo. Se sentía culpable, sentía que le había fallado a la mujer que amaba, que había confiado en él y eso lo ponía mal. Sin decir palabra se levantó y se arrimó a la ventana. Afuera la lluvia caía copiosamente, apenas si dejaba ver algo. Algún rayo de vez en cuando rasgaba el cielo, y el viento era cada vez más fuerte…

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La masa estaba amasada y sobada lo suficiente. El recordar aquella noche lo había puesto mal y había descargado toda su furia en el amasado. Espolvoreó un rincón de la mesa con harina, tomó la masa, hizo un enorme bollo con ella y la colocó encima. Luego la cubrió con un lienzo; ahora debería esperar a que levara, que doblara su volumen, que creciera.

También había ido creciendo el viento aquella noche. Su mente volvió a viajar y el recordar el ruido que produjo la primera chapa al volar por los aires, lo estremeció. Su memoria recordó como Amada salió corriendo para el fondo de la casa, hacia el cuarto donde guardaba las semillas y otras cosas que hacía poco había comprado en la agropecuaria.

Cuando iba a abrir la puerta, Andrés la agarró por la espalda y se lo impidió.

-Señora Amada… no abra esa puerta, por favor.
-Es que se va a mojar todo. Los granos, las semillas, el alimento de los animales… no tengo dinero para comprar más.
-Lo sé señora, lo sé… Pero con el viento que hay, si abre la puerta entrará el viento aquí, se embolsará y levantará el techo. En la parte que pude hacer de la casa me aseguré de dejar bien seguro lo que colocaba porque imaginé que podría pasar algo así.
Amada soltó el pestillo de la puerta.
-¡Suélteme! –le dijo en un tono severo y con dolor- Esto no hubiera sucedido si no fuera por su ineptitud. Tendremos todas las gallinas a salvo, pero no podré sembrar nada… ¡por su culpa!

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Amada salió corriendo dejando a Andrés con la vista en el suelo, desolado; se dirigió a su habitación y cerró la puerta. Caminaba de aquí para allá mientras sentía volar parte de su casa, esa casa y ese lugar que había comprado con tanto esfuerzo. Se sintió impotente, sola, con el peso del mundo a sus espaldas. Tanto esfuerzo, tanto dinero gastado… ¿para qué? Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro; lloraba de impotencia, de bronca, de rabia contenida. El viento seguía acechando y entre el cansancio y las fuertes emociones… se durmió.

Las primeras luces del día la despertaron vestida y tendida sobre su cama. Salió al porche y vió el desastre: al final, no había sido tanto como imaginaba, pero había chapas amontonadas en un rincón. Seguro que Andrés las había colocado allí. Se dirigió a la habitación del fondo a ver el estado de sus granos y semillas. Al abrir la puerta, comprobó que todo estaba bastante bien. Su idea de tapar todo con plástico y ponerlo en un lugar alto había dado resultado. Fue muy cuidadosa con todo, pero la noche cuando Andrés no la dejó entrar, estaba convencida de que la protección se había volado y había perdido todo. En realidad, lo único que se había arruinado eran unas bolsas con material de construcción que no tenía tanto valor. Respiró y miró hacia arriba. Andrés habia hecho un excelente trabajo, las chapas voladas serían unas 6 o 7 solamente. Ahora prepararía el desayuno y luego a trabajar otra vez.

Al pasar por el cuarto de Andrés, le llamó la atención la cama sin ropa. Entró. No había nadie allí y tampoco estaban las pertenencias del joven, sólo un sobre encima de la mesa de noche con su nombre manuscrito en el frente: “señora Amada”. Al abrirlo encontró todo el dinero que ella le había dejado el día anterior, la paga por el mes de trabajo. Comprendió que Andrés se había marchado…

Con el sobre en la mano se dirigió a la cocina, preparó el mate y se sentó a la mesa. Abrió el sobre, desplegó las hojas y leyó:

“Señora Amada,
O quizás debería decir amada señora…
Soy un hombre de campo, rústico y alguien que sabe apenas leer y escribir, por eso seguramente encuentre usted errores en esta carta, pero no en mis sentimientos.
Desde el día en que llegué y usted me permitió quedarme, me dio techo y comida, amistad y un poco de afecto, me hizo sentirme perteneciente a este lugar. Por eso trabajé con tanto ahínco y ganas, porque consideré esta casa mi hogar, aún sabiendo que no lo era.
Todo el trabajo y esfuerzo que realicé en este mes, se lo llevó la tormenta de ayer. Yo lo arruiné todo, todo lo que hicimos en este tiempo, el dinero que usted invirtió se mojó y se fue con la lluvia.
Tenía razón cuando me llamó inepto. Lo fui al poner el gallinero por encima del techo de la vivienda.
No sé cuánto habrá perdido. Supongo que todo el dinero que me pagó, más de lo que merezco, no cubrirá casi nada, pero es todo lo que tengo, por eso se lo dejo. Le dejaría también mi caballo, pero lo necesito para trabajar. Esta mañana antes de partir quise entrar al cuarto del fondo, pero no me animé ni a mirar.
Señora Amada, amada señora… me voy con mucho más de lo que vine, porque me llevo en el corazón este enorme amor que siento por usted. Se lo estoy diciendo ahora porque sé que no la volveré a ver jamás.
Gracias a usted ahora sé qué es estar enamorado. Ahora sé qué es beber los vientos por el amor de una mujer, pensar en ella cuando logro dormirme después de horas de insomnio cuando no me la puedo sacar de la cabeza. Que sea la primera imagen cuando me despierto y vestirme de apuro para poder verla en la cocina, caminando de un lado a otro mientras prepara el mate. Puedo besar sus labios cuando pongo los míos en la misma bombilla (utensillo que se utiliza para beber el mate) que ella tocó con los suyos.
Ahora sé lo que es conformarse con aspirar su perfume cuando pasa a mi lado, mirarla, desearla, tomar algo de su mano para sentir la tibieza de su piel… Pero también sé que es inalcanzable para alguien como yo, que solo supo hacerle daño y dejarla casi arruinada. Por eso, mi amada señora, he decidido marchar.
Ojalá que algún día pueda perdonarme. Le deseo lo mejor. Hasta siempre, hasta nunca.
Andrés”

-¡Es un imbécil! ¿Quién le dijo que yo soy inalcanzable? Si yo también lo amo…
Sí, ella lo amaba desde aquel día que lo vió galopar en busca de su yegua. Lo amó desde que él le regaló aquella mirada color caramelo. Amó su cuerpo dorado y cincelado por la naturaleza como a un dios griego. Amó su sonrisa, su disposición al trabajo, sus silencios y su timidez. Amó su entrega, su pasión a todo lo que hacía, el cariño por los animales, el campo y la naturaleza en general. Pero se había ido. Saldría a buscarlo pero… ¿dónde?

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La masa ya había levado y Andrés sabía que era hora de armar el pan, como en aquel momento también había sabido que era hora de regresar con su señora Amada.

Partió la masa en 3 porciones. Su corazón también estaba partido cuando trataba de conseguir trabajo y no podía hacer nada. Era imposible arrancarla de su pensamiento o de su vida. Aquello era un infierno, un castigo terrible. No podía seguir así, por eso emprendió el regreso. Le pediría perdón a su señora y le diría que sólo quería estar a su lado. Estaba dispuesto a pagar su culpa como ella lo considerara conveniente.

Armando el pan recordó cómo había armado en su mente todo lo que le diría a la señora. Al llegar a la tranquera, el cimarrón salió a su encuentro a ladrido pelado, saltando hasta sus pies para demostrarle su alegría. Ante tal alboroto, la señora Amada había salido también al porche y se quedó quieta, esperando que se acercara a la casa. Sólo por verla allí parada había valido la pena el viaje de regreso.

Cruzada de brazos, con el cabello al viento y la mirada… la mirada… no sabía distinguir si era de enojo, de alegría, de… No, no, evidentemente estaba enojada, y no era para menos. Pero debía enfrentarla. Bajó del caballo, lo ató y se paró frente a ella, con la mirada baja.

-Pensé que había contratado un hombre trabajador y valiente, no un cobarde que huye ante el primer problema. ¿A qué volvió Andrés?
-A pedir perdón, a disculparme, a aceptar el castigo que usted decida imponerme por todo lo que hice mal. También decirle que lamento todo lo que le dije en la carta.
-¿Todo lo que me dijo? A qué se refiere, qué es lo que lamenta ¿haber huído? ¿haberme dejado el dinero? ¿o haberme declarado un falso amor?
-No señora ¡eso no! Mi amor es real –dijo, y bajó la cabeza de inmediato, lleno de vergüenza – El dinero era suyo, yo no lo merecía. Lo que lamento es que haya perdido los granos y semillas por mi ineptitud. Y encima, haberla abandonado en el peor momento, como un cobarde...
-Repito: ¿Qué es lo que quiere Andrés?
-Que me admita nuevamente como su sirviente, su peón, su empleado. No puedo vivir ya fuera de esta casa y… y sin su presencia señora.

La actitud de Amanda se hizo más dura aún.

-Y ¿vos te creés que te va a ser tan fácil? O sea, que decidís irte cuando se te da la gana, cuando más se necesitan dos brazos para trabajar; y decidís volver cuando querés, cuando te parece que mi enojo ya se habrá calmado. Y yo te tengo que perdonar, no?

