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Relatos de azotes

Mi experiencia

Autora: Mayte Riemens

Hace poco más de siete años que Arturo y yo estamos juntos. Al principio, antes de casarnos, la relación fue un tanto extraña, me atrevería a decir que él estaba mucho más enamorado que yo, o quizá era la necesidad y la esperanza de rehacer su vida y dejar atrás definitivamente la dolorosa experiencia por la que había pasado. Yo, en cambio, que también tenía mi historia de abandono y fracaso, reaccionaba en la manera inversa: ya no deseaba una relación seria, quería hacer mi vida sola, sin compromisos ni relaciones duraderas que, según me decía la experiencia, siempre acababan mal y me provocaban un inmenso dolor que me arrastraba hacia las peores depresiones.

Muchas veces he dicho, medio en broma, medio en serio, que cuando le di el sí, estaba borracha. Algo hay de cierto. Festejábamos mi cumpleaños y los whiskys ya habían hecho algún efecto, pero en realidad acepté porque estaba cansada de luchar contra su esperanza y su insistencia. Yo no me sentía muy enamorada y creí que si fracasaba no sería más que un borrón más en la larga historia de fracasos que ya había vivido. Así es que nos casamos.

Los primeros meses fueron difíciles, la convivencia no resultaba agradable, ambos teníamos ya una experiencia de vida en solitario y compartir el espacio y la responsabilidad de la casa no resultaba fácil. Pleitos iban y venían, algunos sin consecuencias y otros escandalosos y violentos que hacían tambalearse a la de por sí frágil relación.

He de aceptar que él toleró muchas cosas: mi mal carácter, mi explosividad y agresividad, mis múltiples amenazas de largarme, mi reiterada afirmación de que no lo necesitaba y de que el matrimonio no me era agradable. Berrinches, gritos, silencios obstinados, rechazos... Y él seguía intentando. No sin enfadarse, que también tiene su carácter, pero con una paciencia y un amor infinitos.

Las reconciliaciones venían en la alcoba. Yo estaba convencida de que sólo por eso seguía con él; por la pasión y la comprensión con la que podíamos entregarnos, aun después de un escandaloso pleito.
Finalmente, al paso de los meses, la convivencia comenzó a ser agradable y yo empecé a aceptar que lo amaba. No con ese amor de la adolescencia, sino algo más sereno y profundo, algo que me decía que deseaba hacerme vieja a su lado. Fue entonces cuando decidimos tener un bebé.

Podría decir que no me arrepiento, pero sería parcialmente falso. Y es un lugar común: los hijos siempre son una bendición, a los hijos se les ama más que a ninguna otra cosa... Es cierto, en parte. Después de un embarazo difícil en el que estuve a punto de perder al bebé, tuvimos una niña. Obviamente, la amo con todo el corazón, pero también he de aceptar que trastocó mi vida, como los hijos trastocan siempre la vida de sus padres, para bien y para mal. La niña iluminó nuestras vidas, nos llenó de risitas, mimos y ternura, pero también de complicaciones, gastos y preocupaciones.

Yo abandoné mi trabajo y me dediqué a mi hija. De eso sí que me arrepiento. La niña me fue borrando, dejé de tener vida profesional, social, conyugal. Me convertí simplemente en mamá y en una mamá que no se permitía ser mujer.
Acababa los días tan exhausta que ya no tenía energías para satisfacer a mi esposo. Mis fantasías eróticas desaparecieron, esas que antes me habían llevado al orgasmo, aunque no las realizara, aunque sólo las imaginara. Ahora ni siquiera me permitía a mí misma pensar en ello. Una madre no piensa en esas cosas, me decía. ¿Cómo quedaría ante mi hija si llegara algún día a enterarse de que su madre anhela ser azotada en las nalgas desnudas? Era vergonzoso.

