Blogia
Relatos de azotes

El Instituto de Reinserción

Autor: Mkaoss

Cuando opté por este trabajo, no pensé que iba a influir tanto en mi lo que en aquella Institución sucedía, y si bien tardé tiempo en asimilarlo, hoy puedo contarlo sin vergüenza; incluso podría decir que me siento satisfecho con lo éxitos que conseguí en cambiar la conducta de algunas de aquellas muchachas. Yo había estudiado Pedagogía y me había especializado en Educación Especial, orientándome por casos conflictivos de desarraigo e inadaptación social y familiar. Por eso, cuando leí en el periódico que solicitaban una plaza de pedagogo en el Instituto de Reinserción, me ilusioné con la idea de poner en práctica mis conocimientos e ilusiones.El Instituto estaba alejado del pueblo más cercano a  15 Kms, y se encontraba en lo alto de una colina. Se trataba de un  viejo caserón en el que residían más de 60 chicas de 14 a 18 años, que habían sido ingresadas por orden judicial, debido a su mal comportamiento social, y cuyos delitos se limitaban a hurtos y robos, violencia y disturbios callejeros. Se trataba pues, de jóvenes inadaptadas, desobedientes y carentes de la autoridad y del cariño que deberían haber tenido. La organización del Instituto era casi militar, y el grupo total de chicas formaba, caminaba y se comunicaba de forma marcial, solicitando permiso para todo, pues prácticamente no había ninguna actividad voluntaria que pudieran hacer o solicitar. Debían adaptarse a las estrictas normas existentes o de lo contrario eran castigadas con severidad, de forma ejemplar, tal y como me dijeron al entrar, y pude comprobar a los pocos días.Pese a los castigos ejemplares que se aplicaban, seguían cometiéndose trasgresiones graves de las normas, por lo que el sistema punitivo no parecía tener grandes resultados, entre otras cosas, porque se solían aplicar de forma colectiva, esto es, no sólo era castigada la presunta culpable, sino también las compañeras que la ayudaron, las que sabiéndolo no lo impidieron y las que viéndolo no hicieron nada por evitarlo. O sea, se castigaba a TODAS. Por tal motivo, era frecuente que por la misma falta fueran castigadas cuatro o cinco chicas a la vez, o todo el grupo de habitación, compuesto por ocho jóvenes. Los castigos se llevaban a cabo en la Sala de Enmienda, que era una sala grande de reunión de profesores. Cuando llegaba el día del castigo, si este era colectivo, se acondicionaba la sala de modo que quedara un espacio diáfano para colocar los seis o diez potros, que eran unas mesas preparadas para que la alumna se tumbara en ellas, teniendo unos arneses a ambos lados de las cuatro patas, a las que se las ataba, una vez que se habían desnudado totalmente, de pies a cabeza.Las castigadas eran atadas fuertemente de pies y manos, a ambos lados de la mesa, a través de unas correas especiales, y en la mesa, que estaba acolchada, existía una banda ancha que sujetaba la espalda de la interesada. De esa forma la chica quedaba totalmente inmovilizada, doblada por su cintura, perfectamente expuesta para el castigo de sus nalgas y muslos. El castigo se las aplicaba nada más serles leída la acusación por el Director del Centro, sin que pudieran objetar la mínima queja  o descargo en su defensa. Las chicas con ojos espantados, sucumbían a la fuerza de los profesores, ya que la mínima resistencia hubiera acrecentado el castigo. Una vez colocadas y atadas a las mesas correspondientes, cada profesor encargado del castigo, elegía una vara a  conveniencia y criterio de él mismo, que estaba en función del trasero  azotar y de la simpatía o no hacia la alumna en cuestión, aunque a decir verdad, y por la forma de ejecutar el castigo, no creo que sintieran el mínimo aprecio por ninguna de ellas, excepto para provocarlas el máximo dolor con los varazos. A la voz del Director  “Que empiece el castigo”, los profesores encargados se dedicaban a descargar con toda su fuerza, la vara sobre las nalgas de las alumnas, de tal forma que se entremezclaban los ruidos silbantes de las varas con los gritos y lamentos de las chicas. El número de varazos dependía de la falta cometida pero yo nunca conté menos de seis golpes y muchas veces perdía la cuenta cuando sobrepasaban los treinta. Me resultaba tan ensordecedor los lamentos y los golpes propinados, que prefería enajenarme y pensar en otra cosa. Al terminar el castigo, los profesores abandonaban la sala dejando a las chicas todavía atadas que seguían quejándose de verdadero dolor y picazón. Al cabo de unos minutos, volvían a entrar en la sala, ya más calmadas