-No señora, no tiene que perdonarme si no lo desea, pero… -cayó de rodillas- le suplico que me perdone. Castígueme como lo desee, pero permítame estar a su lado nuevamente.
-Andá al cañaveral y traé una tacuara. Limpiala y preparala porque con eso vas a recibir tu castigo. Cuando la tengas lista me la traés.

Él la quedó mirando desconcertado.

-¿Qué? ¿No me oíste? Hacelo ya, o de lo contrario… andate. Y no digás que me amás, que me querés servir y no sé cuántas cosas más –dio media vuelta y entró a la casa.

El hombre se levantó lentamente y salió hacia el cañaveral. Miró las cañas y tomó una; la midió, la cortó y comenzó a limpiarla. Cuando terminó su trabajo se dirigió a la casa, golpeó la puerta y la voz de su señora le dio el permiso para entrar.

-Aquí está lo que me pidió, señora Amada –extendió la caña con las dos manos y completamente limpia.

-Dejala arriba de la mesa y vení para acá –Andrés obedeció y se paró en frente de ella- Ahora te voy a decir algo: el castigo que vas a recibir no es por lo que se arruinó aquella noche de tormenta, sino que te voy a castigar por haberte ido, por haber abandonado tu trabajo y a mí cuando más te necesitaba. Te voy a castigar por no haber tenido la valentía de enfrentar tus errores… y tus aciertos.

Se sentó en la silla que él mismo había fabricado para ella, de cuero de vaca. Una vez que Amada se hubo acomodado, le indicó que se pusiera sobre sus rodillas. Con la cabeza gacha y muerto de vergüenza, Andrés obedeció. Era humillante esa posición. Lo estaba tratando como a un niño pequeño. Pero dijo que aceptaría todo y eso era lo que iba a hacer.

-¿Preparado para recibir tu castigo?
-Sí señora –contestó con voz segura.

Los golpes comenzaron a caer sobre sus nalgas. Nunca había sido tratado de aquella forma, ni siquiera por sus padres que perdió cuando era un jovencito. ¿Cómo era posible que él, tan hombre, tan viril, estuviera permitiendo que una mujer lo azotara de aquella forma tan humillante? Y lo peor, lo más inexplicable era que gozaba cada azote. El sentir la mano de la mujer que amaba sobre él, le experimentaba un estremecimiento especial.

Amada no era débil. Sus nalgadas se sentían lo suficiente como para que ardiera, aún encima de la ropa. Varios minutos estuvo así, soportando aquel castigo que si bien era doloroso, no lo era tanto como la humillación de verse en esa pose y azotado por una mujer. A medida que el castigo avanzaba, él reflexionaba en el motivo de todo aquello: su huída. Y se arrepentía una y mil veces de haberlo hecho.

-Ahora, ponete de pie. Y desnudate de la cintura para abajo.

Andrés iba a protestar, pero al ver el rostro de Amada, decidió obedecer. Se quitó las alpargatas, su pantalón y la ropa interior, que dejó en un montón tirado en el piso.

-Veo que no has cambiado tus hábitos. Recogé esa ropa inmediatamente, doblala y ponela sobre la silla.

El joven no sabía cómo hacer para ocultar su evidente excitación, mientras que Amada lo que trataba de ocultar era su sonrisa y aprobación por lo que veía. Le divertía ver el tremendo esfuerzo que hacía Andrés para que ella no pudiera observar su miembro en casi, su máxima expresión. Pero...

-Ahora que lo pienso mejor, sacate toda la ropa.
-Pero señora…
-Si vas a poner peros, agarrás tus cosas y te vas. Hoy te va a quedar claro quién manda si decidís quedarte a mi lado.

No dijo más nada y comenzó a desvestirse hasta que quedó totalmente desnudo ante la escrutiñadora mirada de Amada, que se deleitaba con cada parte de su cuerpo sin darle importancia a la vergüenza y pudor de aquel hombre que estaba amando más a cada momento, ese hombre que era capaz de soportar todo aquello por amor a ella, por quedarse a su lado.

-Bien. Alcanzame la vara. Quiero que apoyes manos y codos sobre la mesa, abras las piernas y escuches lo que voy a decirte: si te vas a quedar acá va a ser bajo mis órdenes. No podrás hacer nada sin preguntármelo antes. Tu voluntad me pertenece por completo, y vos también.

Mientras que decía esto, hacía silbar la vara, cortando el aire y haciendo imaginar a Andrés lo que le esperaba. El primer azote lo tomó de improviso. Él estaba atento a lo que le decía su señora.

Levantó la cabeza e hizo un pequeño gesto de dolor con su rostro, pero no dijo nada. Una marca roja cruzaba sus nalgas…

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Con el cuchillo muy afilado, Andrés hacía un corte en cruz sobre los bolos de masa. Así de lacerantes eran los azotes que le había propinado su señora Amada el día de su regreso. Su mente volvió a aquel momento una vez más. Si bien los azotes dolían, las palabras de su señora y dueña desde aquel momento, le dolían mucho más. ¿Era tan grande su amor por ella que era capaz de soportar todo aquello? ¿Dónde quedaba su hombría, su machismo? Se dio cuenta y aceptó que había renunciado a todo eso por obtener su amor.

-Decime Andrés… ¿quién te dio derecho de decidir por mí?
-¿Cómo dice señora? Yo jamás me atrevería a hacer eso.
-¿No? Pero lo hiciste. Decidiste reparar el gallinero en vez del techo de la casa. Decidiste levantarte de la mesa por dos veces y dejar la comida servida sin tomar en cuenta el trabajo que yo me había tomado para hacerla. Decidiste que el dinero que te dejé como pago de tu trabajo debías devolvérmelo. Decidiste irte sin dejarme saber que lo hacías y sin saber si yo quería que te fueras o no… Eso por nombrar solo algunas cosas. Y ahora volvés arrepentido para que te perdone.

Varios azotes más cayeron sobre las nalgas del joven, que se sentía más y más humillado cada vez. Sabía que su señora Amada tenía razón, que no había actuado de una manera correcta. Estaba recibiendo el castigo que merecía y lo recibía gustoso si ese era el precio que debía pagar para quedarse a su lado.

Lo que no entendía era por qué su pene se había empecinado en permanecer duro, inhiesto. Su excitación no tenía límites y temía no lograr controlarse y eyacular delante de su señora Amada.
Luego varios azotes, desnudo como estaba, le dijo que fuera al cuarto donde guardaban los enseres para los caballos. Una vez allí, lo hizo tenderse sobre una silla de montar.

-¿Sabes Andrés? Sos un potrillo bravo y salvaje que necesita conducción. Mi fusta y yo te conduciremos de aquí en más por los lugares correctos para vos.

Los golpes de la fusta eran precisos y el lugar donde caían bien definido. El azote de la fusta era diferente a los otros. Los 20 o 30 fustazos que recibió dejaron huella en sus nalgas y en su alma arrepentida.

En la posición que estaba no podía ver a la señora, pero oía el taconeo de sus botas, su firmeza para caminar. En un momento no sintió ningún paso más, pero su oído percibió el sonido que le hizo correr un frío por su médula. Sí, su señora se estaba quitando el cinto que traía puesto; lo hizo correr lentamente por cada una de las presillas y al final lo sacó de un solo tirón. El chasquido en el aire hizo que levantara su cabeza, pero el resto de su cuerpo se mantuvo indemne.

Amada acarició lentamente sus nalgas con el cinto. Luego pasó la mano por cada una de las múltiples marcas que mostraba aquel culo túrgido y de formas redondeadas. Lo acarició un largo rato y… Andrés se sintió en la gloria. Que ella lo tocara era todo su sueño, y sentirse así acariciado era más de lo que se había atrevido a soñar.

Luego de un descanso que se le había hecho necesario a los dos, Amada comenzó su castigo con el cinto. Una vez y otra mas levantó su brazo y dejó caer con fuerza la herramienta de castigo sobre las nalgas de Andrés.

Desde que él había comenzado a quitarse la ropa hasta ese momento, habían pasado al menos una hora y media, quizás más. Amada consideró que ya era suficiente.

-Levantate Andrés, y andá para mi cuarto…

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Los bollos ya estaban elevados y listos para ser horneados. Puso todo en una tabla especial de panadero y se dirigió al horno. Con la ayuda de unas bolsas de arpillera y con extremo cuidado, abrió la puerta del horno.

Miró el fuego. Las llamas ya se habían apagado y solo quedaba la brasa encendida. El horno estaba caliente y las brasas al rojo vivo. Rojo como su culo con aquella azotaína, y caliente como el ambiente de excitación que se había formado con toda aquella situación.
Se quedó hipnotizado mirando dentro del horno y se visualizó aquel día yendo hacia el cuarto de la señora, desnudo, avergonzado y humillado. Al llegar al lado de la cama se detuvo con la cabeza baja y esperó.

La señora Amada venía tras él, observando ese cuerpo glorioso y esas nalgas que necesitaban atención urgente. Ella también necesitaba atención y la iba a obtener.

-Apoyá las manos en esa silla.

