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Relatos de azotes

El entrenamiento de jazmín

El entrenamiento de jazmín

Autora: Domme Lili

 

El motor del auto se apagó así como el último rayo de sol en el horizonte.


jazmín {DL} tensionó su cuerpo desnudo sobre el asiento de la moto, mientras escuchaba los pasos de las botas -que adivinó negras- acercándose.

En silencio, Domme tomó la correa de la moto, y atando sus manos en el manillar, le dijo seca:
- Acuéstate en el banco, una pierna para cada lado....

jazmín obedeció, y al terminar nota que casi no puede tocar el césped con las puntas de sus pies.

Siente como dos guantes de cuero grueso, utilizados para manejar la misma moto -lo sabía por la textura que la acariciaba en el momento- la recorrían impunemente, a veces acomodándola mejor, a veces vejándola aún más. Cuando parecía que todo había adquirido una extraña calma...
 
El sonido de la fusta cortó el aire y su inconfundible ardor empezó a distribuirse en toda la extensión de sus nalgas y piernas  como si una orquestra la accionara...

Las gotas gruesas de la tempestad que había amenazado llegar durante la tarde, empezaron a caer sin que ninguno de los dos personajes dejara de mantenerse sumergido en su mundo de sádico placer... Gotas que parecían querer colaborar con la sumisa, refrescándola de su tormento.

jazmín, ya sin poder disimular toda la delicia que esos azotes le propiciaban, empezó a mecerse, al principio casi inconscientemente. Después, todo su cuerpo se movía, tratando de culminar el gozo que se avecinaba. Casi no soportaba más la fusta, ni la lluvia, ni la demora en terminar el castigo. Apenas deseaba que nada la detuviera hasta llegar al clímax y así lo  demostraba en el asiento de cuero que la mantenía, con movimientos de hembra en celo.
 
Domme, dándose por satisfecha cuando el tono rojizo de su sumisa se aproximó al del horizonte, se retiró del lugar, dejando la moto encendida.

 

Un pensamiento cruza fugazmente la cabeza de jazmín: "No dice adónde va, si regresará..."
Los gemidos incontenidos de su placer la alejaron de cualquier análisis. La moto vibraba como queriendo arrancar mientras el cuerpo castigado y ya complacido de jazmín se distendió  completamente.
 
¡Bien que su Dueña le había advertido que su entrenamiento en ese bosque tropical sería muy severo!, recuerda sonriente jazmín.

 

DL

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Cuando mi Señora se fue no pude evitar quedarme esos minutos más sobre la moto y terminar lo que deliciosamente había iniciado, recordando mientras voy montada hacia el clímax, la textura de la piel de los guantes recorriéndome.

 

Cuando terminé, entré a la cabaña, por fin noté la fría lluvia; decidí darme un baño rápido y con solo mandil ponerme a preparar una cena ligera.


Espero que llegue pronto, la necesito junto a mí, necesito saber que mi castigo sirvió para su perdón.

Terminé de cocinar y preparar una linda mesa; luego, junto a su sillón favorito al lado del fuego, me arrodillé a esperar…

 

jazmín{DL}

Tercera edición: Nalgadas de personas más jóvenes a personas mayores

Tercera edición: Nalgadas de personas más jóvenes a personas mayores

Nota del Editor: Ante la cantidad de comentarios (más de 700) que produjo este artículo desde inicio de año, con el consiguiente agotamiento del espacio que Blogia dedica a los mismo, publicamos con mucho gusto nuevamente este magnífico artículo con el fin de que continúe el hilo de charla. Este es el enlace del emplazamiento del primer artículo original:  http://azotes.blogia.com/2006/033102-nalgadas-de-personas-mas-jovenes-a-personas-mayores.php y este es el emplazamiento del segundo artículo: http://azotes.blogia.com/2010/011001-segunda-edicion-nalgadas-de-personas-mas-jovenes-a-personas-mayores.php

Buen verano 2010!(Hemisferio norte y en el Sur que el invierno sea agradable)

Autor: thebestspanker@yahoo.com

Nota del Editor: este relato está basado en hechos verídicos que le ocurrieron al narrador.

Sobre el tema en cuestión, habré de decirles que, desde bastante joven tuve algunas ocasiones de sobar y dar unas cuantas nalgadas a los traseros de respetables damas que me llevaban añitos, algunas varios más, algunas unos cuantos.
   
Recuerdo un incidente en particular, cuando me tocó hacer de enfermero de una muy interesante dama –semi pariente-. Ella era paraguaya y para entonces estaría bordeando los 40, mientras quien esto escribe andaría por los 22 o 23 añares.
  
Resulta que esta casi tía mía, quien estaba pasando una temporada al cuidado de una anciana que vivía muy cerca de la vivienda que entonces moraba con mis padres, andaba bastante resfriada y la cosa se había complicado con una bronquitis que casi no le dejaba respirar.
  
Por conveniencia y también por afinidad, una vez que había atendido a la anciana, ella se venía a compartir las comidas del medio día y de la noche a la casa.
  
Fue en una de esas visitas que salió el comentario de que se sentía verdaderamente mal, pero que tenía que pasar la noche cuidando de la anciana y que, lo peor de todo era que la enfermera que le había colocado la primera inyección -de 3 dosis recetadas-no podría ir ese día.
  
Ni corto ni perezoso, me brindé a colaborarla, puesto que era el flamante poseedor de un certificado que garantizaba mi habilidad de brindar primeros auxilios, que había recientemente logrado mediante un curso que se dictaba en la Cruz Roja.

Viendo a aquella mujer aún joven y bien proporcionada, de cuerpo delgado y caderas gratas a la vista que cruzaba conmigo su mirada sorprendida, pude observar cómo invadía su rostro rápidamente el rubor, propiciado, supongo, por lo extraño de la situación. Es quizás necesario aclarar que estábamos los dos solos, en el comedor de diario, ya que el resto de la familia se encontraba disfrutando de la televisión en la planta alta.

Me preguntó si tenía experiencia colocando inyecciones y le respondí que sí, que había resultado el mejor del curso en aplicarlas vía intramuscular y que, en definitiva, las endovenosas me daban un poco más de trabajo, por lo que tenía cierto temor de aplicarlas.

Me respondió que, por ese lado no habría problema, porque las inyecciones que necesitaba eran intramusculares. Pero, precisamente por eso –me confesó- le daba mucha vergüenza pensar en que yo se las aplicara y concluyó con que era mejor que buscara una farmacia donde pudieran inyectarla. Me pidió pues que más bien la acompañara a buscar una.

Sin embargo, no pudimos encontrar ninguna cerca y ella se sentía muy mal, por lo que me pidió que la acompañara a la casa de la anciana, donde ella vivía temporalmente.

Llegados allá, me invitó a pasar un momento, para invitarme un café y me pidió que la esperara en una amplia sala que poseía la casa de la anciana.

Cuando regresó con el café, me sorprendió al decirme que lo había pensado mejor y de que, dadas las circunstancias aceptaba mi ofrecimiento. Me dijo que ella tenía las ampollas de penicilina y las botellitas de agua mezclada con silocaina. Le repliqué, algo turbado, que requeriría también algodón y alcohol medicinal y me dijo que no habría mayor problema.

Mientras aún saboreaba el café y conversaba, con ella recostada en un extremo del amplio sillón, le pregunté si no sentía que tenía temperatura. Como respuesta, me pidió que fuera a su habitación y que buscara el termómetro que había dejado sobre la mesa de noche, mismo que encontré en aquella ubicación, junto a 4 ampollas y dos jeringas descartables.

Sin pensarlo mucho, cogí una de las botellitas de agua, la partí por el cuello como me habían enseñado en el curso y procedí a llenar una de las jeringas con su contenido, para posteriormente romper el sello de la ampolla que contenía la penicilina benzatínica de 1.200 unidades que le habían recetado y proceder a mezclar el agua con el polvo blanco hasta formar una sustancia viscosa que agité con firmeza hasta verificar que no quedaran grumos. Acto seguido, volví a cargar el contenido en la jeringa, puse el protector en la aguja y fui a buscarla.

De retorno en su habitación, bastante excitado por cierto, y con una erección de los mil demonios que intentaba disimular bajo mi jean, sin poder conseguir ocultar la protuberancia que se había formado como frondosa vena en mi bolsillo frontal derecho y que bajaba por parte de mi pierna, me atreví a decirle que, primero le tomaría la temperatura y que después le aplicaría la inyección, por lo que la invité a recostarse de bruces y soltarse el pantalón. Me preguntó algo extrañada si no le iba a tomar la temperatura primero y le respondí que sí, pero que sería rectal, que era la más precisa. Confundida, me preguntó como se tomaba esa temperatura y le expliqué que debería introducir el termómetro en su ano. Uffffffffffffff!!!!!!! Casi me muero y cómo temblaba mi voz al hacerlo!!!!! Rápidamente, me respondió que no, que era suficiente y que quizás sería mejor que volviera a casa. Le repliqué que ya había preparado la inyección y que si no deseaba que le tomara la temperatura estaba bien. Quizás, ella misma podría hacerlo luego, pero insistí, quizás con un poco de morbo y porque realmente sigo pensando que es la mejor manera de tomarla, que cuando lo hiciera, introdujera el termómetro en su ano.

Con bastante recelo, terminó por aceptar finalmente que la inyectara, no sin repetir su negación varias veces, pero, dado su frágil estado, terminó por ceder finalmente y, mientras soltaba el broche del pantalón se recostó de bruces en su cama.

Me acerqué por detrás y le bajé de un tirón el pantalón hasta media pierna, ocasionando que ella tratara de levantárselo nuevamente. Instintivamente, sin meditarlo, le apliqué un par de nalgadas por hacerlo y le dije que se quedara quieta. Casi de inmediato me disculpé, pero no recibí respuesta alguna y solo vi como fruncía las nalgas y ocultaba la cabeza apretándola contra la cama. Observando esto y más envalentonado, cogí con mis dos manos su calzón (negro de poliéster) por la banda superior, a la altura de las caderas y de un golpe se lo bajé hasta la base de las nalgas, descubriendo a mi vista un par de blanquísimas carnes con una ligera coloración rosada en una de ellas (la izquierda). En ese momento, vi como tensionaba aún más las nalgas y le indiqué que debería relajarse para recibir la inyección, pero sólo recibí su silencio. Paso seguido, busqué la jeringa y recién me percaté que no tenía el algodón y el alcohol, por lo que le pregunté donde los tenía. Sin moverse y con la boca apretada contra la cama, me dijo que buscara en su ropero, mientras permanecía así, expuestas sus nalgas a mi ansiosa vista.

Una vez obtenidos ambos elementos, volví donde ella y procedí a limpiar la superficie donde aplicaría la inyección (escogí la nalga izquierda). Le pedí que pusiera sueltas las nalgas pero como no lo hacía, apliqué la técnica aprendida de dar unas palmaditas hasta lograr que finalmente estuvieran más sueltas (debo decir que fue un gran deleite para mí, puesto que las palmadas consistían en rítmicos y suaves golpes de mis dedos contra esas suaves carnes contenidas por una piel firme, como pude comprobar). Cuando vi conveniente, pellizqué una extensión apropiada de su nalga e introduje la aguja con un suave golpe que al parecer apenas percibió, para luego proceder, previa comprobación de que no había perforado ningún vaso, a introducir suavemente el viscoso líquido. Ella empezó a quejarse por la sensación de dolor (la penicilina benzatínica es una inyección bastante dolorosa), por lo que disminuí la presión en la base superior de la jeringa y me di todo el tiempo del mundo para aplicársela. Cuando terminé, jalé la jeringa y vi como salía un poquito de líquido blanquecino del pequeño hueco que dejó, por lo que presto acudí con el algodón empapado en alcohol para proceder a friccionar ese espacio. Instintivamente, coloqué con descuido mi mano libre sobre la otra nalga y, cayendo en cuenta, también se la acaricié. ¡Vaya que me puse cachondo con ello! Más grato, sin embargo, fue ver que ella me dejaba hacerlo. Cuando concluí este impensado sobeo que se prolongó por unos deliciosos e interminables instantes, casi de manera natural, le aplique unas cuantas nalgadas más y le subí los calzones, indicándole que podía vestirse.