las alumnas, y se dedicaban a contemplar los efectos de la vara en cada una de ellas, admirando las marcas dejadas sobre las pobres nalgas de las muchachas que presentaban prominentes verdugones, y se elogiaban, los unos a los a otros, por el buen trabajo realizado. Cuando les parecía bien, liberaban a las chicas de sus correas, recogían su ropa y salían corriendo, desconsoladamente, hacia sus habitaciones donde eran consoladas por el resto de sus compañeras que quedaban aterrorizadas por los efectos terribles del castigo. Como había comentado antes, los castigos se aplicaban de forma colectiva, al grupo, haciendo culpables a todas y cada una de las que lo formaban, por lo que de ejemplar, a mi modo de ver, tenía poco, puesto que si de todas formas ibas a terminar siendo castigada, fueras o no culpable, mejor sería, al menos, participar en la fechoría, puesto que así se ganaba en prestigio en el grupo, y era una forma de vengarse de las compañeras que motivaron mi anterior inmerecido castigo . Las chicas vivían esa injusticia de forma íntima y secreta, alimentando el odio y el rencor de ser consideradas todas iguales, para ser castigadas. Como su permanencia era limitada, sabían que a los 18 años saldrían de aquél infierno del que, por desgracia, estaban aprendiendo poco.Yo daba clase de Convivencia y realizaba talleres de grupo, por lo que se podrá intuir que en aquellas condiciones era difícil de trabajar, puesto que nunca había sido grupo y los miembros del grupo se odiaban a muerte por haber pagado deudas que no las correspondían. Desde el principio sintonicé bien con las chicas, y me estudié cada uno de sus historiales personales para mantener, más tarde, entrevistas con cada una de ellas. Eso me llevó mucho tiempo y mucho desgaste emocional, pero si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría hasta con mayor dedicación. Supe, entonces de sus problemas con la justicia, del tipo de familia que tenían, de las enfermedades que habían pasado, de las cicatrices tanto físicas como psíquicas que la vida te va dejando aun en esa edad, de sus ilusiones, de sus complejos, de sus abandonos, de sus iras, y sobretodo supe de su corazón y de su sentimiento,  al sentirse atrapadas en un mundo absurdo, en el que cualquier comentario era sádicamente silenciado en la Sala de Enmienda. Si soy sincero, me costó muchísimo al principio mantener la disciplina, si bien con el tiempo fueron entendiendo que para ser oído no hace falta gritar y si el que escucha necesita de los gritos, es porque no merece la pena hablar con él. Esto me valió varias advertencias del Director sobre mi contrato, no porque él estuviera descontento conmigo, sino por que el resto de profesores veían cómo peligraba su equilibrio docente y autoritario, ya que, curiosamente, mis clases se volvían cada vez más disciplinadas, sin que hubiera incidente alguno. Además las alumnas estaban adquiriendo una serie de hábitos que las reportaba rendimientos escolares muy satisfactorios, que fueron valorados muy positivamente por la auditoria que realizó la Fiscalía. A decir verdad, no es que fuera menos severo que el resto de profesores, pues aplicaba la misma disciplina que los demás, pero creo que lo hacía de una forma bien distinta. Desde luego, tuve la suerte de no participar en esos castigos terribles infligidos con la vara, ya que el Director siempre pedía voluntarios para realizarlos, y siempre había quien se ofrecía voluntariamente para liberar su ira y frustración en las nalgas de las alumnas castigadas. Mis métodos eran diferentes a los allí utilizados, y a pesar que también eran castigos corporales, en nada tenían que ver con la costumbre institucionalizada. En primer lugar, me cercioraba muy mucho de castigar únicamente a la culpables o culpables. Para nada hacía pagar culpas ajenas, que lejos de ser ejemplar, viene a perpetuar la injusticia universal desde la creación. El cómo sabía quien era la culpable, es algo que no rebelaré, pero sí diré que ninguna de mis alumnas me tachó de injusto, sino más bien de justiciero. Una vez conseguida la confesión por la interfecta, la obligaba a contar al resto de la clase cuál había sido su plan, las motivaciones para hacerlo, y los objetivos y beneficios que quería obtener de ello.  