Obedeció. No le diría que no a nada. Si ella consideraba que debía seguir castigándolo, lo aceptaría con tal de quedarse a su lado. Pero… cuál sería su sorpresa al sentir el frescor de una crema que la señora esparcía por sus nalgas. La crema se sentía refrescante y las manos de la señora eran de seda y azucenas. Un largo rato estuvo en esa pose, gozando las caricias de Amada, que a su vez también gozaba acariciando las nalgas del guapísimo joven.

-Quiero que sepas que esto lo hice por tu bien, para que quede claro quién mandará en tu voluntad y en tu vida. Hice esto porque me importás, porque quiero lo mejor para vos. Espero que así lo entiendas…

Como sin querer pero a propósito, más de una vez dejó escapar las caricias de las nalgas y tocó, al principio levemente pero luego con más detenimiento, los testículos del joven, que daba un respingo y gemía cada vez que esto sucedía.

-Ahora… ponete de pie y mirame.
Trató de tapar su excitación con las manos, pero ella se las apartó. Eso hizo que él bajara la cabeza y mirara para un costado. Tomando su cara con ambas manos, Amada hizo que él fijara sus ojos en ella. La mujer dio un paso hacia delante y comenzó a besar suavemente el rostro del hombre, hasta que llegó a sus labios. El enamorado de ojos de caramelo fijó su vista en la mujer y con la mirada le suplicó un beso, y ella se lo concedió.

¿A qué le supo aquel beso maravilloso? Era dulce como la miel, largo como su desesperación, húmedo como la lluvia de aquel día, tibio como el sol de la tarde, y caliente como las brasas de aquel horno que… se estaba enfriando. Metió los panes dentro y lo cerró.

También habían cerrado la puerta de la habitación cuando los besos dejaron lugar a las caricias más osadas. La señora era la que le permitía y hasta le suplicaba sin palabras que la hiciera suya.
Despojándola de toda la ropa, la tomó en sus brazos y la depositó en la cama, como si fuera de cristal. Ahora era completamente feliz y lo que más le importaba era hacer feliz a su señora.

Comenzó a tocarla suavemente, sin dejar de besarla en ningún momento. Las manos de Andrés acariciaron su rostro y su cuello. Luego conoció sus pechos aún túrgidos y acogedores, con sus pezones rosados y duros. Su boca comenzó a bajar por el centro del cuerpo entre los gemidos de la mujer. Cuando llegó a su Monte de Venus, le hizo abrir las piernas y ante sus ojos maravillados se encontró con una vulva rosada y húmeda. La lengua rozó levemente el clítoris, mientras que con los dos dedos de su mano derecha atrapaba ese centro de placer de las mujeres, moviéndolos en la base hacia delante y hacia atrás. A su vez la lengua jugaba y humedecía el glande, que se ponía cada vez más hinchado y tieso. Amada estaba a punto de explotar de placer, pero antes de que esto sucediera, él introdujo el dedo corazón en su vagina, y con él acarició la pared del lado donde estaba concentrada toda su atención. La descarga de flujos de Amada no fueron más pequeños que sus gritos de placer. A medida que los orgasmos iban apareciendo, apretaba la cabeza de Andrés contra ella. Una seguidilla de orgasmos hicieron que se transportara a otra dimensión. No le importaba nada, no sabía quién era, ni dónde estaba, ni si el mundo se acababa. Ella estaba logrando los mejores orgasmos de su vida. Las contorsiones y los espasmos entre gemidos y suspiros, hicieron sentirse totalmente satisfecho a Andrés, que había logrado que su señora gozara de aquella forma.

Mientras que Andrés se acomodaba a su lado, Amada trataba de recuperarse. Lo hizo casi inmediatamente, y ahora ella le haría gozar a él. Sin decirle nada, se dirigió a su pene. Posó su mano izquierda en la base y apretó levemente. Con la mano derecha tomó el resto del miembro, y bajando el prepucio y torciendo levemente el contenido de su mano derecha, dejó el glande totalmente al descubierto. Abrió su boca y Andrés comenzó a gozar de la humedad y calidez de Amada, que disfrutaba de solo verle la cara de satisfacción a su pareja. Los dientes se concentraron en rasguñar levemente el frenillo y todo el glande, mientras seguía sosteniendo con firmeza la base y su mano derecha subía y bajaba cada vez con más vigor y rapidez.

El hombre cerró los ojos y se entregó por completo al goce que le estaba proporcionando su señora Amada, su amada Señora. Nunca le habían hecho algo así, aquello superaba todo lo vivido hasta ese momento. Por momentos el placer era tal que si abría los ojos le quedaban totalmente en blanco. Cuando Amada se dio cuenta que él estaba a poco de explotar en un orgasmo, se colocó rápidamente encima de él e hizo que la penetrara.

Se tomaron de las manos y ella extendió los brazos cual un águila en la inmensidad del cielo. Los movimientos se hicieron cada vez más frenéticos hasta estallar en un mar de placer…


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La mesa estaba dispuesta. Era sencilla: platos, vasos, vino, una bandeja con fiambres y la comida preferida de Andrés. Amada se la había preparado y estaba esperando el pan. Miró por la ventana y vió como su amado y sumiso hombre lo sacaba del horno y lo colocaba en una fuente. Lo siguió con la mirada y pensó en lo enamorada que estaba de él. Tanto o más de lo que él la amaba.


-Mi señora Amada, aquí está el pan, tal como usted lo pidió…

-Sí, ya lo veo Andrés: dorado y caliente… ¡como vos!

--- FIN ---

EPÍLOGO DE

Autor: Amadeo Pellegrini Acosta


...Ella continuaba eufórica y exultante, subrepticiamente dirigiéndose a mi con seriedad como si de golpe hubiera recobrado la cordura, dijo:
-Bobby querido, debes dar tu conformidad a Reginald cuanto antes así fijamos pronto la fecha de la boda, quiero retenerlo conmigo para siempre. Y sin más me estampó un par de sonoros besos en las mejillas.


-EPILOGO-

Como comprenderán los lectores nada me quedaba por hacer. En realidad nada, lo que se dice nada no; cabía aun la posibilidad de recurrir a la drástica solución del crimen.

Estoy escribiendo estas memorias desde la prisión de Dartmoor donde estoy purgando una condena de veinte años de reclusión, culpable de tentativas reiteradas de asesinato con circunstancias agravantes en las personas de mi medio hermana y de Reginald Mount-Garble.
Pueden creerme que más que la condena en sí me subleva la circunstancia que mis bienes personales de cuya administración fui privado por orden judicial fueron confiados al gobierno de mi cuñado por carecer yo de otros familiares más cercanos.

De mi cuñado sí, porque al final esos dos se salieron con la suya, ahora bien, si por casualidad imaginan que he cambiado de opinión debo decirles que de ninguna manera, sigo sosteniendo que el perfecto caballero no existe, aunque si que existen personas con suerte, como ellos y otros como yo con muy mala suerte.


-FIN-



APUNTES PARA EL EPILOGO



“Que las ramas no impidan ver el bosque” (refrán popular)


A los lectores:

Queridos amigos el cuento “Un Perfecto Caballero” tiene un solo protagonista: el señor Robert (Bob)Wilson, medio hermano de Millicent, ésta y los demás personajes son secundarios, la verdadera trama es que ese señor que “administraba” los bienes de la muchacha, con su boda no sólo se vería privado de disfrutar la renta de tales bienes sino que debería rendir cuentas de lo que hizo con ella. Como el mismo se reconoce jugador, libertino y borrachín necesitaba impedir la boda a toda costa.

El relato en primera persona tiene como lo dice el protagonista carácter de “memorias” vale decir está recordando todo lo que hizo para impedir el matrimonio (contratar un detective, etc.) En las reflexiones que hace advierte que le quedan dos caminos: hacer que la muchacha desista de casarse o cometer un crimen, también se reconoce incapaz de retarlo a duelo.
Lo lógico es que los lectores se pregunten ¿Por qué escribe esas memorias y desde dónde las escribe? ¿Por qué destila tanto odio?

En la última parte cuando Millicent fascinada con su novio spanker decide casarse cuánto antes ¿Qué otro camino le queda a Wilson para impedir la boda? El crimen, naturalmente.
Y aquí es donde se me presentó la encrucijada porque sabía de antemano que las memorias las escribía en la cárcel; entonces tenía que convertirlo en asesino por medio de veneno, armas de fuego o accidente provocado, o bien dejarlo en la etapa de tentativa de asesinato y con eso mandarlo a la cárcel, preferí lo último para que el relato tuviera un final feliz para la pareja.

La idea de invitarlos a proponer un final me vino después, no quise darle el carácter de desafío porque eso implicaba pedantería de mi parte, era como decirles ¿Vamos a ver si son capaces de encontrarle un final como el mío? No, mi idea era explorar la posibilidad que imaginaran otra salida siguiendo la lógica de la historia porque la verdad es que yo no la encontré, me vi atrapado por mi propio argumento.

Por otra parte la ocurrencia de hacer participar a los lectores en la resolución de los enigmas tampoco es original la han usado varios autores de novelas policiales, si la memoria no me es infiel uno de los que más la emplearon fue "Ellery Queen".

Me queda por último agradecer a todos los que han participado incluída la "fuera de concurso" que también desconocía el final.