No lo sabría nunca, porque eso ya no pasaría jamás por mi mente. Me bloquee para no pensar en ello, y como mi erotismo estaba casi basado totalmente en aquella fantasía, al hacerla desaparecer, desapareció también mi deseo. Cualquier cosa que agitara mi líbido me remitía a escenas de azotes, esas en las que ya no quería pensar, por lo tanto hice que el líbido desapareciera de mi vida. Rechacé las caricias de mi esposo, sus besos, sus juegos de seducción.

Y él, supongo que en nombre del amor, o por el bien de su hija, aguantó. Teníamos discusiones, me reprochaba de vez en cuando mi falta de interés en el sexo, y yo, para evitar conflictos, cedía, quizá una noche a la semana, desganada, sin pasión, era como un simple acto mecánico, como aquellas mujeres de siglos pasados que lo hacían porque formaba parte de sus obligaciones como esposas.

Obviamente mi matrimonio se tambaleaba. Y yo ni siquiera me daba cuenta, le reprochaba a él que me hiciera sentir una inútil en la cama, que me hiriera con sus reproches. Intentamos hablarlo, me propuse resolverlo, pero siempre con el bloqueo constante de mi fantasía, aquella que tanto me avergonzaba. Así nunca había solución real.

Llevábamos cinco años así. Yo había vuelto al trabajo, a mi vida social, pero no había recuperado mi vida conyugal. A veces, teníamos alguna temporada más o menos buena, cuya calidad se reducía más bien a la cantidad. Hacíamos el amor cada noche, pero sin creatividad, sin pasión real. Yo alcanzaba orgasmos mediocres o algo que creía que eran orgasmos. Después, volvía a perder el interés.

Ahora sé que Arturo pensaba en la posibilidad de buscar a otra compañera sexual. Nunca pensó en abandonarme, me ama y ama a su hija, es un hombre de familia, pero necesitaba satisfacción y ya pensaba en encontrarla en otro lado.
Afortunadamente, cuando, sin yo saberlo, la crisis estaba por estallar, accidentalmente encontré en Internet una página cuyo nombre me atrajo irremediablemente, sin pensarlo, y aprovechando que me hallaba en la oficina, lejos de la que yo imaginaba la mirada inquisitiva aunque inocente de mi hijita, entré a La Casa de los Azotes.
Mis manos temblaban al pulsar el mouse, sentía un extraño temblor en el estómago, como una niña haciendo la peor de sus travesuras a escondidas de sus padres. Empecé a leer relatos, uno tras otro, dejando que el trabajo se acumulara sobre mi escritorio y con una avidez casi obsesiva que me humedecía la entrepierna.

¡No estaba sola! ¡No era el ente más extraño y perverso de la tierra! Finalmente, me encontraba no uno, ni dos, sino infinidad de personas que tenían las mismas fantasías de las que yo tanto me avergonzaba. Leí una introducción a la página que me relajó: No estás sola, decía, no eres un bicho raro. Es común, no es malo, no daña a nadie y es totalmente válido.
Arturo y mi hija se fueron de viaje un fin de semana. Pasé dos días conectada a Internet, leyendo todos y cada uno de los relatos, visitando los enlaces, incluso me atreví a enviar un relato para el concurso al que la página convocaba. Lo hice temblando de emoción, temor, no sé, era como una aventura.

Cuando Arturo regresó, lo hizo solo, mi hija se había quedado con la abuela a pasar unos días de vacaciones. ¡Era mi oportunidad! Si no aprovechaba esa semana para recuperar mi vida conyugal y para confesar mi fantasía, quizá nunca lo hiciera. Me costó trabajo. No sabía por dónde empezar. Los relatos de la página me tenían muy excitada, muy dispuesta al sexo y entonces no me fue difícil pasar la semana haciendo el amor en cada oportunidad, pero de verdad hacía el amor, con deseo, con pasión, alcanzando niveles de placer de los que ya no me acordaba, y todo, gracias a que mi fantasía había revivido, había sido más fuerte que mis prejuicios y bloqueos. Ahora debía dar el siguiente paso y confesarle a Arturo mis deseos, de otra forma la fantasía corría el peligro de volver a dormirse, y con ella mi vida íntima con mi esposo.
La noche del viernes, dos días antes de que mi hija regresara, me atreví. Ese día salí tarde de trabajar, había tenido una comida de negocios, me había bebido algunos whiskys y los mensajes que Arturo me había enviado al teléfono celular, invitándome a pasar una noche apasionada, me pusieron en el ánimo necesario para hablar de mi fantasía.