Lentamente, mientras se incorporaba de la cama, giró su rostro hacia mí, aún dándome la espalda y pude observar, además del marcado rubor que inundaba sus mejillas, una amplia sonrisa que contagiaba hasta a su mirada, mientras me agradecía y me pedía que volviera al día siguiente para colocarle la otra inyección y ponderaba mis dotes de enfermero.

Ah! Me olvidaba, sí terminé, aunque no ese día, tomándole la temperatura rectal y puedo confesarles que le coloque muchas inyecciones más, que le di muchas nalgadas (aunque nunca disciplinarias como siempre deseé hacerlo) y que acaricié aquellas carnes a lo largo de todo ese año que permaneció cerca de nosotros.

El resto, me lo guardo en un rinconcito especial de mi memoria.

En La Paz, a 22 días de marzo de 2006

El anuncio

 

Autor: Ana K. Blanco

Cuando consiguió aquel trabajo Ximena se puso feliz, pero con el tiempo se aburrió. Viajar de un país a otro controlando de incógnito la calidad del servicio de una gran cadena de hoteles, alojarse en lujosas habitaciones y hacer informes interminables llegó a aburrirle. Lo único que tenía de bueno era que conocía diferentes países y lugares pero muchas veces no tenía tiempo de recorrer nada. Pero aquella vez era diferente. En el condado de Dade había varias sucursales además de Miami Beach, Key Biscayne, Coconut Grove... Aunque no las recorrería todas, aún así debía quedarse más tiempo del regular.

 

Pero hacía calor. Demasiado calor y demasiada lluvia fuera del hotel, y demasiados rubros en los que fijarse para analizar y controlar dentro. Julio en Miami significaba calores extremos y lluvias torrenciales, además de la posibilidad de huracanes.

 

Aquella mañana se levantó temprano para ver el sol, que salía y se ocultaba con una velocidad increíble en esa parte del mundo. Pidió el desayuno a la habitación y lo tomó en la espectacular terraza con vista a la playa. Hacía varios días que andaba por allí y tenía los nervios de punta. Estaba cansada, estresada y con trabajo pendiente. Había visitado 3 hoteles y aún le quedaban otros tantos en otras partes: Coconut Groove, Key Biscayne y luego Fort Lauderdale. Abrió el Miami Herald y recorrió sus páginas sin mayor interés. Llegó a la parte de los clasificados y pensó que Miami sería un bonito lugar para vivir. En una rápida recorrida de los avisos donde se ofrecían varios servicios, un aviso con una sugerente imagen, llamó su atención. Escrito en letra negrita se leía:

 

"Caballero maduro, educado, estricto y amante de la disciplina se ofrece para educar a dama con tendencia a la rebeldía, mala conducta, desorden y desobediencia. Método SPK con resultados garantizados; especialista en OTK. Comunicarse con Severo Clemente a xxsevexx@miami.com.usa"

 

Durante varias horas le dio vueltas en su cabeza, hasta que se decidió a escribirle y luego de intercambiar el primer mail comenzaron a chatear. El calor era insoportable, si no fuera por la bendición del aire acondicionado, habría renunciado al trabajo, pero era poco lo que debía salir del hotel. El verano es esa época del año en que todo el mundo piensa en vacaciones y la gente está pensando en entregar o retirar trabajos; Ximena y Clemente no eran la excepción, pero la conversación por Chat era sumamente interesante: picante, inteligente, divertida y excitante. Ambos se provocaban, él amenazaba y ella se burlaba... respetuosamente, claro.

 

En esas conversaciones Ximena le había confesado que era de las mujeres que gustaban tener experiencias especiales: estar sexualmente con otra chica, seducir un hombre mayor en un restaurante para terminar con él en el baño... Una de sus fantasías aún no realizadas era recibir una azotaína.

 

Clemente no quiso perder tiempo y la invitó a una de las cafeterías cubanas más famosas de Miami: La Carreta de Bird Road y la 107 Avenida del SW era famoso por su coladas de café cubano, con frío o calor. En cambio las heladerías no eran tan buenas y más valía comprar algo en un supermercado.

 

Al día siguiente Ximena salió una hora antes del horario convenido. Tomó por el costado del puerto donde estaban anclados los enormes cruceros como gigantes esperando devorar a todos los que se le acercaran. El Dolphin Expressway la llevó por el borde del downtown y al acercarse al aeropuerto se preparó para combinar con el Palmetto Expressway donde podría bajar en la 40 SW Street, más conocida como Bird Road.

 

Un BMW descapotable color verde metalizado se estacionó en el parking del famoso restaurante. Una hermosa joven enfundada en un ligero vestido, corto y elegante, bajó apoyando sus sandalias de fino tacón, color amarillo como su bolso. Ximena destilaba refinamiento y seducción en cada uno de sus movimientos. Clemente se quedó pasmado viendo como aquella belleza de piel bronceada y pelo ensortijado, largo y brillante como la miel se dirigía a las puertas del lugar. Apenas entró dio una rápida mirada y sin dudarlo se dirigió hacia él. Se saludaron con un beso y la charla se fue deslizando suavemente, como si se conocieran de siempre. Hablaron de todo un poco: relaciones de pareja, familia en general, trabajo, gustos generales... Ambos eran personas educadas, inteligentes, seguras de lo que querían; la química se instaló entre ellos en medio de los refrescos y risas. La colada de café cubano sirvió para dar término al encuentro y poder dirigirse a algún lugar para jugar.

 

El BMW verde metalizado corrió por las calles y avenidas hasta llegar a un motel conocido por Clemente. Allí bajaron y el hombre tuvo oportunidad de disfrutar más detenidamente el vestuario de la chica. Era como él se lo había pedido: vestido liviano, sin perfume, sin maquillaje, discreta, elegante y quería imaginar que también en la ropa interior lo había obedecido y tendría puestas las braguitas blancas de algodón.

 

La habitación no tenía nada de particular, era como todos esos moteles que están por las carreteras del país. Ximena estaba muy nerviosa, era su primera vez y no sabía cómo saldría todo aquello. Clemente lo notó, así que sintonizó un canal de música para suavizar el ambiente que se notaba tenso. El volumen era un poco más alto de lo normal, y la joven imaginaba por qué.

 

-Bien... Aquí estamos para comenzar a enderezar tu conducta -dijo Clemente con toda la seriedad de la que fue capaz-. Razones para azotarte tengo hasta por demás. Tú misma me has confesado todos tus errores por los que mereces un buen castigo. Veremos si de verdad quieres cambiar... comencemos ya con esto. Y recuerda: si por cualquier motivo quieres detener el juego por un momento, dí "amarillo". Y si me dices "rojo" la sesión se terminará sin posibilidad de retomarla. Está claro ¿verdad?

 

La joven asintió. Clemente abrió su mochila y sacó del interior diferentes elementos, algunos desconocidos para Ximena y otros muy conocidos, como aquel cepillo de pelo que parecía pesar más que su alma. También había una regla de madera, una paleta de ping-pong con cubierta de goma, un trozo de cuero con mango y... una extraña fusta con un mango grueso y corto. Era retractil. Cada instrumento era estudiado por la joven con interés y algo de morbo. Cuando se dio vuelta fue tomada por sorpresa y colocada sobre las rodillas de Clemente. Fue entonces que la tomó de la cabellera, por la nuca y tiró levemente:

 

-Jovencita... más vale que te relajes, porque no hay retorno -susurró el hombre-. Estuviste esperando esta aventura desde hace tiempo y nada me va a impedir que te ponga las nalgas ardientes y coloradas.

 

Colocó su mano sobre las pétreas nalgas juveniles y las acarició. Midió el golpe y la palmeó varias veces, en forma pausada y cadenciosa. Eran golpes dulces, sensuales y que hacían gemir placenteramente a Ximena. Lentamente los azotes fueron aumentando, en forma casi imperceptible para la mujer; luego de un rato comenzó a sentir el calor de la sangre que se agolpaba en la zona de sus sentaderas.

 

Sintió cómo se levantaba la falda mientras que Clemente miraba con agrado el calzoncito blanco que cubría totalmente las nalgas, excepto por unas pequeñas marcas rojas que sobresalían por los costados de las bragas. Unas caricias seguidas de más azotes fue lo que sintió antes de que Clemente le hablara una vez más:

 

-Muy bien... llegó el momento de pagar las consecuencias de tus provocaciones -un leve estremecimiento movió a la joven ante las palabras del hombre-. Quiero que recuerdes todas las cosas que me dijiste a través de la PC. ¿Las recuerdas? Porque yo no las he olvidado. Espero que estés preparada para esto...

 

Comenzó a bajarle las bragas, y ante el asombro de Clemente, la joven no se lo impidió. Tenía dos globos hermosísimos, y lucían más hermosos aún colorados como estaban en aquel momento. Sintió unos enormes deseos de poseerla, pero no era momento aún, así que se conformó con acariciarla y bajar las bragas hasta la mitad del muslo. No le pegó demasiado fuerte, pero el picor de la nalgada se sintió una y otra vez.

 

-Puedes sufrir y llorar, o puedes sufrir y gozar, tú eliges. Sólo te hago una advertencia: no se te ocurra mancharme los pantalones con tus jugos, porque el castigo será peor aún.

 

Luego de unos azotes más, le ordenó que se parara en el rincón. La joven obedeció. De repente sintió que su vestido se alzaba y era colocado en el escote para que no cayera y tener todo el panorama de las rojas nalgas a su vista, que no podía ser más grandiosa. Se acercó a su oído y susurrando le dijo: "no se te ocurra moverte".

 

La vista desde su silla era espectacular, y el deseo de Clemente por aquella joven aumentaba cada minuto.

 

-Ven aquí inmediatamente, quiero probar mi fusta contigo. Quizás de esa forma puedas dejar tu costumbre de dejar las cosas para después. Detesto a la gente procrastinadora -decía Clemente mientras que desplegaba su fusta retráctil ante la mirada atónita de Ximena-. Y quítate las bragas.

 

Empujó el torso de la muchacha sobre la mesa, y la colocó con las piernas separadas y su intimidad totalmente expuesta. La fusta comenzó a hacer su trabajo, en forma discreta y suave, pasando el canto por el ano y la vulva, una y otra vez. La hinchazón en toda la zona genital era imposible disimular y los jugos que comenzaban a deslizarse por la entrepierna.

 

La erección de Clemente era imposible de mantener dentro de sus pantalones; el pene pujaba por salir y el dolor de sus partes íntimas se había tornado insoportablemente cruel. No sabía cuánto tiempo más podría soportar aquella situación.

 

Sin que Ximena pudiera verlo, sacó un plug de tamaño mediano y lo introdujo de sorpresa en el canal rectar de la joven, que se retorció de placer, lanzando un casi inaudible gemido. Por su reacción parecía no estar acostumbrada al uso de tal elemento, así que Clemente, experimentado en hacer gozar a sus spankees con este tipo de juguetes, hizo deleitar a la joven y a su vez él también disfrutaba al verla.

 

Ese juego con el plug hizo que la tensión sexual de Ximena aumentara de forma increíble. Entonces el hombre terminó de desvestirla y luego se quitó toda la ropa. El cuerpo juvenil de la chica hizo que Clemente la besara y recorriera su tersa piel con total libertad. No tardó demasiado en cambiar el lugar que ocupaba el plug por su pene, forzando a que la joven se colocara en cuatro patas sobre la cama. De una estocada su ano se convirtió en la vaina de la increíble daga que la estaba invadiendo. Apenas se quejó, hasta que se acostumbró al dolor y comenzó a retorcerse de placer. Sin sacar el pene de la tibia vaina, las manos de Clemente acariciaban el endurecido clítoris y los magníficos senos, túrgidos y abundantes. La joven comenzó a correrse una y otra vez, hasta casi desfallecer de placer.

 

Mientras que la joven se recobraba, Clemente fue a higienizarse. Al regresar, ella seguía en la misma posición, por lo que se acercó a ella y le colocó el pene frente a su boca, como indicándole cuál era el próximo paso a seguir. No tuvo que decir más nada. La boca de Ximena se abrió como una planta carnívora, devorando de un bocado aquel enorme pedazo de carne inerte, que comenzó a cobrar vida en la tibieza de la boca. Los labios eran los carceleros que no dejaban escapar la presa, y los dientes y la lengua se convirtieron en los dulces torturadores que hacían crecer el pene a un tamaño inimaginado. Humedad, calidez, suavidad, dulzura, manos diestras, placer sin límites... todo era poco para describir la magistral forma de hacer sexo oral de aquella delicada joven. La explosión de lluvia blanca bañó su rostro, cabello, senos y vientre mientras que el hombre aullaba emitiendo sonidos guturales y palabras sin sentido.