Amadeo

UN PERFECTO CABALLERO (3ª Parte)

Autor: Amadeo Pellegrini Acosta

(3ª parte)

Nadie podrá imaginar cuán feliz y satisfecho me encontraba con ese lapidario informe en mis manos. Podía finalmente respirar hondo y saborear por anticipado las mieles del éxito.

Doble triunfo si se mira bien, demoler por una parte la inmerecida fama de perfecto caballero de ese individuo y por la otra doblegar los antojos de la caprichosa Millie descubriéndole a sus locos sueños el feo rostro de la realidad.

A esto debo agregar para ser justo, que los graves vicios de ese odioso individuo representan también para mi una suerte de reparación moral, porque como es de conocimiento público a mi me agradó siempre disfrutar de los placeres que la vida ofrece a la juventud y al dinero cuando marchan a la par.

Con lo expresado, quiero decir que en los ámbitos que frecuento poseo reputación de manirroto, únicamente por concurrir de manera habitual a casinos, hipódromos y salas de juego, por eso nada más me consideran un jugador empedernido; quienes me ven en la constante compañía de mujeres de costumbres liberales me juzgan un libertino consumado, están también los que me han hecho fama de bebedor consuetudinario porque comparten conmigo noches de juerga y champán.

Puede que algo de razón tengan los que me endilgan esas aficiones, aunque ciertamente exageran bastante. No las niego, las exhibo tanto a la luz del sol en las pistas de carreras de Ascot como a la luz artificial de los casinos y cabarets del Soho.

Ahora bien, pregunto ¿Qué importancia tienen mis pecadillos a la vista del todo el mundo, en relación con los vicios infames que cultiva en secreto ese abyecto personaje que pretende convertirse en mi cuñado?

Ocurre que vivimos en una sociedad que sólo valora las apariencias, califica de caballeros a los hipócritas como él y de disolutos a las personas francas como yo que no se avergüenzan de mostrarse tal como son.

Creo que estarán de acuerdo conmigo que esto constituye una sinrazón, una grosera inequidad, por lo que desenmascarar a los hipócritas como me dispongo a hacer yo con ese caballerito de opereta no es otra cosa que cumplir con un verdadero acto de justicia.

* * *

Encontré a Millie en el invernadero ocupada con sus flores. Se sorprendió al verme allí a una hora tan temprana, quizás la desconcertó ver la seriedad pintada en mi rostro o advertir que llevaba una carpeta en la mano, porque se quedó boquiabierta mirándome de arriba abajo.

Antes que reaccionara la informé que tenía algo muy importante que comunicarle así que no bien se desocupara la esperaba en la biblioteca.

La biblioteca de nuestro padre sólo la utilizamos como salón para fumar y tomar café después de las comidas, algunas tardes para leer periódicos y revistas y en ciertas ocasiones para reunirnos a conversar.

Millicent, roída por la curiosidad no se hizo esperar, demoró apenas el tiempo necesario para quitarse los guantes de jardinería y despojarse del delantal. Cuando llegó llevaba todavía cubierta la cabeza con el pañuelo con que sujeta sus cabellos.

Fui directamente al grano.

-Millie, -le dije- como sabes Reginald Mount-Garble, te ha pedido en matrimonio y si bien pasa por ser una persona honorable y de suficientes medios de vida, como responsable de tu felicidad y tu seguridad, me he permitido encomendar una pequeña investigación acerca de sus costumbres antes de responder a su demanda. Como ya casi eres mayor de edad me parece justo que seas tú misma quien juzgue las calidades morales de esa persona.

Luego de ese breve exordio puse en sus manos la carpeta añadiendo: - Aquí tienes el resultado de esa encuesta.
-No era necesario investigarlo, conozco muy bien a Reginald sé la clase de persona que es. Respondió tomando no obstante la carpeta. En ese momento tuve ganas de gritarle: -¡Pequeña idiota no tienes la menor idea de quién ese individuo! No lo hice porque es peligroso llevarle la contraria, me limité a decir aparentando la mayor indiferencia:

-Es posible que creas conocerlo, no lo dudo, sin embargo estoy seguro que este informe te revelará algunos aspectos ignorados de su vida con lo que verás que tal vez no lo conoces tan bien como piensas…

Mis palabras surtieron el efecto buscado. Después de soltar un ¡Ufaaa! Exclamó: -Bueno voy a leerlo ahora mismo.

Estuve a punto de restregarme las manos de satisfacción, la muy tonta acababa de recibir un documento tan explosivo como una carga de dinamita para volar un tren completo como si nada, con él en la mano tomó asiento y lo abrió cual si se tratara de una novela rosa.

* * *

Sentado en el extremo opuesto detrás de un ejemplar del “Times” la observaba a hurtadillas simulando hallarme concentrado en la lectura.

Al comienzo Millicent paseó la mirada de manera displicente sobre los folios, hasta llegar al apéndice que contenía las fotografías. Allí su rostro cambió, pude advertir como la sangre se agolpaba en sus mejillas en tanto su respiración adquiría otro ritmo.

Es inútil decir que en el recinto reinaba el más completo silencio, atisbaba yo, de tanto en tanto y de la manera mas discreta posible, a mi medio hermana quien sumida en la lectura no levantaba la cabeza más que para pasar de una página a otra.

De pronto un ¡Ohhh! profundo, seguido de un ¡Ahhh! no menos intenso interrumpieron su mutismo. Fingí continuar absorto en la lectura del “Times” como si nada hubiese oído.

Mi regocijo interior no tenía límites, esas exclamaciones no podían significar otra cosa que sorpresa y desconcierto. Seguramente no tardaría en oírla proferir invectivas contra ese odioso sujeto y que en algún instante arrojara lejos de si el legajo para incorporarse bramando su furia, su despecho y su desengaño…

Tenía en esos instantes por bien invertidas las veinticinco guineas de oro que se había llevado aquel impresentable sabueso. Millicent podía tal vez concederse un pequeño espacio a la duda imaginando que el informe había sido fraguado para hundir sus proyectos matrimoniales, pero allí estaban también las pruebas y en especial las fotografías, que más que elocuentes, resultaban categóricas e irrefutables.

Los latidos de mi corazón se aceleraban a medida que la adrenalina fluía en mi interior a la espera de la explosión de desencantado furor que no tardaría en producirse…

* * *

Millicent, tardaba en reaccionar había terminado la lectura; pero mantenía la carpeta abierta en su regazo y la mirada perdida en el cielorraso, como si se hallara en estado de trance.

Comencé a revolverme inquieto en el sillón. El estallido que esperaba no ocurría, pensé que se trataría de una detonación de efectos retardados que cuando se produjera superaría en violencia todos los límites imaginables.

Transcurrido un tiempo prudencial con voz suave pregunté:

-¿Te sientes bien Millie?
-¿Eeeehhh? Respondió, como volviendo en sí y recién advirtiera mi presencia .. Luego, con voz vacilante completó -Sí…sí, me encuentro bien.
Para mí se hallaba en estado de extrema confusión de manera que me compadecí de su desconcierto, suponía que estaba tratando de digerir algo demasiado fuerte para sus pocos años.

De pronto se incorporó, apretando fuertemente la carpeta contra su pecho, -no lo creerán ustedes- su rostro se ensanchó en una sonrisa de arrobamiento y de su garganta salió como una especie de gorjeo de satisfacción.

-¡Qué maravilla! Clamó con entusiasmo ¡Qué hombre maravilloso! .¡Qué poder!... ¡Me fascina!... ¡Es único!... ¡El me dará todo lo que deseo y necesito y yo le daré todo lo que a él le gusta!... ¡Cuando me tenga por esposa no necesitará más los servicios de Lady Arabella!...

Mientras prorrumpía en estas sandeces e incoherencias, Millie bailaba en torno a la habitación como una poseída, pensé por un instante si no habría perdido por completo la razón y también en el camino que debía tomar: si ponerla en manos de un exorcista o internarla en una casa de salud mental…

Ella continuaba eufórica y exultante, subrepticiamente dirigiéndose a mi con seriedad como si de golpe hubiera recobrado la cordura, dijo:

-Bobby querido, debes dar tu conformidad a Reginald cuanto antes así fijamos pronto la fecha de la boda, quiero retenerlo conmigo para siempre. Y sin más me estampó un par de sonoros besos en las mejillas.

(concluirá)


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AVISO IMPORTANTE: El autor agradece a todos los lectores las notas enviadas, a las damas las besa y les palmea cariñosamente las posaderas y a los caballeros les brinda un cordial abrazo y amistosas palmaditas en los hombros, al mismo tiempo los INVITA a imaginar cómo termina este relato cuyo breve epílogo será publicado el día 31 de enero próximo. Quien o quienes acierten se harán acreedores a un almuerzo en un excelente restaurante de Buenos Aires acompañado con el mejor champán o cava del país. Así mismo deja constancia que no hay trampas de ninguna clase todos los elementos para construir con cierto rigor lógico el epílogo se encuentran a lo largo del relato. ¡Suerte para todos!

