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Relatos de azotes

La carta olvidada III: El castigo

Autora: Ana K. Blanco 

El castigo

-Bien, comprendo su enojo y le vuelvo a pedir disculpas. Pero le ruego que ahora se vaya, por favor. Me siento no muy bien, y además estoy sumamente nerviosa por todo esto.  Lo acompaño a la puerta...

-Pero ¿usted se piensa que yo me iré así como así? ¿Usted se cree que con decir "lo siento" está todo arreglado? Señorita Rocío... si yo no me hubiera dado cuenta de su engaño, si su rostro no hubiera translucido su mentira, en este momento yo estaría aún sufriendo, lleno de dudas sobre el amor de Leticia, con mil preguntas que esas cartas me contestaron apenas las leí. No señorita, lo siento pero... no la puedo perdonar así nomás.

-Mire señor Alzamendi, me tiene muy sin cuidado si usted me perdona o no. Ya le pedí disculpas y si usted no me las quiere dar es su problema. Así que tome sus cartas y... ¡lárguese de una buena vez!

Fabián la miró furioso y se agachó a recoger las cartas. Cuando se volvió para mirarla, su rostro había cambiado por completo. Tenía una sonrisa... pícara, especial, soberbia y hasta con un brillo de ganador.

-Me retiro señorita Anchorena. Y por supuesto, de aquí voy directamente a la Comisaría a poner la denuncia contra usted.

El rostro de Rocío se tornó pálido, y ella abrió los ojos y la boca de forma descomunal por el asombro.

-Pero... ¿qué dice? ¿Denuncia de qué? Usted no me puede denunciar por nada ¡yo no hice nada!

-¿Qué no hizo nada?  Señorita, por favor! Violó usted correspondencia ajena abriendo un sobre cerrado, violó la privacidad de Leticia y mía, y... todavía puedo agregar alguna cosita más, como el que me haya negado el dármela. Sólo el violar correspondencia ya es un delito penal...

Rocío no sabía qué decir, pero sabía que él tenía razón. Cuando se dirigíó a la puerta y puso la mano en el pestillo ella le gritó:

-¡No, por favor no se vaya! Espere, hablemos un momento...

-No tenemos nada que hablar señorita. Usted no se arrepiente de lo que hizo, y me parece muy bien. Pero tendrá que atenerse a las consecuencias de sus actos. Buenas noches...

-Pero... tiene que haber alguna forma de arreglar este entuerto. Le pediré disculpas dobles, por mi error y por mi soberbia al no querer reconocerlo.

-Eso, señorita, no es suficiente.

-Entonces... qué es lo que pretende? ¿Qué quiere que haga para que me disculpe?

-Quiero que no mienta más, que sea sincera, que sea capaz de reconocer cuando se equivoca y que acepte su castigo con altura.

-¿Castigo...? ¿De qué castigo me habla?

-Para que yo la perdone deberá aceptar mi castigo: serán 500 nalgadas propinadas a nalga desnuda. Si acepta, prenderemos fuego las cartas y todo olvidado. Si no acepta... iré a hacer la denuncia.

Fabián gozaba por dentro, mientras que Rocío maldecía su suerte. Aunque...  ver a ese hombre tan viril, escuchar su proposición y que él se mantuviera tan firme en su decisión, habían logrado excitarla. Sí, estaba excitada ante la posibilidad de ser nalgueada por primera vez, de probar todo eso que había leído en la carta de Leticia, de sentir en carne propia lo que había visto en los videos y en internet.

-No, no quiero. Puede usted irse por donde vino, y ¡haga lo que quiera, no me importa!

Fabián salió decidido y llamó el elevador. Antes de que este llegara Rocío salió del departamento y dirigiéndose a él le dijo, mirando al piso

-Acepto. Usted gana...

Entraron en el departamento y sin decir nada Fabián se quitó la chaqueta, la colgó en una silla y luego se sentó en ella. Ella se mantuvo de pie con la mirada baja mientras que él se remangaba la camisa. Con un tono adusto le espetó:

-Bien Rocío, antes de comenzar quiero aclarar algunas cosas:

Primero: puede usted parar el castigo en el momento que lo crea conveniente, pero si lo hace antes de terminar, no tendrá validez y yo daré curso a la denuncia.

