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Relatos de azotes

Isabel

Autor: Jano

 

                                                       Quiero, y no saben qué quiero:

                                                        yo sólo sé que me muero.

 

                                                                        CALDERON DE LA BARCA

 

                                                                      o0o0o0o0o

 

                                                        De su cuerpo garrido,

                                                        lozanía trascendía.

 

                                                                         JANO.

 

                                                                       o0o0o0o0o

  

Desde su más tierna infancia, la mente de Isabel se había poblado de escenas de castigos en las cuales, de una u otra forma, se sentía la protagonista.

 

Cuando por alguna pequeña trastada recibía unos leves azotes como advertencia de lo que no se debe hacer, disfrutaba de ellos como consecuencia de sus inclinaciones.

 

Flacucha, con grandes ojos color de miel, soñaba con frecuencia,--despierta o dormida--, con situaciones que alteraban su espíritu de una manera que no comprendía.

 

Los años fueron pasando por Isabel,-- o mejor, ella fue pasando por los años--, sin que tales imágenes la abandonaran. Su mayor deseo era que alguien, un hombre justo pero autoritario corrigiera sus faltas con la mayor severidad haciéndola sentir lo que tanto deseaba.

 

Buscaba sin saber cómo encontrar. miraba a los hombres con los que se cruzaba e incluso a los de su familia, calculando si alguno sería el que colmara sus ansias.

 

Tiempo atrás habían quedado aquellos maravillosos y dulces azotes que, de tiempo en tiempo, recibía de alguno de sus progenitores. Ni siquiera le quedaba más que en el recuerdo aquel pequeño consuelo.

 

Con los años fue adquiriendo un fogoso temperamento que la incitaba a satisfacerlo por sí misma acudiendo a su fantasía recurrente. Lo hacía en la intimidad de su habitación, aunque con suma discrección pues compartía la habitación con su hermana menor, en el  coche de sus padres durante los largos  trayectos, en un autobús si se desplazaba a otra ciudad……..en fin, cualquier lugar donde tuviera discreto acceso a su entrepierna. 

 

Ya en la Universidad, con sus hermosos ojos, a los dieciocho años recién cumplidos, mostraba una esbelta y deliciosa figura que era el foco de aquellos compañeros: la miraban con mal disimulado deseo y más de uno le hizo proposiciones.

 

Como ya se ha explicado, debido a su natural fogoso y sus secretas ansias, mantuvo algunas esporádicas relaciones que la dejaron insatisfecha, vacía y de las que no obtuvo aquello que poblaba sus fantasías pese a que hizo tímidos intentos de comunicarlo a sus accidentales amantes.

 

Frustrada, durante algún tiempo, evitó relacionarse íntimamente con hombre alguno.

 

Continuó con su inveterada costumbre de masturbarse con frecuencia. Incluso, llegó a autoflagelarse, con el consiguiente desencanto: algo importante le faltaba; esa especie de ritual que tantas veces había imaginado en el que era dominada, castigada de palabra y obra como corrección a sus debilidades. No fue el dolor el que le impidió repetir la experiencia sino la falta de estímulo que cumpliera los requisitos de un juego que ella imaginaba placentero, lleno de matices y pleno de satisfacciones para sus fantasías nunca realizadas.

 

Desanimada de que algún día pudiera cumplir sus deseos, siguió con sus estudios  afanosamente.

 

En determinado momento de la carrera, tropezó con la maldita “estadística” de la que, a pesar de dedicar enormes esfuerzos, no conseguía  obtener el menor resultado. Derrotada en sus intentos, pidió ayuda a su profesor argumentando su incapacidad para aprobarla. De la reunión que mantuvo con él salió un tanto esperanzada a la vez que intrigada. ¿Qué había querido decir con que utilizaría cualquier medio para ella consiguiera el aprobado? Siempre contando con su interés y trabajo: a esto, le había contestado con vehemencia que haría lo que fuera necesario y pondría todo su empeño en la tarea.

 

Durante un tiempo, la clase semanal que recibía, los consejos del profesor y su paciente dedicación, ayudaron en gran manera a Isabel. Pero (siempre hay un pero), llegó un momento en el que él comenzó a perder la paciencia por lo que consideraba falta de rigor.