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Nota: El reconocimiento ofrecido NO incluye pasajes ni estadía en Buenos Aires. Además los epílogos deberán ser publicados en el Blog de Amadeo y Ana K antes de la fecha indicada. No serán consideradas las respuestas posteriores al día 30 de enero del corriente año

 

UN PERFECTO CABALLERO (2ª Parte)

Autor: Amadeo Pellegrini Acosta

(2ª parte)

Bien cómodo en pijama, robe de chambre y pantuflas, con el informe del investigador, la botella de Remy-Martin y una copa sobre la mesa del estudio; luego de encender la lámpara me concentré en la lectura.

Debo reconocer que el detective se esmeró en preparar la información, -aunque por veinticinco guineas podía yo pretender bastante más-, ordenó todo a la perfección hasta lo encabezó con un índice.
La primera parte contiene una síntesis de la encuesta donde relata en forma detallada los hechos principales a los que asistió, conforme a los apuntes que fue tomando en el lugar, después agregó los diversos testimonios, algunas notas, copias de mensajes y como apéndice una serie de fotografías.

Transcribo textualmente el informe preliminar para que quienes lean estas memorias formen su propio juicio acerca de la naturaleza humana. No sé cuál será la opinión que en definitiva les merezca, puedo decir en cambio que su lectura me resultó tan asombrosa que hasta finalizarla mi cigarro se consumió solo en el cenicero olvidándome también del coñac.
* * *

“Como todos los sábados después del mediodía el señor Reginald Mount-Garble, -que para tales ocasiones se hace llamar “señor Brown”- se marchó del domicilio en su Bentley que dejó en una cochera de Charing Cross de donde partió en otro vehículo cuyo chofer lo condujo a una villa rodeada de frondosos árboles en el sector residencial emplazado a medio camino entre Eton y Windsor.

La tal villa que lleva el sugestivo nombre de “El Sosiego” pertenece a una dama mayor que fue por muchos años la querida oficial del Primer Lord del Almirantazgo y más tarde de Sir William Dundee y a la muerte de éste de un diplomático Griego, para entonces ya era propietaria del lugar.
La dama en cuestión es conocida allí como Lady Arabella de Saint Alban, -aunque su verdadera identidad es Edith Murray, hija natural de una trotona irlandesa-. Retirada de la vida pública, desde hace años ejerce allí el infame oficio de proveedora de jóvenes a un selecto grupo de clientes adinerados entre los que se cuenta el señor Mount-Garble.

La casa ofrece especialidades variadas, pero su principal atractivo es la flagelación para ello dispone de una dotación permanente de media docena de muchachas que permanecen por temporada contratadas en carácter de “personal de servicio” y son renovadas periódicamente.
A fin de interiorizarse de todos los pormenores, aun los más insignificantes, el suscripto trabó relación con el jardinero, quien previa gratificación lo introdujo como ayudante para algunas tareas. De esa forma tuvo acceso al personal de servicio permanente de la mansión y más tarde pudo, con la complicidad de los mismos, llevar también al fotógrafo.

Como puede observarse en la vista tomada del exterior con la lente de aproximación, el edificio principal consta de tres plantas, subsuelo y ático. La segunda es la planta noble a la que se ingresa directamente desde el jardín por la escalinata de la entrada principal, allí es donde tienen lugar las fiestas y principales eventos, la planta baja es la de servicio en ella están la cocina, la despensa, las dependencias y el comedor del personal; el depósito y la caldera de la calefacción se encuentran en el subsuelo en el que hay también una pequeña bodega guarnecida por rejas, en la tercera planta está el departamento de la dueña de casa donde se encuentran las habitaciones para huéspedes y clientes especiales, el ático fue remodelado a fin de dotarlo de cuartos confortables para las pupilas.

Todos los interiores se hallan decorados con gran lujo, los ambientes cuentan con una enorme cantidad de cortinados y espejos que más que decorados sirven para disimular escondrijos, pasadizos y observatorios discretos, para observar sin ser visto todo lo que sucede aun en los ámbitos más íntimos como los cuartos de baño. Para expresarlo gráficamente la mansión, por la abundancia de agujeros que tiene se asemeja a un gigantesco queso de gruyère.

Las mencionadas características de la casa permitieron a quien esto escribe ver y escuchar al investigado en la visita a la que asistió, permaneciendo oculto adentro de un armario en la habitación contigua cuyo fondo es en realidad una ventana de cristal que del otro lado de la pared forma un gran espejo de grueso marco dorado.

Desde ese lugar le resultó posible ver y a través de falsas rejillas de calefacción escuchar todo lo que sucedía en el saloncito íntimo de la dueña de casa.

Allí aconteció que el señor Mount-Garble, después de ser anunciado como “Señor Brown” ingresó en el coqueto saloncito donde lo aguardaba Lady Arabella a quien ceremoniosamente besó la mano.

Una vez concluidos los saludos y frases de circunstancias, la dueña de casa dijo al visitante: -Reginald, lo he mandado llamar porque la conducta de sus sobrinas ha empeorado desde su última visita, no solamente se han mostrado disipadas descuidando las lecciones, sino que emplean modales francamente impropios, por no decir deplorables… He tratado de corregirlas mediante consejos y reprimendas; de acuerdo a las faltas les he impuesto algunas penitencias menores como privarlas de salidas, de postre, enviarlas a sus habitaciones… En fin he empleado con ellas todos los recursos a mi alcance menos los castigos corporales, pero todo ha sido inútil, por último les advertí que si persistían en comportarse mal me vería obligada a ponerlo en conocimiento a usted para que tomase las medidas que considere más convenientes…

El señor “Brown” -de espaldas a quien esto escribe e iba tomando notas taquigráficas de las palabras de la señora-, se limitaba a asentir con la cabeza, sin abrir la boca.

En tono más bajo y confidencial la mujer sibilinamente continuó: -¿Sabe usted, querido Reginald cómo han reaccionado cuando les hice esa advertencia?... ¡Sorpréndase! Marjorie, la mayor, la cabecilla, se encogió de hombros y dejó escapar un despectivo “pssst”; Ileana, en cambio lo tomó a risa, en tanto Pamela no sólo se limitó a repetir el gesto desdeñoso de su hermana mayor sino que burlonamente agregó: “¡Ohh! ¡Qué miedo! Cuando venga el tío, nos sermoneará y nos dará unas palmadas en las posaderas, como hace siempre. ¿Ustedes le tienen miedo a las nalgadas, chicas?” Exclamó soltando una carcajada a la que hicieron coro las otras dos… ¡Imagínese mi indignación! ¡Estuve a punto de abofetearlas! Sin embargo me contuve porque sé que tal medida hubiera resultado contraproducente. Me limité a prohibirles salir del cuarto hasta tanto llegara usted… Créame que lamento hacerlo venir de Londres para darle noticias tan desagradables, amigo mío…

-Por favor, querida Arabella, no sabe cuánto agradezco su preocupación y sus desvelos por esas criaturas, tanto como deploro los malos momentos que padece a causa de ellas… Respondió su interlocutor, que enseguida añadió: Ciertamente me veo en la obligación de tomar medidas más severas en lo sucesivo…
Créame Reginald que es necesario mostrarse inflexible; esas personitas han dejado de ser niñas a las que se puede corregir con palmadas, cuando éstas resultan ineficaces hay que aplicar medidas más drásticas; si me permite una sugerencia, en su lugar yo emplearía una buena vara… Precisamente dispongo de una vara de bambú a la que en ocasiones me veo obligada a recurrir para poner orden entre el personal de servicio, que como usted sabe son gente a la que hay que tratar en forma permanente con cierto rigor porque de lo contrario la casa se convierte en un desquicio, que comienza con los pequeños hurtos, las intrigas, el chismorreo y termina más tarde con que ellos son quienes toman las riendas y disponen lo que debe o no hacerse aquí…

Enseguida y a solicitud del señor “Brown” la dueña de casa hizo sonar la campanilla a cuyo llamado acudió una de las mucamas a la que ordenó hacer bajar a las niñas.

Minutos más tarde se presentaron allí, tres agraciadas jóvenes pulcramente vestidas y peinadas, la mayor de unos diecisiete o dieciocho años y la menor de no más de trece o catorce, que saludaron a los mayores con una corta reverencia inclinando la cabeza, luego una detrás de otras besaron la mano del “tío” y a una indicación de éste tomaron asiento con estudiado recato.

Luego de un denso silencio, el visitante comenzó a amonestar a las jóvenes que bajaron la cabeza al escuchar los reproches que les hacía el hombre cuyas palabras refrendaba con indisimulada complacencia la señora Arabella.
La escena duró bastante tiempo en cuyo transcurso las muchachas se removían inquietas en sus sitios previendo lo que no tardaría en suceder, de manera que llegado el momento en que el señor “Brown” les anunció su voluntad de castigarlas, de sus labios escapó al unísono un largo quejido que llenó de gozo a la dama cuyo rostro se iluminó con una expresiva sonrisa.

El “tío” convocó primero a la mayor, que haciendo melindres se tendió, como le indicara, boca abajo en sus rodillas. En tanto la señora Arabella también de pie acudió al lado de ambos para colaborar sofaldando a la joven y retirándole el calzón, con lo que vino a quedar con las ambarinas nalgas a la vista de los presentes y desde luego también a la mirada de quien esto escribe que puede dar fe de la rotundez y exhuberancia de ese bello trasero, -digresión que considera necesaria para mejor conocimiento del señor comitente-

La azotaina prolongada por espacio de varios minutos con ligeros intervalos, cumplió el cometido habida cuenta la rojez que adquirió la superficie de esos magníficos hemisferios y también debidamente sentida por la destinataria a juzgar por los constantes quejidos y contorsiones que provocaban tantos sonoros azotes propinados con decisión a mano abierta.