Arturo me recibió en casa con música suave, el bosanova que tanto me gusta para estos menesteres, vino blanco, cena sencilla preparada por él... Todo invitaba a pasar una noche romántica, a sincerarme en sus brazos después de habernos amado. Y así fue. Después del amor hay un momento mágico en el que casi todos estamos abiertos a escuchar, a hablar de cosas que no hablaríamos en ningún otro momento, en que podemos comprender cosas que de otra manera nos parecerían disparatadas.

Aproveché ese momento y, no sin titubeos, le pregunté: ¿en qué piensas cuando cierras los ojos y llegas al orgasmo? Me dijo que no pensaba en nada en especial, que sólo se abandonaba a lo que sentía, pero mi pregunta casi forzó la suya: ¿Y tú, en qué piensas?

- Si te cuento, te vas a reír de mí, o quizá hasta te asustes
- ¿Pues en qué piensas? No me digas que te imaginas haciendo el amor con un galán de cine.

Me reí.

- ¡Claro que no! Yo pienso en... me imagino que... – me sudaban las manos, sentía mi cara enrojecer de vergüenza, me daba cuenta que mi voz sonaba distinta.
- ¡Dímelo! Prometo no reírme – me animó. Pero tuvo que pedírmelo varias veces más para que yo me atreviera a decirlo.
- Pues... me imagino que estoy boca abajo, sobre tus rodillas y que tú... que tú me estás dando una buena tunda – dije sonrojada, con una sonrisa nerviosa, rehuyendo la mirada de mi esposo y a la expectativa de su reacción, temía que ésta fuera negativa y que me arrepintiera de haber hablado, aún temía que aquella confesión me costara el respeto de mi esposo o la seriedad con la que él tomaba nuestra relación. Me miró con extrañeza, pero en su rostro no vi nada que se pareciera a la risa burlona, mucho menos a una expresión que revelara espanto o escándalo.
- ¿Te imaginas que te doy de nalgadas? ¿Y por qué haría eso?
- Pues no sé, porque me porté mal, porque... pues porque me gusta y me excita... es como un juego. Un juego en el que tú mandas y yo obedezco, en el que me castigas como a una niña, sin que deje de ser tu mujer, me encantaría sentirme sometida por ti, pequeñita entre tus brazos, sin necesidad de tomar decisiones ni responsabilizarme de nada...
- Es un juego raro ¿no? – me preguntó buscando explicaciones y acariciando mi rostro, apoyado en su pecho.
- No tanto, yo creí que era una extraña perversión, tuve miedo de ella, traté de no pensar en eso, pero hace poco descubrí que no es tan raro, que hay mucha gente que tiene la misma fantasía y parejas que la practican como parte de su relación...- Y entonces le conté con detalle todo lo que había estado pasando dentro de mí desde cinco años atrás, el bloqueo, la forma en que había optado por clausurar mi sensualidad con tal de controlar esa fantasía que, en mi ignorancia, me parecía tan extraña, tan poco adecuada para una señora madre de familia. Me escuchó interesado hasta que terminé y después me preguntó algunas cosas.
- No me gusta la idea de lastimarte, creo que no podría tolerarlo.
- Pero no se trata de lastimarme, se trata de excitarme. Me has dicho mil veces que te encantaría verme muy excitada, dices que difícilmente me humedezco... si tú me dieras una tunda, casi puedo asegurarte que estaría muy húmeda, como quieres verme y sentirme – Arturo no decía que no, tampoco decía que sí, me acariciaba y parecía pensativo. No insistí en el tema, no quería forzar las cosas ni obligarlo a nada. Dejé el tema sintiéndome frustrada, al menos no se había escandalizado ni se había reído de mí.