 

Aquellas sesiones se repitieron dos veces más, y luego la chica del BMW verde metalizado despareció para siempre. Quizás alguien pueda localizarla en alguna sucursal de la cadena de hoteles para el que trabaja. Si la ubican... bastará con que le muestren las letras SPK y OTK. Ella comprenderá y seguramente recuerde aquel aviso clasificado que la hizo vivir momentos inolvidables.

 

 

Problemas con el alcohol

Autor: Alejandra

Mi nombre es Alejandra, yo soy una profesora de 46 años soltera. Vivo con mi madre, Amparo, una señora de 70 años, trabajo en un Liceo común, pero dentro de mi normalidad profesional, guardaba un gran secreto y problema. Era adicta al alcohol. Los fines de semana no me faltaba mi botellita, me encerraba en mi dormitorio y le daba el bajo. Los días de semana igual bebía un poco pero de forma que no se notara el día siguiente cuando yo tenía que trabajar.

 

Mi vida cambió radicalmente cuando al pueblo llegó un psicólogo para el Hogar de Menores. En mi casa si bien no teníamos problemas económicos, pero una entrada más nunca viene mal.

 

Era un joven de más o menos 28 años de nombre Felipe, 1,85 m. (yo mido 1,58) ojos claros, mirada penetrante, pelo castaño claro, así como galán de teleseries, que a penas lo vi me remeció el piso. Era muy galante, caballero, ordenado, le gustaba que estuviese todo limpiecito, especialmente sus cosas, yo soy bien desordenada, así que es la antítesis de mi.

 

De primera no compartíamos mucho. El llegaba del trabajo cenaba y se iba a su pieza, con mi madre conversaba un poco más porque ella estaba casi todo el día en casa. Cuando yo trabajaba, él la acompañaba al médico, tenía siempre muy buena voluntad. Era algo tímido y reservado.

 

Un día mi mamá para que no bebiera ese fin de semana escondió mi botella de vodka en la pieza del pensionista. Yo desesperada no la encontraba, busqué por toda la casa y la encontré y no encontré nada mejor que beberla ahí mismo, totalmente ebria vomité sobre el piso y me quede dormida en la su pieza.

 

Al día siguiente, domingo, al despertar tomé conciencia del hecho y convaleciente, después de darme un buen baño, limpié toda la pieza, pero igual algo de olor quedó. Llegó Felipe, encontró olor a licor en su dormitorio y alegó, me dijo, Señorita Alejandra, está bien que sea su casa, pero le estoy pagando por esta pieza así que tengo derecho a que se me respete, amenazó hasta con irse de la casa, le supliqué que me perdonara que no lo volvería a hacer.

 

Felipe no halló nada mejor que preguntarle a mi mamá, Señora Amparo, ¿Es primera vez que Alejandra bebe tanto? Y ella le dijo la verdad, que yo era adicta, eso fue delante de mí y se me cayó la cara de vergüenza.

 

Él dijo con su sapiencia que no me avergonzara me abrazó fuerte, y me dijo que era una enfermedad, que no me sintiera culpable, que me ayudaría a salir. Cuando me abrazó sentí tanta excitación que lo apreté fuerte con mis brazos.

 

En la hora de la once, conversamos y mi mamá contó que ella me crió sola, Felipe le dijo, sabe Señora Amparo, el problema que Alejandra siempre hecho lo que ha querido, usted es muy buena mujer por eso nunca la castigó y nunca le puso límites. Si quiere que ayude a su hija déme el consentimiento para castigarla. Habló haciendo un símil con la juventud actual, que hacen lo que quieren porque los papás no los controlan.

 

Me fui pensando en lo que conversamos y pensando en qué forma me castigaría, pensé que sería una buena retada, así como la del domingo en la tarde, y como dicen que la curiosidad mató al gato, salí de clases y me fui a un bar donde me tomé una cerveza y llegué a casa.

 

Saludé a Felipe y tuvimos el siguiente diálogo:

 

¿estuviste tomando

nooo, no pasa nada

F. no me mientas.

En un tono de voz fuerte.

A. Bueno, la verdad me pasé a tomar una cerveza.

F. Tú no aprendes nada.

En ese momento llamó a mi mamá.

            F. Señora Amparo su hija nos acaba de desobedecer a los dos y más encima me acaba de mentir. Recibirá un buen correctivo.

Yo ni pensaba aún en que consistiría, estaba nerviosa, pero ansiosa de conocer cual sería mi castigo.

 

Felipe me tomó de la oreja y me dijo:

tan linda y tan desobediente, ahora verás que si te prometí ayuda lo haré, lo primero que haré será que respetes a tu madre

¿Qué me vas a hacer?

F. Dile a la señora Amparo donde fuiste después de trabajar

Me dio vergüenza decirle a mi mamá lo que hice delante de una tercera persona y dije:

Fui donde una colega y después pasé al supermercado, por eso me atrasé en llegar.

Tirándome la oreja más fuerte me gritó:

F. Di la verdad.

A. Mamá fui a tomarme una cerveza al bar de Don Lucho.

F. A mí no me mentiste, porque yo el tiempo que estoy acá te aprendí a querer con tu enfermedad y yo lo que quiero es sanarte, pero le mentiste a la Señora Amparo y lo que es más grave a ti misma.

 

Felipe me tomó del brazo y me puso de guata sobre su muslo y con su brazo me sujetó, él era mucho más fuerte que yo, así que no podía escaparme. El primero me dio un par de golpes suaves en mi trasero diciéndome:

F. Ahora viene tu castigo.

Recién ahí vi que era lo que me esperaba, Felipe le dijo a mi madre:

Señora Amparo siéntese cómodamente que a Alejandra le daremos una lección que nunca olvidará

 

Era diciembre, hacía algo de calor así que ese día andaba de vestido, Felipe sobre mi vestido empezó a azotar mi trasero.

 

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

F. La verdad sabía que saldrías a beber, pero el castigo no es por ello, sino porque mentiste, la primera etapa es que te reconozcas el problema.

PAF, PAF, PAF, PAF, mi trasero me ardía y sentía los golpes cada vez más fuertes. Más encima me sentía tan humillada, igual como antiguamente se castigaban a los niños, era yo castigada a mis 46 años. Más aún con mi madre presente, además del dolor, la vergüenza que sentía.

Perdóname Felipe

F. No me pidas perdón a mí, pídele perdón a tu mamá por haberle mentido.

PAF, PAF, PAF, PAF

A. Perdóneme mamá, nunca más te mentiré, le haré caso a Felipe, hasta sanarme.

Amaro: Felipe yo nunca me atreví a castigar a Alejandra, ella creo que le hizo falta un papá al lado que la tuviera derechita.

F. Señora Ampro, si quiere vaya a preparar la once, yo me quedaré aca con Alejandra, tenemos un punto más que conversar.

 

Ahí Felipe terminó de pegarme, yo sentí un alivio, aunque aun no me dejó salirme de donde me tenía, pensé que mi castigo había terminado.

 

F. Tú crees que tu castigo acá ha terminado. Un castigo sólo funciona cuando ha logrado hacer entender en ti que es necesario un cambio de conducta.

A. Felipe por favor para.

F. Ahora aprenderás a no mentir más.

A. Por favor ya, para.

 

En ese momento, Felipe me levantó el vestido hasta la cintura, bajó mi calzón hasta el muslo y dejó mi trasero totalmente desnudo. Me dijo:

 

F. Ahora que estamos solos empezará la verdadera lección.

A. ¿Qué me vas a hacer ahora?

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF. Los sentía fuertes y sonoros, sentía como mi trasero se calentaba, PAF, PAF, PAF, con una técnica, un golpe en un cachete y el otro en el que sigue. Yo llorando y le dije:

 

¿Todo esto por una cerveza?

F. Se nota que no has aprendido nada, niña mal criada, me hubieses dicho la verdad, no te hubiera echo nada. Reconoce tu problema y no lo rehúyas

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

F. Dime donde fuiste después de trabajar.

A. Felipe, fui donde Don Lucho a tomarme una cerveza.

F. Dime lo que le dijiste a tu mamá.

A. Ya Felipe termina.

F. Dime la mentira que dijiste.

A. Ya por favor.

F. Tú no aprendes nunca.

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

Para por favor

F. Pero dime la mentira que dijiste.

PAF, PAF, PAF

Bueno Felipe, le dije que fui donde una colega y después al supermercado.

F. ¿Y qué necesidad tenías de mentir?

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

Que me dió vergüenza.

F. Todo esto lo hago por tu bien, se que al final me lo vas a agradecer.

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

F. No pararé hasta que me agradezcas la sesión que te di hoy.

PAF, PAF, PAF, PAF, PAF, PAF

A. Por favor, para

F. Dame las gracias niña mal criada

PAF, PAF, PAF, PAF

F. Repite conmigo:

F. Gracias por corregirme.

A. Gracias por corregirme.

PAF, PAF, PAF, PAF

F. Nunca más le mentiré a mi mamá.

A. Nunca más le mentiré a mi mamá.

F. Ya párate y mira tu trasero en el espejo.

 

No lo podía creer, sentía un fuerte ardor en mi trasero, lo vi en el espejo y estaba rojo, como tomate. Después el me abrazó y me dio un beso y se lo respondí, para que sigo contando lo que siguió esa noche. Sentí tanta excitación que no concilié el sueño en toda la noche.

 

Después de esa lección aprendí a reconocerme como una enferma, dando así el primer paso para mi rehabilitación. Aprendí que una siempre tiene que estar con la verdad por delante y que una mentira por pequeña que sea no daña al que se la dicen, sino que al que más daña es al que la dice.

 

Así de a poco he dejado ya mi adicción, Felipe es más que un profesional es un gran amigo, confidente, aunque debo confesar que derepente adrede doy motivos para que me castigue nuevamente.

 

Segunda edición: Nalgadas de personas más jovenes a personas mayores

Nota del Editor: Ante la cantidad de comentarios (735) que produjo este artículo, con el consiguiente agotamiento del espacio que Blogia dedica a los mismo, publicamos con mucho gusto nuevamente este magnífico artículo con el fin de que continúe el hilo de charla. Este es el enlace del emplazamiento del artículo original:  http://azotes.blogia.com/2006/033102-nalgadas-de-personas-mas-jovenes-a-personas-mayores.php
Buen año 2010!


Autor: thebestspanker@yahoo.com

Nota del Editor: este relato está basado en hechos verídicos que le ocurrieron al narrador.

Sobre el tema en cuestión, habré de decirles que, desde bastante joven tuve algunas ocasiones de sobar y dar unas cuantas nalgadas a los traseros de respetables damas que me llevaban añitos, algunas varios más, algunas unos cuantos.
   
Recuerdo un incidente en particular, cuando me tocó hacer de enfermero de una muy interesante dama –semi pariente-. Ella era paraguaya y para entonces estaría bordeando los 40, mientras quien esto escribe andaría por los 22 o 23 añares.
  
Resulta que esta casi tía mía, quien estaba pasando una temporada al cuidado de una anciana que vivía muy cerca de la vivienda que entonces moraba con mis padres, andaba bastante resfriada y la cosa se había complicado con una bronquitis que casi no le dejaba respirar.
  
Por conveniencia y también por afinidad, una vez que había atendido a la anciana, ella se venía a compartir las comidas del medio día y de la noche a la casa.
  
Fue en una de esas visitas que salió el comentario de que se sentía verdaderamente mal, pero que tenía que pasar la noche cuidando de la anciana y que, lo peor de todo era que la enfermera que le había colocado la primera inyección -de 3 dosis recetadas-no podría ir ese día.
  
Ni corto ni perezoso, me brindé a colaborarla, puesto que era el flamante poseedor de un certificado que garantizaba mi habilidad de brindar primeros auxilios, que había recientemente logrado mediante un curso que se dictaba en la Cruz Roja.

Viendo a aquella mujer aún joven y bien proporcionada, de cuerpo delgado y caderas gratas a la vista que cruzaba conmigo su mirada sorprendida, pude observar cómo invadía su rostro rápidamente el rubor, propiciado, supongo, por lo extraño de la situación. Es quizás necesario aclarar que estábamos los dos solos, en el comedor de diario, ya que el resto de la familia se encontraba disfrutando de la televisión en la planta alta.