Una vez liberada la joven Marjorie quedó de pie con la cara vuelta hacia la pared y las congestionadas nalgas expuestas a la vista de los circunstantes.

Los mayores tomaron un breve respiro, lapso que puso más inquietas aun a las dos restantes.
Al cabo llegó el turno de la segunda, -ruega el escribiente que le sea permitido expresarlo de la siguiente manera: las tres son hermosas criaturas pero la mediana las aventaja en belleza y garbo, cuando quedó reducida a la miserable posición de víctima colgada como una res del regazo de su “tutor y tío” fue posible advertir que sus encantos posteriores superan a los otros en blancura, tersura y conformación-. No obstante lo manifestado sufrió idéntico tratamiento que el trasero de su hermana mayor, con vigorosas palmadas que estallaban en el opresivo silencio del salón como estampidos de pistola, de manera tal que quedó tan o más enrojecido y maltrecho que la anterior, ni que decir que culminada la azotaina pasó a ocupar un sitio al lado de la señorita Marjorie.

Esta vez el tiempo de descanso fue más dilatado en razón que el “señor Brown” se veía muy agitado, con sus sentidos quizás más alborotados que fatigados sus músculos, porque -cabe decirlo- el espectáculo así ofrecido resultó a los ojos de cualquier mortal muy excitante en términos carnales.
La menor llegado el momento brindó una escena de llanto, retorciendo las manos deshaciéndose en pedidos de perdón alcanzó a colocarse de rodillas frente a su inflexible “tío” sin dejar por ello de resistirse a ser colocada en la misma posición que sus hermanas, por lo que la señora Arabella hubo de prestar ayuda para reducirla y luego sujetarla con fuerza por los brazos a fin que pudiera ser desembarazada de las prendas interiores.

El culito, -permitida sea esta expresión un tanto vulgar-, pero cabe porque al fin de cuentas por la edad de la joven así como el tamaño y volumen del mismo merece ser mencionado de esa manera, puesto que no es más que traserito de una niña. Por tal circunstancia parece probable que hayan resultado las nalgas más perjudicadas de todas, aunque el “señor Brown” espació más las palmadas y en repetidas ocasiones buscó aliviar el ardor de la piel con delicadas caricias circulares…

La única ventaja de la joven Pamela sobre sus hermanas fue que se libró de permanecer expuesta con las nalgas al aire como ellas.

Concluida la última azotaina, a las tres se les ordenó remontar sus calzones y retirarse a su cuarto. Mandato que obedecieron con presteza y la misma rapidez con que remontaron sus prendas íntimas y se aliñaron los vestidos marchándose cabizbajas y abrumadas.

No bien las tres jóvenes abandonaron el salón, la dueña de casa se dispuso agasajar a su huésped con un reconfortante té cuyo servicio encomendó a la doncella que acudió al sonido de la campanilla.

En tanto, hasta que llegó la bandeja con la infusión, las masas y bocadillos salados, la conversación entre ambos transcurrió por carriles obvios relacionados siempre con la disciplina más conveniente a imponer a las jóvenes díscolas así como las ventajas de emplear más a menudo la caña de bambú o las flexibles varas de abedul.

La nota inesperada la puso la dueña de casa a la vista de la mucama con la bandeja del servicio de té sobre la mesilla.

-¡Inepta! ¡Atolondrada! -Increpó de viva voz a la joven- ¡Cómo nos presentas el té en la vajilla común cuando tengo ordenado que tratándose de invitados como el señor Brown, debe utilizarse siempre la porcelana doble corona de Bavaria! ¿Dónde tienes la cabeza? ¡Torpe!...

Aturdida la joven retrocedió, con tan mala fortuna que golpeó la mesita con su cuerpo, volcando íntegramente el contenido de la bandeja sobre la costosa alfombra de Boukhara.

Aquella fue la gota que rebasó la copa y desató un verdadero infierno para la infeliz servidora.
Tan real fue lo que ocurrió a continuación que podría decirse que se trató de un número fuera de programa pues, abreviando, la desdichada Nelly, -tal el nombre de la atolondrada sirvienta- purgó la falta con sus posaderas que recibieron más de dos docenas de recios varazos aplicados con la delgada caña de bambú que la señora extrajo de una gaveta.

La joven que no deseaba ser puesta de patitas en la calle como le prometiera en el primer momento la indignada patrona, se avino de inmediato a recibir como castigo una cincuentena de azotes en las nalgas desnudas.

Con una docilidad y sumisión sorprendentes, ella misma marchó al centro del salón; donde se recogió faldas y enagua, echó abajo los calzones para ofrecer, de rodillas, su macizo trasero de sonrosadas carnes.

Vara en mano la señora Arabella se colocó a la izquierda de Nelly que mantenía la frente apoyada en el piso y apretadas las mandíbulas. La patrona midió la distancia con el bambú, luego lo enarboló para abatirlo con toda fuerza sobre las temblorosas carnes de su víctima.

Al siniestro silbido de la caña lo sucedió una ruda contracción de todo el cuerpo al impactar de lleno el azote en la protuberante epidermis. Tan impetuoso resultó el espasmo provocado por el primer golpe que la cofia de la muchacha se desprendió de su cabeza para ir a parar a unos pasos de distancia.

Los azotes con los continuos estremecimientos que provocaban alborotaron los cabellos de la muchacha en tanto ambas mejillas, anteriores y posteriores enrojecían vivamente.

Al promediar el vapuleo, la dama cedió la vara al huésped invitándolo a que prosiguiera la faena, práctica que le serviría, -díjole-, para cuando deba emplearla con sus “sobrinas”.

El “señor Brown” no se hizo rogar, empuñó con evidente satisfacción el bambú haciéndolo vibrar en el aire antes de proseguir la azotaina.

La descripción de la misma resulta a todas luces inconducente puesto que prosiguió en líneas generales el mismo trazado de marcas comenzado por la anterior con la salvedad que ninguno de los dos hizo brotar la sangre aunque dejaron la piel salpicada de cardenales y hematomas, que seguramente tardaron varios días en desaparecer.
Lo único notable es que una vez concluida la paliza, el señor Brown entregó a la muchacha un billete cuya denominación no pudo observar el testigo pues lo puso en mano de Nelly cuidadosamente doblado.

A esta altura de los acontecimientos el suscripto se vio obligado a retirarse por el peligro de ser descubierto al abandonar la mansión, no obstante supo al día siguiente que más tarde las “sobrinas” del señor “Brown” recibieron también una nutrida sesión de varazos.
A la segunda visita del señor “Brown” el suscripto no pudo asistir para permitir la entrada del fotógrafo quien fue instalado en el armario de doble fondo, por esa razón algunas de las fotografías salieron fuera de foco y otras algo borrosas ya que le resultaba imposible trabajar con flash allí adentro y la iluminación del saloncito resultaba insuficiente para tomar imágenes de buena calidad, no obstante las agregadas en esta carpeta son las mejores.

* * *
Con el último párrafo transcripto concluye el informe preliminar que se completa con los testimonios del personal de servicio, de informantes privados así como algunas notas sustraídas y las fotografías.

El fisgón que contraté para esa tarea no pudo permanecer más tiempo en la casa, tuvo que abandonarla de prisa porque, como me explicó verbalmente, todos los atardeceres sueltan en el jardín perros feroces entrenados para atacar a curiosos y merodeadores y queda un vigilante nocturno a cargo de la seguridad pues las principales orgías se llevan a cabo durante la noche, cuando se activan también las alarmas internas para que el personal de servicio no merodee por los salones privados.
De todas maneras había allí material suficiente para hacerle caer la venda de los ojos a la incauta de mi hermana y obligarla a renunciar a su proyectos de boda.

Por lo tanto cerré la carpeta, me restregué las manos, encendí un nuevo cigarro y me dediqué a pensar en qué momento y cómo abordaría a Millicent mientras saboreaba una generosa dosis del inimitable “Remy Martin”.

(continuará)

UN PERFECTO CABALLERO (1ª Parte)

 

Autor: Amadeo Pellegrini Acosta 

Dedicado a mi dilecto amigo Alan Martinet

Siempre pensé que un individuo perfecto, lo que se dice perfecto, no existe. No, no sólo no existe, sino que en si mismo es una aberración. El hombre perfecto, como el hombre invisible, es un producto de ficción, un engendro, un invento; -en fin- ¡Un asco!

El asunto en realidad no es de mi incumbencia ni me importaría; si existiera ese hombre perfecto, allá él, que se lo lleve el demonio, mi problema no es el hombre, es mi hermana Millicent.

Bueno, para comenzar por el principio, debo decir que Millie, -digo Millicent- es mi medio hermana porque nuestro padre cometió la solemne estupidez de volverse a casar unos años después de enviudar, lo que demostraría por el absurdo que el hombre perfecto no existe pero sí el perfecto estúpido.