Al día siguiente, salía de bañarme y apenas estaba comenzando a vestirme, Arturo me tomó de la cintura y me atrajo hacia sí, comenzó a besarme el cuello y los labios, yo correspondí, a pesar de sentirme frustrada y sin ganas de nada. Entonces él murmuró en mi oído: ¿Quieres probar? Podemos intentarlo. Sabía a qué se refería, pero preferí estar segura.

- ¿Probar qué?
- ¿No quieres que te castigue? – seguro que los ojos me brillaron y no fue necesario responder. El tono de su voz se hizo diferente, el juego había comenzado.
- Aunque no quieras voy a hacerlo. Te mereces un castigo severo por los cinco años de silencio en los que tuvimos un sexo horrible, por no hablar antes, por rechazarme, por casi acabar con lo nuestro – Mientras decía esto prácticamente me arrastró de un brazo hasta la recámara de mi hija. No sé por qué eligió ese lugar, pero en medio de muñecas y otros juguetes recibí la primera tunda de mi vida.

Se sentó sobre la cama y me jaló hacia sus rodillas, yo estaba excitadísima, no me creía lo que me estaba sucediendo y respiraba agitada. Llevaba sólo una camisa, aún desabotonada, y la ropa interior, cuando estuve sobre sus rodillas, deslizó mis bragas hasta mis rodillas y entonces comenzó nuevamente el regaño.

- Vas a aprender a nunca más rechazarme, a nunca negarme un beso ni una caricia, a jamás volver a ocultarme nada – y entonces comenzó a azotarme con su mano bien abierta. El primer azote me sorprendió, dolía y ardía, pero me había imaginado que sería mucho peor, Arturo no quería lastimarme y por eso sus azotes eran muy suaves, pero la tunda continuó y después de un rato, no pude evitar agitarme, retorcerme, gritar, pero Arturo no se detenía, continuaba azotándome y yo me sentía tan húmeda como nunca.

No conté los azotes, imposible hacerlo, el dolor tan sorpresivo, aunque no intenso, la excitación, las sensaciones totalmente nuevas me lo impidieron. Finalmente, se detuvo, y entonces introdujo su mano por mi entrepierna y sintió mi humedad. Pareció volverse loco al descubrir que aquellos líquidos ya escurrían sobre su ropa, jamás había estado así, y yo sentía su sexo crecido presionando mi vientre. Me hizo acostarme boca abajo sobre la colcha de dibujos infantiles, retiró mis bragas, después mi camisa, me dejó totalmente desnuda, acarició mis nalgas enrojecidas y entonces comenzó otra vez a azotarme. El dolor ya empezaba a escocerme –quizá por ser la primera vez- pero no me atrevía a pedirle que se detuviera, podía pensar que la experiencia no me había gustado, así es que callé y lo dejé hacer. Fue él quien se cansó, después supe que le dolía la mano y que por eso se había detenido. La colcha estaba empapada de mis fluidos. Hicimos el amor como nunca, aunque estallamos casi en seguida pues nuestra excitación ya era excesiva, incluso antes de la penetración. Cuando terminamos, cuando creí que habíamos terminado, él se levantó, yo intenté hacer lo mismo, pero no me lo permitió.

- No te muevas. Aún no termino. Voy a castigarte todo el día. –temblé, más por el placer que por temor a los azotes.

Permanecí acostada boca abajo. El me besó la espalda, mordió mis nalgas recién azotadas, recorrió con su lengua todo mi cuerpo, ordenándome que permaneciera quieta y en silencio, no quería que me quejara, debía aceptar el castigo. Me costó trabajo, me sentía muy extraña pues la sumisión no era una actitud común para mí. Sentía mis nalgas calientes pues pese a que los azotes no habían sido muy fuertes, sí habían sido muchos, me ardía la piel. Volvimos a hacer el amor, con toda la pasión que la nueva experiencia nos había regalado. Después, ya serenos, quiso saber más de mi extraña afición. Le respondí todas sus preguntas y le pregunté si a él le había gustado.