Segundo: yo soy quien tiene experiencia en esto, por lo tanto soy el que pone las reglas, el que decide cuándo dejarla descansar, cuándo seguir y con qué instrumentos la azotaré. Su palabra o sus deseos carecen totalmente de valor, excepto para parar por completo cuando quiera hacerlo, con las consecuencias que ya le mencioné, claro...

Tercero: deberá obedecerme sin chistar... o detener todo.

Cuarto: Pondremos una clave. En el momento que usted la diga, detendré el castigo de forma inmediata y me retiraré. Tendrá usted noticias mias por medio de mi abogado, o de la policía. La clave será... "Carta y castigo".

Si quiere hacer alguna pregunta o añadir algo, hágalo ahora. De lo contrario, comenzaremos de inmediato. ¿Está preparada para comenzar?

¿Qué sentía en ese momento por este hombre? ¿Odio? No sabía si era odio, pero sí mucha rabia por su trato tan frío e impersonal. También sentía desprecio, pero al mismo tiempo admiración por su actitud autoritaria y dominante. Quisiera golpearlo e insultarlo, pero también deseaba besarlo y hasta... Tenía razón Leticia: eran sentimientos contradictorios, dicotómicos y... maravillosos.

-Sí -contestó ella.- Estoy preparada.

-Bien. Acérquese entonces y colóquese boca abajo sobre mis rodillas... eso es. ¿Lista, verdad? Bien... ¡aquí vamos!

Sintió como él apoyaba la mano sobre sus nalgas y las tanteaba y masajeaba suavemente mientras que le hablaba. Era una sensación deliciosa, pero tenía la seguridad que cuando comenzara a nalguearla no pensaría igual.

-Quiero que sepa Rocío que estoy muy disgustado. No enojado, pero sí disgustado. Me molesta mucho cuando alguien invade mi privacidad como lo hizo usted, pero lo que sí me pone furioso es la mentira. Su comportamiento denotó una total falta de ética, de discreción, de educación y de moral. No debería permitir que comportamientos tan bajos como la curiosidad  y la mentira logren dominarla.

Rocío estaba concentrada en el discurso que le estaba dando Fabián, por lo que la primera nalgada la tomó totalmente desprevenida y la hizo saltar, no tanto por el dolor sino por la sorpresa.

-¡Aayyyyy! -gritó.

Fabián paró. Apoyó sus antebrazos en la espalda de la chica como si fuera una mesa, la miró aún sabiendo que ella no lo podía ver, y le espetó:

-Si cada palmada que le voy a dar va a significar un grito de ese calibre, me veré obligado a amordazarla.

-¿Qué cosa? No se atreverá a semejante disparate.

-Señorita... le sugiero que no me diga a lo que me atrevo o no -y comenzó a nalguearla de una forma pausada, rítmica y no demasiado fuerte, considerando que era su primera vez y... que todavía no habían comenzado con el castigo en sí, aunque posiblemente ella pensara que sí.

Continuó nalgueándola durante unos pocos minutos cuando decidió que era el momento de levantarle la falda.

-Noooooooo, pero... ¿qué hace? ¿cómo se atreve?

-Le recuerdo Rocío, que el que pone las reglas aquí soy yo. ¿Quiere que paremos? -Ella negó con la cabeza.- Entonces, obedezca y quédese quieta.

Levantó la amplia falda y se encontró con unas bragas blanquísimas, que cubrían casi por completo las nalgas. La poca piel que se veía por los costados estaba de un rosado no muy fuerte. Los globos de la chica se adivinaban hermosos, firmes, turgentes... y eso le dio más fuerzas aún para seguir adelante. Así que recomenzó el castigo sobre las bragas mientras que ella se retorcía y comenzaba a dar signos de dolor.

En un momento determinado, ella interpuso su mano y...

-Quite su mano. ¡Ya! -ella se frotaba las nalgas y no obedeció.- Si no quita su mano inmediatamente, le aseguro que será peor...

-Pero... ¿cuánto falta? -le preguntó con voz entrecortada.

-¿Cómo que cuánto falta? Todavía no empezamos. Si tiene usted memoria, recordará que le dije que el castigo de los 500 azotes sería "con las nalgas desnudas". Esto que tuvimos hasta ahora era simplemente el "precalentamiento".