Me preguntó si tenía experiencia colocando inyecciones y le respondí que sí, que había resultado el mejor del curso en aplicarlas vía intramuscular y que, en definitiva, las endovenosas me daban un poco más de trabajo, por lo que tenía cierto temor de aplicarlas.

Me respondió que, por ese lado no habría problema, porque las inyecciones que necesitaba eran intramusculares. Pero, precisamente por eso –me confesó- le daba mucha vergüenza pensar en que yo se las aplicara y concluyó con que era mejor que buscara una farmacia donde pudieran inyectarla. Me pidió pues que más bien la acompañara a buscar una.

Sin embargo, no pudimos encontrar ninguna cerca y ella se sentía muy mal, por lo que me pidió que la acompañara a la casa de la anciana, donde ella vivía temporalmente.

Llegados allá, me invitó a pasar un momento, para invitarme un café y me pidió que la esperara en una amplia sala que poseía la casa de la anciana.

Cuando regresó con el café, me sorprendió al decirme que lo había pensado mejor y de que, dadas las circunstancias aceptaba mi ofrecimiento. Me dijo que ella tenía las ampollas de penicilina y las botellitas de agua mezclada con silocaina. Le repliqué, algo turbado, que requeriría también algodón y alcohol medicinal y me dijo que no habría mayor problema.

Mientras aún saboreaba el café y conversaba, con ella recostada en un extremo del amplio sillón, le pregunté si no sentía que tenía temperatura. Como respuesta, me pidió que fuera a su habitación y que buscara el termómetro que había dejado sobre la mesa de noche, mismo que encontré en aquella ubicación, junto a 4 ampollas y dos jeringas descartables.

Sin pensarlo mucho, cogí una de las botellitas de agua, la partí por el cuello como me habían enseñado en el curso y procedí a llenar una de las jeringas con su contenido, para posteriormente romper el sello de la ampolla que contenía la penicilina benzatínica de 1.200 unidades que le habían recetado y proceder a mezclar el agua con el polvo blanco hasta formar una sustancia viscosa que agité con firmeza hasta verificar que no quedaran grumos. Acto seguido, volví a cargar el contenido en la jeringa, puse el protector en la aguja y fui a buscarla.

De retorno en su habitación, bastante excitado por cierto, y con una erección de los mil demonios que intentaba disimular bajo mi jean, sin poder conseguir ocultar la protuberancia que se había formado como frondosa vena en mi bolsillo frontal derecho y que bajaba por parte de mi pierna, me atreví a decirle que, primero le tomaría la temperatura y que después le aplicaría la inyección, por lo que la invité a recostarse de bruces y soltarse el pantalón. Me preguntó algo extrañada si no le iba a tomar la temperatura primero y le respondí que sí, pero que sería rectal, que era la más precisa. Confundida, me preguntó como se tomaba esa temperatura y le expliqué que debería introducir el termómetro en su ano. Uffffffffffffff!!!!!!! Casi me muero y cómo temblaba mi voz al hacerlo!!!!! Rápidamente, me respondió que no, que era suficiente y que quizás sería mejor que volviera a casa. Le repliqué que ya había preparado la inyección y que si no deseaba que le tomara la temperatura estaba bien. Quizás, ella misma podría hacerlo luego, pero insistí, quizás con un poco de morbo y porque realmente sigo pensando que es la mejor manera de tomarla, que cuando lo hiciera, introdujera el termómetro en su ano.

Con bastante recelo, terminó por aceptar finalmente que la inyectara, no sin repetir su negación varias veces, pero, dado su frágil estado, terminó por ceder finalmente y, mientras soltaba el broche del pantalón se recostó de bruces en su cama.

Me acerqué por detrás y le bajé de un tirón el pantalón hasta media pierna, ocasionando que ella tratara de levantárselo nuevamente. Instintivamente, sin meditarlo, le apliqué un par de nalgadas por hacerlo y le dije que se quedara quieta. Casi de inmediato me disculpé, pero no recibí respuesta alguna y solo vi como fruncía las nalgas y ocultaba la cabeza apretándola contra la cama. Observando esto y más envalentonado, cogí con mis dos manos su calzón (negro de poliéster) por la banda superior, a la altura de las caderas y de un golpe se lo bajé hasta la base de las nalgas, descubriendo a mi vista un par de blanquísimas carnes con una ligera coloración rosada en una de ellas (la izquierda). En ese momento, vi como tensionaba aún más las nalgas y le indiqué que debería relajarse para recibir la inyección, pero sólo recibí su silencio. Paso seguido, busqué la jeringa y recién me percaté que no tenía el algodón y el alcohol, por lo que le pregunté donde los tenía. Sin moverse y con la boca apretada contra la cama, me dijo que buscara en su ropero, mientras permanecía así, expuestas sus nalgas a mi ansiosa vista.

Una vez obtenidos ambos elementos, volví donde ella y procedí a limpiar la superficie donde aplicaría la inyección (escogí la nalga izquierda). Le pedí que pusiera sueltas las nalgas pero como no lo hacía, apliqué la técnica aprendida de dar unas palmaditas hasta lograr que finalmente estuvieran más sueltas (debo decir que fue un gran deleite para mí, puesto que las palmadas consistían en rítmicos y suaves golpes de mis dedos contra esas suaves carnes contenidas por una piel firme, como pude comprobar). Cuando vi conveniente, pellizqué una extensión apropiada de su nalga e introduje la aguja con un suave golpe que al parecer apenas percibió, para luego proceder, previa comprobación de que no había perforado ningún vaso, a introducir suavemente el viscoso líquido. Ella empezó a quejarse por la sensación de dolor (la penicilina benzatínica es una inyección bastante dolorosa), por lo que disminuí la presión en la base superior de la jeringa y me di todo el tiempo del mundo para aplicársela. Cuando terminé, jalé la jeringa y vi como salía un poquito de líquido blanquecino del pequeño hueco que dejó, por lo que presto acudí con el algodón empapado en alcohol para proceder a friccionar ese espacio. Instintivamente, coloqué con descuido mi mano libre sobre la otra nalga y, cayendo en cuenta, también se la acaricié. ¡Vaya que me puse cachondo con ello! Más grato, sin embargo, fue ver que ella me dejaba hacerlo. Cuando concluí este impensado sobeo que se prolongó por unos deliciosos e interminables instantes, casi de manera natural, le aplique unas cuantas nalgadas más y le subí los calzones, indicándole que podía vestirse.

Lentamente, mientras se incorporaba de la cama, giró su rostro hacia mí, aún dándome la espalda y pude observar, además del marcado rubor que inundaba sus mejillas, una amplia sonrisa que contagiaba hasta a su mirada, mientras me agradecía y me pedía que volviera al día siguiente para colocarle la otra inyección y ponderaba mis dotes de enfermero.

Ah! Me olvidaba, sí terminé, aunque no ese día, tomándole la temperatura rectal y puedo confesarles que le coloque muchas inyecciones más, que le di muchas nalgadas (aunque nunca disciplinarias como siempre deseé hacerlo) y que acaricié aquellas carnes a lo largo de todo ese año que permaneció cerca de nosotros.

El resto, me lo guardo en un rinconcito especial de mi memoria.

En La Paz, a 22 días de marzo de 2006

 