- No me gustó pegarte, pero me encanta verte excitada, haría cualquier cosa por verte así siempre, por encontrarte siempre dispuesta...
- Pues ahora ya sabes lo que tienes que hacer – le dije con una sonrisa

No me castigó todo el día, ni siquiera volvió a azotarme, lo sentía tímido aún, indeciso, como si él no disfrutara el juego, lo cual me preocupaba, pues si no llegaba a experimentar las mismas deliciosas sensaciones que yo, terminaría por cansarle. En los días siguientes, busqué ayuda y consejo por Internet, lo encontré, además de todo el apoyo y la comprensión de un maravilloso grupo de amigos sin rostro para mí, pero con gran deseo de ayudar, de escuchar y comprender.
Siguiendo los consejos, traté de averiguar la fantasía de Arturo, se trataba de darle gusto a él para que ambos disfrutáramos por igual, pero por más que pregunté, él insistió en que no tenía ninguna afición en especial. Nuestra hija había regresado de sus vacaciones y yo temí, al principio que eso diera al traste con el juego que habíamos iniciado en su ausencia, pero no fue así. Arturo buscaba el momento, esperaba a que la niña estuviera dormida y entonces iniciaba el juego, poco a poco empezó a verse más decidido, más involucrado, sus azotes eran cada vez más severos, su voz cambiaba, se volvía un esposo autoritario, me anunciaba el castigo desde horas antes de aplicarlo. Con el pretexto de que le dolía la mano al castigarme, comenzó a utilizar otros instrumentos: una pala de madera de la cocina, la zapatilla, el cepillo para el pelo, el cinturón... Las cosas me estaban funcionando mucho mejor de lo que yo había imaginado.

Y nuestra hija volvió a salir de vacaciones, ésta vez con los otros abuelos. Apenas se fue, nuestro juego tomó nuevos bríos. Arturo me llevó un día a una tienda de lencería y me compró toda una colección de tangas muy pequeñitas, de esas que dejan las nalgas totalmente al descubierto, ligueros, corpiños de encaje, sostenes de media copa... ropa que yo en muy raras ocasiones había utilizado. Cuando llegamos a casa, abrió el cajón de mi ropa, tomó todo lo que encontró y lo tiró a la basura.

- Nunca más quiero verte con estas cosas, vas a usar sólo lo que te compré, y si desobedeces te daré cien azotes con el cinturón.
- Es que esa lencería es muy linda, pero muy incómoda – me quejé
- No me interesa, vas a usarla porque a mí me gusta, así podré ver tus nalgas con sólo levantarte la falda, para azotarte cuando se me antoje o para ver las marcas que hayan quedado
- ¡Ah! ¿Así es que te gustan las marcas? – pregunté esperanzada en que aceptara que el juego comenzaba a gustarle. – No respondió, me giró y me hizo apoyarme sobre la cama, levantó mi falda, me arrancó las bragas y comenzó a azotarme con el cepillo para el pelo que encontró sobre la cómoda.
- No discutas mis órdenes – me decía al ritmo de los azotes – vas a usar lo que yo diga y no tengo que darte explicaciones.- Por supuesto, ahora utilizo la ropa que él escogió para mí.

Pocos días más tarde, me invitaron a una reunión a la que asistirían todas mis amigas de mi época de estudiante, tenía muchos deseos de asistir, el problema es que era en viernes y hacía días que yo le había ofrecido a Arturo que cada viernes por la noche cenaríamos juntos y tendríamos una noche especial. Pensé que no pasaría nada si trasladaba esos planes para el sábado, y en la mañana, cuando ambos salíamos rumbo a nuestras respectivas oficinas, le avisé sin darle mucha importancia, tal y como estaba acostumbrada a hacerlo desde siempre, que esa noche saldría con mis amigas, por lo que seguramente no nos veríamos sino hasta la mañana y le encargaba que diera de comer a los perros por la noche.

- ¿Y quién te dio permiso para salir? – me preguntó con la misma voz autoritaria y severa que usa cuando jugamos. Me reí y despreocupadamente respondí:
- Nadie, no lo he pedido, sólo estoy avisando.

