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Relatos de azotes

Era una noche típica de exámenes

m/f cinturón

Autor: Charly Gaucho

Cerca de treinta estudiantes de la última cursada estaban sentados en el aula esperando nuestra llegada.
La mesa examinadora estaba formada por un adjunto, que llamaremos Pedro, y por mí como titular.
Nos sentamos al lado de la mesa. Revisamos el bolillero, que estuvieran todas las bolillas (son doce), que hubiera suficientes programas de examen de la asignatura y cuando todo estuvo en orden comenzamos el examen.
Pedro iba llamando a los alumnos en función de una lista que había preparado la Secretaría Administrativa con todos los inscriptos que estaban en regla.
Mientras uno daba examen otra estaba "en capilla", leyendo el programa, eligiendo una de las dos bolillas que había extraído y preparando su exposición.
Así se fueron sucediendo varios alumnos -algunos aprobaron otros no- hasta que le tocó a ella.
La llamaremos Gabriela (es un humilde y sentido homenaje a la reina universal de las travesuras spanko).
Gabriela se adelantó, apoyó los programas sobre la mesa, dio vuelta el bolillero un par de veces y extrajo las dos bolillas que le correspondían.
Concentrado en la exposición del alumno que daba examen sólo le dirigí una fugaz mirada. En mi inconsciente algo me dijo que pasaba algo extraño. Entonces la miré conscientemente.
Tenía alrededor de 25 años. Su larga cabellera teñida de rubio (que era teñida lo supe después ya que la tintura estaba muy bien hecha), una blusa suelta que escondía sus formas y una pollera amplia que le llegaba a las rodillas.
Entonces me percaté de que me había llamado la atención. Gabriela siempre había adoptado una actitud desenvuelta y provocativa durante la cursada. Pantalones muy ajustados. Faldas muy cortas. Blusas transparentes. Preguntas capciosas que sólo pretendían poner en aprietos a quien daba la clase.
Ahora estaba aplacada. Parecía intentar pasar desapercibida. Era una actitud bastante extraña. Se sentó en capilla y sus manos nerviosamente se aplastaban sobre su pollera mientras apretaba fuertemente una pierna contra la otra. Serán los nervios, supuse yo y volví a concentrarme en el examen del alumno que estaba rindiendo.
Finalizó su muy buen examen, se paró y se retiró.
Gabriela se levantó, avanzó y se sentó en la silla ubicada frente a la mesa de examen.
Curiosamente, en vez de acercarse a la mesa, corrió la silla un poco hacia atrás.
Eligió bolilla y le pedí que comenzara su exposición sobre el tema que ella misma había elegido.
Bajó las manos debajo de la mesa, bajó la cabeza y clavó su mirada en el piso.
Estuvo un rato meditando, levantó la mirada y de repente comenzó a recitar de corrido el tema elegido.
De pronto se detuvo y volvió a bajar la mirada. Estuvo un rato así y luego -levantando de nuevo sus ojos- continuó con el tema también de corrido.
Parecía que recordaba de a pedazos. Su proceder me llamó la atención.
Me acerqué a Pedro y le susurré en su oreja "Mantenela, no la dejes ir, no me mires. Cuando cruce la puerta hacele otra pregunta sobre el mismo tema". En voz más audible dije "Voy al baño. Ya vuelvo".
Me levanté, fui hacia la puerta, la abrí, salí y la cerré de manera tal que se escuchara perfectamente. Me coloqué sobre el pasillo del otro lado de la puerta, de forma tal que Gabriela no pudiera verme y entonces Pedro le hizo otra pregunta.
Ella repitió la rutina. Lo miró, después bajó la vista y entonces comenzó a levantar su falda de manera tal que casi se le veía su bombacha. Sus muslos al descubierto descubrieron el enigma. Estaban totalmente escritos con diversos caracteres que -desde mi posición- no podía leer, pero era evidente que todos sus muslos se habían convertido en un inmenso machete y que ahí leía las respuestas que daba.
Me sonreí. Hice un poco de tiempo esperando que ella volviese a bajar su pollera y -levantando la mirada- comenzase su exposición. Cuando Gabriela hizo esto, yo reingresé a la habitación y me senté en mi lugar.
Siguió el examen con las mismas bajadas y subidas de mirada, hasta que luego de una buena respuesta de parte de Gabriela di por terminado su examen. La despedí de forma tal que -sin decírselo- le hice creer que le había ido bien.
Continuaron sus compañeros hasta que todos los que decidieron presentarse lo hicieron.
Finalizado el examen le pedimos a los alumnos que se retirasen al pasillo.
Pedro y yo acordamos las notas de los exámenes y luego le expliqué lo sucedido con Gabriela.
Le pusimos su nota y le dije a Pedro
"Dejala por mi cuenta. Si querés andate."
"Estás loco, mirá si me la voy a perder, conociéndote" me contestó.
"Bueno" le dije.
Mientras Pedro acomodaba papeles y bolilleros, salí al pasillo y leí las notas de todos menos la de Gabriela.