Justiciera Argentina: la superheroína nalgueada

Autor: Máximo Cozzeti


Ivana estaba preparando el desayuno para su hijo Matías, que debía ir a la escuela al mediodía. Aquella mañana se presento soleada y calurosa, pero con la humedad típica de Buenos Aires. Todo marchaba como un lunes común y corriente: su marido en el trabajo, su hijo jugando al futbol con un amigo en el patio, y ella preparando el desayuno para luego ir a dar sus clases de aerobic en el gimnasio de su barrio.
De repente, su pequeño hijo entra sobresaltado a la casa, junto con su amigo:
-Maith, que te pasa? Pregunto la joven madre.
-Mama, estábamos jugando a la pelota y sin querer se nos cayo en el patio de al lado, donde vive don Ramírez y doña Doris, agarraron el balón y se lo llevaron adentro, y luego nos amenazaron diciendo que si volvíamos a arrojar otra cosa en su casa, nos iban a dar una alísalos ojos del niño de 10 años permanecían abiertos mientras relataba lo ocurridota madre intento calmarlo:-Bueno hijo, no te preocupes.Yo voy a hablar con ellos, Ho en todo caso te compro otra pelota de futbol.
 Ivana no podía dejar pasar esto: tenia que recuperar la pelota. Don Ramírez y Doña Doris son una pareja de ancianos que viven en ese barrio prácticamente desde que se creo: Don Ramírez es un viejo que odia a los chicos: antipático, malhumorado, anticuado, siempre encuentra algo para quejarse; a sus 80 años discutió con muchos vecinos, pero aun así respetan enormemente a este hombre calvo, de estatura mediana, y de poblados bigotes blancos.
Doña Doris es prácticamente la versión femenina de Ramirez:sus características físicas son típicas de una señora de barrio:cabello canoso, recogido con un rodete, el rostro provisto de arrugas, delgada, algo encorvada, y siempre se la ve con el mismo vestido largo adornado de lunares blancos; octogenaria igual que su marido, es una mujer de mucho carácter, quizás mas temperamental que don Ramírez.
-Estos viejos creen que pueden hacer lo que quieren-pensó Ivana.Pero aquel día iba a ser diferente.Ivana siempre tuvo admiración por superheroínas de los cómics, como Wonder Woman, y Supergirl.Estas justicieras eran portadoras de físicos perfectos, y es por eso que, intentando emular los cuerpos de sus idolas de la infancia, se convirtió en profesora de aeróbic entrenando duramente su cuerpo desde hace años, combinando el ejercicio físico con dietas estrictas, y vaya que logro grandes resultados.
Ivana debía hacer algo: el vecindario necesita una heroína, y ella es la indicada; esperó a que su hijo se vaya a la escuela, y dijo: estos vecinos van a pagar lo que hicieron...pero no responderán a Ivana González sino a...Justiciera Argentina!!!
Tomo una ducha rapida,y comenzó a diseñar su disfraz de superheroína basado en su propia imaginación: consistía en un antifaz celeste, con forma triangular en las puntas, el cabello largo y rubio atado con una cola que descendía sensualmente hasta la cintura, guantes blancos que le tapaban los antebrazos, costosas botas blancas bucaneras de tacos altos que le llegaban hasta la rodilla, una pequeña minifalda blanca y una ajustado top deportivo celeste, que dejaba al descubierto su abdomen plano y fibroso: lo único que llevaba debajo era una diminuta tanga blanca. El cuerpo de Justiciera Argentina era perfecto: el cabello rubio despedía un hermoso aroma, su piel tostada por años de tomar sol, senos sugerentes y bien levantados, el abdomen marcado, las piernas duras y torneadas, y unos glúteos firmes que cualquier supermodelo envidiaría.
El plan de Justiciera Argentina consistía en entrar a la casa de sus vecinos, intimidarlos y así recuperar la pelota de su hijo. -No será muy difícil.-Pensó la superheroína, solo debía darles un susto a los villanos.
La curvilínea justiciera salio de la ventana de su habitación, y de un salto logro inmiscuirse en el patio de los ancianos vecinos. Evitando que nadie la vea, intentó entrar por la puerta que afortunadamente estaba abierta. La puerta hizo un leve chirrido, pero los viejos no lo oyeron: Justiciera Argentina alzo la mirada y vio a don Ramírez y doña Doris sentados en el comedor, bebiendo tranquilamente un te...
-Señores, disculpen la molestia...vine a recuperar algo que ustedes tienen y no les pertenece!-La superheroína interrumpió abruptamente con un tono firme que dejo boquiabiertos a los dos viejos, a lo que don Ramírez llego a preguntar:-¿!Se puede saber quien es usted, y que hace en nuestra propiedad!?
La profesora de aeróbic se acerco, coloco sus manos a ambos lados de la cintura, y dijo: -Soy Justiciera Argentina, la superheroína del vecindario.- Al oír eso, el viejo lanzo una carcajada escupiendo el te, Ivana prosiguió:-Vine a buscar una pelota de futbol perteneciente a su vecino, quiero que se la devuelvan inmediatamente...de lo contrario, se las van a ver con Justiciera Argentina.
En ese momento, Ivana advierte que doña Doris se levanta lentamente de su silla:-Finalmente lo logre.-pensó la joven superheroína.-Se dispone a entregarme el balón.-
Pero don Ramírez interrumpió sus pensamientos:-Si, ya se de quien me hablas, le sacamos la pelota a ese mocoso de al lado, para que aprenda, y no se la voy a devolver, señorita. Y ahora vas a pagar un precio muy caro por haber entrado a nuestro domicilio de esa manera. De repente, Justiciera Argentina siente un fuerte golpe en la zona de sus nalgas que la hace perder el equilibrio:-Oooofff!!!-Exclama Ivana, cayendo boca abajo en la mesa que tenia enfrente, para luego sentir otro golpe mas en el mismo lugar, la justiciera nuevamente vuelve a quejarse. La habían golpeado con algo duro, aun encima de la mesa, intenta girar su cuello y distingue justo detrás suyo a doña Doris con una escoba en su poder, a punto de efectuar otro golpe mas con el palo de esa escoba: TOC!!!-AAAYYYY!!!!-El palo de la escoba emitía un sonido seco al chocar con las duras nalgas de Justiciera Argentina. La heroína se encontraba dolorida y asombrada, esto no estaba resultando como ella creía: intentando recobrar un poco de dignidad, la profe de aeróbic intenta reincorporarse tratando de escapar de esa posición tan lamentable en la que se encontraba, tan expuesta para seguir recibiendo escobazos por parte de doña Doris: Entonces Justiciera Argentina da un giro brusco apartándose de la mesa, pero los tacones altos patinaron en el resbaloso piso, dejando caer de culo a la rubia heroína:-OOOOWWW!!-Grito Ivana, pues su parte trasera aya estaba dolorida. Los viejos reían con sus escasos dientes al ver su infortunio, pero doña Doris no pierde tiempo, y antes que Justiciera Argentina pueda recomponerse, le conecta un severo puntapié en la entrepierna de la superheroína, que emitió un rugido de dolor: -YYYIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEWW!!!!!!!!-Justiciera Argentina se retorcía en el suelo, tomándose la castigada vagina con ambas manos. Entre gritos y gemidos, oía a la vieja decirle: _ ¿Quien te pensas que sos, entrando así a la casa de dos personas mayores, maleducada? Ya vas a ver lo que hacemos con irrespetuosas como vos!
La dolorida superheroína se encontraba fuera de combate, esa patada en la zona genital la había dejado sin respiración, y no podía levantarse, mas lo peor era estar siendo sermoneada por su vecina como si fuese una chiquilla traviesa, obviando su rol de superheroína. Pero repentinamente sus esperanzas volvieron: Delante suyo, a escasos metros de distancia, se encontraba la preciada pelota de futbol de su hijo. Tomándose la entrepierna con una mano, Justiciera Argentina comenzó a gatear rápidamente ayudándose con su otro brazo para alcanzar el balón secuestrado, pero detrás suyo era inminente el ataque de la pareja de abuelos. En una hazaña muy inteligente, don Ramírez, aprovechando la postura de Justiciera Argentina, y evitando que ella logre recuperarse, se sienta encima de su espalda, colocando todo su peso en el cuerpo de la desventurada heroína, reduciéndola completamente: -Vos no te vas a ningún lado, oíste?.- Le dice don Ramírez. Ivana intenta desesperadamente quitárselo de encima, pero es inútil, y poco a poco se hunde en la impotencia de ver frente a sus ojos aquella pelota de futbol que la metió en este problema, y no poder acercarse y tomarla; al mismo tiempo, el peso del viejo sobre sus espaldas la estaba dejando sin respiración. La joven superheroína siente que don Ramírez le levanta la pequeña minifalda hasta la cintura, y junto con doña Doris, comienzan a nalguearla: _OOWOWOOWWWWOWWOWW OWW!!_ Las manos de doña Doris y don Ramírez golpeaban sin clemencia la exuberante cola de Justiciera Argentina, apenas cubierta por una diminuta tanga, que no protegía en absoluto sus nalgas. Sus botas bucaneras pataleaban sin cesar al ritmo de los terribles chirlos que los viejos le estaban propinando: la joven heroína sentía un dolor y una humillación nunca antes jamás sentida: se encontraba en el suelo, atrapada entre las piernas de un abuelo de 80 años que le daba nalgadas junto con su mujer...
_Aaayyy!!!! Basta, por favor!!!AAWWW!!! No pueden hacerme esto!!!_ Justiciera Argentina no podía creer que aquellos viejos golpearan con tanta fuerza, aunque los maléficos vecinos hacían oídos sordos de sus suplicas, hasta que Don Ramírez dijo a su mujer: _Vieja,  traeme el cucharón de madera. Al oír estas palabras, la desventurada heroína evoco un grito ensordecedor:-NOOOO!
_Te quiero bien calladita, o el castigo puede ser peor todavía_ Le murmuro el anciano, mientras acariciaba suavemente las redondas nalgas de Justiciera Argentina:_Esto te va a doler mucho, pero vas a terminar aprendiendo que con nosotros no tendrías que haberte metido_
Finalmente, Doña Doris se acerca con el cucharón en la mano, a la vieja le genero mucha bronca ver a su esposo tocándole la cola fraternalmente a la intrusa, y decidió interrumpir el momento dándole el primer azote con la cuchara en los grandes y enrojecidos cachetes de Ivana, que la hizo aullar.
_Acá tenes lo que me pediste_ Dijo secamente la vieja, como si nada hubiera ocurrido. El viejo comenzó a repartir impiadosamente una serie de azotes, mientras Justiciera Argentina se movía y se contorsionaba frenéticamente, pero era inútil: estaba atrapada y ya sin fuerzas para intentar quitárselo de encima. La madera de la cuchara le estaba dejando marcas muy visibles en el culo de Ivana, debía hacer algo urgente; don Ramírez se veía muy entusiasmado castigando sus nalgas, y algo le decía que no iba a detenerse. Justiciera Argentina, en un intento desesperado por escapar de tremendo castigo físico, tomo del cuello a Don Ramírez usando sus largas y esbeltas piernas, y tomando impulso intento quitárselo de encima, pero lo que logro fue meter la cabeza del viejo en el medio de sus glúteos. Aunque esa no fue su intención, logró su cometido que era ganar tiempo y huir. Don Ramírez quedo con su cabeza en la raya del trasero de la superheroína, que impulsando su cintura hacia atrás, logro deshacerse de el; los reflejos y la velocidad de Don Ramírez hicieron que se demore en incorporarse y Justiciera Argentina aprovecho la oportunidad: era ahora o nunca; Comenzó a correr, atravesó el living, la puerta de entrada, y se encontraba en el patio: debía olvidarse de la pelota de su hijo y pensar en la salud de sus nalgas, la joven heroína había llegado a la conclusión que su misión fue un fracaso y su plan de ataque fue un desastre. La castigada heroína sentía la voz de los viejos que la perseguían: _veni para acá!!!_. Si bien sus piernas eran más largas y ágiles, los tacones altos de sus botas bucaneras y el tremendo dolor en sus nalgas le impedían correr rápidamente y sus temibles villanos estaban a unos pasos de acercarse a su presa. Justiciera Argentina se encontró frente al enrejado que rodeaba la casa de los ancianos, y opto por pasar a través de las rejas, pero fue lo mas erróneo que podría haber hecho: milagrosamente su cabeza y sus enormes pechos atravesaron el enrejado, pero su cintura quedo atascada: Justiciera Argentina intentaba impulsarse con las piernas, pero era imposible, y lo peor de todo es que un numeroso grupo de curiosos vecinos se acerco a ver el espectáculo, incluyendo su marido, Pedro.
_No se queden ahí mirando!!! Sáquenme de acá!!!_ Gritaba histéricamente la humillada superheroína, pero don Ramírez le retruco: _ No la ayuden. Esta señorita  se metió en nuestra casa sin permiso, y ahora vamos a enseñarle que tiene que respetar a sus mayores._ Los vecinos asintieron, y la heroína se encontraba perdida: _No señor, por lo que mas quiera, ya aprendí la lección!!! La nalgueada superheroína rogaba desconsoladamente, mientras veía la expresión atónita de su marido al ver esa situación tan peculiar: La humillación de Justiciera Argentina era completa, pero al menos se sintió aliviada al saber que su antifaz cubría su rostro y su esposo no sabia que era ella. Doña Doris, en tanto, le levanta la faldita exhibiendo su preciosa cola en forma de manzana frente a toda la multitud, las nalgas maltratadísimas rebotaban y se movían desesperadamente, intentando evitar lo inevitable. La vieja, obviando sus suplicas, toma con su arrugada mano la parte de atrás de la pequeña tanga blanca de la superheroína, y la jala fuertemente para arriba, dejando aun más al descubierto su culo: _ OOOHH!!!_ Se quejo la rubia justiciera, y Don Ramírez retomo el castigo pendiente con el cucharón de madera, mientras decía entre dientes: _Esto es por querer escapar...CRACK! CRACK!
Justiciera Argentina lloraba sin cesar. Las lagrimas recorrían  su antifaz mientras la muchedumbre allí reunida observaba aquel extraño espectáculo: Justiciera Argentina podía ver como su marido se descomponía de la risa, mientras gritaba:_ Mas fuerte, don Ramírez, mas fuerte!_ El castigador vecino propino unos 30 azotes, que fueron suficientes para que las nalgas de Ivana le quemen como el fuego mismo: La nalgueada superheroína aullaba como una gata en celo, su cabeza colgaba inerte del otro lado de la reja, con su largo cabello rubio que tapaba su llanto.
_Ya no hay nada mas que ver acá, múdense todos para su casa!_ Ordeno Doña Doris con su manera tosca de decir las cosas. Los vecinos, incluso el esposo de Justiciera Argentina, obedecieron a la anciana. Haciendo un poco de fuerza, don Ramírez logro separar un poco las rejas que aprisionaban a la nalgueada heroína; finalmente estaba libre, al menos eso pensó ella...
Al liberarse de las rejas, Ivana cayo desplomada en el piso, tomándose las nalgas y refregándoselas freneticamente. Sin ningún tipo de piedad, doña Doris la tomo de la oreja como si fuera una niña traviesa: _ Veni para acá_
_AAAYY!! No por dios, señora, no me quedan fuerzas para nada, mi culo esta en llamas, apenas puedo caminar! ay! Mi oreja!! Me duele!!!. Justiciera Argentina estaba siendo honesta, pero la anciana no le prestaba atención. Finalmente la pareja de castigadores y nuestra heroína se adentran nuevamente a la casa, entonces el viejo la toma fuertemente de ambos brazos y le dice a su mujer: _Doris, sacale la pollera_ La vieja le quita la falda fácilmente._La braguita también._ Ordena don Ramírez. La pobre heroína sentía escalofríos mientras sentía los dedos de la anciana bajarle la tanga lentamente; Justiciera Argentina ya no podía defenderse, había perdido todo su orgullo, y los viejos lo sabían. Don Ramírez deposita a la nalgueada joven sobre las rodillas de doña Doris, mientras el sostiene sus manos. La vieja empezó a nalguear a Ivana con dureza, y al unísono, la regañaba como si de una niña se tratase: _Toma esto...SPANK!!Y esto!! PAF!!!Te crees que vas  hacer lo que queres...SPANK!!! Ahora vas a aprender a comportarte con las personas mayores...toma!!SPANK!!!
Ivana gritaba, rogaba, lloraba a mares, hasta que afortunadamente para ella, el castigo llego a su fin. Ivana estaba agotadísima luego de la terrible tortura a la que fue sometida, sus lágrimas caían a través de su antifaz para mojar los pantalones del viejo, que seguía sosteniéndole los brazos. Ivana, aun en las rodillas de doña Doris, empezó a sentir que la mano de su castigadora vecina comenzó a masajearle suavemente el dolorido culo, haciendo movimientos circulares todo alrededor de los glúteos que si bien no calmaban el terrible dolor, eran muy relajantes. Justiciera Argentina sollozaba cada vez menos, mientras Doris proseguía con aquellas caricias tan suavizantes alrededor de toda la zona afectada, que a pesar de verse visiblemente lesionada, conservaba esa forma perfecta. Ivana entrecerró los ojos con su cabeza apoyada en las rodillas de don Ramírez que comenzó a acariciarle la cabeza mientras la mano de la anciana hacia lo propio con su trasero. Así estuvo unos quince minutos, por un momento se durmió profundamente debido a las suaves caricias de la vecina y el agotamiento físico que sufrió aquella tarde, hasta que oyó la voz de doña Doris que le ordeno ponerse de pie, y saliendo de la tranquilidad que le proporcionaron los masajes, se dio cuenta que estaba casi desnuda: había sido despojada de su minifalda y su ropa interior. Totalmente avergonzada, se tapo su parte mas intima, y dijo: por favor señora, puede darme la ropa?_
_Nada de eso, querida. La falda y las bragas se quedan acá, y no quiero escuchar una sola queja, o te voy a dar tal paliza que no vas a poder caminar por semanas.
_Exacto. La pelota y tu ropa se quedan acá._ Interrumpió el viejo.
Justiciera Argentina se moría de vergüenza: el balón, su minifalda y su tanga eran trofeos de guerra, la vieja se llevo las prendas de la superheroína mientras ella miraba sin poder hacer nada, lo único que llevaba puesto eran los guantes largos, el antifaz, el top, y debajo las costosísimas botas bucaneras. Lo peor de todo es que su marido ya estaba en su casa, y no podía entrar por la puerta, pues la descubriría.
La dolorida superheroína, nalgueada a base de manos, un palo de escoba, y una cuchara de madera, les imploraba con la mirada, sin poder soltar una palabra, a la par que se tapaba su vagina con ambas manos, pero los vecinos permanecía inmutables, hasta que doña Doris le clavo una mirada intimidante a Ivana y le dijo: _Ah, no te vas a ir?? No fue suficiente? Ya vas a ver..._ La vieja arremango su anticuado vestido, y tomo un rebenque que colgaba de la pared. Justiciera Argentina sabía muy bien que la malvada vecina no dudaría en usar ese rebenque contra sus enrojecidas nalgas. No lo dudo mas: La derrotada y humillada superheroína opto por salir corriendo de esa casa del infierno en la que no solo quedo secuestrado el balón de su hijo, sino también la minifalda y la tanga....la semidesnuda heroína corrió atravesando el patio de la casa de sus castigadores vecinos, hasta que logro alejarse de los inminentes fustazos: Detrás de ella oía las risotadas de los viejos que la veían huir disparada, con el culo al aire. Justiciera Argentina entonces, entro por la parte trasera de su casa, la única entrada que tenia era la ventana de su habitacion. Evitando hacer ruido, la joven logro meterse en su cuarto. Rápidamente se quito el antifaz, las botas, y los guantes, y se puso su ropa deportiva que usa para dar sus clases de aeróbic: una musculosa negra, una bincha para sostener el cabello, zapatillas blancas y unas apretadísimas calzas negras: Ivana rechinaba los dientes, evitando dar un alarido de dolor provocado por el simple roce de la calza contra su culo, hasta que con muchísimo esfuerzo,  logro meter su trasero en ellas.
_Ivana, no sabia que estabas en casa_ Pedro, el marido de la nalgueada heroína estaba frente a ella.
_AY! Amor...si...no, ya me iba al gym, se me hizo un poco tarde._ Contesto nerviosamente Ivana, casi balbuceando._ Que raro, yo estoy acá desde hace una hora, me entretuve viendo lo que ocurrió en la casa de don Ramírez, te enteraste?_
_No, no me entere de nada..._Ivana baja la mirada y pretende retirarse evitando aquel momento tan incomodo, pero repentinamente, el esposo la toma del brazo y la pone sobre sus rodillas.
_Pedro...que estas haciendo, estupido??? Soltame!!! Soltame inmediatamente, carajo! Sacame las manos de encima, te voy a matar!!!!_ Ivana, sobre las rodillas de su marido, pataleaba, intentaba salir de esa penosa posición que ella ya conocía...El hombre le quito las calzas, y sin apiadarse de sus castigadas nalgas, comenzó a darle unas buenas nalgadas.
_Sabia que eras vos, pude reconocerte, y dejame decirte algo: Te tenes bien merecido lo que nuestro vecinos te hicieron, eso quizá te enseñe a que los problemas se resuelven de otra manera...toma!!! PLAS!!!PLAS!!!! Ivana gritaba y lloraba, mientras a lo lejos, doña Doris y don Ramírez oían su llanto y sus quejidos que les resultaron muy familiares: El viejo miro a su mujer y sonrieron al darse cuenta que la heroína que tan mal la había pasado en su casa era nada menos que la joven y atractiva vecina de al lado, que ahora seguía sufriendo un castigo en su propio hogar. Al otro día, Ivana opto por comprarle una pelota a su hijo...y es algo que debería haber hecho desde el principio. Aun así, ella sabe muy bien que Justiciera Argentina volverá a las andanzas...