Millicent tiene ahora 21 años, es una belleza que resultaría adorable si no fuera caprichosa, testaruda, malhumorada y respondona, creo que nadie con una pizca de sentido común la tomaría por esposa, pero como además de sus defectos ella es rica, porque la segunda estupidez de mi padre fue incluirla en el testamento adjudicándole la mitad exacta de su fortuna, lo único cuerdo que hizo fue designarme albacea y su tutor hasta que alcanzara la mayoría de edad o contrajera matrimonio, con mi consentimiento -desde luego-  De suerte que hasta el presente he podido gobernar su vida.

Aunque gobernar, lo que se dice gobernar tampoco es exacto, porque ella es ingobernable, así que me limité a internarla en los mejores colegios que conseguí hasta que cumplió los dieciocho años y ya no quisieron admitirla en ninguna parte.

El problema que se me presenta en este momento es que se ha propuesto casarse y como para eso es necesario tener pareja, se puso pues de novia con ese individuo al que no me atrevo a llamar imbécil porque según ella y aquellos que lo conocen se trata de un perfecto caballero.

Ese es mi problema.

No se le conocen vicios ni defectos, no bebe, no fuma, no juega,  pero además es todo un dandy, lo visten los mejores sastres de Saville Row, es miembro de los clubes más selectos de Londres, sus antecedentes familiares también son impecables, de las ramas de su árbol genealógico cuelgan como manzanas almirantes, generales, obispos, dignatarios, magistrados y profesores, para peor es tan rico como mi hermana y lo peor de todo: ella está perdidamente enamorada de él.

¿Cuál es el problema entonces? Pensarán ustedes a quienes a lo mejor no les interesa la clase de cuñado que les toque en suerte, pero a mi que tengo que rendir cuentas y entregarle después de la boda todos los bienes de mi medio hermana para que los administre no me hace ninguna gracia, no señores. El patrimonio familiar se desmembrará por su culpa y eso me quita el sueño.

La solución sería oponerme a la boda. Parece fácil, si no fuera por el empecinamiento de Millie y porque su pretendiente no tiene ningún punto débil conocido, oponerse resulta entonces imposible.

Dije bien, conocido porque yo, que no creo en los hombres perfectos, estoy seguro que ese sujeto tiene gruesos defectos que disimula y esconde muy bien, de manera que para desbaratar esa unión dispongo de dos vías posibles: una el asesinato, otra descubrir sus taras, defectos y vicios para desenmascararlo delante de esa atolondrada.

Descarto el asesinato porque yo también me considero un gentleman  y tal extremo es inapropiado para alguien de mi clase, lo pertinente sería retarlo a duelo, pero olvidé señalar que el individuo en cuestión practica box, es excelente tirador y además un formidable esgrimista, que sin duda llevaría las de ganar en cualquier terreno a costa de mi integridad física, desde luego. Me queda desenmascararlo. Tarea nada sencilla por cierto habida cuenta que el maldito sólo frecuenta los altos círculos aristocráticos y financieros de la City donde no cualquiera accede

Recursos no me faltan así que apelando a mi natural astucia contraté los servicios de un sabueso particular que por veinticinco guineas de oro se comprometió a seguirlo noche y día hasta dar con sus secretos y una vez descubiertos prepararme un informe completo y pormenorizado.

* * *

Satisfecho con la solución hallada, me dediqué a esperar los resultados que no dudaba resultarían satisfactorios, porque como lo he repetido hasta la saciedad el ser humano perfecto no existe. Convendrán conmigo que es naturalmente imposible que exista.

Entre tanto comencé a preparar el discurso de ocasión que recitaría a Millicent en el momento de poner en sus manos el informe confidencial sobre el farsante de su pretendiente. -Comprenderán que me resisto aun aquí mientras escribo estas memorias a llamarlo su novio, menos aun su prometido-  Aunque haya tenido la osadía de pedirme oficialmente la mano de Millie.

Claro que, como carecía de argumentos valederos para negarme de plano, arteramente le pedí que me concediera unos meses de tiempo para asegurarme de los sentimientos de mi querida hermana.  Mi proposición resultaba sensata así que él, como "caballero", no pudo objetar nada, tuvo que aceptar nomás el aplazamiento de mi respuesta.

Como decía, abordar a mi hermanastra no es tarea fácil debido a su índole levantisca y contestataria, más propia de una fulana de los suburbios que de la dama que traté que hicieran de ella. Así pues, llevarle la contraria imposible, desenmascararlo como un farsante, peor. Lo mejor resultaría mostrarme como el hermano mayor preocupado, no por el destino de los bienes, sino por su propia felicidad conyugal impidiendo que resultara ultrajada por alguien indigno de ella; recién entonces pondría en sus manos el informe y aguardaría que Millicent sacara sus propias conclusiones y obrara en consecuencia.

* * *

El sabueso reapareció al fin, semanas más tarde, con una ancha sonrisa en su desagradable rostro, se quitó el sombrero al entrar, me saludó con una inclinación de cabeza pues en la otra mano portaba un gastado portafolios.

Como no hacía más que deshacerse en zalamerías, -pensando ciertamente en las veinticinco guineas-, le pedí que fuera al grano.

-Verá, Señor Wilson  -comenzó- sus pálpitos resultaron acertados, el personaje en cuestión, tiene sus -¡ejem!- debilidades, por así decirlo. Pero antes debo aclararle que no resultó fácil descubrirlo y bastante costoso llegar a la verdad pues tuve que sobornar a mucha gente... Sobornable claro, como criadas, cocineras, porteros, mayordomos, en fin gente de servicio que como usted bien sabe tienen ojos y oídos en todas partes y conocen más de sus amos y patrones que ellos mismos... Sí, por favor no se impaciente, lo resumiré en pocas palabras: el señor en cuestión acude regularmente a una casa de los alrededores de Londres a satisfacer sus extrañas aficiones disolutas...

Sí., Señor Wilson, disolutas, lujuriosas o pervertidas, como usted prefiera llamarlas...

Mientras ponía énfasis en esas palabras abrió su ajado portafolios y extrajo de él un voluminoso legajo que me tendió, mientras decía: -Aquí encontrará usted todo Señor Wilson, como lo pidió con pruebas, testimonios, documentos y fotografías. De paso le diré que estas últimas me salieron bastante caras pues hube de contratar a un fotógrafo profesional que me cobró veinte Libras por el trabajo y se negó a darme recibo... ¡Veinte Libras! Una estafa, Señor...

Tomé el fajo de papeles cuidadosamente encarpetados, lo deposité sobre la mesa luego de darle un ligero vistazo al contenido incluidas las fotografías de neto corte pornográficas, para librarme cuanto antes de la presencia de ese gusano fisgón le entregué las veinticinco guineas convenidas a las que añadí un billete de cinco Libras como gratificación adicional.

 Guardé en mi estudio bajo llave el frondoso legajo a cuya lectura me abocaría inmediatamente después de la cena, luego mandé un recado al Club comunicando que me hallaba impedido de asistir por una situación no prevista a fin que se ocuparan de conseguirme un reemplazante para la mesa de póquer de los jueves,.

(continuará)

Nelly, la profesora de la Prepa

Autora: Ana Karen Blanco

(relato basado en una experiencia de Roberto Ortiz)

A veces, a las personas que nos gusta escribir nos pasa que nos quedamos sin ideas. Pasa también que tenemos la idea pero no se nos ocurre cómo desarrollarla; pero lo peor es cuando las musas se nos vuelven esquivas y nos dan la espalda, negándose a colaborar. Quizás los escritores spankers tengan la ventaja de poder agarrarlas y poniéndolas sobre sus rodillas, obligarlas a cumplir con su deber de inspirarlos. Pero a las pobres spankees no nos pasa eso. Más bien tenemos que huir del Monte Parnaso antes que Apolo nos azote confundiéndonos con musas o ninfas traviesas. Así que cuando yo estoy falta de inspiración, en vez de ir a Grecia o visitar el Olimpo, siempre tan peligroso para las mujeres bellas (sí, ya sé que yo no sufriría ningún peligro, pero tengo derecho a ilusionarme ¿no?) me dedico a pedir ayuda a los generosos spankers que quieren compartir alguna experiencia con el resto de sus colegas, siempre con la intención de que sirva de ejemplo educativo a las spankees, y que tengamos presente qué nos podría suceder de estar en una situación similar. ¡Loados sean los dioses del Olimpo porque las spankees nunca acabaremos de entender!

Esta vez fue don Roberto Ortiz quien corrió en mi ayuda y me contó una experiencia de su juventud, cuando él estaba en la Prepa, en sus épocas de bachiller. Dice que fue una experiencia inolvidable y que la recuerda porque... Bueno, mejor vamos al relato en sí. Esto fue, más o menos, lo que sucedió:

Roberto se levantó temprano aquella mañana. No es que el acontecimiento lo mereciera, pero era el primer día de clases del segundo grado de la Preparatoria. Luego de un baño y un desayuno que él consideraba bueno pero que ningún nutricionista hubiese coincidido con él, salió de la casa en busca de Carlos, su compañero y amigo para marchar juntos a clases. La parada del autobús ya era conocida pues el año anterior habían hecho el mismo recorrido que ese día estaban repitiendo.

