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Relatos de azotes

Alazán

 

Autora: Selene

 

Llegué a las cuadras encendida, llena de rabia e impotencia. Había hecho mi trabajo más rápido de lo habitual, para abandonar antes mi oficina y tener tiempo de montar un rato. Pasé por casa a cambiar mi sobrio traje ejecutivo por el pantalón y el jersey de montar y de paso, recoger la fusta que permanecía guardada desde hacía años en el armario. Un armario del que yo había podido salir, pero ella aún no lo había hecho.

Me recibió el mozo de cuadra, con la alegría que siempre siente al verme, mi trato con él distante pero amable, me habían granjeado su amistad incondicional y sabía que contaba con su admiración por mí desde que observó que los caballos mantenían conmigo una relación especial que no tenía con ninguna otra persona. Yo podía caminar por el prado entre ellos y siguiendo un extraño instinto ellos se acercaban a mí para ser acariciados uno a uno. Le hablaba y les mimaba, llamando a cada uno por su nombre... mi caminar era seguido de cerca por el de los caballos, lo que era observado como un espectáculo por alguien que vivían tan cerca de ellos y sin embargo nunca gozó como yo de su total confianza.

Le pedí que me ensillara un macho, uno concreto, un ejemplar alazán de mucho nervio y carácter... a la inglesa. Él sabía que hace tiempo dejé de montar a la inglesa y que solo corría en ejemplares domados a la vaquera. Intentó disuadirme diciéndome que el alazán llevaba mucho tiempo sin que lo montaran y había que darle cuerda antes, pero mi mirada autoritaria le fulminó de una pasada y cogió una silla inglesa para adaptarla al caballo.

Nada más sentir mi peso sobre él, el caballo se encabritó y tuve que sujetarme con fuerza para no terminar en el suelo. Una vez controlado, lo encaminé a la puerta de las cuadras y le pedí al mozo que me alargase mi fusta. De nuevo su mirada preocupada, conociendo de sobras que nunca la llevaba en mis largos paseos y nunca había hecho uso de ella. Una vez en mi mano, miré la fusta despacio y la empuñé de forma elegante, elevando el pulgar y el meñique mientras hacía fuerza con el interior de la mano...

Un spanker la coge de otra forma, nada parecido a cuando se toma para montar... fue el pensamiento que me vino a la cabeza al sentirla así entre mis dedos. Salí al galope, sin paseo previo para acostumbrarnos uno al otro. Levantando polvo en el camino a nuestro paso, utilizando la fusta sobre los cuartos traseros del caballo para instarle a correr más y más... en peligro, me sabía en peligro mientras galopaba contra el viento... las crines del alazán y mi pelo suelto al viento, casi se confundían con la cercanía de mi cabeza a su cuello para no perder el equilibrio a tanta velocidad. Me sentí centauro durante el galope, sin nada más en mi mente que correr cada vez más.

Mis nalgas elevadas sobre la montura, la espalda arqueada hacia dentro... y el control con las piernas. Sientes que dominas lo que tienes entre las piernas... y la fusta, en mi mano, transmitiéndole la única orden que tenía que obedecer. Más rápido, más rápido... El frío era intenso en una mañana otoñal que se levantó con viento norte. Y yo solo quería correr y sentir, dominar... controlar... gritar fuerte y que mi voz y el chasquido de la fusta fuesen uno solo.

A pesar del viento, ambos regresamos sudando por el esfuerzo. Mojadas las crines y mi pelo, los flancos del caballo y mis piernas... sudor y rabia concentrados en dos cuerpos que se habían fundido en el esfuerzo. El caballo llegó tranquilo y yo desahogada... rendida, como recién terminada una sesión donde hubiese sido mi cuerpo y no el del caballo el receptor de los azotes de la fusta. Me dolía todo y era delicioso sentir cada uno de mis músculos, que otras veces permanecían ausentes al no sentir nada en ellos. Ahora todo mi cuerpo estaba presente. Sin embargo, la rabia que me había llevado hasta allí, permanecía conmigo en lo más profundo de mí misma. Al final, tanto esfuerzo y no había conseguido deshacerme de ella.

En la puerta de la cuadra, me esperaba el instructor. Con expresión enfadada. Nada más verme llegar, me arrebató desde abajo las riendas de un tirón y empezó a increparme, a reñirme con evidente enfado como nunca lo había hecho antes.

- Estás loca, eres una incauta, podías haberte matado con esa actitud, ¿a que estabas jugando?. Te has puesto en peligro sin necesidad y has puesto en peligro uno de los mejores caballos... estás loca!!!

- Sí... estoy loca, pero hemos vuelto los dos...

- ¿Y si no hubieras vuelto? ¿y si en vez de pasar sobre el puente hubieras caído bajo él?.

La rabia se acentuaba en su cara y sus gestos mientras me hablaba y miré hacia el puente de madera que había pasado al galope sin tomar conciencia de donde estaba ni por qué lo hacía... el puente... había caído tras de mí al tomarlo de regreso. Con el estruendo del galope y la rabia que me consumía no me había dado ni cuenta... podía haberme matado en el puente...

Tomé de pronto conciencia y solo acerté a pronunciar una serie de disculpas sin sentido... pero él no estaba dispuesto a escucharlas... Bajé del caballo con la mirada baja, pensando en cuanta rabia me había llevado a la cuadra, cuanto dolor arrastraba mi alma antes de trasladarlo a mi cuerpo... y cuan irresponsable había sido con mi actitud absurda e infantil... pero apenas pude pensar más.

Sentí como me cogía del brazo y me metía en el interior de la cuadra mientras le daba las riendas al mozo y le ordenaba llevar a beber al caballo... escuché como cerraba la puerta desde dentro y pasaba el enorme cerrojo por ella... y sentí... como me empujaba sobre una silla vaquera colocada sobre un travesaño dispuesto para sustentar monturas... sentí como doblaba mi cuerpo sobre ella y ponía una mano sobre mi espalda para sujetarme con firmeza... y sentí... la fusta sobre mis nalgas, cubiertas por el pantalón... y su rabia, contenida apenas para ejecutar el castigo sin crudeza... azotándome cada vez con más fuerza hasta que me ordenó bajar el pantalón y mis bragas... y sentí.. que tenía que obedecerle... sin saber aún porque obedecía, pero sabía que tenía que hacerlo... y sentí, su justo castigo por todo lo que acababa de hacer... por haberme puesto en riesgo de esa absurda manera...

En cada nuevo azote que me era dado justamente, iba perdiendo la rabia interior de la que no había podido deshacerme en el galope, la rabia que había crecido en mí, haciéndome rebelde y haciendo que sintiera ese absoluto desprecio frente a la vida que acababa de demostrar con mi actitud infantil e inmadura. Poco a poco, toda esa rabia se iba esfumando bajo sus azotes.

Todo en mí se quedó de pronto vacío para dejarme de esa forma, pacificada y tranquila empezar a llenarme de nuevo, pero esta vez de sensaciones distintas, lejos ya de las que me habían llevado aquella mañana hasta las cuadras.

Y sentí... todo lo que se siente cuando te sabes justamente castigada por alguien a quien de verdad le importas, pues supe en aquel momento de todo el sufrimiento de aquel hombre, que sin decírmelo nunca, hasta ver que podía perderme al llegar al puente...

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