 

En cierto momento en que su profesor parecía estar más irritado, inesperadamente se apartó de su mesa como un relámpago tomando a Isabel desprevenida; la tumbó sobre sus piernas dedicándose a palmear su trasero con notable habilidad y fuerza. Sorprendida al principio, al poco, una luz se hizo en su cerebro dejándose hacer con la mayor docilidad y, por qué no decirlo, satisfacción indecible. Sin dejar traslucir sus pensamientos ni su gozo, se dejó hacer. Sus jeans, absorbían los golpes evitando que un mayor dolor y placer llegaran a sus nalgas. Isabel se maldijo por no haberse puesto ese día algo más liviano. La primera y ansiado zurra que tanto deseaba sucedía cuando menos  preparada estaba. Se prometió hacer lo imposible para que, si se repetía el suceso, la encontrara adecuadamente preparada para sus designios.

 

Cuando la azotaina terminó al límite del tiempo que él le dedicaba, la conminó a esmerarse en lo sucesivo para no tener que repetir el castigo. Aparentando afectación, con un mohín como de un disgusto que no sentía, la casi satisfecha joven salió del despacho evitando dar saltos de alegría antes de transponer la puerta, cosa que hizo al estar al abrigo de sus miradas. Con el corazón brincando en el pecho como un caniche a los brazos de su dueña, Isabel se fue a su casa prometiéndoselas muy felices si aquello continuaba.

 

Una vez a la semana era poco para progresar en el estudio de la horrible asignatura y así se lo hizo saber al profesor: éste estuvo de acuerdo y le dijo de ampliarlo a dos días.

 

Con alguna que otra variante, día sí y día no, recibía una soberana paliza de aquel hombre que no parecía estar nunca satisfecho con sus progresos. Nunca comentaban la azotaina de la que Isabel salía corriendo como un corzo regocijada y ansiando llegar a su casa para satisfacerse, ya que él, jamás se tomaba libertad alguna ni hacía intención de tocarla. Parecía que lo consideraba un sagrado deber para con ella.

 

Ella decidió provocarle para que fuera más allá de los azotes: con tal fin, comenzó a llevar faldas más sueltas, finas. El resultado era siempre el mismo; terminado el castigo, la despedía con las mismas admoniciones para que estudiara más. El espíritu y el cuerpo de Isabel estaba más por otra labor que por el estudio.

 

Provocó más aun al hombre, poniéndose faldas cortísimas, casi exiguas, llegando incluso a llegar sin ropa interior. El resultado era siempre el mismo. El no abdicaba de su papel instructor: parecía no darse cuenta de las provocaciones que le hacían comportándose con extrema corrección. Aquello la enervaba: en sus sueños y fantasías, siempre se representaba a sí misma con el culo desnudo mientras era azotada y con aquel hombre no lo conseguía. Llegaba a veces a inclinarse hasta el suelo sin doblar las piernas con lo que parte de sus nalgas, libres de cualquier prenda que las ocultara, mostraban de forma evidente parte de ellas. Ni así conseguía que él hiciera algún intento que ella necesitaba imperiosamente. Como de costumbre, acalorada allí donde era azotada y más aun  entre las piernas, su calentura no alcanzaba la tranquilidad hasta que en la intimidad de su habitación se desahogaba con frenesí.

 

Repitió la asignatura el curso siguiente por haber sido suspendida, con lo cual, previamente, rogándole de nuevo ser admitida en aquellas tutorías a lo que el profesor accedió no sin antes recriminarla haber perdido el curso anterior.

 

Por no hacer prolija la narración, diremos que Isabel se las arregló dos veces por semana para recibir aquellos castigos que tanto la excitaban, aunque no obteniendo jamás la consecución de la segunda parte de sus deseos: él se mantuvo incólume pese a sus artimañas. Llegó a pensar si sería gay pese a que en más de una ocasión había observado un abultamiento dentro de su pantalón. Algo muy importante, si no era su inclinación a los hombres, le mantenía alejado de intención lasciva alguna hacia ella. Poco a poco, se abrió en la mente la idéa de que, quizás, por la posición que ocupaba dentro de la Universidad, le impidiera que diera rienda suelta a sus impulsos,--en caso de que los tuviera--, de que intentara algo más que azotarla, lo cual ya era bastante peligroso para su estatus. Tal vez se hubiera dado cuenta de la complacencia con que ella recibía los castigos y con eso se satisficiera sin sentirse amenazado en su carrera.