Establecía un diálogo abierto entre todas a fin que dijeran su parecer sobre los hechos, y aunque pocas se atrevían a condenarlo abiertamente, gozaban profundamente al saber que, en esta ocasión, solamente pagaría la culpable. Eso reforzaba su personalidad para decidir cuando participar o no en las travesuras, que seguían realizando, evidentemente, y las ayudaba a actuar sin coacciones por parte de la líder de turno que veía así cómo disminuía su dominio, aumentando el riesgo de ser castigada únicamente ella. Preguntaba por último a la interesada si quería decir algo a sus compañeras, a las que había puesto en apuros por su capricho, si quería pedir perdón y si creía merecer el castigo que la iba a aplicar. Terminada la sesión, comunicaba a la culpable la decisión final de castigarla, informándola que podía elegir de testigo a una compañera , a la vez que yo mismo, elegía a otra, habitualmente que no fuera demasiado amiga de ella. Con las mismas nos íbamos a la Sala de Enmienda, en donde colocaba una silla en la que me sentaba, pidiendo a la culpable se tumbara  bocabajo en mis rodillas. De inmediato la levantaba las faldas y empezaba a azotarla con la mano, aplicando toda la fuerza que podía, tratando de producir el mayor ruido posible. Paulatinamente, la alumna iba sintiendo el efecto de mis azotes, empezaba a patalear y a querer protegerse el trasero con la mano, por lo que la atrapaba las manos y se las ponía en la espalda, momento en el cual procedía a bajarla las bragas, y continuaba con las palmadas en el culo hasta ponérselo bien rojo y caliente. Si la falta había sido grave, solía coger una suela de cuero duro pero flexible, con la que le daba unos cuantos azotes, hasta que rompía llorar, pidiendo perdón y haciendo promesas de no volver a cometer la locura o desobediencia. A veces, con eso me bastaba para creerme su arrepentimiento y quedar saldada la falta, pero otras la comunicaba mis razonables dudas de no decir la verdad, por lo que levantando una de mis rodillas y forzándola un poco las manos, la inclinaba más todavía hacia el suelo, haciendo más prominente el trasero, sobre el que volvía a aplicar duramente mi mano hasta que mis dedos quedaban marcados en sus nalgas, momento a partir del cual paraba y procedía a recordarla lo mal que se había portado, lo mucho que se había merecido esos azotes y mis deseos que recapacitara para ocasiones futuras, advirtiéndola que volvería a mis rodillas tantas veces cometiera la falta. Una vez tranquilizada, la ayudaba a ponerse en pie y la abrazaba diciéndola que lejos de significar una afrenta, tenía que asimilar el castigo como la factura que pasa la vida ante las malas acciones que solemos hacer, desde ser ilógicamente rebeldes, no cumplir nuestras obligaciones o mentir para salvarnos del castigo merecido. Eso no significa que no puedas ser tu misma, que no puedas hacer bromas y travesuras, que no puedas decir tu parecer, pero siempre sabiendo que eres dueña y responsable de tus actos.La alumna castigada quedaba mirándome con los ojos vidriosos, y a una caricia mía en su mejilla, solía responderme con una tímida sonrisa de complacencia, que yo contestaba con un “Anda, vete, y pórtate bien….”, momento en que sus compañeras, que habían presenciado gustosamente la azotaina, la ayudaban a recoger sus cosas y la acompañaban entre risitas a su dormitorio donde permanecían por un buen rato. Habíamos trabajado el acto del arrepentimiento para la rectificación de los errores, a fin de conseguir la satisfacción personal por el objetivo logrado, a través de la liberación de la culpa, y quedé gratamente sorprendido por los resultados. Las chicas iban entendiendo que por encima de la sala de Enmienda, los caprichos de los profesores y las normas absurdamente estrictas, debía de existir una organización social, grupal y personal de la que nadie puede o debería eludir, y que la única forma de llevar a cabo nuestros deseos, es a través de una autodisciplina de la que estaban aprendiendo para cuando, ya fuera de la Institución, no existiera nadie para recordársela. Es cierto que hubo muchas que no quisieron atender a estas enseñanzas, y cayeron directamente en las redes de la delincuencia, el fracaso y la miseria social y personal, no sabiendo atender su vida como personas de la forma debida. Las más, fueron paulatinamente integrándose en la malla social del ambiente en el que vivieron, y creo que soportaron valientemente la existencia. Durante doce años fui profesor de dicho Instituto, y cuando me fui, sentí que una parte de mí quedaba en aquellas clases, en aquella Sala de Enmienda, en la que había impartido mis enseñanzas y mi disciplina, pero no me importó lo más mínimo, porque me llevaba el recuerdo de cada una de mis alumnas a las que azoté con el cariño y el deseo que consiguieran sentirse libres y responsables de sus actos.