FIN

Ángela, los dos lados del Spanking

Autor: Cars

Una tímida sonrisa afloró a los labios de Ángela cuando vio la timidez de aquel muchacho de piel morena y apunto de cumplir los dieciocho años que se desnudaba ante su mirada atenta. Desde donde ella le observaba pudo apreciar como la piel se le ponía de gallina al contacto con la frialdad del ambiente, que si bien no era incomodo si era apreciable, máxime si  tenemos en cuenta la desnudez, que salvo por unos slip el joven mostraba. Sus manos instintivamente se cruzaron intentando tapar aquella su entrepierna.

Ángela le hizo una seña, y él se acercó tímidamente hasta que llegó a su lado. Sus miradas se cruzaron, y ella le dedico un guiño a la par que le rodeaba con su brazo la cintura. Ambos sintieron la tibieza de la piel con aquella caricia. Su mano recorrió la espalda del joven hasta que llegó al firme trasero. Dejó la mano sobre sus nalgas, mientras que dejaba que el silencio impregnara cada fibra de aquel cuerpo que latía junto a ella.

Aquella habitación se convirtió en un pequeño oasis en el que cada uno se servía del otro para colmar sus necesidades, y ambos se complementaban una vez por semana, bebiendo del otro aquel néctar que ansiaban como el aire que respiraban. Las palabras sobraban, ellos no las necesitaban. Cada uno sabía lo que esperaba del otro por lo que cuando Ángela empujo la espalda de él, aquel joven no necesito nada más. Su cuerpo se movió lentamente hasta colocarse de bruces sobre el  regazo de aquella mujer a la que durante  los últimos meses le entregaba su voluntad cada jueves a las cinco de la tarde.

Ángela dejó descansar su mano izquierda sobre la espalda, mientras que con la derecha comenzó a masajear su trasero. Tras unos minutos en los que el muchacho pareció adormecer, la mujer levanto un poco la pierna derecha, dejando un poco más expuestas aquellas nalgas juveniles. Y de una forma pausada pero enérgica, alzo la mano, y el sonido del primer azote desalojó al silencio reinante hasta ese instante en la habitación. Los azotes se sucedieron Ángela alzaba una y otra vez la mano dejando cada vez una azote enérgico y perfectamente calculado. Poco a poco su mano recorrió cada centímetro de aquel trasero. El sonido opaco debido a la prenda de ropa que se interponía entre su mano y aquellas nalgas eran el testigo del castigo que estaba recibiendo aquel joven. El calor fue aumentando, a la par que el dolor de aquellas palmadas iba quebrando la voluntad de no llorar. Ella lo sabía, y por eso aumento la cadencia de los azotes, y la fuerza que imprimía a cada uno. La velocidad fue en aumento, y sin poderlo controlar, las lágrimas aparecieron en los ojos de aquel muchacho nublándole la visión. Ángela mantuvo aquel ritmo por casi diez minutos en los que el chico comenzó a moverse sobre las rodillas de ella intentando inútilmente evitar el aluvión azotes que le estaba administrando.

Ella se detuvo. Los azotes dejaron paso a las caricias, y el llanto al sollozo.        

-¿Estas bien?- Le susurró ella mientras que acariciaba la cabeza del muchacho.

-¡Sí! –Fue su escueta pregunta.

            Las caricias y el calor que emanaban de sus nalgas le sumieron en un extraño ensueño, alentado por las palabras susurradas por aquella mujer que llegaba a la frontera de los cincuenta años, pero que aun conservaba una gran belleza y mucho atractivo, unido a una excepcional forma física. Poco a poco el dolor que sentía fue despertando una excitación. Ángela sonrió al notar aquel miembro latiendo contra su muslo y le indicó que aquel muchacho estaba preparado para continuar, por lo que se agacho un poco para poder recoger una zapatilla de tela con cuadros rojos y suela de goma amarilla. El joven acarició la pantorrilla de Ángela y cerro los ojos esperando el primer zapatillazo que no tardo en llegar.

            La zapatilla golpeo aquellas nalgas reavivando el dolor que se había apaciguado. El sonido amortiguado por la prenda de ropa que llevaba llenó de nuevo la estancia. Aquel primer azote no fue excesivamente fuerte, y a éste le siguieron otros de una intensidad similar. Ángela no parecía tener prisa y azotaba ligeramente toda la superficie de aquel trasero expuesto. Alternando los zapatillazos en ambas nalgas. Parecía estar realizando un dibujo que solo ella podía ver. Los minutos pasaban y ella continuaba golpeando sin ejercer prácticamente fuerza, solo la inercia y el peso del calzado iban provocando que la excitación aumentara. Ella se detuvo. Era una señal que el joven reconoció como el preludio de una azotaina más severa. Cuando cayo el siguiente azote, lo hizo con más fuerza. Ángela comenzó a imprimir gradualmente más fuerza y más rapidez al castigo. Tras pocos minutos el chico comenzó a llorar como un descosido, y su mano intentó cubrir las nalgas que eran azotadas con gran energía. Ángela retuvo la muñeca del chico en la espalda mientras que proseguía con el castigo.

Si alguien entrará en esos instantes en la habitación, creería estar presenciando una escena de gran violencia, aunque en realidad estaba ante una situación anhelada por ambos, carentes de cualquier sentimiento de enfado o ira. Cada uno estaban donde realmente ansiaban estar, por lo que aunque el muchacho se debatía sobre las rodillas de Ángela, ésta continuaba azotando una y otra vez a aquel muchacho que se abandonaba a sus deseos más secretos.

El dolor estaba apunto de llegar al umbral de la resistencia del chico. Ella se detuvo. Dejo caer la zapatilla ante el muchacho. Y comenzó ha acariciar el trasero, del que emanaba una enorme cantidad de dolor.

Ángela ayudo a incorporarse al chico. Su cuerpo temblaba en medio de un llanto que podía parecer desalentador. Ella le abrazo y le beso en la cabeza, mientras le susurraba palabras de cariño y aliento. Las lágrimas empaparon el pecho de ella. Tras unos minutos Ángela separo al chico y colocó un pie en la silla, después estiró la mano y cogió la del muchacho, tirando de él. Con delicadeza le recostó  en su muslo y lo acomodo a su gusto. Después cogió un cinturón de cuero que colgaba del respaldo de la silla. Lo sujeto por la hebilla, dando un par de vueltas sobre su mano. Puso de nuevo la mano sobre la espalda del chico, y alzo la mano. El cuero impacto sobre las nalgas, en un golpe perfectamente medido. Después unos segundos de reposo y nuevamente el cuero golpeo los glúteos. Ángela dosificaba los correazos y los tiempos de reposo hasta alcanzar los treinta azotes. Después se detuvo y dejó la correa donde estaba antes. El chico era un mar de lágrimas. Ella le ayudo a incorporarse. Lo abrazo nuevamente y le beso en la frente. Después se sentó en la silla y le bajó lentamente los calzoncillos.

Ángela esbozó una sonrisa al ver la erección del muchacho. Después acarició las nalgas recién castigas. Mostraban  un tono rojo intenso.  Poso su mano para sentir el calor que emanaba de aquel trasero. Tras indicarle que pusiera las manos en la nuca, palpo y masajeo los glúteos.

            -¡Ahora ve a tu rincón! Espera a que te llame para la segunda parte de tu castigo. –Le ordenó mientras que sentenciaba sus palabras con un enérgico azote.-  

El muchacho se dirigió al ángulo recto que formaban dos paredes, y se colocó cara a la pared, con las manos en la nuca. Ella se reclinó en la silla y miró por los ventanales que se encontraban a la izquierda del rincón donde esperaba él. Ángela cruzo las piernas y echo una mirada. El enrojecimiento del trasero resaltaba sobre la piel del chico. Fuera comenzaba  a llover. El agua repicaba en el cristal. El ritmo ya frenético de una ciudad se vio aumentado por los que corrían para protegerse de la densa cortina de agua que bañaba las calles.