Luego de recordarles que debían concurrir al día siguiente para retirar las libretas universitarias, di la vuelta y encaré hacia dentro del aula donde estaba Pedro.
"Doctor" escuché a mis espaldas y me sonreí. La voz era inconfundible. Apoyé las actas sobre la mesa.
"No me dio la nota" me dijo Gabriela mientras ella también avanzaba dentro el aula.
"¿No?" le pregunté intentando tener un aire "de yo no fui".
Mientras tomaba nuevamente las actas que había apoyado sobre la mesa Pedro se deslizó a nuestras espaldas y sigilosamente cerró la puerta. Nadie parecía haber quedado en la Facultad, fuera del sereno que siempre permanecía junto a la puerta de entrada.
Haciendo que leía el acta le dije
"Gabriela... Acá está... Uno para tu examen y seis para el de tus piernas. Promedio tres y medio" (Cabe aclarar que para aprobar se requiere un mínimo de cuatro puntos).
"¿Qué?" exclamó ella.
"Lo que oíste" respondí.
"No... no entiendo" balbuceó mientras un traidor sonrojo se pintaba en sus mejillas.
"Si no entendés ¿por qué te ruborizás? pregunté.
"No sé de que habla, Doctor" me contestó.
"No sabés, lo que no sabés es tener vergüenza. Nos tomaste de idiotas o qué. Te pensás que te podés hacer la mujer superada durante la cursada, haciendo preguntas con el único objeto de poner en aprietos a los profesores y que ahora te vas a llevar el examen de arriba leyendo en tus piernas las respuestas".
La miré fijamente, ya el rubor era netamente rojizo y había cubierto todo su rostro.
"Así que no sabés de que hablo. Levantate la pollera y vas a entender. A nosotros nos vas a tomar de idiotas solamente si queremos que nos tomes. No te das cuenta que cuando vos fuiste nosotros ya fuimos y volvimos".
Detrás de ella el rostro de Pedro estaba conmovido por la gracia que le producía la situación y casi no podía contener la risa
La volví a mirar fijamente y le dije:
“Mañana mismo voy a pedir tu expulsión. Lo que hiciste no tiene nombre ni perdón. Así que te sugiero que te prepares”
Comencé a caminar hacia la puerta dando por finalizada la conversación, cuando mis espaldas estalló un profundo y acongojado llanto:
“No, echarme no, por favor” me dijo dirigiéndome una mirada suplicante bañada en un mar de lágrimas.
“Ajá y vos pensás que lo que hiciste puede quedar impune. Acaso crees que no te merecés un buen castigo por tu actitud y tu conducta”.
La volví a mirar fijamente. Sus manos estaban cruzadas a sus espaldas. Su cuerpo se estremecía con sus sollozos.
“No mi querida, esto no puede quedar así y no va a quedar así. Hacete a la idea de tu castigo y expulsión, porque yo no voy a tolerar que sigas en esta Universidad después de lo que hiciste” le despaché con toda la fuerza que pude.
“Fue muy grave. Te quisiste burlar de dos profesores delante de todos tus compañeros y eso no te lo vamos ni a permitir ni a perdonar” finalicé.
“Por favor", balbuceó en un nuevo arranque de llanto. Las lágrimas ya resbalaban hasta su cuello. Interiormente sentí deseos de consolarla pero sabía que tenía que mantenerme firme y no dar ni un paso atrás.
“Por favor, castígueme como quiera, pero no pida que me echen. Mis padres se matan trabajando para que yo pueda estudiar y si me expulsan los voy a matar, tienen puestas todas sus esperanzas en mí. Por favor” dijo.
“Así que no sólo te burlaste de nosotros dos, sino que también estafaste a tus padres” le escupí sobre su desconsolado rostro. “Razón de más entonces para expulsarte y que tus padres sepan la hija que tienen. Yo mismo me voy a encargar de explicarles personalmente a ellos las causas de tu expulsión” agregué.
“No” suplicó mirándome desde la profundidad de sus ojos, me di cuenta que jamás pensó que su travesura iba a terminar así. “Por favor, castígueme como quiera pero no me eche, por favor... ” reiteró.
Miré a Pedro que continuaba sonriéndose apoyado sobre la puerta cerrada. En esa sonrisa y en su mirada encontré su conformidad para proceder como yo quisiera.
“Por favor, te fijás si hay alguien todavía en el Decanato” le pedí a Pedro, que salió y se dirigió hacia las oficinas.
Mientras esperaba que Pedro volviese miré nuevamente a Gabriela que continuaba llorando desconsoladamente.
Cuando Pedro volvió me informó: “El único que queda es el sereno, que está en la puerta principal, no hay más nadie ni en el Decanato ni en ningún lado”.
Volví a mirar a Gabriela y le susurré “¿Cómo yo quiera?”.
Me miró. “Haga lo que quiera pero no me expulse, por favor” dijo.
“Va a ser duro, muy duro. Te va a doler mucho” le aclaré. “Pero tu conducta de niña malcriada sólo puede merecer un intenso y profundo correctivo de manera que nunca jamás te olvides de lo que pasó y ni siquiera se te ocurra pensar en volver a intentarlo” agregué.
Me miró como si no entendiera y volvió a bajar los ojos. “Haga lo que quiera pero no me eche” repitió.