Y sin más, metió sus dedos en el elástico superior y le bajó las bragas hasta el nacimiento de las nalgas. No le dio tiempo a reaccionar, cuando puso su mano para impedir la acción, con un rápido y certero movimiento, Fabián la tomó de la muñeca y tirando hacia arriba le impidió cualquier acción.

La lluvia de azotes comenzó a caer sobre las coloradas nalgas, y el picor de un principio comenzó a tornarse en dolor. La casi inmovilidad del comienzo se convirtió en el corcoveo de una yegua salvaje. Levantaba las piernas, se movía, se contorsionaba, trataba de esquivar los azotes de todas formas pero... era inútil.

-¡Basta! Pare, por favor... se lo ruego.

-Sólo diga la clave y me detendré. Mientras tanto... es como si no la oyera. ¿Tiene algo que decir? -Su respuesta fue el silencio fue total- Bueno, entonces la dejaré descansar un rato. Póngase de pie y vaya a aquel rincón, de cara a la pared. Y no se le ocurra protestar.

Con un gesto caballeroso pero firme, la ayudó a ponerse de pie mientras que ella se bajaba la falda del vestido. Se dirigió al rincón y cuando estaba cara a la pared, sintió las manos de Fabián levantándole la falda.

-Pero... ¿qué hace?

-La pongo en evidencia. Su falda permanecerá levantada y sus bragas bajas para que yo pueda observar sus nalgas castigadas. Ya le dije que el que mandaba era yo. No es necesario que se lo recuerde, ¿verdad? Y no se le ocurra tocarse, quiero que apoye sus palmas en la pared.

Fabián se alejó unos pasos y la observó. Se veía hermosa en esa pose, así que tomó asiento y se dedicó a observarla...  Ella, en tanto, sentía un tremendo escozor en su trasero, y esa pose le pareció terrible, dado que exponía sus partes más íntimas ante la aguda mirada de este hombre que... este hombre que... que... sí, debía reconocer que este hombre le había hecho conocer nuevas y deliciosas sensaciones, este hombre que había conocido por medio de esas cartas, de las descripciones de Leticia y que tantas cosas había imaginado gracias a eso.

Varios minutos pasaron, cada uno sumido en sus propios pensamientos que en realidad, no eran muy diferentes...

Aquella tarde Rocío conoció, de la mano de Fabián, muchos de aquellos instrumentos sobre los cuales había leído y había visto en diferentes sitios. Su excitación se incentivó cuando él se quitó el cinturón con el que la azotó. También probó otros instrumentos que Fabián le presentó, pero el que le arrancó verdaderas lágrimas fue... el pesado y enorme cepillo de pelo que sacó de su habitación.

Rocío no supo si los azotes fueron los quinientos que él le había dicho o si fueron cinco mil, sólo tuvo la plena convicción de que cuando Fabián se retiró del departamento y ella quedó sobándose las nalgas, una spankee había nacido: una hija traviesa de la curiosidad y la mentira...

- FIN -

6 comentarios

Pancho -

Creo que me hubiera sido genial leerlo antes que cualquier relato spanko,deberia mostrarse en un un tutorial-muestrario de este blog.

Saludos.
Felicidades.

H -

Un relato estupendo para una tarde de domingo como la de hoy. Después de leer esto ¿quién se pone a preparar el trabajo de mañana?.

brujamestiza -

¡Excelente Ana K! Delicioso, sugerente, excitante... sólo espero que Fabián haya vuelto al lado de Rocío, no se vale encender el calentador y no meterse a bañar. jajaja

Ana K. -

Gracias a los dos... siempre es bonito recibir elogios, y más cuando vienen de dos maravillosos escritores como sois vosotros... Un beso a cada uno.

Selene -

Ana K. un relato magnífico. Por la extensión se nota que lo has trabajado bastante y has cuidado todos los detalles para darle credibilidad y hacer que una se vaya metiendo en la historia, al final te queda casi hasta el picorcillo de los azotes...
Sigue escribiendo porque lo haces estupendamente.

Iván -

Matricula de Honor muy bien esos 500 azotes con las bragas puestas.
También hiciste muy bien en bajarle la falda y bragas y darle 5.000 azotes ccon el culo al aire ¡FELICIDADES!
Iván