8 comentarios

Gabriela Sánchez Barrionuevo -

Ahora estoy en una horrible espera de saber si pase o no educación física, ya que por mi condición de autismo a última hora el profesor me envió un trabajo escrito, pero antes el ya me había puesto bajas notas y me tenía mala voluntad por discapacidad. Las dos últimas clases vino un profesor de reemplazo que me mando un trabajo más y me tomó un examen escrito rebuscado. Como no saque la nota mínima de aprobación que es 70/100 sino 67/100, él me tomó dos preguntas más y llegué a 69/100, pero mi padre le rogó que me suba un punto más que me faltaba para aprobar, pero el profesor le noté indeciso de si subirme o no; el anterior profesor en la mitad del ciclo me robó tres puntos, de los cuales el último profesor me devolvió 2 pero me hace falta uno más , de los 3 que me robó el otro, será que me sube o no. En realidad sigue habiendo la deuda de un punto más, Dios sabe que si robo 3 puntos el anterior profesor y el de remplazo me pagado devolviendo me 2 todavía me debe 1 más que necesito para pasar.

celeste -

me gustaria ser tu alumna, porque gozo mucho cuando mis padres me dan una paliza cuando me porto mal

cinthia -

ta bien quisieras ser mi profe de pedadogia

POOL MURRIE -

A MI ME GUSTARIA AZOTER EL CULO DE MI ALUMNA Y DESPUES HACERLE CARIÑO A SU ANITO Y HASTA SE LO BESARI DESPUES DE AZORTARLO

MALE -

NO ME GUSTA LA VIOLENCIA Y MENOS A ALGUIEN INOCENTE, PERO ESTA BUENA LA HISTORIA , TE FELICITO

ANDREITA -

exelente
qusiera ser tu alumna

Juan -

Una azotaina puede ser justa y temible sin necesidad de utilizar ni vara,Correa, Latigo, etc... Y aunque sea culpable o sea una spankee, a veces puede resultar mucho mas efectiva una buena azotaina con la mano, y puede llegar a ser mas dolorosa para la spankee, simplemente es necesario ser un buen spanker, y saber que la spankee debe juzgar quien es mejor spanker para ella...

Juanspanker

Iván -

Matricula de Honor pero...
te falto la vara,látigo.palmeta,cepillo, correa y humillarla delante de sus compañeras a tú elección.
Iván