Exactamente como el año anterior, el autobús de esa hora venía repleto, así que no les quedó más remedio que viajar parados. Las personas que viajan a esa hora en los transportes públicos, suelen ser "grises", es decir: hombres de trajes oscuros rumbo a sus oficinas, señoras vestidas con colores sobrios dirigiéndose a su trabajo, jóvenes con sus uniformes charlando animadamente... Pero ella era diferente a todos, por eso captó la atención de Roberto y de su amigo. Los ojos de los jóvenes no podían dejar de mirarla, como tampoco pudieron dejar de decir varias frases que hicieron que la mujer se incomodara. Vestía un traje rojo tipo sastre que la hacía verse hermosísima y resaltar del resto del pasaje. Los jóvenes cuando están acompañados siempre se animan a decir cosas que solos jamás dirían. Pero eran dos y lograron que la bella dama se ruborizara con sus frases.

Un par de cuadras antes de llegar a la escuela, la chica, que era un poco mayor que ellos, descendió bastante molesta del autobús. Los chicos siguieron su ruta y al llegar a la parada de la escuela, bajaron y se dirigieron al salón de clases. La primera hora tocaba una aburrida y tediosa clase de historia que pasó sin novedad. La segunda hora les trajo una materia nueva: Ética. En el receso entre materias, todos aprovecharon para saludar más efusivamente a los compañeros del curso anterior y contarse algunas novedades de las vacaciones. En lo mejor de la charla y las bromas, irrumpió en el salón la nueva profesora que les impartiría Ética. Roberto y Carlos quedaron boquiabiertos... Para su sorpresa era la misma chica del autobús, a la que habían molestado y habían logrado fastidiar. Carlos se puso muy nervioso, pero no sucedió lo mismo con nuestro protagonista, al que le divirtió la idea de lo que estaba pasando.

La nueva profesora tomó su puesto sin dejar entrever ninguna reacción. Se mantuvo calma y fría como si fuera la primera vez que veía a los muchachos, aunque los tres sabían que no era así. Se puso de pie ante la clase y se presentó: "Soy la profesora Nelly, y le impartiré la clase de Ética", dijo. Y comenzó a disertar sobre su materia. El resto de la hora transcurrió sin ningún inconveniente, pero al finalizarla, Carlos y Roberto fueron llamados por Nelly a su escritorio. Cuando los tuvo delante se puso de pie y comenzó a caminar mientras les decía:

-Así que les gusta molestar a las mujeres ¿eh? Pues conmigo van a aprender a no hacerlo.

Carlos bajó la cabeza y guardó silencio, pero Roberto no soportó la situación y le contestó:

-Creo que usted también va a aprender algunas cosas... profesora Nelly.

-Pero... ¿cómo se atreve? ¿Usted cree que esa es la forma de hablarle a su profesora? -le dijo mientras que le lanzaba una mirada desafiante y chispas de ira salían por sus ojos. Pero Roberto no se dejó intimidar:

-No. No le hablaría así si fuese usted una profesora como dice serlo, pero... empiezo a dudarlo.

Sin permitirle ninguna respuesta, le dio la espalda y salió del salón con una sonrisa de triunfo en su rostro. Había ganado el primer round.

Los encuentros y discusiones se hicieron cada vez más frecuentes en el primer trimestre. Cuando habían pasado dos meses del segundo trimestre y más de la mitad el curso había quedado atrás, un lunes con su nueva carga de clases se hizo presente. Roberto apareció corriendo en el salón a sabiendas que llegaba tarde. Cuando intentó entrar dirigiéndose a su lugar...

-¿Dónde cree que va Roberto? -le dijo con un tono bastante burlón. El chico se paró en seco y devolviendo su tono le contestó:

-A mi asiento profesora Nelly.

-Quizás no se haya dado cuenta, pero la clase comenzó hace 20 minutos.

-Sí, me dí cuen...

-Retírese inmediatamente del salón de clases y espere fuera a que terminemos -le dijo, interrumpiéndolo y señalándole la salida con el índice- No me interesa oír sus excusas. Fuera del salón ya mismo.

Roberto recordó algunos de los últimos episodios de semanas anteriores y comprendió que era inútil cualquier motivo que quisiera esgrimir, así que giró sobre sí mismo y salió del salón.

Pasados unos 25 minutos, la campana sonó dando por terminada la hora de Ética, así que se paró sobre un costado de la puerta permitiendo que la oleada de jóvenes saliera a su antojo. Una vez despejado el salón, se asomó a la clase. Quedaban dentro su amigo Carlos y un puñado de compañeros, chicos y chicas. Nelly lo vió y le hizo seña de que entrara y se acercara a ella. A medida que el joven obedecía, observó a la bella profesora que iba enfundada aquel día en un bonito y ligero vestido, con la falda muy amplia, color negro estampado con flores rojas. Se veía espectacular y lo sabía. No hay nada más seductor que una mujer hermosa que sabe que lo es. Sin levantar la vista del escritorio, le espetó:

-¿Por qué llegó tarde y además no entró a clase? -le dijo en un tono burlón pero servero. Ambos sabían que ella lo había echado del salón, y eso enervó a Roberto, que se puso realmente molesto ante la actitud de la profesora.

-Pero profesora, usted vio que entré y me echó del aula.

-Yo nunca hice eso -le dijo mientras que se ponía de pie y se sentaba en la orilla del escritorio, quedando enfrentada a su alumno- El ser un irresponsable es lo que ha hecho que no entre cuando sabe que debe hacerlo.

La ira de Roberto iba en aumento.

-Mira Nelly -le dijo visiblemente molesto y olvidándose del título de la chica- desde que te conocimos Carlos y yo, he notado que no soy de tu agrado, pero no te preocupes que tú tampoco lo eres para mí.

Con el tiempo Roberto se llevaría una gran sorpresa al descubrir que los sentimientos de su profesora no eran los que él imaginaba. Pero en ese instante la cara de Nelly se transformó.

-Es usted un insolente Roberto -le gritó- ¡Váyase! ¡No quiero volver a verlo en mi clase!

-No te preocupes Nelly, me iré. Pero antes te voy a enseñar que también los alumnos merecemos respeto.

No le dio tiempo a reaccionar, ni a ella ni a sus compañeros de curso. La tomó del brazo, se sentó en la silla de los profesores y jalándola fuertemente la puso sobre sus rodillas, mientras la  sujetaba firmemente de la cintura. Entonces comenzó a nalguearla.

En cada palmada Roberto sentía la dureza de aquellas nalgas que temblaban con cada impacto. Al apoyar su mano percibía la redondez de cada cachete y la hendidura que separaba los dos hemisferios.  La amplitud de la falda y el delgado grosor de la tela le permitía nalguearla como si estuviera desnuda. Sentía el borde de su ropa interior, y hasta podía palpar el encaje de sus bragas. No le había propinado más de 10 o 12 nalgadas cuando sus gritos se hicieron casi insoportables, mientras que los compañeros de curso del chico reían y un par de chicas le decían: "¡Robert, déjala!", pero él estaba tan ensimismado en su tarea que hizo oídos sordos a lo que le decían y continuó nalgueándola hasta sentirse satisfecho.

Seguramente Nelly sentía la fuerza y el vigor de la mano de Roberto. Si en ese momento hubiese levantado su falda, sus nalgas se verían rojas y brillantes. La forma de nalguear de este joven, de abajo hacia arriba, hacía que a veces se levantara la fina tela del vestido y por unos segundos se viera algo más de lo conveniente en una profesora de Preparatoria, además de que los azotes se sentían mucho más fuertes así.

Con la intención de que alguien fuera en su ayuda, la profesora gritó y pataleó más de lo conveniente, cosa que hizo que el resto del alumnado se agolpara en la puerta para ver el espectáculo. Con seguridad no había en esa multitud ningún profesor, o hubiese impedido la azotaína. Al menos eso supuso Roberto.

Cuando le pareció suficiente la soltó. En el momento en que pudo sostenerse por sí misma, levantó su mano como para abofetear o arañar al hombre que le había hecho pasar la vergüenza de su vida, pero con un rápido movimiento el chico tomó las manos de la mujer y le dijo con voz firme:

-Mi querida profesora... si no te calmas o si tratas de pegarme, no dudaré en repetir el castigo sobre esas deliciosas nalgas que tienes.

Nelly tenía la cara roja, quizás de vergüenza, quizás por el tiempo que estuvo sobre sus rodillas con la cabeza baja, quizás por la rabia contenida que no podía manifestar como quisiera. Cuando le soltó las manos, Nelly bajó la cabeza y comenzó a frotarse las nalgas, en forma muy discreta pero vigorosa. Mientras caminaba sin dejar de mirarlo,  lo llenaba de insultos que a Roberto le sabían a triunfo y gloria.

Al salir de la clase seguido de Carlos y el resto de los compañeros, muchas miradas de asombro en algún caso y de admiración en otros se posaron en el nalgueador. Nelly quedó en el salón y Roberto se enteró más tarde de que no se presentó en la Preparatoria por dos semanas. Claro que él tampoco lo hizo. Lo que sí hizo fue darse de baja de la clase de Ética, actitud que le valió tener que repetir la materia al año siguiente. Pero estoy segura que quien le pregunte a Roberto si valió la pena, la respuesta será ¡SÍ!

FIN