Ángela dejo volar su mente, y los recuerdos la llevaron a una tarde también lluviosa del invierno del año 1969 habían pasado ya treinta y cuatro años. Aquel día fue uno de los tantos vividos en aquellos años que se quedaron grabados a fuego en su mente, y que de una forma u otra, fueron los que encauzaron su vida, para que hoy estuviera en aquella estancia, esperando para volver ha azotar a un jovencito que lo deseaba tanto como ella. Aquel día en cuestión era especial. Acababa de cumplir los dieciséis años, y como hoy la lluvia golpeaba los cristales del autocar que le conducía al orfanato en el que pasaría los dos años siguientes, y que marcarían para siempre su futuro.

 

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Las muchachas comenzaron a bajar del autocar que las había conducido desde varios lugares del país. Ante sus ojos se presentó un edificio de piedra antiguo y robusto, rodeado de un gran terreno rodeado de una tapia de unos tres metros de largo. Aquel terreno estaba plagado de árboles y setos perfectamente cuidados. Ángela no parecía impresionada por las dimensiones de todo lo que la rodeaba. Ante las grandes puertas del Colegio para Señoritas que sería su hogar los siguientes dos años, le esperaban unas cuarenta chicas de edades muy diferentes perfectamente formadas. Delante de ellas había cinco mujeres cuatro de ellas con hábitos de monja. La otra mujer era más alta, llevaba un traje gris de falda y chaqueta, bajo la que se dibujaba unos senos notablemente grandes. Calzaba unas botas negras, pero lo que más impresionó a Ángela era la penetrante mirada con la que las observaba. A unos metros de aquel grupo, formaba uno más reducido, formado por seis chicas dos de ellas tenían unos doce años, las otras cuatro eran mayores casi la edad de Ángela. Delante de ellas formaban otras tres chicas mayores vestidas con el mismo uniforme gris y blanco de las demás, pero a diferencia del resto que llevaban mocasines negros, ellas calzaban botas negras. Tras una seña, las tres muchachas, se acercaron al grupo de recién llegadas, y a empujones las obligaron a formar. Ángela echo una mirada a su alrededor, y contemplo como se alejaba el autobús por el sinuoso camino de tierra por el que había llegado.

            -¡Bienvenidas Señoritas! –Comenzó a decir en voz alta aquella mujer las escrutaba con la mirada.- Aquí van pasar unos años, hasta que cumplan la mayoría de edad. Y pueden pasar dos cosas.

            El miedo comenzó a instalarse en el corazón de cada una de aquellas jovencitas. En el de todas salvo en el de Ángela, ya que en su corazón solo existía rebeldía.

                        -¡Aquí pueden estudiar y sacar provecho al tiempo! –Continuó diciendo.- o pueden perder el tiempo. A mi me da igual, pero lo que tendréis que hacer, es  obedecer todas y cada una de las normas del centro. Y para esto no hay opción, y cuanto antes lo entendáis, más sencillo será todo. Si sois obedientes y hacéis caso a las hermanas y a vuestras compañeras instructoras todo ira sobre rueda, pero sino habrá consecuencias, y me ha parecido instructivo que las conozcáis hoy mismo.

            Mientras que hablaba, una chica vestida de sirvientas salió del edificio y coloco una silla delante del grupo. Entonces, Una de las instructoras, saco a una chica pelirroja de las seis que esperaban apartadas. A empujones la obligo a apoyar las manos en la silla, la joven lloraba mientras se mordía el labio. Ángela abrió los ojos al máximo intuyendo lo que iba ha ocurrir pese a no dar crédito a lo que vía.  

            Cuando la joven estuvo colocada, una monja se acercó a ella, levantó el pie y se descalzó una alpargata  de suela de esparto. –Vuestra compañera va a recibir treinta alpargatazos por fumar, aquí esta prohibido fumar.- Cuando la mujer terminó de hablar, la monja comenzó con el castigo. Uno a uno fue asestando los treinta azotes sobre el trasero de la chica que se debatía y lloraba con cada uno, mientras la instructora se encargaba sujetarla. Algunas chicas apartaron la vista y un murmullo se instauró entre las recién llegadas. Al terminar, la monja regreso a su lugar, mientras que la joven era conducida al interior del edificio. Después le llego el turno a otra de las muchachas, que recibió otros treinta golpes, esta vez con una regla. Los minutos iban sucediéndose, mientras que aquellas imágenes se iban grabando en la mente de Ángela. Un mar de emociones le inundo todo su ser. Después les llego el turno a las más pequeñas. Una instructora de melena rubia cogió del brazo a una de ellas y la condujo hasta la silla, se sentó y recostó a la niña sobre su regazo, después comenzó a administrarle una severa azotaina con la mano. Los azotes caían sobre el trasero en medido de un mar de lagrimas de la joven. La instructora parecía disfrutar con aquella situación. Poco a poco fue aumentando el ritmo del castigo. Tras largos minutos se detuvo. Sin ningún miramiento condujo a la niña dentro del edificio.

            Durante la cena Ángela y sus compañeras no mencionaron los acontecimientos de aquel día, pero por la noche aquellas escenas la asaltaron, y sin saber porque una extraña excitación hizo que se despertará sobresaltada.

            Durante las semanas siguientes a su llegada, los castigos fueron sucediéndose por los motivos más simples. Cada día eran tres o cuatro las jóvenes que recibían azotes no solo de las mojas o la directora, sino que las instructoras no dejaban pasar la mínima oportunidad para zurrar a sus compañeras.

            Una tarde, Ángela salía de la ducha, y tropezó con una muchacha que se disponía a entrar.

–Al menos pide disculpa. –Le grito la muchacha con gran soberbia.

Además de torpe eres mal educada.

                        -Eres idiota o te lo haces. –Le respondió levantando la voz.- La que tienes que mirar por donde va eres tú.

            La muchacha sin mediar palabra soltó una bofetada que Ángela no pudo esquivar. En el acto ambas chicas comenzaron una pelea que les llevó rodando por el suelo. En pocos segundos el baño se llevo de chicas gritando mientras Ángela seguía golpeando a la otra donde podía.

            Tras unos minutos dos mojas irrumpieron disolviendo el grupo de jóvenes, y con cierto esfuerzo separaron a los dos que se golpeaban a diestro y siniestro. Después, fueron arrastradas literalmente hasta la habitación de la directora, que se encontraba en camisón dispuesta a dormir. Ambas chicas permanecieron de pie en silencio mientras que la directora las observaba. Ángela tenía algunos arañazos, pero la peor parte se la llevo su compañera. Marta era  una chica un poco más baja que ella, tenía el pelo negro y corto. Sangraba abundantemente por la nariz, y el labio.

La habitación en la que se encontraban era muy amplia, estaba dividida en dos salas, una de ellas era el dormitorio, y en la que se encontraban el lujo lo llenaba todo, estaba decorado como una sala de estar. Junto a la ventaba había una gran mesa de madera finamente tallada en la que la directora trabajaba a menudo hasta altas horas de la noche.

                        -Vaya Ángela, -comenzó a decir la directora mientras se acercaba a Marta y le acaricia la mejilla.- me preguntaba cuanto tiempo tardarías en provocarme.

                        -No he empezado yo

                        -¡Silencio! –Le gritó.- Crees que no he notado como me miras, con que arrogancia te diriges a tus profesoras.

                        -Señora, yo no tengo arrogancia.

                        -¡Que te calles! –Repitió mientras le abofeteaba.- Ya verás como aquí vas a aprender que no debes hablar sin permiso.

            Tras eso, hizo una señal a las monjas que esperaban en silencio, una de ella tiro de Ángela hasta el sofá, después la empujo sobre el respaldo, y mientras que una la sujetaba, la otra monja comenzó a azotarla con la mano. Los golpes eran duros. Ante la atenta mirada  la directora. Tras unos minutos, las monjas intercambiaron su lugar, y tras despojarla del pijama comenzó a azotarla de nuevo, pero en esta ocasión los azotes caían directamente sobre las nalgas ya castigadas de la joven. Después de largos minutos las monjas permitieron que Ángela se incorporara.

                        -¡No veo lágrimas en los ojos! –Sentenció la directora.-

            En el acto, una monja se sentó y obligaron a Ángela a tumbarse en su regazo, y comenzó a castigar la de nuevo, aunque en ésta ocasión lo hacia con una zapatilla de fieltro verde con bordes dorados y suela amarilla. Los zapatillazos caían una y otra vez sobre su trasero desnudo. Hasta que después de unos cuarenta azotes, las lágrimas comenzaron a rebosar de sus ojos. La moja parecía no detenerse, a pesar que el trasero ya presentaba algunos moratones en medio de la rojez que producía el castigo. La directora levanto la mano. La moja se detuvo. Ángela lloraba abiertamente, ante la mirada complaciente de las mujeres.

                        -Llevadla, a su cuarto. Yo tengo que hablar con Marta. –Dijo la directora.-

            Cuando se quedo a solas con Marta, la directora la cogió de la mano, y tiro delicadamente de ella. En su camino hacia el escritorio cogió una botella de agua. Una vez que llegó a la mesa, se sentó en la silla, y sentó a marta en su rodilla. Después con delicadeza mojo un pañuelo de tela y fue limpiado la sangre de la nariz y el labio. Marta comenzó a llorar, la directora le beso tiernamente en la mejilla y la abrazó. Suavemente limpio sus heridas, y le susurro palabras de consuelo. Después, se incorporó y la abrazó hasta que el llanto desapareció. Tras largos minutos miró a la joven a los ojos.

                        -¡Los siento! –Susurro-

                        -¿Qué sientes? –Le preguntó la directora.-

                        -Siento haberme portado mal.  Yo la provoque. 

                        -¿Por qué hiciste eso?

                        -¡No sé! Ella es guapa y parece que lo sabe todo.

                        -Tú también eres guapa. Y no puedes ir por ahí provocando peleas. Sobre todo si no las vas a ganar. Anda, ve a dormir

                        -¿No me vas a castigar? –Le preguntó Marta.-

                        -¡Debería! Pero creo que has aprendido la lección. Anda ve a tu cuarto.   –Mientras hablaba le dio un azote enérgico pero cariñoso.-

            Marta se dirigió a la puerta, al llegar se giro de nuevo.

-Directora. ¿Entonces porque me siento mal?

-A ver Marta acércate. –Le indicó mientras le estiraba la mano.- ¿No habrás provocado todo esto para que te castigue verdad?

-Bueno, es que….

-Marta, ¿si o no? –Le preguntó con firmeza, mientras le levantaba la barbilla para mirarla a los ojos.- ¡Y bien!

-Si. –Respondió susurrando.-

            La directora sonrió y la abrazó. Después se separó de ella y comenzó en dirección al dormitorio.

                        -Te espero en el dormitorio, ya sabes lo que tienes que hacer.

            Marta comenzó a desvestirse. Lentamente doblo su ropa y lo colocó en el sofá, después únicamente con la ropa interior y unos calcetines blancos, se acercó a la directora.

                        -¡Marta! –Le dijo endureciendo el tono.- Esto no se puede repetir. No te puedes portar mal, para conseguir mi atención. La próxima vez que quieras jugar, me lo dices.  Y por eso, hoy no va ha ser un juego.

                        -¡Vale! Pero es que me da vergüenza pedírtelo.

                        -Bueno jovencita, colócate aquí –Le indicó su regazo.-

            Marta sonrió y se tumbo donde le indicaba la directora. Tras unos segundos la estancia se lleno del sonido de los azotes que la mujer administraba sobre el trasero de la chica. La directora cambiaba el ritmo de los azotes, y poco a poco fue aumentando la fuerza con que azotaba. Tras largos minutos, se descalzo la zapatilla. Era un calzado pesado, con una gruesa suela de goma flexible, de fieltro color burdeos y abierta por el talón. Los azotes fueron cayendo sobre el trasero de Marta  de manera enérgica y meticulosa. Unos diez minutos después de comenzar la azotaina, la directora se detuvo, depósito la zapatilla en la cama, e incorporó a la chica.

                        -¡Gracias Ana! –Le dijo la chica mientras le daba un beso a la directora, mientras se frotaba las nalgas doloridas en medio de una sonrisa.- Buenas noches.