A lo largo del día, como siempre hemos hecho, nos comunicamos a través del messenger, él insistía en que yo no tenía permiso de ir a ningún lado, que había prometido que los viernes serían para él y que no aceptaría que faltara a mis promesas. Yo no lo tomé muy en serio, jamás me ha prohibido ir a ningún lado y nunca ha tratado de controlarme, por lo que supuse que sólo era un juego. Al medio día, recibí un correo electrónico:

“No vas a ir a ningún lado, me vas a esperar desde las 6:30 de la tarde, boca abajo sobre la cama, con las nalgas desnudas y en alto, para recibir el castigo que te mereces por desobediente y por querer incumplir tus promesas. Quiero que pongas junto a ti la pala de madera, la zapatilla, el cinturón y el cepillo, así no tendrás que ir a buscarlos, hoy vas a probar de todo un poco.”

Emocionada y divertida, respondí el mensaje preguntando si después del castigo podría irme a mi reunión. La respuesta fue casi inmediata.

“Por supuesto que no, después me prepararás la cena y te quedarás en un rincón castigada”
Leer esto me volvió loca de excitación. En alguna de nuestras pláticas yo le había dicho que me encantaría que me castigara en el rincón, hasta aquel momento nunca lo había hecho y parecía que esa noche podría ser la primera vez. ¿Quién quería asistir a una reunión de amigas cuando en casa podía haber el triple de diversión? Aun así, no me resignaba a perder mi independencia y a dejarme controlar, mi lado racional me decía que si aceptaba que mi libertad entrara al juego, perdería mucho más de lo que había ganado. De todas formas, decidí obedecer. La reunión era en la noche y habría tiempo para llegar, aunque fuera un poco tarde.

A pesar de mis intenciones, el trabajo me retuvo, salí con retraso de la oficina y al llegar a casa tuve que llevar a mis perros a dar su paseo vespertino. Estaba en el parque cuando una vecina, que también paseaba a su perro, me dijo que mi esposo acababa de estacionar su coche en la esquina del parque.
Me sorprendió el sentir un ligero temor, una especie de escalofrío que me recorría la espalda. Miré mi reloj, eran las 6:25, se me había adelantado. Me despedí y me acerqué al lugar en donde Arturo acababa de parar el coche, descendió y me miró sonriente, me abrazó y me besó, aprovechando para murmurarme en el oído un ¿Qué haces aquí?

-¡Aún no son las seis y media! – me justifiqué
- En cinco minutos no hubieras llegado a casa y preparado todo tal y como te dije- me respondió con gesto de desaprobación.

Nos fuimos a casa, en cuanto entramos me dio el primer azote, enviándome a prepararme. Obedecí, para ese entonces ya estaba húmeda y sentía mi intimidad vibrar. El tardó en entrar en la recámara y cuando lo hizo yo estaba tan nerviosa y excitada que no pude evitar volverme para mirarlo. ¡Estaba tan atractivo en ese papel de esposo severo! Me ordenó que me quitara el resto de la ropa y me envió a prepararle una copa, lo hice rápidamente y volví a mi posición sobre la cama, con tres almohadas bajo el vientre, para elevar mis nalgas lo más posible.

El puso música, no sé qué más hizo, pues me prohibió volver la cabeza, pero tardó algunos minutos en tocarme. Sentí un líquido muy frío en la espalda, su mano me sostenía y gracias a eso no salté. En el cuenco de la parte baja de mi espalda, Arturo había volcado el contenido de su copa, comenzó a lamerlo lentamente. No te muevas, me dijo, si derramas una gota de daré diez azotes. Me mantuve lo más quieta que me era posible, pero el frío, la deliciosa sensación de su lengua... Era imposible, terminé derramando el líquido. Entonces pasó sobre mis nalgas el vaso helado, mojando mi piel, enfriándola; después uno de los hielos de su vaso recorrió mis nalgas, se internó entre mis piernas...