Miré a Pedro. Continuaba apoyado en la puerta sonriente. Miré a Gabriela. “Levantate la pollera” le ordené. Creyó que era por el machete y entonces las levantó un poco de manera que pudiera ver algo de la escritura. “Bien arriba” volví a decir. Lo hizo. Aparecieron ante nuestra vista un sinnúmero de inscripciones escritas en las partes anterior e interna de ambos muslos.
“Increíble, tenías razón” exclamó Pedro a mis espaldas.
Gabriela me miró mientras sostenía su falda. El rubor se había extendido a todo su cuerpo y sus muslos sonrojados contrastaban con el blanco de su bombacha.
Mientras me miraba, desabroché mi cinturón, lo tomé por ambas puntas y lo sostuve en el aire. Se puso pálida. “¿Qué va a hacer?” preguntó. “Castigarte como una niña malcriada, ya te dije. Eso o la expulsión. Elegí” agregué.
Me miró, miró el cinturón, tragó saliva y dijo “Está bien, la expulsión no, por favor”.
Tomé una de las mesas de examen y la coloque sola en medio del aula. A su lado puse una silla con el respaldo al lado de la mesa.
“Arrodillate en la silla” le ordené. Lo hizo.
“Acostate sobre la mesa” le volví a exigir. También lo hizo.
Me acerqué desde atrás, le enrolle la pollera alrededor de su cintura de manera que sus muslos y sus nalgas quedasen totalmente descubiertos.
Tomé su bombacha con ambas manos y comencé a bajársela.
Se sacudió “La bombacha no, por favor, me da mucha vergüenza” dijo.
“¡¡¡Cómo!!!” exclamé. “Hacer lo que hiciste no te dio vergüenza, así que te la bancás o ya sabés que va a pasar”, grité. Estaba a punto de conseguir mi objetivo y no iba a dejar escapar la presa.
Calló y agachó la cabeza sumida en medio de un mar de lágrimas. Y eso que todavía no habíamos empezado. Sentí que toda su resistencia se había derrumbado.
Terminé de bajar su bombacha hasta la altura de sus rodillas y miré el panorama. Era extraordinario. Esas nalgas invitaban a un intenso castigo y yo iba a complacerlas.
Di un par de pasos hacia atrás mientras hacía restallar el cinturón sobre la palma de mi mano.
Cuando me ubiqué en el lugar adecuado, comenzó el castigo. Desde el borde superior de sus nalgas hasta la parte inferior de sus muslos el cinturón fue dejando una marca tras otra de su acción.
¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!
Las lonjas rozadas con sus bordes rojizos se fueron dibujando en la pálida piel. Fui hacia abajo, volví hacia arriba. Me concentré en sus nalgas. Allí fui particularmente intenso. Volví hacia abajo, fui hacia arriba. Volví a dedicarme con especial intensidad a sus nalgas.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!
“Basta por favor”, suplicó.
“¿Cuántos van, Pedro?” pregunté.
“Cuarenta” contestó.
Me acerqué a Gabriela y acaricié la tersa y caliente piel. Cuando apoyé la mano en sus nalgas se estremeció.
“¿Duele?” pregunté. “Mucho” contestó Gabriela. “Esa era la intención, pero todavía no terminamos” continué.
La miré. Sus manos estaban aferradas al borde de la mesa. Sus nudillos estaban blancos de hacer fuerza sobre ese borde. Me acerqué y le levanté la cabeza tirando de su cabello. Su rostro era un mar de lágrimas y su boca -apretada en una mueca- demostraba su dolor. Sus ojos su humillación y su vergüenza. Le apoyé la cabeza sobre la mesa y miré sus nalgas y sus muslos.
El cinturón había hecho bien su trabajo. Las marcas eran profundas y perfectamente perceptibles. Volví a acariciar la superficie afectada. Estaba muy bien castigada pero Gabriela tenía que aprender su lección de una vez para siempre.
Volví a mi posición anterior. “Serán diez más” aseguré.
Continuó el castigo. Fueron diez azotes más sobre las nalgas, luego continué hasta debajo de los muslos, volví hacia arriba y descargué los últimos diez azotes -con toda la fuerza de que era capaz- sobre sus nalgas.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!!!!! El grito recorrió los desiertos pasillos de la Facultad.
“Suficiente” dije, mientras Gabriela se sobaba lentamente sus piernas y nalgas. “Mañana te quiero ver acá para retirar tu libreta y ya sabés que tenés que hacer” finalicé, colocándome nuevamente el cinturón.
Tomamos con Pedro los elementos y nos dirigimos a la salida mientras Gabriela se ordenaba sus ropas. Al llegar a la salida le dejamos las cosas al sereno y nos fuimos.
Al día siguiente, a la hora convenida volvimos a ingresar en el aula donde estaban todos los alumnos esperando sus libretas.
“Siéntense” les dije y todos se sentaron. Todos menos Gabriela.
“¿Por qué no te sentás Gabriela?” pregunté.
Bajando la mirada al piso, susurró “No puedo, mis padres se enteraron de lo que hice durante el examen y me castigaron tanto con el cinto que no puedo sentarme por el dolor que siento”.
“Me parece que hicieron lo correcto después de tu estúpida conducta” afirmé mirando a los restantes alumnos que contemplaban la escena estupefactos.