                        -No tan rápido jovencita. –Le dijo Ana mientras la retenía sujetándole por una mano, ante la sorpresa de la chica.-

                        -Tú querías estar aquí, lo empezaste, pero no significa que tú seas la que lo acabas. Aun no hemos acabado.

                        -¡Pero…! –Intentó protestar.-

                        -¡Ssssss! No quiero oír ni una palabra. –Le cortó tajantemente.- Te advertí que esto no sería un juego.

Mientras hablaba, comenzó a despojar a la joven de la pequeña ropa interior que cubría sus nalgas, tras lo cual la volvió a tumbar en su regazo. Pasó una de sus piernas por el de la chica, y después comenzó una tanda de azotes con la mano. La energía y rapidez de aquella azotaina provocó las lágrimas de Marta, mientras que una sonrisa apareció en los labios de Ana. Los azotes dieron paso a unas caricias, y un pequeño masaje en las doloridas nalgas de la joven. Tras aquel breve descanso, Ana prosiguió aquel castigo, pero esta vez fue el turno de la zapatilla, que impacto de forma enérgica al menos treinta veces. Las lágrimas empaparon las sabanas de aquella alcoba. Ana sentó a la joven en su rodilla, y lleno aquel rostro lloroso de besos y caricias, después se tumbo en la cama, y abrazo a Marta sobre su pecho, hasta que el llanto dio paso al sollozo. Tras unos minutos, extendió delicadamente una crema en aquel trasero enrojecido y dolorido por la paliza, después Ana la arropo a su lado y espero hasta que Marta vencida por el cansancio se durmiera. Eran las doce de la noche cuando la luz se apago y el sueño acampo definitivamente por todos los rincones del centro.

Cuando Ángela abrió los ojos, sintió como el dolor de su trasero había desaparecido prácticamente durante la noche, aunque el dolor de su humillación permanecía inalterado. Con paso lento se encamino a los árboles que rodeaban el centro. Eran viernes, y los próximos tres días eran totalmente libres, en los que la chicas podían hacer lo que desearan, salvo ausentarse del recinto. Ángela opto por alejarse de todos. Se sentía humillada, y confundida por los sentimientos que albergaba. Busco la sombra de un gran castaño, y se recostó en su tronco.

            -¡Qué haces aquí sola! –La voz de un hombre la saco de sus pensamientos. Instintivamente se levanto sobresaltada, hasta que reconoció al jardinero y mecánico.

-Quería un poco de intimidad. Odio este lugar y odio a todas esas brujas.

            Una abundante carcajada salió de la garganta de aquel hombre. Medía un metro noventa. Pese a no tener más de cuarenta años la piel estaba curtida por el sol y el trabajo duro. Ángela no pudo evitar fijarse en la excelente forma física que se adivinaba debajo de aquella camisa suelta.

                        -¿Qué pasa, te han castigado? –Indagó.-

                        -Anoche. Y fue humillante. Me voy a largar de aquí en cuanto pueda.

                        -Tranquila mujer, no es para tanto. Es todo como se mire. –Los ojos de Ángela se abrieron hasta el punto casi salírseles de las orbitas.- Lo que hoy es humillante, mañana puede no serlo.

                        -¿Cómo puede no ser humillante?

                        -Todo esta aquí –le dijo tocándole con el dedo la frente.- Tú puedes hacer que las cosas sean distintas.

                        -¡Ya! Si tú lo dices. –Le dijo ella, mientras que comenzaba a alejarse.-

                        -¿Quieres descubrir el otro lado de los azotes? –Ella se detuvo y se giro para mirarle.-

                        -¡Los azotes no tienen dos lados! –Sentenció.- Duelen y humilla. Eso es todo.

                        -¡Bueno! ¿Si tú lo dices? –Respondió con desdén y se encaminó a su cabaña.- Seguro hace falta más valor del que tú tienes para aprender.

                        -A mí no me falta valor para nada en ésta vida. –Le gritó ella mientras le seguí.- Pero no creo que haya que aprender nada.

                        -¿Tú crees? –El se detuvo y la miro a los ojos.- ¿Estas totalmente segura de eso? –Ella dudo, mientras que su corazón comenzó a bombear sangre a toda velocidad.-

                        -Si hay algo que aprender, -Dijo al fin ella.- ¿Tú me lo puedes enseñar?

                        -Solo hay una forma de aprender. –Se acercó más a ella.- Y si quieres aprender, tendrás que aceptar que te azote. –Ella sintió como el corazón le iba a mil.- Si estas decidida sígueme.

            El hombre comenzó a caminar. Ella le vio alejarse entre la maleza. Lentamente echo andar detrás de él. Su mente se hallaba en una nube. El hombre entró en una pequeña casa de madera en medio de aquel pequeño bosque, lejos de la vista del edificio principal. Dejó las herramientas en el suelo, y miró de reojo la silueta que se dibujo en el umbral de la puerta.

                        -¡Pasa y cierra! –Le indicó.- Solo te voy a poner dos reglas. –Ella se sentó en la mesa, mientras le miraba fijamente.-

                        -¿Cuáles?

                        -La primera es que si te quedas no te iras hasta el domingo por la noche. Si decides empezar, no podrás abandonar hasta el final.

                        -¿Y la segunda?

                        -La segunda es que jamás, jamás se lo contarás a nadie del centro. No mientras que tú y yo sigamos aquí. –El silenció se asentó entre ellos.-

                        -Esto es un error. –Ángela se levanto y se encaminó a la salida. Abrió la puerta y miró la vegetación que les rodeaba.- ¿A cuantas chicas has traído aquí?

                        -A ninguna. Nadie me pareció nunca interesante para enseñarle lo que sé.

                        -¿Cómo te llamas?

                        -¡Gabriel! –El hombre se desabrocho la camisa y se la quito, tirándola a un cesto donde la ropa se amontonaba.- Vete o quédate, pero decídete porque no tengo todo el día.

            La puerta se cerró de golpe. El se giró y entró en la cocina. Abrió el frigorífico,  y sacó una botella de leche. Después de camino al salón, recogió dos vasos. Al regresar Ángela continuaba de pie en la puerta tal y como él la había dejado.

                        -¿Quieres leche? -Ella se acercó y cogió el vaso que le tendía. Ambos se sentaron a la mesa.- Los azotes se pueden ser un medio de castigo, pero también una fuente de placer. Pero para que lo entiendas, debes experimentar los dos extremos. ¿Estas segura que quieres seguir adelante?

                        -¿Hablas mucho? –Le respondió ella con tono descarado.- ¿Tienes previsto preguntarme muchas veces lo mismo? –Dejó escapar una sonrisa-

                        -¿Siempre eres tan descarada? –Ella dio un sorbo de leche, y encogió los hombros.- Bueno, veremos cuanto te dura esa actitud. ¡Levántate, sacate la blusa y ponte de cara a la pared hasta que te llame!

                        -¡Si hombre!

                        -¡VAMOS! –Gritó Gabriel, mientras se levantaba y golpeaba la mesa con su mano.-

            Marta se sobresalto, estaba aturdida y comenzó a desabrocharse la blusa. El hombre le ayudo con cierta brusquedad. Ella se quedó únicamente con el sujetador. El la cogió por el brazo y mientras que le asestaba un fuerte manotazo en el trasero la condujo hasta un rincón. –No te muevas hasta que te llame.- Le dijo de nuevo, y volvió  a  soltar otro azote para reafirmar la orden. Pese a los vaqueros que llevaba, Ángela comenzó a sentí un leve picor en sus nalgas.

 

                                                                                                          CONTINUARA……

La lección de Lucía

Autora: caro (caroqferlini)

Corrían los años 90; las crisis económicas estaban a la vuelta de la esquina y en esa familia no era la excepción, el padre aunque nunca había puesto un dedo encima ni a su mujer ni a sus hijos no hacia otra cosa que gritarles y tratarles mal.

La mayor de sus hijos, Lucia, con mucho esfuerzo logro salir de ese circulo vicioso, se había encaminado en el mundo del estudio pero los recuerdos del pasado la atormentaban y poco a poco iba saliendo de pequeñas crisis que llegaban para hacerla amargar y sentir menos que los demás, poco a poco iba saliendo de esos estados pero llegó un momento en que ya no pudo evitarlos. La depresión la agarró desprevenida; siempre había sido muy fuerte nunca lloraba ni expresaba lo que sentía pero la depresión la traía de cabeza, no lograba controlar su llanto menos fingir una sonrisa, poco a poco ésta y todos sus males la consumían, empezó a fumar, a tomar en exceso y a pensar en el suicidio nunca había sido esa una posibilidad en su vida hasta que un día en un ataque de histeria se cortó la muñeca y sin percatarse de nada reventó su vena, la sangre corría a montones y tuvo que ser llevada al hospital por su padre.

Al llegar ahí fue atendida por un buenmozo medico Mauricio se llamaba este curo sus heridas y charlo con ella durante varios minutos, una vez cerradas sus heridas, entró su padre a la habitación furioso por semejante escena y le propino a la chica una sonora cachetada, ante esto ella claramente se hecho a llorar y el medico impactado le dijo al padre que esa no era la manera de disciplinar a su hija que si tan necesario lo veía la pusiera sobre sus piernas, pero ahí no era ni el momento ni el lugar indicados. Seguidamente hizo salir al padre de la habitación, ayudó a Lucia a calmarse y procedió a decirle: "mira lo que le dije a tu padre fue en serio yo en su caso te hubiera dado tu buena tunda en la cola por hacer esto".

Los días pasaron y ella debió quedar internado en el hospital por intento de suicidio por lo que Mauricio la visitaba a diario, pasaron las semanas y ellos se hicieron amigos, al tiempo ya eran novios Mauricio ayudaba a Lucia con su depresión y ella llenaba de luz su vida a pesar de sus bajones de animo, un día ya meses después de su intento de suicidio Lucia volvió a caer en la depresión, estaba sola Mauricio había salido de viaje por unos días y ella volvió a cortarse esta vez no se hizo mayor daño pero si lastimo su piel, al llegar Mauricio a casa noto a Lucia un poco decaída y vio la herida que aunque superficial destacaba en su brazo inmediatamente se preocupo, la reviso y pregunto porque lo había hecho ante su respuesta el le recordó lo que en un momento le había dicho a su padre que si estuviera el en su lugar le haría entender en la cola lo que ella era y lo significaba además del daño que se hacia por no querer ayudarse. Ya para ese momento Lucia lloraba desconsolada mas por el decepcionado Mauricio que por el castigo que le esperaba, el fue a la habitación, cogió un cepillo de madera, su cinturón y el paddle, la llamo al sillón y le hizo colocarse sobre sus piernas, Lucia no podía parar de llorar, el empezó regañándola por su comportamiento al mismo tiempo que chocaba las palmas de sus manos contra las nalgas de ella, lo hacia con la suficiente fuerza como para que ella diera unos  cuantos brinquitos pero no era suficiente.

Seguidamente hizo a levantar su falda con lo que ella se limito a tratar de evitarlo pero el tomo su brazo y lo prenso a su espalda impidiendo así que pudiese moverlo, acto seguido continuo con la descarga de nalgadas con su mano, luego le dio 100 veces con el cepillo y 100 veces con el paddle, Lucia gritaba, lloraba y suplicaba que por favor parase pero el no la escuchaba en lugar de eso le recordaba lo que en su momento le dijo a su padre y le dijo que esto no acabaría hasta que ella no comprendiera lo maravillosa chica que era.

Una vez terminado con los implementos de madera la hizo acostarse sobre la cama con dos almohadas bajo su vientre y se aproximo a darle 200 golpes con el cinturón, para ese momento Lucia ya no hay mas que llorar en silencio diciendo de vez en vez que había comprendido que lo que había hecho estaba mal y que nunca mas volvería a atentar contra su vida, sus nalgas estaban tan hinchadas, tan rojas que Mauricio decidió parar en ese momento el castigo, le ordeno quedarse así, trajo crema y la esparció por las turgentes nalgas de su novia lo cual proporciono alivio tan hermosa parte de su cuerpo, retiro las almohadas que estaban bajo su vientre y las coloco bajo su cabeza, le inyecto un tranquilizante en el brazo pues sabia que sus cachetes inferiores no lo soportarían, tendió una sabana muy liviana sobre ella y la dejo descansar no sin antes besar su frente y decirle al oído cuanto la amaba, mas que a la  vida misma y que su vida sin ella no tendría ningún sentido en absoluto.