 

Lo cierto es que pasó el curso que Isabel aprobó con nota sin que ocurriera nada nuevo digno de mención.

 

Como es lógico, una vez aprobada la asignatura, no existían motivos para que siguiera acudiendo a su despacho: durante el resto de la carrera, nunca más le vio. ¡Con cuanta insistencia rememoró las frecuentes azotainas que recibía de aquel tutor! Al no recibirlas, solo alimentaba sus fantasías eróticas con los más mínimos detalles de aquellos días que desmenuzaba como los pétalos de su más preciada flor.

 

Durante algo más de un año, como consecuencia de sus vivos deseos no satisfechos, contrajo una depresión de la que salió con medicamentos y los buenos servicios de un psicólogo al que acudió en demanda de ayuda. Pese a todo el tiempo de terapia a que estuvo sometida; pese a las consideraciones que el buen psicólogo le hacía, Isabel, en ningún momento abandonó sus fantasías de las que se nutría constantemente.

 

Salida de aquel estado, buscó trabajo y se dedicó a él en cuerpo y alma una vez conseguido.

 

Mucho más tarde, conoció al hombre con el que se fue a vivir; si bien la satisfacía en sus deseos sexuales, la asignatura  pendiente que le quedó a Isabel, hasta donde se conoce, se mantuvo durante años sin aprobar.

 

Pasado el tiempo, por desavenencias mutuas, se separaron.

 

Aquella parte de su gozo que funcionaba, terminó por esfumarse también.

 

Sola, sin más sensaciones agradables que aquellas cuyas propias manos le proporcionaban, elucubraba cómo encontrar alguien que la correspondiera en todas y cada una de sus necesidades físicas y mentales.

 

Más tarde, encontró varios grupos con gente de sus mismas aficiones: de entre aquellos que la buscaron, tras algún tiempo de largas conversaciones por internet, acabó por conocer a tres hombres. Tras conocerse, recibió tanto y más de lo que pedía. Solo uno de ellos parecía conformarse con los castigos que le inflingía sin sexo. Los otros dos eran activos en todo: tiernos, respetuosos, eficaces con los castigos y fogosos, unos por una cosa otros por otras, Isabel gozaba de todo ello con delectación. Sus más íntimos deseos eran satisfechos plenamente.

 

En adelante, no se ató a ninguna relación estable pero teniendo lo que desde pequeña había ansiado. Tuvo cuanto quería de ésta vida.

 

2 comentarios

Gabriela Sánchez Barrionuevo -

Ahora estoy en una horrible espera de saber si pase o no educación física, ya que por mi condición de autismo a última hora el profesor me envió un trabajo escrito, pero antes el ya me había puesto bajas notas y me tenía mala voluntad por discapacidad. Las dos últimas clases vino un profesor de reemplazo que me mando un trabajo más y me tomó un examen escrito rebuscado. Como no saque la nota mínima de aprobación que es 70/100 sino 67/100, él me tomó dos preguntas más y llegué a 69/100, pero mi padre le rogó que me suba un punto más que me faltaba para aprobar, pero el profesor le noté indeciso de si subirme o no; el anterior profesor en la mitad del ciclo me robó tres puntos, de los cuales el último profesor me devolvió 2 pero me hace falta uno más , de los 3 que me robó el otro, será que me sube o no. En realidad sigue habiendo la deuda de un punto más, Dios sabe que si robo 3 puntos el anterior profesor y el de remplazo me pagado devolviendo me 2 todavía me debe 1 más que necesito para pasar.

Mercedes Areces -

Pégame mucho, mucho, hasta la primera sangre.... como si fuera esta noche la última vez, pégame más. Ay, mi Parrondo.