PD: Este relato nunca existió, salvo en lo que se refiere al ser profesor o a la toma de exámenes.

7 comentarios

Gabriela Sánchez Barrionuevo -

Ahora estoy en una horrible espera de saber si pase o no educación física, ya que por mi condición de autismo a última hora el profesor me envió un trabajo escrito, pero antes el ya me había puesto bajas notas y me tenía mala voluntad por discapacidad. Las dos últimas clases vino un profesor de reemplazo que me mando un trabajo más y me tomó un examen escrito rebuscado. Como no saque la nota mínima de aprobación que es 70/100 sino 67/100, él me tomó dos preguntas más y llegué a 69/100, pero mi padre le rogó que me suba un punto más que me faltaba para aprobar, pero el profesor le noté indeciso de si subirme o no; el anterior profesor en la mitad del ciclo me robó tres puntos, de los cuales el último profesor me devolvió 2 pero me hace falta uno más , de los 3 que me robó el otro, será que me sube o no. En realidad sigue habiendo la deuda de un punto más, Dios sabe que si robo 3 puntos el anterior profesor y el de remplazo me pagado devolviendo me 2 todavía me debe 1 más que necesito para pasar.

Anónimo -

a mi me gustaria tener un castigo por el estilo: 10 azotes por cada una suspendida (he suspendido 7) obligandome a ponerme falda, que es lo que me gustaria llevar siempre (soy chico) y unos cuantos mas con la mano encima de la falda. y luego 10 minutos de reflexion cara a la pared de rodillas y con los brazos en cruz, eso dia si dia no durante todas las vacaciones. y por cada queja 10 mas con el cinturon. ademas llevar la falda siempre que este en la casa, y botas, todo de chica, incluso bragas y sujetador. asi aprenderia a no suspender.

no -

oh?

Iván -

Asi que displinarlas pegandoles en el culo muy fuerte y dejarselo de color rojo y humillandola como hiciste asi aprende quien manda.
Matricula de Honor

Manolito Gafotas -

Vaya pregunta no ves que son homos

Sacado_Mal -

Che porque no se la follaron ???

aneley -

me siento identificada con ese castigo ya que mis padres me azotaron de esa manera cuando falte ala escuela sin permiso,fueron 6 docenas de azotes que todavia me duelen a pesar de que paso mas de un año