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Relatos de azotes

Siete horas de diferencia

Autor: Eleutheris
  Para María. 

“¡Nos une una fantasía! ¿No ves que lo que nos une es una fantasía? ¿Qué cosa más poderosa nos podría unir?”. Si mal no recuerdo eso fue lo último que le dije ayer antes de perder la comunicación.

Doy una larga calada al cigarro, y mientras separo la boquilla de mis labios y la mano va bajando para terminar descansando sobre la muñeca de la izquierda, me pregunto, “¿no había yo dejado de fumar?.”

 

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Mientras camino al auto, y escucho un parco, “buena noche”, la contestación que debiera ser automática se me complica por que tiene tiempo molestándome que las “buenas noches” de toda la vida se haya trasformando singularizándose. ¿Dónde perdimos la capacidad de ser generosos incluso en el saludo? Cuando levanto la cabeza para intentar la sonrisa mecánica y responder, el interlocutor ha desaparecido. Busco las llaves en el pantalón y al sentir el roce de la bolsa en la palma de mi mano derecha, siento un pequeño calambre, la saco de inmediato, y la observo: sigue roja, y cuando soy consciente de ella, siento los pequeños y largo calambres que van de la base de la palma a tres de los dedos. Sonrío satisfecho.

 

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“Es verdad, nos une una fantasía, pero nos separan otras muchas”. Así empieza el correo que había abierto incluso antes de servirme el café nada más ver su nombre en la bandeja de entrada. Antes de seguir leyendo, levanto mi mano y la observo, lo rojo y los sugestivos calambres han desaparecido. Me hace falta un cigarro.

 

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Cuando por fin no encontramos ese día, ella viste la camiseta que tanto me gusta y unos muy breves pantalones cortos debajo de los cuales supongo una de sus tangas preferidas. Va descalza y me saluda de manera cariñosa. La beso con un corto contacto sobre los labios, y me empieza a contar su día. Percibo algo de nervios, no es normal que evite de esa manera mi mirada.

 

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Le ordeno ponerse de pie, y ella hace como si no me escuchara. Tengo que decir que se ve preciosa. Está mal sentada en el sillón de la sala, con la cabeza a tres cuartos del respaldo, media apoyada en la codera, y con las piernas extendidas una sobre la otra. Finge una cara de aburrimiento, y sobre la camiseta con que me recibió se ha puesto algo para el fresco que empieza a hacer. El rojo de esa prenda le va bien al tono de su piel, y los ojos le brillan como nunca.

“Ponte de pie”, repito la orden. Se acurruca en el sillón, se hace una especie de ovillo, como si se protegiera, y por fin voltea su mirada hacia mí.

“Tienes tres para ponerte de pie, uno... dos...”

El tres llegó cuando ella intentaba evadir la mano que se dirigía a su patilla derecha.

 

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Descanso la mano sobre su culo. Irgo la espalda y suspiro. Levanto la cabeza, cierro los ojos e intento concentrarme en las sensaciones. Se escucha su llanto apagado. Ha desaparecido la tensión exagerada de su cuerpo. Sudor. Mucho sudor. El olor es embriagador.  Mi cuerpo está caliente, y todos mis músculos en tensión.

Abro los ojos, bajo la cabeza, y la observo encantado. Todavía no se relaja nada de mi cuerpo, pero de alguna manera de mi boca sale una frase cariñosa que le pide levantarse, nos ponemos de pie juntos, y nos abrazamos en silencio. No pasan dos segundos, y nos estamos meciendo como tanto nos gusta.

 

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No me puedo quitar de la cabeza la extraña sensación de novedad que compite con el ardor en mi mano, y la sonrisa boba de mi cara.

Lo que había hecho estaba mal y ella lo sabía, lo que no sabía, y en realidad yo tampoco entonces, es que de “enriquecer la realidad”, como a ella le gustaba decir, habíamos transitado ese día, y sin darnos cuenta, a incluir un error real a lo que aparentemente dejaba de ser solo un juego (O tal vez, el juego era ahora lo que se enriquecía.)

Tendré que decirle eso cuando hablemos la próxima vez, por ahora, ¿dónde están mis cigarros?

 

1 comentario

Una admiradora -

Para mi es un relato precioso, por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Como los grandes clásico , pocas palabras para describir grandes sentimientos y sensaciones. De que manera me haces ver la escena que tienes en tu mente. Ha sido un gran placer