-Te lo advertí, pequeña mía

Comenzó a azotarme con la pala de madera, golpes fuertes, espaciados, me dejaba sentir el dolor de cada uno y permitía que me recuperara antes de aplicar el siguiente. Me dolía muchísimo, casi era insoportable, comencé a retorcerme, a intentar volverme, a cubrir mis nalgas con la mano, pero él me lo impedía y la azotaina continuaba. Terminé llorando y entonces él se detuvo y reinició el juego del liquido en mi espalda. Estaba tan excitada que lo único que quería era que se desnudara e hiciéramos el amor hasta estallar, pero él parecía no tener prisa. Besaba todo mi cuerpo, lo recorría con su lengua, me acariciaba suavemente con la punta del cinturón...

Me dio una tanda de azotes con cada uno de los instrumentos que tenía a la mano, mis nalgas ardían, me escocían terriblemente y yo no paraba de llorar, fue entonces cuando entró en mí, se fundió conmigo, no por el cauce natural, sino por aquel por donde él siempre me había pedido entrar y yo, hasta entonces, me había negado. No costó trabajo, mi excitación era tanta que yo hubiera aceptado cualquier cosa, me sentía dichosa como nunca, lo amaba con toda el alma y lo deseaba, deseaba ser suya, que explorara cada centímetro de mi cuerpo, que inventara nuevas formas de amarme, que juntos creáramos una expresión sólo nuestra, la más íntima y secreta, para entregarnos uno al otro. Aquella noche lo logramos, y al final, mientras ambos nos recuperábamos, me murmuró al oído, además de mil ternuras y palabras dulces, una orden: Vístete y vete a tu reunión, se te hace tarde.

No podía ser más feliz, mi adorado entendía perfectamente que el juego era eso, un juego erótico que no debía trascender a los demás aspectos de nuestra vida. No abusaba del poder que yo le había dado para intentar controlarme y robarme mi independencia. Sólo había querido jugar, estar conmigo y no desperdiciar aquella noche de viernes cenando solo.

9 comentarios

la flaca -

Wow!!! este relato describe lo que yo no me he atrevido a decirle a mi marido en casi 21 años de casada!!! yo me la paso leyendo estos relatos y me excito delicioso pero me encantaria que el hiciera todo esto conmigo solo que me da pena decirselo creo que el pensara que estoy loca, que asi no debe ser nuestra relación y la verdad no se como decirle pues es muy buen esposo y muy buena persona, su condicion humana no es la de alguien duro ni dominante y a mi me encantaria eso me tendria a sus pies pues yo soy mas dominante, mas dura, decido casi todo en casa y con los hijos pero quisiera a veces sentirme asi como adolescente regañada sobre sus rodillas, que puedo hacer???

RicRod -

Ojala yo tuviera una novia así!

kuriosa -

Es fabuloso,ojala yo tuviera la fuerza necesaria para decirselo a mi marido.No me atrevo y daria cualquier cosa por que lo supiera

fausto -

Genial, yo tuve valor y le confesé exactamente lo mismo a mi esposa, pero con la mala suerte que ella si no quizo acceder jamás a castigarme y vivo un infierno por eso.

Matias -

Todo un cuento de Hadas verdad ? Y parece que èl tb tenìa su fantasìa, aunque lo negara. Serà que todos la tenemos ? O hay quienes solo sienten ?

ROSS -

ME GUSTA TU EXPERIENCIA OJALA ALGUN DIA YO LOGRA ALGO ASI

Jano -

Uffffffffff, Mayte. Demasiado.
Excitante. Una maravilla.Si es autobiográfico, mejor.
Qué delicia de relación.
gracias,
Jano.

Tane -

Oleeeee Mayte, no había leido este relato, es buenísimo, muy bueno. Muchas gracias.

Gloria -

guaau, no pare de leer, yo descubri lo mismo que ti, pero sin menos culpa.
Encontre a mi novio mirando en internet articulos de esclavas y decidi comprarme un equipo, desde ese dia, me hace el amor mas seguido,